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América latina y el Caribe: Epidemia de crímenes contra los pueblos

Epidemia de crímenes contra los pueblos

Raúl Zibechi

Fuentes: La Jornada

Los malos gobiernos que administran estados policiales están lanzando una fenomenal ofensiva militar contra los pueblos en toda América Latina. En las favelas de Brasil, en las periferias urbanas de Argentina, en las áreas rurales de Colombia, en territorios en resistencia mapuche y en la Chiapas zapatista.

Allí donde la dignidad de los abajos sigue intacta, donde la fuerza colectiva de los pueblos resiste y construye otros mundos, es donde los de arriba están aprovechando las cuarentenas que se autoimponen aquellos para contener la pandemia, para intentar destruir las resistencias a los megaproyectos extractivos.

El 22 de agosto, paramilitares de la Organización Regional de Cafeticultores de Ocosingo (Orcao) saquearon e incendiaron casas y almacenes del Centro de Comercio Nuevo Amanecer del Arcoiris, en el sitio crucero de Cuxuljá, en la comunidad rebelde de Moisés Ghandi, municipio de Ocosingo, Chiapas (https://bit.ly/3lj4qB5).

Como señala el comunicado del Congreso Nacional Indígena-Consejo Indígena de Gobierno, los paramilitares operan junto al partido Morena y al gobierno regional, como parte de la guerra que, desde arriba, se está desplegando en contra de la organización de las comunidades zapatistas.

En Colombia, la ofensiva paramilitar asesinó a 33 personas en apenas 11 días, en cuatro masacres a manos de grupos financiados por el narcotráfico (https://bit.ly/3aWQaJw). Este año se produjeron 33 matanzas. Uno de los departamentos más afectados es el Cauca, donde los pueblos agrupados en el Consejo Regional Indígena del Cauca ofrecen tenaz resistencia al modelo de muerte.

En el Cauca, el Proceso de Liberación de la Madre Tierra recuperó 16 fincas en casi cinco años, donde siembran vida y cuidan 26 mil 200 ojos de agua y 123 lagunas naturales (https://bit.ly/3jfhAgB). En la cuarta parte del Cauca se busca petróleo y en 40 por ciento de la superficie se explora en busca de metales. Además se pretenden construir dos grandes carreteras y un puerto de aguas profundas en el Pacífico.

En Argentina, la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional registró, del 20 de marzo al 6 de agosto, 92 muertes a manos de integrantes de la fuerzas estatales, cuando “no existía situación real de peligro para el ‘matador’ o terceros”. De ese total, 34 fueron fusilamientos de gatillo fácil, 45 muertes bajo custodia en cárceles o comisarías, cuatro fueron feminicidios y tres desapariciones forzadas (https://bit.ly/2QmFmLi).

Además denuncian, en el mismo periodo, alrededor de 100 casos de uso abusivo de la fuerza policial, con golpizas, torturas, asesinatos, violaciones y desapariciones forzadas. Todo esto sucede bajo un gobierno que se autodenomina progresista.

En Brasil, las muertes policiales durante la pandemia crecieron 26 por ciento, a pesar de la reducción de gente en las calles, según una encuesta realizada por el diario O Globo (https://glo.bo/3gvBZvP). Menos personas en las calles, significa menor control social de la actividad policial, lo cual redunda en mayor impunidad, ya que se constata una policía sin control.

Un informe de la Universidad Federal Fluminense señala que “el número de muertes en las favelas de Río de Janeiro cayó 72.5 por ciento en el mes en que fueron suspendidas las operaciones policiales en esas comunidades” (https://bit.ly/31onaH8). El patrullaje militar en favelas fue suspendido en mayo por el Tribunal Supremo Federal, luego de una masacre de 12 personas en el Complexo do Alemão (https://bit.ly/3hnTYpo).

En los territorios mapuche, de Chile, se ha incrementado la represión, con la activación por parte del Estado de grupos paramilitares integrados por agricultores, quienes ocupan tierras usurpadas a las comunidades (https://bit.ly/31njy8w).

Tres consideraciones finales:

La primera es que violencia contra los abajos se incrementó en toda la región, con gobiernos de derecha, como en Colombia, Chile y Brasil, y con gobiernos progresistas, como en Argentina y México. Es, por tanto, una violencia estructural y sistémica.

Las segunda es que las clases dominantes están aprovechando la pandemia para quebrar las resistencias al despojo que representan los pueblos en movimiento. Para conseguir ese objetivo, aceleran la militarización y la guerra contra las comunidades.

La tercera es que sólo la autodefensa colectiva de los pueblos puede frenar esta ofensiva. Debemos tener claro que estamos en las primeras fases de una extensa guerra contra los pueblos originarios destinada a rediseñar el mapa del mundo, expulsando a las comunidades de sus tierras para profundizar el extractivismo.

