Mario Sanoja Obediente-Iraida Vargas-Arenas.
Profesores Titulares Jubilados de la UCV.
Profesores Escuela Venezolana de Planificación.
Los ideólogos de la derecha, tanto la internacional como la venezolana, proclaman a los cuatro vientos el colapso de modelo socialista bolivariano y la necesidad de reimplantar en Venezuela un paquete de ajustes económicos neoliberales que serviría para desmontar todas las políticas sociales de la Revolución Bolivariana, y privatizar a favor de las transnacionales todos los medios de producción que son propiedad del pueblo venezolano.
Para desmontar aquella falacia es necesario exponer las prácticas comerciales monopólicas y oligopólicas perversas que han permitido a la burguesía venezolana adueñarse de Venezuela durante aproximadamente 266 años. Es necesario igualmente delinear -así sea de manera muy general- el proceso económico que arranca en Venezuela desde mediados del siglo XVIII con la imposición del antiguo sistema mercantil comercial colonial de reformas económicas liberales dictadas por Carlos III, aplicadas tanto por la Compañía Guipuzcuana en la región centro occidental de Venezuela como por la Compañía de Barcelona en la región centro oriental del país.
Aquellas reformas impuestas por Carlos III, abrieron la vía hacia la consolidación en Venezuela de la sociedad de clases y establecieron una nueva geometría del poder colonial cuyo centro se localizaba en la Provincia de Caracas. Gracias a aquellas reformas liberales el capital usurario y comercial venezolano comenzó -desde mediados del siglo XVIII- a controlar las actividades productivas y de intercambio en los centros urbanos y villas, el comercio de exportación e importación, la riqueza social de la tierra e incluso las instituciones eclesiásticas.
Las cosechas obtenidas por los dueños de plantaciones eran pagadas por los compradores europeos -al menos en parte- con mercancías que eran luego revendidas localmente por especuladores comerciales que pertenecían a la misma clase social de los agroexportadores mantuanos, conducta que no difiere de las prácticas de la actual burguesía parasitaria venezolana.
El modelo económico decimonónico propulsado por el bloque oligárquico republicano a partir de 1830, conservó en la práctica el mismo modelo económico de la burguesía mantuana colonial en el cual, como ya hemos dicho repetidas veces, predominaba el capital comercial-usurero sobre el casi inexistente capital industrial. La base del proceso productivo, como ya sabemos, era la producción agropecuaria, donde destacaba la explotación del café, el cacao, el tabaco, el algodón, cueros y semillas de dividive (Caesalpinia coriaria) utilizadas entonces en Estados Unidos y Alemania para la curtiembre.de aquellos.
El 73% de la renta del Estado venezolano de la época descansaba sobre los derechos de importación, aproximadamente un 9% por los derechos de exportación y un 1% por la renta interna derivada de los impuestos a la producción y el consumo de la sal, los licores y el tabaco.
Gracias a sus vinculaciones con el comercio exterior, el sector de intermediación -integrado por comerciantes que adquirían sus mercancías a través de los principales puertos- aquellos convirtieron el comercio exterior, los préstamos usurarios, el control del circulante y los mecanismos del crédito en su principal fuente de acumulación de capitales. De esta manera los comerciantes se transformaron rápidamente en el grupo económico dominante en el plano político y en la raíz de la burguesía comercial venezolana.
La estructura social y económica que prevalecía desde el siglo XVIII no sufrió cambios significativos hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando la explotación petrolera desplazó al sector agropecuario como factor dominante para la creación de la renta nacional. Mientras una parte importante de dicha renta que se invertía en la compra y distribución de bienes cuyo consumo beneficiaba preferentemente los gustos suntuarios de la burguesía, un mínimo segmento de ella se dedicaba a la inversión pública. Como consecuencia, la clase de los ricos se acostumbró a considerar a Venezuela como su propiedad personal, a los venezolanos de clase media como su servidumbre, mientras que consideraba a los y las pobres como sus esclavos. Esta condición de desprecio, de desigualdad social, se prolongó por dos siglos, hasta inicios del proceso de la Revolución Bolivariana en 1998, cuando todavía un 80% de la población venezolana se hallaba en situación de pobreza, excluida por la oligarquía liberal burguesa del disfrute de la felicidad social.
