Y usted, profe, ¿Qué opina del aborto?

Por:  Manuel Becerra. 

Las alumnas que llevan sus panzas y sus hijos a la escuela son un fantasma que recorre las secundarias populares. Los docentes “progres”, observa Manuel Becerra, oscilan entre el paternalismo y la condena solapada; hacen una pedagogía del tabú, del asterisco, de la excepción. Así todo, lo que pasa afuera del aula entra por la puerta: sexo, drogas y represión policial son los tópicos que los pibes piden hablar. Es momento de que el sistema se haga cargo y asuma la pedagogía de la pregunta empezando por una: ¿cómo impactaría la legalización del aborto en esa problemática?

—¿Ya tenés pensado qué hacer?

—Rodri me dijo que quiere ser papá. Pero yo no sé si quiero ser mamá. Y menos con él.

Hace frío en el buffet de la escuela, afuera hay ruido de recreo, y con Natacha, la profe de Francés, nos miramos. Javier trajo un café con leche.

—Tomalo, hace frío estos días.

Sin agradecer ni mirarnos, Gina toma sorbos lentos. Se hizo un test de embarazo y le dio positivo, después fue llena de vergüenza a una guardia –se puso una campera del Milan de su hermano, anteojos negros, se escondió bajo la capucha– a mentir que le dolía la panza para forzar un análisis: sí, estaba embarazada. Y no estaba muy segura de tenerlo.

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Pedagogía del tabú

En las escuelas públicas populares –para diferenciarlas de las de élite– las alumnas embarazadas y madres son parte de la cotidianeidad. En general, aunque no únicamente, son chicas que viven en barrios donde es común la maternidad adolescente. La escuela secundaria, formateada en el siglo XIX con un patrón elitista que la terminó convirtiendo hoy en el agujero negro del sistema educativo, las sigue tratando como excepciones: nos apuramos a armar trabajos prácticos fáciles de resolver, no les contamos las inasistencias, bajamos al mínimo las siniestras exigencias burocráticas para que su bebé no venga con una deserción escolar bajo el brazo. La frase “ese chico no tiene que estar acá”, que parece esculpida en piedra en las salas de profesores, también aplica implícitamente –o no tanto– a las alumnas embarazadas o las que vienen con su hijo o hija a la escuela. Las chicas gestantes y mamás transitan el tabú, lo encarnan, soportan sobre sus pieles todo el peso plomizo del yunque rosa que las manda a ser mamás, porque “tener un bebé es una bendición”. Aunque hayan sido violadas.

Las tradiciones del sistema educativo son, también, las tradiciones de la sociedad donde está inserto. Porque la escuela es una caja de resonancia de lo social, no una cámara de vacío a salvo de él.

El aborto, en ese contexto, está teñido de ilegalidad y clandestinidad: está camuflado tras una burocracia de médicos copados, hospitales amigables, farmacias con contraseña, asesores, consultorías. Para una adolescente, abortar via la escuela sin violar la ley es una pesadilla kafkiana.

Por otro lado, en las escuelas públicas de élite y privadas la invisibilización es mucho mayor. Atravesadas por el mandato de una maternidad supeditada a logros personales –facilitados por la pertenencia de clase–, las chicas de clase media intelectual y de clase media alta no se permiten maternar en su adolescencia. Ellas sí tienen muchísimo que perder. Y tienen los medios para esquivar la clandestina burocracia del aborto.

Lo concreto es que con el aborto ilegal no sólo las mujeres pobres quedan expuestas a clandestinidades precarias, antihigiénicas y que ponen en riesgo su vida. También quedan al borde de la deserción escolar: las chicas pobres no tienen una red social de contención que las acompañen a transitar esa carrera de obstáculos y contra reloj, pero tampoco cuentan con soportes –mujeres– que le cuiden al bebé una vez que nació. Porque, muchas veces, el papá se borró. Porque quedaron solas. Porque tuvieron que decidir entre maternar o estudiar.

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Las alumnas que llevan sus panzas y sus hijos a la escuela son ese fantasma que recorre las secundarias públicas populares. Los docentes oscilamos entre el paternalismo y la condena excluyente, y sin lograr acertarle a la inclusión educativa. Bajo ese signo se arman los trabajos prácticos y las intervenciones pedagógicas hacia ellas.

Bajo su “condición” silenciada, disimulada, puesta entre paréntesis hacemos una pedagogía del tabú, del asterisco, de la excepción. ¿Cómo impactaría la legalización del aborto en esa problemática?

* * *

—¿Son bebés abortados?

—Profe dígale, son angelitos.

En el Museo Nacional de Bellas Artes una alumna y un alumno de primer año se detienen a mirar fascinados un óleo de Lucas Cranach el Viejo. Allí aparece Dios, rodeado de diecinueve cabecitas de querubines, y amenaza con lanzar tres flechas fatídicas a la Humanidad.

Pedagogía de la pregunta

Los propósitos de toda planificación didáctica podrían resumirse en un objetivo central: lograr que las y los alumnos se involucren en la clase, en el objeto que se estudia, que le hagan preguntas, lo manipulen, lo adapten a sus conocimientos previos. La aproximación es espiralada, rara vez directa: una chica levanta la mano en un aula y lanza una hipótesis, intuitiva, tratando de enganchar eso que plantea su docente con algo que le viene rebotando en la cabeza. La función del docente es tomar esas intervenciones e ir corriendo la línea de lo conocido para acercarla a las metas de la clase. Para enseñar. Para que la alumna aprenda.

