España / 27 de agosto de 2017 / Autor: Oihana Marco / Fuente: Hoy.es
Es flagrante que ni un solo político haya mencionado tras los atentados en Cataluña la necesidad de invertir no solo en trabajo policial y de seguridad, sino también en educación
Los musulmanes de Europa se han convertido en un tema de actualidad. Lamentablemente, los atentados en Europa cometidos en los últimos años por jóvenes radicalizados nacidos en nuestros países están creando una alarma social. La desconfianza hacia los musulmanes en general, y más concretamente hacia los jóvenes, está aumentando progresivamente en la opinión pública y generando una creciente islamofobia. En la mayoría de las encuestas de los diferentes estudios e informes oficiales, los jóvenes musulmanes en Europa se sienten discriminados, lo que les lleva a construir representaciones conflictivas de la relación nosotros-ellos. Pero ¿qué consecuencias tiene esto en los jóvenes? Y lo más importante, ¿se está invirtiendo en apoyar el trabajo social con los jóvenes musulmanes en nuestro país? ¿Qué fallos sociales, políticos y económicos hemos cometido para contribuir a que se den estos hechos?
La educación se ha visto mermada económicamente a nivel global pero es flagrante que ni un solo político de nuestro país haya mencionado la necesidad de invertir no solo en trabajo policial y de seguridad sino en educación. Porque el daño que estos hechos ocasionan también a la misma comunidad musulmana, principal víctima directa que sufre las consecuencias al ser cuestionada continuamente y estigmatizada, puede abrir una brecha social aún mayor.
En estos días de tanta información y desinformación, no he dejado de pensar en todos los chicos musulmanes con los que he tenido el placer de trabajar tanto en nuestro país como en el Reino Unido. En todos era común que son jóvenes que pertenecen a dos comunidades a la vez: a la de sus padres y a la de la sociedad en la que viven. A menudo sufren una crisis de identidad al no encontrar su lugar en la sociedad. Por lo tanto, el repliegue comunitario/religioso que se detecta en algunos sectores de la población juvenil musulmana europea se debe, en parte, a la mirada excluyente y no a la incompatibilidad entre las dos comunidades o culturas. Es importante no encerrar a los individuos en unas etiquetas uniformes ya que estas falsifican la verdadera dimensión múltiple identitaria de estos jóvenes nacidos en Europa o que llegaron a Europa cuando eran muy pequeños.
Como también apuntan otros estudios como el de Ndeye Andujar, cofundadora y vicepresidenta de Junta Islámica Catalana, estos chicos viven conflictos generacionales particulares ya que, a pesar de que intentan distanciarse de la influencia familiar adoptando estrategias de diferenciación, incluso en materia religiosa, la población mayoritaria les sigue encerrando en la misma categoría que a sus padres. Los jóvenes que se autodefinen como ‘musulmanes’ rechazan una identidad que remita al país de origen de sus padres, con el que no se identifican. Así, aparecen dos tipos de reivindicaciones aparentemente contradictorias: por un lado, exigen su derecho a formar parte de la sociedad pero se sienten discriminados, y por otro, reivindican su legítimo derecho a comportarse como musulmanes.
De hecho han interiorizado la libre elección como un valor propio y además la escuela les enseña a desarrollar un espíritu crítico. Esta educación les llevará a buscar respuestas personales sobre las preguntas que se plantean acerca de la religión, y muchas veces eso les conduce a las redes sociales. Son chicos que buscan disfrutar de los privilegios que el sistema les ha prometido conseguir si actúan dentro de las normas establecidas. Pero la brecha social muchas veces les impide acceder a un mercado laboral. Existe una discriminación camuflada que requiere de referencias y modelos claros. Y ahí es donde es muy necesario que tengan figuras de apoyo con personas de su mismo origen cultural y religioso que les sirvan de modelo y les ayuden en este proceso de construcción identitaria.
Reivindican su papel en la sociedad que les ha visto crecer. Lo quieren todo y lo quieren rápido. Muchos chicos tienen como modelos a futbolistas, pero otros pueden desear la notoriedad mediática y el dinero fácil que reclutadores yihadistas les puedan ofrecer manipulándoles en un momento de crisis personal. Muchas veces el nivel de tolerancia a la frustración es muy bajo y es necesario estar junto a ellos en momentos de vulnerabilidad.
Muchos sienten rabia ante la estigmatización y falta de recursos económicos, por ello es importante ayudarles a expresarlo. Eso sólo lo pueden hacer educadores, profesores, arteterapeutas, etc…, pero existe una carencia de recursos importante. Esto debería de ser una prioridad a partir de ahora. Se necesita mucho y hay muy poco. La frustración de los docentes y trabajadores sociales es igualmente proporcional a la pasión, la dedicación y el amor que ponen en sus trabajos. Son gente anónima que trata de tapar las grietas que el Estado ignora, pero ya va siendo hora de que esto cambie.
Mientras no asumamos que hemos cometido fallos sociales, políticos y económicos y asumamos que acumulamos décadas de fallos en nuestro sistema que hay que solventar, y que la inversión económica también pasa por el área social y educativa, estaremos participando en la radicalización de estos jóvenes de forma indirecta. La cultura y la educación es la única forma de vencer la intolerancia y la violencia.
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http://www.hoy.es/sociedad/armas-educacion-masiva-20170825235321-nt.html
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