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La militarización, fase superior del extractivismo

Por: Raúl Zibechi 

La militarización creciente de nuestras sociedades es claro signo otoñal del sistema capitalista patriarcal. El sistema renunció a integrar a las clases populares, ya no aspira siquiera a dialogar con ellas, sino que se limita a vigilarlas y controlarlas. Antes de este periodo militarista, se encerraba a los “descarriados” para corregirlos. Ahora se trata de vigilar a cielo abierto a camadas enteras y mayoritarias de la ­población.

Cuando un sistema necesita militarizar la vida cotidiana para controlar a las mayorías, se puede decir que tiene los días contados. Aunque en realidad esos días habría que medirlos en años o décadas.

Un buen ejemplo es la herencia del régimen de Pinochet en Chile, respecto del papel central de los militares y de la policía militarizada, Carabineros, en el control social. Una de esas herencias es el control de las fuerzas armadas de los excedentes de la empresa estatal de cobre, principal exportación de Chile.

La Ley Reservada del Cobre fue aprobada en la década de 1950, cuando arreciaban las movilizaciones de trabajadores y pobres de la ciudad y del campo. Durante la dictadura militar, esa ley secreta, como su nombre lo indica, fue modificada en siete oportunidades. Recién en 2016, gracias a una filtración del diario digital El Mostrador, se supo que 10 por ciento de las utilidades de la empresa estatal de cobre se traspasan directamente a las fuerzas armadas (https://bit.ly/3tNDa0S).

Recién en 2019 la ley secreta fue derogada (https://bit.ly/2OUAiAJ), cuando las calles de Chile empezaban a arder con una seguidilla de protestas y levantamientos que arrancaron en 2011, con las resistencias estudiantil y del pueblo mapuche, y luego por las feministas.

El daño que el régimen militar infligió a la sociedad puede verse en que más de la mitad de los chilenos no votan, cuando antes votaba la inmensa mayoría; en la tremenda deslegitimación de los partidos políticos y de las instituciones estatales.

No es el único caso, por supuesto. Los militares brasileños jugaron un papel destacado en la prisión de Lula, la destitución de Dilma Rousseff y la elección de Bolsonaro.

En todos los casos, la militarización vulnera el llamado “estado de derecho”, las normas legales que la sociedad ha adoptado, muchas veces sin ser debidamente consultada.

En todos los casos, la militarización contribuye a destruir naciones y sociedades, porque supone entregarle porciones significativas del poder y la gestión a una institución no democrática que, de este modo, queda fuera de cualquier control.

La militarización viene de la mano de la imposición de un modelo de sociedad que hemos llamado extractivismo, un modo de acumulación de capital por el 1% con base en el robo y el despojo de los pueblos, que implica una verdadera dictadura militar en las áreas y regiones donde opera.

El militarismo se subordina a esta lógica de acumulación mediante la violencia, por la sencilla razón de que no se le pueden robar los bienes a los pueblos sin apuntarles con armas.

Militarismo se conjuga con violencia, desapariciones forzadas, feminicidios y violaciones. Por lo demás, siempre propicia el nacimiento de grupos paramilitares, que siempre acompañan las grandes obras extractivas y que si bien se los considera ilegales, como lo demuestran Colombia y México, son entrenados y armados por las fuerzas armadas.

Ahora sabemos que el gran beneficiario del Tren Maya serán las fuerzas armadas, a las que el gobierno de López Obrador le ha concedido todos los tramos, añadiendo que se trata de “un premio” a esa institución (https://bit.ly/39aURjh).

Hay más de una similitud con el caso del cobre en Chile.

La primera es la entrega directa de los beneficios, con lo que cualquier gobierno consigue fidelidad de los uniformados a los que, en realidad, se subordina.

La segunda es el argumento de la “seguridad nacional” que esgrimen los gobiernos. En Chile era la lucha contra el comunismo. En México la frontera sur, con el argumento de la migración y el tráfico.

La tercera es que la militarización es tanto un proyecto como un modo de gobernar. Le siguen los aeropuertos, el orden interno y los más variados aspectos de la vida. Por la fuerza, consiguen trastocar la legalidad a su antojo, como las normativas presupuestales.