Cuando los docentes planificamos lo hacemos esencialmente tratando de forzar esa pregunta, implícita o explícita, a través de distintas estrategias. Sin embargo, a veces, cada vez más en un contexto global de sobreinformación y consumo, la agenda pública destruye las paredes del aula y obliga a docentes y estudiantes a hablar de determinados temas. Fuerza “naturalmente” el tan celebrado, prescripto y poco aplicado pensamiento crítico: “¿Y usted, profe, qué opina del aborto?”.

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Lo que pasa afuera de la escuela entra por la puerta: si la sociedad es violenta, encontramos un cuchillo en una mochila; si es desigual, desaparece un celular en el aula; si hay hambre, los pibes buscarán un plato de comida en la escuela. No podemos aislarnos del aborto que, además, forma parte central de la agenda particular de las y los adolescentes, incluso desde la pubertad. Sexo, drogas y represión policial: los grandes tópicos que los pibes le reclaman a la escuela.

La sesión de la Cámara de Diputados del 13/14 de junio fue el corolario de debates maratónicos, de una lucha de décadas que hace algunos años tomó un volumen insospechado. Ya se ha dicho: las mujeres son en este momento, tal vez, el motor de la historia de una forma que nunca antes fue tan explícita, escondidas como estaban tras las cortinas del patriarcado. La marea verde afiló las preguntas de los pibes y las pibas por la Educación Sexual Integral. Abandonada por el Estado nacional, y supeditada a los pocos gobiernos provinciales que decidieron darle impulso, la ley 26.150 cobró una vida y una fuerza inéditas, no ya como bajada, sino como demanda.

Las y los adolescentes han decidido que es tiempo de hablar. Es tiempo de hacer un tratamiento riguroso de temas complejos vinculados a la sexualidad. Es tiempo de que la escuela, especialmente la secundaria, se haga cargo de las preguntas de sus alumnos, de que asuma de una buena vez la pedagogía de la pregunta.

No es la tecnología la que pone en jaque a la escuela tradicional: lo que la obliga a repensarse y reinventarse es el avance de los derechos, es la masificación del sistema educativo; son los lentos, imperceptibles y contundentes cambios de hábitos culturales. Internet no incendiará a la escuela hasta sus cimientos. Al contrario: son los pibes y las pibas, cada vez más conscientes de sus derechos, los que la reforzarán.

* * *

—Ya conté cuatro pañuelos celestes acá –una compañera me pasa, por WhatsApp, una foto mal sacada de dos mochilas en la escalera de la escuela.

—Ojo, hay que tener ovarios para anudarse pañuelos celestes en este contexto.

Pedagogía del derecho

Los docentes “progres” miramos fascinados la marea verde, a las adolescentes empoderadas, a la demolición de los tabúes que forman parte de la ritualidad escolar. Adherimos categóricamente a lo que Luciana Peker llamó “La revolución de las hijas”, que celebra el protagonismo juvenil dentro de la lucha feminista. Nos maravillamos ante la toma de autonomía política y sexual de nuestras alumnas, pero lo hacemos fundamentalmente por compartir muchas de esas miradas. Hasta que aparece un pañuelo celeste, una militancia que desentona con lo general, que nos interpela también a nosotros.

¿Qué hacemos con esto?

Las hijas de Silvia Lospennato, Agustín Rossi y Daniel Filmus entraron al recinto de la Cámara de Diputados como protagonistas en las decisiones que tomaron sus madres/padres a la hora de legislar. Las hijas que tienen medios para abortar de forma segura y más desburocratizada –aunque aún ilegal–, cuyos progenitores tienen además la llave de los amplificadores mediáticos. Hasta allí, todo verde. Y en las escuelas públicas de élite, el color casi uniforme. Y también en algunas privadas, provocando tensiones con los esquemas del colegio, y hasta con sus familias. Hijas blancas, con más o menos formación política, ofreciéndole a la democracia argentina argumentos demoledores en oposición a las barbaridades –no caben otros calificativos para mucho de lo proferido dentro del Congreso en la madrugada del 14 de junio– en contra de la ley. No tienen más de 20 años. Vemos a todas las adolescentes con pañuelos verdes. Pero no: es más bien una forma de metonimia, de tomar las partes por el todo, una especie de ilusión óptica.

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En las escuelas públicas populares se ve un escenario matizado: pocos pañuelos verdes, menos celestes, y una gran mayoría despañuelada. Son pibas y pibes de los barrios, para quienes este debate está abriendo un escenario de información compleja, que saben importante y que les atrae, pero no todavía como para militar una posición. Quienes han recorrido los barrios en las crisis lo saben: son las mujeres las que ponen de pie a las familias, a sus maridos, a sus hijos. Son las mujeres solas las que muchas veces, contra la violencia de género y la exclusión total, sostienen hogares haciendo lo imposible. Sus hijas hoy están aprendiendo la enorme complejidad de la soberanía de sus cuerpos. Nunca antes se había tratado detalladamente el tema en sus casas, sus aristas legales en tensión con las morales, las preguntas contundentes sobre el placer sexual y la maternidad, sobre el rol del Estado.

En las escuelas populares las chicas, sin decidirse si se calzan un pañuelo, están reformulando preconceptos instalados. Allí está la demanda más delicada: que la escuela esté a la altura del debate con información rigurosa pero, fundamentalmente, respetuosa de los tiempos y las preguntas de las y los alumnos.

Tal vez las escuelas populares, donde no hay posturas dominantes, se parezcan más a la sociedad en su conjunto y a la no linealidad de sus mecanismos democráticos: minorías militantes con posiciones tomadas, y mayorías silenciosas que están aprendiendo algo nuevo. En este caso, pibas y pibes que están aprendiendo también a opinar, a argumentar, a expresar su voz sobre algo tan íntimo como sus deseos.