En esta guerra los de arriba utilizan ejércitos estatales, paramilitares, narcos y una brutal desinformación. Nosotros no resistimos la muerte con la muerte. No actuamos de forma simétrica. La reacción del EZLN ante el asesinato del maestro Galeano, en mayo de 2014, nos inspira: seguir construyendo nuestros mundos, mientras resistimos.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2020/08/28/opinion/020a1pol

Autor: Raúl Zibechi

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Pensamiento crítico y pandemia

Una de las principales características del pensamiento crítico ha sido su incomodidad, su capacidad para perturbar los lugares comunes, cuestionar saberes establecidos y sacudir la modorra de la inercia. Siempre fue un pensamiento a contracorriente, rebelde e insumiso.

Marx se dedicó a poner patas arriba, o boca abajo, la herencia teórica de Hegel. Lenin se empeñó en desobedecer a Marx, quien aseguraba que la revolución vencería primero en los países más avanzados industrialmente. Mao y los vietnamitas rechazaron las insurrecciones urbanas por la guerra campesina prolongada. Fidel y el Che fueron herejes respecto a los partidos comunistas que dominaban el escenario de las izquierdas.

El tan elogiado Walter Benjamin fue implacable con la idea de progreso y, más recientemente, los ecologistas cuestionan el desarrollo, mientras las feministas rehúsan las organizaciones verticales y los caudillos patriarcales.

El EZLN, por su parte, recoge aciertos y evita errores de revoluciones anteriores, por lo que hace a un lado la guerra para seguir transformando el mundo y defendiendo (por todos los medios) los territorios donde el pueblo manda ejerciendo su autonomía.

¿En qué situación se encuentra el pensamiento crítico en plena pandemia? ¿Cuáles deberían ser los puntos centrales de su análisis? ¿Quiénes lo formulan en este periodo?

Intentaré responder en pocas líneas.

La primera es que el pensamiento establecido, enunciado por academias, partidos y autoridades intelectuales, está en plena decadencia, un proceso enlazado con las crisis civilizatoria y sistémica en curso. Quizá por ser parte de una civilización moderna, urbana, occidental, colonial y patriarcal. O sea, por haberse rendido al capitalismo.

El grueso de los llamados intelectuales se dedican a justificar los errores y horrores de los partidos de la izquierda electoral, más que a criticarlos, con el triste argumento de que no quieren favorecer a la derecha. Si criticar a la izquierda fuera eso, Marx y Lenin deberían ser despachados por derechistas, ya que dedicaron algunas de sus mejores obras a cuestionar a sus compañeros de ruta.

La segunda es que el pensamiento crítico debe quitar el velo de las causas estructurales y de larga duración de la situación que vivimos. No entretener audiencias con argumentos falaces. Ser capaces, por ejemplo, de vincular la pandemia con el modelo neoliberal extractivo, la brutal especulación financiera y la cuarta guerra mundial contra los pueblos, en vez de atribuir los fracasos, y los éxitos en el combate al virus, a tal o cual gobierno. A eso le llamo entretener en vez de analizar.

Además, el pensamiento crítico no debe conformarse con diagnósticos. Estamos desbordados de jucios del más diverso tipo, muchos de ellos contradictorios. Años atrás se mentaba el pico del petróleo ( peak oil) como clave de bóveda del fin de la civilización capitalista. Mucho antes, se aseguraba que el sistema caería víctima de inexorables leyes económicas.

Cada día aparecen diagnósticos que colocan los límites del sistema en el medio ambiente, el agotamiento de recursos, y un largo etcétera de supuestas causas objetivas que no hacen más que eludir el conflicto social como única forma de poner freno y derrotar al capitalismo. Ya lo dijo Benjamin: si el sistema cayera por razones objetivas, la lucha no tendría el menor sentido.

La tercera me parece la más importante. Hasta hoy los encargados de emitir pensamiento crítico eran varones, blancos, académicos y de clase media-alta. Por supuesto el tipo de ideas que divulgaron eran eurocéntricas, patriarcales y coloniales, aunque debe reconocerse que no por eso estaban todas erradas. Sólo debemos pasarlas por el tamiz de los pueblos, las mujeres y los jóvenes.

Ahora quienes emiten el pensamiento crítico no son ya personalidades, sino pueblos, colectivos, comunidades, organizaciones y movimientos. ¿Quiénes son los representantes teóricos del pueblo mapuche o de los pueblos indígenas del Cauca colombiano? ¿Quiénes encarnan las ideas de los movimientos feministas y de mujeres antipatriarcales?

Todavía hay quienes creen que el pensamiento zapatista fue obra del subcomandante Marcos y ahora del subcomandante Galeano. Nunca aceptarán que son pensamientos nacidos de experiencias colectivas que son comunicados por voceros elegidos abajo. Nunca aceptarán que el vocero actual es el subcomandante Moisés.