A partir de las primeras décadas del siglo XX, el auge de la explotación del petróleo exacerbó los componentes culturales más negativos del modelo socioeconómico rentista liberal burgués en la sociedad venezolana, dando origen a lo que conocemos como la Cultura del Petróleo. Los estilos de vida de dicha cultura fomentaron y siguen fomentando en las y los venezolanos – -vía las campañas mediáticas y las industrias culturales- sentimientos de dependencia, autodesprecio y marginalidad, la disociación de las mentes y la transculturación que genera lealtades hacia el “American way of life”.
La cultura del petróleo crea tanto normas de ética social como una filosofía de vida cuyo objeto es adaptar la sociedad venezolana a una condición de productora y exportadora de materias primas, al consumismo exacerbado de todo tipo de mercancías, del confort que estas supuestamente producen, reforzado e institucionalizado por técnicas publicitarias que disocian a los venezolanos de su propia realidad, convirtiéndolos en sujetos dominados por las transnacionales o los monopolios venezolanos como es el caso hoy día con Empresas Polar.
Otra consecuencia de la cultura petrolera es la creación de un proceso de acumulación de capitales y un crecimiento del salario real que contradice las leyes del capitalismo normal. En Venezuela la extraordinaria acumulación de capitales lograda por la burguesía en el último medio siglo vía la apropiación de la renta petrolera, fue acompañada, hasta 2015, por un aumento en la capacidad de compra de la población en general. Pero el crecimiento de la acumulación de capitales y del nivel real del salario superó sistemáticamente el de la productividad gracias al rentismo petrolero.
Aquella situación afectó el equilibrio macroeconómico puesto que fortaleció una perversa dependencia de la importación de alimentos, de medicamentos, de autopartes, etc., precarizando el abastecimiento de los productos indispensables para garantizar la estabilidad de la vida cotidiana, la soberanía y la seguridad de la nación.
La crisis que estamos viviendo en la actualaidad, ocasionada por la caída mundial de los precios del petroleo, nos permite definir el colapso del modelo capitalista liberal burgués que nos fue impuesto hace más de dos siglos por la oligarquía liberal burguesa venezolana. La vía socialista adoptada por la Revolución Bolivariana, por el contrario, incidió profundamente en los procesos de inclusión de la población venezolana, saldando buena parte de la terrible deuda social que dejaron 200 años de vivir bajo el capitalismo liberal burgués, mejorando hasta niveles no conocidos anteriormente los índices de salud, educación, vivienda, tecnología y conciencia social. Esta estructura institucional creada por la Revolución, es la que ha permitido a la sociedad venezolana paliar hasta ahora el impacto de la crisis petrolera, los efectos perversos de la guerra económica, el desabastecimiento selectivo y la inflación inducida por el imperio y la burguesía venezolana.
La vía socialista señalada por el Comandante Chávez, si bien ha logrado transformar las condiciones materiales y subjetivas de vida de nuestra población, debido a la baja productividad que persiste en la economía venezolana no ha logrado todavía independizarnos de los factores capitalistas de dominación económica, representados tanto por las transnacionales como por los monopolios y oligopolios venezolanos que dominan la importación de bienes y el ensamblaje de productos alimenticios, medicinas, autopartes, tecnología, conocimientos científicos y la producción de saberes.
La actual guerra económica que nos imponen tanto el imperio como la burguesía venezolana, ha tenido un fuerte impacto sobre la cultura y sobre los diversos estilos de vida de la población venezolana debido, precisamente, a nuestra debilidad productiva. Sin embargo los aportes creativos que han dado siguen dando las diversas misiones sociales al progreso social de las venezolanos y las venezolanas, a las bases de misiones que apoyan al sistema de comunas y consejos populares y de los numerosos movimientos sociales organizados que los acompañan y consolidan el poder popular, de los movimientos de agricultura urbana, de la movilización masiva de la población venezolana en defensa de los logros obtenidos por la Revolución Bolivariana, al desarrollo de un sistema educativo inclusivo y democrático, de un fuerte movimiento cívico militar, todos juntos han frenado las posibilidades de éxito de las brutales arremetidas del imperio contra Venezuela y constituyen al mismo tiempo el fundamento de una nueva sociedad venezolana.
El fortalecimiento socioproductivo de la sociedad venezolana fundamentado principalmente en el viejo anhelo de la sustitución de importaciones, requiere de una política socioeconómica orgánica, como la expuesta en la Agenda Económica Bolivariana y los 15 motores productivos que ha propuesto a la Nación el Presidente Nicolás Maduro. Dicha política abre un proceso que requiere el concurso de todos los factores y actores de la vida económica nacional para poder lograr la meta propuesta: lograr el desarrollo integral de nuestro país bajo el signo de la democracia participativa y el poder popular.
