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Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca: La potencia educativa de la comunidad

Por: Raúl Zibechi

 

“La UACO es el movimiento de los pueblos originarios. La UACO es la resistencia contra las empresas transnacionales eólicas, mineras, papeleras, de extracción de agua. La UACO es la APPO. La UACO es una serie de compañeras y compañeros que han estado cerca de esas luchas incluso a nivel nacional, como el zapatismo”.

Las palabras flotan sobre el círculo que forman miembros de la Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca, en el que se confunden autoridades y estudiantes1. A poca distancia, en los salones del Bachillerato Integral Comunitario (BIC), los miembros del equipo de Desinformémonos están impartiendo talleres a más de un centenar de estudiantes de los diferentes niveles que funcionan en Santa María Yaviche, en un clima de entusiasmo y buen ánimo.

En la ronda no hay posibilidad, casi, de identificar quién está formulando las ideas, ya que las voces se superponen y nadie tiene interés en pronunciar el “yo”. Sostienen que la experiencia de la universidad es “un concentrado de una historia de luchas por la educación y por eso la propuesta no consiste en edificios y planes de estudio, sino más bien reconocer que nuestro de trabajo es el territorio, es la montaña, la llanura, la selva, los ríos, las lagunas…esas son nuestras escuelas”.

En Yaviche tienen muy claro que se están centrando en el aprendizaje y no en la educación, aunque también quedan docentes que se siguen colocando del lado de quien enseña. Sin embargo, el consenso comunitario dice que “la propuesta educativa se propone fortalecer los procesos organizativos y los procesos de producción en los territorios”.

Historia de resistencia educativa

Un pueblo colgado en la verde montaña, tapizado de ríos y neblinas, valles profundos y escarpados que hacen la geografía de la sierra de Juárez y explican en gran medida la existencia de procesos educativos autónomos. Llegar hasta Santa María Yaviche demanda cinco o seis horas por carretera y caminos de tierra atravesados por arroyos y deslaves de los cerros.

La geografía le puso límites a la presencia del Estado. “Muchos compañeros y compañeras en la periferia del Estado gestionaron sus propias primarias y bachilleratos desde hace ya 40 años. Aunque fueran del Estado, ellos los gestionaron y educación básica quedó en mano de las maestras y los maestros. En otros territorios de esa misma periferia se detonaron los bachilleratos comunitarios, como el Bachillerato Integral Comunitario de Yaviche, que mucho antes de ser reconocido ya era bachillerato comunitario”.

A partir de estas generaciones de docentes comunitarios, entre 2005 y 2010 empezaron a reflexionar sobre la universidad propia. “Siempre a partir del reconocimiento del territorio y de poder organizar a nuestra gente para el cuidado y la defensa del territorio”, se escucha en la ronda.

Rigoberto, el rector, destaca las particularidades oaxaqueñas, ancladas en “las formas de vida, la cultura y la identidad que cargamos”. Un ejemplo son los más de 400 municipios gobernados por usos y costumbres, o que algunas regiones del estado, como la norte, tengan propuestas propias a nivel de organización comunitaria y sistema de cargos y de gobierno propio.

No todo es geografía y tradiciones. Una voz lo recuerda: “En contra de lo que se piensa, la comunidades analizan su propia realidad y pueden detectar amenazas desde la educación por la política educativa y toman decisiones. También porque hay mucho activismo desde el magisterio oaxaqueño. Se puede ver la pérdida de valores, que la madre tierra no está siendo respetada, porque las prácticas campesinas están siendo modificadas rápidamente y están enfermando el cuerpo-territorio”.

La misma voz señala que la vulneración de la madre tierra se encuentra claramente en los planes de estudio que deben aplicar los maestros, por eso empiezan a gestionar sus escuelas. “A veces el Estado las coopta pero otras no. Hay liderazgos que encabezan estas discusiones que pueden consolidarse o desviarse. Se busca recrear conocimientos para que la comunidad siga existiendo”.

En Yaviche llevan ya diez años en la educación media superior y 40 en experiencias locales de preparatorias, que vienen exigiendo reconocimiento. “Estas propuestas y estos recorridos nos fuimos encontrando en el camino en 2018 y ahí hicimos una propuesta a nivel estatal”, destaca el rector.

Las referencias ideológicas de la UACO se conjugan con la “comunalidad”, con la trayectoria de Floriberto Díaz y Félix Martínez Luna que, sigue Rigoberto, “son parte de este proceso”. Yo soy parte de la cuarta generación de los cuadros locales, de los procesos de vida”, siempre inspirados en las prácticas comunitarias

Una Universidad diferente

Todo lo sostiene la comunidad. Los edificios donde funcionan los Centros Universitarios Comunales (CUC) pertenecen la comunidad. “El recurso del Estado es raquítico, no cubre casi nada, la mayor parte viene de las comunidades que ponen luz, agua, espacios o casas comunales, el transporte y alojamiento de los facilitadores”, enfatiza la ronda. Explican que los facilitadores son en esta experiencia los docentes que provienen de las comunidades, y se mantienen con sus trabajos porque no reciben dinero de la UACO.

“Aquí están dando su tequio y eso es un requisito si quiere ser de la UACO. Dar tequio es un de los principios de la comunalidad, es el servicio”.

Los facilitadores hacen asambleas en cada uno de los 16 CUC para decidir los proyectos educativos. Son facilitadores que ponen en común los pocos dineros que llegan y deciden cómo repartirlos. “En un centro comunitario puede haber 15 facilitadores y sólo llega dinero para tres que tienen contrato. Entonces lo que llega para esos tres lo dividimos entre 15, y la comunidad los ayuda con alimentos y transporte”.

Cuando abordamos la estructura interna de gobierno de la UACO, se dibujan algunas sonrisas. “La asamblea académica es la estructura de gobierno, integrada por dos representantes de cada CUC, un varón y una mujer, que elige al rector y a los demás cargos”. Aunque no lo dicen de este modo, es evidente que la lista de cargos cumple con las exigencias del Estado, pero la estructura se desdibuja por la potencia de la cultura y la lógica comunitarias que se imponen en cada espacio.

Como ejemplo de un Estado que pretende disciplinarlos, está la decisión de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que “metió una queja porque dice que no consultamos a los pueblos indígenas, y por eso invalidaron la ley de nuestro nacimiento”. ¿Cómo puede ser que los pueblos originarios deban consultar a los pueblos originarios para tomar una decisión?

