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Ecología Social: El extractivismo como cultura

El extractivismo como cultura

El modelo extractivo es mucho más que una política económica. En el libro «No secarán la tierra», de la editorial Grito Manso, Raúl Zibechi afirma que la explotación de la naturaleza es reflejo de un modo de pensar y actuar que domina mentes, cuerpos y sociedades. Las diferencias con las luchas obreras del siglo XX y los actuales espacios que construyen alternativas.

A medida que el extractivismo y los procesos políticos asentados en ese modelo comienzan a mostrar grietas, por la abrupta caída de los precios de las commodities, estamos en mejores condiciones para comprender sus características profundas y las limitaciones de los análisis anteriores. Una de ellas, y debemos asumir la autocrítica en primera persona, consiste en haber mirado primordialmente el costado ambiental y depredador de la naturaleza del modelo de conversión de los bienes comunes en mercancías.

Ahora podemos dar un paso más, algo que ya hicieron los zapatistas hace más de una década, cuando definieron el modelo como la «cuarta guerra mundial». El otro error de bulto fue considerar el extractivismo como modelo económico, siguiendo el concepto de «acumulación por desposesión» de David Harvey. En suma, al error de haber centrado las críticas —de modo casi excluyente— en lo ambiental se sumó el economicismo del que adolecemos muchos de los formados en Marx.

El capitalismo no es una economía sino un tipo de sociedad (o formación social), aunque evidentemente existe una economía capitalista. Con el extractivismo sucede algo similar. Si la economía capitalista es acumulación por extracción de plusvalor (reproducción ampliada del capital), la sociedad capitalista produjo la separación de la esfera económica de la política. La economía extractiva, de conquista, robo y pillaje, es apenas un aspecto de una sociedad extractiva, o una formación social extractiva, que es la característica del capitalismo en su fase de dominio del capital financiero.

Más allá de los términos, interesa subrayar que vivimos en una sociedad cuya cultura dominante es de apropiación y robo. ¿Por qué hacer hincapié en la existencia de una cultura extractivista diferente de la hegemónica en otros periodos del capitalismo? Porque nos ayuda a comprender de qué se trata el mundo en el que vivimos y las características del modelo contra el que nos rebelamos.

Para comprender mejor en qué consiste esa cultura, sería necesario compararla con la cultura hegemónica en periodos anteriores, por ejemplo, durante el predominio de la industria y el Estado desarrollista. En aquel lapso, los trabajadores manuales de la industria sentían orgullo por su oficio y por ser productores de riqueza social (aunque una parte sustancial fuera apropiada por el patrón). Ese orgullo tomaba forma de conciencia de clase cuando se identificaban los intereses propios mediante la resistencia a los explotadores.

No era el orgullo tonto de quien se cree superior, sino el resultado del lugar que tenían los obreros en la sociedad, lugar que no habían heredado sino construido en una larga y paciente lucha. Entre mediados del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX los obreros —y a veces las obreras— se formaron a la luz de la vela luego de extenuantes jornadas de doce horas de trabajo, crearon espacios propios de encuentro y ocio (ateneos, teatros, bibliotecas, cooperativas, sindicatos), instituyeron formas de vida con base en la ayuda mutua, crearon maravillas como la Comuna de París y la Revolución de Octubre, además de una larga decena de insurrecciones urbanas. Tenían motivos para la autoestima.

No secaran la tierra. Raul Zibechi

En la vida cotidiana la cultura obrera giraba en torno al trabajo, la austeridad por convicción, el ahorro como norma de vida y la solidaridad por religión. El mameluco de trabajo y la gorra eran señas de identidad con las que andaban por sus barrios, porque no querían vestirse como los patrones; todo en sus vidas, desde la vivienda hasta los modales, los diferenciaba de los explotadores. Esa cultura tenía sesgos opresores, como bien saben las mujeres y los hijos e hijas de los obreros industriales. Pero era una cultura propia, basada en el autocultivo de sí mismos, no en la imitación de los de arriba.

Este largo rodeo pretende llegar a un punto nodal: la cultura obrera podía conectar con la emancipación. La cultura extractivista va a contrapelo. Aunque portaba elementos opresivos, aquella cultura contenía aspectos valiosos, potencialmente anticapitalistas. La cultura extractivista es el resultado de la mutación generada por el neoliberalismo, a caballo del capital financiero. El trabajo no tiene el menor valor positivo, lugar que ocupan ahora el pillaje y sus contracaras, el consumismo y la ostentación. Donde antes había orgullo por hacer, la cultura gira ahora en torno al pavoneo de marcas y modas. Mientras los obreros de antaño condenaban el robo, por razones estrictamente éticas, hoy se festeja la apropiación, aun cuando la víctima sea vecina, amiga y hasta familia.

No toda la sociedad luce esta forma de vivir, ciertamente. Pero son modos que han ganado terreno en sociedades en las que los jóvenes no tienen empleo digno ni un lugar en la sociedad, ni la posibilidad de labrarse un oficio trabajando, ni conseguir un mínimo ascenso social luego de años de esfuerzos. Ni memoria de aquel pasado, que es lo más pernicioso, ya que atenta contra la dignidad.