Observamos procesos de militarización desde Estados Unidos, Rusia y China, hasta en el conjunto de los países latinoamericanos. Consiste en el control de geografías rurales y urbanas por hombres armados al servicio del capital, para controlar a los pueblos que resisten el despojo.

No se trata de la maldad de un presidente o de un gobierno. Ese extremo no lo pongo en duda, pero no es lo central. Estamos ante un sistema que para estirar su agonía necesita implementar figuras nacidas en el siglo XX, que son los temas de Giorgio Agamben: el estado de excepción como forma de gobierno, la guerra civil legal contra los “no integrables” y el campo de concentración a cielo abierto vigilado por paramilitares.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/03/26/politica/la-militarizacion-fase-superior-del-extractivismo/

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La gran política y la revolución digital

Por: Raúl Zibechi
Fuentes: La Jornada

En los «Cuadernos de la cárcel» Antonio Gramsci diferenciaba entre la gran política y la pequeña política. La primera se concentra en las funciones que desempeñan los Estados y en las estructuras económico-sociales. La segunda aborda la política del día, parlamentaria, de corredores, de intriga.

La gran política es necesariamente creativa. La pequeña es conservadora y apenas busca mantener los equilibrios prexistentes. En el mundo actual, la alta política la definen las grandes multinacionales, las fuerzas armadas y sus think tanks estratégicos, y grupos de presión y de poder como el deep State en Estados Unidos.

De la pequeña política se ocupan los gobiernos, en particular los progresistas que no tienen posibilidades de influir en la gran política, ya que no se proponen cambios estructurales y, por tanto, se limitan a cuestiones de maquillaje y estética políticas, sobre todo utilizando los medios de comunicación de masas.

Lo más común es que propongan como gran política cuestiones que no pasan de ser políticas de lo cotidiano, a menudo rescatadas de fracasos anteriores. La represa Belo Monte que promovió el gobierno de Lula en Brasil fracasó casi medio siglo antes por la oposición de los pueblos amazónicos a la obra faraónica que propuso la dictadura militar. El Tren Maya entra en la misma categoría de la política de intriga, que se quiere hacer pasar como obra estratégica.

El desarrollo digital forma parte de la gran política que los gobiernos, en general, tratan con los modos de la pequeña política. Se limitan a bendecirla como si fuera un proceso inevitable en la vida humana, como el nacimiento y la muerte, como el amanecer y el crepúsculo.

Sin embargo, la digitalización es considerada como la tercera revolución antropológica, luego de la creación del lenguaje articulado y la invención de la escritura, como estima el sicoanalista y epistemólogo franco-argentino Miguel Benasayag en La tiranía del algoritmo, aún inédito en castellano.

Miguel es un compañero cuyos análisis son agudos y penetrantes. Pertenece a la generación de 1968, estuvo tres años en las cárceles de la dictadura por pertenecer al Ejército Revolucionario del Pueblo y ahora participa en el colectivo francés Malgré tout (A pesar de todo). Sigue comprometido con causas colectivas y se ha focalizado en estudiar las consecuencias de las nuevas tecnologías en la sociedad.

Su libro anterior, El cerebro aumentado, el hombre disminuido (Paidós, 2015), señala que, a diferencia de los inventos anteriores, desde la rueda a los antibióticos, la digitalización no termina de producir un nuevo modo de ser en el mundo para el hombre, sino que aleja al hombre del mundo y su poder de actuar, a pesar de que desencadene un poder muy fuerte en lo tecnológico (p. 116).

Sostiene que la revolución de la digitalización ha llevado a que 95 por ciento del conocimiento que tenemos sobre el mundo sea indirecto. Pero ese conocimiento indirecto no se suma al conocimiento que nace de la experiencia corporal, sino que lo remplaza y lo cancela. Por eso considera la digitalización como violencia, porque niega y suprime la diferencia (y a los diferentes) y las identidades singulares.