En lo formal, cuentan con rector, coordinador académico, administrativo, financiero y secretario. Los cargos duran tres años y la asamblea académica sesiona cuatro veces al año, pero en cualquier momento pueden convocar un pleno extraordinario.

Mucho más apasionante que la estructura organizativa son los modos como trabajan, inspirados en principios comunales. “Tenemos que sacar a nuestras juventudes a que se vuelvan a conectar con el territorio, y si no lo hacemos ya no es nuestro territorio”.

La UACO busca adaptarse a las necesidades de cada región, por lo tanto no hay un currículum homogéneo y en cada centro puede ser diferente. Los diseños o los imaginarios de lo que quieren aprender surgen en cada uno de los centros. En total son 17 licenciaturas, tres ingenierías, tres maestrías y una especialidad.

La propuesta educativa busca fortalecer los procesos organizativos y de producción en los territorios. “En la zona del istmo hay tres CUC en las orillas del sistema de lagunas, donde trabajamos con comunidades ikoot que viven de la pesca”, dice alguien que vive en esa región. “En mi municipio hay 16 cooperativas pesqueras que tienen más de 20 años. Lo que pensamos es que una universidad comunal tiene que estar ahí para fortalecerlas, acompañarlas, no estamos formando para que se vayan, la propuesta es que se queden, porque la educación tradicional educa para que las personas migren y sólo retornen cuando ya sean viejas”.

Yaviche tiene 651 habitantes según el censo propio. Uno de sus mayores orgullos es que casi no tienen migrantes, cuestión que explican tanto por las diversas iniciativas educativas, desde la escuela hasta la universidad, así como por la diversidad de proyectos productivos, desde cultivos y energía eléctrica hasta internet y radio comunitarias.

“La cuestión es reproducir el sistema comunal, no irse a asignaturas que nunca van a necesitar”. Por eso tienen una licenciatura en bio-construcción porque la vivienda es algo fundamental, y ya se observan muchas viviendas con ladrillos de barro. Cuentan con licenciaturas en salud integral comunitaria, agroecología y sistemas alimentarios comunales, derecho comunal y cooperativismo. “Son las necesidades históricas de los pueblos”.

Romper con el capitalismo

Las metodologías marcan a fuego las diversas experiencias educativas. “La pregunta no es qué hacer sino cómo lo hacemos”. La clave consiste en “generar ambientes de aprendizaje comunales desde la vida propia”. Eso pasa por recuperare los modos propias, algo que abarca también los modos de evaluar.

“Hay especialistas en comunalidad pero que nunca han dado un cargo o un tequio. Si hay un estudiante que se sabe de memoria los principios de la comunalidad pero es individualista, ese no aprueba”.

Para la UACO se trata de poner la vida en el centro frente a un sistema que pone la muerte y la violencia en el centro. “Desindividualizarse” es la palabra clave que permite abrir un proceso de generar colectividad.

A la hora de evaluar a los más de 1.300 estudiantes, tienen dos sistemas: el interno y el tradicional que le muestran al Estado que siempre quiere números. “Aquí en Yaviche valoramos la parte comunitaria, si dan tequio, si cumplen con los cargos, si hay respeto a las personas, cómo es la relación con la comunidad. Cada facilitador tiene su método”.

Tienen tres niveles para evaluar: en proceso, comprendido y asimilado. Cuando se le define “en proceso”, es porque “aún no comprendió el territorio y la experiencia, que en el lenguaje tradicional sería 7 para abajo. Comprendido es el 8, lo entendió y hasta ahí pero falta algo. Asimilado es que lo comprendió y pero además lo practica”.

Quienes ingresan a la UACO pasan durante un año o año y medio por un curso introductorio o tronco común, como dicen en la ronda. “Ahí vemos los pilares de la comunalidad, el territorio, el sistema de cargos, el tequio o trabajos colectivos y la asamblea, siendo la fiesta que el techo. De ahí se despliegan líneas de trabajo. En ese año y medio cambiamos a esos muchachos para que reconozcan el suelo que pisamos, a nuestra gente, y una vez que tenemos y entonces después viene la especialidad”.

Una frase resume la intencionalidad de la UACO: “Sacarles el chip capitalista y extractivo por la colectividad, la organización comunitaria y la defensa del territorio”.

1 En la ronda participaron Rigoberto Vázquez García que fue elegido como rector, Sebastián Espina, Daniel Vázquez, Alfredo García, Nazaret García López Jiménez y Eufemio Felipe Giménez.

Fuente de la información e imagen:  https://desinformemonos.org

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Bogotá II. Descolonizando el arte

Por: Raúl Zibechi

“La calle y lo comunitario descolonizan el arte, porque aquí no tenemos escuela de muralismo y en la universidad te enseñan sólo arte europeo”, descerraja Jesús en la ronda que se fue formando en el local del colectivo Arto Arte, empeñado en intervenir la ciudad desde el distrito de San Cristóbal.

En grupo nació hace trece años en los Altos de Fucha, en el mismo distrito, a raíz de encuentros musicales. Se definen como “un colectivo interdisciplinar y de artistas que viene trabajando desde el año 2009, en la articulación de procesos comunitarios por medio de la intervención artística en el espacio público desde el muralismo y el accionar comunitario” y consideran que la participación de la comunidad es la clave de la creatividad artística y del derecho al acceso a la ciudad.

Más allá de esa definición que aparece en su web, son militantes sociales que se vuelcan en sus comunidades para fortalecerlas a través del arte, sobre todo de murales que siempre se elaboran en colectivo, de forma co-participativa y co-creativa.

Una de las cuatro integrantes actuales de Arto Arte, Clara, razona que “encontramos personas que no terminaron la primaria y nos mostraron sus habilidades en los talleres de arte”. Consideran el muralismo como una forma de comunicación popular y sostienen que se trabajo consiste en “acompañar los procesos populares y barriales”.

Ese acompañamiento los llevó a crear la Bienal de Arte Comunitario, cuya primera edición se realizo en 2017 y este año organizarán la cuarta en apenas dos meses bajo un lema decidido comunitariamente y muy adecuado para estos tiempos de progresismos: “Ninguna Decisión Sobre Nosotros Sin Nosotros”.

Se trata, señala Clara, de “encuentros a través de las artes para pensarnos colectivamente”. Jesús tercia diciendo que se trata de “encuentros para discutir, porque estamos viendo que lo cultural puede movilizar al barrio desde el momento que tomamos calles, parques, canchas deportivas y cualquier espacio público donde vamos forjando la gráfica popular”.

