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México: Deserta un millón de alumnos por la pandemia SEP

La Jornada 

Ciudad de México. Por la pandemia de Covid-19, un millón de estudiantes de todos los niveles educativos abandonaron las aulas en México, reconoció la secretaria de Educación Pública, Delfina Gómez Álvarez, quien estimó que la deserción afectó entre 2.5 y 3 por ciento de los 36 millones de alumnos que integran la matrícula nacional. Ayer, también se confirmó el segundo caso positivo de Covid-19 en una secundaria pública de la capital del país.

Afirmó que se trata, en su mayoría, de estudiantes de escuelas particulares de educación media superior y superior, aunque destacó que en planteles de prescolar, primaria y secundaria la deserción fue por motivos económicos, fallecimiento de los padres o por temor a un contagio en las escuelas.

En entrevista previa a su visita al prescolar Celic, ubicado en la alcaldía de Tlalpan, al que en promedio regresaron 22 alumnos, insistió en el llamado al retorno a clases presenciales, pese a que ayer se confirmó el segundo caso positivo de Covid-19 a menos de una semana del reinicio de clases presenciales el 7 de junio.

La Autoridad Educativa Federal en la Ciudad de México (AEFCM), que encabeza Luis Humberto Fernández Fuentes, informó que una alumna de primer grado de la Secundaria Diurna número 241 Emma Godoy, en la alcaldía Gustavo A. Madero, dio positivo al virus, tras aplicarle una prueba, luego de que su madre alertara de posibles síntomas de la enfermedad.

A la fecha, indicó la AEFCM, se han confirmado dos casos positivos, ambos en secundarias públicas, una en Tláhuac y otra en Gustavo A. Madero, mientras uno de los dos casos sospechosos del Colegio Williams se confirmó negativo y otro está a la espera de que se realice la prueba. En la secundaria Emma Godoy se determinó volver a clases a distancia.

Por la mañana, Gómez Álvarez, quien agradeció el esfuerzo de maestros y padres de familia que aceptaron volver a las actividades presenciales, reconoció que “todavía el reto es grande, las cifras son cerca de un millón de alumnos que se están presentando (a la escuela), y efectivamente nos falta”, indicó.

Agregó que se logró vacunar a 2.7 de los 3.1 millones de trabajadores del sector educativo que se tenía como población objetivo, y afirmó que es mínimo el número de maestros que no aceptó inmunizarse, por lo que indicó que se buscará una estrategia para que quienes no recibieron el biológico anti-Covid puedan seguir trabajando a distancia, pero no directamente con los alumnos.

“Somos muy respetuosos, no vamos a obligar a nadie, nos vamos a ir por una situación de convencimiento, pero también tenemos la obligación de cuidar las medidas de precaución para nuestros niños”, aseguró.

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El reto de sentar condiciones mínimas para hacer viable la educación pese a la pandemia

Por: Animal Político/ Elio Villaseñor Gómez

Es un hecho que los efectos negativos de la pandemia en el empleo, la pobreza y la desigualdad tendrán una persistencia mayor en el ámbito educativo a la que usualmente el mundo “estaba acostumbrado”, puesto que la declaratoria de la pandemia puso en entredicho a las estructuras del sistema educativo a nivel global.

A más de un año de haber sido declarada la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2, saltan a la vista las secuelas negativas que causó en la sociedad, la economía, los sistemas políticos y de salud. Dichas secuelas, a la fecha, son objeto de fuertes cuestionamientos en México y en el mundo por la incapacidad de los gobiernos para evitar un contagio que tiene a la humanidad asolada, confinada, con incertidumbre y falta de certeza sobre un retorno a la normalidad prepandemia.

La pandemia del COVID-19 ha mantenido a los gobiernos en un estado de control de daños. El debate y la búsqueda de una cura se han concentrado en múltiples problemas inmediatos, tratando de disminuir sus impactos en el corto plazo. Sin embargo, es un hecho que los efectos negativos en el empleo, la pobreza y la desigualdad tendrán una persistencia mayor en el ámbito educativo a la que usualmente el mundo “estaba acostumbrado”, puesto que la declaratoria de la pandemia puso en entredicho a las estructuras del sistema educativo a nivel global.

Para México, el panorama no es distinto al de otras partes en el mundo en materia educativa. El confinamiento obligado no sólo tuvo fuertes repercusiones sanitarias y económicas. También las registró en el terreno de la educación, con la suspensión total de clases en todo el país para más de 35 millones de estudiantes y 2 millones de docentes, quienes se vieron súbitamente privados del espacio escolar, que es el lugar educativo por excelencia. Esta circunstancia fue un punto de quiebre en la cotidianeidad y en la separación entre casa y escuela, situación que reveló a la par la despersonalización del proceso de enseñanza-aprendizaje y la retroalimentación entre maestros y educandos.

Educar en tiempos de pandemia llevó a implementar diversas estrategias. En el caso de la educación pública, la instrucción a distancia se llevó a cabo mediante la plataforma “Aprende en Casa”. La educación a distancia simultáneamente trajo consigo nuevas formas de interrelación y marginó a un segundo plano o anuló actividades regulares para los educandos, como las clases y el recreo, así como sus rutinas y las relaciones sociales en las escuelas, pero ante todo la interacción que lleva al aprendizaje.

La educación a distancia y una forma diferente de impartir clases con base en “Aprende en Casa” enfrentó a los maestros a una nueva forma de educar, en un terreno parcialmente explorado o practicado. Esta nueva realidad puede calificarse como un choque al magisterio, que tuvo que responder a las nuevas exigencias de un aula virtual en un ejercicio que, se comprobó, propició tensiones entre estudiantes y docentes, entre los propios docentes y entre éstos y las autoridades que los presionaron para “actualizarse” en esa nueva modalidad educativa. Paralelamente, tuvo como consecuencia colateral la conversión de las casas en aulas, de los padres en “maestros” sustitutos y de la infraestructura doméstica en la red de conexión necesaria para esa nueva práctica educativa. A pesar de que la educación a distancia adquirió una relevancia que nunca se había registrado en el país, es claro que se trata de un recurso coyuntural y de ninguna manera de una suplencia del plantel escolar.