La rapidez y la omnipresencia caracterizan la revolución digital, estima Benasayag. En el mundo del algoritmo no existe la alteridad, pero la delegación de las decisiones políticas en los algoritmos suspende el conflicto, lo bloquea y lo inhibe. La negación del conflicto puede producir la barbarie, sostiene en Elogio del conflicto, escrito con su compañera Angélique del Rey (Brueghel, 2018).

La tiranía del algoritmo coloniza la vida, al eliminar la singularidad de los seres y, en consecuencia, suprimir el conflicto. De ese modo nos deja inermes, nos desmaterializa y descorporiza, convertidos apenas en datos binarios inscritos en chips, lo que nos inmoviliza al enrejarnos en lo individual.

Para evadir esta tiranía, sostiene Benasayag, debemos resistir la supresión de la diferencia y del conflicto, algo que parecen estar deseando los gobiernos, en general, y los progresistas en particular. Por eso se engalanan con las prendas de los pueblos originarios y esgrimen sus bastones de mando haciendo creer que todo es lo mismo, que es igual arriba que abajo. Las diferencias y los diferentes son sentidos como amenazas por un sistema incapaz de procesar los conflictos, como hizo la humanidad en su historia.

La pequeña política gubernamental se muestra impotente ante la gran política de las grandes empresas de la información, esas que pueden hasta bloquear y cancelar las cuentas de los presidentes del imperio. Lo peor que podemos hacer es ignorar la potencia de esta tiranía, su capacidad de anular a los seres humanos.

Aún no hemos encontrado los modos de actuar capaces de enfrentar la revolución digital, no para negarla, sino para evitar que destruya la vida. Lo que vamos aprendiendo es que nada puede cambiar si nos limitamos a la pequeña política de palacio.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/03/12/opinion/016a1pol

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Estallidos o levantamientos

Estallidos o levantamientos

Por Raúl Zibechi

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Las insurrecciones populares no caben en las urnas

Por: Raúl Zibechi

Aunque los movimientos anti-patriarcales y anti-coloniales han desplegado sus alas en las últimas décadas, los resultados en la cultura política hegemónica aún son muy débiles. Los medios de comunicación no hegemónicos y las izquierdas siguen reflejando, en sus coberturas y discursos, la enorme dificultad para trascender las formas más tradicionales de dominación.

Las recientes elecciones en Ecuador son una prueba de ello. La atención desplegada ante la posibilidad de que Yaku Pérez alcance la presidencia por Pachakutik no se compara con la que obtuvo el levantamiento indígena y popular de octubre de 2019.

Por más que este levantamiento sea un parteaguas en la historia reciente del país andino, las miradas vuelven una y otra vez hacia las urnas, aunque éstas nunca modifican la relación de fuerzas. La votación de Yaku roza el 20%, siendo la más alta en la historia del movimiento indígena, claro reflejo de la potencia del levantamiento de octubre.

La candidatura de Yaku arrasó en la selva, obteniendo el 50% de los votos en Morona Santiago. En la sierra superó el 40% en Chimborazo, Cotopaxi, Cañar, Bolívar y Azuay, algo que no pudo repetir en Pichincha, Imbabura y Carchi, en la región andina al norte del país. En la costa se impuso Andrés Arauz, el candidato del progresismo, corriente que se volvió hegemónica durante la década de gobierno de Rafael Correa, desplazando la tradicional hegemonía de la vieja derecha.

Una división geográfico-política del país que merece explicación

Yaku Pérez encarna la resistencia de las comunidades rurales, y cada vez más de las ciudades medianas, al extractivismo minero que se viene desplegando en la sierra andina y en la selva, pero también a la expansión de la frontera petrolera. También es alternativa al progresismo que se empeñó en un “desarrollismo” anclado en la minería, que judicializó y criminalizó la protesta indígena y popular atacando a la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador), a los sindicatos y agrupaciones estudiantiles.

Yaku fue uno de los cientos de dirigentes acosados y encarcelados por el gobierno de Correa. Proviene de la resistencia anti minera en la provincia de Azuay, donde las comunidades se vienen movilizando contra la minería aurífera que contamina las nacientes de los ríos y los páramos productores de agua. En 2019 fue elegido prefecto de Azuay y en las recientes elecciones el 81% de los habitantes de Cuenca, capital de la provincia y tercera ciudad del país, se pronunció a favor de detener la actividad minera.

