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Conectar con la naturaleza, vivir en el presente

Agosto del 2017/Vicente Berenguer

El ser humano es un ser social que vive en comunidad. Remotamente vivíamos, como el resto de las especies, en la naturaleza, en los bosques, pero poco a poco fuimos diseñando nuestro propio proyecto al margen de ella. Fuimos construyendo pequeñas aldeas y de ahí a las poblaciones y a las grandes urbes. Así, llegamos al punto de que gran parte de la población mundial vive en grandes ciudades habiéndose perdido el contacto con la que siempre fue nuestra casa: la naturaleza.

En este tránsito del vivir en entornos naturales al vivir en las urbes el humano fue ganando y perdiendo cosas. Si hablamos de ganancia podríamos decir, por ejemplo, que fue ganando en comodidad y materialidad. Sin embargo, entre las numerosas cosas que hemos perdido en todo este proceso está el contacto con la naturaleza. Esto, que parece de Perogrullo, no lo es tanto si especificamos de qué estamos hablando cuando decimos que hemos perdido el contacto, y es que por “contacto” no nos estamos refiriendo solamente al vivir-con sino también al hecho de vivir-la. Pero para vivir-la se necesitaría de algo que también se nos ha atrofiado en toda esta vorágine que supone muchas veces la vida urbana, y este algo perdido es el estar en el tiempo.

La especie humana, en efecto, perdió también el estar en el tiempo. Hemos incorporado el pasado y el futuro a nuestra línea psicológica temporal: en el pasado podemos recordar nuestras vivencias y con el futuro hacemos planes estando orientados en realidad por él. Hasta aquí todo estaría bien, pero el problema surge cuando al incorporar el pasado y el futuro arrancamos el presente de nuestras vidas viviendo así la mayor parte del tiempo en el pasado (recordando) o en el futuro (proyectando) pero raras veces conectando.

Perdemos el presente al vivir en base exclusivamente de cara al futuro; perdemos lo que es en favor de lo que aún será y de este modo ni vivimos lo que es ni podemos vivir lo que será ya que cuando esto sea estaremos de nuevo proyectados a lo por venir. De este modo nos situamos continuamente fuera del tiempo y fuera de la realidad ya que la realidad es únicamente lo que es, lo que está aconteciendo. Es imprescindible hacer planes en nuestras vidas o más, es absolutamente recomendable tener un proyecto de vida: reflexionar sobre aquello que queremos realizar, meditar acerca de las metas que nos queremos proponer o sencillamente pensar si nos conviene ir a pie a algún sitio o en bicicleta. El contar constantemente con el futuro es algo vital en nuestras vidas: se requiere pensar en él y requerimos estar proyectados en todo momento hacia él, pero esta proyección o esta herramienta necesaria a menudo se nos vuelve en contra cuando exclusivamente se vive en lo que aún no es y nunca en lo que es.

Pero esta pérdida vivencial o este situarse siempre en el futuro o en lo que aún no es -característica del ser humano en general y del ser humano-urbano en particular- implica consecuencias, siendo la principal de ellas, como decimos, la pérdida del contacto con lo que está sucediendo, la pérdida del contacto con lo que es, con lo cual sucede que sufrimos una enorme pérdida de intensidad en nuestras vidas. Será necesario volver a afirmar que el modo de ser típicamente humano es vivir proyectados hacia el futuro y es necesario que así sea debido a nuestras características y a nuestro modo de vida, pero no lo es tanto o incluso es contraproducente el no “regresar” en ningún momento al presente para percibir-vivir todo lo que en él acontece. Y esto justamente es el “conectar” y es a lo que nos referimos cuando decimos que el ser humano-urbano ha perdido la conexión con la naturaleza pero también con su propio presente.

¿De qué estamos hablando pues cuando decimos que hemos perdido la conexión con la naturaleza? Hemos apuntado que conectar no es solo vivir-con (ella) sino vivir-la (a ella). ¿Y qué es vivirla? Vivirla son aquellos momentos en que nos situamos en el presente sin proyectarnos: es escuchar el lenguaje del pájaro, prestar atención al rugido de bravo río, atender al mensaje del viento, captar el reclamo del grillo nocturno y deleitarnos con el vuelo de la mariposa. Es, remontándonos muchos de nosotros a nuestra infancia (y de paso recomendando a los padres que los niños vean la serie), es existir, adoptando en la medida de lo posible, la filosofía de vida de aquella muchachita la cual debería ser un modelo para los niños por su ecología, por sus valores y por su modo de ver la vida: Heidi, una chiquita que amaba a cada ser vivo, a sus montañas y al conjunto de la naturaleza. Heidi, sí, vivía conectada a la naturaleza y al presente, y es que tal y como le decía su abuelo, “hay que escuchar lo que nos susurra el viento, lo que nos dicen los abetos o el poderoso trueno.”