El extractivismo ha evaporado los sujetos, porque en la llamada «producción» sencillamente no los hay. Incluso en la esfera de la reproducción el sistema se esfuerza por mercantilizarlo todo, desde los nacimientos hasta la alimentación, arremetiendo contra el papel central de las mujeres en esos espacios. De ahí la importancia de las microresistencias: el tianguis, el barrio, los territorios populares, los espacios colectivos del más diverso tipo. Ellas alimentan las grandes rebeliones. Si es cierto que la cultura hegemónica bajo el extractivismo obstruye los procesos emancipatorios, la organización y las resistencias estamos ante la necesidad imperiosa de trabajar a contrapelo de esa cultura. Los cimientos del mundo nuevo están ahí, en la vida cotidiana. Por eso el empeño en los trabajos colectivos, en todas las resistencias. Esos trabajos moldean una cultura nueva, que rescata lo mejor de la cultura obrera e intenta (no siempre) acotar las opresiones.

* El libro «No secarán la tierra» fue publicado por la editorial Grito Manso y es de libre circulación. Correo electrónico para solicitarlo: gritomansoeditorial@gmail.com


Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/el-extractivismo-como-cultura/

 

Fuente de la Información: https://rebelion.org/el-extractivismo-como-cultura-2/

 

 

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Favelas contra Bolsonaro

Entre las imágenes que trasmiten los medios y la intelectualidad de izquierdas y la realidad concreta de los sectores populares, suele haber serias distancias. En el caso de las favelas de Rio de Janeiro, media un abismo poblado de prejuicios y de racismo.

Las imágenes hegemónicas dicen que las favelas, donde viven más de dos millones de personas, son reductos del narcotráfico, de las milicias paramilitares y que su población es despolitizada y apoya a la ultraderecha de Jair Bolsonaro. Es cierto que entre la población favelada no predominan los mismos hábitos políticos que en los barrios de clases medias, ya que no acostumbran exteriorizar sus preferencias por partidos políticos, ni participar en manifestaciones, ni formar parte de movimientos sociales.

Sin embargo, en el principal conjunto de favelas de Rio de Janeiro, la Maré, integrada por 16 favelas y casi 150 mil habitantes, los resultados electorales del 2 de octubre señalan un claro rechazo a Bolsonaro y un nítido triunfo de Lula. Según el portal Maré, en esa región el actual presidente obtuvo apenas el 37% de los votos frente al 54% de Lula, o sea 17 puntos más mientras a escala nacional la diferencia fue de sólo cinco puntos (https://bit.ly/3EsURLG).

Es cierto que caminando por sus calles sólo se observa propaganda de la derecha y en muy raras ocasiones se pueden ver panfletos de la izquierda. Que predominan los locales de las grandes y pequeñas iglesias evangélicas y que no se distinguen espacios de los movimientos populares. Que la mayoría de la población muestra un nada sorprendente desprecio por la política electoral. Pero los datos duros hablan de un rechazo contundente a la ultraderecha, mucho mayor que en otros barrios de la ciudad.

Las razones del rechazo a Bolsonaro son claras. Durante su gobierno hubo tres grandes masacres en favelas con 72 muertos. El asesinato de la concejal negra, feminista y de izquierda, Marielle Franco, por las milicias, tuvo su papel en el rechazo a la política de seguridad del gobernador de Rio. De hecho, el candidato bolsonarista Claudio Castro, que gobierna Rio y es responsable de las últimas masacres, obtuvo en la Maré 43% de los votos, cuando en el conjunto de la ciudad alcanzó el 58%.

Desde siempre se respira en las favelas un rotundo repudio a la Policía Militar, principal instrumento de control de las poblaciones pobres y negras. No se puede detectar similar actitud hacia las milicias, porque el miedo que impone la violencia paramilitar consigue acallar las voces en el espacio público. Estamos por lo tanto ante una actitud mucho más sutil, de rechazo abierto pero que no es posible expresarlo del mismo modo que en los barrios de clases medias.

La segunda razón que encuentro es que desde la revuela de Junio de 2013, el activismo en la Maré, así como en otras favelas, no ha dejado de crecer y de expresarse en la creación de multitud de espacios donde miles de jóvenes practican capoeira o funk, formas corporales propias de la cultura negra en Brasil.

La educación juega un papel importante en este sentido. En todas las favelas hay diversos “vestibulares”, espacios donde las personas jóvenes se preparan para el examen de ingreso a la universidad. El que funciona en Timbau (Maré), donde las clases están abarrotadas, ha sido construido en la década de 1990 por la comunidad, con amplia participación de las y los estudiantes.

La educación es una preocupación de las familias pobres y a la formación dedican enormes esfuerzos económicos. Aunque existen muchos “vestibulares” privados o de las derechas, también hay otros formados por educadores populares que trasmiten otros valores y formas de aprender.

El Instituto Enraizados en Morro Agudo, en Nueva Iguazú en la Baixada Fluminense (periferia urbana de Rio), fue creado por el rapero Dudú con el objetivo de “utilizar las artes integradas del hip hop como herramienta de transformación social”. Ahora montaron un “vestibular” que ya fue desbordado por jóvenes, mayoría mujeres, de la favela.

