No es racista meramente Trump, sino el Estado y la sociedad estadounidenses.
La orden ejecutiva de Donald Trump para cancelar fondos del gobierno federal a instituciones en que se enseñe la ‘Teoría crítica de la raza’ (Critical Race Theory) promete numerosos desafíos en los tribunales. Como otras órdenes que emitió, luce que se empantanará en objeciones legales y confrontará problemas prácticos para aplicarse, entre otras cosas por lo inexacta y confusa que es, como si hubiese sido formulada a la ligera.
La fiereza de la nueva administración en sus primeros días sugiere una angustiosa resistencia del Estado norteamericano a aceptar su disminución en el mundo. Trump abandona el interés usual en el consenso en las relaciones políticas y genera relaciones de antagonismo comercial y diplomático con otros países. Concentra esfuerzos en Latinoamérica y el Caribe, históricamente la zona más oprimida y controlada por Estados Unidos. En política interior intenta desmantelar a toda velocidad el sistema que empezó FD Roosevelt, que en el último medio siglo se hizo predominante, de incluir los afroamericanos y pobres en un clientelismo social de abundantes subsidios y amplia burocracia federal, en un ‘estado benefactor’ agrandado.
Varios autores acuñaron en los años 70 y 80 el nombre ‘teoría crítica racial’, si bien continuaban antiguas y amplias discusiones sobre la cuestión afroamericana y la sociedad estadounidense. Argumentan que el racismo no es simplemente un ‘prejuicio’ personal, sino que está en la formación misma de instituciones principales de Estados Unidos. En Estados Unidos esta idea es escandalosa, pero para muchos alrededor del mundo es evidente.
Desde hace largas décadas las discusiones sobre sociedad e historia admiten que la opresión racial es parte de la cultura de la nación norteamericana, la cual instaló un ‘colonialismo interno’, ya que sus plantaciones de esclavos no estaban fuera del país (como en los casos de Gran Bretaña, Francia, etc.), sino dentro.
Textos como The Black Jacobins (1938), de CLR James, Capitalism and Slavery (1944) de Eric Williams, y How Europe Underdeveloped Africa (1973), de Walter Rodney, aumentaron la conciencia de que la opresión de los negros ha sido inseparable de la historia moderna y de Occidente. Después siguió un torrente de investigaciones, publicaciones y cursos académicos en Norte y Latinoamérica, el Caribe, África y Europa.
Asimismo, el conocimiento científico, e incluso la cultura general, ya admiten que desde hace milenios la división social del trabajo y el desarrollo tecnológico producen un excedente cada vez mayor que hace posible el progreso histórico, y las clases dominantes suelen apropiarse. El capitalismo occidental es un perfeccionamiento de este mecanismo, especialmente por expandir la actividad financiera como nunca antes.
La teoría que ve el progreso –el conocido– inseparable de la explotación del trabajo, inicialmente elaborada por Karl Marx, ya no es tabú y ha enriquecido las ciencias sociales e incluso las naturales. Ha incidido en los temas del colonialismo, la formación del sistema global, y la extraordinaria experiencia del trasiego y trabajo de africanos esclavizados, entre los siglos XV y XIX, en un vasto mercado que incluyó África, las Américas y Europa occidental y en que participó gran cantidad de gobiernos, bancos, empresas, y las iglesias católica y protestante. Estuvo en la base de la era moderna.
El presente, pues, encierra un complejo ‘pasado’ lleno de contradicciones. Por ejemplo, las naciones americanas actuales no existirían sin el sometimiento y el genocidio de las sociedades indígenas, desde el tiempo de Cristóbal Colón, en el Caribe, Centroamérica, México, los países andinos suramericanos y el resto del hemisferio. En Estados Unidos, el crecimiento industrial, financiero y militar del norte no hubiese sido posible sin las plantaciones esclavistas del sur –el algodón iba a la industria de ropa en Inglaterra– que producían riqueza que se convertía en dinero y en actividad bancaria que financió la expansión del norte.
Parece que muchos votantes de Trump, a los cuales éste quiere cumplir lo prometido, se sienten ofendidos al escuchar estas duras realidades, que resultan claras una vez se les estudia y desmontan la historia tradicional oficial idealista y ‘blanca’. Creen que comprender la historia de manera crítica es un ‘racismo contra los blancos’.
No debe subestimarse que Trump reproduzca esta actitud infantil atacando la libertad de expresión y de cátedra y la discusión sobre la sociedad y la historia, en una suerte de regreso a la represión medieval del conocimiento y del debate de ideas libre e informado. El temor a la discusión delata la crisis de Estados Unidos, cuyo actual declive –junto al de Occidente– en el mercado mundial hace aflorar muchas inseguridades.
La orden de suprimir la ‘teoría crítica’ confirma la sensación de que Trump expone el racismo más crudamente que otros presidentes y políticos de Washington, al menos desde que en los 70 se hizo políticamente incorrecto ser racista, y alimenta la ignorancia e impulsividad de grupos supremacistas blancos.
Si Trump persigue liberar las contribuciones intelectuales y los debates sociales del paternalismo y los subsidios del gobierno, su forma de hacerlo es bastante torpe.
Pero, de nuevo, la orden encontrará obstáculos para aplicarse en la práctica, cuando menos referentes al derecho a la libre expresión. Es confuso además si persigue suprimir las específicas lecturas que en los 70 y 80 se llamaron Critical Race Theory, o más ampliamente la enseñanza de la historia y del carácter contradictorio y complejo del proceso social, que durante siglos ha incluido opresión de pueblos y explotación del trabajo y de la mujer. En cualquier caso sería una involución reaccionaria.
No es racista meramente Trump, sino el Estado y la sociedad estadounidenses. Trump lo expone crudamente también con la deportación de miles de inmigrantes latinoamericanos en pocos días, de forma destemplada y carente de consideraciones legales y humanitarias en muchos casos. Ha sido como el traslado de ganado, en vez de seres humanos.
Las ordenanzas de Trump, y la forma en que se anuncian y ejecutan, han agudizado la tensión nerviosa y moral de la sociedad. Puede preverse que restarán aún más solvencia a Estados Unidos.
El autor es profesor jubilado de la Universidad de Puerto Rico.
Hemos hablado con Adriana Guzmán Arroyo, educadora popular aymara y referente del feminismo comunitario antipatriarcal en Bolivia, sobre colonialismo, racismo, extractivismo, heterosexualidad obligatoria, familia, comunidad, Estado. privilegios, colores y lenguas minorizadas. Y sobre aprender a levantar la cabeza.
Adriana Guzmán Arroyo es educadora popular aymara, feminista y q’iwsa (no heterosexual, en aymara). Desde pequeña veía los cuerpos de su abuela y abuelo aymaras, su piel, su idioma, su lengua y se sentía muy cerca de ellos, pero no fue hasta después de la masacre del gas de 2003 cuando se reconoció como feminista y aymara, empezando así un camino de ruptura con las ideas coloniales y racistas que se habían ido instalando en su cuerpo.