La escuela, como agencia del Estado, debe garantizar el derecho de la libertad de opinión, del debate ordenado y sincero, debe orientar el disenso jerarquizando los argumentos. Debe garantizar la aplicación de la ley de Educación Sexual Integral. Debe enseñar que se está discutiendo, también, un derecho que opera sobre la materialidad más personal: el propio cuerpo. Es la hora, también de hacer una pedagogía del derecho.

* * *

La legalización de la interrupción voluntaria del embarazo permitirá a las alumnas embarazadas salir de la clandestinidad y decidir en mayor libertad. Les permitirá sopesar sus propias condiciones, sus propios deseos, y definir su futuro sin condenas legales ni morales. Así, el aborto legal será también una buena herramienta de inclusión educativa. Habremos derribado el tabú echando preguntas sobre él, haciendo florecer preguntas.

Que florezcan mil, cien mil, millones de preguntas. Que cada piba y cada pibe viva en un país donde tenga derecho a decidir sobre su cuerpo, donde entienda que no tiene derecho a decidir sobre un cuerpo ajeno. Va a suceder, si no es este año será pronto. Y en ese futuro, tan cercano, esta discusión, este mismo artículo, parecerán antigüedades.

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Fuente: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/y-usted-profe-que-opina-del-aborto/

Fotografía: Revista Anfibia

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Reestructuración salvaje en el Ministerio de Educación: el cajoneo de la LEN

Por: Manuel Jerónimo Becerra

Aunque la Ley de Educación Nacional sigue vigente, desde ahora cada gobernador decidirá cómo la aplica. ¿Qué rol le cabe entoncesl Ministerio de Educación que comanda Bullrich?.

Hace algunos años, Pablo Pineau, Nicolás Arata, Marcelo Mariño y Belén Mercado publicaron un libro titulado “El principio del fin”, que analizaba la política educativa de la última dictadura militar. En términos generales, organizar un sistema educativo es una apuesta a largo plazo, en el que concurren infinidad de variables, avances y retrocesos, consolidaciones y debilitamientos. Los mejores aliados para una política educativa fuerte son el tiempo y, en él, el sostenimiento de políticas que tiendan a ampliarlo y fortalecerlo. Los peores enemigos, por otro lado, son una vida institucional llena de baches y humos fundacionales que buscan barrer con lo construido previamente. Y ése es el proceso que se vivió durante la segunda mitad de los 70, y que estamos viviendo desde que Esteban Bullrich tomó la conducción del Ministerio de Educación (y ahora, Deportes) de la Nación: el fin de una forma de pensar y trabajar las políticas educativas.

Antecedentes

La tensión más fuerte, en la macropolítica del sistema educativo argentino, es la de centralización/descentralización. La gestión directa de las escuelas –su infraestructura, el pago de los salarios, los conflictos emergentes específicos, los mecanismos de apoyo– están bajo la jurisdicción de las provincias de forma total desde 1991, con la transferencia de los niveles inicial, primario, secundario y superior no universitario. De manera que, desde ese entonces, el Ministerio de Educación de la Nación es objeto de cuestionamientos: ¿Cuál es, específicamente, su función, si no tiene escuelas a cargo? Más acuciante se hizo esta pregunta, en tanto las políticas curriculares –qué materias se dictan, la duración de cada ciclo, los contenidos mínimos, etc.– se consensúan en el Consejo Federal de Educación, que reúne al titular nacional y a los de cada provincia, para dar cierta unidad al sistema.

Ante esta incertidumbre funcional, la Ley de Educación Nacional de 2006 dejó sentadas cuáles son las responsabilidades del Estado nacional y de los Estados provinciales respecto del sistema educativo. A partir de allí, la gestión nacional destinó una importante cantidad de presupuesto, personal y energía en articular con las provincias una serie de acciones tendientes a fortalecer la educación en todo el territorio. Aunque, por otro lado, la ley kirchnerista cristalizó aspectos que este autor considera perniciosos –no comenzó a revertir la sobrefederalización del sistema, ni la injerencia de la educación privada y ONG, ni avanzó sobre la laicidad del sistema, sino que dejó asentados por ley características que se habían configurado de hecho a partir de la Ley Federal de Educación–, esta norma planteó un marco que abrió un nuevo panorama de intervenciones específicas del Estado nacional sobre el sistema educativo.

De 2006 a 2017, la estructura ministerial se fue diseñando –algunas veces creando oficinas que se superponían entre sí– en torno a esta ley, que otorga un rol importante al Estado nacional. La Ley de Educación Nacional –esto es central aclararlo– está vigente.

Hechos

La gestión educativa de la Alianza Cambiemos, de la mano del Licenciado en Sistemas y Master en Business Administration Esteban Bullrich, comenzó incorporando a la estructura ministerial a la Secretaría de Deportes, a cargo del Colorado Mac Allister, quien fuera un rústico lateral izquierdo de Boca, Argentinos, Racing y Ferro. Con el comienzo del año 2016 y los tarifazos dispuestos por Juan José Aranguren, el funcionamiento de las universidades encontró un riesgo concreto, lo que derivó en una crisis que incluyó movilizaciones multitudinarias al Palacio Sarmiento. Eran las primeras líneas de un modelo educativo inconfesable. En julio se presentó el “Compromiso por la educación”, que esperaba instalar “la educación en la agenda y el corazón de los argentinos”, objetivo que claramente no ha logrado, salvo para cuando se producen situaciones de fuerte conflicto (el objetivo de fondo de este artículo es, precisamente, informar acerca de cuestiones que se mantienen en el más absoluto silencio mediático). A lo largo del 2016 se fueron produciendo tandas de despidos y desmantelamiento de programas y áreas clave del ministerio, a veces por goteo, a veces de forma masiva, con el objetivo de extirpar de la estructura estatal a la “grasa militante” que identificó Alfonso Prat-Gay. Y, ya sobre año nuevo, se dispuso una nueva tanda de despidos y la discontinuidad de los contratos de 2600 tutores virtuales, lo que derivó en movilizaciones y redadas policíacas dentro Ministerio, y el amedrentamiento de los trabajadores y sus representantes. Al mismo tiempo, la Secretaría de Hacienda de la Nación dio a conocer la subejecución casi 12100 millones de pesos en el Ministerio de Educación y Deportes durante 2016.