Algo similar sucede en el Morro de Chapadao, en la región Pavuna al norte de Rio, donde el Movimiento de las Comunidades Populares (MCP) mantiene una escuela comunitaria dedicada al apoyo escolar con 63 niñas y niños. “Cuando llegan a cuarto o quinto grado, son analfabetos”, comenta la educadora Inessa. La escuela estatal no tiene voluntad de enseñar a las personas faveladas, por lo que el movimiento puso en pie una escuela totalmente autónoma, sostenida por las familias y comunidad.

En tercer lugar, la pandemia movilizó a la población de las favelas en sentido opuesto a lo sucedido en los barrios “nobles”, como llaman en Rio a la ciudad formal para distinguirla de la favela. En Chapadao las familias pasaban el día entero en la calle, donde hacían fiestas y se relacionaban con sus vecinos. La precariedad de las viviendas y la certeza de que la policía no puede ingresar al Morro (totalmente cercado por barricadas de los comandos del narcotráfico), hizo que se sintieran muy seguras.

Durante la pandemia las favelas montaron espacios para la distribución de alimentos y cuidados en salud, con apoyo exterior pero sobre todo con una gran movilización interna, cuyos frutos veremos en los próximos años. En las favelas los procesos políticos no tienen resultados inmediatos, se sumergen y luego aparecen con otras características.

La expresión electoral fue apenas un reflejo de los cambios en curso en el mundo de las periferias urbanas. Aunque es imposible predecir cuándo, tenemos la certeza de que ese mundo en movimiento va a seguir creando, más allá de la indiferencia de las izquierdas electorales y de los planes genocidas de los Estados.

Fuente de la información: https://desinformemonos.org
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Rio Resiste II: Museo de la Maré

Por: Raúl Zibechi

 

La favela de Timbau, la única de las dieciséis que integran la Maré ubicada en un morro (cerro), pasa por ser una de las más tranquilas de la periferia urbana de Rio de Janeiro. La Maré es el mayor conjunto de favelas de la “Ciudad Maravillosa”, con más de 140 mil habitantes según el censo de 2010, pero durante la pandemia y la crisis puede haber registrado un importante aumento de su población.

Sin embargo, en esta visita encontré muchas más armas en la calle que en las anteriores, más modernas incluso (como fusiles de asalto Beretta), marcando siempre la existencia de territorios en disputa, de vidas en peligro. En la zona plana de la favela, cerca de la Avenida Brasil, donde estos años comenzaron a levantarse edificios de hasta cuatro y cinco plantas, se ubica el Museo de la Maré, uno de los espacios más importantes del movimiento popular negro y favelado.

El profesor Luis, geógrafo y ex guía del museo, recibe a un grupo de 16 jóvenes y curiosos para hacer un recorrido de una hora dentro de las instalaciones. Es algo completamente diferente a lo que conocemos por museo. Se ubica dentro de una antigua fábrica de transporte marítimo, describe con imágenes y objetos la historia comunitaria de un barrio que creció, literalmente, sobre las aguas.

Foto: Museo de la Maré

“Todo lo que ven aquí fue construido en mutirão”, dice Luis en referencia a los trabajos colectivos que dieron forma a las favelas que integran la Maré (marea en portugués), ya que el barrio no puede comprenderse sin referencia a las aguas de la bahía de Guanabara sobre las que creciendo, con enorme esfuerzo ante la ausencia de las instituciones estatales.

El museo fue creado por un grupo de jóvenes que viven en el barrio y son miembros del CEASM (Centro de Estudios y Acciones Solidarias de la Maré), para crear una auto-representación de la vida en las favelas, fortaleciendo una imagen positiva y la autoestima de sus residentes. Fue inaugurado en 2006 con la presencia del entonces Ministro de Cultura Gilberto Gil.

Cuenta con doce módulos que recuperan la historia, señalizados como “tiempos”. Tiempo del Agua es el primero, compuesto de fotos de mediados del siglo XX, que enseñan la construcción colectiva de los espacios, la lucha por el agua potable que cargaban desde lejos, los dolores de la pobreza y el crecimiento exponencial de la ciudad.

Tiempo de la Casa invita a subirse a un palafito donde se reproduce el interior de las viviendas de madera, de apenas un ambiente, con decenas de objetos donados por los habitantes, porque el museo fue creado por ellos y es para ellos, siendo las personas jóvenes las encargadas de cuidarlo.

A continuación se suceden los tiempos de la migración, la resistencia, el trabajo, la fiesta, la feria, la fe, la vida cotidiana y de los niños y niñas. Siempre dominados por los objetos aportados por sus pobladores. Un largo túnel oscuro inicia el Tiempo del Miedo, donde la represión, la muerte y la violencia se convierten en la nueva y terrible cotidianeidad de la represión estatal. Finaliza el recorrido con el Tiempo de Futuro, cuando el túnel sale hacia la luz del día en el inmenso patio central del museo.

