Aunque los países inician con gradualidad el regreso a clases, los consultados sostienen que en el mundo se deben seguir explorando caminos en la virtualidad.
Superar la inequidad, mejorar la conectividad y garantizar la protección del estudiante en los espacios educativos son algunas de las conclusiones que resultan de la Encuesta Global de Aprendices realizada por Pearson, compañía dedicada a la educación a nivel mundial, con presencia en 70 países.
Este proceso se realizó en agosto pasado y consultó a 23 mil ciudadanos en el mundo, sin muestra en Colombia, aunque de acuerdo con los consultados, los desafíos planteados son globales en este sector de la sociedad.
Sobre las conclusiones, Sebastián Rodríguez, director para Hispanoamérica de Pearson, dijo que la encuesta plantea que la educación, sobre todo en los niveles primarios deberán “tener muchos más apoyos tecnológicos que los que tenían en la prepandemia”.
Con esto coincide Wilson Bolívar, decano de la facultad de Educación de la Universidad de Antioquia, quien asegura que entre los retos que tiene la educación para el próximo año y para el futuro en general, se debe mejorar el acceso a recursos y tecnologías digitales.
“Mejorar las condiciones de las familias para la adquisición de dispositivos tecnológicos y el acceso a Internet como un derecho básico” es fundamental para Bolívar, pues si bien es clave la presencialidad en las instituciones como espacios para la socialización y las interacciones, “también es un llamado a dotar de las condiciones necesarias para que los estudiantes tengas acceso a las condiciones que les permitan complementar sus procesos formativos”, sostiene el docente.
Para José Escamilla, director de Innovación Educativa del TEC de Monterrey, México, lo claro es que el próximo año se mantendrán algunos cierres parciales e intermitencias o, como lo llaman en Colombia, alternancias entre lo virtual y presencial.
“Más que un regreso a la normalidad, en materia educativa deberemos reinventar muchas de las cosas que hacíamos, porque las organizaciones de salud avizoran que llegarán más emergencias, como desastres naturales, pandemias… y la educación debe ser más resiliente”, plantea el analista.
¿Equidad?
Según Rodríguez, la encuesta reflejó que el uso de la tecnología no es equitativo y depende de la ubicación espacial o social de las familias.
“No todos tienen acceso a tecnología o a poder pagar una conectividad. Entonces la tecnología es un arma de doble filo, porque puede generar más desigualdad si no se aplica de modo equitativo”, en el entendido de que en países de ingresos medios o bajos aún hay regiones que no tienen ni siquiera una conexión mínima a internet.
Frente a esto, Bolívar sostiene que hay otra mirada social, que en ocasiones pareciera que no se tiene en cuenta: “Debemos fortalecer una educación inclusiva plural y diversa que atienda las particulares de nuestras poblaciones con sus diferencias”.
Los alumnos a partir de 16 años con circunstancias especiales como enfermedades, embarazos, acoso escolar e inmigrantes recién llegados, entre otros, podrán acceder a los centros de Educación para Adultos, según la reforma educativa del Gobierno, la Lomloe o ley Celaá.
En la actualidad, solo pueden estudiar en estas enseñanzas donde lograr, por ejemplo, el título de Secundaria (ESO), los mayores de 18 años y, en el caso de menores (16 y 17 años), si tienen un contrato de trabajo o son deportistas de alto nivel. Ahora se da un paso más dando respuesta a una demanda que llevan tiempo solicitando algunos profesores, destaca a Efe el cofundador de la Comunidad de Docentes de Educación de Personas Adultas y vocal de la Asociación de Directores de Enseñanza de Adultos de la Comunidad Autónoma de Madrid (Adeacam), Diego Redondo.
En el proyecto de la Lomloe se ha incluido el siguiente redactado: “Las administraciones educativas podrán autorizar excepcionalmente el acceso a estas enseñanzas a los y las mayores de dieciséis años, en los que concurran circunstancias que les impidan acudir a centros educativos ordinarios y que estén debidamente acreditadas y reguladas, y a quienes no hubieran estado escolarizados en el sistema educativo español”. “Esto es muy positivo”, afirma Redondo, pues además de las circunstancias especiales antes citadas “también se cubre otro de los grandes vacíos” del sistema educativo al permitir acceder a quienes no han estado escolarizados en España, como los inmigrantes recién llegados y que con 17 años tienen que esperar en mucho casos un año para poder estudiar. Para todo ello pide que se dote de más profesorado especializado a los centros para “atender correctamente a este alumnado”.
En la tramitación de la Lomloe, Redondo señala que “a título personal” algunos docentes consiguieron hablar con grupos parlamentarios para hacerles llegar sus propuestas al igual que desde Adeacam. “Esperamos que, en el futuro, para la elaboración del nuevo currículum se nos tenga en consideración y se reúnan con nuestro colectivo”, confía.
Sobre que en los artículos relativos a la Educación de Adultos la nueva ley quiera potenciar el desempeño de iniciativas empresariales entre su alumnado, Redondo no lo ve “imprescindible”. “Lo que sí es necesario es un nuevo currículum adaptado a la población adulta que tenga en consideración la mochila de conocimientos previos de cada alumno y se centre más en las competencias”, argumenta.
En la tramitación de la Lomloe, Redondo señala que «a título personal» algunos docentes consiguieron hablar con grupos parlamentarios para hacerles llegar sus propuestas al igual que desde Adeacam
En la nueva ley está previsto que se facilite al alumnado adulto el acceso a la Educación a distancia y se elaboren materiales didácticos específicos en soporte electrónico, lo que valora Redondo. Aunque expresa “algunas dudas” si no se acompaña de recursos económicos o va en detrimento de la Educación presencial.
Otro artículo fija que “los poderes públicos impulsarán el desarrollo de formas de enseñanza que resulten de la aplicación preferente de las tecnologías digitales a la Educación”. Redondo recuerda que hay alumnos de 18 años pero también de 60, 70 u 80 años. “El uso de las TIC son una dificultad para los más adultos, aunque en los más jóvenes se detecta una competencia digital muy baja”, alerta este experto, que expresa su preocupación sobre que muchos alumnos no tengan los dispositivos y conectividad necesarios para la enseñanza no presencial o a distancia. Un tema que se agrava al ver que el perfil del alumnado es, principalmente, de nivel socioeconómico bajo y muchos no trabajan o tienen cargas familiares.