Efectuada la “limpieza” de parte de la burocracia heredada, en febrero se dispuso la completa reestructuración de las dependencias del Ministerio. Elorganigrama que había divulgado el Ministerio de Modernización apenas diez días antes ya era obsoleto: a partir del 2 de febrero de 2017 Direcciones Nacionales enteras dejaron de existir. La reestructuración se concentra en la Secretaría de Gestión Educativa (a cargo del blindado Max Gulmanelli, ex asesor del pedófilo condenado Padre Grassi), y afecta a la Secretaría de Innovación y Calidad Educativa, a cargo de María de las Mercedes Miguel (de quien hemos hablado cuando fueron publicados los lobbies de las neurociencias y de la conciencia fonológica) y al Instituto Nacional de Educación Técnica (a cargo de Gabriel Sánchez Zinny, quien es cotitular, junto a Esteban Bullrich, de una fundación off shore). Aunque “apenas” se reestructuran dos secretarías de un ministerio con muchas más dependencias, se trata precisamente de espacios en los que el Ministerio de Educación nacional lleva adelante sus políticas educativas específicas, para luego articularlas con las provincias. El resto de las dependencias tienen que ver con cuestiones meramente administrativas (despacho), o de formación docente (INFOD), entre otros etcéteras. Además, las secretarías en cuestión concentran a la mayor parte del personal del ministerio, justamente por las complejas y variadas funciones que la Ley de Educación Nacional le asignó.

Concretamente, la reestructuración implica:

Desaparición de la Dirección Nacional de Gestión Educativa, dependiente de la Subsecretaría de Gestión y Políticas Socioeducativas, que estaba a cargo del ex CEO de la tabacalera Philip Morris, quien renunció al grito de “en este país no se puede hacer nada, no sé para qué me vine”, y que pasó a ejercer funciones en Educ.Ar. Christie Newbery nunca pudo desarrollar una articulación fluida con las provincias, tal era su tarea principal. Esta desaparición deriva en:

Desaparición de las Direcciones de nivel (inicial, primaria, secundaria, jóvenes y adultos), que articulaban sus programas con las direcciones de nivel de las provincias.

Desaparición de las Coordinaciones de modalidades (rural, artística, especial, en contextos de encierro, domiciliaria y hospitalaria, intercultural bilingüe) y programas como Educación Sexual Integral.

Desaparición de la Dirección Nacional de Políticas Socioeducativas tal como estaba estructurada. Ésta agrupaba programas nacionales de inclusión educativa por fuera de los niveles/modalidades, como Orquestas y Coros, CAI y CAJ (centros de actividades infantiles/juveniles), Ajedrez educativo, becas para alumnos de pueblos originarios y judicializados, entre muchos etcéteras, claves para la inclusión educativa en todo el país.

El pase de la planta de esas dependencias –que son personal permanente o transitorio con sus contratos recién firmados– a diferentes agencias ministeriales, sujeto a negociación agente por agente. En principio, sin embargo, las funciones que desarrollaban las direcciones y subsecretarías extinguidas pasan a quedar bajo la órbita de María de las Mercedes Miguel.

La Coordinación de Fortalecimiento Educativo Territorial, a cargo de Guillermo Devitt (con experiencia como agente de bolsa), se mantiene intacta, ya que se especula que será parte central en, lo que hipotetizamos, se convertirá el Ministerio.

Implicancias e hipótesis

• La desaparición de estas dependencias deja librada a cada provincia si desean o no aplicar los programas cuyas decisiones eran centralizadas hasta ahora por el Estado nacional: de manera que, como ejemplificó @Lantos en Twitter, una provincia con educación pública religiosa por ley –como Salta, Catamarca o Tucumán– tendrá la potestad de decidir si implementa o no programas de Educación Sexual Integral, por poner un caso.

• Por otro lado, estas decisiones riñen frontalmente con la Ley de Educación Nacional 26.206 –insistimos, vigente–, pues a lo largo de todo su articulado pueden encontrarse referencias concretas acerca de las responsabilidades del Estado nacional y los Estados provinciales respecto de estas políticas: y las atribuciones del Estado nacional son indelegables. Esto puede –o no– redundar en conflictos con los ministerios de educación provinciales y reclamos el ámbito natural donde deberían dirimirse: el Consejo Federal de Educación. Sin embargo, no parece ser ése el camino elegido: la semana que pasó los gobernadores se reunieron sin Esteban Bullrich para diagramar estrategias de cara a las paritarias, yacordaron no poner un piso. La paritaria nacional docente, garantizada por la Ley de Financiamiento Educativo, ponía ese parámetro de base para evitar la desigualdad salarial entre las provincias y tender a cierta uniformidad. En síntesis: no hay paritaria nacional –violando la ley–, no hay reunión del Consejo Federal para presionar sobre los programas que quedan en suspenso –violando la ley– y el Estado nacional se deshace de ellos –violando la ley–.