El apoyo de los ecuatorianos a Yaku Pérez no es un cheque en blanco a su persona, sino la forma de canalizar el levantamiento de octubre. Ese mes, durante diez días decenas de miles coparon el centro de Quito para revertir el paquete de medidas neoliberales del gobierno de Lenín Moreno. Ganaron y esa victoria es lo que permite decir que hubo un quiebre en Ecuador.

Como ya había sucedido en los levantamientos anteriores, desde el primero en 1990, la región costeña se mantuvo al margen y la movilización se concentró en las regiones de mayorías indígenas. Mientras en éstas predomina la economía agrícola, sostenida por miles de comunidades rurales, en la costa predomina la producción agroexportadora en la cual el banano juega un papel destacado.

Las ciudades son un tema aparte: en Quito, con 3,5 millones y amplia población indígena y mestiza (sólo un 6% se definen blancos), el peso del sector terciario y financiero, con su corolario de masiva economía informal, se está convirtiendo en un bastión de la derecha vinculada al capital financiero.

Por mucho que nos pese, un gobierno de Yaku Pérez, que estuvo al borde de pasar a la segunda vuelta, no habría conseguido sus principales objetivos como frenar la mega minería y dejar atrás el neoliberalismo. Con apenas el 20% de los escaños, está obligado a pactar con las demás fuerzas que apoyan fervientemente el extractivismo.

El levantamiento de octubre alcanzó para revertir el paquete neoliberal, pero fue insuficiente para deslegitimar el neoliberalismo. La continuidad de aquel movimiento no puede buscarse en las elecciones, ni en las pasadas, ni en las futuras. El propio levantamiento marcó el rumbo: su principal creación fue el Parlamento Indígena y de los Movimientos Sociales, donde convergieron más de 180 organizaciones.

“Una Minga por la Vida” fue el programa elaborado por el Parlamento, que en la campaña electoral fue retomado por Yaku Pérez como su plataforma de gobierno.

Aquel Parlamento de abajo no se extinguió. Recorrió parte del país promoviendo el programa alternativo que elaboraron sus integrantes, agrupando movimientos locales y generando debates. Comenzó a recorrer un camino, lento y trabajoso, necesario para organizar a las y los de abajo hasta que la campaña mediático-electoral desplazó los problemas centrales del Ecuador.

El futuro no va a emerger de las urnas sino de la capacidad de los movimientos y de los pueblos de seguir transitando por las brechas abiertas por el levantamiento, profundizarlas hasta neutralizar un modelo de muerte, de expropiación del agua y la tierra.

Fuente: https://desinformemonos.org/las-insurrecciones-populares-no-caben-en-las-urnas/

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Mundo: Gira por la vida y la esperanza

Gira por la vida y la esperanza

Raúl Zibechi

En todos los rincones del mundo los de arriba están perpetrando un genocidio silencioso de pueblos originarios y negros, de campesinos y pobres, de la ciudad y del campo.

El ejército de Turquía invade el norte de Siria, arrasando aldeas y ciudades kurdas. El gobierno de Israel no vacuna a la población palestina. En Manaus (Amazonia de Brasil) mueren miles en hospitales colapsados. En apenas tres semanas de 2021, se produjeron ya seis masacres en Colombia, con un saldo de más de 15 muertos (https://bbc.in/36fznA2).

Los feminicidios se multiplicaron durante la pandemia, como parte inseparable del genocidio contra las y los de abajo.

En Chiapas las bandas paramilitares atacan con armas de fuego a las comunidades en MoisésGandhi. El guion es siempre el mismo: los paramilitares como la Orcao, con asesoramiento de las fuerzas armadas, atacan bases de apoyo zapatista; el gobierno federal y el del estado callan, o sea, consienten. Los medios y los partidos callan, o sea, consienten.

En las periferias urbanas latinoamericanas y en las remotas áreas rurales no sólo no se habla de vacunas, sino que tampoco tenemos infraestructuras hospitalarias en condiciones, ni médicos ni enfermeras suficientes.