Impulsar el uso preferente de las tecnologías digitales debería llevar consigo becas y ayudas al alumnado, que “actualmente no existe para estas enseñanzas”, recalca. Redondo subraya que, como ninguna Administración se ha lanzado a ello, la Comunidad de Docentes de Educación de Personas Adultas ha organizado el primer Congreso Estatal de Educación de Personas Adultas, que se celebrará virtualmente el 23 de enero. Inicialmente ofertaron 100 plazas pero la demanda se ha visto desbordada y ya son cerca de 700 las solicitudes de inscripción (www.congresoepa.es) para un evento gratuito, “organizado por docentes para docentes, visibilizando una de las grandes olvidadas del sistema educativo, la Educación de Personas Adultas”, añade.
Alrededor de 45 trabajadores de una escuela de la enseñanza especial apoyan la huelga y exigen mejoras al grupo Kedleston.
Trabajadores de Leaways School, una escuela especial independiente en Hackney dirigida por el Grupo Kedleston, al este de Londres (Reino Unido), cumplen cinco días en huelga en demanda de mejoras de sus salarios y de las condiciones para formar a los educandos.
De acuerdo con el Sindicato Nacional de Educación (NEU), unos 45 empleados participan en la protesta y exigen que se coloquen más recursos en función del apoyo especializado a los estudiantes en ese centro doncente, que pertenece a la educación especial y al que asisten más de 80 estudiantes de Hackney y distritos vecinos.
La escuela, concebida para atender a niños y jóvenes con diagnóstico de autismo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y necesidades de salud social, emocional y mental (SEMH), carece de espacio exterior y ello dificulta el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Los huelguistas exigen asesoramiento para llevar adelante su trabajo y que se conformen clases más pequeñas, todas con un asistente de enseñanza adjunto. Además, demandan tener paridad de salario con el personal de las escuelas públicas y contar con una paga por enfermedad adecuada.
Leaways es parte de un conglomerado de escuelas pertenecientes al grupo privado Kedleston, que administra 13 escuelas y está registrado en Jersey, un paraíso fiscal.
De acuerdo con un representante sindical, Jamie Duff, Kedleston facturó más de 32 millones de libras esterlinas (cerca de 43 millones de dólares) durante 2019, por lo que, a juicio del Sindicato, podrían igualar el salario y mejorar las condiciones laborales.
Asimismo, se estima que, por cada niño matriculado en una escuela como esta, el gobierno local de Hackney y otros condados pagarían al año entre 55.000 y 65.000 libras esterlinas (entre 73.790 y 87.210 dólares), fondo que podría destinarse a insertar a estos estudiantes en otras escuelas y proporcionar condiciones decentes al centro escolar.
Nemonte Nenquimo, una mujer waorani de 35 años, lideró el proceso legal que suspendió la explotación petrolera que amenazaba a su comunidad. Por esa victoria, ha sido reconocida como una de las activistas por los derechos indígenas más importantes del mundo. Su lucha es difícil y su figura divide incluso a activistas y líderes indígenas. Sin embargo, su risa cautiva a todos.
Nenquimo es una de las seis ganadoras del premio Goldman 2020. En septiembre fue reconocida por TIME como una de las 100 personas más influyentes del mundo y el 24 de noviembre, la BBC la incluyó en su lista de las 100 mujeres inspiradoras e influyentes en el mundo.
Si la esperanza pudiera reírse, sonaría como la risa de Nemonte Nenquimo. Ya sea a través de la pantalla de un computador o el parlante de un teléfono celular, el fuerte sonido de su carcajada parece una invitación de amistad imposible de ignorar, así como su lucha por la Amazonía. Nemonte Nenquimo, una mujer indígena waorani de 35 años, ha encabezado la protesta de su gente para que el Estado ecuatoriano respete los territorios y los derechos de las nacionalidades indígenas amazónicas.
En 2016 creó la Alianza Ceibo para atender las necesidades de comunidades a’i kofan, siona, siekopai y waorani. En 2019 encabezó la demanda que suspendió el proyecto de explotación petrolera del bloque 22 en la provincia de Pastaza, un foco de biodiversidad, que a la vez es fuente de petróleo. Esa es la defensa territorial a la que se ha avocado Nemonte Nenquimo, nombre melódico como una sonaja. La victoria legal que obtuvo podría sentar un precedente sobre la explotación petrolera en la Amazonía ecuatoriana y ha conquistado la atención del mundo entero.
Una lideresa de renombre internacional
A Nemonte Nenquimo acaban de darle el premio Goldman: el mayor reconocimiento ambiental que se entrega a nivel mundial. Antes que ella, lo recibieron personajes como: Alberto Curamil, Luis Jorge Rivera, Berta Cáceres, Ruth Buendía y Francia Márquez.
Nemonte Nenquimo, lideresa Waorani de la Amazonía ecuatoriana, con su hija Daime. Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
Curamil lo recibió en 2019 por dirigir a su comunidad mapuche en la detención de la construcción de dos proyectos hidroeléctricos en el sagrado río Cautín de Chile. A Márquez le fue entregado en 2018 por organizar a las mujeres afrocolombianas de La Toma y detener la extracción ilegal de oro en sus tierras ancestrales. En 2016, Rivera lo recibió por liderar una campaña para establecer una reserva natural en el Corredor Ecológico Noreste de Puerto Rico. Cáceres fue galardonada en 2015, un año antes de su asesinato, por emprender una campaña que presionó con éxito al mayor constructor de represas del mundo para que se retirara del proyecto de Agua Zarca. Y en 2014, Buendía lo recibió por unir al pueblo Asháninka en una campaña contra las represas a gran escala en Perú.
A Nemonte Nenquimo, cuyo nombre en wao tereo, su lengua materna, significa estrella, y a quien sus amigos más cercanos llaman Nemo, le entregan el Goldman de 2020 por la defensa de su territorio —específicamente por la victoria legal para evitar la explotación de los pozos petroleros en el bloque 22 de la Amazonía ecuatoriana—. “Ese premio no es para mí, es para todos porque solita no hubiera llegado”, dice Nenquimo, moviendo sus ojos inquietos, pintados con semillas de achiote, con un español fluido y a través de una pantalla —símbolo de estos tiempos pandémicos—.
