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Fortalecer lo común frente a la crisis climática

Por: Educa Oaxaca

Educa Oaxaca

Documental Invitado

Frente a la crisis climática, los pueblos de Oaxaca germinan esperanza y alternativas comunitarias que se tejen en una profunda relación con la madre tierra. El presente documental, titulado “Fortalecer lo común frente a la crisis climática”, forma parte de la campaña “La justicia ambiental no puede esperar“ y muestra una serie de alternativas con las cuales las comunidades enfrentan la emergencia climática.

Entre las alternativas destacan las múltiples formas del cuidado del agua, entre ellas plantas de tratamiento de aguas residuales, así como eco técnicas en el manejo de residuos.

No solo se trata de protestar, sino de accionar”, afirma una protagonista mientras muestra un área reforestado. El medio ambiente “tiene una forma de hablarte, de comunicarte, de decirte. Hay esperanza, hay vida, y no le puedes fallar”, resume la activista en el documental.

Las alternativas al cambio climático se tejen con la organización y fortaleza espiritual de los pueblos, reitera el séptimo documental de la campaña“La justicia ambiental no puede esperar”.

Esta campaña es impulsada por la Red de Defensoras y Defensores Comunitarios de los Pueblos de Oaxaca (REDECOM), Servicios para una Educación Alternativa A. C. EDUCA, el Instituto Superior Intercultural Ayuuk (ISIA) y el Colectivo de Creación Audiovisual REOLOTECA.

La campaña consiste en la difusión de videos educativos cuyo propósito es recuperar y documentar las buenas prácticas que las resistencias comunitarias están implementando para enfrentar el despojo de los bienes naturales, así como del patrimonio material e inmaterial de Oaxaca. Este material es de libre acceso, la finalidad es que se presente en escuelas, instituciones académicas, barrios, comunidades y municipios.

Fuente de la información e imagen:  Educa Oaxaca

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Libro: McLaren, Peter – Pedagogía crítica y cultura depredadora (PDF)

 Autor: Peter McLaren 

Este libro es una importante contribucion a la literatura mas radical sobre temas como la cultura, la identidad y las politicas de educacion, especialmente por el modo en que enfoca el reto y la promesa de una reforma social y educativa a traves de lo que el autor llama multiculturalismo critico . La perspectiva de Peter McLaren sobre la cultura depredadora y su analisis de la discusion actual sobre el rol de las instituciones publicas, el Estado y los agentes sociales ofrecen al lector una combinacion unica de las teorias neomarxista y postestructuralista referida como critica posmodernista de resistencia . La obra, asi, nos invita a construir una politica de resistencia, respecto a la vida institucional cotidiana y en otras esferas publicas, que a su vez es analizada en profundidad como forma de pedagogia critica que el autor desarrolla a partir del trabajo del educador brasileno Paulo Freire y de varios teoricos y practicos de la izquierda educativa, como por ejemplo Deleuze, Guattari, Derrida, Foucault o Lyotard: un deseo de inversion, en fin, en el proyecto de lo posible.

Link para la descarga:

McLaren, Peter – Pedagogia critica y cultura depredadora (1)

Fuente de la Reseña:

https://books.google.com.mx/books/about/Pedagog%C3%ADa_cr%C3%ADtica_y_cultura_depredador.html?id=yFtpAAAACAAJ&source=kp_book_description&redir_esc=y

ove/mahv

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“La escuela no puede servir de hospital para los daños que la sociedad causa en los niños”

La maestra y música Ana Molina Hita (Madrid, 1977) es la editora de Un diamante en la basura (Escritos Contextatarios, 2025), una obra tan conmovedora como singular. La propia Molina explica en la introducción que se trata de un libro colectivo: “Sus autores son –fueron– alumnos del colegio público Pío XII, en el barrio madrileño de la Ventilla, donde fui maestra de 2003 a 2020. A todos ellos les impartí clases de Lengua, Inglés, Plástica y Música”. Y sigue contando: “La Ventilla es un barrio obrero situado en el distrito de Tetuán. Es uno de los barrios más pobres de Madrid –y de España. El alumnado procede en su mayoría de familias de origen inmigrante o gitano, muchas de ellas en situación de vulnerabilidad”.

Un día, como parte de los ejercicios escolares, Molina tuvo la idea de invitar a sus alumnos, de entre 10 y 12 años, “a discurrir situaciones, escenarios, experiencias fuera de su contexto habitual”. Les proporcionó unas libretas, y les pidió que escribieran y dibujaran lo que se les ocurriera. “Para mi sorpresa, muchos de ellos convirtieron estas libretas en una suerte de diario, en el que exponían sus inquietudes existenciales. Los registros que empleaban eran múltiples, e iban desde la gamberrada hasta la confesión más íntima o dolorosa. No tardé en animarlos a contar sus propias experiencias, sus propias vidas. Aquellos cuadernos fueron una herramienta a través de la cual se ordenaban y se narraban. Era importante que lo hicieran de manera voluntaria, sin presiones de ningún tipo. Quienes no quisieron participar no lo hicieron. Los cuadernos pertenecían a los niños y sólo me los enseñaban si ellos querían”.

Con el permiso de los padres de los niños, Molina fotografió y conservó algunas de las obras de sus estudiantes, privilegiando, según explica, “lo que me parecía que tenía un mayor contenido humorístico y social, lo que mejor revelaba la poesía propia de la infancia, llena de drama y humor, de eso tan genuino que la hace a menudo genial”.

El resultado de reunir y ordenar parte de ese ingente material es una obra inmensa cuya lectura no ocupa más de una hora, pero invita a ser releída una y otra vez. En Un diamante en la basura conoceremos la historia del niño cuya madre fue protegida de los tiburones por tres delfines que empujaron su patera hasta Algeciras, a la pequeña que cuenta resignada que pidió un iPhone 5 y le regalaron un Wiko y a la adolescente que está harta de un compañero al que tilda de “racista de chicas”.

Charlamos con Molina acerca del proceso de creación del libro, y sobre su trabajo como maestra en un barrio deprimido, entre otras cuestiones.

Un diamante en la basura no es un libro para niños, sino un libro para adultos escrito por niños. Me divirtió mucho eso, es una rareza. Los adultos solemos considerar absurda la idea de poder aprender algo de un niño.