Una definición algo más formal, dice: “El trabajo del colectivo se ha enmarcado en revitalizar y reflexionar sobre los espacios comunitarios para la localidad y la ciudad a través de proyectos de investigación y creación artística, generando diálogos entorno a la importancia del espacio público, la memoria, el territorio, el patrimonio y el medio ambiente, lo que nos ha consolidado como un referente de la localidad y la ciudad en cuanto a proceso artísticos desde la artes plásticas, el arte urbano y el arte comunitario a partir de la investigación participativa artística y la creación colectiva de diversos lenguajes artísticos” (recorriendonuestrasvoces.com).

Un arte para la paz

Hace cinco años realizaron el mural más grande de Bogotá, “Conexión Arbórea”, que lo definen como “un mural en torno a la memoria y la vida”. Tiene 1.400 metros cuadrados y lo plasmaron con el apoyo de Machete Colectivo Gráfico, otro grupo de artistas comunitarios. Fue el fruto de un trabajo de investigación con la población de dos barrios de San Cristóbal, indagando sobre la memoria y el medio ambiente.

Se trata de una metáfora del modo en que las cosas encuentran su lugar y su relación con la vida. “La memoria y la vida encuentran en esas conexiones el puente de transición entre el pasado y el futuro, que se descubren en el diálogo con los más cercanos”, explican los autores.

Otro de los proyectos fue Cuadras Armónicas, que consiste en pintar fachadas de viviendas que de algún modo cuentan su historia, con el objetivo de que “al caminar pudieras detenerte frente a cualquier casa y contemplar la historia de tus vecinos, de tus abuelos, de las plantas y los animales que te rodean” (http://colectivoartoarte.blogspot.com/).

En su objetivo de embellecer los barrios y las calles de San Cristóbal, apelan a diferentes técnicas de intervención artística y de murales, como el mosaico, la pintoescultura, el stencil, el grafitti y el grabado. Lo que les interesa no es la búsqueda de la perfección artística, sino “reflexionar por medio de estos lenguajes artísticos sobre asuntos que nos tocan a todos: la memoria histórica barrial, la flora y fauna de los Cerros Orientales de Bogotá, el acceso al arte y la generación de una cultura de reconciliación y no violencia”.

En un país que lleva casi un siglo de violencias ininterrumpidas, la propuesta de Arto Arte y de otros colectivos volcados en el arte comunitario, nos dice que el impulso de una cultura de la no violencia puede ser uno de los modos del anti-capitalismo concreto, no teórico ni discursivo.


El estallido como viraje social y cultural

El video “Una plegaria por las víctimas del Estado” (https://goo.su/7M5FP) denuncia la violencia policial durante el estallido. Arto Arte incursiona en varias modalidades: murales, audiovisuales, gráfica, textos, fotos, y todo aquello que les permita conectar con la cultura popular y afianzar las redes de abajo. Este video se realizó durante la revuelta y trasmite denuncia y creación colectiva.

“Durante el estallido salieron muchos artistas a dejar impresa, en paredes y calles, su visión del conflicto y del país”, añade Jesús. Fue un desborde de creatividad y de expresión colectiva. “Abundaron los encuentros colectivos de primeras líneas, feministas, artistas y estudiantes, que tomaban las calles y pintaban en colectivo, en medio de diálogos políticos. Nadie salía a pintar solo”.

Relatan que en la realización de algunos murales se juntaban cien, doscientas o más personas, desafiando la represión policial. De ese modo surgió el colectivo Recorriendo Nuestras Voces (recorriendonuestrasvoces.com) en base a la respuesta de ocho organizaciones del distrito San Cristóbal, a las que se fueron sumando otros colectivos formados durante la revuelta.

“Lo colectivo cambia la estética”, agrega Edwin, generando un debate sobre la descolonización del arte. Luego de varios intercambios, parecen acercarse a una suerte de consenso: lo que descoloniza el arte es lo colectivo/comunitario, superando la herencia de la firma individual de la obra, de neto corte burgués y capitalista; pero no sólo, también hacerlo en el espacio público, ocupando sitios que se resignifican con murales, grafitis y sobre todo con la presencia masiva de vecinos y vecinas.

“Lo que descoloniza es la calle”, sería una buena síntesis del debate. Pero alguien agrega la influencia de lo indígena en todas las expresiones artísticas de la revuelta. Lo popular-barrial se va impregnando de las estéticas y cosmovisiones del principal actor colectivo de Colombia: los pueblos originarios, muy particularmente del mundo nasa y misak, pese a que son apenas el uno por ciento de la población.

Mural colectivo en la Unitierra de Bogotá

Luego de la revuelta, los colectivos de San Cristóbal hicieron una suerte de cartografía de todos los grupos del distrito: “Llegamos a 136 organizaciones, pero deben existir algunas más”, tercia Clara. Una cantidad enorme para una población de medio millón de personas.

Para cambiar el mundo, destacan los zapatistas, hace falta un tanto de dignidad. No se trata de herramientas ni de caminos. El mundo puede cambiarse desde cualquier lugar y con los modos más diversos. Los murales de Bogotá enseñan algo de eso: una sociedad otra está burbujeando, desde muy abajo, en el seno de este mundo decadente.

Fuente de la información e imagen:  https://desinformemonos.org
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Cecosesola: ética y valores para superar el capitalismo

Por: Raúl Zibechi

 

“En ocasiones vendemos a pérdida para no perjudicar a la comunidad”, comenta Gustavo Salas, uno de los fundadores del movimiento y referente sin poder orgánico, sólo ético. Durante semanas se reúnen productores rurales que integran las cooperativas con trabajadores urbanos de la red, hasta que llegan a consenso sobre los precios.

Ponen a debate los costos y las dificultades, y cuando llegan a acuerdos ambas partes los respetan, aunque el mercado haya subido o bajado los precios. Así, el tomate que acordaron venderlo a 20 bolívares ahora se vende en la calle a menos de la mitad, porque las ferias de Cecosesola decidieron vender a pérdida, para respetar lo acordado y no perjudicar ni a los productores ni a los consumidores.

“La escasez nos dio empatía con la comunidad”, agrega otra voz, mientras Salas se muestra preocupado por “la falta de exigencia en la calidad del producto, ya que a veces nos llega en condiciones en las que no podemos venderlo”. Esto lleva a debates extensos en los que surge que el escaso cuidado que se tiene con la tierra termina afectado lo económico, tanto la cantidad como la calidad de los cultivos.

