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El colegio a la calle: indígnate y actúa

25 de julio de 2017 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org

Por: Miyer Pineda

En términos pedagógicos, la respuesta está en la noción de didáctica.

En varios artículos he hecho referencia al problema de la Escuela como dispositivo retórico; ha dejado de ser un espacio de construcción de sentido de la ciudadanía y de resistencia política desde el conocimiento, para volverse una guardería de niños a merced del discurso populista de turno, y dirigida por capataces más que por Maestros.

Es una discusión que se evita porque toca fibras sensibles envueltas en relaciones de poder, y en un escenario de ese tipo, no se dialoga ni se buscan acuerdos sino que se imponen prejuicios. Esa dicotomía afecta el clima laboral y desestimula el liderazgo; si  por un lado van los que mandan y por otro los que obedecen, se obedece pero no se cumple; o se cumple pero sin convicción.

Pero el problema va aún más allá, porque sin diálogo, los que mandan, envueltos en su ego, se pierden de la posibilidad de reflexionar sobre otras visiones que podrían enriquecer la Escuela. De hecho, lo que se percibe es que incluso esas actitudes pueden ser nocivas porque no tienen idea de las dinámicas que se presentan en las instituciones educativas hoy en día.

Con esto se hace referencia, el primer lugar, a esos funcionarios del MEN y de las Secretarías de Educación, tan expertos en visitas y auditorias, y en emitir circulares y directivas, pero tan alejados de la realidad de un entorno escolar; y  en segundo lugar, a esos directivos expertos en interpretar de manera amañada la normatividad que rige horarios y derechos laborales de docentes, desconociendo las implicaciones de esas interpretaciones subjetivas.

Basta con poner como ejemplos el problema del hambre en una jornada única, o el problema del asistencialismo, pretexto poderoso para que muchos padres de familia consideren la Escuela como ese lugar donde pueden deshacerse de sus hijos.

A ninguno de estos funcionarios les interesa esa parte de la historia porque ellos comen bien, y no entienden lo que pasa en muchas aulas: nadie puede pensar con el estómago vacío.

Sin embargo el mundo continúa girando. Y el país descuadernado en el que vivimos, observó, por ejemplo, el desfile del 20 de julio, sin pensar en la millonada que cuesta sostener ese aparato militar, y en los posibles beneficios que tendría la paz en ese aspecto. Observamos ese desfile militar en la TV, y no creemos que haya corrupción en ese honor, y descreemos de ese dicho popular entre las filas que dice que la plata para la comida del soldado, a veces alcanza hasta para la comida del soldado.

Y en las redes, el humor haciéndole frente con valentía a ese otro país fanático y mentiroso, mientras al otro lado del mundo los deportistas son quienes sacan la cara por nosotros, aliviando los comentarios de senadores que no saben ya qué más inventarse para desprestigiar a quienes fueran sus aliados.

Ahora, ¿es posible hacerle frente a estos malestares desde la Escuela? ¿Cuándo entenderemos que urge una educación que resignifique su función social, en la que se discuta la realidad tal como es, y en la que se plantee y se propongan soluciones?

Pero hasta aquí, esto también es retórica barata: discurso y activismo, porque el problema es entonces cómo sacar el colegio a la calle;  cómo hacer para que el saber se encarne y comience a edificar ciudadanos modernos y comprometidos con una ética pública. He ahí la cuestión… Y por eso nuestra propuesta:

En términos pedagógicos estoy casi convencido de que la respuesta está en la noción de didáctica. Para ilustrar la idea, compartiré, por ahora, un par de anécdotas con la comunidad lectora de Palabra Maestra.

El año 2016, el día de las elecciones de nuestro Gobierno Escolar, también realizamos un Plebiscito sobre el proceso de paz pero con una pregunta diferente, cuyo SÍ –de ganar- fungiría como un mandato dirigido a todo frente político que aspirara al poder en este país; se trataba de un mandato desde la Escuela a los políticos de Colombia tan expertos en el manejo retórico pero tan alejados de la ética pública.

Sobre la experiencia escribí un artículo que publicó Palabra Maestra [1], teniendo en cuenta, además, un proyecto didáctico que compartimos en el blog de nuestro proyecto Mnemósine [2]. Fue sorpresivo cuando meses después, el Gobierno comunicó que los acuerdos de la Habana se refrendarían a través de un Plebiscito, aunque no nos sorprendimos mucho porque alcanzamos a prever que en nuestra ciudad ganaría el NO, como efectivamente sucedió.

Mientras en la Escuela alcanzábamos a comprender la importancia de la negociación con las FARC, los adultos se encontraban a merced de una campaña mentirosa y calculada para echar abajo los acuerdos. Pudo más el odio que el perdón; pudo más la estrategia política mentirosa para conseguir votos, que la posibilidad de construir una nación sin guerra.

Y la historia siguió. Entonces decidimos continuar con el ejercicio didáctico de poner a funcionar un mecanismo de participación ciudadana en el 2017.

Pensamos en el peor de todos los males, el más terrible que tenemos; incluso más atroz que las FARC, el Paramilitarismo o la delincuencia común (ya salvajes de por sí…); se trataba de elegir un mal peor que esos males juntos, así que dimos con ese tumor maligno que se encuentra enquistado en el discurso de los políticos populistas de turno: la Corrupción.

Comprendimos que el político corrupto en Colombia es capaz de distraernos con el discurso de la guerra para poder seguir robando. Discutimos en clase sobre ese problema; sobre lo vergonzoso que resulta para una sociedad desconocer o no entender que se roban al año 50 billones de pesos, mientras nos distraen con telenovelas, músicas baratas y odio al prójimo.

Pero es tan basto el problema que decidimos enfocar nuestra atención sobre las instituciones que son más corruptas y que por esta razón tienen la peor imagen… y adivinen quién ganó: el honorable Congreso de la República. Averiguamos por los salarios de los Congresistas mientras explicábamos sus funciones; buscamos noticias sobre sus escándalos mientras nos indignábamos al comparar su salario con el de un empleado o con el de un pobre.

Decidimos entonces hacer una Consulta Popular que posibilitara bajarle el sueldo a estos funcionarios, mientras conocíamos un intento de revocatoria al Congreso que hizo en alguna oportunidad, Camilo Romero, el actual Gobernador de Nariño, o conocimos el concepto vergonzoso de Parapolítica (que demostró que la democracia se encuentra en nuestro país a merced del asesino), y finalmente, nos acercamos al nombre de una mujer ejemplar, quien se propuso hacer algo para vencer la retórica y combatir la corrupción; se trataba de Claudia López, quién había visto cómo se hundían sus iniciativas para bajar el salario de los honorables congresistas.

Luego de discutir y de conocer muchas preguntas posibles que irían en el tarjetón, entre todos nos decidimos por las seis siguientes porque resguardaban nuestra capacidad de indignación:

1. ¿Está usted de acuerdo con que se disminuya el número de congresistas de 268 a 110, y que el dinero ahorrado en el pago de estos salarios se puede invertir en las necesidades más urgentes de la población infantil? 2. ¿Está usted de acuerdo con que el aumento salarial anual de un congresista no exceda la mitad del porcentaje que se le aumenta a una persona que gana el mínimo y que el dinero que se ahorre en salarios, se destine específicamente a solucionar las causas de las muertes de los niños por hambre y por sed? 3. ¿Está usted de acuerdo con que se le reduzca el 50% del salario a los congresistas? 4. ¿Está usted de acuerdo con que todos los gastos que requiera un congresista, en un 50% sean cubiertos con su propio salario? 5. ¿Está de acuerdo con aplicar la cadena perpetua a los corruptos y sus testaferros, en cárceles de máxima seguridad, ya que sus vergonzosas actuaciones causan la muerte de miles de colombianos? 6. ¿Está usted de acuerdo con que el dinero que se destinaba para la guerra se destine para la educación y la salud de los colombianos?

