Por: Yasel Toledo Garnache
Algunas personas pasan cerca sin percibir la dimensión de su importancia. Están próximos a nuestras casas, en el camino hacia el trabajo, al lado del parque… y en lugares distantes. Los vemos en imágenes televisivas, fotos o durante visitas a zonas rurales y urbanas.
«Aquí nació…», «…estuvo…», «… combatió…», «murió…», «… vivió…» dicen tarjas en montañas, llanos y poblados. Los sitios históricos forman parte de las esencias mismas de la nación, los esfuerzos, heroicidades y hasta la muerte de nuestros antepasados. Todos tienen importancia vital, los locales y los declarados Monumento Nacional.
Ojalá cada niño, joven y adulto sintiera un orgullo enorme por vivir cerca de uno de esos lugares emblemáticos, contribuyera a su buen estado y, cuando lo viera, su corazón palpitara con mayor fuerza. A veces estamos tan acostumbrados a verlos y pasar por el lado cuando vamos para la escuela o el trabajo… que no pensamos en su simbolismo, en su dimensión enorme, por constituir homenajes y recuerdos de la riqueza de nuestra historia, llena de páginas admirables y otras iguales de importantes por sus enseñanzas.
Esos sitios deben ser siempre fuentes de conocimientos y emociones. Jamás olvidaré las visitas a muchos, como Las Coloradas, por donde desembarcaron los expedicionarios del yate Granma, el 2 de diciembre de 1956. En una de las rememoraciones del hecho, nos vestimos de verde olivo, nos subimos a una pequeña embarcación y descendimos cuando todavía no salía el sol, por donde se considera que lo hicieron aquellos 82 corajudos, animados por el sueño de independencia. El frío del agua entraba a nuestros cuerpos y el pecho estaba henchido por vivir un momento especial.
En La Demajagua, lugar del alzamiento iniciador; en los museos-casas natales de Celia Sánchez y Carlos Manuel de Céspedes; en Dos Ríos, donde cayó en combate el Apóstol y actualmente se levanta un obelisco que rebasa el cielo, en la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata, intrincado paraje de la serranía, en Cinco Palmas y en muchos otros espacios de las montañas y ciudades, altares sagrados de la Patria, uno siente las mareas de cubanía y dignidad con poder inusual, motores de la capacidad y coraje de todo un pueblo, una nación.
Resulta fundamental conocer con profundidad cada uno de los sucesos, para amar y admirar en su dimensión justa cada uno y ser más consecuentes con su simbolismo. Cada vez que me siento en uno de los bancos de la Plaza de la Revolución de Bayamo, la primera denominada así en el país, sensaciones muy agradables circulan por mis venas.
Pienso: por aquí caminaban los niños Carlos Manuel de Céspedes, considerado el Padre de la Patria, y Francisco Vicente Aguilera, llamado por Martí el Millonario Heroico, el Caballero Intachable, aquí firmaron el acta de capitulación de las tropas españolas, cuando los mambises tomaron la ciudad el 20 de octubre de 1868; allí, a unos metros, fueron estrenadas las notas del Himno Nacional, allá comenzó el incendio glorioso de la ciudad por sus pobladores el 12 de enero de 1869. Imagino las llamas consumiendo el lugar, los habitantes hacia el monte, el asombro de los españoles colonialistas…
Las nuevas generaciones también somos parte de la historia más reciente de ese lugar, muy cerca de donde habló Fidel al pueblo en dos ocasiones, pues el 2 de diciembre del 2016, esperamos el cortejo fúnebre con sus cenizas, un mar de personas lo recibió entonando el Himno. Aquí hubo lágrimas de tristeza, velas, confirmación de fidelidad y mucho amor y agradecimiento.
Miro la estatua de El Padre, en el centro de la plaza, y voy al interior de su casa natal. Entre cuadros con su imagen, frases y objetos suyos, tiemblo. Salgo y camino por el Centro Histórico urbano. Me detengo en cada tarja, en cada monumento. Y pienso «por aquí entraron», «en este lugar cantaron». Miro a todas partes. Tal vez los vea. Sé que siguen aquí.
El cuidado del patrimonio, material e inmaterial, es tarea de todos, significa un compromiso con los bisabuelos y abuelos…, con quienes escribieron un libro enorme de coraje, tiros, sangre y éxitos, también constituiría un legado para nuestros hijos y nietos.
Me alegran los pasos dados en Granma para favorecer todo eso y experiencias como la conservación de construcciones de la Comandancia de La Plata, incluido el bohío ocupado por Fidel, en plena Sierra Maestra. Siempre será favorable incrementar las iniciativas para que las personas se sientan cerca de la placa, del edificio…, pero sobre todo de quienes nacieron, pelearon o murieron ahí.
La labor de maestros, padres y vecinos, es indispensable. Los sitios históricos y su simbolismo son parte de nosotros.
Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-10-17/parte-de-nosotros-17-10-2017-21-10-58