Su esposo, Mitch Anderson, un estadounidense ambientalista y director de la organización Amazon Frontlines, dice que el Goldman es una oportunidad para mostrarle al planeta la lucha de los pueblos indígenas: es la tercera vez que un activista ecuatoriano lo gana. En 1994 lo recibió Luis Macas por dirigir una lucha pacífica por los derechos indígenas y en 2008 lo recibieron Pablo Fajardo y Luis Yanza por liderar, durante décadas, el caso por daños ambientales causados por la operación petrolera de Chevron-Texaco en la Amazonía Norte del Ecuador.
Nemonte Nenquimo en su comunidad. Foto: Sophie Pinchetti, Amazon Frontlines.
Este reconocimiento ha vuelto a poner a Nemonte Nenquimo en el centro de las páginas de los medios, de los feeds de las redes sociales y de los horarios estelares de los noticieros. Hace unas semanas, el actor Leonardo DiCaprio escribió en la revista Time unos breves párrafos de por qué Nenquimo es una de las 100 personas más influyentes del mundo. En ese entonces, la lideresa indígena dijo que le llamaba la atención que el reconocimiento fuese solo para ella. “Los occidentales son egoístas y siempre reconocen solo a una persona”, dice Nenquimo, mientras deja ver el pequeño espacio entre sus dientes delanteros, por encima de su quijada en punta.
El rostro de una lucha colectiva
Abre sus ojos cafés para decir que la cultura waorani privilegia el colectivismo y ella siente que ni el Goldman, ni la presencia en la prestigiosa lista de Time, se los ha ganado ella sola. “Yo represento a millones de personas indígenas que luchamos por la naturaleza. Si me reconocen a mí, nos están reconociendo a todos”, afirma mientras reconoce lo abrumador que resulta estar en la mirada del planeta entero.
Nemonte Nenquimo asegura que le cansan las cámaras, la atención, los mensajes de WhatsApp y las llamadas. Cuando siente que ya no puede con la presión, se refugia en la naturaleza y se desconecta de todo y de todos. “Me gusta ir a donde hay cascadas. El golpe de la cascada saca el malestar y los malos pensamientos. Me ayuda a aclarar la mente, me fortalece”. Para ella, esa es su terapia: ir a la selva, pensar y respirar.
Nenquimo creció en Nemonpare, una pequeña comunidad waorani donde viven no más de 10 familias grandes, y que está a dos días de caminata de Puyo, la capital de la provincia de Pastaza. Cuando nació, los funcionarios del Registro Civil, arquetipo estatal de la cultura mestiza, no quisieron inscribirla como Nemonte. Su hermano Oswaldo —a quien todos llaman Opi— dice que le pusieron Inés “para complacer a los blancos mestizos. Un nombre de cédula”. Pero en casa siempre fue Nemonte. La tía de su papá le puso ese nombre porque al verla supo que era “como una estrella y quería que llevara su sabiduría y su cultura”, dice Opi. Para él, aunque haya personas que critiquen a su hermana por el nombre de Inés, Nemonte siempre será ‘Nemo’ porque es el espejo de su esencia interior.
Nemonte Nenquimo es presidenta de la Conconawep desde diciembre de 2018. Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
En Nemonpare, entre los onkos —casas triangulares de troncos y palmas entretejidas— y las trochas hacia la selva, Nemonte Nenquimo vivió su infancia y adolescencia. Le gustaba sentarse con los abuelos —pikenani en wao— y cantar. “No podía estar quieta”, recuerda entre risas su hermano Oswaldo. Era la tercera de diez hermanos, y la primera mujer de todos ellos. “Fui como una mamá. Aprendí a cuidar y proteger a mis hermanos, a mis animalitos y a la naturaleza”, dice la lideresa indígena.
A los 15 años se escapó. Sin el permiso de sus padres, se fue hasta la capital del país, Quito, para estudiar en una escuela misionera. “Quería aprender español. A esa edad era muy curiosa de saber el mundo occidental”, dice. Pronto se dio cuenta que ese mundo que algún día le llamó la atención no era lo que imaginaba. “El ambiente era triste. Mi corazón era de volver a mi familia”, recuerda con una voz que se pasea entre la culpa y la nostalgia. Tres años después de vivir en Quito, volvió a su casa.
Ahora que asumió su rol como lideresa waorani, Nemonte Nenquimo viaja por todo el mundo: San Francisco, Ginebra, Río de Janeiro, Nueva York. “Yo escuchaba que Nueva York era muy bonito y que los ecuatorianos se iban allá para hacer una vida mejor”, dice del otro lado de la videollamada. “Pero yo no vi nada mejor, la gente ahí no vive bien, no vive tranquila”, asegura. Por eso, siempre vuelve a casa. “Donde sea que me reconozcan como líder o donde sea que me vaya, nada me va a cambiar. Amo quien soy, una mujer waorani”, afirma. Cuando sale a recorrer el mundo para contar su lucha, es como si llevara consigo su casa.
Una constante lucha por la naturaleza
En 2010 se vinculó a un proyecto de la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE) que buscaba detener el comercio de carne silvestre. En ese entonces, los indígenas waorani cazaban guantas, huanganas, pecarís, y chorongos dentro del Parque Nacional Yasuní para venderlos en el mercado de la comuna Pompeya, al pie del río Napo, al norte de la Amazonía. Las especies se estaban extinguiendo y, además, el comercio de carne silvestre podía ser profundamente problemático: tal como se comprobó con la aparición del COVID-19, la enfermedad causada por un nuevo coronavirus que salió de un mercado de venta de carne silvestre en China.
Nemonte Nenquimo después de una larga audiencia en el tribunal provincial en Pastaza, en la Amazonía ecuatoriana, abril 2019. Foto: Sophie Pinchetti, Amazon Frontlines.
Ana Puyol, exdirectora de la Fundación EcoCiencia, estuvo involucrada en la iniciativa que planteaba reemplazar la venta de carne silvestre por prácticas sustentables. Así conoció a Nemonte Nenquimo y cuando la recuerda, piensa en su carcajada. “Era como si tuviera la risa muy cerca de ella siempre”, dice Puyol. También recuerda que, aunque los diálogos sobre la carne silvestre eran difíciles, Nenquimo siempre encontraba una forma de transmitir esperanza y alegría.