Foto: Museo de la Maré

Espacios de vida comunitaria

En este espacio se reúnen estudiantes y jóvenes de las favelas para conocer algo más sobre sus raíces. De la mano de Luis, el docente-guía, llegamos hasta otro galpón donde un centenar de personas conversamos durante un par de horas sobre la realidad de la organización popular en las favelas, un tema que preocupa por la dificultad para resistir en medio de las balas cruzadas de la policía militar, los paramilitares o milicianos y el tráfico.

La propuesta, en palabras de Luis, dice que “el museo no es un lugar para almacenar objetos o rendir culto al pasado”. Por el contrario, “es un lugar de vida, de conflictos y de diálogo”. Existe un diálogo evidente entre el movimiento social de las favelas y este museo, que se retroalimentan mutuamente.

Porque además de la exposición permanente, el Museo de la Maré realiza investigaciones, desarrolla actividades educativas, seminarios y talleres de producción de material sobre la historia de las favelas. También alberga archivos, una biblioteca y realiza una muestra semanal de cine, actividades en las que participan cientos de jóvenes interesados en recuperar la memoria del pueblo negro. Publican además un periódico, Jornal O Cidadão, y cobijan actividades teatrales y debates todas las semanas.

Al disolverse la asamblea, Luis nos invita a su aula en el CEASM, donde estudian por la noche quienes quieren hacer el examen de ingreso a la universidad. Fue creado por graduados universitarios de la Maré, que buscaban democratizar el acceso a la educación, algo casi imposible para las familias si no cuentan con cierto apoyo.

Foto: Museo de la Maré

Fue creado a fines de la década de 1990. En la construcción de los edificios del predio, trabajaron estudiantes y docentes en forma de mutirão, consiguiendo de ese modo no sólo construir aulas y espacios comunes sino imprimirle un sentido comunitario que aún conserva.

Una de las principales actividades del CEASM es el Curso Preuniversitario o Vestibular, donde cientos se preparan para el examen de ingreso a la universidad que suele dejar por el camino a la inmensa mayoría de la población pobre. En 22 años consiguieron que ingresaran más de 1.500 pobladores de la Maré a las universidades públicas del Estado de Río de Janeiro.

Memorias construidas desde abajo

El aula está abarrotada de jóvenes y jóvenas que oscilan entre los 18 y los 23 años. No es fácil crear un clima de diálogo y participación. Empezamos cambiando la distribución de las sillas, que estaban alineadas como en la iglesia, colocándolas en círculo luego de un breve debate en el que concluyeron que el formato tradicional es tanto colonial como patriarcal.

Tampoco resulta sencillo destrabar la palabra, cuando existen diferencias tan evidentes en los colores de piel, entre quienes llegamos de fuera y chicos y chicas morenos de la favela. En el debate, que comienza con una pregunta provocadora, aseguran que “en 20 años Brasil estará peor que ahora”, que sus vidas personales “no van a mejorar aunque nos esforcemos” y que la opción por estudiar es más una cuestión de dignidad y autoestima que de los resultados que esperan conseguir.

Foto: Museo de la Maré

Si observamos los procesos desde abajo, veremos que desde el CEASM hasta el Museo de la Maré, desde la escuela quilombista de Alemao hasta Roça (un micro emprendimiento productivo colectivo en Timbau), se proponen lo mismo que los estudiantes que quieren ingresar a la universidad: recuperar la autoestima destruida durante siglos por la esclavitud, la represión y el empobrecimiento. Al hacerlo, recuperan modos de trabajar como el mutirão, la ayuda mutua que es seña de identidad de los pueblos negros y originarios de este continente.

Lo que se constata, cada vez que retornamos a las favelas, es el crecimiento de la autoestima colectiva que pasa por infinidad de prácticas que muchas veces son invisibles o casi imperceptibles para los ojos de afuera. Casi una década atrás, la primera vez que Timo me invitó a Timbau, al lado del local de la Roça (donde fabrican cervezas artesanales) había una peluquería que alisaba el cabello. Una larga fila se había formado un sábado de noche esperando turno.

Ese comercio cerró hace ya varios años. En su lugar, cabellos de todos los colores lucen trenzas y pelos crespos al viento, enseñando el orgullo de un pueblo que poco a poco va transformando los dolores de la opresión en voluntad de cambio.

Fuente de la información e imagen: https://desinformemonos.org

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Rio Resiste I: La Escuela Quilombista en Alemão

Por: Raúl Zibechi

“Descubrí el colonialismo en esta escuela”, sonríe Paloma, de poco más de 20 años, explicando que su participación en los talleres de la Escola Quilombista Dandara de Palmares fue un punto de inflexión en su vida. Tiempo después se incorporó como docente voluntaria en la alfabetización de niños y niñas de 8 a 10 años que en la escuela estatal ni siquiera aprender a leer.

La escuelita fue creada unos cuatro años atrás, por jóvenes que habían participado en Ocupa Alemão, un movimiento de resistencia a la militarización de la favela que nació en 2012, luego de una larga ocupación que, con la excusa del narcotráfico, pretendió intimidar a una población rebelde.

