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Internet, hackers y soberanía

Por: Fredes Luis Castro. 19/05/2017

El ataque informático de los últimos días empleó un software malicioso diseñado para bloquear el acceso al computador o sistema informático, hasta tanto se pague una determinada suma de dinero. El término ransomware alude a este dispositivo extorsivo, cuya reciente modalidad fue bautizada como WannaCry. Los atacantes se habrían apropiado de una de las tantas vulnerabilidades detectadas y almacenadas por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), de allí que Microsoft responsabilizara a la NSA por la fuga y posterior pandemia, comparando la propagación del virus con una sustracción de misiles Tomahawk al Ejército estadounidense. El héroe de la jornada fue un joven inglés de 22 años que descubrió un kill switch (interruptor asesino o de desconexión) que impidió una contaminación mayor.

Los sospechosos de siempre

Se dificultó dirigir acusaciones a la patria de Putin, porque los rusos también fueron afectados. De hecho, en esta oportunidad las sospechas se cultivan en Moscú contra sus contradictores de siempre. Mikhail Delyagin, director del Instituto de Problemas de la Globalización, lo expresa sin tapujos: “Respeto la honestidad de los Estados Unidos. Nos amenazaron con un ciberataque y es lo que se produjo.” Sin embargo, especialistas rusos del Consejo de la Economía Digital lo descartan, por juzgarlo un ataque demasiado estúpido.

Sucede que pese a la velocidad y la extensión de WannaCry, llaman la atención los déficits del software, impropios de hackers experimentados. La inclusión del interruptor mencionado en el código del software facilitó la detección y paralización del ataque, otras fallas directamente no permiten identificar a las víctimas y sus desembolsos. Los desperfectos son propicios para alentar conspiraciones. Es posible conjeturar que el objetivo no fue recaudar dinero, sino humillar a una de las más importantes agencias de inteligencia de Washington. Pero si no fueron los rusos, ¿a quién culpar?

Para buena parte del imaginario global, cualquier cosa que se diga de Corea del Norte es creíble, por ende ya existen los que indican que el grupo Lazarus, desde hace años sindicado de ser amparado por Pyongyang, está involucrado en el ataque con WannaCry. Lazarus es conocido principalmente por el demoledor ataque contra Sony Pictures a fines del 2014, pero a posteriori fue acusado de desfalcar arcas bancarias de Filipinas, Ecuador, Vietnam y Bangladesh. ¿Por qué sospechan de Lazarus? El código de programa de puerta trasera empleado en una versión pretérita de WannaCry, llamado Contopee, también fue utilizado en sus intervenciones por Lazarus.

Gobernanzas y acciones públicas

¿Es posible que se materialice el “peor” escenario descrito en el informe de la Comisión Global sobre Gobernanza de Internet, en el cual la intensidad de las acciones maliciosas y de los controles políticos estimulen una desconfianza tal que reduzca más que significativamente el uso de la Internet? Es interesante advertir que la comisión ubica en el mismo plano de peligrosidad a la malicia criminal con la “excesiva regulación gubernamental” ¿Considerarán los miembros de la comisión que existió un excesivo despliegue de gobierno en el ciberataque norteamericano dirigido contra el programa nuclear iraní del 2013, o en el intento de manipulación de televisores y smartphones por hackers de la CIA, para convertirlos en hogareños y móviles vigilantes?

Con seguridad que a los globales gobernanzantes de la Internet no les gusta nada el Escudo Dorado chino, y su capítulo estrella: el Gran Cortafuegos, ingeniería legal y tecnológica diseñada para restringir accesos a servicios y plataformas digitales foráneos. En rigor de verdad, es posible obtener habilitaciones, las que se conceden si se manifiesta conformidad con los intereses nacionales establecidos por las autoridades comunistas. Al Reino del Medio no le interesa formar parte de aldea global alguna, por el contrario estima que las únicas plataformas reales son las soberanas y opera para que las digitales, como el resto de las actividades económicas, se subordinen a los lineamientos estatalmente fijados, al menos en la geografía que gobiernan.

El 11 de mayo de este año Donald Trump emitió una orden ejecutiva para fortalecer la ciberseguridad de las redes federales y las infraestructuras críticas. Se trata de un conjunto de enunciados, estándares y buenas prácticas, que, en primer término, aseguran continuidad al Marco para la mejora de la ciberseguridad de las infraestructuras críticas ordenado por Obama. La ciberseguridad estadounidense cuenta, entonces, con un respaldo bipartidario. Pero conviene registrar que en materia securitaria tan sensible, aparecen involucradas, por orden presidencial, las Secretarías de Trabajo y de Educación, con el objeto de participar con otras secretarías en la consideración y promoción de programas que desarrollen la fuerza de trabajo cibersecuritaria del futuro que su país necesita, en los sectores público y privado, con acciones que deben aplicarse desde los estudios primarios, hasta los más altos niveles, sin perjuicio de cursos y aprendizajes técnicos no universitarios. Además ordena al Director Nacional de Inteligencia que observe y revise los esfuerzos desarrollados por otros países, en tanto puedan comprometer la competitividad norteamericana en ciberseguridad.

Conclusiones

De ser cierto que el modelo de negocios primario de la Internet se edifica sobre una vigilancia masiva es del todo coherente que la criminalidad se especialice en la sustracción de informaciones más o menos íntimas. La progresiva privatización de la vida social, para beneplácito lucrativo de los monopolios extractivistas de datos del capitalismo digital, incrementa los bancos y depósitos de informaciones a los que apuntan los cibercriminales. Los ciberataques se multiplicarán en tanto la Internet apueste antes por la interacción social y la conectividad que por la inclusión y la libertad, la última mucho más predicada que actualizada por las figuras icónicas del capitalismo digital.

El desarrollo de capacidades cibersecuritarias es asunto de primer orden, para una eficaz y soberana defensa de los asuntos vitales de cada nación. El estadio tecnológico en que cada país se encuentra determina el tipo de discurso promovido en foros internacionales, y el grado de apertura de las políticas públicas de Internet y digitales. Pero incluso en los países tecnológicamente más avanzados existe una activa intervención, con el elemental fin de mantener sus ventajas en el largo plazo.