Esta es la realidad del pensamiento crítico actual. Desvaríos arriba, creatividad abajo. Como la vida misma. No hay nada esencialista en esto. El conocimiento vivo surge entre quienes luchan. Sólo quienes están transformando el mundo pueden conocerlo a fondo, entre otras cosas porque les va la vida en ello, porque no pueden hacerse la menor ilusión con los de arriba, mucho más allá del color político y del discurso que emitan.

Benjamin lo dijo con absoluta claridad: El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate.

Fuente: https://www.nodal.am/2020/12/pensamiento-critico-y-pandemia-por-raul-zibechi/

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El nuevo capataz

Por: Raúl Zibechi


¿Quién ocupaba la Casa Blanca el 15 de abril de 1961, cuando Estados Unidos intentó invadir Cuba?

¿Quién comandó “la más importante de las operaciones secretas de toda la historia de Estados Unidos”, como la califica Cuba Debate?

¿Quién alentó a la CIA a poner en marcha “una fuerza mercenaria organizada, financiada y armada por el gobierno de los Estados Unidos, proveniente de Guatemala y de la Florida”?

“La verdad es que ningún otro presidente le dio tanta importancia a la CIA como Kennedy constatarúa el ex director de la CIA William Colby en sus Memorias” (https://bit.ly/2JShRtp).

Fracasada la invasión en los combates en las arenas de Playa Girón, gracias al compromiso y la sangre de miles de cubanos, el clan Kennedy se dedicó a preparar nuevas invasiones a la isla revolucionaria, estableciendo en Miami la estación de la CIA más grande e importante del mundo.

Podríamos seguir hablando de John Kennedy a propósito, por ejemplo de la “crisis de los misiles” soviéticos en Cuba, o de la escalada en la presencia militar estadounidense en Vietnam. En los casi tres años que ocupó la presidencia, se registró un aumento exponencial de EEUU en el país asiático, pasando de varios centenares a 16 mil efectivos, lanzando una guerra que años después tocaría su apogeo. Kennedy también fue el creador del Cuerpo de Paz para acoger voluntarios dispuestos a “ayudar” a los países del tercer mundo.

John Kennedy pasaba por ser un hombre moderno, joven, un ícono de las aspiraciones de la juventud estadounidense de la época, pero también de la minoría negra. Era demócrata y ese partido siempre fue identificado como progresista, al lado claro de los republicanos.

Lo anterior, para colocar al futuro presidente Joe Biden en su justo lugar.

Recomiendo la lectura de un informe de la revista digital Rampant, de izquierda socialista, que comienza recordando que “Joe Biden no es solo un leal soldado del neoliberalismo, ha sido el arquitecto de gran parte del panorama político infernal de hoy” (https://bit.ly/2IjrtwR).

En la década de 1970, Biden “lideró la lucha contra la eliminación de la segregación en las escuelas”, siendo “el único miembro del Comité Judicial del Senado que bloqueó a dos personas negras designadas para el Departamento de Justicia”.
Según la publicación, “Biden votó en contra de la abolición del anacrónico y antidemocrático Colegio Electoral, una reliquia de la esclavitud, que instaló de manera antidemocrática tanto a Bush como a Trump”.

En la década de 1980, Biden se destacó por sus campañas contra el derecho al aborto y fue “uno de los arquitectos originales de la desastrosa Guerra contra las Drogas”. Defendió a los segregacionistas y supremacistas blancos, apoyó las reformas impositivas retrógradas de Reagan para favorecer a los ricos, mientras “abogó por recortes en la seguridad social”

En la década de 1990, Biden “se opuso a la igualdad de derechos para la comunidad LGBTQ”, fue diseñador del Plan Colombia, apoyó la desregulación del sistema financiero que facilitó la brutal concentración de riqueza y, según varios medios, realizó acoso a mujeres.

En los 2000 votó a favor de la Ley Patriota, apoyó la guerra en Irak, apoyó el apartheid y la limpieza étnica en Palestina. Se opone al servicio de salud Medicare para todos los estadounidenses, a la legalización de la marihuana y apoya las sanciones de Venezuela.

Los datos están ahí, y cada quien es libre de aceptarlos o rechazarlos, aunque creo que no admiten discusión.

Pensar que Biden es mejor que el fascista de Trump, es siempre una opción que, además, nos ayuda a sentirnos mejor. Algo tal vez necesario en estos momentos de pandemia y militarización crecientes.

Pero es una opción totalmente alejada de la realidad. De Barack Obama se dijo algo similar a lo que se decía de Kennedy, por el simple hecho de que en vez de ladrar, como Trump, sonríe, y es afrodescendiente. Bajo la presidencia de Obama se pergeñaron los golpes contra Fernando Lugo en Paraguay y Manuel Zelaya en Honduras, se dinamitó la “primavera árabe”, se produjeron los bombardeos israelíes sobre la franja de Gaza con más de 400 niños muertos y 2.400 heridos y EEUU apoyó activamente el derrocamiento del presidente Mohamed Morsi, el primer jefe de Estado egipcio surgido de elecciones. Faltan Libia, Siria y la brutal guerra en Yemen, entre otras agresiones.

