Reseñas/Noviembre 2020/elpais.com
El ideal de belleza empieza a ser más diverso. Pero aún queda mucho por hacer. La escritora Desirée Bela-Lobedde, la cantante Nía Correia, la actriz Eva Llorach y la piloto Ana Carrasco reflexionan sobre la necesidad de un canon más inclusivo.
DESIRÉE BELA-LOBEDDE, barcelonesa de 41 años, entra en el estudio fotográfico y su primer reflejo es el de dar dos besos, pero se detiene antes y con un tímido “¡hola!” debajo de la mascarilla saluda al equipo. Autora de Ser mujer negra en España (Plan B, 2018), Desirée irrumpió en el mundo del activismo estético de forma accidental. “Ocurrió en el momento en que comencé a entender por qué la mayoría de mujeres negras sentimos que debemos cambiar la naturaleza de nuestro cabello por uno más liso para encajar en el ideal de belleza blanco”.
Entonces decidió acabar de golpe con 15 años de sometimiento autoinfligido. Y de un tijeretazo dijo adiós al estigma del pelo afro. “Fui a mi salón y dije: ‘Corta todo el alisado’. Entendí que mi cabello es bello, que eso de que es feo, informal o poco higiénico es falso. Me di cuenta de que el pelo es parte de tu identidad”. Ese fue su primer acercamiento al activismo estético, que busca desafiar y ampliar unos estrechos cánones de belleza aceptados y celebrados durante décadas, y que, para más inri, suelen ser racistas porque casi siempre representan a una mujer occidental, delgada y blanca.
Un concepto más diverso de belleza va ganando terreno. Pero aún queda un largo camino por recorrer. Así lo confirma el ensayo The Idea of Beauty Is Always Shifting. Today, It’s More Inclusive Than Ever (La idea de la belleza siempre está cambiando. Hoy es más inclusiva que nunca) publicado en enero de este año por Robin Givha, crítica de moda, periodista y ganadora de un Pulitzer en 2006. En él expone que el mundo se dirige hacia una cultura más inclusiva que abarca diferentes tipos de belleza. “A paso lento, pero en la última década hemos presenciado una corriente que exige que todas seamos aceptadas”.
Durante la sesión que ilustra este reportaje, la escritora comparte encuadre con la actriz Eva Llorach, la cantante Nía Correia y la piloto de motociclismo Ana Carrasco. Las cuatro tienen algo en común más allá del éxito profesional: quieren trascender los estereotipos.
Al igual que Bela-Lobedde, la actriz Eva Llorach (Murcia, 1979) también creció con la imagen de una belleza “codificada y comercializada” y casi siempre inalcanzable. “Desde que eres pequeñita escuchas conversaciones que giran en torno al físico, que si estás delgada, que si estás gorda. Te vas dando cuenta de que, para ser admitida, de alguna manera debes estar bella. Es una carga que tenemos en el cerebro las mujeres. Y es muy difícil apagar ese ruido”, reconoce la ganadora de un Goya a mejor actriz revelación por su papel como Violeta en Quién te cantará.
Durante generaciones —tal y como recoge el ensayo de Givha— se ha considerado que para ser bonita se debe tener una complexión delgada, pero con un busto generoso y una cintura estrecha; una mandíbula definida, los pómulos altos; la nariz angulosa; los labios carnosos; los ojos grandes e idealmente azules o verdes. El cabello largo y liso. Poco a poco, este concepto de belleza se está transformando, ensanchando. Y lo hace de la mano de dos motores sociales que, a veces, interseccionan. Por un lado, el feminismo; que ha ganado masa y fuerza a partir de movimientos como el #MeToo, donde la reflexión sobre la objetualización de la mujer y su cuerpo ha sido sustancial. Y, por otro, unas nuevas generaciones que se muestran más abiertas e inclusivas en la búsqueda de referentes que las representen y en los que reflejarse: desde la cantante Billie Eilish, abanderada de la lucha contra el bodyshame (humillar a alguien por su aspecto físico), hasta Rihanna, que, a través de los desfiles de su firma de lencería Fenty, reivindica la normalización de todo tipo de cuerpos.
