Chile: La Universidad de Antofagasta planea despidos y cierre de carreras por déficit financiero

El plan de trabajo propuesto en el Consejo Universitario abarca desde despidos a docentes y no docentes, hasta el cierre de carreras. ¿Nos queda sólo resignarnos y administrar la reestructuración o hay otro camino?

Por: Akemi Matsubara

En el último pleno universitario del día 18 de diciembre de 2025, se presentó un borrador de propuesta de trabajo para el desarrollo del plan de reestructuración. Los argumentos esgrimidos son que la universidad está a dos meses de la quiebra y es insostenible. Es decir, no es “rentable”.

La Superintendencia de Educación (SES) ya había sugerido estos meses 5 medidas que la Universidad no tomó, las cuales se concentraban en aumentar la carga docente para no contratar docentes a honorarios, desfinanciar la investigación y cortar becas internas de la universidad. Una de las premisas que se señaló es que, o aceptamos este plan de reestructuración o la SES iba a intervenir y decidir.

Sin embargo, este plan de reestructuración de la Universidad no sólo aborda todas las medidas propuestas por la SES sino que va más allá. Mediante una “comisión de reestructuración” busca hacer revisión de la planta docente y no docente para despedir a académicos y funcionarios; plantea explícitamente la decisión de cerrar carreras, congelar incentivos para el desarrollo de investigación y publicaciones, ver la viabilidad de Centros e Institutos de la Universidad, entre otros.

Es decir, un ataque en toda regla a la única Universidad estatal de la Región de Antofagasta. El déficit, producto del abandono del Estado y de la lógica del autofinanciamiento de las universidades, lo pagaremos la comunidad educativa. Estas medidas no buscan fortalecer la educación pública, sino desmantelarla completamente, abriendo paso a los privados para extender aún más su negocio frente a la precariedad de las universidades estatales.

Todo lo que quieren recortar, son cosas indispensables para el desarrollo de una universidad pública. Nuestros docentes ya cuentan con una alta carga laboral, faltan profesores que tomen prácticas (como lo vimos con obstetricia hace un par de años, que no podían hacer prácticas porque no les pagaban a sus docentes), hay carreras que están profundamente precarizadas como música y artes escénicas, que son necesarias para el desarrollo humano en torno a las artes, sobretodo en una ciudad como Antofagasta donde la producción está primero. A la par, los funcionarios no docentes, sobre todo quienes son del área de aseo, son los más precarizados. Quieren hacer un muerto en vida de la Universidad de Antofagasta, transformándola en una máquina de producción de profesionales lo más rentable posible, lejos de una concepción de universidad destinada a crear conocimientos que resuelvan las necesidades de la población.

¿Por qué digo que quieren abrir paso a los privados desmantelando la universidad estatal? Porque muchos escuchamos a jóvenes que, buscando una buena educación, prefieren estudiar en universidades privadas donde aceptan beneficios estatales -como gratuidad y otros- porque ven que la UA está completamente precarizada. Que faltan laboratorios, docentes, salas, equipos, etc. Que la infraestructura es un desastre y más. ¿Quién querría estudiar en esas condiciones? La Universidad hoy la sostienen los académicos y funcionarios que con mucho esfuerzo hacen lo que pueden, a pesar de que la institución constantemente les retrasa los pagos, los precariza con honorarios, etc.
De esta forma, los estudiantes con beneficios estatales se van a las instituciones privadas, buscando algo “mejor”, y las privadas se llenan los bolsillos al recibir todo el financiamiento estatal.

En el pleno estudiantil, se discutió cómo los estudiantes podríamos “incidir” en el plan de reestructuración exigiendo la participación en la “comisión de reestructuración”, para resguardar la continuidad académica de quienes ya están estudiando (es decir, aceptar el cierre de carreras a través de que no entren más estudiantes pero que quienes sigan puedan terminar) , los criterios para cerrar y/o fusionar carreras y que se ajuste en asignaciones y gastos a nivel central antes de afectar a los estudiantes. Es decir, aceptar el plan de reestructuración pero con reparos.

La crisis no es técnica: es política y tiene responsables

La Universidad de Antofagasta este 2025 recibió de Aporte Fiscal Directo (que es la más importante fuente de financiamiento de las instituciones) un monto de $4.831.834 millones, mientras que la privada tradicional Universidad Católica del Norte recibió $10.433.562 millones de pesos. Esto no es una excepción local, sino un patrón nacional, consolidado también bajo el actual gobierno. La mayor parte del Aporte Fiscal Directo y de la matrícula con gratuidad termina en instituciones privadas, profundizando un modelo heredado que el gobierno de Boric no sólo mantuvo, sino que administró sin cuestionar. La gratuidad, pactada en su origen con Michelle Bachelet y defendida por quienes hoy gobiernan, se transformó en un verdadero negocio educativo para los privados, mientras las universidades estatales continúan precarizadas y endeudadas.

Ahora bien, la propia Universidad ha informado que enfrenta un déficit operativo proyectado cercano a los $9.000 millones, no una quiebra inminente ni una deuda consolidada imposible de manejar. Este déficit debe analizarse en el contexto de un presupuesto anual superior a los $70.000 millones (como se señala en el presupuesto 2025).

El presupuesto permite identificar con claridad prioridades presupuestarias que no están siendo discutidas. Solo en remuneraciones de la alta dirección (Rectoría, Vicerrectorías, Contraloría y direcciones centrales) la Universidad destina aproximadamente $2.831 millones anuales, una cifra superior al pago anual efectivo del servicio de la deuda, que asciende a $2.813 millones. Es decir, la Universidad gasta más en sueldos de la cúpula de alta dirección que en cumplir sus compromisos financieros del año, siendo este sector una minoría dentro de la Universidad.