Y en todas las preguntas ganó el SI. Por supuesto que se trata de un ejercicio didáctico para pensar en la importancia de los mecanismos de participación ciudadana mientras nos indignamos por la falta de Ética de la clase política colombiana; pero el resultado dice mucho de estos futuros electores y ciudadanos.

¿Cuántas veces el proyecto para bajarles el sueldo a los congresistas fue aplastado por esos partidos que dicen luchar contra la corrupción? Nuestra idea nació de la impotencia, y mientras Claudia López comenzaba el proceso de su campaña para vencer al corrupto desde los primeros días de febrero, nosotros una semana después realizábamos nuestra consulta.

Claudia López es de las pocas senadores que ha hecho algo concreto para combatir la corrupción, y por eso es un modelo a seguir. Nos dijo que dejáramos de quejarnos (la forma más elemental de la retórica) y que comenzáramos a actuar…

… Hace unas semanas se me acercó Ariana Alejandra; una estudiante de grado décimo que tiene 16 añitos. Me preguntó si le colaboraba con una firma en uno de los formatos de la consulta anticorrupción que lideraban Claudia López, Angélica Lozano, el senador Antonio Navarro, y muchos Quijotes más. Recogió 239 firmas en esta ciudad de lento amanecer. Salió sola a la calle. A veces salió con la mamá. ¡Qué lección! Llevó el saber del colegio a la calle. Ni siquiera tiene edad para votar Ariana y se indigna ante lo que ocurre: No es ético que estos personajes tengan esos salarios; puede ser legal pero no es ético. Ariana comenzó a actuar, esa fue su lección: indígnate y actúa; esos dos elementos son fundamentales en la enseñanza y en la Escuela del posconflicto. La indignación y la acción van de la mano; la indignación sin acción no sirve de nada porque estamos acostumbrados a cambiar de canal, y la indiferencia se ha vuelto una de las herramientas más poderosas del corrupto.

¿De qué hablar en clase el día de mañana? De la necesidad de recuperar nuestra capacidad de indignación, y de la importancia de volverla productiva, votando bien y actuando guiados por un profundo sentido ético y por el inmenso valor civil que implica soñar un país justo, en el que esos padres de la patria dejen de ser tumores, parásitos y sanguijuelas, y comprendan que podrían marcar la diferencia, en el proceso de lograr un país más justo. Ahí nos vemos, y felicitaciones para las Arianas del reino, y a esos Quijotes quienes recogieron las firmas. Y si pueden, visiten nuestro blog www.quebecmnemosine.blogspot.com.


[1] https://compartirpalabramaestra.org/columnas/ya-hicimos-el-plebiscito-con-una-pregunta-diferente


[2] http://quebecmnemosine.blogspot.com.co/2016/07/mnemosinequebec-plebiscitopor-la-paz-1.html

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/columnas/el-colegio-la-calle-indignate-y-actua

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Porque los profes también leen

21 de junio de 2017 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org

Por: Miyer Pineda

Una reflexión a propósito de la novela ‘Los muertos’ de Jorge Carrión.

Leí Los muertos (2010) en unas cuantas horas; esa poderosa novela de Jorge Carrión que poco a poco se vuelve un clásico de la literatura. Hace mucho no leía en los terrenos literarios un texto así. No era uno de esos típicos novelones pseudo-existencialistas cargado de injertos y de hallazgos fáciles que ahora se imponen ofrecidas como el secreto más grande –hay que decirlo- del mercado. Los muertos es una maquiavélica construcción; una suerte de caja china con la que el lector se distrae hasta que cae en un laberinto que lo pone a cuestionar múltiples nichos en los que intentaba refugiarse.

Me recordó la novela Los detectives salvajes (1998) aun sabiendo que el laberinto de Bolaño extraviaba al lector en el desierto y en otras zonas muertas propias de su extensión; también me recordó The fight club (1996) de Chuck Palahniuk, consciente de la voluble pesadez que impone el ritmo de esa nocturna y extraña forma de resistir el mundo que significa esta novela.

Pero Los muertos es otra cosa; me recordó a Huxley: “¿Y si este mundo fuera el infierno de otro planeta?”. La novela de Carrión es un rigor distinto que recorre los rituales de las últimas generaciones que son lúcidas y conscientes de su mundo; de la virtualización terrible de las emociones.

Y al fondo la novela de Phillip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?  O incluso las Crónicas marcianas de Ray Bradbury con Blade Runner (1982) de fondo.

También el guiño al cine: me recordó Soy leyenda (2007), pero sobre todo Seven (1995); películas que nos dejaron habitar el infierno, la ciudad de Nueva York, uno de los círculos del infierno de Dante.

Sin embargo estoy siendo sesgado: la novela también se ofrece como un diálogo sobre el impacto en la construcción de lo humano que ha sostenido la industria del entretenimiento y su simbiosis con el arte durante las últimas décadas.

He dicho los rituales de las últimas generaciones, y entonces debo señalar algunos de ellos para dar cuenta de uno que otro de los problemas que nos plantea esta novela:

La televisión como una suerte de matrix a través de la cual nos encontramos con nuestras emociones y con nuestra necesidad de complejidad; y no estoy hablando de la estupidez que la mayor parte del tiempo nos inyectan a través de ese aparato; recordemos que R-H Moreno Durán decía que la televisión no era más que un poco de propagandas interrumpidas por unos programas; no, hablo de la complejidad laberíntica que se encuentra ahora en esos recintos a través de series que hacen las veces de folletines contemporáneos y que logran seducir por su poder argumental.

Se tiene que aceptar que hay series de televisión que se pueden considerar como obras maestras. Personalmente considero que Breaking Bad logró unos  niveles únicos y hasta ahora insuperables de rigor estético; y son ese tipo de series las que se terminan convirtiendo en parte de la banda sonora de nuestro ocio vital; camino que había sido inaugurado por The Wonder Years a finales de los ochenta.

En la novela también se encuentran los problemas de la ficción y de la realidad, o el de los derechos que poseen los personajes de ficción a morir dignamente, a que los dejen tranquilos, a que no abusen de su memoria, ni de sus restos. Sí, así como lo leen. Y de la mano con este tópico, tenemos el dolor que produce la muerte de uno de estos personajes. Recuerdo una anécdota que contaba el poeta Jorge Eliécer Ordóñez sobre el llanto que le produjo a Gabo la muerte del coronel Aureliano Buendía. O para no ir más lejos, la desazón que produjo en el espectador la golpiza que le propinó Bane a Batman en la tercera parte de la trilogía de Nolan, The Dark knight Rises (2012): Bane le ha quebrado la espalda al murciélago luego de propinarle una paliza, la pantalla se pone oscura por un segundo, y todos nos sentimos angustiados, pensamos que el murciélago ha muerto, o peor, que ha quedado inválido, y entonces ¿qué haremos sin héroes?

Sin embargo, más allá de esta subversiva idea se encuentra una radiografía de lo que sucede con los planteamientos de teóricos como Peter Singer quien plantea que así como es necesario comenzar a reconocer los derechos humanos en verdad, también debe legislarse sobre los derechos de los animales, las ballenas, los delfines, los perros, etc., y si esto es plausible e incluso necesario, ¿por qué no pensar que don Quijote o los replicantes de Blade Runner también tienen derechos?

La novela encara la relación entre identidad y memoria; en alguna parte plantea la tesis de que “tener un nombre significa poseernos” (47); así abordamos el nombre del esclavo, el del desaparecido, el de la víctima, el del replicante, pero sobre todo, el derecho a la memoria, a poseer críticamente un pasado, esa otra ficción que se le debe disputar a la Historia.