Si su manera de ver el mundo es apreciada, los niños se animarán a seguir cultivando su propia visión

Que se trate de un libro para adultos escrito por niños no implica que sea un libro escrito por niños para los adultos. Los textos reunidos en el libro cumplían en su origen una función expresiva, eran ejercicios de autoexpresión, tutelados por mí, sin mayores pretensiones. En una columna sobre el libro, Nacho Vigalondo decía que aceptamos que los niños puedan ser intérpretes, pero no autores, por eso reservamos el término “literatura infantil” a un género practicado por adultos. Y que si nos asombra lo que leemos en Un diamante en la basura es porque reconocemos el misterio de algo desaprendido e inalcanzable para nosotros. Creo que el circuito mental que hace que un niño produzca algo que para nosotros es inalcanzable –del tipo: “La semana que viene te querré para siempre”– debería ser valorado como un instrumento legítimo en el aula. Sin embargo, suele ser tachado de “disparate”: “Estos niños qué cosas tienen…”. Para mí es un fin en sí mismo, un ejercicio de libertad, y debería estar presente en todas las asignaturas. Porque si su manera de ver el mundo es apreciada, los niños se animarán a seguir cultivando su propia visión, y a compartirla, no como un chiste, sino como algo natural y a tener en cuenta. En uno de los blurbs del libro, Natalia Carrero habla de “la necesidad imperiosa de aprender de la infancia”, y creo que es posible y necesario hacerlo.

Hablemos entonces de los libros escritos por adultos para un público infantil. Toda una industria editorial, por cierto. ¿Qué piensa, como maestra, de los géneros “infantiles”? ¿Debemos pensar que hay una forma particular de interpelar a la infancia, de dirigirse a los niños?

No he visto nada que funcione mejor en Primaria que Gianni Rodari

No soy ninguna experta en la materia, que conste. Cuando me asomo, muy ocasionalmente, a lo que se entiende por literatura infantil, me da la impresión de que se toma demasiado en serio lo que piensan los adultos sobre cómo educar a los niños. Pienso, por ejemplo, en la tendencia a presentar a los personajes de los cuentos como seres moralmente ambiguos, que son buenos pero también malos, dando a entender que todos tenemos dos caras. Me parece un error, porque el niño no entiende de matices morales. Pero, bueno, esto es sólo un ejemplo, estoy segura de que se escribe buena literatura infantil, pero yo ando muy desfasada. Me quedé en Gianni Rodari, que introdujo nuevas formas de narrar cuentos, y nunca he visto nada que funcione mejor en Primaria, porque no sólo introdujo personajes originales y libres, sino una visión crítica del mundo. O Roald Dahl que, usando un humor absurdo y divertidísimo, supo reflejar un mundo donde el adulto autoritario es un fantoche injusto al que hay que abatir. Otro ejemplo de alguien que supo interpelar a la infancia de manera ejemplar es Gabriela Mistral. Recomiendo toda su obra para niños y la defensa que hace de la poesía popular, de la importancia de incorporar elementos del folklore en la educación literaria infantil.

El libro se presenta envuelto en una despampanante batería de blurbs que se refieren a él como “poemario intercostal” (Rubén Lardín), “bellísima antología de poesía silvestre” (Bárbara Mingo), “pequeño libro sagrado” (Miguel Noguera). ¿En qué género encuadraría los textos que contiene? ¿Se trata para usted de poesía?

George Sand decía que los niños “piensan sin entender”

Creo que como adultos nos cuesta encuadrar este tipo de textos porque nos quedan muy lejos. Muchos de los pensamientos que tienen los niños no pueden ser expresados porque todavía no tienen la manera de hacerlo, y, en esa búsqueda, en ese intento de encontrar la manera de comunicarlos, descubren formas e imágenes sorprendentes que no tenemos más remedio que llamar poesía ¿Pero lo es? No lo sé. George Sand decía que los niños “piensan sin entender”, y ahí podría residir parte del misterio del que surgen las perlas que llevan dentro.

Nacho Vigalondo, a quien citaba antes, se lamenta de que hayamos perdido el camino de regreso a la forma de pensar y de expresarse de los niños. Su lectura, en este sentido, es melancólica. A partir de su experiencia, y de su relación presente con algunos de los autores de los textos cosechados en el libro, ¿piensa que el “milagro” de estos textos no puede repetirse o prolongarse a partir de cierta edad?

No sé bien qué responder. Parece evidente que sólo en la infancia se pueden escribir algunas de las cosas que se dicen en el libro. Pero recuerdo esa frase tan citada de Baudelaire, “el genio no es más que la infancia recobrada a voluntad”. A lo mejor es posible conectar con la infancia. Hay personas que poseen ese don, aun sin tratarse, como pretende Baudelaire, de “genios”. A mí me gusta pensar, como decía Canetti, que “la infancia se transmite”. Y que después de leer Un diamante en la basura haya alguien que se conecte con su propia infancia, y que saque algún provecho de ello.

El colegio público Pío XII está considerado como “centro de difícil desempeño”, tal como se explica en la presentación del libro. Pero creo que mucha gente no sabe exactamente qué es esto.  

Lo adecuado hubiera sido, en lugar de señalar las dificultades de esos centros, dotarlos de recursos y equipamientos

La etiqueta “centro de difícil desempeño” surge en la España de los noventa con el fin de reconocer oficialmente la dificultad de trabajar en determinados colegios. Hay que admitir que la etiqueta no fue muy afortunada, dado que enseguida connotó negativamente esos centros, a los que ningún padre en condiciones de elegir querría llevar a sus hijos. Esta connotación negativa redunda en beneficio de la escuela concertada –que en muchos casos lleva a cabo políticas discriminatorias. Lo adecuado hubiera sido, en lugar de señalar las dificultades de esos centros, dotarlos de recursos y equipamientos para que dejaran de tenerlas; prescindir de etiquetas discriminatorias, dando por descontado que la enseñanza pública es capaz de brindar los instrumentos para resolver los problemas a que cada centro se enfrenta.

¿Qué supuso para usted trabajar ahí, qué tipo de dificultades afrontó? ¿Echó en falta medios o mayor implicación institucional?  

Trabajé en la privada “progre” y me horrorizó el elitismo de esos guetos de pijos, que consideré de muy difícil desempeño

Yo venía de trabajar durante dos años en la privada “progre” –en uno de esos centros que dicen inspirarse en la Institución Libre de Enseñanza y se encuentran en el opuesto diametral de ésta–, y estaba horrorizada por el elitismo de esos guetos de pijos, que yo consideraba de muy difícil desempeño. Así que no tardé en opositar para poder largarme de allí, con la suerte de ir a caer en el Pío XII, donde me encontré con un equipo directivo receptivo y comprometido. Su trabajo era admirable, pero, tras muchísimos años de desgaste, el equipo se disgregó, y el proyecto cambió. A muchos centros de este tipo –el mío, sin ir más lejos– no se les proporcionan los medios necesarios para atender a su alumnado. En muchos momentos yo he sido consciente, muy a mi pesar, de no estar atendiendo correctamente a alumnos recién llegados, sin apenas rudimentos del castellano, por ejemplo, o con necesidades educativas especiales. Me he visto sobrepasada y estoy segura de que, de la misma manera que algunos alumnos guardan un buen recuerdo de mí, también los habrá que recuerden mi desatención y mi apatía.