Como “gesto” el Rector de la Universidad dejó de percibir aprox. 9,5 millones a este mes cobrar 8,5. La reducción salarial del rector opera como un simbolismo de austeridad, pero no como una política redistributiva ni estructural. No modifica las relaciones salariales internas ni el diseño del ajuste propuesto. Es un gesto comunicacional, que busca legitimar decisiones regresivas aplicadas a otros estamentos de la comunidad universitaria, la gran mayoría bordeando el millón de pesos de salario.

A partir de los propios registros de Transparencia Activa, es posible realizar un ejercicio simple y revelador: una reducción uniforme del 31% en las remuneraciones de la alta dirección, sin eliminar cargos ni despedir a nadie (Y todos, además, seguirían ganando sobre los 3 millones), permitiría generar un ahorro anual cercano a los $878 millones. Este monto equivale a aproximadamente un 31% del servicio anual efectivo de la deuda y a cerca de un 10% del déficit operativo proyectado. No se trata de una “solución mágica”, pero sí de una demostración clara de que existen márgenes internos de ajuste antes de recurrir a despidos, cierres de carreras o recortes a la investigación.

Estos datos desmienten el relato de que “no hay alternativa” al ajuste regresivo que hoy se intenta imponer. La reestructuración no es un destino inevitable dictado por las cifras, sino una decisión política sobre quién debe pagar el costo del déficit. Y, hasta ahora, esa decisión apunta de forma sistemática a los sectores más precarizados de la comunidad universitaria, mientras la estructura directiva permanece prácticamente intacta, pues sólo discutieron bajar ciertas asignaciones.

Por eso, aceptar participar en una comisión de reestructuración bajo estos términos no es incidir: es legitimar un proceso cuyo marco ya está definido en contra de la educación pública. Los estudiantes no podemos ser parte de un plan que preserva los privilegios y sueldos de gerentes de la alta dirección y sacrifica el carácter público de la universidad.

El debate no debe ser cómo administrar el desmantelamiento de la Universidad de Antofagasta, sino cómo defenderla, exigiendo que cualquier discusión parta por desconocer completamente las deudas que tiene la Universidad con los bancos, deudas que fueron creadas por el abandono del Estado; Que el Estado inyecte recursos de forma inmediata a la Universidad para infraestructura, proyectos educativos, contratación de docentes, etc.

De resistir el ajuste a disputar el sentido de la universidad

En el fondo, lo que hoy ocurre en la Universidad de Antofagasta no es una anomalía ni un error de gestión aislado. Es la expresión de un modelo de educación superior profundamente mercantilizado, que atraviesa tanto a las universidades privadas como a las estatales (como vimos con los despidos y cierre de jardín en la UCN). Un modelo que reproduce la desigualdad de clases, donde el acceso al conocimiento no es un derecho social garantizado, sino un privilegio condicionado por la capacidad de pago, el endeudamiento y la rentabilidad de las carreras.

Bajo esta lógica, incluso las universidades públicas dejan de responder a las necesidades sociales y pasan a organizarse en función de la rentabilidad. Se privilegian aquellas áreas que sirven directamente al gran capital (en el caso de Antofagasta, la industria minera y extractiva) mientras se precarizan o eliminan disciplinas críticas, artísticas, humanistas y científicas que no generan ganancias inmediatas, pero que son fundamentales para pensar un desarrollo del pensamiento crítico, humano, social y cultural. No es casualidad: es la expresión de un sistema que pone el conocimiento al servicio de una minoría económica, y no de las grandes mayorías sociales.

Primero se abandona a las instituciones estatales, luego se las empuja al endeudamiento y al autofinanciamiento, y finalmente se utiliza el déficit como chantaje para justificar despidos, cierres de carreras y recortes, mientras se desatiende los problemas estructurales que afectan a las grandes mayorías: la salud, la educación pública, la vivienda, el medioambiente, la cultura, la precarización laboral y la desigualdad territorial.

Nuestra tarea no es administrar el desmantelamiento ni negociar cómo se reparte el daño, sino organizar una respuesta colectiva que cuestione de raíz este modelo. Lo que está en juego es qué universidad necesitamos y para quién. Una universidad al servicio de las grandes mayorías, orientada a producir conocimiento crítico, científico y humanista para resolver los problemas sociales reales, una universidad donde todas y todos podamos estudiar, sin restricciones.

Desde esta perspectiva, resistir el plan de reestructuración no es solo una defensa frente a los ataques actuales, sino una oportunidad para pensar colectivamente una universidad distinta, democrática, con financiamiento basal 100% pagado por el Estado, gratuita, al servicio de la población y no del mercado. Una universidad donde el conocimiento no esté subordinado a la rentabilidad, donde estudiar no sea un privilegio de clase y donde la educación pública deje de ser un negocio. Y sobretodo, porque el próximo Gobierno de Kast prepara un ajuste fiscal de 6.000 millones, que seguramente afectará en derechos sociales como educación, salud, pensiones, etc. Organizarse para resistir los ataques es una tarea de primer orden, por lo que se hace urgente levantar una campaña contra la reestructuración, por ningún despido a docentes y funcionarios; contra el cierre de carreras, por el desconocimiento de la deuda y por una inyección de recursos urgente a la Universidad por parte del Estado.

https://www.laizquierdadiario.cl/La-Universidad-de-Antofagasta-planea-despidos-y-cierre-de-carreras-por-deficit-financiero

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