• Aparentemente, las funciones que tenían las dependencias extinguidas pasarían a estar bajo la órbita de una “Dirección Nacional de Educación Inclusiva”, a cargo de Cristina Lovari –hasta estos días, Coordinadora de Educación Especial de la Nación–, dentro de la Secretaría de Innovación y Calidad Educativa que encabeza María de las Mercedes Miguel, quien toma a su cargo la responsabilidad técnico pedagógica fundamental del Ministerio, pero completamente vaciada.

• Así, el Secretario de Gestión Educativa, Max Gulmanelli, se desprende de los aspectos técnicos, pero conserva la Coordinación de Fortalecimiento Educativo Territorial, que organiza la Feria de Ciencias y las Olimpíadas, entre otros eventos. Estas instancias son muy “vendibles”: los funcionarios ministeriales como Bullrich, Gulmanelli, Devitt y quien se quiera sumar pueden salir en vistosas fotos con niños que se esfuerzan para lograr sus objetivos. Como hipótesis, podría decirse que el Ministerio de Educación se vacía, y se transforma en una especie de Ministerio de Propaganda Política Educativa. En los pasillos de calle Pizzurno se comenta que Gulmanelli y Miguel, además, tienen una pésima relación, en medio de las internas feroces que desata –dentro de los mismos funcionarios de la Alianza Cambiemos– la preponderancia de Marcos Peña en el diseño de las políticas educativas.

• Aunque la Dirección de Educación de Jóvenes y Adultos desaparece como estaba armada hasta ahora, no pasa a estar bajo el mando de Miguel y Lovari, sino que parecería transferirse al INET de Gabriel Sánchez Zinny, quien viene anunciando la conformación de una Agencia de Talentos y Formación Profesional, de conformación multiministerial –o sea, no sólo dependiente del Ministerio de Educación, sino autónoma–. El plan de terminalidad FinEs –para adultos que no han logrado egresar de su trayectoria escolar en tiempo y forma– pasaría a estar en esa estructura, destinada a implementar políticas que vinculan educación y trabajo. ¿Tenés 35 años, no terminaste el secundario? Andá a hacer un curso de tornería para que te contraten en una empresa con un régimen precario. Como afirma el mismo Sánchez Zinny, la idea de esta Agencia es dar participación a los gremios: en otras palabras, les ofrece a los sindicatos porciones de una interesante torta presupuestaria, además de mercados cautivos de potenciales afiliados. ¿Cómo resistirse a esa tentación?

• Estos cambios –salvo el tema salarial– no afectan de forma inmediata la cotidianeidad escolar, pero sí a mediano y largo plazo, cuando el abandono sea evidente y los docentes debamos hacernos cargo de una complejidad social cada vez mayor, con pibes el límite del sistema dejados completamente a la intemperie, con funcionarios que nos exigirán cada vez más por cada vez menos sueldo. El Ministerio de Educación de la Nación, y los planes nacionales de matemática y escritura, el Conectar Igualdad, la Educación Sexual Integral, orquestas y más etcéteras quedan expuestos a la mano invisible de la desigualdad educativa, sujeta al capricho y las posibilidades de cada gobernador de provincia. Todo se vuelve más transitorio, menos planificado, más urgente, más corriendo detrás del minué politiquero de turno. La función pedagógica del Ministerio de Educación de la Nación ha muerto.

• Con este panorama, lo único que el Ministerio de Educación conservaría de la gestión educativa sería su calidad de agencia de evaluación del sistema, ser un escenario para sacarse fotos con esforzados alumnos de todo el país, y organizar la provisión de mano de obra precarizada al mundo productivo. Nada quedará, por ahora, de inclusión educativa, de conformar una ciudadanía responsable y solidaria, de abrir el juego a la innovación pedagógica, de pensar colectivamente una sociedad integrada de cara a los nubarrones que amenazan al siglo XXI.

Fuente:http://www.laizquierdadiario.com/Reestructuracion-salvaje-en-el-Ministerio-de-Educacion-el-cajoneo-de-la-LEN

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La «revolución» educativa de Macri: ¿volver a alfabetizar por «conciencia fonológica»?

Por Manuel Jerónimo Becerra

Según notas en La Nación y Clarín el Gobierno nacional incentivaría el abandono de los métodos de alfabetización constructivista para volver a la «conciencia fonológica”. ¿Qué hay detrás del debate?

En apenas una semana, el diario La Nación publicó dos artículos con la misma protagonista, María de las Mercedes Miguel –Secretaría de Innovación y Calidad Educativa del Ministerio de Educación de la Nación– anunciando con bombos y platillos el ingreso al sistema educativo de cursos de capacitación para docentes en estrategias enmarcadas en la neurolingüística como paradigma rector de la enseñanza de la lectoescritura en los niveles inicial y primario. Por su parte, el diario Clarín se hizo eco también de esta restauración de “las buenas viejas prácticas pedagógicas que nunca deberían haberse abandonado”. Sin embargo, lo que parece plantearse como un debate pedagógico está en realidad plagado de falacias y aseveraciones taxativas que suenan a mala intención. Es estrictamente necesario separar ese tipo de chicanas del debate pedagógico saludable, constructivo y plural, precisamente para salvar las instancias que permiten pensar una mejor educación.