El libro está lleno de historietas divertidas, pero algunas me rompieron el corazón. Pienso en la alumna o alumno que dibujó un ordenador y lo tituló “2005, cuando empecé a hablar con mi madre”. Hablamos y sabemos muy poco del dolor con el que conviven los migrantes forzados a separarse de sus familias para poder darles un futuro a sus hijos o a sus padres. 

Un caso muy común es el del niño que se cría en su país de origen con sus abuelos o tíos hasta que sus padres, en España, consiguen reunir las condiciones necesarias para poder traerlo. Esto puede ser un proceso difícil, no sólo porque el niño se enfrenta a un país nuevo, a personas –sus propios padres– a las que apenas ha visto, sino porque echa de menos a sus abuelos o tíos, a los que considera su única familia. Recuerdo estar hablando sobre el racismo en una clase y que un niño comentara que había políticos que querían que los inmigrantes se fueran de España, a lo que uno de sus compañeros, sin ninguna ironía, replicó: “Pues ojalá ganen, porque así vería a mis abuelos de nuevo, y a mi toro Ferdinando”.

Existe una creencia, ingenua a mi parecer, de que la escuela pública es un elemento suficiente para salvar, si se me permite esa expresión, a los críos provenientes de entornos vulnerables. Pero a menudo pienso en la montaña de dificultades cotidianas, a veces invisibles, que tienen que sortear esos niños, y en cómo los culpamos cuando no son capaces de sobreponerse a ellas. Como si por mandarlos a la escuela ya hubiéramos hecho todo nuestro trabajo. 

No creo que la escuela y sus maestras cambien la vida de ningún niño, con ejercer su profesión dignamente ya estaría bien

La escuela puede convertirse en un refugio para según qué alumnos en situaciones complicadas, y eso es algo valioso; pero no creo que la escuela y sus maestras cambien la vida de ningún niño, con ejercer su profesión dignamente ya estaría bien. Te cambia la vida una beca que te permita pagar los precios abusivos de los posgrados universitarios, por ejemplo. O el bachillerato nocturno. Te cambia la vida contar con los medios necesarios para poder elegir.

Mientras los niños de clases más privilegiadas salen los fines de semana de excursión, acuden a conciertos y a playas, pasean por el campo, practican deportes, visitan exposiciones y reciben la ayuda de profesores particulares, tenemos a muchos otros críos enfrentándose solos a los deberes, o pasando la tarde con la triste compañía de una pantalla. Inevitablemente, estas circunstancias van a afectar a su desarrollo. ¿Puede la escuela revertir ese daño? 

Que haya niños que se tiren las tardes enteras frente a un televisor o un ordenador es un fracaso de la sociedad entera

Que haya niños que se tiren las tardes enteras frente a un televisor o un ordenador es un fracaso de la sociedad entera, como lo es también la disparidad de oportunidades. La escuela por sí sola no puede revertir algo así. Como no puede revertir tampoco la falta de atención o de tiempo de los padres, ya se trate de familias ricas o pobres. Entre las clases más privilegiadas, todas esas actividades que enumeras no dejan de ser una manera de quitarse a los niños de encima, y en algunos casos abocan a la hiperactividad. Por otro lado, la escuela tampoco puede revertir la tendencia cada vez más acusada a la sobreprotección. Ante cualquier problema social y político, la consigna siempre es que la sociedad necesita más educación. Da igual si se trata de un hombre asesinando a una mujer o de la emergencia climática: se apunta hacia la escuela. Pero es importante pensar que la escuela es sólo una herramienta más de las que dispone la sociedad para formar ciudadanos: si la familia, si los medios de comunicación, si la cultura entera que rodea al niño no va en la misma dirección, la escuela no puede servir de hospital para los daños que la sociedad causa en los niños, de la alienación a que conduce la sociedad entera. Además, es importante pensar que las escuelas no siempre cumplen con la función social más deseable. Muchas, de hecho, aplican políticas de segregación propias de la escuela concertada. Por un lado, hay menos control del que pensamos; nadie evalúa a los docentes, nadie supervisa lo que hacemos, lo que enseñamos, cómo enseñamos. Por el otro, tenemos planes educativos centrados en capacitar, pero no en educar. Y es importante preguntarse para qué sirven estos planes educativos. Porque si lo que pretenden es que las personas se identifiquen con el sistema, nos conducirán, inevitablemente, al adoctrinamiento, que es, en parte, lo que hacemos: inculcar sistemas de intereses. Con esta perspectiva, la escuela no sólo no revertería la situación de la que hablas, sino que formaría parte del problema. Pero no me gusta ponerme ceniza. Hay proyectos educativos muy apreciables, y escuelas públicas que cumplen satisfactoriamente con su función.

Me dan pavor esos discursos que hablan de la necesidad de acoger o al menos tolerar a la población migrante porque poseen talento, fuerza de trabajo o algún potencial que nos va a ser útil en el futuro. No deja de ser una forma de decir que las personas deben ganarse su derecho a existir sirviéndonos, dejándonos explotar sus habilidades en nuestro beneficio. 

Todo es un enorme malentendido. No podemos reconocer a las personas migrantes sólo cuando realizan actos excepcionales, como intentar salvar la vida a un chico que está siendo apaleado. No se las puede evaluar en función de su moralidad, o de determinados actos heroicos, sino en función de su pleno derecho de ciudadanía.

En los textos, muchos de ellos de carácter autobiográfico, se aprecian algunas notas recurrentes, que remiten a circunstancias que comparten buena parte de los niños con los que trabajó y que suelen ser objeto de discriminación. Yo destacaría tres, a menudo entrelazadas: inmigración, pobreza y racialidad. Me interesa saber cuál de estas tres es, conforme a su experiencia, la que genera mayores problemas de integración a los niños.