Otro reto igualmente cardinal, será el retorno de la totalidad de los educandos que asistían a las aulas antes de la pandemia. La extensión del confinamiento se reflejó en los resultados de la “Encuesta para la medición del impacto COVID-19 en la educación” (INEGI-2021), la cual dio cuenta de que la pandemia dejó fuera a 2.3 millones de alumnos del ciclo escolar 2020-2021; otros 2.9 millones no se inscribieron por falta de recursos, y 3.6 millones más tuvieron que trabajar para completar la pérdida de ingresos de los jefes y jefas de familia que perdieron su empleo o vieron reducidos sus ingresos. La consecuencia inmediata de este último aspecto fue que la pandemia del coronavirus, la baja o falta de dinero o la necesidad de trabajar, expulsaron a 5.2 millones de estudiantes entre 3 y 29 años del ciclo escolar vigente, tanto de escuelas públicas como privadas.

Otra secuela no menos preocupante es que la pandemia evidencia la desigualdad de oportunidades de acceso a la educación a distancia, puesto que en el país existen condiciones marcadamente inequitativas en el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación, tanto en las escuelas como en los hogares. Basta citar que de acuerdo con la “Encuesta Nacional sobre la Disponibilidad y Uso de la tecnología de la información en Hogares-2019”, divulgada por el INEGI, un 56.4% de los hogares mexicanos tiene acceso a internet, un 44.3% tiene una computadora en casa, un 39.1% carece de conexión a internet, 44.6% usa la computadora como herramienta de apoyo escolar en los hogares y 10.7 % de usuarios de internet acceden fuera del hogar. Esa situación en tiempos de pandemia ahondó las perspectivas de la marginación social de quienes padecen extrema pobreza, y para cuya población de niñas y niños no hay forma de acceder a las herramientas de educación a distancia como “Aprende en Casa”, por lo que seguramente estarán condenados a un rezago educativo mayor implantado por su marginación, sobre todo, de quienes viven en zonas rurales.

Con ese marco, no debe sorprender que el debate público se concentre en discutir las consecuencias del confinamiento, de la aplicación de medidas preventivas, de la atención a los grupos vulnerables, de la reactivación económica como esencial para toda actividad productiva y educativa, del éxito del plan de vacunación y, evidentemente, del regreso a clases, así como de las posibles estrategias para que los educandos y docentes vuelvan a las aulas de manera segura.

Ante ello, para los gobiernos y las autoridades educativas el urgente reinicio de clases es una prioridad de primer nivel, impostergable después de un año en el que el estudio fue básicamente a distancia. Sin embargo, el retorno a clases presenciales no sólo enfrenta el requisito de que este se verifique con el semáforo epidemiológico en color verde y se cumpla con las exigencias de carácter sanitario, sino también una exhaustiva revisión y acondicionamiento del estado actual de la infraestructura en las escuelas, pues, de acuerdo con datos de la SEP, de los 216 mil 130 planteles de educación pública en el país, hasta 108 mil 065 habrían sufrido saqueo o fueron vandalizados por los delincuentes que aprovecharon el abandono de las aulas durante la pandemia, provocando daños que abarcan desde cables de electricidad, ventanas y puertas hasta sanitarios, computadoras y pantallas.

Como podemos apreciar, a la distancia, la pandemia provocada por el coronavirus golpeó severamente al sistema educativo y los resultados se atisban como desoladores, situación que se agrava pues antes de la contingencia el ámbito educativo ya experimentaba su propia crisis, caracterizada por los rezagos en aprendizajes prioritarios, problemas de retención escolar, los asociados a la equidad en ingreso y permanencia, así como una ancestral deficiencia presupuestaria. Para este ámbito de alto impacto social, está visto, la pandemia “no cayó como anillo al dedo”.

En el corto plazo, el retorno a clases es una prioridad de política educativa y de alto impacto social, pues para el caso de México, un estudio del Banco Mundial indica que con un escenario de 7 meses sin clases presenciales la disminución educativa sería de 0.9 años, mientras que, si el cierre se prolonga a 13 meses (como ya ocurrió, pues México cerró oficialmente sus escuelas el 23 de marzo de 2020), el descenso llegaría a 1.8 años, lo que en el largo plazo tendrá un efecto negativo sobre el perfil del capital humano que se verá limitado para ingresar al mercado laboral, y que tendrá causas y consecuencias no sólo formativas sino también económicas para el país.

Frente a esa realidad, para los gobiernos y las autoridades educativas es cardinal delinear los pasos y la estrategia a seguir, con base en diagnósticos claros y precisos sobre lo que se requiere para establecer una ruta frente al ciclo escolar 2021-2022. Este ciclo se anticipa de sumo complicado por tener un formato que, en el mejor de los casos, será híbrido (clases presenciales escalonadas con esfuerzos de educación a la distancia) ante una pandemia que, según anticipa la Organización Mundial de la Salud (OMS), nos acompañará por largo tiempo.

Algunas medidas que podrían incluir dichos diagnósticos-estrategias, tras las consecuencias de la pandemia podrían ser: identificar el impacto del confinamiento en el aprendizaje de los alumnos, ponderando las desigualdades educativas y calibrando nuevas rutas. Incluso puede implementarse un nuevo plan educativo para compensar los atrasos de los estudiantes, así como precisar los programas y dinámica de clases que atiendan las necesidades de maestros y alumnos, para evitar mayores afectaciones de abandono y aprendizaje, como vía para hacer valer el derecho a la educación; formular una estrategia de reincorporación de los alumnos que han abandonado sus estudios o que han quedado rezagados por causas asociadas a la pandemia. De igual forma, pueden ponerse en funcionamiento los mecanismos y herramientas necesarias para un mejor acompañamiento en el proceso educativo, que se anticipa será mixto (virtual y presencial), con asesorías académicas y prácticas de educación diferenciada en las aulas, que ayuden a compensar los rezagos de aprendizaje. Asimismo, se podría ajustar el presupuesto y dar un uso adecuado de los recursos que se canalizan al sector educación, además de establecer una coordinación efectiva entre autoridades federales y estatales, para incorporar una nueva visión y promover la colaboración regional y mundial, en materia educativa.