En 2003, en la masacre del gas lucharon contra el colonialismo, el racismo, el extractivismo, después de que el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada autorizara la represión contra manifestantes que mostraban su rechazo a la decisión del Gobierno de exportar gas: “Ahora se ha puesto de moda el extractivismo, pero hace 500 años que venimos luchando contra la explotación de la plata, la minería y después la explotación de los hidrocarburos que ha destrozado nuestros territorios, que ha generado una mentalidad capitalista que rompe la comunidad, toda otra forma de vida que tenemos en Abya Yala”, explicaba Adriana Guzmán en Bilbao una mañana lluviosa y gris, después de haber participado en el congreso Nuevas narrativas para una educación feminista y antirracista, organizado por InteRed.
¿En qué momento te diste cuenta que esa lucha contra el extractivismo, el racismo, el capitalismo y el colonialismo era también una lucha contra el sistema patriarcal?
Estábamos en las calles organizadas protestando y cuando volvemos a las casas los compañeros quieren que las casas estén limpias y que las wawas [les hijes] hagan sus tareas, que haya comida caliente. Entonces una gran pregunta fue: ¿quién cuida en la revolución? Entendimos que existía también esta forma de opresión a la que luego le vinimos a llamar patriarcado, como lo han hecho otras feministas también. Para nosotras la masacre del gas fue mirarnos al espejo y reconocernos como aymaras. Queremos ser aymaras, pero no bajo los términos patriarcales que nos va a imponer la heterosexualidad obligatoria, no como la mujer que se calla y agacha la cabeza y va detrás del marido, no como la mujer que solo sirve para sembrar la papa. Queremos vivir bien y no se puede vivir bien si las mujeres vivimos mal, si a las mujeres nos matan o nos violan. Queremos cuestionar la revolución dentro de la revolución. Y no queremos solo participar políticamente, queremos decidir, no queremos ser diputadas solo para decir que hay mujeres diputadas. Logramos que en Bolivia el impuesto directo a los hidrocarburos esté destinado a las universidades. Nosotras queríamos que nuestras wawas estudien en una universidad digna, en un espacio de conocimiento desde los pueblos.
“El patriarcado es un sistema de todas las opresiones, articula el colonialismo, el racismo, el capitalismo, el extractivismo, pero se construye sobre el cuerpo de las mujeres”
¿Cómo fue el proceso de elección en la asamblea constituyente de la palabra en aymara para nombrar el concepto “patriarcado”?
A esto lo llamamos la lucha en el territorio de las palabras, porque venimos de la lucha en el territorio. Lo primero que hicimos fue reconocernos feministas. Nuestros compañeros nos dijeron: “Feministas son las académicas, las europeas. Las indígenas no son feministas”. Fue toda una discusión epistemológica y política donde nosotras decimos que nos llamamos feministas porque recuperamos la palabra y nosotras inventamos un contenido. No es que el feminismo nació en Francia, el feminismo va a nacer en todos los territorios donde luchemos contra el patriarcado. Y ahí llegó la segunda palabra, que era “patriarcado”. Había que discutirlo en la asamblea constituyente. Planteamos que el patriarcado es un sistema de todas las opresiones: articula el colonialismo, el racismo, el capitalismo, el extractivismo, pero se construye sobre el cuerpo de las mujeres. ¿Cómo se ha aprendido que a la naturaleza se le pueden sacar los árboles, el agua, el aire, todo? En el cuerpo de las mujeres, porque nos sacan el agua, el aire, los afectos, todo. Pero estaba otra vez la justificación de los hombres aymaras: “En nuestro pueblo no existe la palabra patriarcado”. La palabra patriarcado no existe, pero la realidad patriarcal sí, ¿cómo se puede llamar? Usamos la palabra pacha usutawa: tiempo enfermo, un tiempo que hace daño. O pacha janiw walikiti: un tiempo que no está bien. Unquq pacha en quechua. Y así en guaraní y en distintos idiomas empezamos a construir estos conceptos de patriarcado, de capitalismo, de machismo, de racismo.
“La propuesta fundamental del feminismo comunitario es autoorganización, autonomía y autodeterminación”
Descolonizar la memoria, descolonizar los feminismos (2019) es el título de tu libro. ¿Qué se propone desde el feminismo comunitario antipatriarcal para llevar a cabo esta descolonización?
La comunidad es contraria al Estado, aunque haya sido un Estado plurinacional; nosotras decimos siempre: “Estado plurinacional solo para transitar a la comunidad”. La comunidad te exige la responsabilidad propia de construir lo que quieres con tus manos. Es imposible que un presidente se haga cargo de 11 millones de personas. La comunidad hoy existe, la comunidad que se autoorganiza, que logra tener agua, que en Bolivia durante la pandemia ha logrado tener medicina y no morirse, ha logrado circular la comida. La propuesta fundamental del feminismo comunitario es autoorganización, autonomía y autodeterminación y entendemos que eso se llama comunidad, un sistema político. Hacer comunidad es renunciar al individualismo, a la acumulación, y por eso nos parece una propuesta antipatriarcal, anticapitalista y anticolonial. La misma importancia tienen las personas como las montañas, las aguas, los animales, los pájaros y todo. En la comunidad en la que las wawas dialogan con las abuelas y los abuelos y se valoran sus conocimientos y sabiduría.
“Estos feminismos que ahora están de moda y hablan de la igualdad y el empoderamiento son funcionales al sistema”
“Leer en las arrugas de las abuelas”, te hemos escuchado decir.
Nuestras mamás y nuestras abuelas han peleado por una vida digna, porque nadie nos maltrate. Nos hemos encontrado con que habían luchado por lo mismo que estábamos peleando nosotras: porque no haya extractivismo, no destruyan la comunidad, no se lleven a las niñas en la trata y tráfico, no maten a las mujeres, no destruyan la naturaleza. Hemos empezado a recuperar la memoria de abuelas en todo Abya Yala. La Tránsito Amaguaña dice en los años 30 que “es importante la tierra, es importante el territorio, es importante no tener patrón, pero también es importante que no te cases niña”. Recuperar la memoria de Bartolina Sisa, la Domitila, la comandanta Ramona, la María Sabina nos hace tener certeza sobre lo que estamos planteando. Frente a semejantes problemas (contaminación, trata y tráfico, que se lleven a tu hija, a tu sobrina, a la hija de tu hermana, que destruyan tu comunidad, el río y la montaña donde has crecido) que te vengan a plantear un discurso de igualdad de género es insuficiente, es indignante. Estos feminismos que ahora están de moda y hablan de la igualdad y el empoderamiento son funcionales al sistema. Nosotras creemos que los feminismos tienen que ser antisistémicos, antipatriarcales.
Por eso creo que un principio fundamental es que podamos dialogar entre todas las feministas, por más diferencias que tengamos hay que seguir discutiendo y politizando la lucha contra el patriarcado y el extractivismo. No basta que las feministas de Europa se vayan a Bolivia a apoyar la lucha contra la hidroeléctrica o denuncien a la empresa de Bolivia, necesitamos que haya acciones más concretas hacia los bancos que financian esas empresas en Europa, a los dueños de estas empresas, así como nosotras perseguimos a los jueces, a los feminicidas y pintamos su casa. Así creo que tendría que funcionar en Europa, la presión social para que estás empresas vayan reduciendo sus intervenciones en Abya Yala o vaya poniéndose más en cuestión esto.