Como si le hubiera contado una anécdota graciosa, Puyol se ríe cuando le pregunto cuál es su principal recuerdo de Nemonte Nenquimo. “Su risa es increíble, siempre que la pienso me la imagino con su gran sonrisa. Hasta en el día más duro, siempre nos hacía reír”. “Nemonte es una luz”, agrega.
La ganadora del Goldman 2020 recuerda los tiempos del proyecto junto a la AMWAE. Bajo la guía de la lideresa waorani Manuela Ima, las mujeres no solo lograron detener el comercio de carne silvestre sino que crearon un programa para hacer y vender artesanías y chocolates, y así ser más independientes. Nenquimo aprendió mucho de ellas.
Las Waorani cantan antes de entrar en la sala de audiencia para la lectura de la sentencia waorani en el tribunal provincial en Pastaza, en la Amazonía ecuatoriana (2019). Foto: Mitch Anderson, Amazon Frontlines.
Sin embargo, la lideresa produce afectos divididos: muchos waorani no la consideran una mujer waorani de verdad porque su mamá es sápara —otra de las 11 nacionalidades indígenas de la Amazonía ecuatoriana—.
Pero Nenquimo dice que nunca se ha sentido menos waorani. “Yo considero ser mujer wao como mi papá. No sé nada de la cultura de mi mamá. En lo más profundo soy mujer waorani”, asegura con determinación.
En 2013 empezó a trabajar en la construcción de un sistema de agua lluvia limpia para su comunidad y allí conoció a Mitch Anderson, que llevaba dos años trabajando en la Amazonía de Ecuador. Los dos tenían una lucha en común por la dignidad de los pueblos indígenas y trabajaban juntos en proyectos para apoyar a las familias y a los niños. Así, en algún punto —que ninguno de los dos recuerda con exactitud— se enamoraron y se casaron.
Sin embargo, para algunas personas del mundo indígena su relación es problemática. Manuela Ima dice que, en la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana, Nemonte Nenquimo nunca podrá ser lideresa porque “para serlo tendría que estar casada con un wao y no lo está”. Alicia Cahuiya, otra lideresa waorani, dice que muchos en su comunidad no están de acuerdo con que una lideresa waorani esté con un “gringo”.
“Mi pareja respeta mi cultura y mis decisiones. Es alguien que tiene mucho respeto, mucho valor, y siempre está conmigo trabajando para proteger el territorio waorani”, asegura Nenquimo. Oswaldo, su hermano, se ríe y recuerda que cuando lo conocieron, pensaron:“¿Gringo aprenderá a vivir en la selva?”. Para responder esa pregunta lo llevaron a cazar con un machete y una escopeta. Regresaron 15 horas después con varios animales y Anderson les demostró por qué ‘Nemo’ se había enamorado de él —era diferente—.
Nemonte Nenquimo en casa preparándose para ir a pescar, comunidad de Nemonpare, Pastaza, Amazonía ecuatoriana. Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
En mayo de 2015, nació Daime Omere Anderson Nenquimo, la hija de la pareja. Daime significa arcoiris en wao tereo. Su llegada se convirtió en otra razón para que su madre insistiera en la protección de su territorio y su cultura. Quiere dejarles a sus hijos un ambiente sano, agua limpia, aire puro, y una selva como en la que ella creció: “sin petroleras y sin contaminación”.
Una victoria “histórica”
Mientras construían los sistemas de agua lluvia, en 2013, Nemonte Nenquimo y otros líderes de los pueblos a’i kofan, siona, siekopai y waorani notaron que compartían muchas cosas —resistencias, luchas y visiones—, y que juntos podían hacer más. En 2016 crearon la Alianza Ceibo, una organización que trabaja por la selva, la cultura y el bienestar de las cuatro nacionalidades indígenas. Un proyecto que también les ha traído reconocimientos y alegrías.
En junio de 2020, la alianza ganó el Premio Ecuatorial, un reconocimiento del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que premia iniciativas innovadoras para proteger la biodiversidad y enfrentar el cambio climático. Aunque Nemonte Nenquimo lideró Alianza Ceibo hasta 2018, ese trabajo marcó el inicio de su camino como la reconocida defensora del ambiente y los pueblos indígenas que es hoy.
Nemonte Nenquimo y la comunidad waorani en una marcha. Foto: Mateo Barriga, Amazon Frontlines.
Cuando terminó su periodo dirigiendo la alianza, Nenquimo viajó desde Puyo hasta Nemonpare para visitar a su mamá. Allí, en una asamblea donde todos los candidatos eran hombres, la joven indígena se convirtió en la primera presidenta del Consejo de Coordinación de la Nacionalidad Waorani de Pastaza (Conconawep).
Desde ese puesto comenzó su lucha más importante, la cual había sido iniciada por la comunidad en 2012. En ese año, un grupo de técnicos de la entonces Secretaría de Hidrocarburos del Ecuador hizo una supuesta consulta sobre la explotación del bloque petrolero 22, que ocupa unas 200 mil hectáreas en la Amazonía ecuatoriana —cerca de la mitad de la extensión de Quito—, y es uno de los 13 proyectos de la llamada “Ronda Suroriente” que el gobierno ecuatoriano planeaba licitar a empresas nacionales e internacionales.
Según Gilberto Nenquimo, líder de la Nacionalidad Waorani del Ecuador (NAWE), la consulta de 2012 “fue una trampa”. El líder asegura que gente del gobierno llegó en helicópteros a varias comunidades waorani, les regalaron botellas de Coca-Cola y alimentos enlatados, y les dijeron que firmaran un papel que decía que el gobierno iba a trabajar para proteger la Amazonía. Los waorani firmaron, pero no sabían que el gobierno utilizó las firmas para decir que los indígenas estaban de acuerdo con la explotación petrolera.
Siete años después de la supuesta consulta, en 2019, Nemonte Nenquimo encabezó la acción legal contra el Estado ecuatoriano por ese “engaño”. La demanda decía que el Estado violentó el derecho del pueblo waorani de Pastaza a la consulta previa, libre e informada sobre el plan de explotación del bloque 22. Según la Constitución, antes de siquiera explorar la presencia de recursos no renovables en territorios indígenas, se debe hacer una consulta obligatoria y oportuna. Si la comunidad no da su consentimiento, no se puede explotar ese territorio.