Estos son momentos de definiciones, por lo que las propuestas citadas deben llevar a la sociedad y al gobierno a repensar sus criterios económicos, sociales y políticos. También a valorar con una nueva lente su panorama educativo, para darle importancia a la educación de calidad para los alumnos. Y robustecer el rol de la escuela como formadora y reforzadora de conocimiento, no únicamente como transmisora de una ideología que busca implementar una superestructura social. Ahora la escuela también deberá reforzar la concepción e interpretación de la nueva realidad post-pandemia, para generar nuevos paradigmas, con nuevas herramientas que proporcionen a millones de estudiantes la posibilidad de construir otro futuro.

En lo inmediato, el gobierno y la sociedad deben impulsar espacios escolares que promuevan escuelas para la vida, aulas abiertas a la realidad, programas capaces de reinventarse permanentemente ante situaciones de emergencia, por muy devastadoras que puedan ser, y formular alternativas educativas que pongan en el centro a quienes aprenden y no sólo a los contenidos curriculares oficiales.

Construir alternativas como las citadas demanda voluntad política, pero sobre todo requiere una ponderación estricta y hecha con la cabeza fría, sobre las causas de lo que está ocurriendo. Esta voluntad exige la concurrencia colectiva entre la sociedad, el gobierno, las autoridades educativas y el magisterio.

Por ello, para atemperar el impacto que ha tenido esta pandemia sobre nuestro sistema educativo, es necesario que todas y todos, tanto gobierno como sociedad civil e individuos pongamos manos a la obra y trabajemos desde nuestra respectiva trinchera para asegurar que el futuro del país y la vida de sus niñas y niños se vea afectado lo menos posible y puedan regresar a las clases, en las mejores condiciones.

Pero también habrá que asimilar que el “tsunami educativo” que el país enfrenta es de tal magnitud y las herramientas para contrarrestarlo son tan precarias, que la factura que una generación está por pagar será onerosa no sólo para ellos, sino para toda la sociedad en su conjunto. Por ello, como sociedad no podemos ni debemos tolerar ocurrencias bienintencionadas, pero mal diseñadas y peor implementadas.

Para corregir la crisis educativa que se está profundizando, brindar equidad de oportunidades para continuar aprendiendo a la distancia y en clases presenciales segmentadas y dotar a las comunidades educativas de las herramientas para atender las afectaciones socio-emocionales que empeoran conforme avanza la pandemia, se requiere formular una nueva política de Estado en materia educativa, que siente las condiciones mínimas para dar viabilidad al futuro educativo en el país.

Lo anterior exige elevar el costo político para que, si no por responsabilidad sí por exigencia social y política, el gobierno federal reasigne los presupuestos necesarios para fomentar las oportunidades educativas demandadas por miles de jóvenes que comparten el objetivo de tener un mejor futuro. De esta forma, el país tendrá posibilidad de levantarse con mayor celeridad de la crisis que lo aqueja actualmente y a largo plazo.

https://www.animalpolitico.com/blog-invitado/el-reto-de-sentar-condiciones-minimas-para-hacer-viable-la-educacion-pese-a-la-pandemia/

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Una carta al gobernador Ron DeSantis, Estados Unidos

Peter McLaren

Ron DeSantis, Gobernador del Estado de Florida,  Estados Unidos

Estimado gobernador:

A continuación le comparto mi respuesta a sus tres proyectos de ley de educación recientes, de los que usted se ha jactado orgullosamente que aspira que se conviertan en leyes:

Claramente, el propósito de estos proyectos de ley es incrustar en el plan de estudios de las escuelas un descrédito instintivo del socialismo. Usted quiere que los profesores condenen el comunismo en sus aulas. Quiere que Estados Unidos permanezca intacto por sus atrocidades impulsadas por los imperialistas y sin mancha por su historia de colonización.

En esas propuestas de ley usted ordena que las escuelas de educación básica (preescolar a bachillerato) deben desarrollar “retratos de patriotismo” dentro de los cursos cívicos, alabando a los Estados Unidos como un faro de libertad. De la misma manera, las universidades estatales deben impartir cursos sobre anticomunismo y promover la ideología conservadora de derecha, basada en valores cristianos conservadores, requiriendo que los estudiantes universitarios tomen un curso y aprueben un examen de «alfabetización cívica» para graduarse.

Por si esto fuera poco, también va a requerir que todos los estudiantes y profesores universitarios registren sus opiniones políticas con el estado. Eso suena, sospechosamente, a una tiranía ideológica que la quiere completar penalizando a las universidades que no celebren la ideología de derecha que usted mantiene y que está inspirada en Trump.

Por ese motivo usted jura que está atacando ideologías «malvadas» derivadas del totalitarismo. Describe al Che Guevara como un «matón comunista». El Che Guevara era una figura compleja -escribí un libro sobre el Che y Paulo Freire- y ciertamente preferiría honrar al Che que alabar a los torturadores de Batista que huyeron a Miami, o a la Guardia Nacional de Somoza que se convirtió en la Contra y que seleccionó a maestros para asesinarlos durante la revolución sandinista, y que también huyeron a Miami.

Estos llamados «proyectos de ley» son un ataque a la razón misma. Pero, ¿acaso reconoce que los proyectos mismos están reflejando la ideología totalitaria que usted mismo está denunciando? Pareciera como si estuviera anunciando una declaración fascista desde el famoso balcón del Palazzo Venezia en la Sala del Mappamondo, con vistas a la Piazza Venezia. O podría estar hablando desde las calles de Beijing, rodeado por los Guardias Rojos de Mao que obligan a todos los teóricos críticos de la raza y pedagogos críticos freireanos a campos de reeducación.

Usted y sus proyectos de ley son un eco espeluznante de la década de 1950. El macartismo está de regreso y con sed de venganza en los Estados Unidos y usted está en la vanguardia  del Partido de Trump que lo lleva de regreso a las calles de nuestras ciudades, que ya están plagadas de terror policial. Pareciera que su legislación hubiera sido redactada por la Gestapo en la Alemania de los años treinta.