Me sorprende lo fácil que es engañarnos ante la acumulación de evidencias. Si calificamos a Trump como fascista, ¿qué diríamos de Biden? ¿Y de Obama?

Mientras sigamos creyendo que alcanza con cambiar de mandones, seguiremos siendo prisioneros de los finqueros, que esos no cambian a menos que los expulsemos, recuperando la hacienda.

Fuente e imagen:  https://desinformemonos.org/el-nuevo-capataz/

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Romper el cerco, navegando el mundo

Los llamados gobiernos progresistas en nuestra región siguen teniendo múltiples impactos negativos contra los movimientos populares y los pueblos en movimiento. Así como salimos de las dictaduras más fuertes y mejor organizados, de los períodos progresistas salimos divididos y debilitados, por una doble pinza de aislamiento y represión.

Nos aíslan desplegando políticas sociales miserables y nos siguen reprimiendo con la misma o mayor saña que antes. El aspecto clave, el núcleo que permite tanto el aislamiento como la represión, es la legitimidad que tienen estos gobiernos, y con ellos el aparato estatal, que les permite hacer casi cualquier disparate sin sufrir costos políticos serios.

Se presentan como anti-neoliberales aunque siguen adelante con el extractivismo, la minería y las grandes obras de infraestructura. Enarbolan un discurso contra la derecha pero gobiernan con los mismos modos y objetivos, o sea la acumulación desenfrenada de capital. En gran medida, su legitimidad se debe a ciertos caudillos que abrevan en la cultura patriarcal-colonial que formateó nuestras repúblicas.

Adquirieron semejante legitimidad porque, luego de décadas de dolor y sangre, la gente necesita creer, con la misma devoción de quien va misa, con actitudes que no admiten discusión porque son verdades que los caudillos bajan del cielo para consumo de masas.

Tienen algo a favor los progresismos, que nunca tuvieron las derechas: incorporaron funcionarios en puestos de mando que provienen de los movimientos o de sus periferias, que conocen muy bien la cultura de la contestación, los modos de las y los militantes y, por lo tanto, nuestros puntos débiles. El poder los utiliza para destruirnos y luego los bota en el basurero de la historia, como diría Marx.

Quienes vendieron su conciencia por un puñado de dólares y un cuarto de hora de poder y brillo mediático, deberían mirar el destino de los cuadros del PT de Brasil, quienes terminaron en el anonimato y purgan condenas, despreciados tanto por los de arriba como por los de abajo. La operación se repite, una y otra vez, en Argentina y en Ecuador, donde buena parte de esos cuadros terminaron siendo olvidados incluso por quienes los subieron a la grupa.

Para quienes persistimos en el anticapitalismo, estos gobiernos son una pesadilla. Pero, sobre todo, son el mayor peligro que se cierne sobre las clases populares, los pueblos originarios y negros. En el Cono Sur, no hemos encontrado salidas a esta situación, y el retorno de las derechas al gobierno nos ha encontrado enormemente debilitados y, sobre todo, sin proyecto propio.

Por todo lo anterior, creo que la iniciativa del EZLN delineada en el comunicado del 5 de octubre “Una montaña en alta mar”, marca un rumbo importante: el hermanamiento de resistencias y rebeldías más allá de las fronteras nacionales, de montañas y de mares.

El camino trazado consiste en caminar/navegar para “encontrar lo que nos hace iguales”, las resistencias de cualquier geografía que son “pistas de una humanidad que se niega a seguir al sistema en su apresurado paso al colapso”, como dice el comunicado.

“Rebeldías y resistencias que entienden, cada quien con su modo, su tiempo y su geografía, que las soluciones no están en la fe en los gobiernos nacionales, que no se gestan protegidas por fronteras ni visten banderas y lenguas distintas”. Reconocernos, mirarnos, acercarnos y seguir caminando juntos, un ejercicio que en plena pandemia es más necesario que nunca.

Fieles a su trayectoria y a su modo de ver el mundo, los zapatistas buscan abrir espacios de encuentro entre las y los que luchan, en vez de construir aparatos burocráticos que enarbolan la “unidad” como núcleo del proceso emancipatorio que, en la realidad, se convierte en nuevos modos de dominación al imponer al conjunto del mundo anti-capitalista una dirección única y centralizada, que manda sin obedecer a las bases.

Ese tipo de aparatos, como los partidos y las iglesias, encarnan los modos patriarcales y coloniales de hacer política, que se limitan a cambiar al que está arriba pero deja intacto el modelo, sus formas de hacer y hasta sus objetivos.

