Entre las imágenes que trasmiten los medios y la intelectualidad de izquierdas y la realidad concreta de los sectores populares, suele haber serias distancias. En el caso de las favelas de Rio de Janeiro, media un abismo poblado de prejuicios y de racismo.
Las imágenes hegemónicas dicen que las favelas, donde viven más de dos millones de personas, son reductos del narcotráfico, de las milicias paramilitares y que su población es despolitizada y apoya a la ultraderecha de Jair Bolsonaro. Es cierto que entre la población favelada no predominan los mismos hábitos políticos que en los barrios de clases medias, ya que no acostumbran exteriorizar sus preferencias por partidos políticos, ni participar en manifestaciones, ni formar parte de movimientos sociales.
Sin embargo, en el principal conjunto de favelas de Rio de Janeiro, la Maré, integrada por 16 favelas y casi 150 mil habitantes, los resultados electorales del 2 de octubre señalan un claro rechazo a Bolsonaro y un nítido triunfo de Lula. Según el portal Maré, en esa región el actual presidente obtuvo apenas el 37% de los votos frente al 54% de Lula, o sea 17 puntos más mientras a escala nacional la diferencia fue de sólo cinco puntos (https://bit.ly/3EsURLG).
Es cierto que caminando por sus calles sólo se observa propaganda de la derecha y en muy raras ocasiones se pueden ver panfletos de la izquierda. Que predominan los locales de las grandes y pequeñas iglesias evangélicas y que no se distinguen espacios de los movimientos populares. Que la mayoría de la población muestra un nada sorprendente desprecio por la política electoral. Pero los datos duros hablan de un rechazo contundente a la ultraderecha, mucho mayor que en otros barrios de la ciudad.
Las razones del rechazo a Bolsonaro son claras. Durante su gobierno hubo tres grandes masacres en favelas con 72 muertos. El asesinato de la concejal negra, feminista y de izquierda, Marielle Franco, por las milicias, tuvo su papel en el rechazo a la política de seguridad del gobernador de Rio. De hecho, el candidato bolsonarista Claudio Castro, que gobierna Rio y es responsable de las últimas masacres, obtuvo en la Maré 43% de los votos, cuando en el conjunto de la ciudad alcanzó el 58%.
Desde siempre se respira en las favelas un rotundo repudio a la Policía Militar, principal instrumento de control de las poblaciones pobres y negras. No se puede detectar similar actitud hacia las milicias, porque el miedo que impone la violencia paramilitar consigue acallar las voces en el espacio público. Estamos por lo tanto ante una actitud mucho más sutil, de rechazo abierto pero que no es posible expresarlo del mismo modo que en los barrios de clases medias.
La segunda razón que encuentro es que desde la revuela de Junio de 2013, el activismo en la Maré, así como en otras favelas, no ha dejado de crecer y de expresarse en la creación de multitud de espacios donde miles de jóvenes practican capoeira o funk, formas corporales propias de la cultura negra en Brasil.
La educación juega un papel importante en este sentido. En todas las favelas hay diversos “vestibulares”, espacios donde las personas jóvenes se preparan para el examen de ingreso a la universidad. El que funciona en Timbau (Maré), donde las clases están abarrotadas, ha sido construido en la década de 1990 por la comunidad, con amplia participación de las y los estudiantes.
La educación es una preocupación de las familias pobres y a la formación dedican enormes esfuerzos económicos. Aunque existen muchos “vestibulares” privados o de las derechas, también hay otros formados por educadores populares que trasmiten otros valores y formas de aprender.
El Instituto Enraizados en Morro Agudo, en Nueva Iguazú en la Baixada Fluminense (periferia urbana de Rio), fue creado por el rapero Dudú con el objetivo de “utilizar las artes integradas del hip hop como herramienta de transformación social”. Ahora montaron un “vestibular” que ya fue desbordado por jóvenes, mayoría mujeres, de la favela.
Algo similar sucede en el Morro de Chapadao, en la región Pavuna al norte de Rio, donde el Movimiento de las Comunidades Populares (MCP) mantiene una escuela comunitaria dedicada al apoyo escolar con 63 niñas y niños. “Cuando llegan a cuarto o quinto grado, son analfabetos”, comenta la educadora Inessa. La escuela estatal no tiene voluntad de enseñar a las personas faveladas, por lo que el movimiento puso en pie una escuela totalmente autónoma, sostenida por las familias y comunidad.
En tercer lugar, la pandemia movilizó a la población de las favelas en sentido opuesto a lo sucedido en los barrios “nobles”, como llaman en Rio a la ciudad formal para distinguirla de la favela. En Chapadao las familias pasaban el día entero en la calle, donde hacían fiestas y se relacionaban con sus vecinos. La precariedad de las viviendas y la certeza de que la policía no puede ingresar al Morro (totalmente cercado por barricadas de los comandos del narcotráfico), hizo que se sintieran muy seguras.
Durante la pandemia las favelas montaron espacios para la distribución de alimentos y cuidados en salud, con apoyo exterior pero sobre todo con una gran movilización interna, cuyos frutos veremos en los próximos años. En las favelas los procesos políticos no tienen resultados inmediatos, se sumergen y luego aparecen con otras características.
La expresión electoral fue apenas un reflejo de los cambios en curso en el mundo de las periferias urbanas. Aunque es imposible predecir cuándo, tenemos la certeza de que ese mundo en movimiento va a seguir creando, más allá de la indiferencia de las izquierdas electorales y de los planes genocidas de los Estados.