Una característica de la tormenta contra los de abajo es que a nadie le importa. Nadie reacciona, ni se conmueve. La indiferencia es la política de los estados y de buena parte de la opinión pública. Ayot-zinapa sucede todos los días, no sólo en México.

Es una política consolidada arriba y aceptada con entusiasmo por el sistema político. Es un cerco militar y mediático contra los pueblos, para inmovilizarlos, mientras el capital (liberado de controles) profundiza su extenso e intenso proceso de concentración y centralización en cada vez menos manos.

La gira zapatista por tierras europeas es una oportunidad para romper el cerco, para volvernos a juntar en espacios comunes, hacernos escuchar y tejernos como pueblos en resistencia. La propuesta zapatista anunciada en octubre y actualizada el primero de enero en la declaración Por la vida es un enorme esfuerzo de las comunidades para romper el cerco de la muerte.

La respuesta desde Europa vino de la mano de más de mil colectivos en más de 20 países que declaran su voluntad de sumarse y organizar una gira que llevará a más de 100 zapatistas, en su mayoría mujeres, por muchos rincones del continente.

No será nada sencillo organizar una gira tan amplia en un momento en el que la pandemia no halla límites, brindando una ocasión a los gobiernos y las policías para acotar la acción colectiva. En Europa se limitaron los derechos de reunión y de manifestación, lo cual en estos momentos arroja muchas dudas sobre cómo será la celebración del 8 de marzo.

También será muy difícil que miles de activistas consigan ponerse de acuerdo, ya que provienen de diferentes historias, ideologías y modos de hacer. Estas diversas culturas políticas encontrarán dificultades para superar el egocentrismo individual y colectivo, la inevitable búsqueda de focos mediáticos para algunos, siempre pocos, pero con gran poder disgregador.

A las dificultades propias de la situación deben sumarse las que provienen de tantos años de fragmentación y, sobre todo, de la continuidad de una cultura política centrada en los estados, en los varones caudillos y en los discursos que no van acompañados de prácticas coherentes.

La expedición zapatista brinda la ocasión para encarar otras dos tareas necesarias, además de la mentada ruptura del cerco.

La primera es que permitirá enlazar y coordinar colectivos que habitualmente están distantes o que ni siquiera se conocían. No se trata de crear nuevos aparatos o estructuras, sino de abrir un amplio abanico de vínculos horizontales e igualitarios, algo mucho más difícil aún que establecer una coordinadora que a menudo repite los vicios de los aparatos.

La segunda es que conocer más a fondo los modos zapatistas de hacer puede permitir a muchas personas y colectivos adentrarse en culturas políticas que hasta ahora sólo algunos grupos feministas y juveniles han puesto en práctica.

Una de las constataciones más deprimentes en los ambientes militantes es comprobar cómo década tras década se tienden a repetir los mismos vicios que, ingenuamente, creíamos superados. No hay modo de superarlos sino haciendo, errando y volviendo a hacer, hasta encontrar modos de trabajar que no lastimen, ni excluyan, ni humillen.

La gira zapatista será una fuente enorme de aprendizaje para los más diversos colectivos anticapitalistas. Primero, constatar que se puede, que los de arriba no son tan poderosos como parecen. Segundo, que podemos sumar más y más personas sin reproducir el sistema, buscando confluencias entre quienes sufrimos similares opresiones. Desafío y esperanza a la vez.

Si todo marcha bien, en el sur del continente reproduciremos la expedición. Estos días estamos dando los primeros pasos, tímidos por ahora, para desplegar las energías que nos permitan seguir rompiendo cercos.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/01/29/opinion/013a2pol

 

Fuente de la Información: https://rebelion.org/gira-por-la-vida-y-la-esperanza/

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Pensamiento crítico. 2020: el año más difícil para los movimientos anticapitalistas

Pese a la pandemia y la represión estatal, los movimientos sociales, campesinos e indígenas de América Latina continuaron su larga marcha hacia la liberación.