Aún nos falta encontrar un antídoto para las relaciones sociales generadas históricamente que se filtran a través de nuestro sistema escolar que, a escondidas, han legitimado el racismo, la homofobia, la misoginia, la misantropía, la misología y el misoneísmo y han engendrado una ideología populista autoritaria y supremacista blanca a una escala sin precedentes hasta ahora en los Estados Unidos. Pero tenemos que seguirlo intentarlo.

Durante años, he propuesto la construcción de un patriotismo crítico, que nos lleve a reconocer algunos de los grandes logros de nuestro país, pero sin dejar de denunciar el terror de la esclavitud y el genocidio de la población indígena durante la fundación de nuestro país, así como las guerras imperialistas que hemos lanzado muchas veces después de su fundación.

Aquí le comparto un ensayo que escribí en el año 2013. Quizás usted y sus amigos cubanos exiliados deberían leerlo.

https://repositories.lib.utexas.edu/bitstream/handle/2152/45890/McLaren_A-Critical-Patriotism-for-Urban-Schooling_TxEdRev.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Estamos viviendo tiempos muy aterradores, señor gobernador, en parte debido al mal manejo de la pandemia por parte de su Maestro Trump cuando era presidente, lo que ha provocado más de 600,000 muertes en este país hasta la fecha, y no necesitamos que intensifique el terror ideológico con la estupidez fascista que impregna estas propuestas de ley.

Peter McLaren

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 (Translated by Luis Huerta-Charles)

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La educación pública en la pandemia o el valor de lo esencial

«Yo no he visto institución tan funcional en la vida como la de la escuela. En antropología se define «Función» como la contribución que hace una institución para el mantenimiento de toda la estructura social. La escuela, esa contribución la hace a la perfección.» (Juan Izuzquiza: Borregos que ladran)

Llega a su fin un extraordinario curso académico, es decir, un curso ajeno a lo ordinario o fuera de lo normal. Sin duda esa fue una de las primeras señales en marzo del año pasado de que algo verdaderamente grave estaba pasando. Cuando por aquel entonces se hizo incontestable que nos estábamos enfrentando a una pandemia ante la evidencia de la incontrolada propagación del SARS-CoV-2, uno de los acontecimientos de entre los muchos que se fueron precipitando y que nos hicieron afrontar ineludiblemente la cruda realidad fue el cierre de los centros educativos. Su funcionamiento es uno de esos elementos de nuestra cotidianeidad que son esenciales para otorgarnos esa sensación de normalidad que se nos olvida de tan naturalmente instalados que nos encontramos en ella, pero que es imprescindible para poder disfrutar de una existencia civilizada, es decir, una existencia en la que se dan las condiciones necesarias para que cada cual pueda plantearse la realización de un proyecto de vida propio con cierto nivel mínimo de confianza o, lo que es lo mismo, conviviendo con un grado de incertidumbre psíquicamente tolerable (no ansiogénico).

Un detalle que sintetiza lo dicho es que a la vuelta de las vacaciones de verano cada año, cuando en los medios de comunicación se habla de «la vuelta al cole» se la presenta como el reinicio irreversible de «la normalidad», o sea, del fin de esa etapa veraniega en la que parece que tácitamente hemos consensuado darnos una tregua, suspender –al menos aparentemente– el frenético flujo de actividades con las que tenemos ocupado nuestro tiempo diario según dicta esta omnímoda cultura del rendimiento.

Ciertamente era importante volver a la escuela en este curso que apura sus últimos días en el momento que escribo estas líneas. Se dijo el año pasado antes de su inicio que era fundamental, porque no era lo mismo la enseñanza telemática que la presencial. Que impedía que la institución cumpliera con una de sus funciones esenciales en nuestro Estado, el cual no sólo se define constitucionalmente como democrático y de derecho, sino también como social, lo que quiere decir que ha de procurar el cuidado de las condiciones mínimas que permitan el bienestar de sus ciudadanos. Entre esos mínimos se encuentra sin discusión la procura de una educación para todos ellos sin excepción.

No hay derechos sin obligaciones. Si se reconoce el derecho a la educación se está asumiendo una obligación por parte del Gobierno de garantizarla. Como se había constatado que la enseñanza por medios digitales y a distancia durante el confinamiento no cumplía satisfactoriamente con dicha obligación (la así llamada brecha digital acentuaba las injustas desigualdades sociales) era imperativo que los alumnos volvieran a los centros educativos. Lo que –no lo olvidemos– en plena pandemia suponía asumir un importante riesgo.

El verano pasado fue de mucha preocupación para el colectivo de los docentes. Los trabajadores de la sanidad eran los que entonces ya llevaban un largo tiempo en primera línea en la lucha contra la propagación de la COVID-19. Y estaban pagando un alto precio por ello. Todos lo reconocíamos, aunque sin duda no suficientemente. A partir del inicio del curso, tras ese verano, éramos los maestros y profesores los que con un riesgo significativo nos incorporábamos al colectivo de «los esenciales». La vuelta de los jóvenes a las aulas suponía la convivencia durante jornadas de unas seis horas al día de grupos de personas de número considerable en espacios cerrados. Con niños y adolescentes, por muy enmascarados que acudiesen al aula, no cabía seguridad de que su comportamiento se fuese a ajustar responsablemente a las exigencias de prevención que imponía la situación de pandemia.

Mientras que los funcionarios de casi todas las administraciones teletrabajaban y/o se bunkerizaban en sus despachos y oficinas con el fin de protegerse de los posibles contagios, incluso colocando a la puerta de los distintos edificios administrativos guardias jurado que impedían la entrada a todo usuario que no hubiese logrado con mucho trabajo una cita, nosotros, los integrantes del personal docente, teníamos que hacer lo de siempre: encerrarnos en nuestras aulas hora tras hora con clases, en muchos casos, de en torno a treinta alumnos.