Los gobiernos que confíen en invisibles manos de mercado o improvisen ejercicios desactualizados deberán recomendar a sus ciudadanos que sigan las tres reglas comunicadas por el criptógrafo Robert Morris, jefe científico del Centro Nacional de Seguridad Informática de la NSA: no poseer una computadora, no encender una computadora y, por último, no usar una computadora.

Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/185509

Fotografía: alainet.org

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South Africa’s public-private school plans require healthy scepticism

África/Liberia/ Uganda / Kenia.Mayo del  2017/Noticias/https://theconversation.com/

 

Public school systems across Africa are struggling. Some people believe that public-private partnerships are the solution to fixing ailing government education systems.

Public-private partnerships (PPPs) first took root in the form of charter schools in the US, and academies in the UK, arrangements where private entities take over the management of public schools, sometimes for profit, sometimes not. Such schools have now also sprung up in Liberia, Uganda and Kenya. Now officials in the Western Cape province are working to explore the model in South Africa: in 2015, five fee-free schools were set up as pilot “Collaboration Schools”.

The Western Cape Education Department hosted an information session in February 2017 to extol the virtues of PPPs to potential operating partners and philanthropic funders, with a view to expanding the project to 50 schools in the next few years.

Despite the project being designated a pilot, there’s already draft legislation that proposes giving the provincial education minister powers to reclassify any school as a Collaboration school.

It’s irrefutable that there are huge challenges in South Africa’s public schools. The question is whether using PPPs is the correct way to address them. A great deal of research evidence suggests that this approach should be treated with caution.

An internationally contentious system

The model that’s being proposed in the Western Cape is based on US charter schools and UK academies. Ark, one of the major organisations backing academies in the UK, and also a partner of the controversial Bridge schools, is acting as an advisor to guide the Western Cape’s arrangements.

But Bridge schools in Uganda have been ordered by the country’s courts to shut down because of poor infrastructural conditions and under-qualified teachers. In April 2017 several groups protested against the World Bank’s decision to advocate for Bridge Schools in Africa.

PPP schooling arrangements are controversial and give rise to several concerns.

The first is whether public schooling, should be directed and influenced so heavily by private parties. These parties have no public mandate that governs their actions. We know, too, that private provision of what used to be public services often exacerbates inequality – be it in the health care space or basic utilities. There’s no reason to believe the education space will be different.

Secondly, many (but not all) Charter operators enter the schooling arena because they perceive education as a new market for profit generation. Some scholars have questioned whether profit should be made in sectors such as health and education. These areas are critical to social development and directly related to basic fundamental human rights.

The argument closer to home

The proponents of PPPs offer three main arguments in support of the model being deployed in fee-free schools.

Firstly, they say schools are given more flexibility to govern and administrate according to pupils’ specific needs. They also say this model offers greater “accountability” by schools to government and parents, based primarily on something they term “Outcomes Based Assessment”. And finally, these schools, which may not legally charge fees and struggle to raise alternative funds, benefit from much needed extra resources supplied by the collaboration or philanthropic partner.

All these changes are alleged to offer improved teaching and learning – and to do so more efficiently than is currently the case.

Research evidence has contradicted these claims. A recent large-scale study compared state district, non-profit charter and for-profit charter schools across multiple states in the US. They showed learning outcomes vary broadly, with no conclusive evidence of charters of either type performing better than their public counterparts.

Trends identified in the same study showed that collaboration arrangements in school management resulted on average in a) more money per pupil being paid for administrative and management costs and b) less money per pupil being paid on instructional costs – that is, teaching and learning.

The researchers also found that, as a general trend, both for- and non-profit charters kept teacher salaries low by relying on younger, less experienced staff. They also experienced high staff turnover. Separate research has found that rapid teaching staff turnover correlates negatively and significantly with lower learning outcomes.

Such findings directly contradict the premise of efficiency that’s used to justify public-private partnerships as being superior to purely public schools.

If, in fact, instructional costs go down and management costs concomitantly go up, such arrangements could be viewed instead as a mechanism whereby private “managers” infiltrate struggling public schools and inadvertently redirect teaching salary funds towards themselves. This might not be the explicit intention, but it’s the overall net effect.

In the South Africa case, the PPP arrangement has tried to distance itself from the charter school model by insisting that PPP schools remain absolutely public. But there’s a real long-term risk of a similar shift in salary allocation like the US case, with substantial sums at play. The largest part of South Africa’s education budget, divided through equitable shares to the country’s nine provinces, goes to salaries. This is around 80% of more than R200 billion.

As has been the case in charter schools and academies, teachers in PPP schools will most likely experience decreased job security under the auspices of “accountability” as measured by standardised test performance. Such pressures to pin student test scores on teachers ignore the fact that many of the factors which determine a child’s school performance originate in the home, not the classroom.

While some PPP arrangements justify decreased job security with the claim they pay more at comparative experience levels than their public counterparts, this obfuscates the youthful staffing that automatically decreases overall salary costs. The “churn and burn” effect ensures teachers rarely stay at the school long enough to command a senior salary.

Caution needed

There’s a growing consensus that South Africa’s poorest performing schools are still under-funded. So it seems pragmatic to source extra resources from NGOs, philanthropists and private operators, especially in light of a lean and over-stretched public fiscus.

But South Africa should carefully heed the lessons learnt from charter arrangements in the US and the current Bridge debacle in Uganda. Healthy scepticism is a good idea. While the project’s individual proponents may be well-intentioned, there’s a real risk of such models laying the country’s public education coffers vulnerable to capture by private interests.

 

Fuente:

https://theconversation.com/south-africas-public-private-school-plans-require-healthy-scepticism-77335

 

Fuente Imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/hQTMjCkcLWAZt1SozxV9DbUFYa9PehOsBH5DPNdBXzFJ1nITHJXOpH-AQkVu60w7EJ21=s85

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Una educación que refuerce la capacidad crítica ante los medios y enseñe a explotar las TIC.

Por: Web del Maestro CMF. 19/05/2017

El filósofo, ensayista y pedagogo José Antonio Marina ha defendido este martes la necesidad de que el sistema educativo fortalezca la capacidad crítica de los individuos ante la información que difunden los medios de comunicación y enseñe a usar de forma adecuada las posibilidades que brindan los medios y las nuevas tecnologías de la información.