Fue un año en el que se acumularon dificultades: desde el crecimiento de la militarización y los diversos controles estatales (materiales y digitales) hasta la imposición de confinamientos que impidieron la movilidad y acentuaron el aislamiento y el individualismo. Un cóctel opresivo y represivo como no veíamos desde hacía mucho tiempo.

Las limitaciones impuestas a la población en general, y a la movilización en particular, sumadas al abandono de los Estados, llevaron a los movimientos a replegarse, primero, para estar en condiciones de volver a relanzar la protesta y la movilización más adelante.

El momento del repliegue fue importante para salvaguardar la salud colectiva y comunitaria, evitar contagios masivos en los territorios de los pueblos y fortalecer las autoridades propias. Las guardias de autodefensa comunitaria jugaron un papel decisivo, ya sea en áreas rurales como urbanas, destacando entre estas los controles realizados en ciudades como Cherán y en espacios como la Comunidad Acapatzingo, en Iztapalapa, en Ciudad de México.

En vastas regiones rurales, el EZLN, el Consejo Regional Indígena del Cauca, los gobiernos autónomos de pueblos amazónicos, comunidades mapuche, palenques y quilombos, además de comunidades campesinas, decidieron impedir o restringir el ingreso de personas que provenían de las ciudades como forma de regular la pandemia.

 

Imagen: Cuatroscuro

Si no lo hubieran hecho así, sobreponiéndose a la violencia estatal y paraestatal, especialmente mortífera en regiones de Chiapas y del Cauca colombiano, hubieran sufrido una severa desestabilización interna. Esa fue la condición para acotar daños y el paso previo a retomar la iniciativa hacia afuera.

Hacia mediados de año, los pueblos comenzaron un nuevo activismo que, en varios casos, los llevó a romper el cerco militar y mediático.

En el mes de julio, la huelga de hambre de 27 presos mapuche sacudió a las comunidades del sur de Chile, que comenzaron una oleada de movilizaciones en apoyo a los detenidos en las cárceles de Temuco, Lebu y Angol. Los huelguistas demandaban el cumplimiento del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que les permite cumplir la condena en sus comunidades, que se revise la prisión preventiva y para denunciar las condiciones inhumanas en las cárceles.

A pesar de las dificultades generadas por la militarización y la pandemia, se registraron manifestaciones y concentraciones en el norte, centro y sur de Chile. Las huelgas de hambre denunciaron, además, la represión que están sufriendo los mapuche en todo el país, como la persecución contra las vendedoras de hortalizas y de cochayuyo, un alga marina altamente nutritiva.

En los primeros días de agosto, se produjeron masivos bloqueos de carreteras en Bolivia en, al menos, 70 puntos, por grupos de campesinos e indígenas contra la postergación de las elecciones por el gobierno golpista de Jeanine Áñez. Los bloqueos fueron levantados cuando el gobierno aceptó celebrar elecciones el 18 de octubre, que ganó ampliamente el MAS con más del 55 por ciento de los votos, superando con holgura el cuestionado resultado de un año atrás.

El 30 de setiembre, comenzaron manifestaciones en Costa Rica contra un acuerdo con el FMI, que implica aumento de impuestos y una mayor austeridad en el gasto público. Ante la oleada de protestas, el 4 de octubre, el gobierno anunció la suspensión de la negociación para abrir un ámbito de diálogo y rever la postura.

El 5 de octubre, el EZLN emitió el primer comunicado desde que cerró los Caracoles por la pandemia, el 16 marzo de 2020. Informaron que, en ese lapso, fallecieron 12 personas por coronavirus y asumieron la responsabilidad, a diferencia de lo que hacen los gobiernos, y que decidieron “enfrentar la amenaza como comunidad, no como un asunto individual”. Apostaron a la movilización global contra el capital e informaron que, en abril de 2021, comenzarán una primera gira por Europa, que luego extenderán a otros continentes, con una amplia delegación integrada mayoritariamente por mujeres, porque “es tiempo de nuevo para que bailen los corazones, y que no sean ni su música ni sus pasos, los del lamento y la resignación”.