Nemonte Nenquimo con miembros de su comunidad waorani. Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
María Espinosa, una de las abogadas que apoyó el proceso legal, cuenta que preparar la demanda tomó dos años y recuerda un día en la casa de Nemonte Nenquimo en Nemonpare. “Estábamos ahí todos hablando con varias mujeres wao sobre el territorio y el valor que tiene para ellas y entonces Nemonte empezó a cantar”, dice Espinosa en una llamada telefónica. “Nos transmitió algo que sentí como un mensaje poderoso”, dice la abogada. En ese momento Espinosa supo que estaban yendo por buen camino y tenían que seguir adelante.
Andrés Tapia, comunicador de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae), recuerda a Nemonte Nenquimo con su hija siempre al lado. “Iba con ella a las marchas, a las asambleas y a las audiencias”, dice Tapia. Para Nenquimo, tener una hija pequeña nunca ha sido un impedimento para luchar. Al contrario, va con ella a todas partes porque quiere que “aprenda sobre su cultura y su lucha”. Mientras hablo con Mitch Anderson vía Zoom, Daime de cinco años, vestida de princesa, se acerca tímida a la pantalla y me saluda en inglés. Me cuenta que extraña a su mamá y dice: “I want to be like her” (quiero ser como ella).
Julio de 2019 fue el mes de la dicha waorani. La Corte Provincial de Pastaza determinó que la supuesta consulta de 2012 hecha a las comunidades no cumplió con estándares nacionales e internacionales. La decisión no solo protegió a las 200 mil hectáreas del bloque 22 sino también a las más de 4 millones de hectáreas de selva que se querían subastar con el proyecto Ronda Suroriente. Carlos Mazabanda dice que la victoria marcó un precedente para que todos los pueblos y nacionalidades indígenas del país puedan exigir que se respeten sus territorios y sus vidas.
Cuando Nemonte Nenquimo piensa en la decisión de los jueces, simplemente sonríe.
[Foto: Nemonte Nenquimo es la ganadora del Premio Goldman para Sudamérica y América Central. Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines]
Científicos y académicos, entre ellos el Profesor Gesa Weyhenmeyer y el Profesor Will Steffen sostienen que debemos debatir la amenaza de perturbaciones sociales para prepararnos para ellas.
“Es el momento de tener estas difíciles conversaciones, para poder reducir nuestra complicidad en los daños”, dicen los firmantes.
Como científicos y académicos de todo el mundo, hacemos un llamamiento a los políticos para que aborden el riesgo de perturbaciones e incluso de colapso social. Después de cinco años de fracasos en la reducción de emisiones según el Acuerdo por el Clima de Paris, ahora debemos enfrentarnos a las consecuencias. Aunque las medidas audaces y justas para recortar las emisiones y secuestrar carbono de manera natural son esenciales, investigadores en muchas áreas consideran que el colapso social es un escenario probable durante este siglo. Existen distintas opiniones sobre el lugar, el alcance, el momento, la permanencia y la causa de estas perturbaciones, pero la manera en la que las sociedades actuales explotan a las personas y a la naturaleza es una preocupación común. Solo si los políticos comienzan a debatir esta amenaza de colapso social podríamos comenzar a reducir su posibilidad, su velocidad, su gravedad y sus daños a los más vulnerables, y a la naturaleza.
Algunas fuerzas armadas ya ven el colapso como un escenario importante. Los sondeos muestran que ahora hay mucha gente que espera el colapso social. Desgraciadamente, esa es la experiencia de muchas comunidades en el sur global. Sin embargo, no se informa adecuadamente en los medios, y está casi ausente del dialogo en la sociedad civil y en la política. La gente a quienes les preocupan los temas medioambientales y humanitarios no deberían desanimarse al debatir los riesgos de perturbaciones o de colapso social. Las especulaciones mal informadas sobre los impactos en la salud mental y en la motivación no sostendrán un debate serio. Eso tiene el riesgo de traicionar a miles de activistas cuya anticipación al colapso es parte de su motivación para presionar por un cambio en el clima, en la ecología y en la justicia social.
Algunos de nosotros creemos que una transición a una sociedad nueva podría ser posible. Eso implicará actuaciones audaces para reducir los daños al clima, a la naturaleza y a la sociedad, que incluyan preparativos para las perturbaciones en la vida cotidiana. Estamos unidos al creer que los intentos de reprimir el debate sobre el colapso entorpecen la posibilidad de esa transición.
Hemos vivido lo difícil que es emocionalmente reconocer el daño que se está causando, además de la creciente amenaza a nuestra propia forma de vida. También conocemos el gran sentimiento de hermandad que puede surgir. Es el momento de tener estas difíciles conversaciones, para poder reducir nuestra complicidad en los daños, y sacar el mejor provecho de un futuro turbulento.
Profesor Gesa WeyhenmeyerUniversidad de Uppsala
Profesor Will SteffenUniversidad Nacional Australiana
Profesor Kai ChanPlataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas
Profesor Marjolein VisserUniversidad Libre de Bruselas
Profesor Yin ParadiesUniversidad de Deakin
Profesor Saskia SassenUniversidad de Columbia
Profesor Ye TaoUniversidad de Harvard
Profesor Aled JonesUniversidad AngliaRuskin
Doctor Peter KalmusCientífico climático
Doctor Yves CochetAntiguo Ministro de Medioambiente francés
Doctora Marie-Claire PierretUniversidad de Estrasburgo
Reverendo doctor Frances WardIglesia de St Michael
Fuentes: La paradoja de Jevons [Un dibujo del siglo XIII de una grúa de tracción humana].
Según un informe del Ministerio de Igualdad, menos del 25% del personal investigador en IA son mujeres. De hecho, los hombres representan un 88% de las personas que participan en el diseño y desarrollo de IA. Pero aún no existe un estudio que analice la interseccionalidad en este campo —¿cuántas mujeres gitanas trabajan diseñando algoritmos?—.
En marzo el gobierno de Aragón anunció el lanzamiento de un canal de Telegram para resolver dudas sobre el coronavirus. El canal incorporaba un chatbot, es decir, un algoritmo de inteligencia artificial (IA) programado para interactuar en una conversación. De esta manera —argumentaba el gobierno local—se liberarían líneas telefónicas de atención a la ciudadanía, colapsadas en aquel entonces por el desconocimiento y miedo generalizado del inicio de la pandemia. Escépticas, por las limitaciones que la IA realmente tiene, nos pusimos a conversar con este bot.