Es verdad que se nos dieron unas instrucciones; aquí, en Andalucía, muy poco tiempo antes del comienzo de la actividad lectiva. De los equipos directivos que se encontraban al frente de los centros tuvieron que salir improvisados técnicos de prevención de riesgos para implementar las medidas que debían servir para disminuir la aparición de brotes de contagio. Eso supuso un trabajo monumental con el que se dejó totalmente solo al personal docente a cargo. De él saldría un responsable coordinador Covid, que ha sobrellevado una responsabilidad abrumadora pues ha estado al frente de la supervisión del dispositivo de prevención y control de contagios. Se nos endosó a los claustros de profesores la difícil decisión de cómo organizar la enseñanza para lograr que, sin renunciar a la presencia mayoritaria de los alumnos, no se pusiera en riesgo su salud y la de sus familiares. Nosotros, los docentes, teníamos que afrontar a diario una situación objetivamente de peligro, y solo iba a depender de nosotros, de nuestra precaución y suerte que no nos contagiásemos.

El curso dio comienzo –como es bien sabido– en septiembre: con mascarillas, con ventanas abiertas de par en par, con más limpieza. Dar una clase con mascarilla no es fácil cuando tratas de explicar contenidos académicos a nutridos grupos de chavales cuya atención has de captar, sobre todo cuando hace calor y notas que el sudor resbala por tu boca tras la dichosa tela. Entrar en un aula gélida las mañanas de invierno porque no se pueden cerrar puertas y ventanas para así evitar el efecto mórbido de los aerosoles exige mucho sentido del deber. Llevar adelante la enseñanza presencial cuando tienes que mantener la virtual duplica el trabajo, amén de convertirse en una tarea plagada de obstáculos cuando cuentas con una infraestructura informática obsoleta que no para de dar problemas y que requiere de un mantenimiento del que se encarga un profesor o profesora que, además, tiene que dedicarse a sus clases. Al mismo tiempo hemos sido vigilantes sanitarios de vanguardia tratando de detectar síntomas de contagio, en perpetuo contacto con los enlaces del servicio de salud, corrigiendo continuamente a los jóvenes que podían incurrir en un comportamiento que facilitara la transmisión del virus. En fin, ha sido duro, pero lo hemos hecho funcionar.

Hemos hecho funcionar la escuela, y al hacerla funcionar volvió la normalidad, esa normalidad tan necesaria para que esa esfera de nuestra existencia que parece haberse convertido en la dominante sobre todas la demás, a saber, la economía, echara a andar camino a la senda de recuperación que demanda el actual modelo capitalista en vigencia, y que exige el continuo crecimiento, porque la alternativa implica la ruina para muchos.

Creo que pocas inversiones tienen un efecto multiplicador tan alto en beneficios sociales como la educación. La inversión en educación –que no gasto– es el mejor factor favorecedor de la paz social. En las sociedades multiculturales como la nuestra es más preciso que nunca un espacio en el que se encuentren los integrantes de las nuevas generaciones donde se practique la convivencia de las diferencias culturales y de identidad procurando la corrección de las actitudes que puedan dar lugar a conflicto. La escuela es ese espacio, el único diría yo, en el que los jóvenes aprendices de ciudadanos no tienen más remedio que compartir su tiempo cada día con otros con los que sería difícil que pudiesen coincidir en otros lugares. Este ha sido un cambio notable del que yo he sido testigo en las últimas décadas: el paso de una sociedad como la española, relativamente homogénea desde el punto de vista de la identidad cultural, a una sociedad multicultural (la población extranjera pasó del 2% en 1990, por ejemplo, a casi un 13% en 2019) que puede correr el peligro en la actualidad de acabar fragmentándose y polarizándose más y más por el efecto de la tecnología digital que potencia las burbujas de filtro y las cámaras de eco, lo que facilita al mismo tiempo que prospere la ideología del rechazo al distinto.

Las aulas son hoy por hoy un lugar fundamental en el que aprender la práctica de la convivencia democrática. Todos los centros educativos de la red pública conforman una república del acogimiento cívico, formalmente exenta de factores que incidan en el agravamiento de las diferencias sociales, económicas, étnicas, culturales (la religión incluida), y de los que no hay garantías que estén libres los colegios propiedad de instituciones privadas como la Iglesia Católica o empresas que hacen de un derecho constitucional básico su negocio.

La escuela pública es el albergue social que a todos acoge dedicado a dar forma al complejo proceso de humanización, porque no hay humanidad en el individuo sin su integración social. A nuestros hijos les da la oportunidad de vivir la experiencia social extramuros de sus familias, porque cada particular familia no es la sociedad. Los expone en una primera ágora, imprescindible sobre todo en comunidades multiculturales como las nuestras. En sus aulas tienen que relacionarse con sus pares diversos con los que tendrán la oportunidad de comunicarse, intercambiarse ideas y creencias, contrastarlas y discutirlas. En este sentido nunca se subrayará suficientemente la importancia del componente laicista en una escuela pública verdaderamente democrática, que garantice el efectivo cumplimiento del derecho de libertad de conciencia.

En el muro exterior de un instituto en el que di clase durante bastantes años se podía leer una pintada que perduró curso tras curso. Rezaba así: «sistema de enseñanza, enseñanza del sistema». Es la condición paradójica de la educación institucionalizada de las sociedades democráticas. Por un lado es una pieza primordial sin la cual sería imposible el mantenimiento del sistema, pues transmite valores y conocimientos asentados como válidos de una generación a la siguiente; por otro lado, se supone que tiene que dotar a las ciudadanas y ciudadanos en formación de ese componente imprescindible para mantener la salud de tales sociedades y que no es otro que el libre pensamiento, la capacidad de contemplar con ojos críticos lo dado, lo recibido en herencia de las sucesivas generaciones a través de la tradición cultural; y aprender a procesar de manera razonable el conflicto, ineludible en sociedades como la nuestra donde se asume la diversidad y la discrepancia ideológica como hechos naturales.

