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Libro (PDF): En torno a una filosofía americana

Fuente: Biblioteca/Clacso


Reseña de: Leopoldo Zea


Autor(a): Zea, Leopoldo

Editorial/Edición: El Colegio de México

Año de publicación: 1945

País (es):  México

Idioma: Español

Descarga el libro en PDF:  En torno a una filosofía americana

Fuente e Imagen:  http://biblioteca.clacso.edu.ar


Reseña:

Hace algunos años un joven maestro mexicano lanzaba al público un libro que causó expectación. Este joven maestro es Samuel Ramos y el libro es El Perfil del Hombre y la Cultura en México. En este libro se hacía un primer ensayo de interpretación de la cultura en México. La cultura mexicana era motivo de una interpretación filosófica. La filosofía descendía del mundo de los entes ideales hacia un mundo de entes concretos como lo es México, símbolo de hombres que viven y mueren en sus ciudades y sus campos. Esta osadía fue calificada despectivamente de literatura. La filosofía no podía ser otra cosa que un ingenioso juego de palabras tomadas de una cultura ajena, a las que por supuesto faltaba un sentido, el sentido que tenían para dicha cultura.

Años más tarde otro maestro, esta vez un argentino, Francisco Romero, hacía hincapié en la necesidad de que Iberoamérica se empezase a preocupar por los temas que le son propios, por la necesidad de ir a la historia de su cultura y sacar de ella los temas de una nueva preocupación filosófica. Sólo que esta vez su exhortación se apoyaba en una serie de fenómenos culturales que señala en un artículo titulado Sobre la Filosofía en Iberoamérica. En este artículo nos muestra cómo el interés por los temas filosóficos en Iberoamérica ha ido creciendo día a día. El gran público sigue y solicita con interés los trabajos de tipo o índole filosófica, de donde han surgido numerosas publicaciones: libros, revistas, artículos de periódico, &c.; así como la formación de institutos o centros de estudios filosóficos donde se practica tal actividad. Este interés por la filosofía aparece en contraste con otras épocas en las cuales dicha actividad era labor de unos cuantos e incomprendidos hombres. Labor que no trascendía el cenáculo o la cátedra. Ahora se ha llegado a lo que Romero llama una “etapa de normalidad filosófica”, es decir, a una etapa en que el ejercicio de la filosofía es visto como función ordinaria de la cultura al igual que otras actividades de índole cultural. El filósofo deja de ser un extravagante que nadie pretende entender para convertirse en un miembro de la cultura de su país. Se establece una especie de “clima filosófico”, es decir, una opinión pública que juzga sobre la creación filosófica, obligando a ésta a preocuparse por los temas que agitan a quienes forman la llamada “opinión pública”.

Ahora bien, hay un tema que preocupa no sólo a unos cuantos hombres de nuestro Continente, sino al hombre americano en general. Este tema es el de la posibilidad o imposibilidad de una Cultura Americana, y como aspecto parcial del mismo, el de la posibilidad o imposibilidad de una Filosofía Americana. Podrá existir una Filosofía Americana si existe una Cultura Americana de la cual dicha filosofía tome sus temas. De que exista o no una Cultura Americana, depende el que exista o no una Filosofía Americana. Pero el plantearse y tratar de resolver tal tema, independientemente de que la respuesta sea afirmativa o negativa, es ya hacer filosofía americana puesto que trata de contestar en forma afirmativa o negativa una cuestión americana. De donde trabajos como el de Ramos, Romero y otros que sobre tal tema se hagan, cualesquiera que sean sus conclusiones, son ya filosofía americana.

El tema de la posibilidad de una Cultura Americana, es un tema impuesto por nuestro tiempo, por la circunstancia histórica en que nos encontramos. Antes de ahora el hombre americano no se había hecho cuestión de tal tema porque no le preocupaba. Una Cultura Americana, una cultura propia del hombre americano era un tema intrascendente, América vivía cómodamente a la sombra de la Cultura Europea. Sin embargo, esta cultura se estremece en nuestros días, parece haber desaparecido en todo el Continente Europeo. El hombre americano que tan confiado había vivido se encuentra con que la cultura en la cual se apoyaba le falla, se encuentra con un futuro vacío; las ideas a las cuales había prestado su fe se transforman en artefactos inútiles, sin sentido, carentes de valor para los autores de las mismas. Quien tan confiado había vivido a la sombra de un árbol que no había plantado, se encuentra en la intemperie cuando el plantador lo corta y echa al fuego por inútil. Ahora tiene que plantar su propio árbol cultural, hacer sus propias ideas; pero una cultura no surge de milagro, la semilla de tal cultura debe tomarse de alguna parte, debe ser de alguien. Ahora bien –y éste es el tema que preocupa al hombre americano– ¿de dónde va a tomar esta semilla? Es decir, ¿qué ideas va a desarrollan? ¿a qué ideas va a prestar su fe? ¿Continuará prestando su fe y desarrollando las ideas heredadas de Europa? o ¿existe un conjunto de ideas y temas a desarrollar propios de la circunstancia americana? O bien, ¿habrá que inventar estas ideas? En una palabra, se plantea el problema de la existencia o inexistencia de ideas propias de América, así como el de la aceptación o no de las ideas de la Cultura Europea ahora en crisis. Más concretamente, el problema de las relaciones de América con la Cultura Europea, y el de la posibilidad de una americana. ideología propiamente

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Por lo anterior queda visto que uno de los primeros temas para una filosofía americana es el de las relaciones de América con la Cultura Europea. Ahora bien, lo primero que cabe preguntarse es el tipo de relación que tiene América respecto a dicha cultura. No ha faltado quien compare esta relación a la que tiene el Asia frente a la misma Cultura Europea. Se considera que América, como Asia, no ha asimilado de Europa más que la técnica. Pero de ser así ¿cuál sería lo propio de la Cultura Americana? Para el asiático lo que de la Cultura Europea ha adoptado es considerado como algo superpuesto, que ha tenido necesariamente que adoptar debido a la alteración de su circunstancia al intervenir en ella el europeo. Pero lo que de la Cultura Europea ha adoptado no es propiamente la cultura, es decir, un modo de vivir, una concepción del mundo, sino únicamente sus instrumentos, su técnica. El asiático se sabe heredero de una cultura milenaria que ha ido pasando de padres a hijos, de donde se sabe dueño de una cultura propia. Su concepción del mundo es prácticamente opuesta a la del europeo. Del europeo no ha adoptado sino su técnica, y esto, obligado por el mismo europeo al intervenir con su técnica en lo que era circunstancia propiamente asiática. Nuestros días están mostrando lo que puede hacer un asiático con una concepción del mundo propia sirviéndose de una técnica europea. A tal hombre le tiene muy sin cuidado el porvenir de la Cultura Europea y sí tratará de destruirla si se interpone o sigue interviniendo en lo que considera su propia cultura.

Ahora bien, ¿podemos pensar nosotros los americanos lo mismo respecto a la Cultura Europea? Pensar tal cosa es considerar que somos poseedores de una cultura que nos es propia y que acaso no ha alcanzado expresión porque Europa nos ha estorbado. Entonces sí, cabría pensar que este es el momento oportuno para liberarnos culturalmente. De ser así la crisis de la Cultura Europea nos tendría sin cuidado. En vez de que tal crisis se nos presentase como problema se presentaría como solución. Pero no es así, la crisis de la Cultura Europea nos preocupa hondamente, la sentimos como crisis propia.

Y es que el tipo de relación que como americanos tenemos con la Cultura Europea es distinto del que tiene el asiático con la misma. Nosotros no nos sentimos, como el asiático, herederos de una cultura propia autóctona. Existió, sí, una cultura indígena –azteca, maya, inca, &c.–, pero esta cultura no representa para nosotros, americanos actuales, lo que representa la antigua Cultura Oriental para los actuales asiáticos. Mientras el asiático continúa sintiendo el mundo como lo sintieron sus antepasados, nosotros, americanos, no sentimos el mundo como lo sintió un azteca o un maya. De ser así, sentiríamos por las divinidades y templos de la cultura precolombina la misma devoción que siente el oriental por sus antiquísimos dioses y templos. Un templo maya nos es tan ajeno y sin sentido como un templo hindú.

Lo nuestro, lo propiamente americano, no está en la cultura precolombina. ¿Estará en lo europeo? Ahora bien, frente a la Cultura Europea nos sucede algo raro, nos servimos de ella pero no la consideramos nuestra, nos sentimos imitadores de ella. Nuestro modo de pensar, nuestra concepción del mundo, son semejantes a los del europeo. La Cultura Europea tiene para nosotros el sentido de que carece la cultura precolombina. Y sin embargo, no la sentimos nuestra. Nos sentimos como bastardos que usufructúan bienes a los que no tienen derecho. Nos sentimos igual al que se pone un traje que no es suyo, lo sentimos grande. Adaptamos sus ideas pero no podemos adaptarnos a ellas. Sentimos que debíamos realizar los ideales de la Cultura Europea, pero nos sentimos incapaces de tal tarea, nos basta admirarlos pensando que no están hechos para nosotros. En esto está el nudo de nuestro problema: no nos sentimos herederos de una cultura autóctona, ésta carece de sentido para nosotros; y la que como la europea tiene para nosotros sentido, no la sentimos nuestra. Hay algo que nos inclina hacia la Cultura Europea, pero que al mismo tiempo se resiste a ser parte de esta cultura. Nuestra concepción del mundo es europea pero las realizaciones de esta cultura las sentimos ajenas, y al intentar realizar lo mismo en América, nos sentimos imitadores.