Las llamadas modelos de tallas grandes o con físicos no normativos empiezan a ser cada vez más frecuentes en las pasarelas. De Versace a Chanel, pasando por Max Mara. Pero aún se trata de algo anecdótico y sorprendente. Que mujeres con una talla superior a la 34 o con más de 50 años sean imagen de una marca o protagonistas de un editorial de moda en una revista aún es noticia (y reclamo de marketing). Y, eso, por sí solo, habla de cuánto queda aún por recorrer en la normalización de un canon inclusivo.
Nía Correia —que encajaría en el ideal de belleza dominante— forma parte de esa nueva generación que quiere acabar con estereotipos excluyentes. La ganadora de Operación Triunfo, de 26 años, tiene claro que su influencia sobre sus fans conlleva una gran responsabilidad. “Al final la riqueza está en la diversidad y no solo en lo físico. Para mí, la belleza está en tus ojos. Tú eres la que le das belleza a las cosas y a las personas”, explica.
Con solo 23 años, Ana Carrasco sabe bien lo que es combatir prejuicios ligados al género. Es la primera mujer que ha ganado un mundial de velocidad de motociclismo. Posar no es lo suyo y no lo oculta. Su respuesta a la presión social para encajar en un canon normativo pasa por reescribir la definición de belleza como algo que sobrepasa un concepto estético. “El fin es que no existan los estereotipos. Ese día, habremos vencido”.
Todas coinciden en que plataformas como Instagram o Twitter no solo han evidenciado la discriminación sutil y cotidiana que sufren quienes no cumplen con los cánones, sino que además han amplificado las voces del público que exige una concepción de belleza más democrática. Aun así, hace falta algo más poderoso que un tuit para cambiar el rumbo de la industria de la moda y la cosmética: el dinero. Robin Givha desarrolla esta idea en su ensayo, donde apunta que la evolución de los modelos de belleza se debe en gran medida a que el mercado se ha percatado por fin de que existen mujeres adultas, de tallas grandes y de diferentes culturas que tienen la capacidad económica de pagar por sus productos. Un nicho que han estado ignorando y desaprovechando hasta ahora. Un botón: solo en Estados Unidos, las ventas de prendas de la talla 44 en adelante ascienden a cerca de 18.000 millones de euros anuales, según un informe de la asesoría NPD Group.
Cuando termina la sesión, parece como si Desirée, Ana, Nía y Eva se conocieran de toda la vida aunque solo han pasado cinco horas desde que se presentaron. Han hecho clic al instante. “Conocerlas ha sido maravilloso”. Los ojos de Desirée han visto la belleza.
Nía Correia (cantante): “Quiero que las niñas que sufren racismo se sientan orgullosas de cómo son”.
— Nía Correia halló su vocación jugando. Tenía nueve años y sus abuelos notaron que la niña apuntaba maneras. “Me inscribieron en clases de canto y allí comenzó todo”, recuerda con una gran sonrisa, la misma
que parece acompañarla todo el tiempo. “Supe que mi voz tenía algo
por cómo me sentía al cantar”, suelta esta joven de 26 años, originaria
de Gran Canaria.
— Si de algo estaba segura era de que quería vivir de la música, ya fuera interpretándola o bailándola, y va encaminada a cumplir su sueño. Este año se consagró como la ganadora de Operación Triunfo, donde no solo consiguió el respeto de sus profesores y colegas, sino además el cariño del público.
— El registro de su voz da para todo. Desde boleros hasta rhythm and blues. Por eso, dice, no le gustaría “quedar encasillada” en un estilo. “Para mí cantar es soltar todo lo que llevo dentro, desde la alegría hasta la rabia. Es mi manera de desahogarme”, explica.