Dandara fue una guerrera negra, esposa de Zumbí, líder del Quilombo de Palmares creado por esclavos que huían de las plantaciones en el siglo XVII, en el Nordeste de lo que hoy es Brasil y era colonia portuguesa en la época. Dandara fue hecha prisionera y se lanzó al abismo desde una cantera para no volver a vivir como esclava, mientras el quilombo, que resistió casi un siglo, fue derrotado después de 18 expediciones coloniales.

Recuperar la historia para seguir resistiendo

El Complejo de Alemão en el norte del municipio de Rio de Janeiro, alberga más de 70 mil personas en 16 favelas, siendo el barrio más pobre de la ciudad. En una de las calles más amplias de la zona, se encuentra el local de lo que denominan como “escuela comunitaria”, que recibe niños y niñas de 5 a 12 años, ofreciendo diversas actividades de apoyo afectivo, social y pedagógico.

Nos reciben Paloma, una vecina de muchos años en el barrio de nombre Zilda y Leo, al que conocía de visitas anteriores. Al relatar la breve historia de la escuelita, insiste en que se trata de “una organización autónoma gestionada por vecinos y vecinas de las favelas que no recibe ninguna ayuda, ni gubernamental ni privada”.

Más que enseñar en el sentido tradicional, pretenden que los niños y niñas desarrollen su potencial y con ellos retroalimenten su territorio y la comunidad. Leo relata que antes de la pandemia la escuela funcionó en otros espacios, pero ahora lo hace en la parte delantera de la casa donde vive con su compañera Deisi, que también es docente en la escola quilombista.

Cuentan con una sala y dos habitaciones donde imparten talleres de música y arte, más baño y cocina. Y una enorme azotea donde realizan las actividades al aire libre. Ahora asisten unas quince crianças, pero antes de la pandemia llegaban a 45. Son muchos y diversos los talleres que funcionan varios días a la semana: capoeira, música, danza, artes, yoga, trenzas, apoyo escolar, audiovisual, teatro y matemáticas. Nadie recibe salario, toda la actividad es voluntaria y la escuela se mantiene con el apoyo y las colectas de madres y padres de quienes asisten.

La escuela tuvo mucha visibilidad durante la pandemia, porque en la favela había hambre y se dedicaron a distribuir cestas a las familias, siempre en base a la solidaridad dentro del barrio. “No hacemos caridad sino apoyo comunitario”, dijo Leonardo en ese momento al periódico Voz das Comunidades, del Movimento de Comunidades Populares.

Ensayan formas de trabajo adecuadas a la cultura negra y recuperan los versos del poeta Nelson Maca: “Encare sus problema y dance. Enfrente sus angustias y dance”. Poniendo el cuerpo en movimiento, van apareciendo las opresiones y las potencias liberadoras, sostienen en la escuela.

Paloma, por ejemplo, no alfabetiza en base al método de la educación popular de Paulo Freire, sino con dinámicas de juego e interacción entre niños y niñas, que muchas veces la lleva a improvisar, experimentar y buscar nuevos modos de hacer. No hay una pedagogía preestablecida, sino que se orientan en base a la recuperación de la autoestima de un pueblo avasallado, que necesita recuperarla para seguir existiendo.

Creaciones colectivas

En algún momento las palabras van girando hacia un tema sensible: las personas negras que se alisan los cabellos, para ser parecidas al modelo blanco. En este punto interviene Zilda: “Fui la primera mujer en la favela en hacerme las trenzas, pero ahora ya son muchas las que tienen”. Leo y Paloma también se lo alisaban, pero ahora lucen sus cabellos naturales. Leo recuerda que en una ocasión se le quemó parte de la piel y hasta una oreja por los ácidos que se utilizan.

Cuando afinamos las fechas en las que pasaron del alisado al pelo rizado o las trenzas, las cosas van tomando otro cariz. Algo sucedió hacia 2012 y 2013 que modificó la relación de la población negra consigo misma. En 2012 fue la reacción organizada a la ocupación militar de las favelas y en Junio de 2013 las enormes movilizaciones reclamando igualdad bajo el gobierno del Partido de Trabajadores, encabezado por Dilma Rousseff.

Sus referencias política son bien claras cuando nos acercamos a la mesa donde exponen libros cuya venta es uno de los ingresos de la escuela comunitaria: Bell Hooks, Audre Lorde y Malcolm X son muy visibles, pero también los brasileños, desde Hamilton Borges del movimiento Reaja (Reacciona) hasta el escritor Lima Barreto y la activista Beatriz Nascimento.

La escuela fue una creación comunitaria que estaba apenas dando sus primeros pasos durante mi anterior visita a Alemão, a fines de 2018 (vientosur.info/palomas-en-el-basural). En aquel momento el intercambio giró en torno al teleférico construido en 2011, desplazando decenas de familias, como parte de las monstruosas obras para albergar los Juegos Olímpicos de 2016.

Pero el teleférico cerró poco después que los últimos atletas dejaran la Villa Olímpica y ahora sólo quedan instalaciones destartaladas y la rabia de una población empobrecida y marginalizada, que contempla cómo se derrochan recursos del Estado para beneficio de las grandes empresas constructoras que, en su momento, apoyaron a Lula y a Dilma con generosos recursos para sus campañas electorales.