Lo que nos inclina hacia Europa y al mismo tiempo se resiste a ser Europa, es lo propiamente nuestro, lo americano. América se siente inclinada hacia Europa como el hijo hacia el padre; pero al mismo tiempo se resiste a ser su propio padre. Esta resistencia se nota en que a pesar de que se siente inclinada hacia la Cultura Europea al realizar lo que ella realiza se siente imitadora, no siente que realice lo que le es propio, sino lo que sólo puede realizar Europa. De aquí este sentirnos cohibidos, inferiores al europeo. El mal está en que sentimos lo americano, lo propio, como algo inferior. La resistencia de lo americano a ser europeo es sentido como incapacidad. Pensamos como europeos, pero no nos basta esto, queremos además realizar lo mismo que realiza Europa. El mal está en que queremos adaptar la circunstancia americana a una concepción del mundo que heredamos de Europa, y no adaptar esta concepción del mundo a la circunstancia americana. De aquí que nunca se adapten las ideas y la realidad. Necesitamos de las ideas de la Cultura Europea pero cuando las ponemos en nuestra circunstancia las sentimos grandes porque no nos atrevemos a adaptarlas a esta circunstancia. Las sentimos grandes y no nos atrevemos a recortarlas, preferimos el ridículo de quien se pone un traje que no le acomoda. Y es que hasta hace muy poco el americano quería olvidar que lo era para sentirse un europeo más. Lo que equivale a que un hijo olvidase que es hijo y quisiese ser su propio padre, el resultado tenía que ser una burda imitación. Y esto es lo que siente el americano, que ha tratado de imitar y no de realizar su personalidad.

Alfonso Reyes nos dibuja con mucha gracia esta resistencia del americano a ser americano. El americano sentía “encima de las desgracias de ser humano y ser moderno, la muy específica de ser americano; es decir, nacido y arraigado en un suelo que no era el foco actual de la civilización, sino una sucursal del mundo”.{1} Ser americano había sido hasta ayer una gran desgracia, porque no nos permitía ser europeos. Ahora es todo lo contrario, el no haber podido ser europeos a pesar de nuestro gran empeño, permite que ahora tengamos una personalidad; permite que en este momento de crisis de la Cultura Europea sepamos que existe algo que nos es propio, y que por lo tanto puede servirnos de apoyo en esta hora de crisis. Qué sea este algo, es uno de los temas que debe plantearse una filosofía americana.

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América es hija de la Cultura Europea, surge en una de sus grandes crisis. Su descubrimiento no es un simple azar, sino el resultado de una necesidad. Europa necesitaba de América; en la cabeza de todo europeo estaba la Idea de América, la idea de una tierra de promisión. Una tierra en la cual el hombre europeo pudiese colocar sus ideales, una vez que no podía seguir colocándolos en lo alto. Ya no podía colocarlos en el cielo. Gracias a la nueva física, el cielo dejaba de ser alojamiento de ideales para convertirse en algo ilimitado, en un infinito mecánico y por lo tanto muerto. La idea de un mundo ideal descendió del cielo y se colocó en América. De aquí que el hombre europeo saliese en busca de la tierra ideal y la encontrase.

El europeo necesitaba desembarazarse de una concepción de la vida de la cual se sentía harto, necesitaba desembarazarse de su pasado, iniciar una vida nueva. Hacer una nueva historia, bien planeada y calculada, en la que nada faltase ni sobrase. Lo que el europeo no se atrevía a proponer abiertamente en su tierra, lo daba por hecho en esta tierra nueva llamada América. América era el pretexto para criticar a Europa. Lo que se quería que fuera Europa fue realizado imaginariamente en América. En estas tierras fueron imaginadas fantásticas ciudades y gobiernos que correspondían al ideal del hombre moderno. América fue presentada como la Idea de lo que Europa debía de ser. América fue la Utopía de Europa. El mundo ideal conforme al cual debía rehacerse el viejo mundo de Occidente. En una palabra: América fue la creación ideal de Europa.

América surge a la historia como una tierra de proyectos, como una tierra del futuro, pero de unos proyectos que no le son propios, y de un futuro que tampoco es suyo. Estos proyectos y este futuro son de Europa. El hombre europeo que puso sus pies en esta América –confundiéndose con la circunstancia americana y dando lugar al hombre americano– no supo ver lo propio de América, sólo tuvo ojos para lo que Europa había querido que fuera. Al no encontrar lo que la fantasía europea había puesto en el Continente Americano, se sintió decepcionado; dando esto lugar al desarraigo del hombre americano frente a su circunstancia. El americano se siente europeo por su origen, pero inferior a éste por su circunstancia. Se transforma en un inadaptado, se considera superior a su circunstancia e inferior a la cultura de la cual es origen. Siente desprecio por lo americano y resentimiento contra lo europeo.

El americano, en vez de tratar de realizar lo propio de América se ha empeñado en realizar la Utopía europea, tropezando como es de suponer con la realidad americana que se resiste a ser otra cosa que lo que es, América. Esto ha dado lugar al sentimiento de inferioridad del que ya hemos hablado. La realidad circundante es considerada por el americano como algo inferior a lo que cree su destino. Este sentimiento se ha mostrado en la América Sajona como un afán por realizar en grande lo que Europa ha proyectado para satisfacer necesidades que le son propias. Norte-América se ha empeñado en ser una segunda Europa, una copia en grande. No importa la creación propia, lo que importa es realizar los modelos europeos en grande y con la máxima perfección. Todo se reduce a números: tantos dólares o tantos metros. En el fondo lo único que se quiere hacer con esto es ocultar un sentimiento de inferioridad. El norteamericano trata de demostrar que tiene tanta capacidad como el europeo, y la forma de demostrarlo es haciendo, en grande y con mayor perfección técnica, lo mismo que ha hecho el europeo. Pero con esto no ha demostrado capacidad cultural, sino simplemente técnica; puesto que la capacidad cultural se demuestra en la solución que se da a los problemas que se plantean al hombre en su existencia, y no en la imitación mecánica de soluciones que otros hombres se han dado a sí mismos en problemas que les son propios.

En cuanto al hispanoamericano, se ha conformado con sentirse inferior no sólo al europeo, sino también al norteamericano. No sólo no trata de ocultar su sentimiento de inferioridad, sino que lo exhibe autodenigrándose. Lo único que ha tratado hasta hoy ha sido vivir lo más cómodamente a la sombra de ideas que sabe que no le son propias. Lo que ha importado no han sido las ideas sino la forma como vivir de ellas. De aquí que nuestra política se haya transformado en burocracia. La política deja de ser un fin y se convierte en un instrumento para alcanzar un determinado puesto burocrático. No importan las banderas ni los ideales, lo que importa es que estas banderas o ideales permitan alcanzar un determinado puesto. De aquí esos milagrosos y rápidos cambios de bandera y de ideales; de aquí también ese estar siempre proyectando, planeando, sin alcanzar nunca resultados definitivos. Continuamente se está ensayando y proyectando de acuerdo con ideologías siempre cambiantes. No hay un plan a realizar por todos los nacionales, porque no hay sentido de Nación. Y no hay sentido de Nación por la misma razón por la cual no ha habido sentido de lo americano. Quien se siente inferior como americano se siente también inferior como nacional, como miembro de una de las naciones del Continente Americano. Y no se piense que tiene sentido de Nación el nacionalista rabioso que habla de hacer una Cultura Mexicana, Argentina, Chilena o de cualquier otro país americano, excluyendo todo cuanto huela a extranjero. No, en el fondo no tratará sino de eliminar aquello frente a lo cual se siente inferior. Este es el caso de quienes consideran que éste es el momento oportuno para eliminar de nuestra cultura todo lo europeo.

Esta sería una postura falsa. Queramos o no, somos hijos de la Cultura Europea. De Europa tenemos el cuerpo cultural, lo que podemos llamar el armazón: lengua, religión, costumbres; en una palabra, nuestra concepción del mundo y de la vida es europea. Desprendernos de ella sería desprendernos del meollo de nuestra personalidad. No podemos renegar de dicha cultura, como no podemos renegar de nuestros padres. Pero así como sin renegar de nuestros padres tenemos una personalidad que hace que ninguno nos confunda con ellos, así también tendremos una personalidad cultural sin renegar de la cultura de la cual somos hijos. El ser conscientes de nuestras verdaderas relaciones con la Cultura Europea, elimina todo sentimiento de inferioridad, dando lugar a un sentimiento de responsabilidad. Es este el sentimiento que anima en nuestros días al hombre de América. El americano considera que ha llegado a su “mayoría de edad”; como todo hombre que ha llegado a su mayoría de edad, reconoce que tiene un pasado sin renegar de él, de la misma forma que ninguno de nosotros se avergüenza de haber tenido una infancia. El hombre americano se sabe heredero de la Cultura Occidental y reclama su puesto en ella. El puesto que reclama es el de colaborador. Hijo de tal cultura no quiere seguir viviendo de ella sino trabajando para ella. A nombre de esta América que se siente responsable, un americano, Alfonso Reyes, reclama a Europa “el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado” considerando que ya “hemos alcanzado la mayoría de edad”.{2} América se encuentra en el momento histórico en que tiene que realizar su misión cultural. Cuál sea esta misión, es otro tema más a desarrollar por lo que hemos llamado Filosofía Americana.