Pasamos de vivir en aldeas a vivir en urbes con lo cual, volvemos a incidir, hemos perdido el contacto con la naturaleza, con lo que somos, pero a pesar de que muchos de nosotros no tenemos ya el privilegio de escuchar lo que expresa el pájaro o el sonido del viento sobre las copas de los árboles a no ser que nos desplacemos de vez en cuando fuera de la ciudad (algo muy recomendable), lo que sí sigue estando en nuestra mano es ir retornando al presente en la medida en que estar situados en el futuro no nos sea útil. Hemos convenido en que necesitamos constantemente hacer planes y proyectarnos pero también comprendemos que vivir siempre fuera del presente hace que vivamos la vida con menor intensidad y también e importante, aunque no es materia de la presente reflexión, con menor intuición.

Usemos pues la herramienta de la proyección futura a nuestra conveniencia y conectémonos con el aquí y ahora, con el presente, en los momentos en que podamos hacerlo: percibamos, sin pensar en el pasado ni el futuro, la presencia del bosque, del árbol o de la planta; centrémonos exclusivamente en el vuelo del ave o en el brillo de los rayos del sol sobre las nubes, dirijamos toda nuestra atención al sonido del viento o al rugir del trueno, sintamos la lluvia bañar la tierra o simplemente disfrutemos con la presencia de los seres vivos que nos rodean, en este preciso momento, y que precisamente en un futuro no estarán como tampoco nosotros.

Asombrémonos con la belleza de una flor en este preciso instante. Admiremos la belleza que nos rodea en este momento presente.

 

Vicente Berenguer, asesor filosófico

vaberenguer@gmail.com

Fuente:

enviado a editores OVE

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Modelos y referentes

Por: Vicente Berenguer

En el proceso de la formación humana nos encontramos con un concepto determinante, y este es el de “modelo” o referente. Necesitamos, sobre todo a edades tempranas, modelos a los cuales dirigir nuestras miradas, los niños requieren de referentes en su recorrido que ayuden en su proceso de socialización; espejos, dirán otros, donde mirar. Lo cierto es que en las sociedades siempre hubo héroes, aquellas personas cuyo pensamiento y comportamiento eran considerados ejemplares.

Los héroes o modelos tendrán un papel fundamental dentro de los sistemas sociales y dependerá en buena medida del tipo de referente que se tenga para que se “obtenga” un comportamiento social más conveniente o menos. Deberemos atender pues a cuáles son los referentes sociales -y por qué lo son- para empezar a comprender por qué nuestras sociedades se basan en valores como el materialismo o la insolidaridad. ¿Cuáles son los héroes sociales? ¿En qué espejo se mira la sociedad? ¿A quienes admiramos? Y las respuestas a estas preguntas no pueden ser más desoladoras: admiramos a quienes poseen muchos bienes materiales -personas exitosas dirían algunos, midiendo por tanto el éxito en función de las posesiones-; alabamos a toda persona con fama independientemente de cuál es el motivo de su popularidad. Nuestros héroes serán de este modo personas ricas, famosas y normalmente vacías de contenido. Así, no hallaremos ‘liderando’ la acción seres solidarios que luchan por construir un mundo más justo sino que nos topamos en la mayoría de ocasiones, como decimos, con sujetos que actúan estrictamente en base a la posesión material o al poder. ¿Por qué en lugar de ensalzar a las personas del primer tipo solemos admirar y aspirar a convertirnos en seres del segundo?

Los falsos héroes y sus valores, en efecto, nos son transmitidos a través de la principal arma formativa social: los medios de comunicación -o mejor dicho los medios de adoctrinamiento-, siendo la mayor de estas armas la televisión aunque ahora también internet, -tema que merecerá un capítulo aparte-. A través de los medios se nos impondrán los modelos y a través de los modelos se nos transmiten los valores por los que deberemos regir nuestro comportamiento o actuación. Así, la consigna será que lo admirable es, como decimos, lo material y lo superfluo, la individualidad más exacerbada o incluso el egoísmo más patológico. Estas serán las características que poseerán los modelos que son “lanzados” a través de los medios y esta será la conducta que deberemos ir interiorizando.