Creaciones colectivas como la Escuela Quilombista Dandara de Palmares se multiplican en las favelas, en particular en la última década, cuando comenzó a visibilizarse la potencia que albergan las comunidades. Para el observador externo, estas creaciones pueden parecer de escasa proyección, pero siempre debe recordarse que la favela es el espacio de la violencia estatal, del tráfico armado, de la represión pura y dura, donde la acción colectiva se enfrenta a enormes dificultades. El asesinato de Marielle Franco, en marzo de 2018 por las milicias, es apenas una muestra de ello.

La escuela no es un fin en sí misma, sino parte del actual movimiento de las favelas. Quizá una frase de Malcolm X sea la mejor síntesis de las intenciones de las decenas de personas que participan en la escuela: “La educación es un medio para ayudar a nuestros hijos y a las personas a redescubrir su identidad y, así, a aumento su auto-respeto. La educación es nuestro pasaporte para el futuro”.

* Todas las fotos, y muchas más, se pueden encontrar en la web de la escuela: https://www.facebook.com/pages/category/Community-Service/Escola-Quilombista-Dandara-de-Palmares-1956425914624411/

Fuente de la información: https://desinformemonos.org

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Violencia, no violencia y pacifismo

Por: Raúl Zibechi

Cuando se desatan guerras entre Estados, que van más allá incluso que las guerras cotidianas que sufren los pueblos de México, Colombia y Guatemala, entre muchos otros, es necesario tomar una posición clara sobre los pasos a dar. Estos días escuchamos que personas de Ucrania, de izquierda y también anarquistas, deciden incorporarse a la guerra contra el invasor.

Creo que, cuando arrecia la tormenta, es necesario girar hacia los pueblos que la vienen sufriendo de forma más intensa, como los pueblos originarios que la resisten durante cinco siglos. En su actitud podemos entender que los pasos que dan se orientan a sobrevivir como pueblos, con dignidad y autonomía. Que no buscan entrar a la guerra porque es precisamente lo que quieren los genocidas.

En esta actitud no veo atisbos de pacifismo. No tengo nada contra los pacifistas. Celebro que no hagan la guerra a la guerra, porque supone el exterminio, pero tampoco podemos criticar a quienes se defienden con las armas, ante enemigos que pretenden exterminarlos. No simpatizo con el pacifismo si excluye toda reacción no pacífica para preservar la vida, como no critico a la mujer que ante una inminente violación, responde con lo que tiene a mano.

El pacifismo a ultranza no nos ayuda al objetivo central, que consiste en re-existir como pueblos. Ahí está el caso de los rarámuris, que durante siglos se defendieron retrocedeiendo ante el avance demoledor de los conquistadores. Otros pueblos los enfrentaron, con diversa suerte. Cada quién como puede y como sabe, para seguir siendo.

Los zapatistas han optado por la resistencia civil pacífica, que no es lo mismo que la no violencia, aunque coincide en algunas aspectos. Es resistencia, o sea “ponerse duros” en palabras del subcomandante Moisés. Es colectiva, de comunidades o grupos, no apenas individual. Y es pacífica porque no responde bala por bala sino que busca caminar otros caminos.

La palabra clave es resistencia. Cuando las bases de apoyo de Nuevo San Gregorio no pueden seguir cultivando la tierra, usurpada por los “40 ladrones” que representan el núcleo duro del capitalismo, decidieron hacer carpintería y tejidos, que son las “semillas” de su autonomía en las nuevas condiciones. Sin la resistencia, no hay autonomía, no hay vida.

Cuando decimos que ante la guerra de arriba no respondemos con violencia ni con pacifismo pasivo, estamos por un lado poniendo en el centro la resistencia, pero además rechazamos la lógica de guerra porque es parte central de la acumulación de capital. Es una posición ética, sin duda. Pero es, también, el balance que de décadas de guerras como las que asolaron a los pueblos que habitan Guatemala, El Salvador y otros de nuestra América Latina, en las que los indígenas, campesinos y sectores populares pusieron los muertos.

A quienes se alistan para tomar las armas cuando su nación es invadida, como sucede en Ucrania, no creo conveniente criticarlos. No es el caso, ni el modo porque tampoco queremos, desde el campo de la izquierda de abajo, dar lecciones a nadie. Sólo se trata de mostrar otros caminos posibles, por eso la convocatoria de la jornada del domingo 13 de marzo contra la invasión es tan importante.

Lo decisivo en este momento es señalar un camino y recorrerlo. Las grandes movilizaciones zapatistas, en algunas cabeceras municipales de Chiapas, muestran un camino. Enseñan no sólo que los zapatistas siguen de pie, resistiendo y construyendo, sino muestran la necesidad de levantar la voz, ocupar la calle cuando es necesario, señalar enemigos, denunciar los modos de este sistema criminal.

Finalmente, la masiva presencia de mujeres y de jóvenes en las movilizaciones zapatistas, revela cambios muy profundos en las relaciones internas entre sexos y edades. Se trata de cambios emancipatorios, que ensanchan la diferencia entre el mundo nuevo en resistencia y el capitalismo agonizante.