— Antes de conquistar la televisión dio sus primeros pasos en el teatro. A los 18 años llegó a Madrid para formar parte del elenco del musical de El rey león. Después, trabajó cantando en hoteles de Dubái e Ibiza. Su fama es, sostiene, fruto de su esfuerzo. “No concibo el éxito de otra forma que no sea trabajando. Soy muy autoexigente y perfeccionista. Lo que más me cuesta cuando estoy cantando es dejar la mente en blanco. Me gusta controlarlo todo”, cuenta la artista, que estrena este mes su primer sencillo, Malayerba.
— Pero más allá de la Nía mediática, está Estefanía, la mujer orgullosa de sus antepasados africanos —su padre es de Guinea-Bisáu—, y que habla en primera persona del racismo. “De pequeña puede que tuviera ciertos miedos por ser negra, pero a medida que crecí desaparecieron. A mí me educaron con valores como el respeto a los demás y también a mis orígenes, por eso cuando a veces en el cole me decían cosas como que era adoptada [su familia materna es blanca] no le prestaba atención, pronto entendí que era ignorancia”, remarca.
— “No me quiero dar por vencida con el racismo y la discriminación de ningún tipo. Me gustaría convertirme en un referente para esas niñas que se sienten inseguras porque han vivido episodios racistas en su vida. Quiero que abran sus ojos y se sientan orgullosas de lo que son y de cómo son”.
— Quizá por eso decidió llevar su melena rizada en la final de OT, era una forma de reivindicar la belleza natural de las mujeres negras. Su decisión provocó algunos comentarios negativos en las redes sociales. “Cuando vi los tuits en los que hablaban de mi pelo, no le di importancia porque yo estoy muy orgullosa de él”, señala.
— Aspira a que las nuevas generaciones no tengan la presión de cumplir con estereotipos, y eso que sostiene que a ella nunca se le ha exigido encajar en ningún canon de belleza. Cree que sentirse empoderada no debería estar relacionado con ser bella, “pero sí que es verdad que si un día estás de bajón y de pronto te pones un labial rojo te da un subidón”, confiesa entre carcajadas.
Eva Llorach (actriz): “A partir de los 40 nos empezamos a convertir en personajes secundarios”.
— Eva Llorach tiene ganas. Tiene ganas de hacer comedia; tiene ganas de que el cine no sentencie a las mujeres de más de 40 a papeles secundarios; tiene ganas de trabajar con las directoras Alice Rohrwacher (Lazzaro feliz) o Maren Ade (Toni Erdmann); pero sobre todo quiere contar historias. Así lo expresan sus palabras, sus gestos y su sonrisa al hablar.
— Esta murciana de 41 años descubrió que era actriz por azares del destino. Tenía 30, una licenciatura en Psicología y un trabajo en una empresa familiar, cuando la actuación tocó a su puerta.
— “Leí que se abría la convocatoria para la primera edición del festival de cortos Notodofilmfest. Entonces le propuse a mi expareja hacer algo. Él aceptó con la condición de que yo fuera la protagonista. Y cuando estuve frente a la cámara sentí cosas: fue como una revelación. Mi cuerpo reaccionó de manera brutal y pensé: ‘Quiero esto para mi vida”, recuerda aún con ilusión.
— Desde entonces no se ha alejado de la cámara. El director Carlos Vermut apareció en su vida y, con él, la oportunidad de interpretar papeles densos y complejos, como el de Violeta en Quién te cantará, personaje que la hizo merecedora en 2019 de premios como el Goya a la mejor actriz revelación, un Feroz y un Forqué. Eva se coronaba así como el gran descubrimiento del año.
— “Un Goya no te garantiza nada, sobre todo a partir de cierta edad”, reconoce la actriz, que acaba de finalizar el rodaje de La casa de tiza, de Ignacio Tatay.
— “En el cine a partir de los 40 las mujeres nos empezamos a convertir en personajes secundarios. Es muy curioso, en España se dejan de hacer papeles protagonistas o se hacen muy contados. Es como si a partir de esa edad ya no fuéramos personas interesantes”, critica.