Abrir nuevos espacios y lugares de encuentro entre quienes resistimos, busca superar el aislamiento y el confinamiento a que nos quieren someter los poderosos para mejor continuar con sus negocios. Sabemos que con eso no alcanza, pero es un paso ineludible para romper el cerco político, militar e informático del progresismo mexicano y regional.

Como en el poema “Viaje a Itaca” de Konstantino Kavafis, deseamos que “el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias”. Porque lo importante no es dónde lleguemos sino el camino mismo, los encuentros y los hermanamientos entre abajos en lucha.

Fuente: https://desinformemonos.org/romper-el-cerco-navegando-el-mundo/

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Argentina: Cuatro décadas de tomas de tierras

Por: Raúl Zibechi

Las tomas organizadas de tierras urbanas o periurbanas comenzaron bajo la dictadura militar, como respuesta a la ofensiva para expulsar a las familias villeras de Buenas Aires, para abrir amplios terrenos céntricos a la especulación. El sacerdote Raúl Berardo, impulsor de las primeras tomas, me relató al calor del levantamiento de diciembre de 2001, cómo fue aquel proceso.

Las primeras tomas de tierras se produjeron en Quilmes y Almirante Brown, entre setiembre y noviembre de 1981, dando origen a la formación de seis barrios: La Paz, Santa Rosa de Lima, Santa Lucía, El Tala, San Martín y Monte de los Curas. En esas tomas participaron unas 4.500 familias y 20.000 personas, ocupando un espacio de 211 hectáreas. «En ese momento le llamamos ‘asentamientos’, como recuerdo del pueblo judío que saliendo de la esclavitud del faraón, se ‘asentaron’ en el desierto al cruzar el Mar Rojo, para luego marchar a la Tierra Prometida», sostuvo el padre Berardo en una larga conversación en su casa en el invierno de 2002.

A diferencia de lo que sucedía en las villas, estas ocupaciones son masivas, organizadas y planificadas, se buscan terrenos fiscales y se suele ocupar de noche para disminuir la intensidad del conflicto y resistir mejor la presión y la represión. Cada familia se asienta en un lote, se realiza el trazado de las calles (dándole continuidad al trazado urbano) y se dejan libres los espacios para el equipamiento comunitario.

Esta forma de lucha pudo consolidarse no sólo por el trabajo previo, sino también por el momento en que se lanzaron las ocupaciones. En 1981 el régimen militar estaba en retirada y debilitado, cuestionado internacionalmente por las violaciones a los derechos humanos y contestado también en el país por las Madres de Plaza de Mayo, que contaban cada vez con mayor apoyo popular. La represión ya no se manifestaba con la brutalidad de años atrás, los espacios para la acción colectiva eran mayores.

Antes de llegar a la ocupación, se realizaban talleres de debate y formación, se hablaba de la “tierra prometida”, en el mismo sentido que lo hacían en ese momento las comunidades de base en Brasil (donde se realizaban las primeras ocupaciones de lo que más tarde sería el movimiento sin tierra, impulsadas por la Pastoral de la Tierra), en las que participó Berardo meses antes de llegar al conurbano.

En el invierno de 1981 el régimen prohibió la Marcha del Hambre convocada por las comunidades de base y la CGT de Quilmes (donde sectores críticos eran mayoritarios), registró un dramático empeoramiento de las condiciones de vida de los más pobres. El obispo Novak expresó que toda la zona era “una verdadera ciudad sitiada por el hambre”, como recoge el libro Las tomas de tierras en el sur del Gran Buenos Aires, de Inés Izaguirre y Zulema Aristizábal.

El cerco policial, el hostigamiento, las enfermedades, en suma, los enormes sufrimientos, los convierten por un tiempo en una “comunidad de destino”, fuertemente cohesionada en un momento en el que no había ningún dispositivo de cooptación por parte del Estado ni de los partidos políticos, perseguidos por la dictadura.

Los vecinos estuvieron sitiados por militares y policías unos seis meses. Vivían en carpas y no se les permitía acarrear agua, comida. El cerco policial se levantó cuando terminó la guerra de Malvinas y eso llevó a que el barrio se bautizara como 2 de abril, día en que se convocó una asamblea de las quinientas familias para definir el nombre.

Ese primer asentamiento de miles de personas, en plena dictadura militar, tuvo un profundo impacto en los sectores populares. Esta acción masiva fue pronto imitada y se extendió en forma explosiva. Militantes sociales de La Matanza, por ejemplo, llevaron a los ocupantes de Quilmes para que relataran sus experiencias y facilitaran la organización.

Ya en 1990, menos de una década después, había en todo el conurbano 109 asentamientos, habitados por unas 173.000 personas, de los cuales el 71% estaban en el conurbano Sur.

A partir de esta apretada síntesis, quisiera hacer algunas consideraciones vinculando aquellas tomas iniciales con la oleada actual.