Paradoja de Jevons: – Tengo fiebre.
COVID19AragonBot: – Los síntomas más comunes de la COVID-19 son 🤒fiebre, cansancio y tos seca. […].
Paradoja de Jevons: – ¿Qué es la hidroxicloroquina?
COVID19AragonBot: – La verdad es que no te he entendido, intenta preguntarme por: ¿Qué hago con mi ropa cuando llego a casa? […].
Paradoja de Jevons: – Vaya, parece que el equipo desarrollador no ha tenido en cuenta una respuesta ante uno de los fármacos más polémicos de la pandemia. Sigamos. Me encuentro sola.
COVID19AragonBot: – En mi opinión, tener ratos de soledad te ayuda a crecer.
Paradoja de Jevons: – Díselo a mi vecina del cuarto, 83 años, sin ningún familiar que se pueda hacer cargo de ella y en medio de esta pandemia, la cual los medios la bombardean cada día recordándole que es presa fácil para este virus. Tiene suerte de que no sepa utilizar Telegram.
El lunes 30 de noviembre volvimos a probar la aplicación.
Paradoja de Jevons: ¿Qué es la hidroxicloroquina?
COVID19AragonBot: …
Paradoja de Jevons: Tengo fiebre.
COVID19AragonBot: …
Paradoja de Jevons: – Crónica de una muerte anunciada. Otro capítulo más en el libro de “Mitos de la inteligencia artificial”.
En los últimos años, hemos visto una gran cantidad de soluciones basadas en esta tecnología dispuestas a proclamarse salvadoras (en los casos más optimistas) o facilitadoras (en los casos más realistas) de nuestro día a día. Este efecto tecnosolucionista se ha pronunciado durante la pandemia. IAs que dicen resolver dudas a la ciudadanía, que detectan coronavirus en imágenes de rayos X, que identifican si una persona lleva puesta la mascarilla o que detectan si el personal respeta la distancia de seguridad en sus puestos de trabajo. De hecho, un reciente artículo del MIT explica cómo “la IA se ha convertido en el juguete roto de la investigación científica”. En muchos casos, tanto gobiernos como medios de comunicación se sienten atraídos por estas soluciones tecnológicas inteligentes. Pero tal y como hemos visto en el ejemplo del chatbot, la IA está lejos de cambiar radicalmente nuestras vidas.
Entonces, ¿quién ha creado este mito?, ¿debemos temer a la IA?, ¿cuál es el futuro que no vendrá?
Todo mito tiene un inicio
En 1996, la empresa lBM creó DeepBlue, un algoritmo programado para jugar ajedrez. La compañía retó a Kasparov, considerado el mejor jugador de ajedrez de la época. El primer intento salió mal, pues Kasparov venció a la máquina. No obstante, un año más tarde la máquina venció al humano. Veinte años más tarde, la compañía DeepMind, la cual fue comprada posteriormente por Google, desarrolló AlphaGo, otro algoritmo entrenado para jugar al Go. Tal y como hizo IBM con Kasparov, DeepMind invitó a Lee Sedol, considerado uno de los mejores jugadores del momento. ¿El resultado? AlphaGo venció a Sedol en cuatro de las cinco partidas. Más allá de las diferencias técnicas entre DeepBlue y AlphaGo, en ambos casos la prensa se hizo eco del hito histórico que supuso. La IA batiendo al humano a un juego inteligente. Fue así como, poco a poco, grandes corporaciones, universidades y gobiernos fueron introduciendo el concepto en sus agendas.
A pesar del progreso remarcable que la IA ha traído en ciertos aspectos, muchas organizaciones se aprovechan de la confusión general que existe sobre este concepto, vendiendo proyectos basados en esta tecnología cuando realmente son solo marketing.
Hoy en día, el mito se ha ido propagando aún más debido al proceso de datificación en el que estamos sumergidas. Uno de los talones de Aquiles de la IA es que se alimenta de datos para ser “inteligente”. Necesita datos para aprender y encontrar patrones en ellosa la vez que consume una ingente cantidad de recursos energéticos al requerir, también, de mucha potencia de cálculo. En el caso del chatbot del Gobierno de Aragón, el sistema necesita un conjunto de reglas diseñadas por la programadora para saber qué contestar al interactuar con una persona. En lenguaje de programación esto se traduce a un conjunto de condicionales, tales cómo: “Si aparece el concepto “fiebre”, entonces responde con este texto de los síntomas comunes del coronavirus”. A pesar de que los chatbots ofrecen ventajas veneradas por el dogma económico imperante (disponibilidad 24/7, reducción de mano de obra, etc.), sus desventajas son mucho más limitantes como hemos demostrado al inicio de este artículo.
Entonces, ¿son estos algoritmos tan inteligentes como se cree? ¿Es realmente la inteligencia artificial, inteligente?
¿Qué tipo de inteligencia tiene la inteligencia artificial?
La palabra “inteligencia” proviene del verbo en latín intellegere que significa comprender o percibir. No existe en la academia un consenso a la hora de definir este concepto, ni de establecer cuántos tipos de inteligencia existen. En un reciente artículo publicado por Skynet Today, varios académicos del campo definen la IA como la ciencia de crear máquinas inteligentes. Pero, si no existe una definición general de inteligencia, ¿podemos tener una definición de inteligencia artificial? La respuesta es sí, pero esta poco tiene que ver con la inteligencia humana. Por ejemplo, el grupo de expertos de la Comisión Europea la define como:
“Sistema de software (y posiblemente también hardware) diseñados por humanos que, dado un objetivo complejo, actúan en una dimensión física o digital percibiendo el entorno mediante el análisis de datos, ya sean estructurados o no estructurados, razonando sobre el conocimiento, o procesando la información, derivada de estos datos y decidir la mejor o las mejores medidas a tomar para alcanzar el objetivo fijado. Los sistemas de IA pueden utilizar reglas simbólicas o aprender un modelo numérico, y también pueden adaptar su comportamiento analizando cómo el medio ambiente se ve afectado por sus acciones anteriores”.