Y aquí se nos presenta una de las claves: ¿por qué los modelos de conducta que se ofrece por los medios son seres individualistas, egoístas, superficiales y vacíos de contenido? Y esta respuesta, lamentablemente, no es otra que lo que se busca es que la sociedad adopte los valores que se nos ofrecen con el modelo. Tenemos pues que lo que se pretende lograr no es una sociedad basada en la solidaridad sino en el egoísmo; no se estará buscando por tanto la “construcción” de seres que cultiven la empatía sino al contrario, se estará forjando la formación de seres insensibles y vacíos. Y es que el proceso en el que vamos adoptando la escala de valores del héroe es más inconsciente que consciente, es decir, que la sociedad a la cual se le ofrece -o inculca- un sistema de valores del todo inadecuado irá progresivamente haciendo suyo dicho sistema, siendo este proceso como decimos en gran medida inconsciente.

Nos encontramos pues con el gran inconveniente de que en base a sus intereses espurios el sistema económico e irracional nos impone estos pseudomodelos, pero a la vez tenemos la esperanza y la posibilidad de anularlos haciendo consciente el proceso inconsciente por el cual forjamos en nosotros mismos nuestra escala de valores, un necesario autoexamen personal y social para ir reemplazando lo que no nos sirve o es contraproducente.

Y no dependerá de nosotros el tipo de referente que se nos ofrezca desde el sistema imperante; pero en buena medida sí de nosotros dependerá, desde la autoconciencia individual y social, el ir sustituyendo en nuestro código ético estos falsos modelos con sus falsos valores por un sistema personal que nos permita el desarrollo de nuestras capacidades y el ir encaminándonos hacia la formación de una sociedad más justa y solidaria.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=228725&titular=modelos-y-referentes-

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En busca del sentido de la vida.

Por: Vicente Berenguer

¿La vida tiene sentido? ¿Cuál es el sentido de la existencia? Son preguntas que cualquier buscador de la verdad o persona con inquietudes existenciales tiene muy presente a lo largo de su vida. ¿Quién soy yo?, se sigue preguntando el filósofo que somos todos o mejor dicho, el filósofo que todos deberíamos ser.

Si hablamos sobre el sentido de la vida deberemos distinguir dos planos: el primero hace referencia al, podíamos llamar, sentido objetivo de la vida, es decir, a si la existencia tiene por sí misma sentido. Este es un debate que nos apasiona y que alimenta nuestro intelecto, y en él podremos debatir sobre cuestiones como por ejemplo si nos espera una vida futura o no, si hay algo que me trasciende y del que formo parte o no, si estoy sola o solo o si por contra estoy conectado con algo más, si hay un dios, varios dioses y qué tipo de dios o dioses puede haber. Este debate sin duda nos enriquece y le resultará necesario a todo aquel buscador que “vaya” detrás de la verdad. Este sería un primer plano que como digo nos resulta necesario a muchos. Pero junto con esta primera dimensión, en lo que concierne a la búsqueda del sentido tenemos una segunda vertiente, y esta es qué sentido le damos cada uno de nosotros a los acontecimientos que nos suceden en la vida y a la vida misma.

Debemos partir de la base, (y recordando una vez más que ahora nos encontramos en la segunda vertiente  del asunto, la dimensión práctica) que somos arrojados al mundo: no se nos pregunta si deseamos venir, ni cuándo deseamos hacerlo…en definitiva “se nos” arroja a la existencia sin contar con nosotros mismos. Somos arrojados a este mundo sin saber ninguno de nosotros si hay motivos para venir o no, si es todo azar o no lo es…pero las situaciones van sucediendo. Los acontecimientos suceden en nuestras vidas, ¿y qué podemos decir en este segundo aspecto acerca del sentido de la existencia?

Lo primero que debemos decir al respecto es que aquí no existe un mundo objetivo sino propio o de cada cual. No nos estamos moviendo pues en el que hemos denominado sentido objetivo sino que ahora nos referimos a nuestro propio mundo. ¿De qué estamos hablando cuando decimos que cada uno vive en su mundo? ¿Es que acaso no estamos viviendo todos en una realidad compartida? Evidentemente que esto es muy cierto y así debe seguir siendo, pero no es menos cierto que cada uno de nosotros está permanentemente, como diría Ortega y Gasset, construyendo su mundo o sus convicciones radicales o haciendo Metafísica siendo inevitable el que esto sea así, es decir, no pudiendo escapar al hecho de estar permanentemente construyendo nuestra propia «realidad». Construimos mundo para posteriormente vivir en él y de ahí que personas que aparentemente lo poseen “todo” sean infelices y por contra otros que poseen bien poco sean dichosos. Y más aún, estamos construyendo constantemente mundo, el nuestro, para poder vivir posteriormente en él, pero ni tan siquiera solemos ser conscientes de que hemos sido nosotros mismos los constructores de la realidad en que vivimos viviendo de este modo en la completa inconsciencia.