Hablas también de descolonizar la temporalidad y la linealidad en los feminismos y en la manera de entender los procesos históricos.
Hay un feminismo hegemónico, liberal, blanco que habla de empoderamiento, que dice “supérate”, que dice que el mundo ha cambiado porque hay una mujer taxista, porque ha habido una mujer presidenta o porque hay una mujer negra vicepresidenta en los Estados Unidos. Eso no evita que los Estados Unidos siga matando migrantes, siga invadiendo los territorios o financiando, acompañando a Israel en el genocidio en Palestina. No creemos en estos proyectos lineales de que hay que luchar, capacitarse, formarse, hacer la revolución, tomar el poder y la vida va a cambiar. Esa es una linealidad del tiempo que le ha servido a Europa, pero le ha servido porque ha logrado el desarrollo y las comodidades que tiene ahora gracias al saqueo de nuestros pueblos. Descolonizar el tiempo para nosotras es generar condiciones en la lucha que nos permitan vivir bien todos los días, acabar con las relaciones de violencia, criar a las wawas de otra forma, en comunidad. Para recuperar los saberes, hablar con nuestras abuelas, nuestros abuelos, se necesita tiempo. Si te metes en la lógica capitalista de explotación, tienes que correr en los tiempos de productividad que te marca el capitalismo. Descolonizar el tiempo es renunciar a la acumulación capitalista. En el mundo aymara el tiempo es circular y no es un círculo en sí mismo que se repite, nosotras venimos de la comunidad y por tanto es lógico que podamos volver a la comunidad, porque hay una memoria política, hay una memoria genética, hay una memoria territorial. Toda esa insistencia en que querer hacer comunidad es difícil es una justificación del sistema, hacer comunidad es mucho más fácil que vivir en todo este mundo racista individualista y de explotación.
“Nosotras tenemos que transformar el Estado, porque nuestras hijas van a la escuela pública”
¿Qué ha cambiado en Bolivia con la aprobación en 2009 de la Constitución y con la declaración de un Estado plurinacional y en qué aspectos sientes que se podía haber ido más allá?
Desde 2009 hemos estado en la construcción de la ley de educación y en la construcción de la ley de violencia que habla de patriarcado. Hemos estado en la construcción del plan de salud de las mujeres para vivir bien, en las cumbres de justicia para refundar una justicia que no sea patriarcal, que tenga valores mínimos como los tiene la justicia comunitaria. Hemos visto que el Estado era útil para algunas cosas. En las que no vaya a ir más allá, le pedimos que no interrumpa nuestras luchas. Se ha ido extendiendo el cordón del pueblo aymara que va por todo Bolivia, llega hasta el norte de Chile, hasta el norte de Argentina y se han empezado a discutir, a intercambiar, a recuperar la cultura, la música. Más allá de las fronteras de los propios Estados. ¿Qué necesitamos? Qué el Estado no intervenga. Es mucho más fácil construir esa autonomía, esa reconstitución territorial cuando no hay un Estado que te persigue, cuando hay un Estado que es capaz de hablar de descolonización. Mientras exista, necesitamos que plantee un marco mínimo de lo que necesitamos los pueblos para vivir bien. Yo creo que en algunos lugares de Europa hay una mirada muy esencialista e higienizadora de no tener relación con el Estado. Tienen los privilegios y el dinero para hacer sus iniciativas a parte, una educación distinta, una salud distinta, trabajo de autocuidado autónomos. Nosotras tenemos que transformar ese Estado, porque nuestras hijas van a la escuela pública, porque son nuestros territorios los que se están discutiendo en ese Estado y en esa política pública. Incluso a los Estados fascistas hay que presionarlos, primero para sacar a los fascistas de ahí, lo segundo para que cumplan con las garantías mínimas: educación, salud. Tenemos la Constitución de 2009 y un código penal de 1970. No se ha transformado para llevar adelante esa Constitución. También ha habido un golpe de Estado fascista y racista [en 2019 y que implicó la salida de Evo Morales de la presidencia] para dejar claro cuál es nuestro lugar como indígenas: en las casas como sirvientas. El pueblo se ha organizado y ha logrado sacar ese golpe en un año, pero ese fascismo sigue, sigue organizado, está representado en el Parlamento y hay un discurso de odio racista que ha crecido más. Eso ha impedido que se profundice en la Constitución. Hay una ley en educación que que a mí me parece que es muy importante. Hay procesos de educación que se han estado haciendo con transformación curricular y metodológica, descolonizadora y comunitaria. En el sistema de salud también hay transformaciones para concretar la Constitución. Pero este fascismo, este permanente ataque para generar una inestabilidad al Gobierno ha hecho que el Gobierno también tome una posición conservadora: “No voy a profundizar nada más, hasta aquí llegamos, cuidemos lo poco que tenemos”. Y para nosotras esa no es la forma de cuidar, para nosotras hay que profundizar lo que tenemos, porque sino lo poco que tenemos fácilmente se recicla para el sistema y se pierde.
“El castellano nos impone una forma de entender el mundo y nosotras queremos vivir en otro mundo”
En el congreso Nuevas narrativas para una educación feminista y antirracista has hablado de la importancia de que las lenguas de los pueblos estén en el sistema educativo, no como asignatura, sino en todos lados, como acto de dignidad.
Sí, aprender nuestras lenguas no solo para hablar bien, sino para dejar de pensar, sentir y amar en castellano. El castellano nos impone una forma de entender el mundo y nosotras queremos vivir en otro mundo, queremos construir ese otro mundo. Y recuperar esa otra imagen del mundo es recuperar la lengua para poder pensar, sentir, querer y alimentar la rabia desde nuestras propias lenguas, eso es parte de la descolonización, de la autonomía, de la autodeterminación. Es un acto de dignidad no tener que esconder tu lengua, tu color de piel, tu forma de vestir ni tu forma de comer para poder ser reconocida en el mundo. También presentaste el material didáctico Nosotras somos Abya Yala, un libro para colorear creado por les niñes del feminismo comunitario, para dejar de pintar princesas y hombres araña y pintar a las abuelas de las que vosotras les habláis. En esa discusión sobre las abuelas dijimos “tiene que haber reglas para pintar” y una de las reglas es que no hay un color piel, porque toda la vida han estado con maestras y maestros que les han dicho que había que pintar los dibujos de color piel y ese color piel oficial nunca ha sido nuestro color de piel. Y otra regla era “no hay colores feos ni bonitos, ni vivos ni muertos”, porque como nosotras vivimos en un lugar que es 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar no existe el naranja de los cítricos y el verde de las palmeras. Yo aprendo a amar y a reconocer los colores que hay en mi entorno, los colores como montaña, como agua. El negro es el color fundamental para nosotras, para nuestra ropa, para nuestra vida. Es más, la Wipala, que tiene muchos colores, antes tenía una franja negra en medio que era el color de la vida, de que todo viene de ahí, contrario a lo que las maestras y maestros dicen, que el negro parece un color muerto. En los colores y en las formas de vestir hay lógicas coloniales. Para mí es una decisión política llevar estas ropas, porque me acerca a mi abuela, mi ropa es una resistencia, es un atentado permanente al sistema. En una escuela había un profesor de gimnasia que decía “¿qué tengo que ver con la despatriarcalización?”. Y le decíamos: “Usted encárguese de que las wawas aprendan a no agachar la cabeza”. Porque eso no es casualidad, no es que vivamos en lugares muy altos y agachamos la cabeza para cubrirnos del frío, porque también nos han planteado eso. Este maestro de gimnasia después de un tiempo nos decía: “Qué difícil es enseñar a levantar la cabeza”. Es el cuerpo que está formado por un mundo colonial, siempre pidiendo perdón, siempre sin mirar a los ojos, porque eso te da poder, seguridad en vos misma. Era un proceso de descolonización para el propio profesor, para que cree sus metodologías y ejercicios que a la vez puedan descolonizar el cuerpo, y eso lo hemos hecho mediante la ley de educación, que obliga a las maestras y maestros a despatriarcalizar en cualquier asignatura.