Es decir, la IA se basa en un código informático que utiliza datos para analizarlos con técnicas puramente estadísticas y decide la mejor forma de realizar una tarea propuesta (ganar al ajedrez, detectar gatitos en imágenes, etc.). Además, también puede incluir una máquina física, ya sea en forma de robot, dron, automóvil, etc., la cual se alimenta del código y procesa sus órdenes. Una de las claves de la IA es la capacidad computacional que existe hoy en día para procesar datos. Y es esa capacidad la que hace que se hayan definido como inteligentes. En el caso del DeepBlue o AlphaGo, el código fue lo suficientemente inteligente para procesar gran cantidad de datos, realizar cálculos rápidamente y tomar el mejor movimiento en cada estado de la partida. Una tarea que al ser humano le resulta imposible. Y por ello, consideramos a lo artificial, inteligente.
Una de las claves de la IA es la capacidad computacional que existe hoy en día para procesar datos. Y es esa capacidad la que hace que se hayan definido como inteligentes.
Una de las grandes limitaciones de la IA es la generalización. Volviendo otra vez al caso del programa de ajedrez, si pusiéramos a jugar DeepBlue al Go no sabría por dónde empezar, pues las reglas del juego son totalmente diferentes. Y lo mismo si pusiéramos a jugar AlphaGo al ajedrez. De hecho, este efecto de falta de generalización también se demuestra en el Covid19AragonBot. Cuando le preguntamos qué es la hidroxicloroquina, no nos entiende y nos sugiere que le preguntemos otra pregunta la cuál seguramente formará parte de su conjunto de reglas o condicionales. Y hasta con tareas más asequibles, como distinguir un pájaro en una fotografía y encontrar un verbo en una frase. No existe aún un sistema inteligente que sea capaz de generalizar y resolver ambas tareas a la vez con gran precisión.
A pesar de lo lejos que nos encontramos de conseguir una IA generalizada, simplemente la idea teórica de que seremos capaces de construirla contribuye a su mito. No obstante, actualmente deberemos conformarnos con sistemas inteligentes que nos recomiendan la soledad para crecer en plena pandemia o confunden la cabeza de un árbitro con un balón.
El futuro que no vendrá
Pero que la IA confunda la cabeza de un árbitro con un balón no es el peor escenario distópico que se nos puede ocurrir. El problema que existe hoy en día con la IA y su mito reside en tres aspectos fundamentales: (1) el oligopolio de las big tech en el almacenamiento de datos y su consumo energético, (2) la poca diversidad que existe dentro de los equipos de investigación, y (3) la inyección de financiación en estrategias y proyectos de IA y la brecha digital.
Uno de los negocios más rentables de la última década es el almacenamiento en la nube. Este servicio consiste en ofrecer servidores que se encuentran en sitios remotos, a muy baja temperatura, para almacenar ingentes cantidades de datos. De hecho, se estima que Google, Amazon, Facebook y Microsoft almacenan un total de 1200 petabytes, es decir, algo más de 1200 millones de gigabytes. Y es que dentro de la comunidad tecnológica, pocas veces se cuestiona el consumo energético que esto supone. De hecho, se estima que el centro de datos utilizado para entrenar el algoritmo GPT-3, el famoso sistema que genera textos artificialmente, tiene un coste energético equivalente a un viaje de ida y vuelta a la Luna. Es más, se estima que su coste está entre 8,5 y 10 millones de euros. Un precio que pocas universidades públicas pueden permitirse. ¿Al servicio de quién estará la innovación en IA en los próximos años? Pero el problema no es solo la cantidad, también lo es el tipo de datos. Muchos gobiernos, y compañías privadas que ganan contratos públicos, utilizan servicios de estas big tech para almacenar sus datos. De hecho, Pedro Sánchez tuvo una reunión en 2019 con directivos de Amazon para contratar servicios de almacenamiento. Y es que Amazon tiene un departamento exclusivo para políticas públicas, en las que ofrecen no solo servicios de almacenamiento, también de inteligencia artificial y ciberseguridad. ¿Podemos entonces imaginarnos el futuro que no vendrá si estas big tech siguen haciendo su oligopolio más poderoso y hermético?
De hecho se estima que el centro de datos utilizado para entrenar el algoritmo GPT-3, el famoso sistema que genera textos artificialmente, tiene un coste energético equivalente a un viaje de ida y vuelta a la Luna.
Según un informe del Ministerio de Igualdad, menos del 25% del personal investigador en IA son mujeres. De hecho, los hombres representan un 88% de las personas que participan en el diseño y desarrollo de IA. Pero aún no existe un estudio que analice la interseccionalidad en este campo —¿cuántas mujeres gitanas trabajan diseñando algoritmos?—. Sasha Costanza-Chock muestra en su libro Design Justiceun simple ejemplo del impacto que esta falta de diversidad tiene en nuestras vidas. Explica cómo las personas trans tienen mayor probabilidad de ser etiquetadas como peligrosas, al cruzar el sistema de seguridad de los aeropuertos estadounidenses. Al no tener un cuerpo normativo, el sistema detecta irregularidades, por lo que pasan a ser chequeadas por el personal de seguridad — con la consiguiente confusión que eso conlleva. Costanza-Chock argumenta que esto es debido al equipo de ingenieros que diseñaron la tecnología, el cual poco tuvieron en cuenta el colectivo trans y los cuerpos no normativos. La tecnología es política, y la mayoría de sistemas basados en IA reproducen desigualdades estructurales, pues están dominados por una mayoría masculina, blanca, cisgénero y capacitista.
Estas desigualdades, o sesgos, seguirán repitiéndose mientras se sigan omitiendo otras realidades y no se cuestione al servicio de quién están.
El gobierno de Pedro Sánchez ha anunciado esta misma semana la Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial. En un acto retransmitido por el canal de Moncloa, el presidente anunció la inyección de 600 millones de euros, entre el periodo 2021-2023, repartidos en 6 ejes estratégicos. Durante todo el evento se dió mucho énfasis a la relación entre IA y el mundo corporativo: “España como nación emprendedora”, “emprendimiento digital”, “desarrollo de métricas de éxito que conecten universidades con el sector privado”. Y este hecho se ve reflejado en el reparto del pastel: de los 600 millones, 400 serán destinados a los ejes de investigación y tejido empresarial. Tan solo 8 millones serán destinados establecer un marco ético y normativo que refuerce derechos y libertades, el cual debería convertirse en un eje vertebral. A pesar de esta inyección de financiación, ¿cómo podemos pensar en implementar una estrategia nacional de IA, si aún tenemos que reducir la brecha digital y asentar las bases de la digitalización? Por ejemplo, el sistema de cita previa online del SEPE ha colapsado varias veces este año debido a la cantidad de personas en ERTE entrando al sistema. La página web de la Generalitat también colapsó hace unas semanas, después de anunciar la ayuda de 2000 euros para autónomos con bajos ingresos. En cuanto a la brecha digital, parte de la España vaciada sigue aún sin conexión a Internet y aún existen barrios de ciudades como Granada con cortes de luz.