Entre todos, todo

Los martes es día de asambleas múltiples y multitudinarias. En el enorme espacio de la feria del Centro, durante la mañana se reúnen cuatro grupos abordando diferentes problemas y hacia el mediodía se juntan en el espacio techado, para poner en común y debatir entre unas 200 personas todas las cifras de la semana, desde las ventas hasta las deudas.

Micrófono en mano, Wilson Alvarado va explicando los datos proyectados en la pared: inventarios, liquidez en bancos, cuentas a pagar y un largo etcétera. Los trabajadores asociados siguen con atención sus explicaciones y hacen preguntas para aclarar dudas. “Todos conocemos todos los números, incluso el que entró al movimiento en la última semana”, explica alguien a mi lado.

De ese modo, se pueden hacer responsables por lo colectivo, mientras en las organizaciones burocráticas sólo la dirección maneja los datos. En la exposición de Wilson surge que están vendiendo casi al costo, con apenas un 0,35% de ganancia y que en la primera semana de junio entre todas las ferias vendieron 1,4 millones de dólares. Celebran cuando aumentan los compradores en las ferias y cuando disminuyen buscan las razones y aparecen soluciones.

Cientos de trabajadores siguen las explicaciones sobre contabilidad

También se debaten los problemas: que faltaron cestas en las que se depositan los alimentos y debe buscarse dónde están; que en la semana fue insuficiente la cantidad de papa y de melón, al parecer por las lluvias, así como otros productos. Luego cada grupo expone en papelógrafos los principales números de cada feria. Me sorprende que todas y todos son muy jóvenes, ya que a la hora de los ingresos de nuevos trabajadores el movimiento prioriza a los menos de 40.

Wilson, quien ha explicado los números globales, tiene ahora 35 pero empezó con 10 años en las cajas, embolsando víveres. “Mis padres y mis hermanos me llevaban a las ferias y luego fui aprendiendo oficios, rotando entre varias tareas y ahora estoy en las oficinas en compras”. Recorrió un proceso muy similar al de muchos trabajadores que ingresaron en tareas muy simples y fueron creciendo.

Hay casos de embolsadores que hoy son médicos o técnicos, apegados a un movimiento que los hizo crecer, como José Raúl que después de embolsador fue camillero, técnico de laboratorio y hoy está en contabilidad. Milagros de la rotación y el compromiso: todos ellos participan en las ferias, ya sea en las cajas, barriendo, cargando víveres o acomodando los productos.

Wilson explicando la contabilidad del movimiento

La salud integral y comunitaria

El Centro Integral Cooperativo de Salud (CICS), un edificio de tres plantas, fue construido con recursos propios, sin recurrir al Estado ni a la banca. El diseño fue largamente debatido entre los miembros del movimiento y los ingenieros que aceptaron el desafío de socializar el proyecto. Las maquetas iban y venían a las asambleas y reuniones, donde cada socio podía hacer observaciones y propuestas, proceso que demandó tres años.

El resultado es notable: la obra fue apropiada por la comunidad que se vuelca en el centro de salud. Además de espacios para que las familias confraternicen haciendo yoga o tai chi, o bailando, en la recorrida se descubre que las habitaciones de los internos tienen terrazas amplias que se comunican entre sí. De ese modo, los internados pueden relacionarse entre ellos sin pasar por el tradicional control jerárquico.

El centro atiende 200 mil consultas anuales en las numerosas especialidades que ofrecen, desde cardiología, gastroenterología, medicina interna, nutrición, otorrinolaringología, psiquiatría, traumatología y urología, además de las “alternativas” como acupuntura, hidroterapia, tai chi, yoga, masajes y parto natural respetado.

Cuentan con  20 camas de hospitalización, dos quirófanos, laboratorio, radiología y ecografía. Pero lo más notable es que un centro de salud con semejante masividad y complejidad es gestionado de modo asambleario, las tareas son rotatorias (aunque no los médicos) y todos pueden participar en las decisiones colectivas. Pero la gestión no es sencilla. La participación de los médicos sigue siendo incipiente aunque aseguran que han hecho avances durante la pandemia y la crisis.

Asamblea semanal de gestión del centro de salud

El CICS realiza 25 cirugías semanales y 1.500 análisis de laboratorio, de muy diversas especialidades. La doctora Carmen, que acompaña partos y atiende cajas en la feria del Centro, se muestra orgullosa del avance que han conseguido en base a un minucioso trabajo con las embarazadas y sus familias: al comienzo, en 2009, hubo 69 cesáreas y sólo dos partos, “pero ya el año pasado hubo más partos que cesáreas”.

En la ronda del parto natural se menciona la dificultad que encuentran para que los médicos cedan su poder y aseguran que la integración de las familias facilita que sean más flexibles. En algunos casos sustituyen la sacrosanta “junta médica” para abordar situaciones de pacientes delicados o terminales por reuniones de médicos, pacientes y familiares para tomar decisiones. Según Lizeth, “los médicos que trabajan sólo en Cecosesola tienen una actitud diferente”.

Porque lo habitual sigue siendo que los médicos trabajen en varios hospitales para obtener mayores ingresos. En el CICS tienden a reproducir la misma cultura, sin apreciar las diferencias y siempre desconfiados a que personas que consideran de inferior categoría o formación, pueden opinar y tomar decisiones sobre su trabajo. En el CICS hay 105 trabajadores de los cuales unos 40 son médicos.

Muchos trabajadores rotan tareas, luego de trabajar en ferias se formaron como enfermeras percibiendo todos y todas los mismos ingresos, a excepción de los médicos. He escuchado a biotecnólogos del laboratorio explicar que acuden a trabajar a las ferias como algo ya habitual, o participan en jornadas de cocina, porque el centro de salud cuenta con un comedor comunitario. Como sucede en todos los espacios de Cecosesola, el comedor es un espacio importante para crear comunidad.

La crisis contribuyó a acercar a algunos médicos a la vida colectiva. Cuando no había gasolina, decidieron recoger a todos los trabajadores en los autobuses de Cecosesola. El resultado fue que unos cuantos médicos compartieron transporte y tiempo con enfermeras, auxiliares, limpiadoras y cocineras, lo que generó cercanías imposibles en tiempos normales.