1.- La dictadura había expulsado violentamente a los habitantes de las villas de la Capital Federal hacia el conurbano, para facilitar el control estratégico de los sectores populares, dispersarlos y romper sus redes de sobrevivencia. Los sectores dominantes intentaron modificar una relación de fuerzas que les resultaba desfavorable, como quedó demostrado en las luchas sociales desde el 17 de octubre de 1945.

En la actualidad, esa acción de dispersión y control la hacen, a dos manos, el mercado y el Estado. El primero encareciendo el precio del suelo, acaparando espacios para barrios privados y especulando con la tierra. El Estado tiene dos manos: con una reprime, amenaza, desparece, viola y violenta. Con la otra ofrece planes sociales que “ablandan” a los más pobres, los disuaden de organizarse para otra cosa que no sea depender de esos planes (y de los punteros que los gestionan) y busca cooptar todo lo organizado que no controla. Con respecto a la dictadura, la “democracia“ está mostrando mucha más eficiencia y la misma indiferencia respecto a la vida.

2.- Por lo menos en la diócesis de Quilmes, desde 1976 los sectores populares encontraron posibilidades de organizarse. La forma fue la comunidad eclesial de base (CEB). La primera comunidad la creó el sacerdote Berardo, de la parroquia de San Juan Bautista, en San Francisco Solano, en octubre de 1976; en menos de un año ya eran 20 las comunidades y en 1980 llegaban a 60. Eran pequeños grupos de entre 10 y 30 personas, tenían un coordinador elegido por la asamblea, se reunían semanalmente en la parroquia o en casas particulares.

Las organizaciones actualmente existentes, me refiero a la inmensa mayoría de las territoriales, son mucho menos democráticas que las CEBs (aunque quien esto escribe no comulga, ni va a misa). Me refiero a que lazos como la confianza mutua y la camaradería, han descendido varios peldaños en el mundo de las organizaciones populares.

3.- La necesidad es la misma que en la década de 1980. Un informe del Registro Nacional de Barrios Populares, asegura que existen 4.416 “barrios populares” en los que viven cuatro millones de personas, casi el 10% de la población, que han sido mapeados hasta diciembre de 2016. La mitad están en la provincia de Buenos Aires, que sigue siendo el epicentro de las tomas, pero la modalidad se ha extendido a todo el país.

Lo que ha cambiado, aunque no nos guste reconocerlo, es la cultura política y la experiencia vivida por los sectores populares. En cuatro décadas pasaron por la dictadura y la democracia, por gobiernos peronistas, progresistas, radicales y de la derecha. Siguen en el mismo lugar, aunque cada vez más lejos del centro de la ciudad, como lo demuestra la toma de Guernica. En el primer cinturón se agotó la tierra disponible, por el aumento de la población y de los barrios privados.

Cada vez hay más planes sociales, que llegan a más gente, como el IFE. Cada vez hay más pobreza estructural. Cada vez hay más extractivismo y más neoliberalismo, más monocultivos y más minería. Por este camino, no hay arreglo.

Las clases medias altas y altas, la derecha y afines, son cada vez más reaccionarias, más antipopulares y están dispuestas a matar para seguir disfrutando la enorme desigualdad que han generado. Ellos saben lo que quieren.

No es un panorama agradable. Pero es necesario mirar la realidad de frente para saber por dónde caminar. Y con quienes.

Fuente: https://zur.uy/cuatro-decadas-de-tomas-de-tierras/

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Nos están matando

Por: Raúl Zibechi

El grito resuena en todo el continente. Se mezcla con el torrente de los ríos, vuela encima de las cordilleras, se interna en los vericuetos de las metrópolis y sigue andando más allá de los poblados. “Nos están matando”, se escucha una y otra vez en la inmensa geografía que va de las calles resistentes de Portland a la villas de Buenos Aires, de las ardientes de Bogotá a las favelas de Rio de Janeiro, pasando por las comunidades de Tila (Chiapas) y del Cauca colombiano. “Nos están matando”.

El brutal asesinato de un abogado en Bogotá, por el delito de violar la cuarentena para comprar alcohol, disparó la rabia contenida de las 55 masacres durante lo que va de 2020, sumadas a la desesperación de semanas de cuarentena, desocupación y hambre. En apenas tres días de revuelta, hubo 11 muertos reconocidos, 72 con heridas de bala y un reguero de balazos disparados por uniformados impunes para contener lo inevitable.

La rabia de jóvenes y jóvenas se llevó alrededor de 70 Comandos de Acción Inmediata (CAI) de la Policía, 47 de ellos quemados y el resto destruidos. No es justicia, que no la habrá, sino rabia, bronca, enojo multiplicado por millones. No la habrá porque los crímenes de los policías pasan a la justicia militar, como sucedió con Dilan Cruz, asesinado en una manifestación pacífica de estudiantes en noviembre pasado.