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Conocidas nuestras relaciones culturales con Europa, una más de las tareas de esta posible Filosofía Americana sería la de continuar el desarrollo de los temas de la filosofía propios de esa cultura; pero en especial los temas que la Filosofía Europea considera como temas universales. Es decir, temas cuya abstracción hace que valgan para cualquier tiempo o lugar. Tales temas son los del Ser, el Conocimiento, el Espacio, el Tiempo, Dios, la Vida, la Muerte, &c. Una Filosofía Americana colaboraría en Ja Cultura Occidental tratando de resolver los problemas que tales temas planteasen y que no hubiesen sido resueltos por la Filosofía Europea, o cuya solución no fuese satisfactoria. Ahora bien, se podría pensar –aquellos a quienes interese hacer una filosofía con un sello americano– que esto no puede interesar a una filosofía que se preocupe por lo propiamente americano. Sin embargo, no sería así. Porque tanto los temas que hemos llamado universales como los temas propios de la circunstancia americana se encuentran estrechamente ligados. Al tratar unos tenemos necesidad de tratar los otros. Los temas abstractos tendrán que ser vistos desde la circunstancia propia del hombre americano. Cada hombre verá de estos temas aquello que más se amolde a su circunstancia. Estos temas los enfocará desde el punto de vista de su interés, y este interés estará determinado por su modo de vida, por su capacidad o incapacidad, en una palabra, por su circunstancia. En el caso de América, su aportación a la filosofía de dichos temas estará teñida por la circunstancia americana. De aquí que al proponernos temas abstractos, los enfocaremos como temas propios. El Ser, Dios, &c., aunque temas válidos para cualquier hombre, serán temas cuya solución se daría desde un punto de vista americano. De estos temas no podríamos decir lo que son para todo hombre, sino lo que son para nosotros hombres de América. El Ser, Dios, la Muerte, &c., serían lo que tales abstracciones representan para nosotros.

No se olvide que toda la filosofía europea ha trabajado en torno a los mismos temas pretendiendo ofrecer soluciones de carácter universal. Sin embargo, el resultado ha sido un conjunto de filosofías que se diferencian unas de otras. A pesar del afán de universalidad de todas ellas, ha resultado una filosofía griega, una filosofía cristiana, una filosofía francesa, una filosofía inglesa y una filosofía alemana. En la misma forma, independientemente de que intentásemos realizar una filosofía americana. A pesar de que tratásemos de dar soluciones de carácter universal, nuestras soluciones llevarían la marca de nuestra circunstancia.

Otro tipo de temas a tratar por nuestra posible filosofía serían los temas propios de nuestra circunstancia. Es decir, que esta nuestra posible filosofía debe tratar de resolver los problemas que nuestra circunstancia nos plantea. Este punto de vista es tan legítimo como el anterior y válido como tema filosófico. Como americanos tenemos una serie de problemas que sólo se dan en nuestra circunstancia y que por lo tanto sólo nosotros podemos resolver. El planteamiento de tales problemas no amenguaría el carácter filosófico de nuestra filosofía; porque la filosofía trata de resolver los problemas que se plantean al hombre en su existencia. De donde los problemas que se plantean al hombre americano tendrán que ser propios de la circunstancia en donde existe.

Dentro de estos temas está el de nuestra historia. La historia forma parte de la circunstancia del hombre: le configura y le perfila, haciéndole capaz para unas determinadas tareas e incapaz para otras. De aquí que tengamos que contar con nuestra historia, pues en ella encontraremos la fuente de nuestras capacidades e incapacidades. No podemos continuar ignorando nuestro pasado, desconociendo nuestras experiencias, pues sin su conocimiento no podemos considerarnos maduros. Madurez, mayoría de edad, es experiencia. Quien ignora su historia carece de experiencia, y quien carece de experiencia no puede ser hombre maduro, hombre responsable.

Por lo que se refiere a la historia de nuestra filosofía, se pensará que en ella no podemos encontrar otra cosa que malas copias de los sistemas de la filosofía europea. En efecto, esto será lo que encuentre quien busque en ella sistemas filosóficos propios de esta nuestra América tan valiosos como los europeos. Pero esta sería una mala óptica, hay que ir a la historia de nuestra filosofía desde otro punto de vista. Este otro punto de vista debe ser el de nuestras negaciones, el de nuestra incapacidad para no hacer otra cosa que malas copias de los modelos europeos. Cabe preguntarnos el porqué no tenemos una filosofía propia, y la respuesta quizá sea una filosofía propia. Puesto que nos descubriría un modo de pensar que nos es propio que acaso no ha necesitado expresarse en las formas usadas por la filosofía europea.

También cabe preguntarnos el porqué nuestra filosofía es una mala copia de la filosofía europea. Porque en este ser una mala copia acaso se encuentre también lo propio de una filosofía americana. Porque el ser mala copia no implica que sea necesariamente mala, sino simplemente distinta. Acaso nuestro sentimiento de inferioridad ha hecho que consideremos como malo lo que nos es propio, únicamente porque no se parece, porque no es igual a su modelo. Reconocer que no podemos realizar los mismos sistemas de la filosofía europea, no es reconocer que somos inferiores a los autores de tal filosofía, es sólo reconocer que somos diferentes. Partiendo de este supuesto no veremos en lo hecho por nuestros filósofos un conjunto de malas copias de la filosofía europea, sino interpretaciones de esta filosofía hechas por americanos. Lo americano estará presente a pesar del intento de objetividad de nuestros filósofos. Lo americano estará presente independientemente de los intentos de despersonalización de tales pensadores.

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La filosofía en su carácter universal se ha preocupado por uno de los problemas que más han agitado al hombre en todos los tiempos, el de las relaciones del hombre con la sociedad. Este tema se ha planteado como Política, preguntándose por la forma de organización de estas relaciones, la organización de la convivencia. El encargado de estas relaciones es el Estado, de aquí que la filosofía se haya preguntado por quién debe estar formado, quién debe gobernar. El Estado debe cuidar de que no se rompa el equilibrio que existe entre el individuo y la sociedad; debe cuidar de que no se caiga ni en la anarquía ni en el totalitarismo. Ahora bien, para poder obtenerse este equilibrio es menester una justificación moral. La filosofía trata de ofrecer esta justificación, de donde toda abstracción metafísica culmina en una ética y en una política. Toda idea metafísica sirve de base a un hecho concreto, de justificación a un tipo de organización política casi siempre propuesta.

Tenemos multitud de ejemplos filosóficos en los cuales la abstracción metafísica sirve de base a una construcción política. Un ejemplo lo tenemos en la filosofía platónica cuya teoría de las Ideas sirve de base y justificación a la República. En La Ciudad de Dios de San Agustín tenemos un ejemplo más; la Comunidad Cristiana, la Iglesia, se apoya en un ente metafísico que en este caso es Dios. Las Utopías del Renacimiento son otros ejemplos en los cuales el racionalismo justifica formas de gobierno de las cuales ha surgido nuestra actual Democracia. Algún pensador ha dicho que la Revolución Francesa encuentra su justificación en El Discurso del Método de Descartes. La dialéctica de Hegel invertida por el marxismo ha dado lugar a formas de gobierno como el Comunismo. El mismo Totalitarismo ha querido justificarse metafísicamente buscando tal justificación en las ideas de Nietzsche, Sorel o Pareto. Muchos otros ejemplos más se pueden encontrar en la historia de la filosofía, en los cuales la abstracción metafísica sirve de base a una práctica social o política.

Lo visto nos indica cómo la teoría y la práctica deben marchar juntas. Es menester que los actos materiales del hombre queden justificados por Ideas, pues es esto que le hace ser distinto a los animales. Ahora bien, nuestra época se ha caracterizado por la ruptura entre las Ideas y la realidad. La Cultura Europea se encuentra en crisis debido a tal ruptura. El hombre se encuentra falto de una teoría moral que justifique sus actos, de aquí que no haya podido resolver el problema de su convivencia, y lo único que ha logrado es caer en los extremos, en la anarquía y en el Totalitarismo.

Las diversas crisis de la Cultura Occidental han sido crisis por falta de Ideas que justifiquen los actos humanos, la existencia del hombre. Cuando unas Ideas han dejado de justificar dicha existencia, ha sido menester que el hombre busque otro conjunto de Ideas. La historia de la Cultura Occidental es la historia de las crisis que el hombre ha sufrido al romperse la coordinación que existía entre las Ideas y la realidad. La Cultura Occidental ha ido de crisis en crisis salvándose unas veces en las Ideas, otras en Dios, otras en la Razón, hasta nuestros días en que se ha quedado sin Ideas, Dios y Razón. La Cultura está pidiendo nuevas bases sobre las cuales apoyarse. Ahora bien, esta petición parece desde nuestro punto de vista casi prácticamente imposible. Sin embargo, este punto de vista es el de hombres en crisis, y no podía ser de otra manera, porque si nos pareciese fácil resolver tal problema no seríamos hombres en crisis. Pero el hecho de que estemos en crisis y no tengamos la solución anhelada, no quiere decir que no exista. Hombres que como nosotros se han encontrado en otras épocas de crisis han sentido el mismo pesimismo, sin embargo, la solución ha sido encontrada. No sabemos qué valores puedan sustituir a los que vemos hundirse, pero lo que sí es seguro es que surgirán, y a nosotros los americanos corresponde colaborar en tal tarea.