Es posible que esos cambios internos tengan relación con la opción de no guerra, de resistencia civil pacífica que han hecho los zapatistas. Hemos aprendido que el EZLN obedece realmente a sus bases de apoyo, que son las que marcan los rumbos. Estamos ante una revolución interna, tan potente que está modificando el viejo “sentido común” revolucionario.

Fuente de la información:  https://desinformemonos.org

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Los (supuestos) límites del capitalismo

Por: Raùl Zibechi

Durante mucho tiempo una parte de los marxistas aseguraron que el capitalismo tiene límites estructurales y económicos, fincados en leyes que harían inevitable su (auto) destrucción.

Esas leyes son inmanentes al sistema y se relacionan con aspectos centrales del funcionamiento de la economía, como la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, analizada por Marx en El capital.

Esta tesis dio pie a que algunos intelectuales hablaran del derrumbe del sistema, siempre como consecuencia de sus propias contradicciones.

Más recientemente, no pocos pensadores sostienen que el capitalismo tiene límites ambientales que lo llevarían a destruirse o por lo menos a cambiar sus aspectos más depredadores, cuando en realidad lo que tiene límites es la propia vida en el planeta y, muy en particular, la de la mitad pobre y humillada de su población.

Hoy sabemos que el capitalismo no tiene límites. Ni siquiera las revoluciones han podido erradicar este sistema ya que, una y otra vez, en el seno de las sociedades posrevolucionarias se expanden relaciones sociales capitalistas y desde dentro del Estado resurge la clase burguesa encargada de hacerlas prosperar.

La expropiación de los medios de producción y de cambio fue, y seguirá siendo, un paso central para destruir el sistema, pero, a más de un siglo de la revolución rusa, sabemos que es insuficiente, si no existe un control comunitario de esos medios y del poder político encargado de gestionarlos.

También sabemos que la acción colectiva organizada (lucha de clases, de géneros y de colores de piel, contra las opresiones y los opresores) es decisiva para destruir el sistema, pero esta formulación también resulta parcial e insuficiente, aunque verdadera.

La actualización del pensamiento sobre el fin del capitalismo, no puede sino ir de la mano de las resistencias y construcciones de los pueblos, de modo muy particular de zapatistas y kurdos de Rojava, de los pueblos originarios de diversos territorios de nuestra América, pero también de los pueblos negros y campesinos, y en algunos casos de lo que hacemos en las periferias urbanas.

Algunos puntos parecen centrales para superar este desafío.

El primero es que el capitalismo es un sistema global, que abarca todo el planeta y debe expandirse permanentemente para no colapsar. Como nos enseña Fernand Braudel, la escala fue importante en la implantación del capitalismo, de ahí la importancia de la conquista de América, ya que le permitió, a un sistema embrionario, desplegar sus alas.

Las luchas y resistencias locales son importantes, pueden incluso doblegar al capitalismo a esa escala, pero para acabar con el sistema es imprescindible la alianza/coordinación con movimientos en todos los continentes. De ahí la tremenda importancia de la Gira por la Vida que estos días realiza el EZLN en Europa.

El segundo es que no se destruye el sistema de una vez para siempre, como debatimos durante el seminario El pensamiento crítico frente a la Hidra capitalista, en mayo de 2015. Pero aquí hay un aspecto que nos desafía profundamente: sólo la lucha constante y permanente, puede asfixiar el capitalismo. No se lo corta de un tajo, como las cabezas de la Hidra, sino de otro modo.

En rigor, debemos decir que no sabemos exactamente cómo terminar con el capitalismo, porque nunca se ha logrado. Pero vamos intuyendo que las condiciones para su continuidad y/o resurgimiento deben acotarse, someterse a control estricto, no por un partido o un Estado, sino por las comunidades y pueblos organizados.

El tercer punto es que no se puede derrotar el capitalismo si a la vez no se construye otro mundo, otras relaciones sociales. Ese mundo otro o nuevo, no es un lugar de llegada, sino un modo de vivir que en su cotidianidad impide la continuidad del capitalismo. Las formas de vida, las relaciones sociales, los espacios que seamos capaces de crear, deben existir de tal modo que estén en lucha permanente contra el capitalismo.

El cuarto es que, mientras exista Estado, habrá chance de que el capitalismo vuelva a expandirse. En contra de lo que pregona cierto pensamiento, digamos progresista o de izquierda, el Estado no es una herramienta neutra. Los poderes de abajo, que son poderes no estatales y autónomos, nacen y existen para evitar que se expandan las relaciones capitalistas. Son, por tanto, poderes por y para la lucha anticapitalista.

Finalmente, el mundo nuevo posterior al capitalismo no es un lugar de llegada, no es un paraíso donde se practica el buen vivir, sino un espacio de lucha en el que, probablemente, los pueblos, las mujeres, las disidencias y las personas de abajo en general, estaremos en mejores condiciones para seguir construyendo mundos diversos y heterogéneos.