Desde esta perspectiva se pueden advertir los nefastos ataques a la memoria, ya sea desde la estupidez y la frivolidad, o desde los mecanismos de control del sistema, y así entonces resignificar la cada vez más importante labor de la hermenéutica para dignificar a Mnemósine en los terrenos de la comprensión.

En Los muertos toda cicatriz es un segundo ombligo porque nadie se conoce hasta que no ha dado vida, o la ha defendido, o la ha guerreado. La novela propone esa noción de que todo es un relato, y de que somos piezas en el relato dramático del cosmos, esa novela escrita a miles de voces, a través del gran narrador que es un Topo desapareciendo frente a los ojos de Nadia (Los muertos), o de Nadie (La Odisea).

Los muertos aborda el problema de la Historia como ficción y el de la ideología como ficción, porque es un hecho que necesitamos ficciones para vivir y no sucumbir ante la horda de las vivencias primitivas; el problema es que esas ficciones aplastan y delimitan la utopía de lo humano: En la novela un adolescente pinta en un muro “No hay futuro”” (131), y otro personaje cuenta que “Estábamos muertos y podíamos respirar” (154).

Como lo hacen muchas novelas en los últimos años, Los muertos también asume la reflexión sobre la novela, ese dispositivo estético que reflexiona sobre sí mismo; así entonces se presenta como el terreno ideal en el que se despliegan los abismos y los fantasmas interiores en su diálogo con el mundo. Jugar a ser Dios, dirigir el concierto interpretar todos los instrumentos y ser el único público.

Carrión estuvo en Tunja. No sé quién hizo la gestión para traerlo a estas tierras en las que alguna vez estuvo el mar. Conversó con Darío Rodríguez, otro gestor cultural y desocupado lector. El Festival se llamó Carmina ¡Qué labor tan importante cumplen estos señores que se dedican a hacer encuentros, talleres literarios y a mantener espacios de lectura! Revitalizan nuestro encuentro con la literatura, esa otra forma de desaparecer.

Carrión habló de sus novelas, de sus ensayos, de sus series favoritas. Firmó libros, y en cierta forma enalteció el quehacer literario en estas tierras áridas para la escritura de rigor, capaz de conversar con el mundo.

Escribí este texto porque hace unos días uno de mis estudiantes me pidió que le recomendara un libro que lo golpeara. Le dije que le respondería en una columna para que la sugerencia llegara a más oídos ávidos de leer cosas geniales. Por ahora les recomiendo algunos consejos de Carrión sobre el arte de escribir[1], mientras, me dispongo a leer Los huérfanos, la novela que le sigue a Los muertos y que hace parte de una tetralogía. Sin embargo confieso que me toma algo de tiempo; es un problema proponer en este juego a Carrión contra Carrión. Ahí nos vemos.

[1] www.microrevista.com/consejos-a-un-joven-escritor/

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/blog/porque-los-profes-tambien-leen

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Cuando un maestro se va

24 de mayo de 2017 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org

Por: Miyer Pineda

La experiencia de despedir a un profesor. Según nuestro autor: No sé cómo explicar ese vacío, esa extraña sensación.

Fueron casi diez años los que trabajé con la Maestra Aminta Rodríguez antes de que se pensionara y cediera su puesto a otro docente; casi una década cruzándonos por los pasillos e intercambiando salones; asistiendo a esas absurdas reuniones de profesores en las que se discuten los mismos temas sin importancia, aunque persistamos en tratarlos como asuntos de Estado; casi diez promociones de bachilleres arrojados al mundo con una serie de saberes que a lo mejor sirvieron para que enfrentaran esos retos de hoy en día, tan despojados de valores y principios; una eternidad para mí en la que vi esa paulatina agudización de la mediocridad en adolescentes, quienes veían en el saber un tedio, y en el Maestro a un payaso. No todos, por supuesto; un porcentaje mínimo de estudiantes asumía las clases con rigor y se acercaron al asombro.

De eso hablamos en numerosas ocasiones con la Maestra Aminta Rodríguez porque a veces coincidían nuestras horas libres, y esos diálogos resultaban más productivos que andar llenando esas absurdas planillas y formatos que han impuesto los sabios en educación como mecanismos que impiden a los profesores dedicar esas horas a la lectura y a la autoformación (imagínense esa otra posible estrategia de control: un docente sustentando avances de un proyecto o una lectura, o su análisis de una película, etc.).

Era una mujer seria en apariencia; sin embargo con el tiempo cedía a la confianza y a la broma; así descubrí su agudo sentido del humor y de la ironía. A veces escuchaba parte de su clase en el salón del al lado (ya saben, esos salones – galpón con ladrillo y teja en los que se escucha lo que pasa enseguida), por tanto recibí parte de sus clases, es decir, puede asegurarse que en cierto sentido llegué a ser su alumno; además porque la enseñanza y el aprendizaje están implícitos en las artes de la conversación.

En muchas ocasiones esos diagnósticos sobre los estudiantes abrían el espacio para hablar de literatura; hablamos del Boom latinoamericano, y sobre todo, del Nobel de Mario Vargas Llosa; entonces la política y la literatura se fundían como pretexto para hablar de lo que pasaba en Colombia. Alguna vez puso a leer a los estudiantes del colegio la novela La fiesta del chivo (2000) y yo aprovechaba esa lectura para hablar de las dictaduras latinoamericanas y del vicio del poder en el caudillo colombiano de turno.

De eso se trataba el juego, de educar desde el poder de la palabra, desde el diálogo; así  entendíamos el concepto de interdisciplinariedad, y más allá de este, el concepto de educación integral.

No sólo enseñó Español y literatura, también enseñó Inglés, y escuchen esto: acercó a esos adolescentes adictos a géneros basura a músicas ajenas procedentes de ultramar, como estrategia didáctica para enseñar el idioma. Muchos estudiantes conocieron a los Beatles por primera vez, o escucharon hablar de Ringo Starr, y quizás algunos de ellos aún resguardan en su memoria canciones rockeras aunque su enciclopedia musical esté plagada de vallenatos, reggeaton y esa música horrorosa machista e insufrible con las que paladeamos ahora nuestras emociones.

La Maestra Aminta Rodríguez conocía su oficio. En alguna oportunidad cuestionó la tesis que se impone según la cual se debe permitir que los estudiantes lean lo que quieran, o que no lean porque la lectura es una manifestación de la felicidad y del deseo. Discípula del rigor y de la responsabilidad, sostenía que solo lo difícil y complejo es realmente estimulante, y que por tanto había unos textos mínimos que debían leerse con valentía porque al hacerlo seríamos conscientes del abismo interior que nos habita. En ese sentido éramos cómplices y secretos auscultadores de un canon monumental que defendía la condición humana: sí señores, los clásicos.

Hablamos de sus viajes a Europa, de su conocimiento del inglés y del francés; del país, de la corrupción, de su esposo y de su hijo. Era demasiado respetuosa y clara en su trato; franca y dura cuando se hacía necesario; eso es algo que saben bien los buenos maestros y los buenos padres: a veces hay que apretarse el cinturón, en ocasiones se debe levantar la voz en un entorno en el que el silencio es cómplice y en el que disputamos la humanidad de nuestros estudiantes a un sistema inhumano que se sirve de la estupidez. Era rigurosa en su enseñanza, puntual y responsable… hasta que un día se pensionó.

Se la despidió en una formación, en una de esas izadas de bandera (que de tantas ya extraviaron su sentido), y más de uno pensó que se iba una Maestra. No estoy seguro de si esos adolescentes y esos niños recuerdan ese día; no sé si sus colegas lo sabían.