“Nuestra memoria ancestral están estos cuerpos plurales, estos cuerpos que no eran ni hombre ni mujer. La comunidad también ha sido atravesada por el colonialismo, por el patriarcado y por la heteronormatividad”
En el libro Jiwasa / Nosotras: Resistencias chiquitanas, guarayas, moxeñas, aymaras, quechuas, indias, cholas / Disidencias tevis, mujerengues, q’iwsas, qharimachos, ullupakus, machorras, maricas (2019) explicas tu decisión política de ser lesbiana, como parte del proceso de descolonización, un camino de descolonización del cuerpo, el placer y el deseo.
Nosotras cuestionamos la familia, no queremos familia, porque la familia rompe la comunidad, la familia es una imposición colonial. La heterosexualidad es una imposición colonial. Hay información de que nuestros pueblos no eran heterosexuales. Tenemos una memoria no heterosexual en el cuerpo, pero ese deseo es eliminado, coartado por la heterosexualidad desde el colegio y por las iglesias. Yo decido políticamente siendo feminista y comunitaria ser lesbiana, no lo decido antes porque no sabía que se podía. Me he casado a los 16 años y he tenido una hija a los 16 años y después otra, porque pensé que era la única opción para las mujeres. Esta decisión para mí ha significado reconstruir una relación de deseo, de erotismo con otra mujer, una relación que ha sido cargada de prejuicios, de sentir asco por nuestro cuerpo y por el cuerpo de otra mujer, porque el único cuerpo que podemos desear o que puede ser satisfactorio es el cuerpo de un hombre, el falocentrismo. En un mundo patriarcal, el deseo es patriarcal, el erotismo es patriarcal. También ha habido una discusión sobre si soy lesbiana, si esa es la palabra, porque no deja de ser una palabra que viene del griego, de Lesbos. Yo miraba el movimiento feminista, el movimiento lésbico y no la comunidad, donde había también lesbianas. Empezamos a recuperar la palabra q’iwsa en aymara, que son las personas no heterosexuales. Y ahí profundizamos más esa discusión de que la heterosexualidad es una imposición colonial, porque en nuestra memoria ancestral están estos cuerpos plurales, estos cuerpos que no eran ni hombre ni mujer. La comunidad también ha sido atravesada por el colonialismo, por el patriarcado y por la heteronormatividad, y por eso se habla de que somos hijas del padre sol y de la madre luna, de la Pachamama, del tata inti, toda esa heterosexualización y humanización de la naturaleza que es parte de un sistema patriarcal, las cosmovisiones no son antropocéntricas, pero lo parecen, porque sexualizan a la naturaleza por la colonización. Todo eso hemos cuestionado para poder nombrarnos. Sí, como lesbiana, pero fundamentalmente como q’iwsa, como esta resistencia a una heterosexualidad que es colonial, que es dominación, que es explotación y saqueo.
Los crímenes de odio en EEUU tuvieron un aumento considerable en el año 2022 respecto a períodos anteriores, según un informe divulgado por el FBI el lunes.
Las escuelas en Estados Unidos no se están librando del drástico aumento de los crímenes de odio que se ha extendido por todo el país.
Un nuevo informe publicado este lunes por la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) encuentra que el 10 % de todos los delitos de odio en EEUU en 2022 tuvieron lugar en las escuelas, lo que las convierte en el tercer lugar más común ese tipo de delitos en el país.
Sólo los hogares (27 %) y las carreteras, caminos o callejones (16 %) registraron más delitos de odio.
El informe encontró que el número de delitos de odio denunciados en las escuelas (desde el preescolar hasta la universidad) ha aumentado constantemente desde 2020, cuando las autoridades registraron 500 delitos de odio en el sector educacional. En 2021, el número de infracciones escolares aumentó a 896 antes de alcanzar un máximo de más de 1.300 en 2022.
Esos aumentos se corresponden con lo que los funcionarios del FBI han descrito como un aumento preocupante de los delitos de odio en general: los datos más recientes muestran un récord de 11.643 incidentes en 2022, superando el récord anterior de casi 11.000 incidentes en 2021.
El informe es el primero de su tipo emitido por el FBI, y los funcionarios dicen que aún no está claro si emitirán informes adicionales sobre crímenes de odio en las escuelas en el futuro.
«El objetivo es llamar la atención sobre los datos y los casos de crímenes de odio en las escuelas, para dar posiblemente a otros la oportunidad de responder», dijo a los periodistas un funcionario del FBI, bajo condición de anonimato, según las reglas básicas establecidas por la oficina.
«[Esta] no es una situación en la que la oficina esté buscando tomar medidas inmediatas al respecto», añadió el funcionario. «Pero al proporcionar la información, creemos que esto les permite llevarlo a cabo a nuestros socios encargados de hacer cumplir «.
El informe, que analizó datos del período de cinco años que abarca de 2018 a 2022, encontró que el delito de odio más común fue la intimidación, seguido del vandalismo y la agresión.
Los delitos de odio más comunes fueron los delitos contra personas negras (12,6 %), seguidos de los delitos contra judíos (5,6 %) y los delitos contra lesbianas, gays, bisexuales o transgénero (2,6 %).
Los crímenes de odio contra musulmanes representaron el 0,5 % del total.
El informe del FBI también encontró que los crímenes de odio en las escuelas fueron más frecuentes en octubre, noviembre y diciembre, y casi un tercio de los crímenes de odio en las escuelas tuvieron lugar durante esos meses.
En general, el informe dice que más del 30 % de los niños que fueron víctimas de crímenes de odio durante el período de cinco años fueron victimizados en la escuela. Casi el 36 % de los delincuentes juveniles que cometieron delitos de odio los cometieron en la escuela.
Según datos del FBI, casi dos tercios de los delitos de odio denunciados tuvieron lugar entre preescolares, escuelas primarias y secundarias.
Hablamos con la periodista y activista Lucía Mbomío (Alcorcón, 1981) en el marco del VIII Congreso ULEPICC-España sobre “Comunicación y Paz” (2023), que abrió con su conferencia sobre periodismo y racismo.
