15 de febrero de 2017 / Fuente: http://compartirpalabramaestra.org
Por: Miyer Pineda
Hay un libro que todo aspirante a docente -y con el tiempo a maestro- tendría que leer. Se trata de Lecciones de los maestros (2007) del inmenso George Steiner.
Este hombre, que ha sido una de las mentes más brillantes en el campo de las Humanidades, se propone en este libro infinito hacer un rastreo de la relación que se teje entre maestro y discípulo.
Cabalga por llanuras en busca de ejemplos icónicos, traspasa el límite de lo secreto para resguardar con dignidad la intimidad y navega en mares de tiempo para escribir fábulas y parábolas reales que harían parte de un museo de las artes de la pedagogía y de la infamia.
Porque sí, hay que decirlo -y Steiner lo comprueba-, este campo de la enseñanza está imbuido no sólo por las virtudes de la condición humana, también por sus hondos y complejos malestares.
Steiner explora los problemas del pedagogo que destruye y tortura al discípulo; el del discípulo que niega, traiciona y crucifica a su maestro; el del maestro de maestros; el de la fructífera relación que se teje cuando un discípulo logra congeniar con su maestro; el de la envidia y la guerra intestina que se teje en los círculos académicos; el del maestro negado en el campo dentro del cual se desempeña; el del maestro que logra erigirse como la conciencia humana de una sociedad; el del académico parasitario; el del académico que no soporta la competencia y cede a la envidia y al odio y se autoproclama detector de diletantes; el del asombro de la literatura frente a esas relaciones que rodean al pensamiento.
Hay más tópicos, por supuesto, pero deja para el final el abordaje del problema de la sociedad de masas y su uso de los medios de comunicación; para Steiner estos avances parecieran frivolizar y dislocar los procesos de producción de saber en las aulas; ese momento mágico en el que los seres humanos se acercan a la belleza, al asombro, o a ciertas formas de la felicidad.
¿En qué momento se produce la enseñanza? ¿Son válidas las tesis que se enfocan en atender “factores superficiales” (167) como el temperamento o el tono de la voz? ¿Qué impacto ha tenido la especialización del saber en feudos que se alejan cada vez más unos de otros? ¿Qué impacto tiene para un trasfondo ético el hecho de que haya docentes de áreas relacionadas con las ciencias que no se toman un tiempo para pensar los problemas del entorno o de lo humano? ¿Qué hacer en esta maraña de información que ha ocultado en capas y capas la figura del maestro? ¿Aportan algo los docentes en las escuelas alejadas del mundo o aquellos que afrontan los bestiales ruidos de lo urbano? ¿Ante quién se levantan ahora los alumnos? ¿Qué relación se teje entre la ética y la enseñanza en tiempos de guerra cuando incluso existen docentes seguidores del asesino y su venganza?
A este respecto quizás el único maestro que le faltó a Steiner fue Miguel de Unamuno, el sumo sacerdote del pensamiento que opuso la Razón a los fanáticos de la mutilación en el marco de la Guerra civil española.
Estas y muchas preguntas propone Steiner y luego las responde con esa fina prosa producto de su tradición cultural como judío y riguroso lector. Doce mil libros lo resguardan en su biblioteca.
Lo de judío puede señalarse porque resulta fascinante el hecho de que esta cultura conciba la posibilidad de conocer la divinidad a través de las palabras, así que educan a sus niños en el arte de la exégesis, es decir, en el arte de interpretar rumiando.
De allí la importancia de la poesía para Steiner, es una provocación de sentido, la búsqueda del envés en lo real. No es gratuito que termine el libro con un poema de Nietzsche; con él nos señala que todo placer busca eternidad, y uno de los placeres más dignos que existe es el de la enseñanza, sobre todo en un presente en el que esa milenaria profesión es aplastada por frentes políticos, económicos e ideológicos que se han propuesto mutar (matar) la Escuela, y obligarla a dejar de ser espacio de humanización y libertad para convertirla en espacio represivo de alienación y homogeneización; hoy en día el docente es un empleado y la escuela una fábrica.