Esta ha sido la idea central de la conferencia que Marina ha pronunciado esta mañana en el Consejo Audiovisual de Andalucía (CAA), dentro del ciclo Diálogos en el CAA, titulada ‘La inteligencia que aprende’.

“Nuestra relación con la comunidad será siempre a través de mediadores, de intermediarios. El mediador nos puede estar engañando en su versión que nos está dando de la realidad y tenemos que ser conscientes de esta posibilidad”, ha señalado el experto. Por eso, según un comunicado, ha defendido que la educación se dirija a que las personas sepan tomar decisiones respecto de la información que reciben y sepan utilizarla. “Convertir la inteligencia en talento”, ha recalcado.

“Una cosa es la realidad, y otra, la imagen de la realidad que recibimos a través de canales muy amplios”, ha insistido Marina, que ha recomendado la adopción de un “escepticismo lúcido” como actitud ante los medios. Al hilo de las nuevas tecnologías y las redes sociales, considera que existe “una especie de glorificación de la opinión de cada uno”. “Nos parece que eso es muy democrático”, ha añadido. En este sentido, ha llamado la atención sobre la tendencia detectada en los últimos tiempos que concibe la información como un consumo. “¿Qué pasaría si de repente una democracia se guiara por un ‘Trending Topic’?”, se ha preguntado.

Respecto al sistema educativo actual, el pedagogo ha señalado que se encuentra en un momento de ebullición en este momento, y ha apuntado a los primeros resultados que demuestran el fracaso de la estrategia elegida. “Un burro que sabe navegar por internet seguirá siendo un burro”, ha dicho. Así, ha citado datos de la OCDE, según los cuales, desde 2008 hasta 2014 ha habido más de 400 reformas educativas en casi todo el mundo con poco éxito. “Una persona, para sobrevivir, tiene que poder evolucionar al mismo tiempo que evoluciona su entorno”, ha dicho.

Durante el turno de preguntas, se le preguntó sobre el motivo de la ausencia de alfabetización mediática en el currículum educativo. Según Marina, esta materia, aunque ha de ser transversal, debe centrarse en la asignatura de Filosofía cuyo peso en el sistema educativo, ha lamentado, se han reducido de acuerdo a lo decidido desde las autoridades europeas.

En este sentido, ha atribuido a la ignorancia y a la pereza “casi todas las cosas que se hacen mal en educación”. “¿Quién hace los currículums de Primaria y Secundaria, que es donde se define qué es importante y qué no? No tenemos claro muy bien quién lo tiene que hacer: ¿los políticos?, no lo saben. ¿Los científicos? no lo saben; los padres, tampoco; los empresarios, tampoco. ¿Entonces quién?”, se ha preguntado el experto en pedagogía.

Por ello, ha reivindicado “un tipo de saber”, una ciencia del aprendizaje, de la educación, que sobrevuele por encima de todas estas cuestiones y que señale qué es lo que nos conviene en cada momento.

Finalmente, ha defendido el derecho de todo niño, durante su etapa escolar, a tener la experiencia de éxito merecido, de ser consciente de su progreso. “La educación, el sistema educativo, activa la inteligencia de las personas”, ha finalizado.

Jose Antonio Marina, creador del Centro de Investigación Educativa Universidad de Padres, ha centrado sus investigaciones en el estudio de la inteligencia y en especial de los mecanismos de la creatividad artística –con especial énfasis en el área del lenguaje--, científica, tecnológica y económica.

Diálogos en el CAA es un foro periódico para la reflexión y el intercambio de ideas puesto en marcha por el Consejo Audiovisual de Andalucía para abordar y tratar de responder a las demandas de los diferentes agentes que integran el sector de la comunicación audiovisual.

Fuente: http://webdelmaestrocmf.com/portal/jose-antonio-marina-defiende-una-educacion-que-refuerce-la-capacidad-critica-ante-los-medios-y-ensene-a-explotar-las-tic/

Fotografía: web del maestro cmf

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Los limites de la educación «moderna»

Por: El Diario de la Educación. 19/05/2017

Metodologías más activas o más tradicionales están enfrentadas por ver qué funciona mejor. Pero cada una de ellas sirve para cosas diferentes, equilibrar su uso se hace casi obligatorio.

Estamos hoy, tal vez más que en los últimos 35 años, en viviendo un momento convulso en la educación. Las pedagogías más tradicionales, basadas en la clase magistral, la memorización o la transmisión directa de datos y conocimiento son criticadas y puestas en cuestión cada vez por un mayor número de personas.

Familias, docentes, algunas administraciones, partidos políticos, organizaciones de todo tipo hablan cada vez más alto de pedagogías activas, de hacer a las niñas y niños más activos en su aprendizaje. Organizar las aulas de otra manera, fomentar el trabajo en grupo, cooperativo, basado en proyectos, problemas, gamificación

Pero, ¿es una metodología mejor que otra? Jan Bietenbeck es profesor de Economía de la Universidad de Lund, Suecia. Hoy por hoy una de las universidades europeas que más está apostando por la investigación alrededor de la educación. Bietenbeck acaba de publicar un paper en el que, mediante el uso de los datos proporcionados por el informe TIMSS de 20007, intenta arrojar luz sobre el tipo de metodología en el aula más eficaz.

Jan Bietenbeck presentó, de la mano de la Fundación Sociedad y Educación y de la Fundación Ramón Areces, el documento ante un grupo de expertos del ámbito universitario: sociólogos, economistas y psicólogos de la educación entre los que se contaban Elena Martín, Carmen Tovar, Daniel Santín o Rafael Feito.

Con los datos de los que contaba llegó a la conclusión de que es necesario, y cada vez se hace más, una mezcla de ambos tipos de metodologías en las aulas porque, como era de esperar, cada una de ellas tiene impactos diferentes.

Mientras las metodologías más “tradicionales”, como él las denomina, dan al alumnado más capacidades para superar las pruebas estandarizadas cada vez más habituales, tienen mayores impactos en los elementos más memorísticos y de repetición de datos o hechos, las metodologías más “modernas”, suponen una mejora de los elementos relativos al razonamiento que han de desarrollar los alumnos y alumnas y no tienen impacto alguno sobre la resolución de las pruebas estandarizadas.

Antes de explicar esta conclusión, Bietenbeck comentó que en las pruebas estandarizadas es más habitual que las preguntas se relacionen con la repetición o lo memorístico frente a preguntas que buscan más el razonamiento del niñas y niños. Estas preguntas, aseguró, suponen alrededor de un 20% del total.