Es inevitable hacer mundo o diseñar nuestra propia realidad, hacernos a nosotros mismos cada día, y aquí entra de manera decisiva la cuestión del sentido. Porque en nuestra permanente formación de nosotros mismos estamos, lo sepamos o no, realizando lecturas de los acontecimientos de la vida, interpretaciones de lo que nos va sucediendo pudiendo variar estas desde las más favorables para nuestro crecimiento y desarrollo humano hasta las más nefastas para nosotros mismos. Y es aquí donde entraría en juego el sentido de lo que nos sucede y el sentido de la vida misma. Y es que lo que nos va sucediendo no tiene por sí mismo sentido. Recordemos que hemos sido arrojados a este mundo sin darnos ninguna indicación, ningún mapa, ningún consejo y que aquí nos van sucediendo cosas, pero lo que nos sucede no trae consigo el sentido. Y he aquí el punto central, porque si absolutamente necesario el hacer mundo o Metafísica, el realizar lectura o interpretación de los hechos…deberemos ser cada uno de nosotros los que otorguemos un sentido a los hechos pero también y sobre todo a la vida misma. Es por tanto nuestra tarea el dar sentido a lo que nos vaya sucediendo a lo largo de nuestro camino y dar un sentido favorable para el cuidado de nuestro ser. 1

Hemos introducido aquí un elemento básico en toda esta “ecuación” y es la cuestión del ser, elemento que nos ayudará a la hora de convertirnos en buenos constructores de nosotros mismos. Y es que si es verdad que hemos sido arrojados a este mundo sin ninguna indicación, también lo es el que todos tenemos una responsabilidad para con nosotros mismos, para con nuestro ser, y esta responsabilidad es cuidar de él, “alimentarlo” de la mejor manera que nos sea posible siendo esta una tarea espiritual que no religiosa: es nuestra tarea. Y en esta cura sui o cuidado de sí mismo es absolutamente necesario convertirnos en grandes arquitectos de nosotros mismos, en grandes cuidadores de nuestro propio ser, y para ello será determinante el tipo de filosofía de vida de cada uno, es decir, si se están realizando lecturas positivas de lo que va ocurriendo (si es un buen metafísico o no) o si mismamente se está otorgando a la vida el sentido que permita evolucionar, crecer.

Y es en esta tarea de cuidar a nuestro ser donde se requiere de cierta espiritualidad –que no religiosidad– en el sentido de conectarse con uno mismo, cuidarse y reconocerse como lo que se es, alguien que por encima de todo tiene una misión: permitir y fomentar la felicidad de su ser que a la postre es la suya. Pero para ello, me reitero una vez más, debemos aprender, una vez tomada consciencia de que cada uno construye su mundo para vivir en él, aprender a conceder un significado a todo lo que nos vaya aconteciendo que no dañe nuestro interior; pero sobre todo deberemos ser capaces de dotar a nuestra existencia misma de sentido, el sentido de que a lo largo de toda nuestra vida tenemos una gran misión: cuidar de nuestro ser.

En conclusión: diremos de nuevo que venimos al mundo sin instrucciones pero con una misión que se desvela: cuidar de nuestro ser. Y en este cuidado de nosotros mismos y en la toma de conciencia de que es inevitable construir nuestra realidad o construirnos a nosotros mismos deberemos, ya que esa es nuestra responsabilidad, aprender a realidad interpretaciones positivas de lo que nos va sucediendo, es decir, situarnos en ángulos o puntos de vista favorables sobre lo que nos va pasando. Porque los hechos siempre presentan distintos puntos en los que uno se puede situar, y deberemos ir siendo capaces de “elegir” los ángulos de visión que nos beneficien. Pero sobre todo deberemos ser capaces de dotar a nuestra existencia de sentido, el sentido de proteger, cuidar y alimentar a nuestro ser que vivirá además en comunión con el ser de los demás, permitiendo así que a “él”, –y nosotros mismos junto con él– le sea posible alcanzar la felicidad.