Los modelos de racialidad en la música y el cine nunca van asociados a condiciones de clase humilde, y eso genera mucha confusión

No estoy segura, pero diría que la pobreza. Cuando da comienzo la búsqueda de la propia identidad, durante la adolescencia, una busca modelos representativos de lo que piensa que es y aspira a ser. Suele encontrarlos en las estrellas de la escena musical o televisiva o la cinematográfica o deportiva, entre el “famoseo”. Pero ninguna le sirve para asumir su propia clase. Pues los modelos de racialidad en el mundo de la música, o del cine, nunca van asociados a condiciones de clase humilde, y creo que eso genera mucha confusión. Como mucho, aparecen asociados a modelos de clase aspiracional: “Yo era pobre y ahora soy Hollywood”. Beyoncé, por poner un ejemplo, tiene tendencia a compartir mensajes motivadores pidiéndole a las niñas que sueñen a lo grande, diciéndoles que los sueños se cumplen a fuerza de trabajo y fe. Pero los sueños no suelen cumplirse, y lo mejor de todo es que no pasa absolutamente nada por que no se cumplan según qué tipo de sueños. La vida te puede ir muy bien, aunque no consigas ser futbolista o ganar un Grammy. Mis alumnas tienen mucho más en común con un chico de su barrio que con Beyoncé, a cuyos conciertos, por cierto, no pueden permitirse asistir. Los luminosos con la palabra Feminism de sus conciertos los ven desde su casa en pijama, porque los directos de Beyoncé, como tantas otras cosas, están reservados para los que pueden pagar. ¿Te representa una artista a la que no puedes ver en directo? No lo sé, pero hay algo que chirría. Afortunadamente hay otros modelos, pero la tendencia por parte de los medios es la de revestirlos de algo, como comentábamos antes, asociado siempre a lo extraordinario o heroico. De la artista Kelela Mizanekristos, hija de inmigrantes etíopes, siempre se dice que trabajaba en un call center, algo a lo que ella no parece darle la mayor importancia, simplemente parece una tía centrada en lo que hace, que es hacer música.

Podríamos considerar Un diamante en la basura como resultado de un trabajo de laboratorio en el que experimentó con las capacidades expresivas de sus alumnos. No sé si paralela o consecutivamente realizó otra experiencia también con alumnas suyas, en este caso por medio de la música. En 2012 nació Milagros, un coro de niñas que grabó tres discos y nada menos que una canción con Rosalía, con la que también llegó a cantar en uno de sus conciertos en Madrid. Me gustaría que trazara algún paralelismo entre esta experiencia y la que dio lugar a Un diamante en la basura.  

Ambos proyectos se dieron de forma paralela, y obedecen a un momento de creatividad colectiva muy potente, no sé si repetible. No sé cómo pudieron producirse tantas cosas a la vez. Creo que ambas experiencias tuvieron que ver con dar la oportunidad de expresarse a un colectivo –los niños– que no tiene tantas oportunidades de hacerlo, y con que se dieran las circunstancias propicias para hacerlo. También tienen que ver con el valor de lo inesperado. Porque yo nunca esperé que fueran a producir tanto material, o que las niñas de Milagros se involucraran tanto en el grupo, hasta el punto de acabar dando conciertos y grabando discos. Ambas experiencias me proporcionaron mucha felicidad. Por un lado, en clase, leíamos los textos que traían de casa, nos divertíamos dibujando y escribiendo, fue una suerte poder trabajar con esos niños; y por el otro, después de las clases, quedábamos para cantar y hacíamos música. Fue increíble, una experiencia total que duró muchos años. Con el paso del tiempo me cuesta creer que todo aquello sucediera.

El tipo de experiencia de la que surge Un diamante en la basura, ¿podría intentarse fuera del ámbito de la infancia y la escolaridad?

Me gustaría ensayar una experiencia parecida en residencias con ancianos

Los niños cuentan con una inocencia, una ingenuidad y una autenticidad que es el mejor caldo de cultivo para este tipo de cosas y que es muy difícil de encontrar más allá de la infancia, pero llevo tiempo pensando que me gustaría ensayar una experiencia parecida en residencias con ancianos, que es un grupo social del que, como la infancia, no se espera que diga nada. Sospecho que en el otro extremo de la vida podría surgir algo parecido, algo relacionado con lo inesperado y con la oportunidad para expresarse de la que, lamentablemente, muchos carecen.

Las personas procedentes de los ambientes más privilegiados terminan imponiendo su visión a través de los productos culturales o de entretenimiento. ¿Se puede romper ese círculo vicioso de reproducción de la desigualdad?

El mundo de la cultura es elitista y, además, cuenta con toda una legión de trabajadores precarios que, si no tuvieran un colchón familiar, difícilmente iban a poder pagar el alquiler. Según las estadísticas, las perspectivas de trabajar en el sector cultural para un joven procedente de la clase trabajadora son cuatro veces más reducidas que para un joven perteneciente a un entorno acomodado, un dato que evidencia que la meritocracia es un mito, no existe, son los padres. Cuanto mayor sea la inseguridad laboral y peores los salarios, menor diversidad habrá, ya que sólo un joven cuya familia le ayude económicamente podrá dedicarse a este tipo de trabajos creativos. Y sí, una de las razones que me animaron a armar el libro fue que quería que el punto de vista de estos niños constara en algún lugar, pero lo interesante de la experiencia es que queda completamente fuera de la institución de la cultura y el arte. Creo que estaríamos más cerca de lo que sería la cultura popular, que se abre paso de un modo espontáneo e irresistible; sin objetivos de antemano, ni subvenciones ni profesionalización. Para mí lo importante no es que los niños se conviertan en poetas o en artistas, sino que tengan la oportunidad de sacar lo que llevan dentro y que sepan que la herramienta que les permite hacerlo les servirá para toda la vida. Se trata más de encontrar, de recolectar, y de transmitir que hay canales para disfrutar de la vida y del arte sin el mercado de por medio.

Fuente de la información:  https://ctxt.es/es

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Libro/ Daniel Innerarity: «Una teoría crítica de la inteligencia artificial»

Reseña de: Alfonso Basallo

Ante la falsa ilusión de neutralidad de los datos y de eficacia de la gobernanza algorítmica, corremos el peligro de ceder la soberanía de nuestras decisiones políticas a los procesos automáticos

Daniel Innerarity. Catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco, director del Instituto de Gobernanza Democrática y titular de la Cátedra Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Europeo de Florencia. Columnista de El PaísEl Correo y La Vanguardia. Autor, entre otros ensayos, de La sociedad invisible, Política para perplejos y La libertad democrática. Su libro Una teoría crítica de la inteligencia artificial, que reseñamos a continuación, ha obtenido el III Premio de Ensayo Eugenio Trías.

Avance

La actual gobernanza regida por los algoritmos no es sino un eslabón de una larga cadena que comienza con Hobbes, considerado «el abuelo de la inteligencia artificial», que en el siglo XVII definió al Estado como un automaton. La sociedad política ha sido siempre una sociedad maquinizada, y los seres humanos nunca hemos sido plenamente soberanos de nuestras decisiones. Con este punto de partida, Daniel Innerarity desarrolla «una teoría crítica de la decisión democrática en un entorno mediado por la inteligencia artificial». Cree que mejor que una moratoria ante la IA o una ética para codificarla, es más adecuado un examen filosófico de su naturaleza y de los riesgos que comporta, pero también de sus virtualidades.