— “Hace poco me llegó un guion que decía: ‘Señora de 40 años’. Yo tengo más de 40 y no soy una señora. Cada mujer es un mundo y, sin embargo, no paramos de construir clichés alrededor de la edad”. Para derribarlo ella tiene una idea entre manos. “Hay muchas historias de mujeres que no se están contando y que yo quisiera ver. Así que me he propuesto empezar a hacerlas. Quiero reunir a un grupo de mujeres, que escribamos cosas y que comencemos a relatarlas”, señala.
— En su batalla por promover películas en las que se representen mujeres de todas las edades, nacionalidades, estratos sociales y tallas, también está la de conseguir que los estándares de belleza dejen de definir y sentenciar la autoestima. “Tú te puedes sentir guapa y segura y salir a la calle sin maquillaje, pero si alguien que al verte te pregunta si estás bien, y dice que se te ve mal, evidentemente te afecta. Tenemos instalado en el cerebro que las mujeres se tienen que arreglar para verse bien. Si no lo haces, te juzgan”.
— Confiesa que ahora se preocupa más por sentirse bien con ella y por aceptarse tal cual es y está.
— Termina este impredecible año rodando la cuarta temporada de la serie de Netflix Élite, donde se pone en la piel de Sandra, una poderosa narcotraficante. “Me queda por estrenar el corto El club del silencio, de Irene Albanel, y Errante corazón, una cinta de Leonardo Brzezicki [en la que comparte reparto con Leonardo Sbaraglia]”.
Ana Carrasco (piloto de motos): “En el deporte lo que manda son los resultados. Si ganas, todos te respetan”.
— El 30 de septiembre de 2018, Ana Carrasco hizo historia. Se convirtió en la primera mujer del mundo en ganar un mundial de motociclismo a título individual. “Era el sueño de mi vida. Había trabajado mucho para conseguirlo”, reconoce la piloto, que lleva dos décadas pisando la pista.
— Con tres años la mayoría de los niños juegan a mantener el equilibrio en una bicicleta, ni siquiera se animan a pedalear y no caerse es todo un logro, pero Ana ya competía en campeonatos con una minibike que ni siquiera era suya. De hecho su padre, motero de corazón y mecánico con experiencia en carreras, se la había comprado a su hermana mayor, pero aquella niña de pelo rizado y mirada pilla la cogió y ya no la soltó nunca.
— La historia de Ana se cuenta en récords. Fue la mujer más joven en competir en una prueba de campeonato del mundo en su debut en Moto3 y también la primera española en puntuar. Apenas tenía 16 años. Con 20 se convertía en la primera mujer en ganar una prueba del Campeonato Mundial de Superbikes y con 21 completaba este circuito histórico proclamándose campeona del mundo de Supersport 300.
— “¿Que qué supone ser la primera mujer en ganar un mundial de motociclismo? No sé, es que para mí era un sueño, pero más como piloto que como mujer. Aunque viéndolo con perspectiva, creo que ha supuesto un cambio dentro de mi deporte, que en general había sido muy masculino. Creo que a partir de ese momento se están dando más oportunidades, no solo a mí, que ya he demostrado que puedo estar allí, sino también a las que vienen después”.
— Aunque creció rodeada de hombres —es la única mujer que compite en el mundial—, nunca se ha sentido marginada. “En el deporte lo que manda son los resultados. Si ganas, todos te respetan. La verdad es que no sé si siempre he sido aceptada, pero lo que sí sé es que no he hecho nada para encajar. Al final yo sé cómo soy y estoy orgullosa de ello”. Y se nota.
— Asegura que la ropa deportiva y los vaqueros son sus prendas favoritas y que de rituales de belleza sabe lo justo. “Creo que el mundo está girando hacia un punto en el que nosotras establecemos nuestras propias normas sobre lo que es ser bello, pero esto no quiere decir que le pase a todos. Al final, es algo que depende de cada una. Si tienes confianza en ti, lo que digan los demás te importa poco, pero si tienes dudas o eres insegura, posiblemente te afectará más”.