Hija de José Mbomío, natural de Guinea Ecuatorial, y de Sofía Rubio, de Segovia, trabaja actualmente en Aquí la Tierra y la hemos podido ver anteriormente en proyectos como En tierra de los nadie, El método Gonzo o Españoles en el Mundo. Ha grabado en más de 30 países y, en los últimos años, ha escrito obras literarias muy relevantes como Hija del camino. Si hay algo que destaca de ella es su continua reflexión sobre qué significa y qué supone ser una persona racializada en la actualidad. En esta entrevista se centra en el papel de los medios de comunicación en la difusión del racismo. El vídeo de la entrevista extendida está disponible en el canal de ULEPICC.
¿Cómo es el racismo en España? Siempre ha dicho que la ciudadanía es racista y machista, pero que no queremos hablar de ello y que, en vez de trabajar para dejar de serlo, lo negamos.
El punto de partida es entender que el racismo forma parte de la sociedad y, a partir de ahí, comprender que nos construye de alguna manera. Nacemos como pelotitas de barro, completamente redondas, y, a medida que vamos creciendo, los diferentes sistemas de opresión –ya sea machismo, racismo, homofobia, clasismo, capacitismo, gordofobia…– nos van construyendo, nos van cincelando y provocan que lo vivamos de una manera o de otra, que estemos en un lado o en otro, o incluso, aunque lo padezcamos, que interioricemos algunos de esos prejuicios.
La gente se quita mucha culpa porque cuando hablamos de racismo todo el mundo lo niega y, además, te suelen decir que es cualquier otra cosa menos racismo. No entiende que los diferentes sistemas de opresión pueden ir entrelazados. Si no reconocemos ciertas cosas, es muy difícil que podamos transformarlas. Partiendo de esa base, hay que entender que el racismo no es solo el insulto o que te peguen por la calle, sino que también puede ser una cuestión de omisión, por ejemplo, de conocimientos generados por personas no blancas, como vemos en los libros de texto. Yo no he estudiado absolutamente ningún personaje histórico, ni del ámbito de la ciencia, ni en la literatura que no sean personas blancas.
¿Qué clase de prejuicios, opresiones o estereotipos asumimos desde la infancia y cuál es el papel de los medios de comunicación?
Estamos creciendo sin unos referentes que construyan a las personas no blancas, pero también a las personas blancas. Por supuesto que también en mi generación –y todavía hoy, aunque menos– había muy pocas mujeres que se estudiaran: estaba Marie Curie en ciencia, Carmen Laforet, Rosalía de Castro, poquitas, pero había.
Pasa lo mismo en los medios de comunicación: no es que no aparezcan las personas negras, sino que suelen aparecer desde una perspectiva deshumanizada. Lo que está haciendo es recoger una narrativa previa que está muy conectada con la esclavitud y tiene que ver con arrebatarle su humanidad a las personas negras, o sea, con provocar que dejen de ser leídas como personas. No nos están contando de la misma manera que se podría contar en la etapa de la esclavitud, pero hay muchas cosas que se mantienen y que, si no las narramos nosotras mismas, no van a cambiar. Ahora bien, tampoco basta con que nos desgañitemos explicando que existimos, también tienen que escucharnos.
Hay elementos que tienen que ver con lo sistémico, que nos afectan en el día a día, que a veces no tienen eco mediático. Muchas veces los medios de comunicación miramos mucho hacia afuera, pero nunca contamos qué es lo que sucede dentro. Yo misma he dado charlas sobre representación en medios de comunicación en España, en varios países, en varias universidades, pero nunca en una televisión. En ninguno de los medios en los que he trabajado, salvo Pikara, se han preocupado por ver qué es lo que podemos aportar, qué es lo que tenemos que decir y que enriquecería muchísimo más.
Profundicemos en el lenguaje de los medios de comunicación. Por ejemplo, a la hora de referirse a personas en situación administrativa irregular, dicen ilegales. ¿Qué te parece?
Ilegales, sin papeles, y más allá de la propia persona, pues también se utilizan términos como MENA, que es el acrónimo de Menor Extranjero No Acompañado, y lo malo es que se usa como sinónimo de criminal. Hubo un verano en el que provocaron con esta palabra lo mismo que con términos como avalancha, que es emergencia, miedo y sensación de peligrosidad.
Hay un estudio de Red Acoge del año pasado que decía que en el 80% de informaciones sobre migraciones ni siquiera aparecen personas migrantes hablando, o sea, se les arrebata la voz. Esto es muy fuerte porque sí están dejando que hablen expertos, pero también hay personas migrantes que pueden ser expertas. Esto es como limitar a las personas que no son blancas, que son migrantes o de ascendencia inmigrante, a solo hablar desde lo experiencial o la narrativa de la anécdota, pero nunca como personas expertas, formadas y que manejan datos. Además, en la mitad de esas noticias no se utiliza siquiera la palabra persona.
Esto se ve muy claro con la masacre en Melilla: muchas personas acabaron muertas y todo el rato hablaban de los migrantes. Ni siquiera con lo que sucedió se dignaron a llamarles personas, que es lo que son. Eso genera distancia con respecto a lo que sucede. Estamos normalizando que su dolor no es tanto como el nuestro.
Alguna vez ha dicho que la televisión tiende a mostrar a personas negras solo cuando se habla de migración o situaciones negativas.
En televisión a las personas negras no se las suele retratar, salvo en situación de desgracia. Lo que se está haciendo es alimentar una narrativa del dolor que provoca que acabemos normalizando lo atroz. En el caso del continente africano solo se habla de guerras, mutilación genital femenina, LGTBfobia, desastres naturales… Esto es real, pero es una parte de la realidad. Además, prácticamente no hay corresponsalías de medios españoles en África negra, por lo que buena parte de las noticias llegan de agencias o de ONGs y, de nuevo, ahí se incurre en la narrativa del dolor o de la penuria y desgracia.
Luego está el inmigracionalismo, término también de Red Acoge que se refiere a esas noticias de sucesos protagonizadas por personas migrantes: asesinatos, robos, redes de trata… ¿Sucede? Sí, pero el problema no es que se cuente, sino que solo se cuenta eso. No hay una narrativa b con la que contrastar.
También ocurre que, para salir, deben ser excepcionales. Tienen que escalar un edificio o tirarse a la ría de Bilbao. Ser superhéroes o superheroínas. Eso en positivo.
¿Qué narrativa falta?
La narrativa de la normalidad, de lo cotidiano, de las personas que van al curro, que viven en las ciudades. Casi siempre cuentan este tipo de noticias desde una perspectiva rural, pero en África pasa exactamente igual que aquí, que el grueso de la población reside en ciudades. Nos está faltando el África de mujeres que son feministas exactamente igual que aquí, que va a currar exactamente igual que aquí, que investiga exactamente igual que aquí. Hay una especie de discurso profundamente asimétrico: lo que sucede aquí en Occidente se cuenta desde todos los puntos de vista, pero lo de allí solo se cuenta desde uno. Si nos van depositando prejuicios o medias verdades en nuestro cerebrito, se convierten en sedimentos que depositas en una orilla y que van creciendo y creciendo hasta que al final provocan que tengamos un muro en la cabeza.