Lo cierto es que se iba parte de una época que ayudó a levantar una Institución educativa, a darle prestigio a pesar de muchos de sus alumnos y de esos profesores – empleados que olvidaron el arte, la alquimia de enseñar. Era una de esas Maestras que han posicionado el nombre de la ciudad de Duitama a nivel regional y nacional; parte de esa tradición que ya comienza a pensionarse, a irse y en la que hay más de un gran docente.

Imagino que su pensión le permitió dedicarse a descansar, a leer, a retomar sus proyectos personales; a continuar con su vida fuera de las aulas y de esa monotonía que termina envolviendo esta labor tan ingrata, la mayoría de las veces, en la que los únicos agradecimientos se dan a destiempo o de manera póstuma.

Si tuviera que elegir dos recuerdos sobre la profe Aminta, uno tendría ser el día en el que nos enteramos de que un estudiante de nuestro plantel se había suicidado. Me bajé del colectivo en la avenida; ella ya había cruzado y conversaba con una colega de su área quien lloraba y agitaba los brazos.

Yo las veía de lejos pero sabía que algo había ocurrido porque agitaban sus manos y llegaban ecos de sus voces. Cuando al fin pude cruzar, caminé a algunos metros para  no entrometerme en asuntos que desconocía hasta el momento.

Estudiantes que también iban para el colegio me contaron lo que pasaba, entonces Aminta dijo esa frase que ahora no puedo olvidar y que encierra esa poderosa energía pedagógica “Si uno no puede ayudarlos, al menos debería no empujarlos a que tomen ese tipo de decisiones”, mientras le pedía a Dios esa sabiduría. Aclaro que lo que entendí fue un autoexamen aunque sabíamos que las razones por las cuáles el niño eligió la muerte eran ajenas a nuestra labor.

Hasta el día de hoy no he querido profundizar en las razones por las cuáles un niño toma la decisión de suicidarse, pero esa frase de Aminta me sirvió para trazar límites en mi labor diaria: hay límites que uno no puede cruzar. Si el estudiante definitivamente no quiere estudiar, ni leer, ni comprender el sentido del saber que se le enseña, es su decisión, pero la impotencia no puede llevar al profesor a humillar, o a irrespetar o a ridiculizar a ese estudiante; mejor dicho, uno tiene que reconocer en el otro su derecho a ser mediocre.

El niño sumó mucha presión en esas semanas: su pobreza, su impotencia frente a diversos problemas familiares desvanecieron su compromiso en el colegio y todo eso sumado lo desmoronó.

Nunca hablé con la profe Aminta de ese asunto. Y ese suceso es algo con lo que evito tener que lidiar (al menos por ahora).

El otro recuerdo tiene que ver con mi nominación al premio Compartir. Ella ya se había pensionado y la ciudad reconocía mi trabajo como gestor de proyectos en el Instituto Técnico Santo Tomás de Aquino.

Salía de un almacén de cadena y nos encontramos. Nos saludamos y me felicitó. Lo que me impactó fueron sus palabras, su cariño y su sensibilidad para el abrazo y la cercanía. Y eso es lo que me interesa resaltar: el orgullo que se siente cuando una Maestra como ella lo felicita a uno. Así lo habían hecho Inés Becerra, Gladys Solano, Magnolia Devia, Néstor Espitia, Carlos Ramos, Wilman Jiménez, Jorge Camargo y el Señor Rector, Horacio Pedraza Becerra; Maestros de altura, de otro nivel, quienes reconocían el valor de mi trabajo, y que por sobre todo lograban una comprensión de las implicaciones del arte de enseñar.

Me alegró mucho ese respeto mostrado por la profesora Aminta; me demostraba en sus palabras la depuración del magisterio.

Hay más recuerdos, por supuesto, pero esos dos volvieron en estos días en los que me han comunicado que la Maestra Aminta Rodriguez ha fallecido en un accidente de tránsito.

No sé cómo explicar ese vacío, esa extraña sensación. Algunos de sus estudiantes han logrado comprender con esa noticia el valor que han tenido sus maestros; y nosotros tenemos que lidiar con ese sentimiento sorpresivo.

Era una gran Maestra Aminta Rodríguez. Lo sé por los testimonios de algunas de las alumnas que tuvo, algunas de esas estudiantes cumplidoras y responsables; lo sé porque escuchaba algunas de sus clases en el salón vecino; lo sé por los libros que le recomendaba a sus alumnos; lo sé porque su muerte me ha golpeado y me ha hecho pensar en esa generación de Maestros que nos precedieron, entre los cuáles hay Maestros de Maestros… así que valgan estas humildes palabras como un homenaje para todos ellos.

Y luego, tener que poner el punto final pensando en eso, en la desolación que se siente cuando un Maestro se va.

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/columnas/cuando-un-maestro-se-va

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El profesor cierra los ojos, Vol. 2

17 de mayo de 2017 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org

Por: Miyer Pineda

La función de los docentes presenta muchos retos y va más allá de la enseñanza en sí.

Les confieso que cada vez que dudo de mi oficio como docente vuelvo a ciertas palabras de Borges. Me detengo en ciertas líneas y las deletreo en mi mente hasta que actúan como una droga tranquilizante; como un placebo, supongo. Cada vez que me acuerdo del salario que me pagan, o cada vez que debo soportar la intransigencia, soberbia, indiferencia, prejuicios, escasos resultados, o los sucesos macondianos, comalianos, kafkianos, etc., o mejor dicho, todo eso que sucede no solo en la escuela sino en todo lo que tiene que ver con ella, como las políticas de los gobiernos de turno, o eso que llaman con justicia el MEN (Ministerio de Educación), o esa vocación de servidumbre que es demasiado palpable en muchos jóvenes y en muchos docentes, que pregonan discursitos que solo unos pocos intentan encarnar, para sosegarme, vuelvo a Borges y a sus palabras sin sosiego:  “Nada se edifica sobre la piedra, todo se edifica sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena”.

¿Esta no es la labor del maestro en estos momentos tan inhumanos en los que ese concepto ha sido degradado y sometido a la indignación y la miseria? ¿No son los maestros esa piedra que una más otra conforman la muralla, la columna, el templo del saber, a dónde llegan a humanizarse los habitantes de este país, tan ávido de dignidad, imaginación  y sabiduría? ¿No es la escuela el oasis para este desierto mediático de incertidumbre? Piedra y arena. Símbolos de una sociedad que pareciera despreciar la labor tan necesaria de quienes tenemos la obligación de recordar, que es el conocimiento una posibilidad de humanización. Alguien dirá: “El sueño de la razón engendra monstruos”, citando a Goya, para recordar que el conocimiento no es solo racionalidad instrumental, y tendrá la razón desde ese escenario. Sabemos que el conocimiento que cede al fetichismo del contenido no es más que un dato para participar en “¿Quién quiere ser millonario?”, un cascarón vacío de sentido ético, estético, axiológico, ontológico, etc. Y, sin embargo, el mismo conocimiento llevado al rigor poético despercude y oxigena el problema de lo que significa ser ciudadano en este mundo de hoy. Conocimiento y contenido sí, pero capaces de trascender e ir de la mano con el desarrollo de habilidades de pensamiento que permitan al estudiante rastrear el sentido del mismo, y su importancia para la construcción de un proyecto de nación humano.