De lo anterior podemos concluir sobre otro tipo de tarea más para una posible Filosofía Americana. La Cultura Occidental de la cual somos hijos y herederos necesita de nuevos valores sobre los cuales apoyarse. Ahora bien, estos valores tendrán que ser abstraídos de nuevas experiencias humanas, de las experiencias resultantes al encontrarse el hombre en nuevas circunstancias como son las que ahora se ofrecen. América, dada su particular posición, puede aportar a la Cultura la novedad de sus experiencias todavía no explotadas. De aquí que sea menester que diga al mundo su verdad, pero una verdad sin pretensiones, una verdad sincera. Cuantas menos pretensiones tenga será más sincera y más propia. América no debe pretender erigirse en directora de la Cultura de Occidente, lo que debe pretender es hacer pura y simplemente Cultura. Y esto se hace tratando de resolver los problemas que se le planteen desde su propio punto de vista, el americano.

América y Europa se encontrarán después de esta crisis en situaciones semejantes. Ambas tendrán que resolver el mismo problema: el de qué forma de vida deberán adoptar frente a las nuevas circunstancias que se presenten. Ambas tendrán que continuar la tarea de la Cultura Universal que ha sido interrumpida, pero con la diferencia de que esta vez América no podrá seguir manteniéndose a la sombra de lo que Europa vaya realizando, porque ahora no hay sombra, no hay lugar donde apoyarse. Por el contrario, es América la que se encuentra en un momento privilegiado que acaso no dure mucho, pero que debe ser aprovechado para iniciar la tarea que le corresponde como miembro ya adulto de la Cultura Occidental.

Una filosofía americana deberá iniciar esta su tarea que consiste en buscar los valores que sirvan de base a un futuro tipo de Cultura. Y esta su labor tendrá como finalidad la de salvaguardar la esencia humana, aquello por lo cual un hombre es un hombre. El hombre es por esencia individuo a la vez que conviviente; de aquí que sea menester guardar el equilibrio entre estos dos componentes de su esencia. Es este equilibrio el que ha sido alterado llevando al hombre hacia sus extremos: Individualismo hasta la anarquía y una sociabilidad tan estrecha que se ha transformado en masa. De aquí que sea menester encontrar valores que hagan posible la convivencia sin menoscabo de la individualidad.

Esta tarea de tipo universal y no simplemente americano, tendrá que ser el supremo afán de esta nuestra posible filosofía. Esta nuestra filosofía no debe limitarse a los problemas propiamente americanos, a los de su circunstancia, sino a los de esa circunstancia más amplia, en la cual también estamos insertos como hombres que somos, llamada Humanidad. No basta querer alcanzar una verdad americana, sino tratar de alcanzar una verdad válida para todos los hombres, aunque de hecho no sea lograda. No hay que considerar lo americano como fin en sí, sino como límite de un fin más amplio. De aquí la razón por la cual todo intento de hacer filosofía americana con la sola pretensión de que sea americana, tendrá que fracasar. Hay que intentar hacer pura y simplemente Filosofía, que lo americano se dará por añadidura. Bastará que sean americanos los que filosofen para que la filosofía sea americana a pesar del intento de despersonalización de los mismos. Si se intenta lo contrario, lo que menos se hará será filosofía.

Al intentar resolver los problemas del hombre cualquiera que sea su situación en el espacio o en el tiempo, tendremos que partir necesariamente de nosotros mismos como hombres que somos; tendremos que partir de nuestras circunstancias, de nuestros límites, de nuestro ser americanos; al igual que el griego ha partido de una circunstancia llamada Grecia. Pero al igual que él, no podemos limitarnos a quedarnos en tal circunstancia, si nos quedamos será a pesar nuestro, y haremos filosofía americana como el griego ha hecho filosofía griega a pesar suyo.

Sólo partiendo de estos supuestos podemos cumplir nuestra misión en el conjunto de la Cultura Universal, colaborando en ella conscientes de nuestras capacidades y de nuestras incapacidades. Conscientes de nuestro alcance como miembros de esa comunidad cultural llamada Humanidad, y de nuestros límites como hijos de una circunstancia, que nos es propia y a la cual debemos nuestra personalidad, llamada América.

——

{1} Alfonso Reyes: Notas sobre la inteligencia americana. Revista Sur. Núm. 24. Septiembre de 1936. Buenos Aires.

{2} Opus. cit.

Fuente de la reseña:  http://www.filosofia.org/hem/194/ca03p063.htm

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Libro(PDF): Ecuador. Debates, balances y desafíos post-progresistas

Reseña: CLACSO

Los progresismos nacieron en medio de, o como el resultado de la devastación provocada por el neoliberalismo y caminaron sobre el cascajo de los partidos tradicionales. En Ecuador, el gobierno de la denominada «Revoluvión Ciudadana» fue un intenso fenómeno político de más de una década que cultivó varios éxitos electorales y sociales. Su promesa emergió en medio de una crisis profunda que había quebrado la hegemonía política de las élites y desgastado los engranajes del sistema político representativo.

Las páginas de este libro, fruto de un extraordinario esfuerzo colectivo, ensayan una explicación sobre los significados y herencias de los gobiernos progresistas con un énfasis especial en la experiencia ecuatoriana, atendiendo a los profundos efectos que tuvieron en la sociedad, la economía y los Estados de los países involucrados. Al mismo tiempo, este libro aborda los primeros signos del ciclo post-progresista en el que emerge el neogolpismo, el Estado de excepción, la anti-política tanto como la emergencia de fuerzas alternativas.

Ecuador. Balances, debates y desafíos post-progresistas propone un acercamiento plural y crítico sobre el presente histórico del Ecuador a través de lecturas que conjugan perspectivas locales, nacionales y regionales.

Autor (a): 
Stalin Herrera. Camilo Molina. Víctor Hugo Torres Dávila. [Coordinadores]

Stalin Herrera. Anahí Macaroff. Víctor Hugo Torres Dávila. René Unda Lara. Melina Vázquez. Alejandro Cozachcow. Augusto Barrera Guarderas. Ramiro Aguilar Torres. Érika Arteaga Cruz. Juan Cuvi. Paz Guarderás. Cinthia Carófilis. Denisse Rodríguez. Ricardo Restrepo Echavarría. Diego Armando Jiménez-Bósquez. Judith Pinos Montenegro. Gustavo Ayala. Yura Serrano. Alejandro Recio Sastre. Fabricio Pereira da Silva. Edgar Andrés Londoño Niño. Gonzalo Assusa. Gabriel Kessler. Agustín De Marco. [Autores y Autoras de Capítulo]

Editorial/Edición: CLACSO. Instituto de Estudios Ecuatorianos – IEE. CIESPAL. Abya-Yala. Universidad Politécnica Salesiana.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina

ISBN: 978-987-722-720-8

Idioma: Español

Descarga: Ecuador. Debates, balances y desafíos post-progresistas

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2240&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1431

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Quién decide si somos guapas

Reseñas/Noviembre 2020/elpais.com

El ideal de belleza empieza a ser más diverso. Pero aún queda mucho por hacer. La escritora Desirée Bela-Lobedde, la cantante Nía Correia, la actriz Eva Llorach y la piloto Ana Carrasco reflexionan sobre la necesidad de un canon más inclusivo.

DESIRÉE BELA-LOBEDDE, barcelone­sa de 41 años, entra en el estudio fotográfico y su primer reflejo es el de dar dos besos, pero se detiene antes y con un tímido “¡hola!” debajo de la mascarilla saluda al equipo. Autora de Ser mujer negra en España (Plan B, 2018), Desirée irrumpió en el mundo del activismo estético de forma accidental. “Ocurrió en el momento en que comencé a entender por qué la mayoría de mujeres negras sentimos que debemos cambiar la naturaleza de nuestro cabello por uno más liso para encajar en el ideal de belleza blanco”.

Entonces decidió acabar de golpe con 15 años de sometimiento autoinfligido. Y de un tijeretazo dijo adiós al estigma del pelo afro. “Fui a mi salón y dije: ‘Corta todo el alisado’. Entendí que mi cabello es bello, que eso de que es feo, informal o poco higiénico es falso. Me di cuenta de que el pelo es parte de tu identidad”. Ese fue su primer acercamiento al activismo estético, que busca desafiar y ampliar unos estrechos cánones de belleza aceptados y celebrados durante décadas, y que, para más inri, suelen ser racistas porque casi siempre representan a una mujer occidental, delgada y blanca.

Nía lleva el corrector para el rostro Touche Éclat High Cover, de Yves Saint Laurent Beauté; vestido de Numero Ventuno, jersey y zapatos, ambos de Bally. Desirée, falda y jersey, ambos de Uterqüe, y zapatos de Salvatore Ferragamo. Eva, camisa, falda y zapatos, todo de Prada; top de Fátima Miñana, y anillo y pulsera, ambos de Cartier.
Nía lleva el corrector para el rostro Touche Éclat High Cover, de Yves Saint Laurent Beauté; vestido de Numero Ventuno, jersey y zapatos, ambos de Bally. Desirée, falda y jersey, ambos de Uterqüe, y zapatos de Salvatore Ferragamo. Eva, camisa, falda y zapatos, todo de Prada; top de Fátima Miñana, y anillo y pulsera, ambos de Cartier. FOTOGRAFÍA: SERGI PONS / ESTILISMO: BERTA ÁLVAREZ

Un concepto más diverso de belleza va ganando terreno. Pero aún queda un largo camino por recorrer. Así lo confirma el ensayo The Idea of Beauty Is Always Shifting. Today, It’s More Inclusive Than Ever (La idea de la belleza siempre está cambiando. Hoy es más inclusiva que nunca) publicado en enero de este año por Robin ­Givha, crítica de moda, periodista y ganadora de un Pulitzer en 2006. En él expone que el mundo se dirige hacia una cultura más inclusiva que abarca diferentes tipos de belleza. “A paso lento, pero en la última década hemos presenciado una corriente que exige que todas seamos aceptadas”.