En una de las últimas entrevistas que ha dado Steiner plantea que las dinámicas actuales están matando los sueños de los niños; y en cuanto a la relación poesía- escuela, señala la perversa estrategia de negación de la memoria que se adoptó en nuestra educación:
“Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria. Y que no hace nada para que los niños aprendan las cosas de memoria. El poema que vive en nosotros vive con nosotros, cambia como nosotros, y tiene que ver con una función mucho más profunda que la del cerebro. Representa la sensibilidad, la personalidad”[1].
Más allá de eso, lo que debe preocuparnos es la insistencia que tiene nuestro sistema escolar en impedir que los niños vivan e incluso en que cometan sus propios errores, esto a la postre les permitiría convertirse en mejores seres humanos; “Un profesor que no deja a sus alumnos pensar en utopías y equivocarse es un muy mal profesor”.
Steiner es un agudo analista; enseña que no se puede pensar el mundo si no se regresa a los grandes maestros; incluso luego de leerlo se comprende que el mundo se dejó en manos de seres inhumanos adictos al dinero y al poder; por tanto la cruzada consiste en educarse para tomar las riendas del país y del mundo; porque ser lector de los problemas del mundo implica pararse en hombros de gigantes: en este caso, en hombros de maestros.
Steiner en la entrevista cita a uno de ellos, Aristóteles: “Si no quieres estar en política, en el ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si los bandidos te gobiernan”[2]. Así tendríamos una dinámica que es urgente atender: la educación se juega su legitimidad al confrontar a los bandidos. Por eso los bandidos lesionan cada vez más la dignidad del Magisterio, por eso Steiner termina concluyendo que “una sociedad como la del beneficio desenfrenado, que no honra a sus maestros, es una sociedad fallida” (p. 173).
Resulta increíble el compendio que realiza Steiner; estos son algunos de los conmovedores personajes sobre los que regresa en su libro para ilustrar el peso que ha tenido el Magisterio a través de milenios: Heráclito, Pitágoras, Quirón, Empédocles, Sócrates, Platón, Jesús, Plotino, Agustín, Dante, Shakespeare, Pessoa, Goethe, Antonio Negri, Mallarmé, Shopenhauer, Nietzsche, Beethoven, Flaubert y Maupassant, Tycho Brahe y Kepler, Kafka y Brod, Husserl y Heidegger, Heidegger y Arendt, Nadia Boulanger y Simon Weil; también repasa algunas historias de la tradiciones judía y japonesa; científicos y matemáticos, deportistas y novelistas. Decenas de personajes y relatos que harán que nos enfrentemos a múltiples escenarios que han determinado el devenir cultural del mundo.
Para terminar es necesario decir que Steiner concibe al maestro como un “servidor, el correo de lo esencial”, un cómplice que propicia la trascendencia, y que esto debemos tenerlo presente ahora más que nunca cuando pareciera que niños y jóvenes se encuentran atrapados en redes y redes de pobreza, miseria y estupidez. Despidámonos con sus palabras:
“El deseo de conocimiento, el ansia de comprender, está grabada en los mejores hombres y mujeres. También lo está en la vocación de enseñar. No hay oficio más privilegiado. Despertar en otros seres humanos poderes, sueños que están más allá de los nuestros; inducir en otros el amor por lo que nosotros amamos; hacer de nuestro presente interior el futuro de ellos: ésta es una triple aventura que no se parece a ninguna otra” (173).
[1] http://cultura.elpais.com/cultura/2016/06/29/babelia/1467214901_163889.html
[2] http://cultura.elpais.com/cultura/2016/06/29/babelia/1467214901_163889.html
Fuente artículo: http://compartirpalabramaestra.org/columnas/una-sociedad-que-no-honra-sus-maestros-es-una-sociedad-fallida