Creo que si dejamos de luchar y de construir lo nuevo, el capitalismo renace, incluso en el mundo otro. El relato del Viejo Antonio que dice que la lucha es como un círculo, que empieza un día pero nunca termina, tiene enorme actualidad.

 

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/11/19/opinion/021a1pol

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La venganza de los virus

Uno de los problemas que aquejan al pensamiento crítico en este periodo de casos sistémicos, se relaciona con el tiempo y, de modo particular, con cierta fijación en las coyunturas y en los acontecimientos, o en el tiempo corto, según el historiador Fernand Braudel. Como si lo decisivo fuera el último discurso del candidato, la nueva ley aprobada o la genial iniciativa de algún dirigente.

Para el historiador, los acontecimiento son polvo, sucesos que se los lleva el viento y que no dejan más que vagos recuerdos; si los dejan. Braudel no desestimó ninguno de los tres tiempos que estudió, pero siempre se mostró fascinado por la larga duración, el tiempo largo, el de las estructuras y las continuidades, al que llegó a definir como el tiempo de los sabios.

De algún modo, es el tiempo de los pueblos originarios. Mayores se refieren casi siempre a los cinco siglos con los que nombran el inicio de una nueva era, plagada de desastres. Raras veces se enfocan en las coyunturas, a las que suelen abordar, casi, como meras anécdotas.

En 1995, Immanuel Wallerstein que se decía inspirado por Braudel, escribió un texto que hoy tiene rabiosa actualidad: Así como hace 25 años al parecer alcanzamos un pico en el fortalecimiento de las estructuras estatales, es posible que también hayamos alcanzado un pico en el ataque mundial, que ya duraba dos siglos, contra las enfermedades infecciosas y contagiosas. Es posible que la arrogante utilización de soluciones dramáticas haya dañado algunos mecanismos ecológicos de protección, posibilitando la aparición de enfermedades epidémicas terribles antes desconocidas [*].

Una cita que daría para un seminario. En efecto, en esas dos frases aparecen varios conceptos fuertes.

Sabemos que dos siglos de ataque a virus y bacterias, incluyendo la sobreutilización de antibióticos y el consumo masivo de comida chatarra, han dañado las defensas del organismo humano, de los no humanos y del planeta Tierra. Wallerstein se refiere a dos siglos que coinciden con la aparición de las primeras vacunas y del comienzo del ataque sistemático, equiparable a bombardeos, contra virus y bacterias.

Lo más notable, desde mi punto de vista, es su capacidad de emparejar el devenir de los estados con el del combate a las enfermedades, lo que evidentemente sugiere que estamos ante dos facetas ineludiblemente entrelazadas. Existe un solo planeta y lo que suceda con una de las variables se relaciona, inevitablemente, con las demás. Esta realidad sólo la podemos aquilatar si la miramos con los lentes de la larga duración, que disuelve los compartimentos estancos que está reproduciendo el pensamiento crítico.

El segundo aspecto que me parece necesario destacar, es el que menciona como soluciones dramáticas que, a la larga, no solucionan nada. ¿Qué conclusiones podemos sacar de estos dos siglos de guerra contra los virus? Una fundamental es que los virus vuelven, retornan porque pueden mutar pero, sobre todo, porque son parte de la vida, esa que no se puede eliminar sin provocar algo así como el suicidio de la especie.

En este punto entran las vacunas, que empiezan a ser obligatorias en algunos países y que se proponen como la solución única a la pandemia. Debo aclarar que quien esto escribe está vacunado de dos dosis, de modo que no milito entre los antivacunas, aunque tenga dudas sobre su eficiencia y su conveniencia. El punto es otro.

Administrar vacunas masivamente puede ser un modo de atajar la pandemia, puntual y coyuntural, pero que no elimina las futuras pandemias y, como señala Wallerstein, puede estar agravando el daño a los mecanismos ecológicos de protección. Aquí aparecen dos cuestiones. Una, que si no se abordan las causas profundas de la pandemia, como la deforestación y los gigantescos criaderos de animales para el consumo de carne, los virus volverán y serán más dañinos.

Dos, que al parecer no hemos aprendido nada de estos dos siglos: el bombardeo sistemático a virus y bacterias para combatir infecciones y enfermedades ha dañado nuestro sistema inmunitario, quizá de forma irremediable. Pero seguimos insistiendo en la misma receta, sin hacer balance de lo que nos puede enseñar la larga duración.

La arrogancia de la humanidad, profundizada por gobernantes ególatras (de derecha y de izquierda), atontada con la zanahoria del consumo, utilizada y fomentada por el capital, hace muy difícil desandar el camino de la autodestrucción. Sólo pueblos originarios enseñan caminos diferentes, precisamente porque no han abandonado la cultura de la larga duración. Se vacunan pero además cultivan sin agrotóxicos, por poner un ejemplo.

Por último, confiar en los estados es tan ingenuo como confiar la salud colectiva a las multinacionales farmacéuticas, que sólo piensan en ganancias gigantes por su control monopólico del mercado. Una salud autónoma que se construya a contrapelo del mercado y del Estado, es tan posible como urgente.

Fuente: https://rebelion.org/la-venganza-de-los-virus/

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