Si eres migrante eres fuerza productiva, pero no eres persona
A las personas negras se les cuenta siempre como las que llegan, pero nunca están y desde luego no son. Lo que vemos y lo que tenemos en la cabeza son hombres jóvenes recién llegados que son brazos, porque si eres migrante eres fuerza productiva, pero no eres persona. Además, al ver esas imágenes de pateras, lo que vemos es grueso, es multitud, es masa, no vemos personas. Se les arrebata la voz, ni siquiera se entrevista a personas migrantes porque no tienen derecho a contar su historia.
Recuerdo a una mujer que acaba de perder a su bebé justo cuando llegaba el barco de rescate. La mujer gritaba “my baby, my baby” mientras sollozaba y esas imágenes las pusieron en el informativo del mediodía, de la noche y por la mañana. Sí, son imágenes especialmente duras, pero, insisto, estamos normalizando algo que nunca deberíamos considerar normal. Yo me he quejado de estas imágenes y me decían que era por concienciar. Para concienciar, la primera imagen que hay de un cuerpo muerto llegado en patera, que no significa que sea el primer cuerpo muerto llegado en patera, es de un periódico de 1988. Estamos en 2023 y estamos viendo el mismo tipo de imágenes.
Faltan los porqués, porque si algo aprendí durante la carrera es que hay que responder a las 5W (qué, cómo, cuándo, dónde, quién y por qué). En el caso de la llegada de la gente a través del mar o de la valla, lo que nos cuentan es el qué y el cuántos, esa dimensión profundamente deshumanizadora que tiene que ver con las cifras, y el a dónde. No nos cuentan de dónde vienen, porque África subsahariana no vale. África “subsahariana” comprende más de 40 países con realidades súper diferentes y, desde el momento en el que no cuentan el de dónde real, tampoco están contando por qué, y tú puedes moverte por un millón de cosas. Puede ser por esos buques de la Unión Europea que están arrasando los caladeros de pesca en África Occidental, o por las políticas neocolonialistas, o porque la emisión de visados en el caso del continente africano es ínfima y eso provoca que la gente se tire al mar puesto que no tiene otras vías seguras para poder llegar.
Ha señalado al principio que también personas negras interiorizan el racismo. ¿Cómo se relaciona con el racismo blanco?
Igual que existe el machismo interiorizado o un clasismo que provoca que sintamos que hay espacios que no son nuestros. Esto me pasa un montón porque soy de Alcorcón, donde hay gente muy diversa. Es una ciudad de casi 200.000 personas, pero es cierto que sigo sin sentirme cómoda en un photocall, o en sitios súper finos me siento un poco de prestado. Es un proceso doloroso el reconocer todos tus prejuicios, tu endorracismo, es complicado, porque, además, cuando empiezas a analizar el racismo más allá del me han pegado o me han insultado, desde una perspectiva mucho más grande, también implica que te confrontes con, en mi caso, que la mitad de mi familia es blanca.
Incluso puede ser doloroso, pero, a mi modo de ver, también es liberador cuando entiendes que no se trata de que tu madre o tu familia blanca sea mala, sino que simplemente forman parte de una sociedad que les construye. También puede haber un prejuicio por parte del profesorado que entiende que las personas como tú van a llegar hasta un puntito más bajo y todo eso tiene consecuencias: que tengas que ser súper empollona ultrabrillante para demostrar que sí, que puedes llegar a otros sitios.
De pequeña, ya me leían como fracaso escolar. Nada más entrar en el instituto tuve que sacar un 10 en historia, en el primer examen que hice para que dijeran “ah, esta no es como el resto”, como si existiera un “el resto”. Gente más joven te cuenta que desde que son peques ya les están orientando a la Formación Profesional o a la diversificación. El problema es que no puedes escoger en libertad como lo hacen el resto de tus compañeros.
También es tremendamente injusto el hecho de que tengas que ser una empollona y que tengas unos criterios de autoexigencia tan bestias desde que eres tan pequeña, y cómo eso después tiene consecuencias en términos de síndrome de la impostora. Nunca será culpa de la persona, siempre será culpa del sistema. Yo escribo con pavor, porque siempre pienso que no lo voy a hacer bien, que no va a ser suficiente, que quizá la gente no se sienta representada.
Mi primer libro estuvo mucho tiempo en un cajón porque yo decía “¿a quién le va a interesar la historia de gente que vive en Fuenlabrada, Torrejón de Ardoz, Móstoles, Lega o Alcorcón?”. Mi segundo libro, Hija del camino, que iba para Netflix antes del cambio de dirección, es un ejercicio de desnudez, no porque cuente mi historia, que en realidad no es tanto mi vida como nuestros mundos, sino porque se me nota mucho cuándo estoy bloqueada y cuando escribo más libre. Me quité la coraza que he tenido que llevar desde pequeña para hacerme la dura y hablo (como puedo) de sentimientos.
Porque sí, somos paquidermas, somos elefantas y en la mayor parte de nosotras, o por lo menos en mi generación, muchas de nosotras nos pegábamos en el cole y no permitimos que nos vieran llorar jamás, y eso tú lo llevas toda tu vida.
¿Cómo se puede actuar contra los prejuicios desde la comunicación? ¿Y cómo se puede favorecer que la juventud racializada pueda deshacerse de sus propios prejuicios y verse en diferentes ámbitos?
Recuerdo que, antes, los atentados se contaban desde una perspectiva tremendamente morbosa, pero eso cambió radicalmente y entendimos que para hablar de muerte no hacía falta ver víscera, que podíamos ver gente corriendo en planos generales, coches de policía y las típicas mantas térmicas. Un ejemplo de esto, y no se trata de un atentado, es en la última Eurocopa, cuando se desmayó un jugador de la selección danesa y su equipo le cubrió para que no viéramos cómo él estaba convulsionando. ¿Qué sucede cuando se trata de personas que vienen del Sur? ¿Por qué ahí sí que podemos ver su cuerpo, su rostro sufriendo y deformado por dolor o pena?
Hay un trabajo fotográfico que me parece fantástico, se llama Passengers y es de Cesar Dezfuli. Él estuvo en un barco de rescate de salvamento y pidió a todo el mundo si podía entrevistarle. De fondo se ve el mar, ellos miran a cámara, hay un consentimiento, un nombre, un país y una edad. Quizá no parezca gran cosa, pero es importante porque no están sufriendo, han consentido, no aparecen sufriendo, se entiende que son individuos y no solo masa.
¿Y en la programación infantil? Se creó un gran debate en redes sociales porque a La Sirenita le puso voz Halle Bailey, que es una actriz negra y hubo quejas “porque la sirenita es blanca, de ojos azules y pelirroja, y elegir a una actriz negra no es fiel al cuento”.
Yo crecí con cero dibujos en donde aparecieran personas como yo, a excepción del Negro Alberto, que eran estadounidenses. Cuando llegó Tiana y el Sapo yo tenía 20 y pico años. El punto de partida es que la gente entienda que hemos crecido completamente huérfanos de referentes y que eso es muy fuerte. A la hora de construir, en términos identitarios, a la hora de poder imaginarte en ciertos sitios. Todo eso es súper importante porque nunca estamos en ningún lado.