Daniel Innerarity. «Una teoría crítica de la inteligencia artificial». Galaxia Gutenberg, 2025

Comienza diciendo que no se la puede calificar propiamente de inteligencia, ya que «no es capaz de hacer lo que hace el cerebro humano». Carece de rasgos específicos de este: el sentido común y la reflexividad, de manera que es capaz de hacer diagnósticos médicos e imitar patrones de conducta humana, pero sin entenderlo. Y su matemática precisión le priva del encanto paradójico de la imprevisibilidad que posee la inteligencia humana, sujeta a la sorpresa, al fallo, a lo ambiguo. De lo imprevisible nace lo creativo, de ahí que la IA pueda componer música, pero no podría innovar con rupturas sorprendentes como hizo Beethoven en su etapa tardía. Carece, en fin, del soporte físico del cuerpo humano, lo que le impide instalarse en el mundo y comprender los contextos de la realidad.

Nos seduce la apariencia de neutralidad de los datos, que se han vuelto imprescindibles, hasta el punto de que al Estado del bienestar estaría siendo reemplazado actualmente por «el Estado informacional». Pero es necesario saber que «los datos no nos representan», ni son neutrales porque están cocinados e impregnados de los intereses de quienes los producen. Eso no quiere decir que la gobernanza algorítmica carezca de utilidad para tareas como la asignación de recursos o la predicción de escenarios. Pero luego hay que interpretar y decidir y eso solo es facultad del ser humano. Es necesario, por lo tanto, un contrato social tecnológico, para negociar «el espacio híbrido de acción en el que nos desenvolvemos los seres humanos y los artefactos tecnológicos».

Por último, el autor alerta sobre la amenaza de un nuevo absolutismo: que los procesos mecánicos y la lógica algorítmica erosionen la diversidad, el debate y el margen de interpretación. Pese a todo, Innerarity considera que «la democracia en la era de la inteligencia artificial ni se va a superar ni se va a suprimir; se va a condicionar».

ArtÍculo

No son tan contrapuestas la tecnología y la democracia como se podría deducir de las alarmas de corte apocalíptico que exhiben los pesimistas sobre los peligros de la inteligencia artificial. Este es el punto de partida de la teoría crítica que Daniel Innerarity desarrolla en su libro. Ya en el siglo XVII, Thomas Hobbes definió al Estado como un automaton, un gigantesco engranaje que mide, planifica y calcula. No en vano el autor del Leviatán es conocido como «el abuelo de la inteligencia artificial». El fenómeno de la gobernanza algorítmica no es sino la manifestación de una vieja tendencia.

Tampoco se trata de idealizar «la autoría popular de la democracia, como si alguna vez en el pasado los humanos hubiéramos sido plenos autores soberanos de nuestras decisiones». La democracia ha estado siempre mediatizada y la sociedad política ha sido siempre una sociedad maquinizada. De suerte que «la automatización, la mediación y la soberanía compartida no son algo completamente inédito en la historia política de la humanidad». La llamada democracia compleja, cuya teoría elaboró el propio Innerarity en un ensayo anterior, proporciona «un marco de referencia para integrar los tipos de toma de decisiones» que se dan en el ecosistema de hombres y máquinas.

Si la política a lo largo del siglo XX giró en torno al debate acerca de cómo equilibrar Estado y mercado, la gran cuestión hoy es «decidir si nuestras vidas deben estar regidas por procedimientos algorítmicos y en qué medida»; de suerte que «el modo en que configuremos la gobernanza de estas tecnologías va a ser decisivo para el futuro de la democracia; puede implicar su destrucción o su fortalecimiento», advierte el pensador.

Ante el riesgo de que la delegación de decisiones en un government machine implique rendición de nuestra soberanía, hay tres respuestas posibles, nos dice Innerarity: la moratoria, la ética y la crítica política. La primera opción es discutible: «¿no mejorar los modelos de procesamiento durante un tiempo es menos arriesgado que seguir mejorándolos? […] La solución no es parar nada, sino más reflexión, investigación, inteligencia colectiva, debate democrático y regulación». Y si la moratoria frenaba demasiado, la ética frena demasiado poco y «puede convertirse en un inofensivo acompañamiento del desarrollo tecnológico irreflexivo». Queda la crítica filosófica y política. Los filósofos, indica el autor, «no damos por supuesto casi nada; de entrada, no damos por supuesto que la inteligencia artificial es inteligente ni artificial, e interrogamos acerca de la pertinencia y alcance de esos calificativos para esta clase de artefactos». Innerarity examina, igualmente, el concepto de democracia, que ahora se enfrenta a formidables desafíos con la nueva encrucijada tecnológica. Su objetivo es, justamente, elaborar «una teoría de la decisión democrática en un entorno mediado por la inteligencia artificial, elaborar una teoría crítica de la razón automática y algorítmica. Necesitamos una filosofía política de la inteligencia artificial».

Desde ese planteamiento, el autor estructura el ensayo en tres partes. Se interroga en la primera por la razón algorítmica y lo que diferencia a la inteligencia artificial de la humana; examina en la segunda los límites prácticos de aquella razón y propone un contrato social tecnológico; y en la tercera, desarrolla la filosofía política de la inteligencia artificial y cómo puede coexistir con (y beneficiar a) la democracia.

La IA, desmitificada

Afirma Innerarity que la inteligencia artificial carece de las propiedades de la humana, ya que solo es «inteligencia instrumental»; y que nos imita con asombrosa precisión, pero es «incapaz de comprender la realidad», porque no tiene algo tan específico de los humanos como es «el sentido común, una capacidad natural de hacerse con el contexto de una situación». De hecho, las máquinas no fallan en preguntas complejas de lógica, sino en aquellas que requieren comprensión del contexto. La IA puede traducir textos, hacer diagnósticos médicos e imitar patrones de conducta humana, pero de forma mecánica, sin entenderlo.

Estrechamente relacionada con el sentido común está la reflexividad, una forma elemental de metaconocimiento en virtud de la cual sabemos qué sabemos o qué ignoramos. Por mucho que aprendan, «los algoritmos no tienen una idea propia de lo que han aprendido».