La paradoja de la burocracia obediente

Uno de los primeros aspectos en los que vale la pena detenerse es la idea de que cambiando un método de enseñanza de la lectoescritura desde el Ministerio de Educación de la Nación los problemas del sistema educativo se solucionan mágicamente. En primer lugar, el Estado nacional no tiene la potestad para cambiar los planes de estudio de los institutos de formación docente (en total, aproximadamente 1300 en todo el país incluyendo los niveles inicial, primario y secundario) ya que, en un sistema educativo federalizado estos establecimientos están bajo la jurisdicción de las provincias. Esto significa que, si bien los planes de estudio deben adecuarse a la normativa emitida por el Instituto Nacional de Formación Docente (Infod) y el Consejo Federal de Educación (CFE), cada proceso de reforma curricular implica un debate al interior de cada instituto –sus actores: docentes, estudiantes, graduados– y la necesidad de consensos, marchas y contramarchas. Reformulando: realizar una readecuación curricular de todos los planes de estudio para imponer sólo la conciencia fonológica como paradigma implicaría un estallido del debate en todos los institutos de formación docente, que no sería resuelto antes que finalice el mandato de, al menos, Mauricio Macri. Así que desde el vamos, se está planteando un debate que se topa con la estructura real del sistema educativo: mucho más expuesto a consensos y tensiones políticas que a volantazos coyunturales de la cúpula ministerial.

Pero aun en el escenario imposible de que se modificaran todos los planes de estudio del país para impartir una formación exclusiva en conciencia fonológica, resta el trecho –el abismo– que separa esa formación inicial de la práctica diaria. Como hemos explicado en este blog innumerables veces, y como sabe todo docente, las escuelas son espacios –como cualquier agencia estatal, u organización en la que intervienen, literalmente, millones de agentes– muy atravesados por las tradiciones y con tiempos yuxtapuestos. Llenamos registros de asistencia como en 1935 mientras armamos estrategias didácticas con el Age of Empires para explicar la revolución neolítica. Tratamos de innovar pedagógicamente pero copiamos en el pizarrón y dictamos para “disciplinar” a un curso que no se predispone para el trabajo pero sí responde a los estímulos más puramente conductistas de la liturgia educativa. ¿Qué significa esto? Que para que una modificación curricular se transforme en una práctica efectiva requiere un sinfín de capacitaciones, propaganda –en el sentido más perverso del término–, disponibilidad de materiales y, lo que es más difícil de todo, que haya una voluntad alerta, potente y sostenida en el tiempo (y financieramente) del Estado para asegurar la implementación exacta de los deseos de los expertos. Esto, como imaginará el lector, no sucedió jamás, en ningún aula del mundo.

En una oportunidad se le señaló a este blog cierta incomodidad que genera el uso analogías castrenses para referirse al sistema educativo (por ejemplo, cuando nos permitimos “ejército docente” para referirnos a la legión de personas que están a cargo de las aulas todos los días). Esa incomodidad es más pertinente en este caso, ya que los docentes no somos un ejército, precisamente, porque contamos al mismo tiempo con el margen de mediación que nos permite estar al frente de un aula (los soldados obedecen sin chistar a su general, en la escuela se construyen consensos), pero también con el hecho de que los expertos en educación no son los tirapostas del ministerio –más o menos académicos– sino nosotros mismos. Sabemos lo que es un aula, sus condicionantes, sus lógicas más o menos estables, las variables de incertidumbre que intervienen, los márgenes de maniobra. Sabemos leer a los grupos de chicas y chicos, sus comportamientos colectivos e individuales. Sabemos intuir cuando una estrategia didáctica está fallando, y cuándo podemos estar teniendo éxito, y cuándo ese éxito tal vez sea la punta del ovillo de una verdadera innovación. De manera que no sólo la conciencia fonológica no llegaría a las aulas de la forma en que Miguel y Borzone pretenderían, sino que sus archirrivales psicogenéticos tampoco llegaron a las aulas como Miguel y Borzone afirman que llegó. En las aulas reales –ésas que el sentido común circulante, los responsables políticos, y buena parte de la academia parecen desconocer por completo– se desarrollan estrategias mixtas: mezclamos psicogenética con conciencia fonológica, dictados con redacciones de tema libre, stalinismo ortográfico con el foco en lo conceptual, lectura de manuales con registros de debates en casa.

La innovación real, concreta, transformadora del sistema educativo no está en las universidades ni en los ministerios: está en las aulas de inicial, primaria, secundaria y formación docente, y sus diseñadores son agentes anónimos que no tienen ningún reconocimiento más que el afecto y la emancipación agradecida de sus alumnos. Sin dudas, se trata de una minoría de profesionales, pero una minoría profundamente dinámica que sigue trabajando en condiciones de precarización absoluta, ante la desidia y el abandono estatal, viendo cómo se mueren sus alumnos víctimas de la violencia y del consumo. La innovación pedagógica ya pasó, y pasa todos los días, sin que los decisores se enteren. Y nadie, absolutamente nadie en los organismos estatales de diseño de políticas educativas tiene el más mínimo interés en convocar esas experiencias para replicarlas. Tampoco podemos, los docentes, producir teoría sobre esas estrategias mixtas e innovadoras: no cobramos un salario que nos permita investigar, publicar y divulgar nuestros desarrollos, pues los sueldos nos alcanzan para comer, vestirnos, viajar hacinados y, cada tanto, ir al cine o al teatro o a cenar afuera. El resto del tiempo estamos frente al aula.

Sin embargo, los elencos educativos –especialmente los que parten de una mentalidad empresaria– aún fantasean con un ejército de hombres y mujeres de guardapolvo blanco que aguardan órdenes para cumplirlas sumaria y precisamente, y si no se obtienen los resultados esperados vendrá un nuevo intento de volantazo para reparar el error. Sic transit gloria mundi, en un encabalgamiento de paradojas que se perpetúan en el tiempo; pasan los elencos ministeriales, pasan los think tanks, y quedamos los docentes.