Durante la sesión que ilustra este reportaje, la escritora comparte encuadre con la actriz Eva Llorach, la cantante Nía Correia y la piloto de motociclismo Ana Carrasco. Las cuatro tienen algo en común más allá del éxito profesional: quieren trascender los estereotipos.

Eva (izquierda), con vestido de Acne Studios y pendientes de Es Fascinante; y la cantante Nía Correia, con abrigo y mallas, ambos de Salvatore Ferragamo, y pendientes y anillo de Alexander McQueen.
Eva (izquierda), con vestido de Acne Studios y pendientes de Es Fascinante; y la cantante Nía Correia, con abrigo y mallas, ambos de Salvatore Ferragamo, y pendientes y anillo de Alexander McQueen. FOTOGRAFÍA: SERGI PONS / ESTILISMO: BERTA ÁLVAREZ

Al igual que Bela-Lobedde, la actriz Eva Llorach (Murcia, 1979) también creció con la imagen de una belleza “codificada y comercializada” y casi siempre inalcanzable. “Desde que eres pequeñita escuchas conversaciones que giran en torno al físico, que si estás delgada, que si estás gorda. Te vas dando cuenta de que, para ser admitida, de alguna manera debes estar bella. Es una carga que tenemos en el cerebro las mujeres. Y es muy difícil apagar ese ruido”, reconoce la ganadora de un Goya a mejor actriz revelación por su papel como Violeta en Quién te cantará.

Durante generaciones —tal y como recoge el ensayo de Givha— se ha considerado que para ser bonita se debe tener una complexión delgada, pero con un busto generoso y una cintura estrecha; una mandíbula definida, los pómulos altos; la nariz angulosa; los labios carnosos; los ojos grandes e idealmente azules o verdes. El cabello largo y liso. Poco a poco, este concepto de belleza se está transformando, ensanchando. Y lo hace de la mano de dos motores sociales que, a veces, interseccionan. Por un lado, el feminismo; que ha ganado masa y fuerza a partir de movimientos como el #MeToo, donde la reflexión sobre la objetualización de la mujer y su cuerpo ha sido sustancial. Y, por otro, unas nuevas generaciones que se muestran más abiertas e inclusivas en la búsqueda de referentes que las representen y en los que reflejarse: desde la cantante Billie Eilish, abanderada de la lucha contra el bodyshame (humillar a alguien por su aspecto físico), hasta Rihanna, que, a través de los desfiles de su firma de lencería Fenty, reivindica la normalización de todo tipo de cuerpos.

De izquierda a derecha, Desirée Bela-Lobedde lleva americana de Purificación García, camisa de Marina Rinaldi, pantalón de Uterqüe y zapatos de Salvatore Ferragamo; Eva Llorach (sentada), jersey y falda, ambos de Hermès, y sandalias de Jimmy Choo; Ana Carrasco, traje de Givenchy y camisa de Christian Dior, y Nía Correia, vestido de Loewe.
De izquierda a derecha, Desirée Bela-Lobedde lleva americana de Purificación García, camisa de Marina Rinaldi, pantalón de Uterqüe y zapatos de Salvatore Ferragamo; Eva Llorach (sentada), jersey y falda, ambos de Hermès, y sandalias de Jimmy Choo; Ana Carrasco, traje de Givenchy y camisa de Christian Dior, y Nía Correia, vestido de Loewe. FOTOGRAFÍA: SERGI PONS / ESTILISMO: BERTA ÁLVAREZ

Las llamadas modelos de tallas grandes o con físicos no normativos empiezan a ser cada vez más frecuentes en las pasarelas. De Versace a Chanel, pasando por Max Mara. Pero aún se trata de algo anecdótico y sorprendente. Que mujeres con una talla superior a la 34 o con más de 50 años sean imagen de una marca o protagonistas de un editorial de moda en una revista aún es noticia (y reclamo de marketing). Y, eso, por sí solo, habla de cuánto queda aún por recorrer en la normalización de un canon inclusivo.

Nía Correia —que encajaría en el ideal de belleza dominante— forma parte de esa nueva generación que quiere acabar con estereotipos excluyentes. La ganadora de Operación Triunfo, de 26 años, tiene claro que su influencia sobre sus fans conlleva una gran responsabilidad. “Al final la riqueza está en la diversidad y no solo en lo físico. Para mí, la belleza está en tus ojos. Tú eres la que le das belleza a las cosas y a las personas”, explica.

Ana lleva crema de rostro y sérum Light Up de la línea Pure Shots, de Yves Saint Laurent Beauté; traje de Tommy Hilfiger Collection, top de Fátima Miñana y botines Unisa. Nía, blusa y falda, ambas de Stella McCartney, y sandalias de Manolo Blahnik.
Ana lleva crema de rostro y sérum Light Up de la línea Pure Shots, de Yves Saint Laurent Beauté; traje de Tommy Hilfiger Collection, top de Fátima Miñana y botines Unisa. Nía, blusa y falda, ambas de Stella McCartney, y sandalias de Manolo Blahnik. FOTOGRAFÍA: SERGI PONS / ESTILISMO: BERTA ÁLVAREZ

Con solo 23 años, Ana Carrasco sabe bien lo que es combatir prejuicios ligados al género. Es la primera mujer que ha ganado un mundial de velocidad de motociclismo. Posar no es lo suyo y no lo oculta. Su respuesta a la presión social para encajar en un canon normativo pasa por reescribir la definición de belleza como algo que sobrepasa un concepto estético. “El fin es que no existan los estereotipos. Ese día, habremos vencido”.

Todas coinciden en que plataformas como Instagram o Twitter no solo han evidenciado la discriminación sutil y cotidiana que sufren quienes no cumplen con los cánones, sino que además han amplificado las voces del público que exige una concepción de belleza más democrática. Aun así, hace falta algo más poderoso que un tuit para cambiar el rumbo de la industria de la moda y la cosmética: el dinero. Robin ­Givha desarrolla esta idea en su ensayo, donde apunta que la evolución de los modelos de belleza se debe en gran medida a que el mercado se ha percatado por fin de que existen mujeres adultas, de tallas grandes y de diferentes culturas que tienen la capacidad económica de pagar por sus productos. Un nicho que han estado ignorando y desaprovechando hasta ahora. Un botón: solo en Estados Unidos, las ventas de prendas de la talla 44 en adelante ascienden a cerca de 18.000 millones de euros anuales, según un informe de la asesoría NPD Group.

Cuando termina la sesión, parece como si Desirée, Ana, Nía y Eva se conocieran de toda la vida aunque solo han pasado cinco horas desde que se presentaron. Han hecho clic al instante. “Conocerlas ha sido maravilloso”. Los ojos de Desirée han visto la belleza.

Nía Correia (cantante): “Quiero que las niñas que sufren racismo se sientan orgullosas de cómo son”.

Nía lleva máscara de pestañas Volume Effet Faux Cils Radical en tono negro, de Yves Saint Laurent Beauté, vestido de Bottega Veneta y pendientes de Suarez.
Nía lleva máscara de pestañas Volume Effet Faux Cils Radical en tono negro, de Yves Saint Laurent Beauté, vestido de Bottega Veneta y pendientes de Suarez. FOTOGRAFÍA: SERGI PONS / ESTILISMO: BERTA ÁLVAREZ

— Nía Correia halló su vocación jugando. Tenía nueve años y sus abuelos notaron que la niña apuntaba maneras. “Me inscribieron en clases de canto y allí comenzó todo”, recuerda con una gran sonrisa, la misma
que parece acompañarla todo el tiempo. “Supe que mi voz tenía algo
por cómo me sentía al cantar”, suelta esta joven de 26 años, originaria
de Gran Canaria.
— Si de algo estaba segura era de que quería vivir de la música, ya fuera interpretándola o bailándola, y va encaminada a cumplir su sueño. Este año se consagró como la ganadora de Operación Triunfo, donde no solo consiguió el respeto de sus profesores y colegas, sino además el cariño del público.
— El registro de su voz da para todo. Desde boleros hasta rhythm and blues. Por eso, dice, no le gustaría “quedar encasillada” en un estilo. “Para mí cantar es soltar todo lo que llevo dentro, desde la alegría hasta la rabia. Es mi manera de desahogarme”, explica.
— Antes de conquistar la televisión dio sus primeros pasos en el teatro. A los 18 años llegó a Madrid para formar parte del elenco del musical de El rey león. Después, trabajó cantando en hoteles de Dubái e Ibiza. Su fama es, sostiene, fruto de su esfuerzo. “No concibo el éxito de otra forma que no sea trabajando. Soy muy autoexigente y perfeccionista. Lo que más me cuesta cuando estoy cantando es dejar la mente en blanco. Me gusta controlarlo todo”, cuenta la artista, que estrena este mes su primer sencillo, Malayerba.
— Pero más allá de la Nía mediática, está Estefanía, la mujer orgullosa de sus antepasados africanos —su padre es de Guinea-Bisáu—, y que habla en primera persona del racismo. “De pequeña puede que tuviera ciertos miedos por ser negra, pero a medida que crecí desaparecieron. A mí me educaron con valores como el respeto a los demás y también a mis orígenes, por eso cuando a veces en el cole me decían cosas como que era adoptada [su familia materna es blanca] no le prestaba atención, pronto entendí que era ignorancia”, remarca.
— “No me quiero dar por vencida con el racismo y la discriminación de ningún tipo. Me gustaría convertirme en un referente para esas niñas que se sienten inseguras porque han vivido episodios racistas en su vida. Quiero que abran sus ojos y se sientan orgullosas de lo que son y de cómo son”.
— Quizá por eso decidió llevar su melena rizada en la final de OT, era una forma de reivindicar la belleza natural de las mujeres negras. Su decisión provocó algunos comentarios negativos en las redes sociales. “Cuando vi los tuits en los que hablaban de mi pelo, no le di importancia porque yo estoy muy orgullosa de él”, señala.
— Aspira a que las nuevas generaciones no tengan la presión de cumplir con estereotipos, y eso que sostiene que a ella nunca se le ha exigido encajar en ningún canon de belleza. Cree que sentirse empoderada no debería estar relacionado con ser bella, “pero sí que es verdad que si un día estás de bajón y de pronto te pones un labial rojo te da un subidón”, confiesa entre carcajadas.