Nota:

1 Sin duda que la inclusión del término “ser” en este artículo dota al mismo de una dimensión espiritual que bien podría suscitar rechazo en algunos lectores. Desde mi punto de vista en estos casos podría ser sustituido el término no perdiendo el texto ni un ápice de su, nunca mejor dicho, “sentido”, pero a pesar de que pueda suscitar un cierto rechazo en según qué lectores, me sigue pareciendo muy útil el término ya que permite una mirada exterior a nosotros mismos y sobre nosotros mismos.

Vicente Berenguer, asesor filosófico

vaberenguer@gmail.com

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Guerra psicológica contra la sociedad

Por: Vicente Berenguer

Quien más o quien menos sospecha que las élites pretenden instaurar el control absoluto sobre la población ya sea mediante la ley y su brazo ejecutor, las fuerzas de seguridad, mediante el control de las comunicaciones de los ciudadanos o lo que fuere. Partimos también de la premisa de la sociedad no será partidaria de estos planes. Pues bien, esta segunda premisa puede convertirse en falsa en un futuro debido a la actividad terrorista (ya habiendo ciudadanos a día de hoy que empiezan a cambiar sus planteamientos).

La cuestión es que esta “guerra” en la que nos dicen que estamos hará que la vida de los ciudadanos se torne insegura. Y ya nos están advirtiendo desde el poder que esto no ha hecho nada más que empezar, que se espera muchas más actividad, incluso ataques químicos etc etc y todo ello en cualquier parte del mundo. Parece que más que tranquilizar pretenden todo lo contrario, intranquilizar. Y en este contexto de pánico y en un futuro es probable que ocurra que la sociedad en general demandará guerra contra el enemigo que sea y evidentemente demandará seguridad porque se va a sentir insegura; demandará protección y mayor seguridad a cambio, como no puede ser de otra manera, de su libertad. Demandará todo esto o como mínimo no lo verá con malos ojos.

De este modo caerá el segundo punto de partida y será la sociedad misma quien demande o le parezca adecuado que sus libertades sean restringidas severamente. Las élites, claro está, estarán encantadas de restringir nuestras libertades endureciendo la ley e implantando un estado controlador-totalitario además sirviéndose de la tecnología presente y futura, al punto de llegarse al 1984 de Orwell. Y si aún quedase algún reducto de resistencia en parte de la sociedad a la existencia de un estado controlador tal, bastarán una nueva serie de atentados para persuadir a todo defensor de la libertad de que debe elegir entre libertad o seguridad-supervivencia.

“Gracias” a los atentados y al miedo que ello generará en las personas las élites podrán ir implantando su proyecto de largo alcance, el estado controlador-totalitario adelantado por Orwell.

Así es que se nos pondrá en la tesitura de libertad o supervivencia, un falso dilema pero que debido a la inestabilidad se tornará en verdadero, y los ciudadanos elegirán la supervivencia, “permitiendo” así la creación de un estado controlador ofreciendo de este modo la libertad a cambio de un Estado-totalitario que garantice sus vidas.

Estos son los planes que los ingenieros sociales tienen preparados para nosotros: causar inseguridad para que los estados puedan ir progresivamente restringiendo las libertades. Y no, en algo no nos mienten cuando dice que los ciudadanos están en guerra. Efectivamente estamos en guerra, estamos en la guerra psicológica que van a mantener los poderes contra los ciudadanos, una guerra que persigue el debilitamiento moral del enemigo (los ciudadanos) en pos de poder ir implantando el ansiado 1984.

Y en esta guerra, obviamente, los medios de comunicación jugarán un papel fundamental y es que su misión consistirá en difundir-publicitar cualquier amenaza sobre la población: cualquier vídeo con amenazas será publicitado hasta la extenuación por las televisiones (justo lo que los autores de los vídeos pretenden), cualquier mensaje que pueda causar miedo en la población deberá ser difundido y repetido constantemente. EL objetivo no es otro que causar pánico generalizado para que los ciudadanos “comprendan” que es necesario ir eliminando la libertad por el bien de la sociedad misma, por la seguridad, por la supervivencia. Los terroristas grabarán sus vídeos porque en teoría buscan sembrar el miedo en la población occidental, y los medios occidentales los difundirán justo para eso, para que la población tenga miedo y sienta inseguridad en sus vidas. Y si la población tiene miedo el triunfo de las élites está asegurado.

El terrorismo entra pues dentro de los planes de las élites, es más, es una de sus herramientas para lograr su objetivo: el pleno control social.