Les confieso que cada vez que dudo de mi oficio como docente, vuelvo a ciertas palabras de Borges. Me gusta repetir la línea que dice: “La puerta es la que elige, no el hombre”. Esta línea me sirve para ser romántico. ¿Y qué maestro que se precie de tal, no lo es? ¿Acaso el maestro no fue elegido por alguna energía universal o por alguna divinidad, para levantarse cada día y compartir el asombro? El asombro de estar vivos y el asombro de pensar, de reconocer en el otro a un prójimo al que puede tocarlo la belleza del lenguaje, la belleza de los diversos infinitos que posee el saber. Por estas razones, se me hacen sospechosos, no sólo aquellos dictámenes que no surjan del aula o de intentar transmitir esa experiencia, sino de esa parcelación paulatina del conocimiento; cada vez más cátedras que parecen feudos, y que hacen discutible la posibilidad de un saber integral o interdisciplinario, y que han vuelto la escuela un territorio kafkiano y burocrático, incluso medieval.

Y luego, suponiendo que asistimos al desmantelamiento de la escuela como “territorio libre del sueño”, diciéndolo en palabras de Juan Manuel Roca, o a la destrucción de ese “tercer espacio” en el que es posible la ilusión, como lo pensó de manera bellamente radical, Rodrigo Arguello, en ese ensayo que publicó en el libro Ciudad gótica, esperpéntica y mediática (1998), entonces nos queda otro aforismo borgesiano: “Que la lámpara de un hombre se encienda aunque ningún hombre la vea. Dios la verá”.

Las estadísticas indican que en las últimas décadas han sido asesinados más de mil profesores. Otros tantos han sido amenazados, otros cientos se encuentran a merced de sus propios colegas, estudiantes o de padres de familia, otros son ninguneados por los burócratas de las secretarías de educación, o aplastados por directivos infames que más parecen adecuarse al dispositivo carcelario en sus frustradas vocaciones castrenses: les tocó ser profesores.

De eso se trata todo esto. De tener el valor civil de entrar a un espacio carcelario (uniformes, reglas, patio, fugas, alarmas, vigilantes, alucinógenos, relaciones de poder, hambre, matoneo, agotamiento del instinto y del deseo a través de la experimentación y la crueldad), para intentar hacerle entender a los “pobres condenados” (docentes, padres de familia y estudiantes) el valor de la libertad de la mano del pensamiento. Y perdonen la ironía pero sé que más de uno se verá reflejado.

Las estadísticas indican que en las últimas décadas han sido asesinados más de mil profesores. Otros tantos han sido amenazados, otros cientos se encuentran a merced de sus propios colegas, estudiantes o de padres de familia, otros son ninguneados por los burócratas de las secretarías de educación, o aplastados por directivos infames que más parecen adecuarse al dispositivo carcelario en sus frustradas vocaciones castrenses: les tocó ser profesores. Otros docentes desesperanzados y pesimistas pero con esperanza a pesar de todo, porque comprenden que el cambio se hace uno a uno, en un aula en la que ya no cabe ni un estudiante, en la que confluyen la pobreza y toda su prole de problemas (maltrato, hambre, vicios, antivalores, criminalidad, etc.), y sobre ese escenario la posibilidad de analizar nuestros espacios vitales, quizás elucubrar sentido y finalmente, pensar.

Cada vez que advierto estos y otros muchos problemas, recuerdo a Borges y sus palabras sin sosiego.  Y luego pienso que siempre alguien escucha al maestro, y que por esos que escuchan, el maestro se levanta y se prepara, mientras al otro lado de la ciudad el estudiante se levanta y se prepara, a pesar de la miseria y a pesar del mundo, porque ese es el maestro que se acerca a lo que se merece, y entonces vale la pena ir al “campo de concentración” a escucharlo. Moraleja: El estudiante debería pensar que en ocasiones tiene el maestro que se merece.

7.  Feliz el que no insiste en tener la razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.

15.  Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá.

33.  Da lo santo a los perros, echa tus perlas a los puercos; lo que importa es dar.

40.  No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores.

41.  Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena…

Ese es el poder del asombro a través del lenguaje, a través del poder de la palabra y del diálogo, propicias para ese desierto de país en el que al año violan a más de 24.000 niños, en el que hay casi 7 millones de desplazados, en el que asesinan a más de 40 seres humanos cada día, en el que mueren niños de hambre o de sed. Este panorama nos recuerda a los maestros que a través de nosotros se defienden la dignidad y la democracia, y que esa función social debe ir de la mano de la imaginación y del asombro porque ya Borges lo había dicho en uno de sus cuentos: la falta de imaginación es lo que mueve al hombre a la barbarie.

MIYER FERNANDO PINEDA: Licenciado en Ciencias Sociales, Magister en Historia y Doctorando en el doctorado en Lenguaje y Cultura en la UPTC. Profesor del colegio Quebec y catedrático de la UPTC Duitama.

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/columnas/el-profesor-cierra-los-ojos-vol-2

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Entre la barbarie y el olvido: requiem por un maestro

10 de mayo de 2017 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org

Por: Miyer Pineda

Una oda a Takashi Nagai, el profesor que murió a causas de las secuelas generada por la bomba atómica en Nagasaki.

Takashi Nagai era profesor en la Facultad de Medicina de Nagasaki y murió a los 43 años de edad, de lo que se conocería como la enfermedad atómica, es decir, de las secuelas que dejó la explosión de la bomba atómica arrojada por los Estados Unidos sobre esa ciudad, el 9 de agosto de 1945. El profesor Nagai cuenta:

“Inmediatamente después de la explosión de la bomba, los que aún podían moverse formaron dos grupos: el de los que se quedaron allí donde les había sorprendido la deflagración y el de los que emprendieron al punto la huida […] Yo estaba herido y perdía mucha sangre. Durante unos segundos perdí el conocimiento. Cuando volví en mí, me vi tumbado en la hierba, bajo el agitado torbellino de la nube atómica […] Mi querida facultad, con todos sus estudiantes por los que yo sentía tan vivo afecto, desapareció en medio de las llamas, ante mis ojos, en pocos segundos. Mi mujer no era más que un montoncito de huesos carbonizados que fui recogiendo uno a uno entre las ruinas de la casa. Todos juntos no pesaban más que un simple paquete postal.”[1]

Mientras el profesor Nagai caminaba padeciendo un dolor terrible, iba encontrando los cuerpos de enfermeras y de estudiantes malheridos; se había salvado de manera milagrosa y ahora llevaba a los sobrevivientes lejos del fuego de ese infierno provocado por el hombre y una de sus más fervientes obsesiones, hacer la guerra para destruir al prójimo y, por qué no, enriquecerse.

El profesor Nagai vio el infierno de cerca y quizás por eso intentó hacer lo que pudo por aliviar el dolor de muchos de los habitantes de su ciudad, como lo indicaban su fe y la  esencia de su profesión.

Bautizó su casa como quien bautiza a un perro que será parte de su vida, y le puso el hermoso nombre de “como a ti mismo”, siguiendo el precepto del Maestro, quien también dijo que debe amarse a los enemigos, proponiendo humanización y madurez a la hora de enfrentar al opositor.

“Nunca antes había sentido tan dolorosamente mi vocación de hombre de ciencia. Apoyándome en un bastón, con el cuerpo cubierto de heridas que entorpecían mis movimientos, me puse, a costa de grandes esfuerzos, a escalar montañas y a atravesar ríos durante dos meses, para visitar a mis pacientes”[2].

Y así lo hizo hasta que la enfermedad terminó postrándolo; entonces se dedicó a escribir todo lo que vio y sintió, de manera que el mundo jamás olvidara lo que significa una guerra, y mejor aún, lo que significa la ciencia al servicio de una guerra.

Pero la gente olvida porque frente a las catástrofes humanas el olvido actúa como una peste. El profesor Nagai intentó enseñar desde su experiencia (porque eso es lo que hacemos los maestros: transmitir experiencia a los que no la tienen), que existe una relación entre el olvido y la barbarie, y entre la memoria y la venganza.