Eva Llorach (actriz): “A partir de los 40 nos empezamos a convertir en personajes secundarios”.

Eva lleva base de maquillaje Le Teint Touche Éclat, de Yves Saint Laurent Beauté; americana y jersey, ambos de Boss, pantalón de Alexander McQueen y pendientes de Malababa.
Eva lleva base de maquillaje Le Teint Touche Éclat, de Yves Saint Laurent Beauté; americana y jersey, ambos de Boss, pantalón de Alexander McQueen y pendientes de Malababa. FOTOGRAFÍA: SERGI PONS / ESTILISMO: BERTA ÁLVAREZ

— Eva Llorach tiene ganas. Tiene ganas de hacer comedia; tiene ganas de que el cine no sentencie a las mujeres de más de 40 a papeles secundarios; tiene ganas de trabajar con las directoras Alice Rohrwacher (Lazzaro feliz) o Maren Ade (Toni Erdmann); pero sobre todo quiere contar historias. Así lo expresan sus palabras, sus gestos y su sonrisa al hablar.
— Esta murciana de 41 años descubrió que era actriz por azares del destino. Tenía 30, una licenciatura en Psicología y un trabajo en una empresa familiar, cuando la actuación tocó a su puerta.
— “Leí que se abría la convocatoria para la primera edición del festival de cortos Notodofilmfest. Entonces le propuse a mi expareja hacer algo. Él aceptó con la condición de que yo fuera la protagonista. Y cuando estuve frente a la cámara sentí cosas: fue como una revelación. Mi cuerpo reaccionó de manera brutal y pensé: ‘Quiero esto para mi vida”, recuerda aún con ilusión.
— Desde entonces no se ha alejado de la cámara. El director Carlos Vermut apareció en su vida y, con él, la oportunidad de interpretar papeles densos y complejos, como el de Violeta en Quién te cantará, personaje que la hizo merecedora en 2019 de premios como el Goya a la mejor actriz revelación, un Feroz y un Forqué. Eva se coronaba así como el gran descubrimiento del año.
— “Un Goya no te garantiza nada, sobre todo a partir de cierta edad”, reconoce la actriz, que acaba de finalizar el rodaje de La casa de tiza, de Ignacio Tatay.
— “En el cine a partir de los 40 las mujeres nos empezamos a convertir en personajes secundarios. Es muy curioso, en España se dejan de hacer papeles protagonistas o se hacen muy contados. Es como si a partir de esa edad ya no fuéramos personas interesantes”, critica.
— “Hace poco me llegó un guion que decía: ‘Señora de 40 años’. Yo tengo más de 40 y no soy una señora. Cada mujer es un mundo y, sin embargo, no paramos de construir clichés alrededor de la edad”. Para derribarlo ella tiene una idea entre manos. “Hay muchas historias de mujeres que no se están contando y que yo quisiera ver. Así que me he propuesto empezar a hacerlas. Quiero reunir a un grupo de mujeres, que escribamos cosas y que comencemos a relatarlas”, señala.
— En su batalla por promover películas en las que se representen mujeres de todas las edades, nacionalidades, estratos sociales y tallas, también está la de conseguir que los estándares de belleza dejen de definir y sentenciar la autoestima. “Tú te puedes sentir guapa y segura y salir a la calle sin maquillaje, pero si alguien que al verte te pregunta si estás bien, y dice que se te ve mal, evidentemente te afecta. Tenemos instalado en el cerebro que las mujeres se tienen que arreglar para verse bien. Si no lo haces, te juzgan”.
— Confiesa que ahora se preocupa más por sentirse bien con ella y por aceptarse tal cual es y está.
— Termina este impredecible año rodando la cuarta temporada de la serie de Netflix Élite, donde se pone en la piel de Sandra, una poderosa narcotraficante. “Me queda por estrenar el corto El club del silencio, de Irene Albanel, y Errante corazón, una cinta de Leonardo Brzezicki [en la que comparte reparto con Leonardo Sbaraglia]”.

Ana Carrasco (piloto de motos): “En el deporte lo que manda son los resultados. Si ganas, todos te respetan”.

Ana lleva colorete Couture Blush en el tono N5 Nude Blouse y labial The Slim Illicit Nudes, ambos de Yves Saint Laurent Beauté; mono de Off-White y pendientes de Loewe.
Ana lleva colorete Couture Blush en el tono N5 Nude Blouse y labial The Slim Illicit Nudes, ambos de Yves Saint Laurent Beauté; mono de Off-White y pendientes de Loewe. FOTOGRAFÍA: SERGI PONS / ESTILISMO: BERTA ÁLVAREZ

— El 30 de septiembre de 2018, Ana Carrasco hizo historia. Se convirtió en la primera mujer del mundo en ganar un mundial de motociclismo a título individual. “Era el sueño de mi vida. Había trabajado mucho para conseguirlo”, reconoce la piloto, que lleva dos décadas pisando la pista.
— Con tres años la mayoría de los niños juegan a mantener el equilibrio en una bicicleta, ni siquiera se animan a pedalear y no caerse es todo un logro, pero Ana ya competía en campeonatos con una minibike que ni siquiera era suya. De hecho su padre, motero de corazón y mecánico con experiencia en carreras, se la había comprado a su hermana mayor, pero aquella niña de pelo rizado y mirada pilla la cogió y ya no la soltó nunca.
— La historia de Ana se cuenta en récords. Fue la mujer más joven en competir en una prueba de campeonato del mundo en su debut en Moto3 y también la primera española en puntuar. Apenas tenía 16 años. Con 20 se convertía en la primera mujer en ganar una prueba del Campeonato Mundial de Superbikes y con 21 completaba este circuito histórico proclamándose campeona del mundo de Supersport 300.
— “¿Que qué supone ser la primera mujer en ganar un mundial de motociclismo? No sé, es que para mí era un sueño, pero más como piloto que como mujer. Aunque viéndolo con perspectiva, creo que ha supuesto un cambio dentro de mi deporte, que en general había sido muy masculino. Creo que a partir de ese momento se están dando más oportunidades, no solo a mí, que ya he demostrado que puedo estar allí, sino también a las que vienen después”.
— Aunque creció rodeada de hombres —es la única mujer que compite en el mundial—, nunca se ha sentido marginada. “En el deporte lo que manda son los resultados. Si ganas, todos te respetan. La verdad es que no sé si siempre he sido aceptada, pero lo que sí sé es que no he hecho nada para encajar. Al final yo sé cómo soy y estoy orgullosa de ello”. Y se nota.
— Asegura que la ropa deportiva y los vaqueros son sus prendas favoritas y que de rituales de belleza sabe lo justo. “Creo que el mundo está girando hacia un punto en el que nosotras establecemos nuestras propias normas sobre lo que es ser bello, pero esto no quiere decir que le pase a todos. Al final, es algo que depende de cada una. Si tienes confianza en ti, lo que digan los demás te importa poco, pero si tienes dudas o eres insegura, posiblemente te afectará más”.
— Cuando no está compitiendo, entrena una media de ocho horas diarias y en su tiempo libre estudia Derecho en la Universidad Católica de Murcia. Ansía volver a coronarse con el título de campeona del mundo, pero su meta tendrá que esperar. El pasado 10 de septiembre sufrió un grave accidente durante un test en Portugal que le provocó la fractura de dos vértebras. Tras la operación, está en proceso de rehabilitación.
— Este solo es un bache más para la piloto de Kawasaki, que sigue teniendo como objetivo llegar a competir en la categoría MotoGP.

Desirée Bela-Lobedde (escritora): “El ideal de belleza blanca ha sido la norma. Y hemos querido asimilarla”.