Al final de la ronda por el centro de salud intercambiamos impresiones de modo informal, que es cuando aparecen algunos de los detalles más reveladores de la vida colectiva. Todas y todos llevan muchos años en el movimiento. Quizá por eso Gabriela, de 73 años, critica duramente “los vicios y el consumismo”, porque éste provoca envidias; Lizeth agrega que la red de cooperativas “somos una escuela”; Wilmary hace hincapié en “la austeridad”, no como un sacrificio sino como forma de vida sencilla; y alguien más agrega que “Cecosesola no es para todos”.

Un aserto difícil de aceptar pero realista y sensato, porque todos los movimientos verdaderos (en el sentido de procesos de transformación de larga duración) son muy rigurosos con el comportamiento sus miembros para garantizar la continuidad de sus espacios. Sin embargo, la rigurosidad y la elevada exigencia se compensan cuando aseguran que “aquí nos sentimos protegidos”, lo que otorga un sentido de pertenencia y de autoestima muy potentes.

Una de las fundadoras, Teresa Correa, le da una vuelta más a la cuestión de la identidad, tejiéndola con los valores colectivos: “La confianza en nosotros mismos nos permite saltarnos o violar las leyes, cuando es necesario hacerlo. Porque no queremos que la formalidad del sistema se nos meta por dentro”. Dibujan un adentro y un afuera que no es caprichoso, sino uno de los síntomas de la autonomía colectiva.

Fuente de la información: https://desinformemonos.org

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Democracia y manipulación de la opinión pública

Por: Raúl Zibechi

La forma más adecuada para garantizar la estabilidad gubernamental ha sido, hasta ahora, la democracia controlada o democracia de baja intensidad.

Un sistema que consigue la estabilidad a través de la desinformación que promueven los medios de comunicación monopolizados, que se está revelando como más eficiente que las dictaduras.

Un estudio realizado por científicos con grupos de peces, cuyos resultados estiman pueden extrapolarse a las sociedades humanas, fue publicado en la revista Science en 2011, bajo el título Individuos desinformados promueven el consenso democrático en grupos animales (https://bit.ly/3SrWoqB).

La investigación concluye que para contrarrestar la influencia de una minoría obstinada, la presencia de individuos desinformados inhibe espontáneamente este proceso, devolviendo el control a la mayoría numérica.

El trabajo insiste en la importancia de lo que denomina las personas desinformadas en la toma de decisiones, cuyo resultado sería democrático porque sencillamente son mayoría.

En este punto, los científicos parecen influidos por el concepto de democracia de las clases dominantes, que la reducen al papel de la mayoría en la elección de sus representantes. El problema, en nuestras sociedades, es que esas mayorías son creadas por la manipulación de la información, tarea que recae en lo grandes medios de comunicación monopolizados por pequeños grupos de empresarios altamente concentrados.

Aunque el trabajo es bastante más extenso que los párrafos citados, que lo sintetizan, debe retenerse la importancia de la desinformación o, si se prefiere, de la confusión que son capaces de crear para distorsionar las percepciones de la población, empujada a apoyar a menudo opciones que van en contra de sus intereses. Pero también para paralizar su capacidad de reacción con un auténtico bombardeo, tarea que recae particularmente en los medios audiovisuales, sobre todo la televisión, el segmento de la comunicación más concentrado e impermeable al disenso.

Ejemplos abundan: desde la desinformación sobre las causas de la pandemia del covid-19, con sobreinformación sobre el murciélago en un mercado chino como causa, ocultando el comprobado papel de la deforestación para cultivos industriales, hasta las causas de la guerra en Ucrania. Rechazar la invasión de Rusia no debe ir de la mano de la negación de la existencia de un golpe de Estado en Kiev en 2014, ni el cierre de 217 medios en Ucrania durante el primer año de la guerra, mientras se acreditaron 12 mil periodistas locales y extranjeros para cubrirla, según informa Reporteros Sin Fronteras (https://bit.ly/3lZhhNm).

Tampoco se encuentran en los medios occidentales informes sobre el nazismo en Ucrania, ni acerca de la guerra de Arabia Saudita contra Yemen, con su corolario de muertes, hambrunas y desastre humanitario. No se considera invasión la presencia de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Siria, y así en muchos otros casos.

Ni qué hablar del sabotaje estadunidense al gasoducto Nordstream, Seymour Hersh, quien elaboró un pormenorizado informe sobre cómo fue destruido, será silenciado y vilipendiado, como acaba de asegurar Noam Chomsky (https://bit.ly/3m0xZME).

Lo cierto es que la desinformación juega un papel relevante en el sostenimiento del orden sistémico occidental, sector del mundo que controla los principales medios que llegan a la población. Como señala una reciente cobertura de El Salto: los mejores contenidos periodísticos pueden no tener ninguna consecuencia, porque el poder y los medios a su servicio los ignoran (https://bit.ly/3IHe0vc).

Es evidente que la democracia no existe en los medios. Ese control casi absoluto ha conseguido algo que décadas atrás parecía imposible: erradicar el conflicto de la percepción del público. Los más brutales crímenes pueden pasar desapercibidos si los medios se empeñan en ello.

Cuando este control mediático se desborda, porque la realidad resulta demasiado evidente, como en Perú en los últimos 70 días, ahí está la policía, el golpe de Estado permanente, para reventar las protestas.

A mi modo de ver, esta realidad tiene dos consecuencias mayores.

La primera es que no tiene mucho sentido luchar por la opinión pública, ni competir con los medios del sistema, algo que los pueblos que luchan nunca conseguirán. Se trata de crear medios propios, sin duda, pero no para competir por la opinión de las mayorías, sino para consolidar nuestro campo, a los pueblos en movimiento y a todos y todas aquellas que los acompañan. No es algo menor.

La segunda es la convicción de que no existe algo llamado democracia, si es que alguna vez existió. Desde el momento en que las opiniones y las voluntades de las personas son moldeadas y manipuladas por gigantescas maquinarias que escapan a cualquier control que no sea el de las clases dominantes, entrar en el juego electoral no tiene futuro.

Construir abajo y a la izquierda, parece el único camino emancipatorio posible.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2023/02/24/opinion/017a1pol

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Ecología Social: El extractivismo como cultura

El extractivismo como cultura

El modelo extractivo es mucho más que una política económica. En el libro «No secarán la tierra», de la editorial Grito Manso, Raúl Zibechi afirma que la explotación de la naturaleza es reflejo de un modo de pensar y actuar que domina mentes, cuerpos y sociedades. Las diferencias con las luchas obreras del siglo XX y los actuales espacios que construyen alternativas.