En cualquier caso, estas conclusiones remiten a la necesidad de pensar primer qué tipo de educación se requiere para qué tipo de tareas, y después ver qué metodologías son necesarias para llevarlas a cabo.

Ante la clásica pregunta de cómo deberían estas conclusión afectar a las políticas educativas quedó explicitado que queda todavía mucho que hacer para la investigación antes de ofrecer una respuesta a esta pregunta. Es pronto, no hay datos suficientes, hay que realizar investigaciones más profundas. Estas podrían ser las respuestas.

Sobre la mesa, dudas importantes como definir exactamente qué queremos decir con enseñanza tradicional y moderna. Varios asistentes comentaron que la organización del alumnado en grupos es algo que lleva haciéndose décadas y todavía se entiende como una práctica moderna. También la falta de elementos relacionados con la motivación hacia el aprendizaje o, como lo llamó Elena Martín, la pedagogía “patchwork” en referencia a esa técnica de costura según la cual se consigue una pieza a base de diferentes trozos de tela ya existentes. Algo que, dijo, le da miedo y que se ve con cierta asiduidad en centros educativos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/05/05/los-limites-de-la-educacion-moderna/

Fotografía: el diario de la educación

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African universities must take a critical view of knowledge and how it’s made

África/Mayo del 2017/Noticias/ https://theconversation.com/

Most universities boast “centres” or “institutes” designed to announce their strengths in a certain field. But there’s more to it than that: when a university establishes a new centre, it is making a statement of intent. It’s saying that it perceives a need for more work in that area, and that it intends to drive that work.

The University of Johannesburg’s African Centre for Epistemology and Philosophy of Science, which has just opened, is an example of this. Why is such a centre necessary? Why now? And why in South Africa?

To answer these questions, we need to think about the relationship between three big and complicated things: knowledge, science and Africa. Critical thinking about the nature of knowledge, and the way Africa participates in science, is an essential part of the project of decolonisation – if that project is to be a success.

A fraught history

Epistemology is the philosophical study of knowledge: what it is, how we get it, and how sure we can be of it. Science is a major source of new knowledge at the moment – it helps people to find out about things. It’s also a major source of power and influence over the world we discover, and over each other.

The history of science and the history of European empire are connected. The language used to talk about science shows this in phrases like “frontiers of knowledge”.

The relationship of the West to science is by no means straightforward, of course. One need only think of the politics around teaching of evolution in American schools to see that. But Africa – the whole continent, in all its enormity and variety – has had a particularly difficult relationship with science and has not always benefited from the power it provides.

Much of the African continent has also had a difficult relationship with knowledge more generally – the power it yields or accompanies, its sharing or deliberate withholding, and the rhetoric concerning who has it and who does not.

One strategy to improve this relationship is to afford greater recognition to knowledge generated locally and to set about generating more of it. This is one of the themes of the recent calls for the decolonisation of knowledge. The trouble, of course, is that generating knowledge is not like manufacturing cars or tin cans. It’s not even like writing a novel.

Phrases like “knowledge production” conceal the fact that knowledge answers to something beyond itself and beyond us. To produce knowledge is to find out about something. This means to risk being wrong about it. You can’t just make more knowledge, because knowledge isn’t something we make. It’s not something we produce at will. It is something we acquire; and sometimes we fail to acquire it even though we want it.

So while we might say we want to produce knowledge locally, we may find ourselves unable to do so, especially if resources are scarce (as they are in many parts of Africa).

Examining knowledge claims

A related difficulty accompanies the recognition of local knowledge. You can’t simply decide to treat what somebody says as knowledge on the basis of where they live or what their name is. Well, you can – but in doing so the pursuit of knowledge is abandoned.

When accepting a knowledge claim, a person ought to perform some sort of assessment of how likely it is that what the person says is true.

In the case of a scientific knowledge claim, this assessment is more likely to turn on the source’s credibility than on any assessment of the subject matter. Stephen Hawking’s pronouncements are believed by most of us not because we have checked his sums, but because he is a famous professor at a famous university. A junior lecturer at an obscure university, perhaps somewhere in Africa, could say the same things as Hawking and would probably not receive the same recognition.

This is one of the points motivating calls to decolonise knowledge. These calls can only be answered effectively if people have a better understanding of what knowledge – and especially scientific knowledge – is.

When then South African President Thabo Mbeki denied that AIDS had a viral cause, he was partly motivated by decolonising ideals. He was aware of the damage that pharmaceutical companies have done in sub-Saharan Africa, and of their tendency to monetise illness and its cures. Mbeki also recognised that the biological cause of AIDS cannot be addressed in isolation of social causes.

Yet his denial was wrong and costly, in both monetary and human terms.

In fact, the impossibility of addressing AIDS without understanding social causes is a good scientific point. The epidemiologist Quarraisha Abdool Karim also emphasises it, but without denying that HIV causes AIDS. Her point is that social factors explain why certain attempts to block transmission of the virus fail.

What is it that makes Karim’s work groundbreaking and Mbeki’s pronouncements damaging?

Context and critical thinking

The difference is that Karim considers the local context without dropping her critical guard. She does not tout a solution to the problem of HIV infection of school-age girls simply because it’s African. Her team trialled various failed interventions. Each of these was a response to local context; each was “African”. They were rejected because they didn’t work.

Eventually the team found an intervention that was effective at reducing infection rates. This is local knowledge. It was “produced” in Africa and it “works” in Africa, or, to be more precise, in rural Kwazulu-Natal.

The Tenofovir Gel that proved effective in Kwazulu-Natal might turn out not be the best strategy in San Francisco, just as some of the strategies for preventing infection in San Francisco didn’t work in rural Kwazulu-Natal. But the point is this: the claim that Tenofovir works in this African locality was subject to a high level of critical scrutiny. Mbeki didn’t subject his own claims about AIDS causation and prevention to the same level of scrutiny.

If the decolonisation of knowledge is to be successful, it needs to be driven by critical thinking about the nature of knowledge and related concepts like justification, evidence, method and explanation. It cannot simply be a parochial endorsement of the local, like supporting your local team.

