Popurri educativo de la navidad.

Por: Pablo Rovira Delegado.

Leo que en algunas escuelas públicas vascas se ha rebautizado a Jesús como Peru (Pedro) para convertir en laicos los villancicos navideños. Para no molestar, ya saben, dada la diversidad de culturas y tradiciones ahora presentes en la escuela. Podrían los niños no hablar, dada la diversidad de lenguas, o no comer pues la paella no es lo mismo con arroz basmati. O dejarse de papanatismo y al igual que los niños cantan o leen canciones y cuentos de tradición de otros países, no afrenta a nadie reproducir la tradición local.

Hay que acostumbrarse a estas polémicas pues existe ese bloque de militancia laicista que, como gota china, busca y a veces encuentra correr los lindes un poquito cada vez. La polémica, por tanto, sólo surge cuando se pone el foco en ello ya que cada Navidad siempre hay una adaptación laica o una celebración del solsticio de invierno o cualquier otro intento tonto de arrinconar la esencia católica de nuestra celebración navideña.

También hay que decir que pese a esta pretensión minoritaria, no es lo habitual, y en la gran parte de los colegios, de cualquier titularidad, si toca, los villancicos se cantan como son, o se acompañan de canciones populares, propias o importadas, sin mayores discusiones. Tampoco se discuten, así en general, si son en castellano, valenciano o inglés. Me da que la vida escolar cotidiana no llena portadas de periódicos.

Tiene su aquel que destaquemos la necesidad de que los nuevos valencianos conozcan de inicio nuestra lengua en el colegio, o que el Estado proponga un examen de españolidad y en cambio las tradiciones religiosas – de profundo poso cultural – terminen en una artificial neo-Neverland en la que nadie se reconozca para que nadie se contraríe.

Claro que este proceso también sucede a las familias, las cuales somos muy prestas en rascar las grietas escolares pero no soportamos bien nuestra imagen en los espejos. Aquí la cosa cambia. Cada familia es un mundo y el colegio es espacio público por lo que no rigen en ambos las mismas coordenadas. En cualquier caso, aceptamos como ‘tradición’ una pista de hielo en la plaza del Ayuntamiento pero nos sonroja cantar esos villancicos con nuestros hijos. No pierdan de vista que en las familias los niños encuentran sus primeros referentes y si cree que la escuela debe transmitir el hecho religioso -con fe o sin ella- asuma también ese papel educativo.

O no, no vayan a creer que mi pretensión es decirles lo que deben a hacer o no, ni mucho menos. Cada familia, en estas fechas, cuenta con sus propias tradiciones. Entre ellas, lugar relevante, está la de los regalos y la eterna discusión entre Papá Noel o los Reyes Magos. Los presentes son habitual motivo de celebración y aprecio y así forman parte de nuestra vida social, pero nunca más evidentes que en estas fechas. Los regalos evocan el oro, incienso y mirra, al que se le ha adosado un criterio ético -si no te portas bien, te traerán carbón- y ahora también sufren la obsesión educadora. Lo educativo es a los niños lo que lo ‘light’, o lo bio, a los adultos.

No hace falta obsesionarse con que cada espacio o momento infantil se acompañe por un aprendizaje, digamos, reglado. Que con el Monopoly aprenda cálculo, con el puzle geografía o que adquiera sus primeras nociones de genética con un laboratorio infantil avanzado. No veo la necesidad de que reciban regalos curriculares. De todas formas, no hay juguete más educativo que un libro, ni ocio que refuerce más el currículo escolar que la lectura.

Sobre todo, porque la gran ventaja de este tiempo para muchos vacacional es poder compartir tiempo padres e hijos y para eso vale incluso un videojuego. Si acudimos a la tendencia comercial, son buenas fechas para regalar experiencias, que no es otra cosa que hacer cosas juntos que son las que nos impregnarán los recuerdos. Siempre el mejor regalo para un niño es tiempo compartido. De hecho, ya hay quien pone en solfa el famoso mito del tiempo de calidad, ese que dice que lo importante de la paternidad/maternidad actual es que el poco tiempo que se comparte con los niños sea intenso y exclusivo; en cambio, se comienza a valorar el simple tiempo presencial que al niño le da seguridad por mucho que estemos haciendo cosas diferentes.

En fin, la Navidad, con el nacimiento de Jesús, también rememora el valor educador de la familia, primer agente social responsable de esta tarea. Ejerzámoslo que pasa rápido.

Fuente: http://www.lasprovincias.es/comunitat/opinion/popurri-educativo-navidad-20171226090721-nt.html

Imagen: https://i.ytimg.com/vi/L9C_OYzH0DQ/hqdefault.jpg

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