Qué decir del Cauca, donde este año hubo ya cinco masacres y los paramilitares operan a sus anchas. El 11 de setiembre, Oliverio Conejo Sánchez, coordinador del Programa de Salud del Cabildo Indígena de Totoró, y su hija Emily de 22 años, fueron interceptados en la carretera y asesinados por pertenecer al Consejo Regional Indígena del Cauca, que enarbola el lema “Cuenten con nosotros para la Paz, nunca para la guerra” (https://bit.ly/3kdRI58).

En Chile el Ministerio del Interior informó que entre el 18 de marzo y el 7 de julio Carabineros y la Policía de Investigaciones detuvieron a 51.439 personas, a lo que debe sumarse las detenciones por toque de queda que son otras 43.157. Es casi el doble de todas las detenciones practicadas durante el periodo anterior, comprendido entre el 18 de octubre y el 18 de marzo, que afectaron a 27.432 personas y 2.431 por toque de queda, en plena revuelta con millones de personas en las calles.

Esto indica que aprovechan la pandemia para descerrajar una represión feroz sobre los sectores populares que resisten el modelo neoliberal. La “nueva normalidad” es más represión y violencia que, según los datos de la propia Fiscalía, se verifican mayoritariamente en las zona sur de Santiago, foco de concentración de pobreza, y en la zona centro, escenario de las movilizaciones.

En Argentina la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) viene denunciando una escalada represiva que se ha cobrado alrededor de cien víctimas durante la pandemia, bajo las modalidades de “gatillo fácil”, muertes bajo custodia policial y otras modalidades. Son 6.000 asesinados en “democracia”.

Luego de la asonada policial del 9 de setiembre, cuando los uniformados se manifestaron armas en mano frente a la quinta presidencial y la vivienda del gobernador de Buenos Aires, en una supuesta demanda de aumentos salariales que fue atendida por el gobierno de Alberto Fernández, la represión siguió creciendo en los barrios populares.

El relato de Miguela, pobladora de la villa Ciudad Oculta, que la Policía le mató a su hijo Damián en diciembre de 2019, lo dice todo: “La cosa está muy picante en el barrio, no dejan a la gente ni ir a comprar. El otro día agarraron a unos niños que iban al kiosko, los pararon, los tocaron por todo el cuerpo y les pusieron el arma en la cabeza. Uno de los chicos tenía tres años” (https://bit.ly/35yTr0N).

Un artículo aparecido esta semana en Le Monde Dilomatique, sobre la asonada policial, revela para qué está la policía: “De los 90.000 policías, alrededor de un 75% son suboficiales. Muchos de estos subordinados entienden que el trabajo de sus jefes es “recaudar”; así lo dicen: “un comisario es un recaudador” (https://bit.ly/3ivjSbg). Dicen que la violencia policial se incrementó porque ya no cuentan con los ingresos de la “caja negra”, porque sus negocios los frenó la pandemia. Bronca policial que pagan los pobres.

En Tila el Congreso Nacional Indígena-Concejo Indígena de Gobierno denuncian el asesinato de un compañero, “cuando el grupo paramilitar Paz y Justicia junto con personas allegadas al Ayuntamiento municipal, atacaron con armas de grueso calibre a la población de Tila que, por acuerdo de la asamblea general, se dirigía a liberar los bloqueos que estos grupos habían instalado en los accesos a la cabecera del ejido para cercar a nuestro pueblo” (https://bit.ly/2ZDRxIC).

Como señala el periodista Hermann Bellinghausen: “Pueden cambiar los gobiernos, pero la guerra de contrainsurgencia en Chiapas contra los pueblos no termina, y a juzgar por los acontecimientos de los últimos meses en las montañas de los territorios mayas, en 2020 empeoró a una escala hace años no vista” (https://bit.ly/33sAVEM).

Mientras con una mano envían paramilitares contra los pueblos, con la otra, la Cuarta Transformación amenaza centros de derechos humanos, medios de comunicación y organismos civiles que se oponen al Tren Maya y a otros mega proyectos. Sus nombres quedarán grabados a fuego en la memoria popular, al igual que los asesinos de Emiliano Zapata. Los gobiernos duran menos, mucho menos que la memoria de abajo.

“Nos están matando”. Un genocidio recorre todos los rincones de nuestra América. Los pueblos resisten, resistimos. Como sucede en Bogotá, donde el CAI del barrio Suba-La Gaitana fue incendiado y sobre sus ruinas los vecinos crearon una biblioteca popular que bautizaron como “Nuevo Centro Cultural Julieth Ramírez”, el nombre de una joven de 18 años asesinada con disparos de arma de fuego el 9 de septiembre. Luego la policía tapó el rostro de la joven, empezando por sus ojos, todo un símbolo. Más tarde, los vecinos retornaron al lugar y reconstruyeron los daños (https://bit.ly/3hqWquF).