Falacias de diseño

En el artículo de La Nación, como dijimos, se cita a Ana María Borzone, quien fue invitada como “experta” al Ministerio de Educación para aportar sus perspectivas sobre la conciencia fonológica. Las otras “expertas” citadas son Beatriz Diuk y Florencia Salvareza. Esta última aportaría su punto de vista desde el campo de la neurociencia para trabajar con el paradigma de la conciencia fonológica. Este “método” de enseñanza de la lectoescritura, que se utilizaba de forma predominante y oficial en nuestro país hasta la década de los 80, aparece en la nota como contrapuesto a la psicogenética de raíz constructivista piagetiana. Queda establecida desde los artículos en los dos diarios más importantes de la Argentina una batalla pedagógica entre dos “métodos” que se presentan como mutuamente excluyentes, como un Boca-River, como una grieta. Borzone llega a afirmar en Clarín, incluso, que el “método” de la conciencia fonológica está “prohibido” en nuestro país desde la década de los 90. Presa de la ignorancia, de un abuso de imaginación conspirativa, o de lisa y llana mala fe, Borzone omite que en los diseños curriculares –los lineamientos básicos para la enseñanza en cada nivel educativo–, al momento de abordar los primeros pasos de la lectoescritura, se proponen estrategias combinadas –la conciencia fonológica se centra más en el entrenamiento y habituación del sonido de las letras, mientras que la psicogenética aborda la lectoescritura de forma más integral, haciendo más énfasis en los usos sociales del lenguaje y la experiencia de la expresión–. Esta mixtura de paradigmas responde a lo que se afirmaba antes sobre la dinámica del aula: la multiplicidad de factores que inciden en el trabajo educativo cotidiano obliga a echar mano a diferentes estrategias para llevar adelante la tarea. Ningún docente utilizó durante toda su carrera un solo “método”, por más ortodoxa o disruptiva que fuera su práctica. Nobleza obliga, sí debe admitirse una proscripción pedagógica, pero en sentido inverso al que plantea Borzone: en 2015 el PRO intervino en la Escuela de Maestros de CABA para efectivamente cerrar un postítulo en alfabetización, pero centrado en estrategias psicogénicas, justamente el paradigma que Borzone plantea como dominante y monolítico.

¿Cuál puede ser el objetivo de plantear que la conciencia fonológica es un tabú en Argentina, cuando no sólo no lo es, sino que está asumido como parte de las prácticas usuales? Como hipótesis, podríamos plantear que el objetivo es apelar a los discursos nostalgiosos sobre la educación: el clásico “cuando yo iba a la escuela [inserte práctica pedagógica virtuosa que al ser abandonada abrió la puerta a la decadencia y el caos]”. Hemos planteado varias veces que la nostalgia es uno de los recursos preferidos de la derecha pedagógica –tal vez el único que tiene–, y que es un relato de mucha pregnancia en el sentido común. Es probable que eso se deba a que toca las fibras sensibles de la fábula meritocrática que ha llevado a cada individuo a creerse la culminación de un esfuerzo que fue acompañado por una escuela marcial e intransigente que nos obligó a superarnos a nosotros mismos. Y las falacias de ese “esfuerzo” vinculado al sufrimiento y la dificultad le dicen al lego interlocutor: “Esto que sos vos, este humano completo, sólo fue posible gracias a aquellas buenas viejas prácticas”. Los problemas del presente, entonces, son “todos problemas de educación”, y se vinculan directamente con un relajamiento de esa marcialidad e intransigencia, con el “aprobar a todo el mundo”, con el “facilismo”. Y acá se presenta, precisamente, a la psicogenética como parte de un cúmulo de nubes conformadas por un supuesto progresismo pasado de rosca que en su afán de contener terminó en el pandemónium de la permisividad y el cambalache: todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor. Para la fábula meritocrática, nada mejor que decirle al que se intenta seducir: “Vos sí sos mejor”. Se consiguen así multiplicadores de los discursos que ven en los problemas educativos de hoy las consecuencias de –en este caso– haber aplicado la psicogenética y abandonado la conciencia fonológica: empiria pura. Pero no: no es empiria, es falacia. Los dos enfoques conviven en las aulas, y nunca dejaron de hacerlo. Negarlo es desconocer las aulas reales o tener intereses que están velados a primera vista.

Adicionalmente, las palabras de la referente de la psicogenética que cita el artículo, Mirta Castedo, no suman –tal como están presentadas en el artículo de La Nación– al debate. Más bien, parecen balbuceos de alguien que no puede defender satisfactoriamente su postura. El arte con que se confeccionó la nota de Luciana Vázquez parecería tender a postular los planteos de Borzone y Miguel como los positivos -anclados en datos duros e irrefutables- y los de Castedo como inconsistencias. Sin embargo, el mismo día de la publicación, Castedo realizó un descargo en su perfil de Facebook donde niega algunos de los dichos que se le atribuyen, afirma que otros fueron tergiversados y aporta información relevante al debate –sí– pedagógico, que aparece como sedimento –y no como caudal– de todo este ruido mediático. Es recomendable detenerse en las objeciones que plantea (su perfil es público), pues comienza a descascarar el relato monolítico y definitivo que aparece en el artículo, complejizando sus variables. Y, como hemos dicho tantas veces, el sistema educativo es un universo multidimensional, donde el reemplazo de una pieza no soluciona los problemas generales. La educación en Argentina no es un coche al que se le terminaron las pastillas de freno, entonces hay que reemplazarlas y vuelve a andar bien. Se parece más a un portaaviones a la deriva, todo oxidado y con marineros medio muertos de hambre, con buena parte de las piezas que es necesario reemplazar en espacios del barco medio inaccesibles y muy separadas entre sí.