— Cuando no está compitiendo, entrena una media de ocho horas diarias y en su tiempo libre estudia Derecho en la Universidad Católica de Murcia. Ansía volver a coronarse con el título de campeona del mundo, pero su meta tendrá que esperar. El pasado 10 de septiembre sufrió un grave accidente durante un test en Portugal que le provocó la fractura de dos vértebras. Tras la operación, está en proceso de rehabilitación.
— Este solo es un bache más para la piloto de Kawasaki, que sigue teniendo como objetivo llegar a competir en la categoría MotoGP.
Desirée Bela-Lobedde (escritora): “El ideal de belleza blanca ha sido la norma. Y hemos querido asimilarla”.
— “Soy de aquí, vivo aquí, pero no me siento de aquí porque no me permiten serlo”. Así señala Desirée Bela-Lobedde (Barcelona, 1978) la necesidad de mantener un debate sobre el racismo en España.
— Ensayista, activista y escritora, Bela-Lobedde lleva exponiendo desde 2011 los comportamientos xenófobos que brotan en el día a día. “El problema es la construcción conceptual que tenemos del racismo. La gente lo comprende como insultos, agresiones físicas, cosas obvias como el Ku Klux Klan… Pero estos actos son solo la punta del iceberg. Debajo hay frases sutiles y legitimadas que son racismo, pero que no se entienden como tal”, explica. “Esta manera de pensar tapa todas esas actitudes que pasan inadvertidas por cotidianas, preguntas como ‘¿cuánto tiempo llevas aquí?’, ‘¿por qué hablas tan bien español?’, ‘¿de dónde es una belleza tan exótica como tú?’. Y si respondo que soy de aquí, entonces repreguntan: ‘Pero ¿y tu familia de dónde es?”.
— Durante años, la escritora afrodescendiente —su familia es originaria de Guinea Ecuatorial— dio explicaciones de por qué es española y a la vez negra hasta que se aburrió. “A mis 41 años escojo mejor mis batallas”, suelta resignada.
— Fue precisamente esa sensación “de ser pero no ser” la que la llevó a escribir Ser mujer negra en España (Plan B, 2018), el título en el que relata qué significó ser niña, adolescente y, después, mujer en su país.
— La autora ilustra ese racismo oculto en el patriarcado, en el sexismo y en la belleza. Si rememora su adolescencia, recuerda que, en esa época, había pocas referencias de mujeres negras en la televisión. Y que las que había tampoco la representaban. “No se parecían a mí, quizá solo en el color de piel, pero no eran como yo. Era el tiempo de Naomi Campbell, Tyra Banks, Paula Abdul, todas con sus rasgos finos y cabellos lisos…”.
— El pelo es el hilo conductor de su empoderamiento. Su melena afro no fue solo su yugo, también fue su liberación, su bandera en la lucha contra el racismo y un símbolo de resistencia.
— “Durante generaciones el ideal de belleza blanca ha sido la norma, entonces quienes no somos así nos queremos asimilar, y dentro de ese proceso está alisarse el cabello”, detalla quien durante 15 años se sometió a esta “tiranía”, hasta que se convirtió en madre y decidió que no quería que sus hijas vivieran lo mismo. Así, se sumergió en lo que llama el activismo estético. “En mi caso es aprender y conseguir las herramientas tanto para entender por qué se da el fenómeno de asimilación como para superarlo”.
— Deshacerse de los estereotipos no ha sido sencillo. “Lo que tenemos que hacer es buscar nuestros cánones. Esas personas a las que nos parecemos y que no tienen por qué ser modelos”. Desirée sigue sin tener claro si alguna vez se ha sentido aceptada, menos aún si sus esfuerzos por serlo han surtido efecto, pero no le importa. Lo que sí sabe es que su relación con la belleza ha cambiado, dijo adiós al estigma de su afro y ahora disfruta de momentos de autocuidados, en los que lo importante es su bienestar y no una imagen de lo que debería ser.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/10/23/eps/1603444869_858410.html