¿Sería practicable nuestro estilo de vida sin los colegios e institutos? En una sociedad del rendimiento que sacraliza el trabajo, para el que parece que es éticamente justificable que no se conciba límite en cuanto al tiempo que se le dedica, la institución educativa contribuye a eso que se llama la conciliación entre la vida familiar y la laboral, que a mi modo de ver, en un modelo de sociedad como el nuestro actual, tiene más de disputa que de conciliación. Podría decirse que criar hijos en estos tiempos tiene mucho de heroicidad. No es de extrañar, pues, que los índices de natalidad en nuestro país, y en Europa en general, estén por los suelos.

No es capítulo menor en el asunto del modelo educativo la cuestión sobre el grado de autoridad y confianza que le otorgamos al maestro. Creo que pocos servidores públicos están tan sujetos a una continua inspección como lo está el docente. Sospechoso de adoctrinar para unos, de indolencia profesional para otros, obligado a dar cuenta permanentemente de las decisiones que toma ante sus alumnos, los padres de estos y la propia administración educativa, el salario emocional que se recibe en el desempeño de este oficio (del económico, mejor no hablar) es ciertamente escaso. No es de extrañar, pues, que entre los trabajos con mayores niveles del síndrome llamado burn out (o desgaste emocional por el desempeño de la profesión) se encuentre el docente.

Con el paso del tiempo y la evolución de la sociedad –sobre todo en lo referente a la situación de la mujer y la complejidad de los modelos de familia– el papel del maestro de educación primaria y del profesor de secundaria se ha ido cargando de responsabilidades que van más allá de su tarea de enseñanza de unos determinados conocimientos académicos. A menudo conducen a que el docente se vea implicado en aspectos emocionales y familiares muy delicados que afectan al alumnado. Es indiscutible que lo puramente académico ha ido perdiendo peso comparado con todo lo que tiene que ver con el bienestar físico y afectivo de los jóvenes. Ahora bien –quede esto claro–, no puede la institución educativa pública asumir como misión la corrección del creciente repertorio de taras sociales de origen extraescolar, máxime cuando colegios e institutos son territorios asediados por las presiones ideológicas de toda laya. Tanto poder no tienen. Lo tienen mucho más el inabarcable universo de las pantallas.

Es verdad que el sistema educativo es demasiado rígido y está sujeto a servidumbres políticas y sociales que le impiden desarrollar todo el potencial que podría si se confiase más en el trabajo docente. Tendría que aligerarse de burocracia y admitir un mayor margen de creatividad, al menos durante las etapas educativas en las que no entra en juego el factor de la competitividad, el cual exige el sometimiento a la evaluación de estándares cuantificables mediante los cuales clasificar a los jóvenes según las carreras académicas y profesionales que podrían cursar. Seguramente este aspecto escapa a las posibilidades de decisión de lo que quiere ser la escuela, pues tiene que ver más con lo que quiere ser la sociedad en la que la institución educativa se halla inserta. Es en ésta donde cabe detectar los talentos de los jóvenes, por lo que debe contar con las condiciones necesarias para que los profesores puedan hacerlo, que estos sepan reconocerlos y que tengan a su disposición los medios necesarios para cultivarlos y sacarles partido. Es esencial para un país que quiera estar vivo y con posibilidades de prosperar.

La educación pública en la pandemia o el valor de lo esencial

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Docentes universitarios de todo el país se organizan contra el ajuste

Por: Izquierda Diario 

En un plenario nacional de agrupaciones docentes de la Multicolor se resolvió convocar a un Encuentro Nacional de Base en los inicios del segundo semestre e impulsar un plan de lucha. Por salario, conectividad, vacunas y aumento del presupuesto educativo, contra el ajuste del Gobierno, el FMI y los rectores.

Trabajadores autoconvocados de Garbarino de distintas sucursales del AMBA, realizaron una jornada de lucha que empezó durante el mediodía del lunes 5. Luego de concentrarse en las oficinas de la empresas, se acercaron a Casa Rosada donde entregaron un petitorio exigiendo que se cumpla el DNU que prohíbe los despidos. Luego marcharon a las oficinas de la Federación Argentina de Empleados de Comercio (FAECYS) para exigir a Cavalieri que deje de darle la espalda y los defienda. Una vez más, ante la falta de respuestas tanto del gobierno como del sindicato, decidieron cortar algunos carriles de la 9 de Julio para visibilizar sus reclamos.

Desde abril vienen reclamando por el pago de salarios, a lo que se suma el aguinaldo y aportes sociales, motivo por el cual muchos de ellos se han quedado sin cobertura de salud en medio de la pandemia. “El año pasado no le fue mal a la empresa. El dueño declaró que aumentó un 900% la facturación y además recibió ayuda del gobierno. No entendemos qué es lo que está pasando ahora, qué pasó con la plata, que pasó con la ayuda. Somos más de 4000 familias esperando una respuesta y es nuestra única fuente de ingreso”, planteó Paola, trabajadora de Garbarino.

Ceferina, comentó: “En mi caso soy jefa de familia y mantengo mi hogar. Esto incluye costear el colegio de mi nena, la Obra social que tengo suspendida y constituye un montón de cosas que hacen que nos veamos realmente apretados. Es lamentable cómo estamos en este momento, somos casi 4500 familias. Para este señor Rosales (dueño) es un vuelto, pero para todos los trabajadores es importante y forma parte de nuestra canasta familiar. No hay que olvidarse que muchos fueron inducidos a renunciar y ni siquiera se liquidaron las indemnizaciones”.

“Hoy pasamos por el FAECYS, antes estuvimos en la Casa de Gobierno. Hay que recordar que fue Cavalieri quien acordó el art 223 bis.” En referencia al acuerdo por suspensiones, que fue firmado en el mismo Ministerio de Trabajo y avaló el recorte de un 25% de los salarios en la pandemia. “El gobierno lo único que nos dice es que nos recibe un petitorio pero ya es el segundo que entregamos y todavía no tenemos respuesta”, agregó.

Vale la pena recordar también que luego de varias audiencias en el Ministerio de Trabajo, la empresa tenía la obligación de pagar la totalidad de los salarios adeudados. El gobierno nacional no solo beneficia con distintos tipos de subsidios a estas empresas, sino que además deja pasar el incumplimiento del convenio de pago sin aplicar sanciones. Mientras dejan correr el tiempo, llevan ya 3 meses sin cobrar salario alguno.