Both strands of thinking – critical and uncritical – are present in the decolonisation rhetoric. The role of an African Centre for Epistemology and Philosophy of Science, in this time and place, is to champion critical decolonisation, both against reactionary opposition to decolonisation, and against the temptations of dropping our critical guard.

Fuente:

https://theconversation.com/african-universities-must-take-a-critical-view-of-knowledge-and-how-its-made-77878

Fuente imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/LaimsA0BqfD7cJUcuc27YGsko7lNtyaUWhYB0zdqyiHT0OmQDYNcE_qTElEHG-qeICYF=s85

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«De regreso a Marx. Nuevas lecturas y vigencia en el mundo actual», de Marcello Musto.

Por: Agustín Santella. Marxismo Crítico. 19/05/2017

Entre los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, los marxismos atravesaron una crisis que parecía ser final. Sin dudas, el acontecimiento clave fue el derrumbe de los “socialismos reales”, que venían a condensar un desgaste de esperanzas emancipadoras. Ninguna formación social perece sin agotar todas sus capacidades de desarrollo. En el caso de la experiencia socialista del siglo XX, alguna de estas capacidades se agotó. Decimos marxismos en plural, porque había una diferencia llamativa entre el marxismo oficial de los partidos de Estado de la URSS, el de China, pero mucho más respecto del marxismo intelectual académico de Francia, que era muy pujante. Perry Anderson ya escribió sobre la virtual muerte de esta influencia marxista en París hacia principios de los años ochenta. Sin embargo, en el ensayo sobre “Marx en Francia” editado en este libro por Marcello Musto, Jean-Numa Ducange afirma que hoy en Francia “ya no es posible mantenerse al día con todos los periódicos y revistas francesas que proclaman un ¨regreso a Marx¨” (p. 347). ¿Cómo es este regreso a Marx? ¿Qué marxismo sugiere esta nueva lectura? ¿Qué argumentos incorpora la nueva lectura para superar la actual crisis del marxismo?

Hay varios regresos a Marx. Algunos pueden simplemente mantener el Marx del marxismo del siglo XX, tal por ejemplo el marxismo real de los “socialismos reales”. Hay pocos de este tipo, aunque se lo tiene por el verdadero marxismo. En contraste, este libro presenta una persistencia renovada de Marx, especialmente en su primera sección de ensayos. La primera sección integra ensayos de destacados investigadores marxistas (entre ellos E. Meiksins Wood, R. Antunes, M. Lebowitz, el mismo M. Musto). La segunda sección refiere a la recepción reciente de las obras de Marx y Engels en distintas regiones del globo. El libro editado por Musto propone entonces una serie de lecturas nuevas, con direcciones interpretativas específicas, intencionadas, políticas las más de las veces. Pero en la segunda parte del libro tenemos la descripción sobre la evolución del estado de las publicaciones, y las interpretaciones destacadas en un conjunto representativo de países (América hispana, Brasil, mundo de habla inglesa, Francia, Alemania, Italia, Rusia, China, Corea del sur, Japón). Esta parte tiene un valor enorme para el lector interesado en las tendencias marxistas actuales. El libro contiene capítulos sobre la situación en China, Corea, Japón y Rusia, con informes de muy difícil acceso en castellano.

La primera parte tiene ensayos muy provocadores, pero de discusión fundamental. Abarcan una variedad de temáticas, negadas en el marxismo oficial del siglo XX. Posiblemente una idea general de este volumen sea la de una contraposición entre Marx y el marxismo real, entendido como “marxismo histórico” (Arrighi), o “marxismo de los partidos” (Wallerstein). Giovanni Arrighi definía el marxismo histórico no como una “traición” al marxismo, sino como una “formación histórica que se ajusta al despliegue efectivo del legado marxiano bajo circunstancias imprevistas por ese mismo legado” (New Left Review, 1990). Sin embargo, contraponía el marxismo histórico a las tesis fundamentales de Marx. Arrighi hace énfasis en el “sustitucionismo” que los partidos marxistas ejercieron en el poder del Estado en los socialismos reales.

El volumen incluye un capítulo muy impactante para esta discusión. Paresh Chattopadhyay ataca el “mito del socialismo del siglo XX”, en relación a los fundamentos de una teoría leninista del Estado socialista de transición. El error teórico de Lenin habría sido definir el socialismo como la propiedad estatal de los medios de producción. Esto constituiría un salto mortal desde Marx, que adaptaba la teoría primera a la realidad práctica de la toma del poder político. El socialismo en Marx expresaría la socialización de los medios de producción, o un “modo asociado de producción”. Para Marx no existía la distinción entre socialismo y comunismo. En ambos se expresa la negación tanto de la enajenación social en el capital como política en el Estado. La distinción leninista entre socialismo y comunismo como dos etapas no tenía fundamento en Marx. Esta argumentación entonces realiza una crítica de las revoluciones anticapitalistas del siglo XX por no ser estrictamente anticapitalistas. Si bien habla de los ejemplos fundamentales de Rusia y China, sugiere su aplicación a todas las revoluciones (p. 97). De todos modos, el autor no se expide en relación a las teorías del capitalismo de Estado, sino que las denomina descriptivamente “socialismo de Estado”. Este ensayo ilumina sin ambigüedad el tono general del libro: es preciso volver a Marx, no al marxismo “realmente existente”.

En este mismo sentido, se destaca el texto de Ellen Meiksins Wood, porque propone una visión histórica muy distinta de la tradición leninista. En forma de ensayo, la académica canadiense sostiene la actualidad de Marx a partir del hecho de que la universalización del capitalismo es un hecho reciente. Expone la paradoja acerca de un marxismo histórico preocupado por un sistema mundial no capitalista, bajo la teoría del imperialismo. Ella sostiene que el marxismo es más actual que nunca porque nunca habíamos vivido en el capitalismo universal.

Un sentido antiburocrático, esencialmente democrático social, se tiene en los ensayos de Musto y Antunes, pero también Comminel, centrados en la teoría de la alienación. Siguiendo la idea de “modo asociado de producción”, el socialismo intenta reponer la socialización basada en la libertad individual, una visión contraria a la centralidad del Estado en la vida social. Retomar la categoría de alienación permite dar cuenta del conjunto de las formas alienadas en la sociedad capitalista.

El volumen también publica ensayos sobre el “orientalismo”, esto es, el problema de los pueblos no occidentales, sobre feminismo y sobre ecología. Además del tema más clásico de las crisis económicas.