La inteligencia artificial es «un conjunto de técnicas inapropiadas para un mundo abierto, […] el de la comunicación humana, que discurre, en buena medida, entre ambigüedades y plurivocidades. No es posible flirtear sin sugerir, la publicidad sin exageración, una sátira sin contexto, no hay humor sin curiosidad». La fuerza de la inteligencia del ser humano reside en su imprevisible ambigüedad e imperfección. Incluso el arte, la literatura, la música, se nutren de lo imprevisto… de ahí le viene el encanto paradójico, del que carece la IA: «La creatividad surge cuando irrumpe algo impredecible. […] Ningún programa que sepa componer como Beethoven habría podido componer las obras de su estilo tardío, que suponen una impredecible y asombrosa ruptura con su evolución», apunta Innerarity.

Finalmente, es imposible escindir la conciencia del soporte físico del cuerpo, como pretenden los posthumanistas y Ray Kurzweil, que sostiene que seremos capaces de conectar el cerebro a una nube. A diferencia de la IA, los humanos «pensamos corporalmente y, como consecuencia de ello, la conciencia es una función de todo el cuerpo y no del cerebro aislado». Ya lo expresó, con fuerza poética, Nietzsche —refiere el autor—: «No somos ranas pensantes, ni aparatos sin entrañas, registradores de la objetividad; debemos dar constantemente a nuestros pensamientos, desde nuestro dolor y maternalmente, todo lo que tenemos en nosotros de sangre, corazón, fuego, pasión, agonía, conciencia, destino, catástrofe».

Por muy sofisticada que llegue a ser, la inteligencia artificial no tiene por qué sustituir a la humana, «del mismo modo que no ha dejado de haber aves porque haya aviones. Los automóviles no son caballos más rápidos ni los aviones aves más sofisticadas». Si la IA hiciera lo que hace el cerebro humano, «habría motivos para inquietarse, pero lo cierto es que, pese a su nombre, se parecen bastante poco».

Los datos no nos representan

El peligro está en que la automatización de los procesos comprometa nuestra soberanía, en una democracia representativa. ¿Qué pasa cuando «ese proceso se automatiza con reglas preprogramadas en el que la cadena de legitimidad y responsabilidad –sin la que no hay democracia– resulta más difícil de identificar?».

¿Qué pasa cuando delegamos buena parte del conocimiento y de nuestras decisiones al big data? Este se ha revelado tan imprescindible que ha conformado lo que Innerarity llama «el estado informacional, que estaría reemplazando al estado burocrático del bienestar». La apariencia de asepsia y objetivismo de los datos pueden hacernos pensar que las sociedades democráticas se encaminan «a una ideología más allá de cualquier ideología, y cuyo paradigma sería no politics, just data (sin política, solo datos)». Los datos nos seducen por su vitola de precisión: «Los políticos desean una estadística fiable, los medios buscan hechos objetivos, los jueces aspiran a identificar causalidades irrefutables y la gente añora la certeza de los números».

Pero ojo, —advierte el autor— «los datos no nos representan», porque sus bases son creadas por actores con determinados objetivos. «Los datos no son independientes del sistema de pensamiento y de los instrumentos en los que se basa su producción». Pero es tal su prestigio que tendemos a tener «una fe exagerada en su neutralidad».

Contrato social tecnológico

Dejar buena parte de las decisiones a la automatización ahorra tiempo y facilita muchas cosas en la vida cotidiana, pero encierra grandes riesgos, incluso físicos. Innerarity pone el ejemplo de los pilotos humanos del avión de Air France que cayó al Atlántico en 2009. No supieron evitar la catástrofe, al haberse desconectado el piloto automático, porque no habían recibido formación sobre cómo ganar altura. Sensu contrario, la pericia humana del comandante Sullenberger salvó al pasaje entero de un Airbus, al lograr que aterrizara en el río Hudson, en lugar de fiarse de la máquina, que les hubiera abocado a la tragedia. La hazaña mereció la famosa película Sully, dirigida por Clint Eastwood.

Esa clase de riesgos aumentará al fiarnos en exceso de una inteligencia artificial que va a estar presente en numerosos ámbitos de la vida. La civilización avanza —indicaba el filósofo A. N. Whitehead— en la medida en que hay aparatos y procedimientos que nos permiten actuar sin tener que reflexionar. El fundamento de nuestra civilización es el sometimiento a lo no comprendido. Y cuanto más sofisticada es la máquina, cuando más capaces son los algoritmos, también son más opacos y «más difícil es comprender sus decisiones». De ahí la necesidad de un contrato social tecnológico, negociando «el espacio híbrido de acción en el que nos desenvolvemos los seres humanos y los artefactos tecnológicos».

Limitaciones democráticas de la gobernanza algorítmica

En contra de la idea de ordenador como «máquina universal», —que preconizaba Alan Turing—, es erróneo pensar que «las tecnologías digitales pueden encargarse de todos los problemas políticos y sociales». La gobernanza algorítmica está para lo que está. Es sumamente útil para tareas como la asignación de recursos o la predicción de escenarios. Pero luego hay que decidir y eso solo es facultad del ser humano. De hecho, subraya Innerarity, «las cuestiones políticas son aquellas que solo se pueden resolver con juicios de valor. […] Hay política allí donde, pese a todas las sofisticaciones de los cálculos, nos vemos obligados a tomar una decisión que no está precedida por razones abrumadoras ni conducida por unas tecnologías infalibles».

Al funcionar con un código 0/1, todo lo que sea indefinido o impreciso tiene difícil encaje en esa lógica binaria. Los algoritmos son apropiados para «desenvolverse en circunstancias cuantificables pero incapaces de preguntarse por el sentido o la validez. […] Y la política consiste en decidir en medio de condiciones en las que no hay una evidencia incontrovertible, donde los objetivos suelen ser cuestionables, ambiguos y necesitados de concreción».

Además, los algoritmos hacen predicciones que reflejan patrones pasados, «lo cual resulta especialmente inadecuado para aquellas actividades que tienen el propósito de intervenir en el mundo con el objetivo de cambiarlo». Por ejemplo, «un algoritmo no podría haber generado movimientos como el #MeToo que implica una ruptura deliberada con las prácticas machistas del pasado». En este sentido, la gobernanza algorítmica puede ser muy útil «para una concepción agregativa de la democracia, pero parece limitada para una idea más deliberativa de la vida política».

Un nuevo absolutismo

Nos amenaza ahora un nuevo absolutismo: que el procedimiento algorítmico erosione «los presupuestos en los que se basa el pluralismo democrático, la diversidad de lógicas e interpretaciones de la realidad». La política debe respetar las evidencias, pero «cuando se supone que solo hay hechos y objetividades que no requieren ninguna interpretación, la democracia carece de sentido».