 

Imagen: Revista Semana

A fines de octubre de 2020, en Colombia, se realizó la Minga Indígena, Negra y Campesina, que arrancó en el suroccidente, en el Cauca y continuó en Cali, recorrió varias ciudades y pueblos para llegar, ocho días después, a Bogotá. En todo su recorrido, la minga (trabajo comunitario o tequio) dialogó con poblaciones que comparten sus mismos dolores, en un país que se desangra por la violencia narco-militar-paramilitar, con cientos de líderes sociales asesinados.

La Minga hacia Bogotá, en la que participaron 8.000 personas, fue escoltada por la Guardia Indígena, la Guardia Cimarrona y la Guardia Campesina, con especial protagonismo de las mujeres y los jóvenes. Fue recibida y acompañada por miles de personas que vienen luchando contra la represión de cuerpos militarizados, contra los que se levantaron en las jornadas memorables del 9 al 11 de setiembre, en las que ardieron o fueron vandalizadas decenas de dependencias policiales.

El 18 de octubre, a un año del inicio de la revuelta social de 2019, miles de chilenos volvieron a salir a las calles de Chile en conmemoración de aquella protesta. Ese día, hubo 580 detenidos y un fallecido tras la represión de Carabineros.

El 25 de octubre, el pueblo chileno desbordó las urnas en el referendo para redactar una nueva Constitución que sustituya a la heredada por la dictadura militar de Augusto Pinochet. El 80 por ciento de los votantes aprobó el inicio de un proceso constituyente, cuando se esperaba un resultado de un 60 por ciento a favor de la iniciativa. La movilización popular por el referendo fue la continuación de la revuelta iniciada en octubre de 2019, que le cambió la cara al país, deslegitimando la política oficialista neoliberal y represiva.

En Perú, se produjo una notable movilización popular a raíz de la destitución ilegítima del presidente Martín Vizcarra, instalando en su lugar un gobierno corrupto, considerado golpista por la población, ya que la mayoría absoluta de los parlamentarios tienen acusaciones de corrupción. En una semana de gigantescas manifestaciones, el golpista Manuel Merino debió abandonar la presidencia abriendo una coyuntura inédita en el país.

El 21 de noviembre, en Ciudad de Guatemala, miles se concentraron para protestar contra el proyecto de ley de presupuesto que había sido aprobado en el Congreso y que reducía los fondos destinados a la educación, el combate a la desnutrición, defensa de derechos humanos y la respuesta a la pandemia. Los manifestantes ingresaron a la sede del legislativo e incendiaron parte de las instalaciones.

Habría mucho más para relatar. Por todo lo anterior, parece evidente que los pueblos en movimiento, los movimientos sociales y anticapitalistas están lejos de haber sido derrotados por la mayor ofensiva lanzada por el sistema en décadas.

 

Imagen: Johan Ordoñez / AFP

Fuente: http://rcci.net/globalizacion/nt.php?id=100705

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Con Biden habrá más «revoluciones de color» en América Latina

Por: Raúl Zibechi

Si el mandato de Trump fue abominable, el de Biden no lo será menos. Recordemos la guerra en Siria, la liquidación de la primavera árabe y la invasión de Libia, promovidas y gestionadas por el equipo que ahora retorna a la Casa Blanca.

Las formas cambian, pero el fondo sigue siendo el mismo. En vez del muro, las restricciones a los inmigrantes y el discurso ultra de Donald Trump, vendrán las declaraciones correctas sobre la democracia, las mujeres y los afrodescendientes de Joe Biden. En vez del militarismo descarnado, las revoluciones de color ideadas por la Open Society de Soros para promover cambios de régimen que favorezcan sus intereses.

La pista la dio Thomas Shannon el primero de enero en una carta abierta en medios brasileños. Shannon fue embajador de Estados Unidos en Brasil en el gobierno de Obama y había sido subsecretario para Asuntos del Hemisferio Occidental con George W. Bush.

La carta de Shannon titulada La delicada verdad sobre una vieja alianza fue publicada en la revista Crusoé (https://bit.ly/2LLldiB), que funge como periodismo independiente, antibolsonarista ahora, pero cuyos fundadores jugaron un papel destacado en el proceso contra Lula que desembocó en su reclusión y en la destitución de Dilma Rousseff, operando entonces desde el influyente sitio El Antagonista (oantagonista.com).