Estamos en guerra, en la guerra psicológica contra la sociedad.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=221272

Imagen: https://ecopopularve.wordpress.com/2015/06/29/cuando-la-mente-es-el-campo-de-batalla/

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Educar es enseñar a pensar

Por: Vicente Berenguer

¿Qué significa educar? ¿Cuál es la función de los docentes dentro de la educación? Las respuestas a estas preguntas podrían en principio parecer obvias aunque si se reflexiona sobre cómo es el funcionamiento del actual sistema educativo la obviedad no es tanta.

Si atendemos a las bases de los modelos educativos de los distintos países, que salvo excepciones son prácticamente los mismos, vemos que estos están basados en unas series de premisas. Por ejemplo, advertimos que una de ellas es que la educación debe fundamentarse en la respuesta. Esto quiere decir que se transmiten una serie de conocimientos que el alumno debe incorporar. La persona, de este modo, irá adquiriendo una cultura y en definitiva unos contenidos que le serán supuestamente útiles a lo largo de la vida.

Conocer la tabla periódica de los elementos, el volcán más alto de Nicaragua o los ríos más importantes de China es algo muy recomendable y son materias que deben ser enseñadas por los sistemas educativos. El problema surge cuando el sistema basa por completo la educación de los ciudadanos en las respuestas y en la absoluta memorización de contenidos y no en la reflexión.

Tenemos una educación basada en la respuesta y no en la pregunta, y la respuesta es, como decimos, el principal pilar o premisa de nuestros modelos educativos. Se nos enseñan contenidos, los memorizamos para posteriormente olvidar muchos de ellos y sin embargo no se nos instruye desde la pregunta. Y es que la pregunta, al contrario de la respuesta, moviliza al pensamiento y lo expande, no lo constriñe, posibilitando así que el alumno reflexione y explore posibilidades. Con la respuesta todo viene dado, en cambio, mediante la pregunta, se activa nuestro pensar: no el pensar de los demás sino el mío propio.

Tenemos ya pistas de por qué la educación no se basa en el “arte” de la pregunta sino en las respuestas, pistas que nos conducen a la conclusión de que el sistema no busca ciudadanos reflexivos con pensamiento autónomo sino todo lo contrario: busca personas sin capacidad para la crítica ni el cuestionamiento. Porque pensar es también cuestionar: pensar es no aceptar intelectualmente cualquier idea por el hecho de formar parte de la tradición, la cultura, la política o la religión de una zona. Pensar es reflexionar sobre cualquier cuestión de forma autónoma, es poder realizar un análisis personal manteniendo la autonomía, y la autonomía y la libertad es algo que no gusta a los poderes fácticos, tanto es así que, como decimos, el que debería ser el pilar educativo -la pregunta- no lo es y en cambio aquello que son aspectos secundarios -como la memorización- pasan al primer plano.

No se nos enseña a hacer preguntas, no se nos instruye en el hacernos preguntas para nosotros mismos porque lo que se busca son justamente ciudadanos que no piensen, personas que no expandan sus mentes; justo al revés: se pretende construir seres simples mentalmente y sin capacidad de crítica. La misión de estos futuros adultos dentro de la sociedad no será pues el cuestionarse todo: el sistema económico, el tipo de organización social, la legislación, el reparto de la riqueza…no será esta nuestra función sino otra distinta, el aceptar todo aquello que se nos diga ya que los futuros adultos no podrán vislumbrar alternativas a lo fáctico debido a que no se les ha enseñado ya de jóvenes a preguntarse y a pensar sino a dejar de hacerlo. De esta forma el sistema logra “fabricar” una sociedad que no se cuestiona nada, consigue construir ciudadanos sumisos ya que desde pequeños se nos aparta del arte de la pregunta y por tanto del pensamiento.

Tenemos pues que desde el sistema no se busca fomentar el pensamiento sino lo contrario, que se deje de pensar; y partiendo de estas premisas, de las premisas de una educación no basada en el pensamiento sino en la mera memorización de contenidos el resultado no puede ser otro que unos ciudadanos sin capacidad de crítica y análisis, ciudadanos que no cuestionarán nada sino que sencillamente aceptarán lo que se les diga y también cualquier sistema social injusto.

Pero hemos convenido que educar -o mejor dicho la verdadera educación- no es simplemente el obligar a memorizar, es mucho más: es formar a individuos, en efecto, con capacidad crítica y reflexiva, personas que se hagan preguntas, que se cuestionen, ciudadanos creativos que puedan aportar soluciones y conclusiones propias…seres con autonomía que puedan realizar un examen de cualquier situación y también un autoexamen; en definitiva, seres capacitados y libres. Porque pensar, algo que cada vez es menos frecuente, nos hace libres: libres en cuanto a poder elaborar un pensamiento crítico y propio y libres en cuanto a poder desarrollar nuestras capacidades evitando convertirnos así en puros autómatas.