La política socioproductiva propuesta y puesta en ejecución por el Presidente Maduro, privilegiando el capital productivo sobre el comercial, combate la perversa tendencia histórica que se inició desde el siglo XVIII, la cual permitió que la burguesía parasitaria, en sus diferentes encarnaciones a lo largo de tres siglos y medio, se apoderase tanto de los recursos de Venezuela como de la vida de las y los venezolanos.
La forma de capitalismo rentista venezolano es un caso digno de estudio, ya que se asemeja más a un capitalismo de Estado donde éste sería el patrón que paga el salario en dólares a los empresarios que son sus empleados, para que estos se enriquezcan y acumulen un capital que luego ni invierten ni arriesgan en el desarrollo de sus empresa en el país, desviando las ganancias no hacia la economía real venezolana sino hacia la especulativa… en los mercados offshore. Nunca utilizan sus capitales, los cuales están colocados en bancos extranjeros; cuando como en la coyuntura actual, el Estado no tiene suficientes divisas para pagar el salario en dólares a los “empresarios”, estos hablan de la “deuda” que aquel ha contraído con ellos y amenazan con guerra económica y boicot a la producción y las cadenas de distribución como un vulgar chantaje al gobierno bolivariano.
Esta forma vernácula de capitalismo mafioso funcionó durante los siglos que duró su apropiación del Estado venezolano hasta el final del la IV República en 1998. Los políticos y los comerciantes o “canastilleros” como los llamaba el historiador venezolano Laureano Vallenilla Lanz, se desempeñaban alternativamente como Presidentes de la República, presidentes o gobernadores de estados, ministros, doctores y generales, etc., y se repartían la piñata del erario público. Esta situación llegó a su momento más desastrado durante las décadas de gobierno adeco-copeyano (1958-1998) cuando lograron ponerle la mano directamente a la industria petrolera, a la renta que ella produce y a los mecanismos de control financiero que regulan su administración.
El inicio de la Revolución Bolivariana en 1992 y la elección posterior de nuestro comandante Hugo Chávez Frías a la Presidencia de la República en 1998 comenzó a erosionar los mecanismos de control político y económico que tenían el imperio y la burguesía sobre el Estado la producción petrolera y la renta petrolera, así como sobre la sociedad venezolana.
Para tratar de retomar su control sobre nuestra sociedad, la burguesia parasitaria enezolana y el Imperio Usamericano en complicidad los gobiernos oligárquícos de España y Colombia, entre otros, organizó planifico y ejecutó el fallido golpe de Estado de 2002 contra el gobierno del Presidente Chavez, el sabotaje de la industria petrolera de 2002-2003 y, posteriormente, intervinieron en toda la campaña de terrorismo delictivo (guarimbas), asesinatos indiscriminados y selectivos de ciudadanos y ciudadanas, destrucción de la propiedad pública, la organización de hordas de bachaqueros y paramilitares binacionales, la organización de campañas mediáticas contrarevolucionarias a nivel internacional y nacional, hasta culminar con intentos injerencistas como el luctuoso decreto de Obama y la impúdica alianza de organismos internacionales como la OEA y su secretario Mister Almagro, el gobierno español del Partido Popular Rajoy, la oligarquía colombiana (Uribe Vélez) y la derecha venezolana que controla la Asamblea Nacional, para derrocar al gobierno revolucionario constitucional del presidente Nicolas Maduro utilizando fraudulentamente la Cartas de las Americas…
Es muy difícil que la burguesía empresarial parasitaria y la derecha política venezolana acepten dialogar con el gobierno bolivariano, no obstante los buenos oficios de UNASUR y del sector mayoritario de países honorables que nos apoya en la OEA. Para la derecha venezolana, dialogar significa imponer al contrario sus condiciones sin discusión. Para dialogar con ellos se debe aceptar que la Revolución Bolivariana existe, que Nicolás Maduro, nuestro presidente electo democráticamente, en realidad no existe, que en Venezuela hay una crisis humanitaria y hay que intervenirla militarmente para resolverla. Dialogar aceptando que el otro existe significa, en suma, para ellos. perder cara ante la opinión mundial que tan cuidadosamente han manipulado para crear una imagen distorsionada de Venezuela y de la Revolución Bolivariana. Es por eso que la campaña contra Venezuela constituye un argumento de peso en la presente campaña electoral de España, para tratar de ocultar la terrible crisis humanitaria que vive actualmente dicho país.