La experiencia de Nagai en el fondo es la comprensión de la función de la memoria en una sociedad que necesita en-rutar su camino después de la catástrofe; la memoria sirve de ungüento a la historia, y es un proceso de autocomprensión para asumir el pasado como una lección en manos del presente para vislumbrar el futuro.

Nagai era un Maestro de verdad. Llevó la razón de ser de la Escuela al mundo de la acción, al mundo real. Comprendió que su saber tenía que dirigirse a solucionar los problemas de su espacio vital, hasta que se le fueran las energías, y cuando se le fueron, se dedicó a escribir, a analizar su cuerpo, a pensar para señalar la peligrosa relación que existe entre estupidez y olvido.

Nagai volvió a dar clases en la Facultad hasta que sus fuerzas se lo permitieron y terminó postrado en una cama, porque sabía que el aula es el sitio en el que se debe establecer el diálogo sobre lo humano frente a las inclemencias de los cómplices de la muerte: el olvido, la indiferencia y el silencio. Tenía la esperanza de que una vez finalizado el diálogo en el aula, entonces ese sentido quizás pudiera salir a la calle con imaginación a recorrer el mundo para dignificarlo, así debiera salir con bastón como le tocó a él.

En alguna ocasión al desarrollar una clase sobre Nagai, uno de mis estudiantes me preguntó sobre la lógica necesidad de la venganza, es decir, sobre la rabia e impotencia que debió sentir Nagai frente a Truman y los Estados Unidos.  Me gusta pensar, -y eso le respondí a mis estudiantes- que en sus clases, el gran Maestro Nagai dedicaba algunos minutos a dialogar sobre las posibilidades de la paz y del perdón.

Entonces les recordé el nombre con el que bautizó a su casa, “como a ti mismo”, y a partir de ahí replanteamos el mensaje de Cristo frente al enemigo, y conversamos sobre las posibilidades del perdón y del cese de la guerra: al menos una familia que no sufra la pérdida de un ser querido en los enfrentamientos, justificaría el apoyo a un proceso de paz. Finalmente reflexionamos sobre las palabras de Nagai:

“Me gustaría que comprendieran mi deseo de paz y mi deseo de la paz duradera que surge del amor al prójimo, y que los aplicasen en sus vidas”.

Y estas palabras las pronunció un hombre que vio la muerte a los ojos, y que tuvo que recoger los huesos carbonizados de su esposa, de sus familiares, de sus estudiantes y de sus vecinos.

Nagai fue un hombre que encarnó el dolor pero que aun así intentó hacer algo por su pueblo en lugar de seguir el camino de la rabia que lo hubiera llevado a apoyar la muerte para que otros sintieran su mutilación. Su ejemplo sería ridiculizado en un país como Colombia, tan indiferente al dolor de los demás, y con habitantes tan proclives a contagiar el síndrome de la venganza y del fanatismo de la guerra: producen votos y dinero.

El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, visitó Hiroshima este año. No pidió perdón por las víctimas. Sin embargo no deja de ser simbólico que un afroamericano y premio nobel de la paz, reconozca de esta manera la estupidez infinita de la que hablaba Einstein a propósito del uso de la bomba atómica.

Para terminar, ¿qué tal si cedemos al reconocimiento de la infamia con un mini-cuento del Maestro Guillermo Velásquez Forero?

El caballo de Hiroshima

“Un caballo malherido llamaba a todas las puertas”

García Lorca

Después de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, un caballo desollado y ciego, vagando a tientas por entre los escombros, llegó al infierno y con un casco tocó en el portón. Por el postigo apareció una de las tres cabezas de Cancerbero y con voz ardiente y cavernosa le dijo:

  • Aquí no se permite la entrada a los animales, este lugar está destinado exclusivamente a los hombres.
  • Precisamente –replicó el caballo- vengo en busca de un hombre.
  • Y ¿quién es ese hombre? –preguntó Cancerbero-.
  • Harry S. Truman.
  • Lo siento –concluyó el guardián infernal-, pues ese hombre no se encuentra aquí porque liquidó su sociedad con el demonio y montó infierno aparte.

Guillermo Velásquez Forero

Tomado del libro Luz de fuga (1996).

[1] La carta de Nagasaki puede leerse en: mnemosinesantoto.blogspot.com.co/2016/06/carta-de-nagasaki.html

[2] La carta de Nagasaki puede leerse en: mnemosinesantoto.blogspot.com.co/2016/06/carta-de-nagasaki.html

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/columnas/entre-la-barbarie-y-el-olvido-requiem-por-un-maestro

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No toda trinchera es honorable

01 de marzo de 2017 / Fuente: http://compartirpalabramaestra.org/

Por: Miyer Pineda

Un llamado a los manifestantes del paro camionero que han detenido la alimentación escolar por las protestas.

Sitiar una ciudad. Impedir la entrada o salida de alimentos sin que importen los afectados,  productores, campesinos, microempresarios que le han apostado a resistir en el juego del mercado o los sencillos habitantes de ciudad que trabajan día a día para sobrevivir. Destruir sus negocios. Obligarlos a que pongan en sus vitrinas que apoyan el paro. Que reine el miedo es la consigna. Detener camiones con la alimentación escolar. Impedir el paso de ambulancias, la movilidad de peatones, la libertad que se supone es pilar fundamental en un sistema democrático: esos Derechos no nos importan.

Destruir los bienes públicos y privados porque nuestra rabia justifica todo. Hay corrupción, hay desigualdad, hay represión, por tanto debemos ser generadores del caos, romper ventanales, cerras vías, arrojar piedras porque estamos libres de pecado.

No importa que el dinero para reponer esos destrozos deba salir de nuestros bolsillos, ni que se hubiera podido invertir ese dinero en otra cosa. Si lastimamos a alguien no importa, solo importa si nos lastiman a nosotros. La libertad de expresión que defendemos es la nuestra, la de los demás es deleznable.

Sitiar una ciudad, presionar (obligar) a sus habitantes a que apoyen nuestras exigencias, no importa que con el tiempo lo que pedimos golpee a los más pobres a quienes el dinero no les alcanzará sin que sepan explicarse la razón. Eso no nos interesa: lo importante es el discurso de la rabia y erigirnos como expertos en buscar conejillos de indias para descargar nuestra impotencia.

Y todo el que no esté de acuerdo con nosotros será nuestro enemigo. Y todo el que no salga con nosotros será un traidor o un cobarde, o un santista (que ahora quiere decir castrochavista);  pregonaremos la muerte atacando el proceso de paz porque “aquí sí se dialoga con terroristas” y no con los trabajadores honestos; no importa que la guerra siga, al fin y al cabo no serán nuestros hijos los que tendrán que ir a pelearla en la trinchera.

No importa que esas palabras sean las del Señor de la muerte, igual  podemos ver la guerra por televisión e indignarnos mientras continúa nuestra digestión, incluso podríamos buscar estrategias para lucrarnos: haremos marketing sobre el discurso de la injusticia (ya se nos ocurrirá algo). No importa que el presupuesto que podría dignificar un poco la salud o la educación tenga que irse a mantener el negocio de la muerte; no nos importa nada, solo nuestros intereses, nuestros egos de ser paladines de la justicia (no importa la de quien, el frente es lo de menos).