Si nos metemos en la propia historia de La Sirenita, sale Sebastián, que tiene acento caribeño y eso nos puede hacer pensar que quizá no estaban en aguas nórdicas, sino en aguas de clima cálido, como en el propio Caribe. A lo mejor la anomalía es que la sirenita fuera blanca; podría haber sido de miles de tonos diferentes. Hay gente que se queja de que les quiten un símbolo y se lo lleva a lo personal.
Pasó lo mismo con Conguitos cuando se inició una petición de firmas para que se cambiara el nombre y la mascota, no para que cerrara la empresa, y la gente decía que querían arrebatarle la infancia. Estamos comparando el individual, tus sueños, tus memorias de niño, con todo un sistema de representación que nos ha dejado siempre fuera o nos ha caricaturizado.
También tenemos cuentos propios, africanos, que podrían utilizarse para contar nuestras historias. No necesariamente tenemos que transformar un cuento de Andersen y llevarlo a la negritud porque tenemos historias propias. Se pueden contar las historias teniendo en cuenta la diversidad que existe en todos los sitios.
¿Cuál es el valor que puede añadir una persona racializada a las narrativas y representaciones mediáticas?
Los medios están incorporando poquito a poco a personas que no son blancas, pero no se trata solo de cuerpos, no es jugar a Benetton o al parchís, hay que favorecer que haya un ajuste entre lo que sucede en la calle y lo que se ve en las pantallas. Es importante que no se queden solo con los cuerpos, sino que tengan en cuenta también los puntos de vista. Incorporar a personas no blancas solo para hablar de racismo o de inmigración es del todo insuficiente. También tenemos gustos, profesiones, saberes y anhelos. También padecemos el cambio climático o nos (me) encantan las croquetas. Podemos hablar desde muchos lugares más allá de nuestro color de piel o de nuestro pasaporte. Limitándose a invitar a gente racializada o migrante a hablar solo de esos asuntos tiende a rebajar cuestiones sistémicas y convertirlas en meras anécdotas. Así las cosas, luego otra persona racializada dice que a ella nunca le ha pasado nada, que no ha experimentado racismo y ahí se acaba la posibilidad de profundizar. Personalmente, no puedo hacer check en todas las anécdotas de todas las personas negras, africanas y afrodescendientes del mundo, pero eso no significa que no lo haya vivido.
¿Unas últimas palabras para concluir?
Nos han enseñado que ser racistas es algo muy malo, pero la gente no tiene ni idea de qué es. El racismo puede ser que a las mujeres negras nos pregunten cuánto cobramos mientras esperamos a alguien en Gran Vía, producto de la hipersexualización ligada a los cuerpos negros. Pero racismo son también las identificaciones por perfil racial, las dificultades para entrar en los locales de ocio o para que te alquilen una vivienda.
Racismo (y xenofobia) es que haya tanto alumnado de origen migrante que no llega a bachillerato por falta de expectativas del profesorado, por bajas autoexpectativas y por unas realidades que tienen que ver con las vivencias, exigencias y urgencias de las familias migrantes que dificultan que puedan lograrlo.
La pigmentocracia, alimentada del racismo y la discriminación, parece marcar el destino de la población.
En México, existe una relación directa entre el tono de piel, los niveles educativos y el desarrollo socioeconómico de las personas. La pigmentocracia, alimentada del racismo y la discriminación, parece marcar el destino de la población.
Estudios realizados por investigadores de El Colegio de México (2019) y la Universidad Autónoma Metropolitana (2020), revelan que el color de piel está conectado de manera importante al posicionamiento financiero y nivel académico: quienes tienen el tono de piel blanco cuentan con escolaridad que varía entre los 10 y 12 años; mientras que el grupo con tono de piel más oscuro tienen una escolaridad promedio de 8 a 9 años (Herrera, 2022).
Al medir los ingresos económicos, estas diferencias son muy similares. La Encuesta PODER (2019) revela que las pieles oscuras “son más frecuentes entre quienes provienen del 20 por ciento de familias más pobres, mientras que las más claras predominan entre quienes surgen del 20 por ciento más rico” (Solís, 2020).
En el análisis “Tono de piel y desigualdad socioeconómica en México”, los investigadores Patricio Solís, Marcela Avitia y Braulio Güémez (2020) señalan que estas “desigualdades de cuna” junto con la persistencia de prácticas discriminatorias vinculadas al color de piel, alimentan las brechas de movilidad social de manera preocupante: “Las personas con tono de piel más claro tienen más del doble de posibilidades de acceder al quintil socioeconómico superior en comparación con quienes tienen el tono de piel más oscuro, las cuales tienen 3.5 veces más probabilidades de permanecer en el quintil socioeconómico más bajo.” (Solís, 2020)
En el acceso a la Educación Superior, estas correlaciones tienen un impacto igual de profundo. Según la Encuesta de Discriminación realizada por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (2022), las personas con tonos de piel claros tienen mayor acceso a educación superior: el 30.4 por ciento de los que se identificaron con tonalidades de piel más blancas se encuentran en este nivel y aquellos que se identificaron con tonos más oscuros apenas alcanzan un 18 por ciento.
Para las Instituciones de Educación Superior públicas, esto ha sido todo un reto mayúsculo.
Desde la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) también se realiza una importante encuesta de autopercepción de tonos de piel al alumnado de nuevo ingreso para identificar y romper con estas correlaciones de discriminación y “desigualdades de cuna”.
En este análisis, donde también se incluyen preguntas opcionales sobre discapacidad, hablantes de lenguas indígenas y diversidad sexual, se encontró que de los 4112 alumnos aceptados en el trimestre 23-P, apenas el 7.9 por ciento se identificó con tonos de piel claros; el 90.28 por ciento con tonos más oscuros y el 1.75 por ciento no se identificó en ninguna tonalidad.
Dada la conexión entre el tono de piel y la exclusión social, universidades públicas como la UAM buscan contribuir en la construcción de una sociedad más inclusiva e impulsar acciones concretas contra estas desigualdades.
Es lamentable que los factores asociados al desarrollo educativo y social tengan que incluir también el color de nuestra piel. Es ahí, donde las comunidades académicas de todos los niveles desarrollamos un papel importante para eliminar estas brechas y rupturas que nos marca la errónea y lastimosa pigmentocracia.
Ante los casos recurrentes de actos discriminatorios, la CONMEBOL firma una alianza con el Observatório da Discriminação Racial no Futebol (Observatorio de Discriminación Racial en el Fútbol).
Con esta alianza, la CONMEBOL busca potenciar el impacto de las iniciativas de la Confederación para sensibilizar y hacerle frente a unas de las problemáticas que más afectan el fútbol, el racismo y la discriminación.
En línea con su objetivo estatutario de promover el fútbol en Sudamérica respetando los derechos humanos, en un espíritu de paz, comprensión y juego limpio, garantizando que en el ámbito del fútbol no exista discriminación de un individuo o grupo de personas, la CONMEBOL firmó un acuerdo de colaboración con el Observatório da Discriminação Racial no Futebol (Observatorio de Discriminación Racial en el Fútbol) con la finalidad de potenciar el impacto de las iniciativas de la Confederación ante todo comportamiento antideportivo en sus torneos. El Observatorio de Discriminación Racial es una organización referente en la materia a nivel nacional e internacional que, desde el 2014, trabaja por fomentar el debate contra la discriminación; poner en marcha acciones educativas e informativas enfocadas a eliminar la intolerancia en el deporte; transformar el mundo del fútbol en un espacio más inclusivo y diverso; y fortalecer el empoderamiento de las comunidades minoritarias.