A medida que el extractivismo y los procesos políticos asentados en ese modelo comienzan a mostrar grietas, por la abrupta caída de los precios de las commodities, estamos en mejores condiciones para comprender sus características profundas y las limitaciones de los análisis anteriores. Una de ellas, y debemos asumir la autocrítica en primera persona, consiste en haber mirado primordialmente el costado ambiental y depredador de la naturaleza del modelo de conversión de los bienes comunes en mercancías.

Ahora podemos dar un paso más, algo que ya hicieron los zapatistas hace más de una década, cuando definieron el modelo como la «cuarta guerra mundial». El otro error de bulto fue considerar el extractivismo como modelo económico, siguiendo el concepto de «acumulación por desposesión» de David Harvey. En suma, al error de haber centrado las críticas —de modo casi excluyente— en lo ambiental se sumó el economicismo del que adolecemos muchos de los formados en Marx.

El capitalismo no es una economía sino un tipo de sociedad (o formación social), aunque evidentemente existe una economía capitalista. Con el extractivismo sucede algo similar. Si la economía capitalista es acumulación por extracción de plusvalor (reproducción ampliada del capital), la sociedad capitalista produjo la separación de la esfera económica de la política. La economía extractiva, de conquista, robo y pillaje, es apenas un aspecto de una sociedad extractiva, o una formación social extractiva, que es la característica del capitalismo en su fase de dominio del capital financiero.

Más allá de los términos, interesa subrayar que vivimos en una sociedad cuya cultura dominante es de apropiación y robo. ¿Por qué hacer hincapié en la existencia de una cultura extractivista diferente de la hegemónica en otros periodos del capitalismo? Porque nos ayuda a comprender de qué se trata el mundo en el que vivimos y las características del modelo contra el que nos rebelamos.

Para comprender mejor en qué consiste esa cultura, sería necesario compararla con la cultura hegemónica en periodos anteriores, por ejemplo, durante el predominio de la industria y el Estado desarrollista. En aquel lapso, los trabajadores manuales de la industria sentían orgullo por su oficio y por ser productores de riqueza social (aunque una parte sustancial fuera apropiada por el patrón). Ese orgullo tomaba forma de conciencia de clase cuando se identificaban los intereses propios mediante la resistencia a los explotadores.

No era el orgullo tonto de quien se cree superior, sino el resultado del lugar que tenían los obreros en la sociedad, lugar que no habían heredado sino construido en una larga y paciente lucha. Entre mediados del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX los obreros —y a veces las obreras— se formaron a la luz de la vela luego de extenuantes jornadas de doce horas de trabajo, crearon espacios propios de encuentro y ocio (ateneos, teatros, bibliotecas, cooperativas, sindicatos), instituyeron formas de vida con base en la ayuda mutua, crearon maravillas como la Comuna de París y la Revolución de Octubre, además de una larga decena de insurrecciones urbanas. Tenían motivos para la autoestima.

No secaran la tierra. Raul Zibechi

En la vida cotidiana la cultura obrera giraba en torno al trabajo, la austeridad por convicción, el ahorro como norma de vida y la solidaridad por religión. El mameluco de trabajo y la gorra eran señas de identidad con las que andaban por sus barrios, porque no querían vestirse como los patrones; todo en sus vidas, desde la vivienda hasta los modales, los diferenciaba de los explotadores. Esa cultura tenía sesgos opresores, como bien saben las mujeres y los hijos e hijas de los obreros industriales. Pero era una cultura propia, basada en el autocultivo de sí mismos, no en la imitación de los de arriba.

Este largo rodeo pretende llegar a un punto nodal: la cultura obrera podía conectar con la emancipación. La cultura extractivista va a contrapelo. Aunque portaba elementos opresivos, aquella cultura contenía aspectos valiosos, potencialmente anticapitalistas. La cultura extractivista es el resultado de la mutación generada por el neoliberalismo, a caballo del capital financiero. El trabajo no tiene el menor valor positivo, lugar que ocupan ahora el pillaje y sus contracaras, el consumismo y la ostentación. Donde antes había orgullo por hacer, la cultura gira ahora en torno al pavoneo de marcas y modas. Mientras los obreros de antaño condenaban el robo, por razones estrictamente éticas, hoy se festeja la apropiación, aun cuando la víctima sea vecina, amiga y hasta familia.

No toda la sociedad luce esta forma de vivir, ciertamente. Pero son modos que han ganado terreno en sociedades en las que los jóvenes no tienen empleo digno ni un lugar en la sociedad, ni la posibilidad de labrarse un oficio trabajando, ni conseguir un mínimo ascenso social luego de años de esfuerzos. Ni memoria de aquel pasado, que es lo más pernicioso, ya que atenta contra la dignidad.

El extractivismo ha evaporado los sujetos, porque en la llamada «producción» sencillamente no los hay. Incluso en la esfera de la reproducción el sistema se esfuerza por mercantilizarlo todo, desde los nacimientos hasta la alimentación, arremetiendo contra el papel central de las mujeres en esos espacios. De ahí la importancia de las microresistencias: el tianguis, el barrio, los territorios populares, los espacios colectivos del más diverso tipo. Ellas alimentan las grandes rebeliones. Si es cierto que la cultura hegemónica bajo el extractivismo obstruye los procesos emancipatorios, la organización y las resistencias estamos ante la necesidad imperiosa de trabajar a contrapelo de esa cultura. Los cimientos del mundo nuevo están ahí, en la vida cotidiana. Por eso el empeño en los trabajos colectivos, en todas las resistencias. Esos trabajos moldean una cultura nueva, que rescata lo mejor de la cultura obrera e intenta (no siempre) acotar las opresiones.

* El libro «No secarán la tierra» fue publicado por la editorial Grito Manso y es de libre circulación. Correo electrónico para solicitarlo: gritomansoeditorial@gmail.com


Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/el-extractivismo-como-cultura/

 

Fuente de la Información: https://rebelion.org/el-extractivismo-como-cultura-2/

 

 

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Favelas contra Bolsonaro

Entre las imágenes que trasmiten los medios y la intelectualidad de izquierdas y la realidad concreta de los sectores populares, suele haber serias distancias. En el caso de las favelas de Rio de Janeiro, media un abismo poblado de prejuicios y de racismo.