Desirée lleva lápiz de ojos Dessin du Regard, de Yves Saint Laurent Beauté; vestido de Fátima Miñana, pendientes de Es Fascinante y zapatos de Salvatore Ferragamo.
Desirée lleva lápiz de ojos Dessin du Regard, de Yves Saint Laurent Beauté; vestido de Fátima Miñana, pendientes de Es Fascinante y zapatos de Salvatore Ferragamo. FOTOGRAFÍA: SERGI PONS / ESTILISMO: BERTA ÁLVAREZ

— “Soy de aquí, vivo aquí, pero no me siento de aquí porque no me permiten serlo”. Así señala Desirée Bela-Lobedde (Barcelona, 1978) la necesidad de mantener un debate sobre el racismo en España.
— Ensayista, activista y escritora, Bela-Lobedde lleva exponiendo desde 2011 los comportamientos xenófobos que brotan en el día a día. “El problema es la construcción conceptual que tenemos del racismo. La gente lo comprende como insultos, agresiones físicas, cosas obvias como el Ku Klux Klan… Pero estos actos son solo la punta del iceberg. Debajo hay frases sutiles y legitimadas que son racismo, pero que no se entienden como tal”, explica. “Esta manera de pensar tapa todas esas actitudes que pasan inadvertidas por cotidianas, preguntas como ‘¿cuánto tiempo llevas aquí?’, ‘¿por qué hablas tan bien español?’, ‘¿de dónde es una belleza tan exótica como tú?’. Y si respondo que soy de aquí, entonces repreguntan: ‘Pero ¿y tu familia de dónde es?”.
— Durante años, la escritora afrodescendiente —su familia es originaria de Guinea Ecuatorial— dio explicaciones de por qué es española y a la vez negra hasta que se aburrió. “A mis 41 años escojo mejor mis batallas”, suelta resignada.
— Fue precisamente esa sensación “de ser pero no ser” la que la llevó a escribir Ser mujer negra en España (Plan B, 2018), el título en el que relata qué significó ser niña, adolescente y, después, mujer en su país.
— La autora ilustra ese racismo oculto en el patriarcado, en el sexismo y en la belleza. Si rememora su adolescencia, recuerda que, en esa época, había pocas referencias de mujeres negras en la televisión. Y que las que había tampoco la representaban. “No se parecían a mí, quizá solo en el color de piel, pero no eran como yo. Era el tiempo de Naomi Campbell, Tyra Banks, Paula Abdul, todas con sus rasgos finos y cabellos lisos…”.
— El pelo es el hilo conductor de su empoderamiento. Su melena afro no fue solo su yugo, también fue su liberación, su bandera en la lucha contra el racismo y un símbolo de resistencia.
— “Durante generaciones el ideal de belleza blanca ha sido la norma, entonces quienes no somos así nos queremos asimilar, y dentro de ese proceso está alisarse el cabello”, detalla quien durante 15 años se sometió a esta “tiranía”, hasta que se convirtió en madre y decidió que no quería que sus hijas vivieran lo mismo. Así, se sumergió en lo que llama el activismo estético. “En mi caso es aprender y conseguir las herramientas tanto para entender por qué se da el fenómeno de asimilación como para superarlo”.
— Deshacerse de los estereotipos no ha sido sencillo. “Lo que tenemos que hacer es buscar nuestros cánones. Esas personas a las que nos parecemos y que no tienen por qué ser modelos”. Desirée sigue sin tener claro si alguna vez se ha sentido aceptada, menos aún si sus esfuerzos por serlo han surtido efecto, pero no le importa. Lo que sí sabe es que su relación con la belleza ha cambiado, dijo adiós al estigma de su afro y ahora disfruta de momentos de autocuidados, en los que lo importante es su bienestar y no una imagen de lo que debería ser.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/10/23/eps/1603444869_858410.html

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El parentesco de todas las almas del pueblo negro

Reseñas/África/Noviembre 2020/elpais.com

¿Qué significó la esclavitud para el africano? Se lo pregunta el sociólogo W.E.B. Du Bois en esta obra fundacional del pensamiento sobre la negritud, publicada en EEUU en 1903, que acaba de editarse en castellano

“De cuando en cuando, la asistencia a la escuela menguaba y yo salía de paseo a descubrir las razones”, escribe W.E.B. Du Bois en Las almas del pueblo negro, acerca de su experiencia como maestro de escuela en las montañas de Tennessee (EE.UU.), a finales del siglo XIX. Entonces, descubría cuánto necesitaban aquellas familias a sus niños en la época de cosechas, incluso para cuidar a los hermanitos menores. “Pero los mandaremos de nuevo la semana que viene”, le contestaban, cuando el profesor pasaba a interesarse por las ausencias.

Las almas del pueblo negro, que acaba de editarse en castellano (publicado por Capitán Swing), es un libro fundacional de la negritud, escrito por el sociólogo, historiador y activista por los derechos civiles, en 1903, como recopilación de las luchas de un siglo sangriento en el que los países americanos abolieron la esclavitud pero, a cambio, enviaron a sus ciudadanos afroamericanos a las primeras líneas de los frentes de guerra. Esta obra señalaba, además, el amanecer de un siglo en que el panafricanismo abriría paso a nuevas reflexiones. Porque África no había quedado en África, sino que ahora era parte del mundo entero.

“Para la mayoría de aquellos para los que la esclavitud era una vaga remembranza de la niñez, el mundo era algo enigmático: poco les pedía el mundo a ellos, por lo que ellos respondían con poco; sin embargo, el mundo se burlaba de lo que ellos ofrecían”, escribe Du Bois, en un pasaje de memorias titulado Del significado del progreso. Aquel desarraigo de los descendientes de esclavos que describía Du Bois alcanzaba a Norteamérica, tan lejos y tan cerca de África, y parece haber surcado todo el siglo XX como la gran paradoja de los africanos de la diáspora.

Y quizá esa sea la carga que buscaron aligerar los intelectuales que, en Europa, guiaron los movimientos panafricanistas, desde Aimé Cesaire y Léopold Sédar Senghor hasta los dirigentes de la gran ola contra la segregación racial y el poder negro de los años sesenta, en el resto del planeta. Entre ellos, algunos Panteras Negras, que terminaron viviendo y muriendo en el continente de sus antepasados, como fue el caso de Stokely Carmichael, que nació en Trinidad y Tobago (en 1941), se crio y estudió en la universidad de Washington, y luego pasó casi toda su vida adulta en Guinea Conakry, como alumno del ghanés Kwame Nkrumah y como asesor del presidente Ahmed Sekou Touré.

De ahí el valor de repasar las almas del pueblo negro que nutrieron trayectorias de vida a ambos lados del Atlántico y al norte y el sur del Mediterráneo. Esta obra de un norteamericano sobre Norteamérica, que arranca con la pregunta “¿qué se siente cuando se es un problema?”, permite surcar los océanos en otros barcos: “[Un negro americano] no querría blanquear su alma negra en una oleada de americanismo blanco, pues sabe que la sangre negra tiene un mensaje para el mundo”.

El doble rasero

Du Bois habla de la «doble consciencia»: “Es una sensación peculiar, esa sensación de mirarse siempre a uno mismo a través de los ojos de los otros, de medir la propia alma con el baremo de un mundo que observa con desdén jovial y con lástima. Uno siempre siente esa dualidad: un americano, un negro; dos almas, dos formas de pensar, dos luchas irreconciliables; dos ideales en combate en un cuerpo oscuro, cuya fuerza obstinada es lo único que le impide romperse en pedazos”.

La doble consciencia parece una consecuencia del doble rasero social que no dejan de sufrir algunos sectores de la población, según pasan las décadas. Sin embargo, Du Bois quiere examinarlo, a fondo, en primera persona: “La historia del negro americano es la historia de esta contienda, de ese anhelo por alcanzar una madurez consciente, por fundir ese doble ser en uno mejor y más verdadero”.

La abolición de la esclavitud fue la llave de la primera puerta, pero tras esa, los pensadores y los activistas encontraron muchas otras puertas cerradas: “Trabajo, cultura, libertad, todo esto nos hace falta, no por separado, sino de forma conjunta, no sucesivamente sino al mismo tiempo (…) El problema negro no es más que una prueba concreta de los principios subyacentes a la gran república, y la lucha espiritual de los hijos de los libertos representa el duro trabajo de unas almas cuya carga casi sobrepasa los límites de sus fuerzas, pero que la soportan en nombre de una raza histórica, en nombre de esta tierra, la tierra de los padres de sus padres, y en nombre de la oportunidad humana”.

La barrera de color

Du Bois revisa las preguntas de antes y después de la cruenta contienda civil norteamericana, cuando los esclavos fugitivos eran tratados como contrabando de guerra (se los entregaban a los dueños en cuanto estos los iban a buscar), hasta describir el momento en que la Casa Blanca los emancipó para convertirlos en trabajadores. Narra los experimentos sociales del XIX, la iracundia de los blancos y sus acciones ante los sesgados tribunales de Justicia, así como el naufragio de la llamada Oficina de los Libertos. Como si no tuviera más de un siglo de antigüedad, en el libro se lee que hay zonas en las que el destino de la población es la muerte o la cárcel, ante lo que Du Bois anticipa: “El problema del siglo XX es la barrera de color”.

La actualidad de Las almas del pueblo negro radica en la profundidad con la que Du Bois aborda asuntos tan ligados entre sí como la educación y su contracara, la alienación del delito. Parece un ensayo de hoy cuando enfatiza en la necesidad de una sólida red de escuelas públicas con igualdad de acceso y en su certera definición de la función de la universidad: “No es simplemente enseñar a ganarse el pan, proporcionar maestros a las escuelas públicas o ser un centro de reunión social; ha de ser, ante todo, el órgano de ese ajuste armónico entre la vida real y un conocimiento de la vida cada vez mayor, un ajuste que constituye el secreto de la civilización”. Esto reflexiona mientras él mismo viaja en el vagón Jim Crow, el de los segregados.