En la sección sobre la recepción actual se destacan los informes sobre China, Rusia, Corea y Japón, como hemos mencionado. En particular, respecto China, llama la atención el hecho de que el Partido Comunista siga haciendo propaganda en nombre del marxismo. Aquí podemos leer un informe con datos concretos sobre la investigación y publicaciones marxistas en ese país. El partido sigue controlando férreamente la lectura del marxismo, reprimiendo las disidencias. Aún así, se nombran algunas investigaciones críticas. En cuanto al contenido, llama la atención cómo el Partido justifica su giro hacia el capitalismo en nombre de la “libertad” y el “desarrollo de las personas”, siguiendo a Marx. Quizá estemos en presencia de un extremo de uso estatal de Marx, como no se había visto en el siglo XX.

El volumen incorpora un capítulo sobre América de habla hispana y otro sobre Brasil. Por supuesto que se resiente para el lector local un balance más amplio sobre la recepción actual de Marx en la Argentina, que ocupa dos páginas en el volumen. Francisco Sobrino menciona allí algunos destacados marxistas académicos, grupos, revistas e iniciativas de organizaciones políticas marxistas. El eje de selección estaría puesto en obras que discuten Marx, lo cual dejaría las que simplemente usan Marx como instrumental para otro tipo de trabajo de investigación. Pero en este plano, también se podría señalar, sin contradecir el sentido del capítulo comentado, que las nuevas lecturas de Marx han florecido en una diversas de grupos e investigadores, pero que no caracteriza el marxismo de Partido, férreamente alineado en la ortodoxia. El marxismo científico e intelectual se ha desarrollado por fuera de los aparatos políticos marxistas. Se profundiza entonces una división, que Perry Anderson había advertido, entre desarrollo de la teoría marxista y movimiento  socialista.

Este libro tiene el valor enorme de proponer una serie de líneas firmes para una nueva lectura libertaria de Marx. Además, nos deja un actualizado informe sobre la actividad concreta de la publicación e investigación en gran parte del globo.

Fuente: https://marxismocritico.com/2017/04/27/de-regreso-a-marx/

Fotografía: Marxismo crítico

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¿Estamos presenciando la muerte de la filosofía?

Por: Alejandro Martínez Gallardo. Pijamasurf. 19/05/2017

AL QUERERSE PARECER A LA CIENCIA, LA FILOSOFÍA HA PERDIDO SU ALMA Y SE HA VUELTO IMPOTENTE E INSIGNIFICANTE EN UN MUNDO DOMINADO POR LA VISIÓN MATERIALISTA.

Robert Frodeman y Adam Briggle, en un texto publicado en el New York Times (y traducido en Letras Libres), trazan un breve recuento de cómo la filosofía occidental ha perdido su camino, ha perdido en gran medida su identidad y su fuerza. El punto de inflexión en lo que podemos llamar un desvío del espíritu de la filosofía (poniendo como punto de partida el helenismo) es:

la ubicación de la filosofía dentro de una institución moderna (la investigación universitaria) a finales del siglo XIX. Esta institucionalización convirtió a la filosofía en una disciplina que sólo podía cursarse seriamente en un ambiente académico. Este hecho representa uno de los fracasos persistentes de la filosofía contemporánea.

Los autores atinadamente entienden que la academia, como una estructura que finalmente sirve al statu quo, fagocita al filósofo genuino:

En contra de las inclinaciones de Sócrates, los filósofos se volvieron expertos, como los demás especialistas disciplinarios. Esto ocurría aun cuando enseñaban a sus estudiantes las virtudes de la sabiduría socrática que resalta el papel del filósofo como un no experto, un cuestionador, un tábano.

Sócrates, por supuesto, era el filósofo itinerante, el filósofo que se ensuciaba las manos en el pantano existencial y que cuestionaba a la autoridad –hasta el punto de morir por sus principios. Algo que en la sociedad dominada por la filosofía del materialismo científico (que en realidad es una una no filosofía) sería considerado ridículo, una muestra de un pensamiento mágico primitivo o de naïveté, pero que para Sócrates era la culminación natural e incluso la consagración de su filosofía, que es siempre fundamentalmente un entrenamiento para la muerte. Una muerte que es la consecuencia de la vida y, por lo tanto, la garante de la moral.

La filosofía, al buscar la legitimidad y la prosperidad que da la academia, y siendo que la ciencia era el conocimiento que cosechaba prestigio y que generaba entusiasmo a finales del siglo XIX, se le arrimó a la ciencia, por así decirlo. Parte del método de la ciencia es el análisis y la fragmentación del saber, la creación de expertos que manejan lenguajes hiperespecializados que difícilmente pueden dialogar entre sí y los cuales difícilmente pueden ser entendidos por la persona promedio. “Si la filosofía iba a tener un lugar seguro dentro de la academia, necesitaba tener su propio dominio discreto, su propio lenguaje arcano, sus propios estándares de éxito y sus propias preocupaciones especializadas”, escriben los autores. Esto es lo que ha pasado con la filosofía, se han producido expertos de universidades que poco tienen que decirle a las personas que se preguntan sobre “quiénes somos y cómo debemos vivir”. La filosofía buscando plaza en las universidades y en los institutos dejó de ser relevante, dejo de tener un sentido existencial y dejó, también, de producir sabios, que podían abarcar la complejidad de la existencia en toda su diversidad. Al no poder abarcar la existencia en su totalidad, de manera integral, su saber dejó de ser una guía para vivir. Más aún, la filosofía (y con filosofía hablamos de un fenómeno occidental) dejó de poder competir con la ciencia porque dejó de producir logros –mientras que la ciencia produce tecnología que transforma el mundo material, la filosofía, al perder su sentido de ser un modo de vida, una práctica integral, dejo de transformar el mundo espiritual del hombre, dejó de producir logros: hombres sabios, hombres buenos, hombres iluminados.