Gisella dijo: “Estamos en la lucha desde hace meses, en mi caso particular la vengo luchando hace un montón(…) No nos están pagando y no puedo cubrir las necesidades básicas de mis hijos. Nos dieron la RePro que da el gobierno nada más hace un mes aproximadamente, pero son 22 mil pesos que hoy en día ya se fueron y no alcanzan para nada. Los tiempos que ellos tienen (por el gobierno) no son los mismos que nosotros porque el día a día se complica sin plata”.

Recordemos que la semana pasada, los trabajadores permanecieron dentro de varias sucursales del AMBA y Mar del Plata para evitar su vaciamiento, luego de que la gerencia informará el cierre total “hasta nuevo aviso”. Ante la rápida reacción de los trabajadores, la empresa tuvo que dar marcha atrás y varias sucursales tuvieron que reabrir.

En el caso de la sucursal de Garbarino en Lanús, los trabajadores permanecen desde la semana pasada en resguardo de su fuente laboral, sin respuesta. “Seguimos firmes en la lucha. Están intentando cansarnos, quieren que abandonemos, quieren que bajemos los brazos, esa es la estrategia de ellos. Algo que no saben es que nunca vamos a rendirnos, vamos a persistir y a resistir. Por nuestro trabajo” expresaron en las redes sociales.

En Mar del Plata continúa la permanencia en el local por parte de los empleados. “Si dejamos la sucursal sola, después vienen y la vacían y no tenés cómo reclamar. Acá nadie pretende quedarse con la mercadería, tomamos esta medida porque queremos que alguien venga a poner al día los sueldos. En cuanto sepamos que esté depositada la plata que trabajamos, les entregamos la llave y listo. La pelea es por lo adeudado, además nos deben el bono navideño y la obra social de hace ya un año de atraso”, señalaron.

Del mismo modo, en Tierra del Fuego la planta ensambladora Digital Fueguina permanece tomada por sus trabajadores hace casi dos meses.

https://www.laizquierdadiario.com/Trabajadores-de-Garbarino-cortaron-la-9-de-julio-luego-de-tres-meses-sin-respuestas

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Indígenas bolivianos celebran educación intercultural multilingüe

Por: Prensa Latina
La Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano celebró la recuperación de la educación intercultural multilingüe con la inclusión hoy de lenguas originarias en una nueva versión del programa educacional televisivo Educa Bolivia.
‘La Constitución se implementa así como nunca, este es un Estado Plurinacional y el Gobierno trabaja por la recuperación de la educación intercultural’, declaró el presidente de esa entidad, Faustino Flores.

El proceso de revalorización de las lenguas o idiomas originarios es uno de los grandes desafíos hacia una educación ‘intra-interplurilingüe’, añadió el activista indígena al exaltar el nuevo contenido televisivo.

Flores calificó de excelente la incorporación inicial de lenguas de los 36 pueblos indígenas en el espacio implementado por los Ministerios de Educación y Comunicación, ahora en aymara, quechua y guaraní.

‘Es un derecho de los alumnos reconocido en la Constitución’, declaró la viceministra de comunicación Gabriela Alcón, al inaugurar el nuevo Educa Bolivia.

La iniciativa incorpora esa novedad a la franja educativa transmitida mediante los principales medios estatales y algunos privados, explicó la funcionaria.

Alcón recordó que el país trabaja este 2021 por recuperar para la educación a ese y otros espacios estatales, como Bolivia TV, la Red Patria Nueva y el Sistema de Radios de los Pueblos Originarios.

También se sumaron varias entidades privadas de comunicación para cumplir ‘con una de sus más importantes funciones, que es garantizar el derecho a la educación’, destacó.

Con esa nueva modalidad educativa –consideró Alcón- ‘fortaleceremos valores como honestidad, responsabilidad, respeto, solidaridad, cuestiones comunes a las naciones y pueblos originarios campesinos’.

Según el gobierno, estos nuevos programas seguirán los planes de estudio, mediante maestros hablantes de lenguas originarias como presentadores, en coordinación con el Instituto Plurinacional de Estudios de Lengua y Cultura.

https://www.prensa-latina.cu/index.php/component/content/?o=rn&id=460194&SEO=indigenas-bolivianos-celebran-educacion-intercultural-multilingue
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Argentina: Reabrieron las escuelas, ¿pero volvió la educación?

Por: Luciano Román/LA NACION

¿Alcanza con reabrir las escuelas? Después de haber “militado” el cierre de las aulas durante más de un año, el Gobierno parece haber advertido que la situación ya resultaba insostenible. ¿Pero ha vuelto la educación? ¿O solo se ha improvisado un regreso limitado, desordenado y desganado a una apariencia de normalidad escolar? No son preguntas arbitrarias: desde que se anunció la vuelta a la presencialidad, casi ningún colegio ha regularizado una rutina continua. La jornada escolar es acotada, los alumnos van algunos días y otros no, la asistencia docente está muy condicionada y los edificios muestran las secuelas de haber estado mucho tiempo sin recibir ni siquiera un mantenimiento mínimo. Basta asomarse a la realidad cotidiana de cualquier colegio bonaerense para ver lo lejos que está el ciclo escolar de parecerse a la normalidad.