En específico, el acuerdo firmado entre las partes contempla la asesoría técnica del Observatório da Discriminação Racial no Futebol (Observatorio de Discriminación Racial en el Fútbol).a la CONMEBOL para la consolidación de una política de diversidad aplicable a las competencias de la Confederación; un plan de alfabetización racial y de diversidad para personal técnico y directivo de la entidad; y el acompañamiento para el enfoque de las campañas e iniciativas de la CONMEBOL de cara a concientizar y educar sobre el racismo, y en consecuencia, de minimizar sus expresiones en el fútbol del continente.
“Desde la CONMEBOL venimos trabajando por consolidar espacios libres de cualquier tipo de violencia, minimizar cualquier expresión de racismo y discriminación en el fútbol de Sudamérica, y por defender los valores positivos que son la base de este deporte. Sin duda esta alianza nos dará más y mejores herramientas para seguir avanzando en estos objetivos y para continuar alzando nuestra voz, concientizando y enfocando correctamente nuestras iniciativas para hacerle frente a este reto” señaló Alejandro Domínguez, Presidente de la CONMEBOL.
Vale la pena destacar que, como resultado de esta alianza, se espera que las campañas, presentes y futuras, de la CONMEBOL contra el racismo potencien su impacto y movilicen de manera más asertiva a los aficionados del fútbol para generar un efecto positivo en la sociedad.
“Nos sentimos muy complacidos de iniciar esta alianza con la CONMEBOL y de sumar esfuerzos para generar una mayor inclusión social y eliminar la violencia y la discriminación racial del deporte. Somos optimistas en cuanto a los resultados que se obtendrán, con acciones importantes y continuas”, Marcelo Carvalho, Fundador de Observatorio de Discriminación Racial en el Fútbol (Observatório da Discriminação Racial no Futebol).
Como contexto, es importante resaltar que el Observatório da Discriminação Racial no Futebol (Observatorio de Discriminación Racial en el Fútbol), ha desarrollado acuerdos de colaboración con otras empresas y representantes del fútbol, la Confederación Brasileña de Fútbol, clubes de fútbol y empresas privadas.
Un grupo de jóvenes en un entrenamiento de rugby en un township pobre y negro de Sudáfrica: una escena así era altamente improbable hace apenas unos años en este país, en el que el deporte del balón ovalado también está marcado por los años duros del apartheid racial.
El título de Sudáfrica en el Mundial de Japón-2019 vino acompañado de la imagen de Siya Kolisi, primer capitán negro de los Springboks, levantando el trofeo, lo que fue interpretado como todo un símbolo. Ahora el país se prepara para buscar la defensa de su corona en la cita en Francia (8 septiembre-28 octubre).
En el township de Tembisa, al noreste de Johannesburgo, en una zona especialmente castigada por la pobreza y la criminalidad, el rugby también ha ganado popularidad, aunque el fútbol sigue siendo allí el deporte rey.
«Tenemos muchos nuevos jugadores cada semana», explica Siyabonga Mogale, jugador de 21 años del equipo local de Tembisa. «Ahora mucha gente se interesa por el rugby», asegura.
A pesar de la fuerza de la imagen de Siya Kolisi como capitán del equipo nacional, muchos no pueden olvidar décadas de segregación y las desigualdades que marcaron durante mucho tiempo el rugby en Sudáfrica.
«El rugby ha instrumentalizado su imagen para lavar el cerebro a los sudafricanos negros, para que apoyen un sistema del que están excluidos», denuncia Mark Frederics, universitario y activista deportivo.
El pasado blanco de los Springboks
Durante noventa años, los seleccionadores de los Springboks solo eligieron jugadores blancos. Los negros o mestizos solo podían participar en ligas separadas, sin posibilidad de alcanzar el nivel internacional.
Desde finales del apartheid, la inclusión de jugadores negros y mestizos en el equipo nacional fue extremadamente lenta.
Sudáfrica fue campeona del mundo de rugby en 1995 y el entonces presidente, Nelson Mandela, lo celebró. En el plantel todos los jugadores, con la única excepción de un wing, eran blancos.
Doce años después, en el Mundial de Francia-2007, Sudáfrica reconquistó el título y entonces eran dos los jugadores negros en aquel equipo que se proclamó campeón.
En el tercer título mundial, el de Japón-2019, la situación había cambiado y seis jugadores negros formaron parte del XV titular en la final ganada a los ingleses, entre ellos el capitán Kolisi.
Para festejar su título en el regreso al país, los jugadores iniciaron su gira en Soweto, en el pasado epicentro de la lucha contra el apartheid y donde los Springboks eran especialmente odiados.
«Fue motivador asistir a eso, creo que algún día yo también podré conseguirlo», se ilusiona el capitán del equipo de Tembisa, Amohelang Motaung.
Pero aunque los avances son evidentes queda mucho por hacer, estima Peter de Villiers, que en 2008 se convirtió en el primer seleccionador negro de rugby de Sudáfrica.
«Si miras los Springboks y los grandes avances realizados, ves un cambio de mentalidad», declaró a la AFP. «Pero si quieres a los mejores jugadores en tu equipo nacional hace falta que haya una participación masiva en este deporte. Estamos lejos de eso», añadió.
Desigualdades persistentes
Para jugadores como Motaung, nacido en un township, la vía hacia el éxito es mucho más difícil que para los miembros de las escuelas y universidades privadas que siguen dominando el rugby sudafricano.
Esos últimos cuentan con infraestructuras y entrenadores con los que los barrios pobres no pueden competir.
El problema es evidente en Tembisa, donde el equipo local, ligado a una escuela local, juega a veces con los pies descalzos en un campo de fútbol poco regular y que no tiene palos de rugby.
«El terreno no está adaptado, no es plano, como debería ser. Hay mucha tierra y no tiene suficiente césped. No está hecho para el rugby», constata el entrenador Zwelakhe ‘Themba’ Mawela.
La mayor parte de los sudafricanos negros, que constituyen el 90% del país, no cuentan con los recursos para pagar los gastos de escolarización en las escuelas privadas.
Muchos no tienen tampoco la posibilidad de dedicarse por entero al rugby, como ocurre con Motaung en Tembisa. Se acaba de diplomar en Biología Animal y está buscando trabajo.
Con el objetivo de diversificar sus incorporaciones, las escuelas privadas han creado becas para los deportistas más prometedores. Ese sistema benefició en su día a Kolisi.
Sin embargo, la fórmula es criticada porque algunos ven una estrategia para arrebatar a las comunidades negras sus mejores jugadores sin solucionar la base de las desigualdades.
«Mientras no haya un sistema en el que una buena escolarización sea accesible para todos, no tendremos un equipo de verdad representativo de este país», sentencia Francois Cleophas, profesor de Ciencias del Deporte en la Universidad Stellenbosch.
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