Fuente: https://desinformemonos.org/nos-estan-matando-2/

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Guerra contra el pueblo mapuche

Por: Raúl Zibechi

En los últimos días la ofensiva militarista del Estado de Chile contra el pueblo nación mapuche se ha intensificado con ataques racistas y fascistas a comuneros y comuneras que mantienen una resistencia pacífica en apoyo de las huelgas de hambre, desencadenada por la grave situación del machi Celestino Córdova que se acerca a los 100 días de ayuno.

Los hechos recientes muestran una inflexión profunda que puede resumirse en una escalada de guerra contra el pueblo mapuche. En la noche del 1 al 2 de agosto, civiles armados atacaron a mapuche que ocupaban las municipalidades de Curacautín, Ercilla, Victoria y Traiguén. Se trata de “militantes de la Asociación de Paz y Reconciliación en la Araucanía (APRA), organización supremacista blanca de ultraderecha, integrada por latifundistas y empresarios transnacionales, “usurpadores de las tierras mapuche en Wallmapu”, como denuncian 21 organizaciones en un comunicado (https://bit.ly/31Ap1aL).

Las organizaciones denuncian, además, que el cuerpo de Carabineros dejó actuar impunemente a los civiles violentos que golpearon a los mapuche, quemaron sus vehículos y entonaron gritos de odio y racismo, llegando a colaborara con los agresores racistas.

Recordemos que la crisis actual se desencadena con la huelga de hambre de Celestino que reclama se aplique el artículo 169 de la OIT, que permite que cumpla la pena de prisión dictada por la justicia chilena en su comunidad. A la huelga de hambre del machi Celestino se fueron sumando más de 20 presos de las cárceles de Temuco, Angol y Lebu (https://bit.ly/2DAp5zq).

A medida que la salud de los huelguistas se fue deteriorando por más de tres meses de ayuno, varios lof (comunidades) comenzaron a movilizarse, en particular en el triángulo Tirúa-Temuco-Ercilla.

Hacia fines de noviembre el gobierno de Sebastián Piñera decidió dar un giro a la derecha, por su profundo desgaste luego de la revuelta iniciada en octubre de 2019  que continúa activa, sumada al fracaso de la contención de la pandemia de coronavirus y luego de una derrota parlamentaria que permite retirar el 10% de los ahorros en los fondos previsionales. Esto fue posible por la división en su base de apoyo parlamentario.

Este viraje se concretó en el nombramiento de un pinochetista al frente del Ministerio de Interior, Víctor Pérez. Su primera actividad pública consistió en un viaje a Wallmapu, donde hizo un discurso de orden y seguridad y no dejó el menor margen para la negociación. No es ninguna casualidad que luego del viaje del ministro se hayan activado los grupos racistas de ultraderecha. El gobierno de Piñera es muy débil, acosado por la calle y por la derecha, y finalmente dejó de lado cualquier tentación dialoguista para recomponer su base de apoyo incorporando al pinochetismo al gabinete.

El Centro de Investigación Periodística (CIPER) difundió días atrás un informe de Inteligencia de Carabineros, de 2015, que individualiza agricultores que estaban formando grupos de carácter paramilitar, pero no se tomó ninguna medida para detenerlos y frenar el desarrollo de esos agrupamientos (https://bit.ly/2PDy4SG).

Pese a la brutalidad de la represión y a una escalada de terrorismo de Estado, las principales organizaciones reafirmaron su camino histórico: “Estos ataques, más que amedrentarnos, nos reafirman en nuestra lucha por la restitución de nuestros derechos territoriales y políticos, por la autonomía y la autodeterminación para el País Mapuche” (https://bit.ly/31Ap1aL).

El domingo 9, hubo una masiva concentración de diversas comunidades mapuche en la plaza de Curacautín, donde se leyó un documento que reafirma la solidaridad con los presos en huelga de hambre y denuncia a las empresas forestales y multinacionales demandando que “las 3 millones de hectáreas de las forestales sean repartidas para recuperar el territorio mapuche”.

Finalmente, hace un llamado a la organización de los mapuche de la ciudad y el campo para que recuperen la lengua (mapuzugun), la cosmovisión y la forma de ser tradicionales, “porque lo mapuche no es una raza sino una forma de entender la vida de todos los seres y las cosas” (https://bit.ly/2PHpbYA).

Los próximos meses serán muy duros para el pueblo mapuche movilizado, por lo menos hasta las elecciones de congresistas de abril, pasando por el plebiscito del 25 de octubre. La derecha se está aglutinando en torno a la defensa de la Constitución de 1980, de la era de Pinochet. Sin embargo, el pueblo nación mapuche, mucho más allá de la actual ofensiva militarista, va a persistir en sus demandas como lo viene haciendo en los últimos cuatro siglos.

Fuente: https://desinformemonos.org/guerra-contra-el-pueblo-mapuche/

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