«Si la democracia es el cratos del demos, no está muy claro hasta qué punto es democrático delegar en la tecnología nuestras decisiones», afirma Innerarity en el capítulo final El futuro de la democracia en la era digital. Y toma distancia tanto de los tecnófilos como de los tecnófobos que creen —los primeros con esperanza, los segundos con recelo—, que la tecnología puede sustituir a la política. Los tecnófilos son los que, con la llegada de las redes sociales, a comienzos del siglo XXI, pensaron que se creaba «un e-agora […] la realización del sueño democrático»; los tecnófobos ven internet y la inteligencia artificial como amenazas, tecnologías que impiden la libre decisión.

Innerarity, por el contrario, sostiene que «la democracia en la era de la inteligencia artificial ni se va a superar ni se va a suprimir; se va a condicionar». La vida política y la digitalización son procesos que evolucionan a la vez, pues los dos son construcciones abiertas, y están llamados a una «colaboración que fortalezca la democracia y refuerce sus valores centrales, al tiempo que inscriba esas tecnologías en un contexto humano y social sin el cual su significado quedaría muy reducido»


Reseña de Alfonso Basallo sobre Una teoría crítica de la inteligencia artificial, de Daniel Innerarity. Se puede leer la introducción del ensayo aquí.

Fuente de la información:  https://www.nuevarevista.net

Imagen generada con Chat GPT

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Reseña | Educación Infantil y bien común (Por una práctica educativa crítica)

Beatriz Gallego y Rosa Vázquez en el libro “Educación Infantil y bien común” nos dan una perspectiva crítica de la educación conectada con la sociedad, con el propósito de que la escuela no se aleje de la perspectiva social que el mundo necesita para desarrollarse. Un libro contundente para leer despacio.

Sinopsis

Responde a una necesidad de las autoras por justificar el hecho educativo desde una contribución a una sociedad más justa, más solidaria y más libre, que ponga la infancia en el centro de la comunidad. Entienden la Educación Infantil como un lugar privilegiado desde donde construir buenos vivires. Buenos vivires presentes, basados en las posibilidades creadoras de las infancias y en el bien común. Buenos vivires donde merece la pena estar, comunicarse, aprender, compartir, cooperar, cuidar, emocionarse y celebrar. Buenos vivires que ponen en el centro la equidad, la autogestión, la libertad, lo comunitario, lo individual, y la necesidad del vínculo. Pretenden cuestionar la imposición de valores (individualistas, racistas, adultistas…) alejados del bien comunitario.Piensan que desde la Didáctica y, específicamente, desde la Didáctica de la Educación Infantil, debe ampliarse la perspectiva de análisis del hecho educativo, porque no tiene sentido que se produzca el aprendizaje si este no está al servicio del bien común y de la equidad. Es necesario enseñar como si realmente viviésemos ya en el otro mundo posible: con currículos justos y sostenibles que reconozcan el diálogo entre saberes, con una concepción de las infancias plural, creativa, capaz, política y respetuosa, con una Didáctica entendida desde la integración de sus múltiples dimensiones, que la hacen fuerte, crítica e inconformista, con unas propuestas educativas humanizadoras llenas de posibilidades posibles para desarrollar en las escuelas infantiles con la participación y la gobernanza de toda la comunidad y con un profesorado acompañante capacitado, profesional crítico, creativo, libre, comprometido políticamente e, irrenunciablemente, humano.

Autoras

Beatriz Gallego Noche es maestra en Educación Infantil, pedagoga y doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla. Profesora Titular en el Departamento de Didáctica de la Universidad de Cádiz.

Rosario Vázquez Recio es doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Cádiz, donde es Profesora Titular del Departamento de Didáctica.

Reseña

Sobre este libro las autoras dicen que quieren la posibilidad de abrir un espacio para seguir pensando sobre aquellas cuestiones que hacen posible una educación para una ciudadanía comprometida con el bien de la comunidad, con el bien-estar, con el bien-sentir, con el bien-querer, con el bien-pensar desde las primeras edades, las infancias.

Este libro nos ayuda a la reflexión más profunda sobre la educación, es necesario, según las autoras, abrir un espacio hacia unas propuestas ético-políticas que permitan construir un proyecto educativo comprometido y respetuoso con todas las vidas, desde las primeras edades, comprometiéndose también con el currículum, su sentido y su vínculo con la Didáctica. En él nos encontramos con ocho capítulos:

  • Del pensar en lo necesario para una educación de las posibilidades.
  • Narrativas contrahegemónicas y educación: justicia social y sentido político.
  • El cuestionamiento del concepto hegemónico de infancia.
  • Pensar el currículum desde justicias curriculares interseccionadas.
  • Dimensiones para una didáctica transformadora de la acción educativa.
  • La praxis educativa en educación infantil: principios para la acción.
  • Resignificar la metodología y la evaluación en educación infantil.
  • Epílogo en el que se vuelve a insistir en las ideas desarrolladas en los capítulos para continuar con la lucha que contribuya a dignificar la educación pública, laica, inclusiva y democrática.

Está claro que el objetivo del libro es hacernos pensar para que construyamos un proyecto educativo para el bien común de las infancias como ciudadanía soberana. Está claro que debemos preocuparnos por la educación que acompañamos en estos primeros años de vida porque de ahí se empieza a gestar la persona que en un futuro formará parte de la sociedad. Está claro que los niños y las niñas no son faltos de maduración, son personas que se están iniciando en su proceso formativo y como tal hay que tenerlos en cuenta. Está claro que los recortes de la Administración no benefician positivamente este desarrollo. Está claro que el profesorado de infantil, la mayoría mujeres, trabaja con esmero para que la infancia se beneficie de personas que sienten, que piensan, que se comprometen, que son justas, que respetan las diferencias, que son inclusivas. Está claro que la Educación Infantil (EI) debe preocuparnos y debemos actuar en consecuencia. Está claro que la EI nos ofrece una oportunidad para reconstruir el tejido social y humano…

Dicen las autoras que la educación ha de ser pensada como práctica emancipadora y crítica para resistir a los agentes de poder y a sus políticas que desmantelan el bien de la colectividad y generan injusticias e inequidad. Están convencidas de que es en el espacio de la práctica educativa cotidiana donde se puede empezar a transformar la realidad. Entienden la EI como una etapa con identidad propia, con sentido en sí misma que contribuye al desarrollo global y equitativo de las personas de cero a seis años, de modo que se sienten las bases para que decidan por sí mismas ser personas solidarias y justas en la construcción comunitaria de realidades.

El libro es para leer y releer despacio, tiene mucho contenido que te interpela y te hace pensar en lo que haces en tu práctica educativa de cada día. Es recomendable para el profesorado en general, no solo para las de EI, porque trata temas generales de una sociedad injusta que viene bien recordar y pensar para todas aquellas personas que se dedican a la educación.