Las imágenes hegemónicas dicen que las favelas, donde viven más de dos millones de personas, son reductos del narcotráfico, de las milicias paramilitares y que su población es despolitizada y apoya a la ultraderecha de Jair Bolsonaro. Es cierto que entre la población favelada no predominan los mismos hábitos políticos que en los barrios de clases medias, ya que no acostumbran exteriorizar sus preferencias por partidos políticos, ni participar en manifestaciones, ni formar parte de movimientos sociales.

Sin embargo, en el principal conjunto de favelas de Rio de Janeiro, la Maré, integrada por 16 favelas y casi 150 mil habitantes, los resultados electorales del 2 de octubre señalan un claro rechazo a Bolsonaro y un nítido triunfo de Lula. Según el portal Maré, en esa región el actual presidente obtuvo apenas el 37% de los votos frente al 54% de Lula, o sea 17 puntos más mientras a escala nacional la diferencia fue de sólo cinco puntos (https://bit.ly/3EsURLG).

Es cierto que caminando por sus calles sólo se observa propaganda de la derecha y en muy raras ocasiones se pueden ver panfletos de la izquierda. Que predominan los locales de las grandes y pequeñas iglesias evangélicas y que no se distinguen espacios de los movimientos populares. Que la mayoría de la población muestra un nada sorprendente desprecio por la política electoral. Pero los datos duros hablan de un rechazo contundente a la ultraderecha, mucho mayor que en otros barrios de la ciudad.

Las razones del rechazo a Bolsonaro son claras. Durante su gobierno hubo tres grandes masacres en favelas con 72 muertos. El asesinato de la concejal negra, feminista y de izquierda, Marielle Franco, por las milicias, tuvo su papel en el rechazo a la política de seguridad del gobernador de Rio. De hecho, el candidato bolsonarista Claudio Castro, que gobierna Rio y es responsable de las últimas masacres, obtuvo en la Maré 43% de los votos, cuando en el conjunto de la ciudad alcanzó el 58%.

Desde siempre se respira en las favelas un rotundo repudio a la Policía Militar, principal instrumento de control de las poblaciones pobres y negras. No se puede detectar similar actitud hacia las milicias, porque el miedo que impone la violencia paramilitar consigue acallar las voces en el espacio público. Estamos por lo tanto ante una actitud mucho más sutil, de rechazo abierto pero que no es posible expresarlo del mismo modo que en los barrios de clases medias.

La segunda razón que encuentro es que desde la revuela de Junio de 2013, el activismo en la Maré, así como en otras favelas, no ha dejado de crecer y de expresarse en la creación de multitud de espacios donde miles de jóvenes practican capoeira o funk, formas corporales propias de la cultura negra en Brasil.

La educación juega un papel importante en este sentido. En todas las favelas hay diversos “vestibulares”, espacios donde las personas jóvenes se preparan para el examen de ingreso a la universidad. El que funciona en Timbau (Maré), donde las clases están abarrotadas, ha sido construido en la década de 1990 por la comunidad, con amplia participación de las y los estudiantes.

La educación es una preocupación de las familias pobres y a la formación dedican enormes esfuerzos económicos. Aunque existen muchos “vestibulares” privados o de las derechas, también hay otros formados por educadores populares que trasmiten otros valores y formas de aprender.

El Instituto Enraizados en Morro Agudo, en Nueva Iguazú en la Baixada Fluminense (periferia urbana de Rio), fue creado por el rapero Dudú con el objetivo de “utilizar las artes integradas del hip hop como herramienta de transformación social”. Ahora montaron un “vestibular” que ya fue desbordado por jóvenes, mayoría mujeres, de la favela.

Algo similar sucede en el Morro de Chapadao, en la región Pavuna al norte de Rio, donde el Movimiento de las Comunidades Populares (MCP) mantiene una escuela comunitaria dedicada al apoyo escolar con 63 niñas y niños. “Cuando llegan a cuarto o quinto grado, son analfabetos”, comenta la educadora Inessa. La escuela estatal no tiene voluntad de enseñar a las personas faveladas, por lo que el movimiento puso en pie una escuela totalmente autónoma, sostenida por las familias y comunidad.

En tercer lugar, la pandemia movilizó a la población de las favelas en sentido opuesto a lo sucedido en los barrios “nobles”, como llaman en Rio a la ciudad formal para distinguirla de la favela. En Chapadao las familias pasaban el día entero en la calle, donde hacían fiestas y se relacionaban con sus vecinos. La precariedad de las viviendas y la certeza de que la policía no puede ingresar al Morro (totalmente cercado por barricadas de los comandos del narcotráfico), hizo que se sintieran muy seguras.

Durante la pandemia las favelas montaron espacios para la distribución de alimentos y cuidados en salud, con apoyo exterior pero sobre todo con una gran movilización interna, cuyos frutos veremos en los próximos años. En las favelas los procesos políticos no tienen resultados inmediatos, se sumergen y luego aparecen con otras características.

La expresión electoral fue apenas un reflejo de los cambios en curso en el mundo de las periferias urbanas. Aunque es imposible predecir cuándo, tenemos la certeza de que ese mundo en movimiento va a seguir creando, más allá de la indiferencia de las izquierdas electorales y de los planes genocidas de los Estados.

Fuente de la información: https://desinformemonos.org
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Rio Resiste II: Museo de la Maré

Por: Raúl Zibechi

 

La favela de Timbau, la única de las dieciséis que integran la Maré ubicada en un morro (cerro), pasa por ser una de las más tranquilas de la periferia urbana de Rio de Janeiro. La Maré es el mayor conjunto de favelas de la “Ciudad Maravillosa”, con más de 140 mil habitantes según el censo de 2010, pero durante la pandemia y la crisis puede haber registrado un importante aumento de su población.

Sin embargo, en esta visita encontré muchas más armas en la calle que en las anteriores, más modernas incluso (como fusiles de asalto Beretta), marcando siempre la existencia de territorios en disputa, de vidas en peligro. En la zona plana de la favela, cerca de la Avenida Brasil, donde estos años comenzaron a levantarse edificios de hasta cuatro y cinco plantas, se ubica el Museo de la Maré, uno de los espacios más importantes del movimiento popular negro y favelado.

El profesor Luis, geógrafo y ex guía del museo, recibe a un grupo de 16 jóvenes y curiosos para hacer un recorrido de una hora dentro de las instalaciones. Es algo completamente diferente a lo que conocemos por museo. Se ubica dentro de una antigua fábrica de transporte marítimo, describe con imágenes y objetos la historia comunitaria de un barrio que creció, literalmente, sobre las aguas.