El panorama actual deja al filósofo en una marcada desventaja, incluso en un estado de frustración. La filosofía ha “caído presa de la ‘envidia por la física’”, la física que produce conocimiento exacto. “A nosotros también se nos mide con la misma vara: el examen de nuestra producción, arbitrada entre pares”, dicen los autores. “Nosotros también desarrollamos subespecializaciones más allá de la comprensión de la persona común. En todas estas formas somos intensamente ‘científicos’”. Salve que la filosofía no produce conocimientos exactos, matemáticos, ciencia dura. O al menos no conocimientos que puedan medirse de la misma forma. Y no tendría por qué hacerlo, y ciertamente no exclusivamente (pues recordemos que los científicos eran hasta hace unos 2 o 3 siglos “filósofos naturales”). El tema aquí es que la modernidad ha creído –y es sólo una creencia– que el conocimiento objetivo es superior, que tal cosa como la objetividad existe y que el mundo está allá fuera, esperando inmóvil e inalterado por nuestra propia agenda interrogativa a que descubramos sus secretos con nuestros aparatos. Bajo esta visión, es imposible que la filosofía pueda competir con la ciencia y por lo tanto queda relegada. El dominio de la filosofía es la subjetividad, y en ello yace justamente su riqueza, puesto que nuestra experiencia, todo lo que realmente nos importa, es subjetivo. Como señala el físico de Stanford, Andréi Linde:

Debemos recordar que nuestro conocimiento del mundo empieza con la percepción, no con la materia. Estoy seguro de que mi dolor existe, porque mi ‘verde’ existe, y mi ‘dulce’ existe. No necesito prueba de su existencia, porque estos eventos son parte de mí; todo lo demás es una teoría.

El filósofo moderno vive en la torre de marfil de las instituciones académicas, filosofando en una computadora, haciendo una labor intelectual que poco afecta al mundo, que poco cambia a las personas –incluyendo al mismo filósofo que, al buscar profesionalizar su saber y hacerlo más científico, prefiere mantener un cierto rigor, una cierta distancia, una cierta ironía desapegada y tratar su materia como si estuviera estudiando un espécimen inerte en un laboratorio. Esto significa que lo que estudia nunca es él mismo, y por lo tanto no tiene como principio esencial transformarse a sí mismo o incluso mejorar su propio instrumento perceptivo para poder alcanzar una cognición más elevada. Todo es muy estéril, como en un laboratorio. Se trata fundamentalmente, como ha dicho un filósofo, de tirar el castillo de arena de otro filósofo, de crear la gimnasia verbal más deslumbrante. “La actividad filosófica recayó en una competencia por probar qué tan astuto se puede ser para crear o destruir argumentos”, dicen Frodeman y Briggle.

Al vivir en la comodidad de la academia, el filósofo (si es que se le puede llamar así) pierde vitalidad. Deja de ponerse a prueba y de ejercer la gran máxima de la antigüedad helénica, como estaba escrito en el oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Se convierte en un funcionario más de la intelligentsia. Todo esto se ve reforzado, como ha denunciado el exprofesor Terry Eagleton, por el modelo clientelar neoliberal de las grandes universidades, que son sobre todo negocios. Y la filosofía y las humanidades en general no son buen negocio (ni para los alumnos, ni para las universidades que viven de donaciones y de fondos gubernamentales para realizar investigación).

El filósofo moderno vive en y come de la academia. El término academia proviene de la escuela que fundó Platón en Atenas, pero poco tiene que ver con la idea de Platón de lo que era el quehacer del filósofo, del que ama la sabiduría. Platón entendió la filosofía fundamentalmente como una preparación para la muerte (Fedro, 67cd) y como un hacerse como un dios (Teeteto 176b). Pocas cosas pueden estar más lejos de la discusión académica que esto actualmente. Si un profesor de filosofía hoy en día anunciara que la filosofía está para divinizarse o para aprender a separar el alma del cuerpo y alcanzar un estado superior con la muerte sería probablemente tenido por loco y seguramente perdería su cátedra. Y, sin embargo, para esto está la filosofía esencialmente. O, al menos para ser buenos (lo cual nos hace morir mejor y nos hace como los dioses). Lo dicen Frodeman y Briggle: “Al convertirnos en especialistas, hemos perdido de vista el todo. Hoy, el objetivo de la filosofía es ser listo, no bueno. Este ha sido el meollo de nuestra perdición”. El filósofo moderno se ha convertido en el sofista que criticaba Sócrates, en aquel que sólo se hace pasar por sabio, en aquel que usa el intelecto para agenciarse beneficios mundanos, no para la trascendencia.

Cuando decimos que la filosofía está al borde de la muerte nos referimos a la filosofía en el sentido original del término, en el sentido que le dio Pitágoras (quien acuñó el término) y la tradición platónica. La labor que se realiza en las universidades es intelectualmente muy valiosa, incluso exquisita en su imbricación racional, en su devaneo del Logos, en su especialización y en su hermenéutica, pero no es filosofía. No tiene verdadero amor al conocimiento. El amor transforma a una persona, modifica radicalmente su forma de ser y relacionarse con el mundo (se dice que el amor hace que uno se convierte en el amado). La verdadera sabiduría también (el que conoce se convierte en lo que conoce; el que ama es amor; la gnosis disuelve la diferencia entre el sujeto y el objeto). Uno llega a amar la sabiduría, se hace un filósofo, justamente porque la filosofía tiene el poder de cambiarnos la vida, de cambiar sustancialmente nuestra experiencia en el mundo. Alcanzar un cierto estado de conocimiento significa alcanzar un cierto estado de ser, según Gurdjieff. A uno pueden gustarle los juegos intelectuales, los entramados de la razón, los problemas lógicos y la perfección del discurso pero esto no produce amor, se necesita algo más hondo, que estremezca el ser en su médula (algo que toque lo que los antiguos filósofos griegos llamaban el alma pero que hoy en día parece haber sido ostracizada del saber políticamente correcto). Amor y sabiduría son los senderos esenciales, en muchos sentidos sinónimos, que permiten que el ser humano alcance la felicidad duradera, la paz, la libertad, la iluminación. Y no menos que esto; decir que sólo nos permiten paliar neurosis, hacer la existencia más llevadera, hacernos más productivos o algo así es participar en una cortedad de visión, en un reduccionismo propio del materialismo científico. (Cabe notar que en el budismo tántrico la sabiduría y la compasión son consideradas los dos aspectos básicos y complementarios que llevan a la iluminación, los cuales son simbolizados como la cópula de lo masculino y lo femenino. Un simbolismo similar ocurre con la rosa y la cruz de los místicos rosacruces). El filósofo genuino, el que sirve y honra a la Sophia Perennis, no aspira menos que a la totalidad, que a lo absoluto, que a vencer por siempre la muerte y el sufrimiento, que a encontrar lo verdadero intemporal. Este objetivo tan noble parte de una fe basada en la tradición y en los crecientes atisbos que se van generando en su camino de conocimiento. En nuestra época, en la que la fe es considerada un signo de ignorancia y en la que se considera que sólo existe lo que se puede medir (y por lo tanto, la misma existencia de la conciencia se pone en duda), la labor del filósofo enfrenta una profunda crisis existencial, está herida de muerte en tanto que aquello que le da su más alta vida se considera inexistente o imposible.