Será por tanto la responsabilidad y tarea del docente formar al alumno no en la memorización -que también será necesario pero nunca el fundamento- sino en la reflexión y en la creatividad, porque estas nos hacen libres. Deberá el maestro, sí, ser un amigo que colabore y busque la expansión de las mentes de sus alumnos y no su constreñimiento, ser un guía que fomente la creatividad y el cuestionamiento; en pocas palabras: alguien que enseñe a pensar y por tanto a ser libre.

Fuente: http://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2017/03/educar-en-ensenar-a-pensar/

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¿Dónde están los sindicatos?

Por: Vicente Berenguer
Desde hace tiempo estamos sufriendo en el mundo un proceso general y progresivo de empobrecimiento. Los trabajadores cada día perciben menores salarios recibiendo muchos de ellos remuneraciones que rayan la esclavitud. La situación como decimos se prolonga ya en el tiempo pero sin embargo no solemos ver actuaciones de los oficialmente representantes de los trabajadores, ni tan siquiera a modo de presencia en los medios: ¿Dónde están los grandes sindicatos? Además de todo esto habría que sumar los millones de trabajadores desempleados, gran parte de los cuales nunca podrá reincorporarse ya al mercado laboral. Seguimos preguntando: ¿dónde están los representantes de los trabajadores? Vemos todo tipo de tertulianos en las televisiones y personas de profesiones varias debatiendo o manifestándose en los medios: economistas, políticos, periodistas, sociólogos, bufones y también payasos (con todos los respetos hacia la tan noble profesión de hacer reír), ¿y dónde están los sindicalistas?

Los grandes sindicatos, en efecto, ni están ni se les espera. A los sumo vemos cada ciertos meses -o ya casi que podríamos decir: años- una aparición pública de algún líder sindical generalmente para afirmar trivialidades. Parece que ya ni se molestan en cumplir su principal acometido, canalizar la indignación de los trabajadores -indignación que por otra parte se ha ido diluyendo como un azucarillo-; ya casi que ni se esfuerzan en escenificar una representación que a muchos nos parece que no es tal; sencillamente y usando terminología telefónica: están apagados o fuera de cobertura.

No sabemos dónde están los sindicatos pero pese a ello la verdadera fuerza de un país sigue siendo la actividad del trabajador: es la energía que puede llevar adelante a una nación o puede paralizarla, es el motor que mueve a un estado pero también la fuerza que puede “golpear” a las élites y a sus planes de empobrecimiento global. Son, ciertamente, los que pueden plantar cara y decir “basta”, y no precisamente con las huelgas que tanto gustan a la patronal y a los sindicatos oficiales (un día de huelga a cada dos o tres años y todos a casa) sino con verdaderas medidas de presión efectivas y si es necesario indefinidas -y por supuesto siempre pacíficas- que bien están al alcance de la mano de los trabajadores. Pero claro está, que para que la fuerza del trabajador pueda ser influyente y pueda ayudar a revertir la actual situación de injusticia salarial y las diferencias sociales cada vez más acuciantes se requiere de unión, organización y lucha, pero no habrá ninguna de las tres en tanto que estemos bajo el paraguas de unos sindicatos que en lugar de promover la lucha de los trabajadores promueve su parálisis.

No, y como se podría decir de una buena parte de políticos, no nos pueden representar unos sindicatos o unos líderes que no pongan constantemente el “grito en el cielo” por el creciente empobrecimiento de los trabajadores; no pueden ser representantes unas organizaciones que no se empeñen en concienciar de que las condiciones laborales cada vez son más penosas, que las injusticias y las desigualdades sociales son cada vez mayores y que es necesario por tanto mantener una lucha efectiva que pueda ser una verdadera arma de presión. No nos deberían representar aquellos que en lugar de despertar conciencias las adormecen, aquellos que en lugar de plantear debates sobre las posibilidades contestatarias que tiene el trabajador -que en realidad son muchas- hagan los debates inexistentes.

Porque si entendemos por “sindicatos” aquellas organizaciones que defienden los intereses de los trabajadores frente a los intereses de las élites preguntamos de nuevo: ¿dónde están los sindicatos?, o quizás podríamos plantearlo de una manera mejor: ¿existen?

*Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=224204&titular=%BFd%F3nde-est%E1n-los-sindicatos?-

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«Compre usted para Ser Feliz»

Por: Vicente Berenguer

Nos bombardean constantemente a través de los medios de transmisión o medios de adoctrinamiento: compre la casa de sus sueños, el reloj que le hará sentir bien…apueste su dinero al poker on line o cómprese un coche nuevo…y así hasta un sin fin de mensajes diarios a los que todos estamos expuestos por el solo hecho de encender la televisión, abrir el periódico o navegar por la red. “Si compra mi producto usted será feliz”, parece ser la consigna, y la consigna, generalmente, es creída.

La publicidad, en efecto, nos transmite directamente un mensaje claro: “debe usted comprar mi producto”, pero asociado a esto se nos “cuelan” una serie de mensajes o supuestos que a menudo pasan inadvertidos como también sus consecuencias, supuestos que son mayoritariamente aceptados. El primero de ellos es el de la infelicidad humana. Los seres humanos somos infelices ya que nos falta algo: nos falta un producto, la mercancía que se nos anuncia. Sin él, la vida no tiene sentido. El primer supuesto es por tanto que debemos creernos infelices.

El segundo supuesto es el que ya hemos comentado, que si compramos el producto nos sentiremos mejor. Veo al señor o a la señora que aparece en el anuncio y me transmiten felicidad, tienen una sonrisa de oreja a oreja; la familia que sale en el anuncio televisivo parece feliz, con lo cual mi familia y yo también lo seremos si adquiero el producto: debo comprar.

Ya tenemos dos de los mensajes subliminales o supuestos que se nos transmite a través de la publicidad. Nos quedarían muchos más pero ahora nos ocuparemos de dos de ellos (sobre todo en los productos caros) como son el prestigio social y la envidia. Con respecto al primero se nos intenta hacer creer que el comprador del flamante coche será alguien que gozará de un prestigio social que ahora no dispone, y es que la sociedad, sí, valora a aquellos que posean riqueza y además la exhiben. El comprador del coche será admirado por los demás produciéndose un reconocimiento de su valía, de su valor: ahora es un héroe ya que ha sido protagonista de una gran gesta: comprar; ahora es alguien que puede ser feliz. Pero además será envidiado. Conducirá por las calles de su ciudad con su lujoso coche y allá donde vaya se le envidiará con lo cual el sentido de la vida del comprador cobrará toda su importancia; ¿quién no sería feliz siendo alguien valorado y envidiado?

Así, tenemos que se nos transmite el pésimo y falso mensaje de que la felicidad depende de la adquisición de productos materiales y hasta que no se consigan estos se vivirá en la infelicidad, así es que si no se dispone del suficiente dinero para consumir (superfluamente) uno tendrá la felicidad vetada. Se nos crean con todo esto unas necesidades que en realidad no tenemos, la necesidad de comprar productos porque sin ellos, así es, la vida carece de sentido. El problema es que este tipo de mensajes han calado en las distintas sociedades y de este modo se valora a las personas no por sus acciones en beneficio de las mismas sino por su capacidad de consumo. Los referentes sociales serán personas adineradas y no aquellos que están implicados en la construcción de un mundo mejor. Finalmente se llegará a la conclusión de que los que dispongan de menor capacidad de consumo deberán sentirse inferiores y los que mayores bienes materiales tengan, superiores y afortunados.

Y esta es la gran falacia y el gran engaño al que gran parte de la población se somete, el creer que nuestra felicidad depende de lo exterior y material en lugar de lo interior e inmaterial, una falacia que aparta a todo el mundo del ansiado bienestar, tanto a los consumidores irracionales que compran productos buscando la plenitud como a los que no pueden lanzarse compulsivamente a comprar y por ello creen que nunca la van a alcanzar. Y es que el anhelado bienestar depende mucho más de lo sentimental, de nuestras relaciones humanas y de la adopción de un adecuado sistema de pensamientos y valores que del conseguir un gran coche o un caro reloj abocándonos sin embargo esta última actitud a una pseudofelicidad que en realidad nos alejará de una vida plena.

No nos dejemos engañar pues por embaucadores; no otorguemos a las empresas comerciales el poder de decidir sobre nuestro bienestar presente y futuro; y, seamos en cambio, personas independientes que no se ciñen por parámetros materialistas ni consumistas ni por falsos prestigios sociales.

Vicente Berenguer, asesor filosófico

vaberenguer@gmail.com

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