Nadie dijo que fuera fácil. Educar es una tarea compleja y debe ser llevada con el máximo grado de seriedad por todas las personas que se dedican a ello porque la sociedad lleva un ritmo acelerado que va chocando con principios fundamentales de la justicia social que estamos obligadas a respetar.

Fuente de la información e imagen:  vientosur

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Resistir entre poesía y danza

«Resistir creando entre poesía y danza» de la socióloga Jerny González Caqueo, es un extraordinario libro que nos permite conocer íntimamente el ajetreado mundo de una fragorosa mujer pampina, madre y militante: Nelly Lemus Villa. La autora es una socióloga residente del Desierto de Atacama y descendiente de abuelos Quechuas del Oasis de Pica. No es desmesurado decir entonces que cuando González escribe, deberíamos poner una eclesiástica atención.

La protagonista es una activista cultural comunista, profesora normalista y combatiente de la resistencia contra Pinochet. Nelly Lemus nació y se crió en el desierto, entre las oficinas salitreras, campamentos mineros y el puerto de Chañaral. Desde muy pequeña observó las cofradías danzantes que le rinden honores a la Virgen del Carmen en el pequeño pueblo de La Tirana. Así nació su pasión por la danza; bailando chunchos, morenos, gitanos, chinos y sambos caporales.

No son muchos los libros escritos sobre los habitantes de las zonas geográficas extremas del país; sobre la naturaleza, idiosincrasia y genio de aquellos naturales que saben amar su medio ambiente muy alejados de las metrópolis donde se toman las decisiones del país. No son muchos los trabajos escritos sobre las mujeres pampinas que paren a sus hijos, mientras que resolutas ayudan diariamente a “parar la olla”. Es un libro que todo estudiante debería leer, que todos los estudiosos deberían leer; que todos los bailarines deberían leer, que todo Chile debería leer.

Con este libro tenemos un gran escrito histórico, pero fresco y novedoso. Un detallado vistazo a una mujer pampina, divorciada, jefa de hogar, cuyo mayor pecado fue brillar con luz propia; destacarse del montón y desarrollar a todo vapor sus planteamiento artísticos y sociales. Una mujer que ha sabido comunicar por medio de sus movimientos corporales, el brío de sus poemas y las reliquias de su memoria. En los folios que el puño de González ha sabido muy bien llenar, Lemus ha quedado estampada merecidamente.

La madre de Nelly fue una mujer que tenía el desierto en la piel y que, al igual que sus antepasadas, sufría las penurias propias de la época: la explotación y las enfermedades. Pero el desierto fue también motivo para la unión, para la solidaridad, para las ollas comunes, la comunidad, la subsistencia. Para los pampinos el desierto fue el comienzo de una temida lucha obrera, el nacimiento de una organizada visión de la galaxia terrenal: la cofradía socialista la que le fue transmitida por su padre pionero seguidor de Lafferte y Recabarren, y por su madre: Mi mamá nos contaba historias que nos fueron uniendo fuertemente a la familia salitrera, recuerda Nelly.

Poner en el papel la vida – o parte de ella – de una mujer tan heterogénea como la mismísima pampa no es una tarea fácil. La socióloga tocopillana Jerny González logra captar las instancias aquellas, las emblemáticas, las importantes, aquellas que hacen de esta mujer – que en medio de la precariedad de los maestros, llega a ser una verdadera activista cultural – clase obrera en plenitud. Una poetisa bailarina, una devota artista del crudo Desierto de Atacama. La danza y la poesía han sido la pasión de la vida de Nelly Lemus y hay en este necesario libro, bellos momentos que describen esos movimientos. Ritmos y
momentos que todas las bailarinas y bailarines, profesionales o no, deberían otear.

Ficha Técnica:

Título: Resistir creando entre poesía y danza. La vida de Nelly Lemus Villa. Premio Escrituras de la Memoria, obra inédita año 2024, Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

Autora: Jerny González Caqueo. Editorial: Pampa Negra Ediciones. Colección Hipocampo 003 Antofagasta, Chile. 2024

Fuente de la información: https://www.surysur.net

Fotografía: El Guillatún

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Libro: El niño secreto de la infancia. Maria Montessori

PREFACIO
LA INFANCIA, CUESTIÓN SOCIAL

Desde hace algunos años se ha iniciado un movimiento social en favor de la infancia, sin haber sido organizado ni dirigido por ningún iniciador. Ha brotado como una evolución natural en una tierra volcánica donde espontáneamente se desprenden llamas dispersas por doquier. Así nacen los grandes movimientos. Sin duda alguna, la ciencia ha contribuido a ello; se la puede considerar como la iniciadora del movimiento social para la infancia. La higiene comenzó a combatir la mortalidad infantil; seguidamente demostró que el niño era víctima del trabajo escolar, un mártir desconocido, un condenado perpetuo durante su infancia, pues terminado el estado infantil, acaba también la época de la escuela.

La higiene escolar le describe desgraciado, con el alma contraída, la inteligencia fatigada, las espaldas curvadas, el pecho estrecho, predispuesto a la tuberculosis.

En fin, después de treinta años de estudios, le consideramos como el ser humano olvidado por la sociedad y más aún por aquellos que le otorgan y conservan la vida. ¿Qué es el niño? Es el estorbo constante del adulto, absorbido y fatigado por ocupaciones cada vez más exigentes. No hay sitio para el niño en la casa, cada día más reducida, de la ciudad moderna, donde las familias se acumulan. N o hay lugar para él en las calles, porque los vehículos se multiplican y las aceras se hallan llenas de gente que tiene prisa. Los adultos carecen de tiempo para ocuparse del niño, cuando las ocupaciones les absorben con urgencia. El padre y la madre van ambos al trabajo y cuando éste no existe, la miseria oprime al niño como a los adultos. Hasta en las mejores condiciones, el niño es abandonado en su habitación, en manos de gente extraña asalariada, siéndole prohibida la entrada en la parte de la casa destinada a las personas que le han dado la vida. No hay refugio alguno donde el niño pueda sentir que su alma será comprendida, donde pueda ejercer su actividad. Es preciso que permanezca quieto, que se calle, que no toque nada, pues nada le pertenece. Todo es propiedad inviolable del adulto, prohibida al niño. ¿Dónde están sus cosas? No posee ninguna. Hasta hace algunas decenas de años, ni siquiera existían sillas especiales para niños. De ello se derivó aquella famosa expresión, que en la actualidad sólo tiene sentido metafórico: “Te he tenido sobre mi regazo.”

Descárgalo completo aquí: montessori-el-nic3b1o-el-secreto-de-la-infancia

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