La decisión de haber mantenido las escuelas cerradas durante más de un año estuvo siempre floja de argumentos y de justificaciones. Provocó un daño que aún es difícil dimensionar, pero que muchos expertos definen como una verdadera tragedia generacional. Acentuó desigualdades, multiplicó la deserción, desarticuló las rutinas familiares y dejó a millones de chicos y adolescentes sin el amparo del colegio. Sin embargo, algún equívoco profundo y misterioso parece haber hecho que los gobiernos (nacional y provinciales), así como los gremios docentes, se sintieran cómodos con semejante despropósito. Quizá haya que desentrañar esa confusión para entender el desgano y la falta de convicción que parecen acompañar esta tardía apertura de las escuelas. ¿Por qué no se autorizan las jornadas completas en aquellos colegios que pueden garantizarlas? ¿Qué fundamento existe para que los protocolos sanitarios se puedan cumplir durante un turno limitado y no durante un turno completo? ¿Por qué no pueden ampliarse las “burbujas” en los colegios con matrículas más reducidas e instalaciones más amplias? “Volvamos, pero no mucho”, parece decir el Gobierno. Los gremios no celebran la vuelta al aula; la lamentan. Ni hablar de agregar días de clases, ampliar horarios y reducir recesos para compensar lo que se ha perdido. Propuestas de ese tipo suenan a herejías en un sistema educativo que siempre encuentra excusas para justificar la pérdida de días de clases.

El ministro de Educación de la Nación dijo la semana pasada, con pasmosa liviandad: “En aquellas escuelas donde haga frío se deben suspender las clases”. Podría haber dicho que el Estado iba a poner estufas, pero optó por el atajo más fácil. Es un criterio revelador: el Gobierno encubre su propia ineficiencia con el relato de que “cuidamos la salud de los chicos”. ¿Suspender más clases es cuidar la salud y el futuro de los chicos? ¿Cerrar escuelas es una forma de abrigar a los jóvenes? Para el relato de la indolencia demagógica, la respuesta es “sí”.

El problema es mucho más profundo que la falta de estufas, las jornadas reducidas y la asistencia alternada. Detrás de esta “escuela a media máquina” hay un profundo debilitamiento de la educación. Los alumnos son evaluados cada vez menos, la exigencia ha bajado al mismo ritmo que la actividad escolar, la interacción con los docentes se ha reducido. Los boletines de calificaciones son una mera formalidad llena de siglas incomprensibles. La escuela (como estructura y como institución) se ha desorganizado. La relación de los padres con el colegio ha quedado más fragmentada y desarticulada. Se ha resentido más el concepto de “comunidad educativa” y, en muchos casos, se han acentuado las desconfianzas, porque los padres (sobre todo en los sectores más vulnerables) sienten que la escuela los abandonó.

Esa escuela que estuvo más de un año cerrada ya era una institución en crisis: arrastraba problemas muy graves, tanto de calidad como de valores y de organización. La autoridad docente estaba cuestionada, la formación dejaba mucho que desear y los niveles de deserción eran muy altos. El trauma de este año y medio profundiza, entonces, un deterioro educativo que lleva décadas en la Argentina. ¿Se ha abandonado toda intención de recuperar la escuela pública? ¿Nos conformaremos con una escolaridad limitada y de baja intensidad? ¿El Gobierno le soltó la mano a “la escuela” para abrazarse al sindicalismo docente?

Mientras el ministro llama ahora a suspender las clases por el frío, en los últimos tres años Chubut tuvo solo sesenta días de clases. Se estima que 50.000 adolescentes de esa provincia, sobre un total de 170.000, han perdido el vínculo con la escuela en ese lapso. En Neuquén, un trabajo realizado por la ONG Barriletes en Bandada ha detectado que “hay chicos de tercer grado que todavía no saben leer” y que “recién están empezando a reconocer las letras”. Son apenas algunos de los datos recogidos por la historiadora María Victoria Baratta en su libro No esenciales. La infancia sacrificada.

Lo que se ve, en un contexto tan dramático y complejo como el que plantea la pandemia, es una escuela en retirada, a la que parece darle lo mismo estar abierta que cerrada, a la que un día de clases parece significarle poco y nada. Para el Gobierno, el reclamo por la reapertura de las escuelas ha sido casi un capricho de “padres opositores”, cuando no “negacionistas”. Después de mirar encuestas, ha concedido el regreso de la presencialidad en la provincia de Buenos Aires. Pero no parece preocupado por el hecho de que las escuelas sigan cerradas en Santa Cruz, en La Pampa, en Catamarca o en La Rioja.

Los datos, acá y en el mundo entero, son concluyentes: la actividad escolar produce muy bajo riesgo en materia de contagios. Y el costo de cerrar las aulas es, para chicos y adolescentes, enormemente más alto que el que supone la pandemia para esos grupos etarios. Si con protocolos adecuados han podido funcionar las industrias, el comercio y los servicios, ¿por qué no pudieron funcionar las escuelas? Los funcionarios responden con balbuceos; los gremios, con dogmatismo.

En el marco de esa indiferencia se debe interpretar la decisión oficial de suspender las pruebas Aprender. No se trata de una mera postergación, sino de una declaración de principios: de la misma manera que el Gobierno se ha sentido cómodo con las escuelas cerradas, se siente notoriamente incómodo con cualquier cosa que represente evaluación, exigencia, método, continuidad. Ni siquiera parece interesado en saber dónde estamos parados.

En lugar de multiplicar esfuerzos, la agudización de la crisis educativa alimenta un círculo vicioso: cada vez nos conformamos con menos y nivelamos más hacia abajo. Un sistema con dramáticos niveles de deserción tiende a conformarse con que los chicos vayan al colegio, aunque vayan de vez en cuando, aunque no estudien, aunque no aprendan.

¿Hay educación sin exámenes? ¿Se puede enseñar sin evaluar? Sin calificaciones y sin medición de rendimientos, la escuela se convierte en una ficción. Y en ese juego de ficciones, unos hacen que enseñan y otros hacen que aprenden, sin importar, en el fondo, que de verdad sucedan una u otra cosa. Tal vez haya que indagar en esta ideología de la ficción para entender lo que está pasando con la educación en la Argentina.

Por supuesto, no hay una salida rápida para una crisis de semejante envergadura. Pero tal vez se deba empezar por restablecer acuerdos básicos: la escuela debe estar abierta; no es lo mismo un día de clases que un día sin clases; no es lo mismo estudiar y esforzarse que no hacerlo. Para eso hay que macar un rumbo, dar señales claras y sostener una línea de coherencia. Pero primero hay que creer en la educación.

https://www.lanacion.com.ar/opinion/reabrieron-las-escuelas-pero-volvio-la-educacion-nid06072021/
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