Shannon comienza su carta asegurando que la relación entre Brasil y Estados Unidos es una de las piezas fundamentales de la diplomacia en el siglo XXI. Repasa luego las similitudes entre sus sociedades, para rematar que el presidente electo (Biden) conoce bien Brasil y América Latina, asegurando que ningún presidente estadunidense comenzó su mandato con tal conocimiento y experiencia en la región.

En la segunda parte de su misiva, Shannon emprende un feroz ataque al gobierno de Jair Bolsonaro, porqueha hecho casi todo lo posible para complicar la transición en la relación bilateral, al expresar su preferencia por Trump en las recientes elecciones y por haber criticado a Biden, quien pidió en un debate una acción más enérgica de Brasilia contra la deforestación.

Para Shannon es inadmisible que Bolsonaro haya repetido las infundadas acusaciones de fraude del presidente Trump en los comicios estadunidenses, ya que lo interpreta como un ataque a la democracia de Estados Unidos y al futuro gobierno de Biden.

Pero lo más grave empieza después. Shannon le dice al gobierno lo que debe hacer en tres aspectos (la pandemia, el cambio climático y la posición ante China respecto a las redes 5G) y luego amenaza. Es algo que no se perdonará fácilmente ni se olvidará, remata el diplomático.

Algunos podrán alegrarse, incluso en la izquierda, de que el nuevo gobierno de Estados Unidos le baje el pulgar a Bolsonaro. Por mi parte, tanto el silencio del Partido de los Trabajadores de Brasil como del propio Lula, muestran las dificultades de la izquierda frente al viraje en curso en la Casa Blanca.

No se trata de Jair Bolsonaro, sino de nuestros países, de la soberanía de las naciones. El presidente de Brasil debe ser condenado y apartado por su propio pueblo. Ha hecho todos los méritos para que la sociedad se movilice para destituirlo. Pero que desde el imperio amenacen con nuevas revoluciones de color es una pésima noticia. Podrán atacar ahora gobiernos de ultraderecha, pero seguirán con todo lo que se les ponga en su camino, sea conservador o progresista.

La operación de derribar a Bolsonaro cuenta ya con un considerable apoyo mediático e institucional. La Orden de Abogados de Brasil, que jugó sucio contra Lula y pidió la destitución de Dilma (https://bbc.in/3soJjAA), está promoviendo ahora la destitución de Bolsonaro. Su presidente, Felipe Santa Cruz, declaró que el ritmo del proceso será dictado por presión de las calles, llamando, de hecho, a la movilización popular (https://bit.ly/3q5ntQS).

Para la derecha democrática, ésa que apuesta a la defensa del medio ambiente con medidas cosméticas, que engalana el gabinete de Biden con mujeres y afrodescendientes, pero sigue sosteniendo la violencia policial/patriarcal, llegó el momento de ponerle freno a la ultraderecha. Los bolsonaristas hicieron el trabajo sucio contra la izquierda, pero ya no le son útiles. Igual que Trump.

Para comprender este viraje basta con recordar las guerras centroamericanas, donde el Pentágono apoyó primero los genocidios militares para luego promover opciones centristas, como las democracias cristianas, para recomponer el escenario ante el fuerte desgaste de los golpistas de Guatemala y El Salvador.

Si el mandato de Trump fue abominable, el de Biden no lo será menos. Recordemos la guerra en Siria, la liquidación de la primavera árabe y la invasión de Libia, promovidas y gestionadas por el equipo que ahora retorna a la Casa Blanca.

En América Latina, las destituciones ilegítimas (golpes dicen otros) de Manuel Zelaya (2009), de Fernando Lugo (2012) y de Dilma Rousseff (2016), se produjeron bajo el gobierno progre de Barack Obama (2009-2017). No olvidemos a Trump. Pero tampoco que, de la mano de Biden, retornan personajes nefastos como Victoria Nuland, organizadora del golpe y la posterior guerra en Ucrania.

Fuente e imagen: https://www.jornada.com.mx/2021/01/15/opinion/023a1pol

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