Business are business

Pues entonces, ¿Cuál es el objetivo de este presunto debate? Debemos retomar el punto inicial. Dos artículos, con escaso tiempo de diferencia entre sí, con dos factores en común: la introducción de actores que vienen a aportar perspectivas “novedosas” para solucionar mágicamente los problemas educativos. Y una protagonista: María de las Mercedes Miguel. Afirmamos ya que modificar los planes de estudio de todo el país para orientarlo exclusivamente hacia la conciencia fonológica es una quimera irrealizable en el corto y en el mediano plazo. Pero el PRO, durante sus 9 años de gestión en la Ciudad de Buenos Aires, tejió alianzas con fundaciones vinculadas a ONG –muchas de ellas derivadas de las iniciativas de responsabilidad social empresaria con pata educativa, que les permite a corporaciones con sede en nuestro país desgravar impuestos–, y que tienen en un creciente ejército –ahí sí– de “voluntarios” sus recursos humanos para tender hacia la innovación pedagógica que, según Esteban Bullrich y el resto de sus cuadros educativos –Miguel entre ellos–, es imposible con los docentes profesionales. Así, las ONG atraen con una propuesta lavada y presuntamente desideologizada a jóvenes profesionales y estudiantes de las clases medias y altas a quienes les picó el bichito del compromiso social, y que terminan siendo la carne de cañón precarizada laboralmente para ir desplazando por goteo a los docentes de su rol. En CABA –el gran laboratorio político del PRO para su proyección nacional–, de hecho, ya se ha tercerizado en estas organizaciones no gubernamentales la Red Comunitaria de Apoyo Escolar: una oferta del Ministerio de Educación local para acompañar las trayectorias escolares en territorio. Si se busca en esa red a profesores particulares, ya no los encontrarán: tal vez sean estudiantes de márketing o relaciones públicas de una universidad privada que están enseñando a dividir y multiplicar.

Las ONG, a su vez, contratan a docentes e investigadores para brindar una mínima capacitación sobre didácticas y pedagogías a sus voluntarios. Y, como para muestra basta un botón, los materiales utilizados por la Red de Apoyo Escolar fueron los del programa DALE (“Derecho a Aprender a Leer y Escribir”) que está a cargo de Beatriz Diuk, estrecha colaboradora de Borzone como se puede advertir en los cuadernillos del programa (el maridaje entre DALE y la Red de Apoyo Escolar terminó en un pedido a la Escuela de Maestros de CABA para recibir a estos voluntarios en el marco de una capacitación con estrategias diferentes a las de DALE, que no habían dado el resultado esperado. Vale recordar que la Escuela de Maestros tiene como función única capacitar a docentes profesionales del sistema educativo público, y no a voluntarios de ONG sin título habilitante).

En síntesis, las “expertas” convocadas para realizar la consulta sobre cuestiones pedagógicas ya tienen en curso asociaciones bien concretas con la gestión de CABA, que resulta ser del mismo signo político que la gestión nacional.

Hipótesis y contexto

Surgen entonces algunas preguntas: ¿Por qué el Ministerio de Educación de la Nación presenta escenarios de renovación pedagógica que, dada la estructura del sistema educativo son irrealizables en el corto y mediano plazo, y su ejecución implicaría una nada desdeñable cantidad de Institutos de Formación Docente en estado asambleario? ¿Por qué insistir con un enfoque de una teoría pedagógica que –como plantea Castedo en su descargo– ni siquiera es el más renovador dentro de ese mismo paradigma? ¿Acaso busca situar un tema en agenda apelando a la nostalgia educativa de un público poco avezado en las sutilezas del campo educativo? ¿Con qué fin? ¿Será el de ampliar las alianzas entre el Estado y los programas a cargo de las “expertas” convocadas, de forma análoga a como parece estar planteada la relación entre el Ministerio de Educación de la Nación y el neuronegociado? ¿Será, en vez de un debate pedagógico, la simple puesta en funcionamiento de un lobby educativo que busca consensos más amplios con mensajes simplificadores? Son cuestionamientos que sería interesante dilucidar.

Por último, es pertinente incluir en este análisis el dato de que Emilia Ferreiro, señalada en el artículo de La Nación como la ideóloga de la psicogenética educativa y sus métodos, visita el país en estos días, en el marco de las Jornadas Internacionales de Escritura y Alfabetización que se realizan en la Universidad Nacional de La Plata. Emilia Ferreiro aplicó sus hipótesis sobre poblaciones vulnerables de diferentes países, y los resultados de sus indagaciones son de dominio público. A partir de ellas es que se trazaron algunas directrices que responden a algunos de sus planteos y que fueron incluidas como partes importantes de las estrategias oficiales de enseñanza de lectoescritura.

Este dato podría también ayudar a comprender por qué justo en el mismo momento en que Ferreiro visita nuestro país sale una nota atacando frontalmente sus postulados generales con tergiversaciones y simplificaciones brutales. ¿Aprovechar la coyuntura para, rebotando en Ferreiro, darle más visibilidad al nuevo-viejo “método” de la conciencia fonológica? Más preguntas. Todas ellas, divorciadas de las aulas reales, donde todos los días los docentes hacemos de nuestro trabajo un cadáver exquisito de verdades e intuiciones lejos de las marquesinas y el glamour de la siempre pasajera alta política.

Agradecemos a las compañeras docentes que aportaron información valiosísima para esta publicación y a los que comenten con sus opiniones.

* Publicada originalmente en el blog del autor

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/La-revolucion-educativa-de-Macri-volver-a-alfabetizar-por-conciencia-fonologica

Imagen: www.laizquierdadiario.com/local/cache-vignettes/L653xH368/arton60211-38967.jpg?1479783791

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