Sitiar una ciudad, secuestrar a un país y legitimar ese proceder con el Derecho a la protesta. Apropiarnos del concepto digno de “movimientos sociales” (el nazismo o el falangismo a su modo también lo fueron). No importa que los jóvenes de este país no tengan acceso a su Derecho a la educación (esto es lo de menos: mejor; si se educan podrían cuestionarnos a nosotros también y no se dejarían contagiar con los discursos efectistas del Odio y de la impotencia, ocultos bajo el mote de movimientos sociales); tampoco es importante que se cierren las pocas fábricas, o que con el tiempo haya que despedir gente para recuperar un poco las pérdidas, o que las ambulancias no puedan circular (si el paciente muere, mejor, un muerto más… también usaremos su memoria) … Y si esta gente en realidad es afectada, pues que sean verracos y que se unan y sitien la ciudad, que bloqueen las calles; al fin y al cabo no hemos logrado salir de la edad media.

Y si cerramos las calles no importa que eso aplaste los Derechos de los demás porque aquí prima el Derecho a la protesta, y la protesta significa ahora negar los Derechos de los otros para imponer nuestros intereses, y si hay muertos, mejor, eso golpeará por fin a la gente, que salga a manifestarse, y si nos atacan culparemos de todo al ESMAD; porque sí, el ESMAD tiene la culpa de todo; porque sí, el ESMAD está conformado por los políticos corruptos e infames que nos tienen así y quienes sabían que saldríamos a la calle y que por consiguiente crearon al ESMAD. Lo importante es el Derecho a la protesta aunque no sepamos protestar y pensemos que es legítimo Protestar en su nueva y frívola definición… negar los Derechos de los otros.

Y otros tantos vamos a posar, vamos a liderar, vamos a decirle a la gente lo que quiere escuchar: que El Estado es una lacra corrupta, que el Estado no respeta el derecho a la protesta, que Santos es lo peor que le ha podido pasar a este país… (¿Se dieron cuenta de que evité escribir groserías?): ¿No es increíble que se hayan dado cuenta AL FIN de todo eso? ¿Y por qué los siguen eligiendo?

No nos asombraremos porque ninguno de estos personajes se atreva a decir que el Estado no es lo mismo que el Gobierno; que es el Gobierno de turno el que ocupa el poder del Estado cada cuatro años; no se atreverán a decir que a ese Gobierno lo elegimos nosotros cada cuatro años; no se atreverán a decir que si el negocio es malo, pues quizás debamos invertir en otra cosa en lugar de obligar a un país a aceptar unas condiciones que lo afectarían, solo para que cese el Sitio medieval.

Es poderosa una Protesta, la apoyamos, eso es la Democracia… pero cuando está construida desde la dignidad y desde la Ética: el cacerolazo que no se convierte en acto vandálico o el poema de Neruda leído por el Maestro de la polis, o las velas de los niños como expresión de solidaridad, o el trovador que atraviesa su guitarra para buscar el diálogo, o muchos de esos marchantes conmovidos y solidarios, o el policía que acompaña la Marcha porque sabe que no habrá provocaciones… si esto es así, funciona la Democracia… Si cedemos a la rabia, o al sesgo ideológico, habrá heridos, confusión, y señores… toda estará permitido.

Se sorprenden porque el ESMAD cumple con el objetivo con el que fue creado. Se sorprenden porque los sucesivos Gobiernos que eligen mal no los escuchan… Pero no se sorprenden cada cuatro años cuando los vuelven a elegir. Olvidan pronto. Y ¿Quién es el responsable en ese caso?

¿La culpa de todo es de Santos o de las multinacionales o del ESMAD? ¿El culpable es este Neoliberal de clase alta o de esos perros rabiosos a los que sueltan para reprimir nuestras protestas? ¿Quién lo eligió? ¿Y quiénes eligieron a los congresistas que no han permitido el desmonte del ESMAD? Y cómo no falta el que lea desde sus prejuicios, le aclaro que ya en un ensayo había condenado el accionar de la policía debido a los asesinatos de Nicolás Neira y de Diego Felipe Becerra en Bogotá.

Y mientras tanto en la ciudad sitiada en la que vivo ya hubo un muerto… pasaba por ahí, se detuvo a mirar cómo el pueblo sacaba su rabia en contra de los policías del ESMAD (integrado por muchachos de estrato 25, hijos de senadores y burócratas, a los que les encanta desbloquear calles)… hasta que uno de esos policías disparó una granada con las que los equipan y golpeó la cabeza de ese muchacho. Murió en la calle sin que pudiera hacerse nada… y por supuesto cada uno de los habitantes se sintió conmovido e indignado… Y nadie se ha atrevido a decir que fue una muerte que no debió ocurrir.

Uno de los participantes que lo presenció todo me contaba que por poco el artefacto lo golpea a él, mientras sonreía… No sé si entendió cuando le dije que en realidad sí le dieron, que nos dieron a todos, pero que no nos hemos dado cuenta o que no nos importa.

Al rato ya estaban los videos del cuerpo en las redes. Algunos carroñeros y su amarillismo ultrajando el cuerpo del muchacho, su nombre, su sangre, su memoria… al menos el legítimo derecho a la memoria.

Hubo protestas y cacerolazos en los que se mimetizó el discurso del odio porque en este país cualquier trinchera es honorable siempre y cuando le estampemos la palabra Derecho. Aquí se piensa que se tiene el derecho a odiar y a destruir al otro. Lo primero es comprensible pero lo segundo señores no puede aceptarse. Hermoso ver a la ciudad solidarizada con la memoria de la víctima, hermoso ver la ciudad en silencio… pero nadie es capaz de decir que mucha gente tiene miedo al vandalismo.

Y entonces comenzó la polifonía de la indignación: cada uno proponiendo su punto de vista he intentado imponerlo sobre el de los demás. A lo mejor eso es lo que nos falta, decirnos las cosas, educarnos desde premisas kantianas en las que debemos obligarnos a pensar mientras exigimos que la violencia debe ser aplicada SOLO EN CONTRA DE NOSOTROS MISMOS, CRITICAMENTE, y no en contra de los demás. Deje de estigmatizar tanto al que piensa diferente y pregúntese a quiénes beneficia el Paro. Deje de servirse de la muerte de ese muchacho (y de los demás muertos) y pregúntese la causa de su muerte: y deje de responder que la culpa es del ESMAD, y piense en los que provocaron al ESMAD con su insistencia en secuestrar a un país, y luego piense en la forma de votar que se tiene en estas tierras, porque sus elegidos crearon al ESMAD, y todo indica que lo fortalecerán así cambie de nombre.

Y propongo esa sencilla regla para que el diálogo sea posible: Pensar es irse en contra de uno mismo, sin intentar imponer la tesis de que todo es aceptable para lograr satisfacer mis intereses…
Y luego las redes, la estupidez vitrinizada: la faceterapia… sobre la cual ya Umberto Eco dijo todo, egos y egos efímeros vomitando su estupidez (que es contagiosa y por eso se vuelve viral), su  impotencia y el odio que sentimos por el conocimiento, por el que no piense igual, por el que no se sume a nuestra cruzada de imponer por la fuerza mis intereses.

Han sido pocos los que se han negado a sumarse a los carroñeros que pasean en el mundo virtual, el cuerpo sin vida de ese muchacho que no debió haber muerto.

Por ahora debo decir que estoy de acuerdo con que nos indignemos por la situación del país (ya era hora después de tantos años), y que estoy de acuerdo con el Derecho a la Protesta, pero una protesta desde la imaginación y desde la ética, es decir desde la Democracia… pero no una Protesta que limite las libertades, porque entonces ¿qué diferencia habría con un Paro armado, por ejemplo? ¿Qué nos diferenciaría de ese tipo de lacras?

Así que propongo en un principio que debe indignarnos más el hecho de que seamos nosotros con nuestros votos o con nuestra abstención, quienes propiciamos que esto pase. Porque si la culpa es del ESMAD, pues país, todos somos el ESMAD: Elegimos a sus creadores. Y aún más los líderes de esos bloqueos que con su arrogancia hicieron necesaria la presencia del ESMAD. Pero buscaremos culpables… y los culpables  siempre son los otros… y posaremos exigiendo justicia y lavándonos las manos.