Podemos ver que la filosofía se encuentra desprestigiada en el hecho de que los maestros orientales budistas o hinduistas y demás que vienen a Occidente conciben el concepto de filosofía como el aspecto meramente intelectual del conocimiento. Desdeñan que se diga que sus disciplinas espirituales son filosofías. Dicen peyorativamente “eso es sólo filosofía”, conocimiento intelectual sin sustancia, habladuría que no se pone en práctica y por lo tanto no tiene valor (lo que Sócrates habría llamado sofistería). Por supuesto no conocen o conocen muy poco la tradición filosófica de los pitagóricos, de los neoplatónicos, de los estoicos, de escuelas místicas como los alquimistas, de los padres de la Iglesia (para quienes la filosofía de Platón y Aristóteles fue fundamental), los místicos cristianos o incluso de algunos filósofos continentales como Nietzsche y Schopenhauer, para quienes la filosofía no podía existir divorciada de una forma de vivir y encarar el mundo. En las tradiciones de la India se hablaba de los panditas y los siddhas o mahasiddhas. Los panditas son grandes eruditos que conocen con maestría los textos; los siddhas son personas cuya característica esencial son los logros de la práctica, son los grandes yoguis que han alcanzado la unión divina que da la sabiduría. Por supuesto, la tradición habla de personas que eran ambos, grandes maestros como Abhinavagupta, Tsongkhapa o Longchenpa, que tenían amplios conocimientos de los textos y de la doctrina pero que a su vez habían alcanzado todo los logros de la práctica, habían comprobado que lo que la doctrina y la tradición sostenían era verdad y con su experiencia revitalizaban la tradición. Los siddhas eran siempre más respetados que los panditas. En Occidente no parece que tengamos actualmente siddhas, tenemos sólo panditas. En algún momento los tuvimos: Pitágoras, Plotino, Paracelso, San Juan de la Cruz, Böhme, Swedenborg y muchos otros. Seguramente es por esto que mientras Occidente coloniza Oriente con su tecnología y economía, de manera más discreta Oriente coloniza Occidente con su “filosofía”. Esto es algo que puede verse, por ejemplo, entre numerosos físicos que han volteado a Oriente para encontrar el sentido que la ciencia no les proveía (Bohm, Schrödinger, Bohr, Heisenberg y otros más).

En Oriente, quizás porque se está más cómodo en la ambigüedad y se sospecha de las definiciones, no existe o no existía una categoría estrictamente correspondiente a la filosofía (tampoco a la ciencia y a la religión). En Oriente se habla sobre todo de una práctica, de un sendero. Los sabios antes que escribir libros son maestros que enseñan con su ejemplo. Las personas que se interesan por el conocimiento (y por lo tanto por la transformación, no la mera información) hacen sadhana, una práctica espiritual diaria. Se les conocía por su sadhana o por su maestro no por ser de una corriente filosófica o de tal religión. Curiosamente esto no está lejos del sentido original de la filosofía que, según Pierre Hadot, es esencialmente un ejercicio espiritual. Esto no es casualidad: el surgimiento de la filosofía en Grecia no fue un fenómeno espontáneo, grandes filósofos como Pitágoras aprendieron los misterios de Egipto y recibieron enseñanzas orientales, conformaron un complejo crisol de influencias y de innovaciones. De aquí el título de su libro Ejercicios espirituales y filosofía antigua, donde dice:

De hecho, estos ejercicios –tal como podemos advertir en el texto de G. Friedmann– corresponden a un cambio de visión del mundo y a una metamorfosis de la personalidad. La palabra “espiritual” permite comprender con mayor facilidad que unos ejercicios como estos son producto no sólo del pensamiento, sino de una totalidad psíquica del individuo que, en especial, revela el auténtico alcance de tales prácticas: gracias a ellas el individuo accede al círculo del espíritu objetivo, lo que significa que vuelve a situarse en la perspectiva del todo (“Eternizarnos al tiempo que nos dejamos atrás”).

[…] La práctica de la filosofía no consistía en producir la teoría de la lógica, eso es la teoría de hablar bien y pensar bien, tampoco en producir la teoría de la física, eso es del cosmos, ni en producir  la teoría de actuar bien –sino que se ocupaba de hablar bien, de pensar bien, de actuar bien y de estar verdaderamente consciente del lugar que uno ocupa en el cosmos.

Terminamos, me parece con justicia poética, con palabras de Manly P. Hall, el filósofo y esoterista canadiense que desdeñó y fue desdeñado por la academia, pero quien con su vida y obra encarnó el espíritu verdadero de la filosofía, una tradición de sabiduría que se mantiene viva gracias a raros esfuerzos, pero que cada vez está más marginada:

En esta era en la que la palabra “filosofía” tiene poco significado si no está acompañada de algún otro término calificativo, el cuerpo de la filosofía ha sido segmentado en innumerables ismos, más o menos antagónicos, los cuales se han esforzado tanto por refutar las falacias de uno o del otro que las cuestiones más sublimes del orden divino y el destino humano han sufrido un deplorable descuido.

Antes de la sabiduría debe llegar la capacidad de la sabiduría. El entendimiento es sólo posible para un organismo que se ha entrenado para entender; y uno no se entrena solamente deseando, suspirando, escuchando. Como un atleta debe entrenarse para tener un alto rendimiento corporal, así también el estudiante de filosofía debe poner sus pensamientos, emociones y acciones bajo una disciplina especializada si es que quiere lograr fuerza filosófica.

Fuente: http://www.pijamasurf.com/2017/05/estamos_presenciando_la_muerte_de_la_filosofia/

Fotografía: Pijamasurf

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