A pesar de esta inyección de financiación, ¿cómo podemos pensar en implementar una estrategia nacional de IA, si aún tenemos que reducir la brecha digital y asentar las bases de la digitalización?
A puertas de empezar el nuevo año 2021, y lejos de ver el fin de esta pandemia, gobiernos, corporaciones y universidades seguirán anunciando a bombo y platillo tecnologías basadas en IA para combatir la COVID-19, y así inyectar un poco de optimismo en los ya desgastados ánimos de la población. Esto lo podemos ver claramente en el documento de la Estrategia Nacional que comentábamos anteriormente. En el Apéndice 2, el gobierno analiza el papel de la IA en esta pandemia de la siguiente forma:
“La Inteligencia Artificial está jugando un importante papel en la respuesta a la crisis. Se está aplicando para poner a punto nuevos tratamientos y vacunas, para analizar diversas versiones del genoma del virus y caracterizar la respuesta del sistema inmunitario […] Se han desarrollado múltiples apps para teléfonos inteligentes que puedan servir para minimizar el contacto humano, apoyar el autodiagnóstico y detectar exposiciones con riesgo de contacto”.
No obstante, la gran mayoría de ellas se quedarán en el tintero, como el chatbot del Gobierno de Aragón, y habrán supuesto otra inyección de dinero público a fondo perdido. Para evitarlo, tenemos que empezar a construir una masa social crítica que sepa discernir entre mito y realidad. Construir equipos diversos que se nieguen a diseñar cortinas de humo, con una moralidad sólida. Democratizar la IA. Crear un cuerpo independiente que audite algoritmos. Acompañar a personas afectadas por sistemas automáticos con herramientas legales para denunciar discriminaciones y vulneraciones. Cuestionar aplicaciones que supongan un enorme gasto energético. Acortar la brecha digital. Si esto no sucede en un futuro cercano, todo habrá servido para mantenernos entretenidas, mientras la élite siga recortando en derechos e inversión pública, a la misma vez que invirtiendo en cortinas de humo tecnológicas de aire emprendedor. La IA ha venido para quedarse, y la mayoría de sus aplicaciones estarán dirigidas a servir a dichas élites, saltándose el cumplimiento de los derechos humanos y la justicia social.
Lo estamos ya viviendo con los sistemas desarrollados en fronteras europeas y en campos de refugiados. Lo hemos vivido también con el reciente despido de Timnit Gebru, referente mundial en ética y IA, Google la ha despachado por cuestionar el consumo energético y las implicaciones éticas de una de sus herramientas.
Muchas maldecirán la IA y sus algoritmos, pero pocas verán que los verdaderos responsables son los de siempre. Bienvenidas al futuro que no nos espera.
La paradoja de Jevons. Un blog sobre ciencia y poder.
Ana Valdivia – Investigadora en King’s College London (Security Flows Project)
Las mujeres y las niñas representan el 71% de todas las víctimas de la esclavitud moderna a nivel mundial, lo que equivale a cerca de 29 millones de personas, alertó este miércoles la organización Walk Free, de la Fundación Minderoo.
Según explicó la organización internacional independiente de derechos humanos, esta tendencia sobre que las mujeres sean víctimas de la esclavitud moderna “se vuelve aún más evidente cuando se examinan las diferentes formas en las que se manifiesta”.
Lo anterior, con base en que están sobrerrepresentadas en tres de los cuatro tipos de esclavitud moderna evaluados por las Estimaciones Globales de la Esclavitud Moderna.
Así las cosas, se evidenció que mujeres y niñas representan el 58% de todas las víctimas de trabajo forzoso, el 84% de todas las participantes de matrimonio forzado y “un alarmante 99% de todas las afectadas por explotación sexual forzada”.
“De hecho, las mujeres y las niñas corren un riesgo abrumador de explotación sexual independientemente de la forma de esclavitud moderna a la que estén sometidas”, advirtió el documento.
Las cifras mencionadas muestran patrones de empleo y migración muy marcados por el género y “señalan la relevancia de patrones más amplios de abusos de derechos humanos que afectan de manera desproporcionada a mujeres y niñas”, de acuerdo con Walk Free.
Adicionalmente, el documento alerta que el riesgo de esclavitud moderna existe para mujeres y niñas sin importar el lugar del mundo donde vivan, pues “el género tiene un impacto significativo en la vulnerabilidad”.
Estimaciones mundiales de la esclavitud moderna dicen que el 73% de las víctimas en Asia y el Pacífico son mujeres y niñas; igual ocurre con el 71% en África; el 67% en Europa y Asia central, y el 63% en las Américas.
“Incluso en los Estados árabes, donde las estimaciones se ven obstaculizadas significativamente por la incapacidad de realizar un estudio adecuado de las formas de esclavitud moderna que afectan predominantemente a mujeres y niñas, casi el 40% de todas las personas que viven en la esclavitud moderna son mujeres”, explica.
Estos Estados tienen alrededor de 2,1 millones de trabajadores domésticos migrantes, un grupo altamente vulnerable a la esclavitud moderna, en tanto que la mayoría son mujeres que trabajan bajo el sistema restrictivo de kafala.
Y según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en 2018, las mujeres representaban el 53% de las víctimas de la trata en el Medio Oriente.
Esclavitud y derechos de mujeres en Colombia
El informe alertó que entre comunidades rurales e indígenas de Colombia, las niñas vulnerables son traficadas a las ciudades para el trabajo doméstico.
Adicionalmente, Valerie Dourdin, directora de Emergencias de Save the Children Colombia, alerta: “En el país, una adolescente que queda embarazada tiene un 50% de posibilidades de no terminar nunca la escuela”.
Dijo además que este riesgo aumenta al 100% si tiene un segundo hijo antes de los 18 años.
“Sin educación y con perspectivas de empleo limitadas, a menudo lo único que se encuentra entre una madre joven y la pobreza es una pareja o matrimonio abusivo, o un trabajo precario”, agregó.
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