Si el problema es que no se quieren multinacionales pues elijan un buen Congreso y dejen de elegir presidentes neoliberales… porque en el colmo de este desorden ya se oyen voces que piden el regreso del Señor de la muerte. (Neoliberal y asesino).

Por ahora me sentaré a esperar los ataques del odio porque lo que está de fondo es la manipulación de nuestra ignorancia empoderada por impotencia y deseos de sangre. No importa que nuestro pensamiento oscile apoyando frentes sospechosos e inhumanos; la cuestión es la pose, la simulación, encubiertos en discursos de reconciliación y de fraternidad.

A los policías que dispararon los acusarán de homicidio culposo… mientras los creadores del ESMAD seguirán con sus vidas, o ni los acusarán porque se dirá que estos agentes cumplían con su asqueroso y discutible deber. Mientras tanto, la familia del muchacho (me niego a escribir su nombre por respeto a su memoria)… cargará con ese dolor, hará su duelo, y no me atrevo a decir que TODOS somos ese muchacho porque eso sería ceder a la demagogia que desconoce el dolor de los demás, pero a lo mejor así se comprenda el problema: pobres matando pobres, eso sintetiza la historia de nuestro país que se niega a aprender de sus errores.

//rosablindada.net/files/PINEDA_Oscuras_Grafias.pdf

//verne.elpais.com/verne/2016/02/20/articulo/1455960987_547168.html

Fuente artículo: http://compartirpalabramaestra.org/columnas/no-toda-trinchera-es-honorable

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El profesor cierra los ojos

22 de febrero de 2017 / Fuente: http://compartirpalabramaestra.org

Por: Miyer Pineda Pineda

Reflexiones de un profesor en medio de su ajetreado salón de clases.

El profesor cierra los ojos. Está agotado. Piensa en el momento en el que se metió en esto. Sonríe. No es para tanto (¿En verdad no es para tanto?). Comprende que ser profesor implica un diario ejercicio de reflexión sobre lo que significa entrar a un aula: ese espacio de construcción de sentido, ese espacio de construcción de lo humano. Se olvida del mundanal ruido; intenta recordar la imagen de su maestro favorito, aquel que se alejaba del concepto de profesor, o de docente, o de “facilitador”, (uno de sus jefes insiste en llamarlos así, porque las nuevas teorías dicen que así hay que llamarlos ahora). El profesor está cansado, imagina a Sócrates, -no como “corruptor” de menores sino como “facilitador”-; imagina a Cristo rodeado de algunas personas, lo imagina como “facilitador”, luego como profesor, finalmente como maestro, sobre todo cuando dicen que dijo: “Mi reino no es de este mundo”.

Intenta recordar a sus maestros de escuela o de colegio; uno que otro resalta en su memoria; había una profesora que golpeó a un par de niños con un palo de rosa; hubo otro que hizo lo mismo con un compañero de curso (incluso a él lo golpeó en dos oportunidades: puño en esternón). Uno más fue alcalde de la ciudad.  A los demás se los tragó el olvido. Se concentra en los que se alejaban de ser olvido y tristemente confirma que comienzan a desvanecerse. Los defiende; debieron ser importantes para alguien, para algún estudiante. Les reconoce el valor de haberlo soportado en clase; en soportar su inmadurez, su lento crecimiento. Luego, pasa a la Universidad. Allí sí hubo un maestro que se encumbró sobre los demás profesores. Era caleño y era poeta; contaba que había sido alumno de Estanislao Zuleta.

Se repite aquella conclusión: ser profesor implica un diario ejercicio de reflexión sobre lo que significa entrar a un aula: ese espacio de construcción de sentido, ese espacio de construcción de lo humano, a través del poder de la palabra.

El profesor cierra los ojos. Está cansado pero debe continuar. Tanto por calificar, por corregir, tantos formatos por llenar. Además debe dedicarle algo de tiempo a su familia. Se imagina a Sócrates llenando formatos (castigo para un ágrafo); se imagina a Aristocles llenando formatos, se imagina a uno de sus estudiantes estrella -Aristóteles- llenando formatos. Recuerda haber leído en algún libro que Aristóteles tenía unos 16 años cuando conoció a Platón, quien a su vez conoció a Sócrates. Se pregunta: ¿En qué momento ser maestro se volvió llenar formatos? Quiere continuar leyendo la novela de Padura; le dijeron que es mejor que cualquier libro de Isabel Allende; quiere leer algún libro de pedagogía aunque uno de sus compañeros le dijo que “la pedagogía se la habían inventado para los malos profesores”; quiere ver la película que le prestaron y que le va a cambiar la vida. Piensa que la escuela sería mucho mejor si profesores, directivos y estudiantes, tuvieran derecho a ver al menos una película a la semana: ¿cómo cambaría la visión de mundo de docentes y alumnos con 40 películas al año?  El cine como estrategia para taladrar la rutina. Ahora lo entiende, o cree que concluye algo: sus mejores maestros fueron esos con los que siempre estuvo solo, puliendo sus demonios, sus fantasmas interiores, los que lo atravesaron con el asombro. Comprende que, si en ese momento tuviera que elegir a un maestro, éste sería Carl Sagan o quizás Condorito; aprendió mucho de ‘Cosmos’: lo asombraba. Condorito era el humor, y a veces la ironía. Asombro, humor, ironía… ¿Y si el gran Carl Sagan le hubiera dado clase en el aula, él, como estudiante, se habría dado cuenta? Delira. Fantasea. Eso hacemos los seres humanos todo el tiempo. Recuerda que su mejor maestro de la universidad terminó siendo su amigo, y que las conversaciones que sostuvo con él eran más productivas que muchas clases magistrales de otros docentes. Esa es otra clave. El aula: ese espacio de construcción de sentido, ese espacio de construcción de lo humano… se dignifica a través del diálogo. Pero en una educación diseñada a tal punto que pareciera evidenciar que a través de los formatos cultiva un acelerado fetichismo temático, ¿cómo acercarse al diálogo?

El profesor abre los ojos. El asombro y el humor. Piensa que debe intentar en las semanas que vienen ser como Carl Sagan mientras busca alguna sonrisa; mientras cumple el papel de facilitador; mientras algunos de sus estudiantes fuman marihuana en los baños, o andan conectados todo el tiempo, explorando múltiples formas de alienación. Mientras hace el papel de portero, enfermero, psicólogo, chofer, prestamista (algunos alumnos le deben dinero), y hasta de sparring de alguno de sus compañeros al que le cayó mal desde el principio porque vio su llegada al colegio como una competencia o algo así… “Ese es el sino del poeta”, habría dicho su maestro de universidad, y luego habría citado a Borges o a Zuleta, o sabrá Dios a qué otro sabio; quizás habría citado el mismo refrán que utilizó Sagan en El mundo y sus demonios: “Enciende una vela en lugar de maldecir la oscuridad”. Ahora recuerdo que en el prefacio de este libro, Sagan destroza a sus maestros; solo valora a algunos de los que le enseñaron a nivel universitario.

El profesor cierra los ojos; mientras el tiempo pasa y piensa que debe hacer lo posible para que a él no le suceda lo mismo… es decir, no quiere ser olvido en la mente de sus estudiantes. Se repite aquella conclusión: ser profesor implica un diario ejercicio de reflexión sobre lo que significa entrar a un aula: ese espacio de construcción de sentido, ese espacio de construcción de lo humano, a través del poder de la palabra.

Fuente artículo: http://compartirpalabramaestra.org/columnas/el-profesor-cierra-los-ojos

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