El espíritu del panafricanismo

“¿Qué significó la esclavitud para el africano?”, se pregunta Du Bois. Y continúa: “¿Qué juicio le merecían el bien y el mal, Dios y el diablo? ¿Adónde fueron sus ansias y sus esfuerzos y, por lo tanto, dónde se ubicaban sus dolencias y sus desilusiones”. Entonces nos invita a leer la impotencia frente al látigo, sin sobreactuar pena alguna, sino explicando la hondura del flagelo que llevó a los esclavos a tener una vida espiritual tan poblada, llena de música, guiada por el carismático predicador y, por lo tanto, incitando a los investigadores sociales a indagar sin prejuicios en el sentimiento religioso, las idolatrías y sus catarsis: “La música de la religión negra es esa quejumbrosa melodía rítmica de emotivas cadencias menores que, a pesar de la caricatura y la profanación, sigue siendo la expresión más original y hermosa de la vida y las fatigas humanas nacida hasta ahora en suelo norteamericano”.

Por último, Du Bois explicita el deseo de que “broten” de su libro “pensamientos vigorosos y acciones sensatas”. Justamente, la imagen que ilustra estas líneas forma parte de uno de esos brotes, en este caso, artístico, gracias a la inspiración del pintor marfileño Roméo Mivekannin, que expone, en estos días, su serie titulada Las almas del pueblo negro, en la galería Cecilie Fakhoury de Abiyán (Costa de Marfil), y de la que daremos cuenta en este mismo espacio.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/10/28/africa_no_es_un_pais/1603905538_517123.html

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Libro (PDF): Libertad, tierra e igualdad

Reseña: Contrahegemonia

En los artículos que aquí son presentados, circulan perspectivas y opiniones distintas pero en todas ellas está presente la voluntad de reponer el papel de las y los de abajo en los procesos revolucionarios de la época. Indígenas de los pueblos libres o los do minados por la conquista, negras y negros esclavos y libertos, el gaucho y los campesinos de la campaña, las mujeres que sufren la explotación pero, además, la enorme brutalidad de la sociedad patriarcal, los peones y los ocupantes de tierra sin título, las y los pobres urbanos y rurales de esa masa de mestizos, pardos, morenos y blancos pobres en una sociedad donde el corte social estaba jurídicamente determinado por el color de piel, los arrieros, las lavanderas, tejedoras, acarreadoras de agua; en fin, el heterogéneo mundo de lo popular está vivo y presente en las páginas de este libro.

 

Autor/a:                               Omar Acha – Guillermo Caviasca Guillermo Cieza – Fernando Coll Eduardo Grüner – Néstor Kohan Miguel Mazzeo – Sergio Nicanoff-Celina Rodríguez Molina – Brenda Rojas

 

Editorial/Editor: Ediciones Herramienta
Año de publicación:  2018
País (es): Argentina
Idioma: Español
ISBN :  978-987-1505-58-6
Descarga:   Libro (PDF): Libertad, tierra e igualdad
Fuente e imagen:

 

https://contrahegemoniaweb.com.ar

 

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Juan Salvador Gaviota: Volar y vivir, conocer y amar

Juan Salvador Gaviota: Volar y vivir, conocer y amar

Una llamada a la autenticidad, a descubrir en nuestro interior la invitación a la excelencia.

Richard Bach (1936) es conocido fundamentalmente por la célebre Juan Salvador Gaviota (Jonathan Livingston Seagull: a story, 1970), novela en la que funde exitosamente las ideas de vuelo y vida.

Vivir es volar. Volar como todos, como cualquiera de la bandada, es vivir mediocremente. Es un mensaje que caló hondamente y obtuvo amplio eco. Porque es una llamada a la autenticidad, a descubrir en nuestro interior la invitación a la excelencia.

La obra, ágil, breve, de fácil lectura, está estructurada en tres partes.

En la primera parte se nos presenta al personaje protagonista, cuyo nombre da título a la novela. Pronto averiguamos que «no era un pájaro cualquiera» ya que mientras que «para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer», esta gaviota singular quiere alcanzar la perfección en el vuelo. Ahí encuentra el sentido de la vida y la belleza de la existencia.

Intenta transmitir ese gozo puro al resto de la bandada. Pero ellos no quieren volar. Quieren comer. Nada más. Acaban expulsándolo: «pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los lejanos acantilados».

Lo peculiar de la novela radica en lo que narra en las partes segunda y tercera.

Tras lograr activamente el máximo nivel, vinieron por él. Descubre entonces que hay distintos niveles de existencia. Él pertenece a una bandada de orden superior, celestial. Ese parece su lugar, esa parece su bandada, esos parecen sus hermanos “auténticos”.

En este plano tiene hasta un instructor (Rafael, en la versión española). Le adiestra, le anima y le informa de que hay una serie de mundos, cada uno de orden superior, y «elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido en este. No aprendas nada y el próximo mundo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar».

Más adelante encuentra una gaviota inmensamente sabia, Chiang, de quien recibe numerosas revelaciones. Por ejemplo: el cuerpo «no es más que pensamiento puro; nothing more than thought itself». De ahí que vivir más plenamente es entender más. Progresar es comprender: «¡Olvídate de la fe! […] Tú no necesitaste fe para volar, lo que necesitaste fue comprender lo que era el vuelo».
Al plantear así la perfección surge, entre otros, el problema del final del proceso. Y se trata de lo más complicado, «lo más difícil, lo más colosal, lo más divertido de todo […] comprender el significado de la bondad y el amor».

Hay una intuición fuerte en ese sentido: la cumbre de la perfección es el amor. Así, las últimas palabras de Chiang son: «Juan, sigue trabajando en el amor». Seguir trabajando el amor equivale a descubrir que su misión es volver a la primera bandada y animarles a progresar o, lo que es lo mismo, convertirse él mismo en instructor. Su soledad, cuando fue expulsado, se debió a que no entendió que la felicidad obtenida con la perfección no se acababa en él sino que, como dicen los clásicos, bonum diffusivum sui: lo bueno ha de darse, comunicarse. Y algo de esto es el amor.
Juan desciende a la primera bandada y allí encuentra otras gaviotas inadaptadas. Las instruye, encuentra dificultades, traiciones, adhesiones. Y cura enfermos. Y resucita muertos. Y hace discípulos que serán, a su vez, nuevos adiestradores.

Hay una cuestión lingüística de la versión española que me parece digna de destacar. Los nombres de varios personajes importantes son vertidos de un modo un tanto peculiar. Así, Jonathan Livingston pasa a ser Juan Salvador (!!!), con lo que queda alterado el título mismo (no ocurre así en las versiones francesa, italiana o alemana: Jonathan Livingston le goéland; Il gabbiano Jonathan Livingston; Die Möwe Jonathan); el instructor “celestial” pasa de ser Sullivan a Rafael; y el primer discípulo “terrestre” pasa de Fletcher Lynd a Pedro Pablo. Hay varios ejemplos más de este tipo de traducción “creativa”. ¿Es fruto del azar o un intento de acercar a Juan Salvador con Jesucristo, a su instructor celestial con el ángel Rafael y a su discípulo con S. Pedro?

En otro orden de cosas, subrayemos que el proceso de perfeccionamiento es un proceso cognoscitivo, de comprensión creciente. Y, por eso mismo, al percibir que lo máximo es el amor, se produce una paradoja: en la cumbre del (auto)conocimiento nos encontraríamos con algo no cognoscitivo sino del espectro volitivo-afectivo.

Tras una jerarquía de mundos, se descubre que lo máximo no consiste en seguir autoperfeccionándose para apartarse de la manada. Lo máximo es comprender que «Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad […] y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza». Y amarlas es comprender, «practicar y llegar a ver la verdadera gaviota, ver el bien que hay en cada una y ayudarles a que lo vean en sí misma. Eso es lo que quiero decir por amar».

En definitiva, en la primera parte logra ilusionar con la idea de buscar la propia plenitud. En la segunda, nos quita la urgencia por alcanzar la perfección ya que sostiene que lo que no hagamos en esta vida nos esperará indefinidamente en sucesivas vidas.

El proceso hacia la plenitud es un proceso de comprensión. Por eso, en la tercera parte se constata que el amor (plenitud) es difícil: porque es complejo (no imposible) llegar al amor desde el conocimiento. La cumbre del conocimiento es un concepto (en la novela, la idea de la Gran Gaviota) y, por tanto, algo que no puede ser amado (de hecho, en la obra no se ama a la Gran Gaviota sino a su imagen, su reflejo, en las gaviotas de la bandada): nadie reza a un concepto, que decía Wilamowitz.

Ese amor, difícil porque sólo es posible tras la comprensión, viene al final. Y sólo es posible el amor del que es perfecto y superior (el que ya ha comprendido) hacia el inferior; no del niño al padre, porque el niño no sabe.

Esta dificultad no es nueva en la historia. Si lo supremo (la Gran Gaviota o Dios mismo) es sabiduría, entonces nuestra comprensión siempre será imperfecta, sólo cabría una especie de teología negativa. Si, por el contrario, Dios es amor, entonces la actitud correcta, la vía de plenitud no excluye ni exige la comprensión ya que estriba en la veneración amorosa, en la adoración reverente.

Así el amor, la libertad, la plenitud, se hace accesible a todos. Incluso, más accesible a los niños y gente sencilla que a los eruditos.

Desarga el libro en este enlace: https://www.forodeliteratura.com/biblioteca/datos/bachrichard/gaviota.pdf

 

Fuente de la Información: https://es.aleteia.org/2020/11/01/juan-salvador-gaviota-volar-y-vivir-conocer-y-amar/

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