Para muchos venezolanas y venezolanos que desesperan ante las penurias que nos impone la guerra económica desatada contra nosotros por el imperio y la burguesía parasitaria venezolana, les decimos que dicha crisis es sintomática del final del viejo capitalismo burgués. Así como nos causa tanto sufrimiento, esta coyuntura también afecta el futuro inmediato del 1% de ricos que controlan la economía mundial y por supuesto la economía venezolana, cuyos negocios podrían verse amenazados por una posible contracción destructiva de la demanda.
El derrocamiento del Presidente Maduro planeado -según Ramos Allup- para ser efectivo el 6 de Julio de 2016, coincidiría aproximadamente con el supuesto inicio de las importaciones para las fiestas navideñas, etapa de mayores ventas y beneficios económicos para “empresarios-comerciantes”. Imaginemos una navidad secuestrada por el “grinch” de la guerra económica, sin jugosas ventas de juguetes, ropas, calzado, electrodomésticos, sin venta masiva de ingredientes para las hallacas, de licores, de arbolitos y ornamentos de navidad, etc. En otras circunstancias los venezolanos y venezolanas habrían dilapidado alegremente sus aguinaldos y utilidades en un consumismo desenfrenado, pero la guerra económica nos obliga a considerar que existen otras deudas y obligaciones perentorias que no se resuelven solo con el consumismo exacerbado de bienes.
La guerra económica que promueve la derecha también está modificando la conducta cultural de la sociedad venezolana. Un cambio negativo está ocurriendo en las clases populares con la irrupción en el escenario sociocultural venezolano de la guerrilla bachaquera binacional, propiciando un proceso barrial de acumulación de capitales especulativos que determina la existencia de una sociedad barrial desigual, violenta, vinculada y protegida por las mafias delictivas que perturbará la vida cotidiana tanto de las comunidades como el funcionamiento de las cadenas tradicionales de distribución de bienes.
¿Podríamos imaginar cómo y hasta cuando prolongarán los “empresarios-comerciantes” esta esteril guerra económica? Luego de esta crisis, ya no podrán los burgueses y la clase media seguir viviendo como vivían bajo la IV República cuando, como dicen muchos venezolanos mental y culturalmente disociados, “eramos felices y no lo sabíamos”. Ningún político de derecha les había explicado la existencia de los ciclos de crisis del capitalismo, que vivían en una burbuja rentista que tenía fecha de expiración, la cual sobrevino con la caída mundial de los precios del petróleo.
La crisis de la sociedad capitalista tiene diferentes factores causales en países vecinos como México, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú, Brasil, Paraguay, Argentina y Chile, y en otros países como Francia, España, Bélgica, Reino Unido, Grecia, Italia. En Estados Unidos, la creciente descomposición social pone en peligro la macroeconomía, lo que se refleja en las mediocres ofertas, que a través de Hilaria Clinton y Donaldo Trump, ofrece la clase oligárquica al pueblo norteamericano que ve cada vez más lejos sus posibilidades reales de liberación nacional.
Todo parece indicar que en Venezuela, como en otros países, está gestándose una sociedad post-rentista. Aunque el tiempo histórico de la Revolución Bolivariana, que ha sido una guía para los movimientos de liberación en todo el mundo, se desarrolla con distintas velocidades y estilos, la meta que perseguimos, la sociedad socialista, se mantiene como la única alternativa posible, ya que las políticas de ajustes neoliberales solo provocan miseria, desempleo, violencia y desigualdad social y pérdida de la libertad y la democracia.
La derecha venezolana se ha revelado, en esta coyuntura, incapaz para comprender la realidad venezolana e inepta para gobernar eventualmente el país. La aplastante derrota internacional que le infligió en la OEA la diplomacia bolivariana y la solidaridad de la mayoría de los países latinoamericanos y el presunto juicio político a su liderazgo de la Asamblea nacional por traición a la patria, la descalifican a la derecha incluso como actores de un posible diálogo sobre la normalización de nuestra situación sociopolítica. Ante esta coyuntura, solo nos queda como futuro posible, la vía comunal socialista hacia la construcción de una nueva sociedad venezolana, donde podamos continuar viviendo bajo una democracía revolucionaria justa, participativa y protagónica.
FIN