Foto: Museo de la Maré

“Todo lo que ven aquí fue construido en mutirão”, dice Luis en referencia a los trabajos colectivos que dieron forma a las favelas que integran la Maré (marea en portugués), ya que el barrio no puede comprenderse sin referencia a las aguas de la bahía de Guanabara sobre las que creciendo, con enorme esfuerzo ante la ausencia de las instituciones estatales.

El museo fue creado por un grupo de jóvenes que viven en el barrio y son miembros del CEASM (Centro de Estudios y Acciones Solidarias de la Maré), para crear una auto-representación de la vida en las favelas, fortaleciendo una imagen positiva y la autoestima de sus residentes. Fue inaugurado en 2006 con la presencia del entonces Ministro de Cultura Gilberto Gil.

Cuenta con doce módulos que recuperan la historia, señalizados como “tiempos”. Tiempo del Agua es el primero, compuesto de fotos de mediados del siglo XX, que enseñan la construcción colectiva de los espacios, la lucha por el agua potable que cargaban desde lejos, los dolores de la pobreza y el crecimiento exponencial de la ciudad.

Tiempo de la Casa invita a subirse a un palafito donde se reproduce el interior de las viviendas de madera, de apenas un ambiente, con decenas de objetos donados por los habitantes, porque el museo fue creado por ellos y es para ellos, siendo las personas jóvenes las encargadas de cuidarlo.

A continuación se suceden los tiempos de la migración, la resistencia, el trabajo, la fiesta, la feria, la fe, la vida cotidiana y de los niños y niñas. Siempre dominados por los objetos aportados por sus pobladores. Un largo túnel oscuro inicia el Tiempo del Miedo, donde la represión, la muerte y la violencia se convierten en la nueva y terrible cotidianeidad de la represión estatal. Finaliza el recorrido con el Tiempo de Futuro, cuando el túnel sale hacia la luz del día en el inmenso patio central del museo.

Foto: Museo de la Maré

Espacios de vida comunitaria

En este espacio se reúnen estudiantes y jóvenes de las favelas para conocer algo más sobre sus raíces. De la mano de Luis, el docente-guía, llegamos hasta otro galpón donde un centenar de personas conversamos durante un par de horas sobre la realidad de la organización popular en las favelas, un tema que preocupa por la dificultad para resistir en medio de las balas cruzadas de la policía militar, los paramilitares o milicianos y el tráfico.

La propuesta, en palabras de Luis, dice que “el museo no es un lugar para almacenar objetos o rendir culto al pasado”. Por el contrario, “es un lugar de vida, de conflictos y de diálogo”. Existe un diálogo evidente entre el movimiento social de las favelas y este museo, que se retroalimentan mutuamente.

Porque además de la exposición permanente, el Museo de la Maré realiza investigaciones, desarrolla actividades educativas, seminarios y talleres de producción de material sobre la historia de las favelas. También alberga archivos, una biblioteca y realiza una muestra semanal de cine, actividades en las que participan cientos de jóvenes interesados en recuperar la memoria del pueblo negro. Publican además un periódico, Jornal O Cidadão, y cobijan actividades teatrales y debates todas las semanas.

Al disolverse la asamblea, Luis nos invita a su aula en el CEASM, donde estudian por la noche quienes quieren hacer el examen de ingreso a la universidad. Fue creado por graduados universitarios de la Maré, que buscaban democratizar el acceso a la educación, algo casi imposible para las familias si no cuentan con cierto apoyo.

Foto: Museo de la Maré

Fue creado a fines de la década de 1990. En la construcción de los edificios del predio, trabajaron estudiantes y docentes en forma de mutirão, consiguiendo de ese modo no sólo construir aulas y espacios comunes sino imprimirle un sentido comunitario que aún conserva.

Una de las principales actividades del CEASM es el Curso Preuniversitario o Vestibular, donde cientos se preparan para el examen de ingreso a la universidad que suele dejar por el camino a la inmensa mayoría de la población pobre. En 22 años consiguieron que ingresaran más de 1.500 pobladores de la Maré a las universidades públicas del Estado de Río de Janeiro.

Memorias construidas desde abajo

El aula está abarrotada de jóvenes y jóvenas que oscilan entre los 18 y los 23 años. No es fácil crear un clima de diálogo y participación. Empezamos cambiando la distribución de las sillas, que estaban alineadas como en la iglesia, colocándolas en círculo luego de un breve debate en el que concluyeron que el formato tradicional es tanto colonial como patriarcal.

Tampoco resulta sencillo destrabar la palabra, cuando existen diferencias tan evidentes en los colores de piel, entre quienes llegamos de fuera y chicos y chicas morenos de la favela. En el debate, que comienza con una pregunta provocadora, aseguran que “en 20 años Brasil estará peor que ahora”, que sus vidas personales “no van a mejorar aunque nos esforcemos” y que la opción por estudiar es más una cuestión de dignidad y autoestima que de los resultados que esperan conseguir.

Foto: Museo de la Maré

Si observamos los procesos desde abajo, veremos que desde el CEASM hasta el Museo de la Maré, desde la escuela quilombista de Alemao hasta Roça (un micro emprendimiento productivo colectivo en Timbau), se proponen lo mismo que los estudiantes que quieren ingresar a la universidad: recuperar la autoestima destruida durante siglos por la esclavitud, la represión y el empobrecimiento. Al hacerlo, recuperan modos de trabajar como el mutirão, la ayuda mutua que es seña de identidad de los pueblos negros y originarios de este continente.

Lo que se constata, cada vez que retornamos a las favelas, es el crecimiento de la autoestima colectiva que pasa por infinidad de prácticas que muchas veces son invisibles o casi imperceptibles para los ojos de afuera. Casi una década atrás, la primera vez que Timo me invitó a Timbau, al lado del local de la Roça (donde fabrican cervezas artesanales) había una peluquería que alisaba el cabello. Una larga fila se había formado un sábado de noche esperando turno.

Ese comercio cerró hace ya varios años. En su lugar, cabellos de todos los colores lucen trenzas y pelos crespos al viento, enseñando el orgullo de un pueblo que poco a poco va transformando los dolores de la opresión en voluntad de cambio.

Fuente de la información e imagen: https://desinformemonos.org

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