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Parte de nosotros

Por: Yasel Toledo Garnache

Algunas personas pasan cerca sin percibir la dimensión de su importancia. Están próximos a nuestras casas, en el camino hacia el trabajo, al lado del parque… y en lugares distantes. Los vemos en imágenes televisivas, fotos o durante visitas a zonas rurales y urbanas.

«Aquí nació…», «…estuvo…», «… combatió…», «murió…», «… vivió…» dicen tarjas en montañas, llanos y poblados. Los sitios históricos forman parte de las esencias mismas de la nación, los esfuerzos, heroicidades y hasta la muerte de nuestros antepasados. Todos tienen importancia vital, los locales y los declarados Monumento Nacional.

Ojalá cada niño, joven y adulto sintiera un orgullo enorme por vivir cerca de uno de esos lugares emblemáticos, contribuyera a su buen estado y, cuando lo viera, su corazón palpitara con mayor fuerza. A veces estamos tan acostumbrados a verlos y pasar por el lado cuando vamos para la escuela o el trabajo… que no pensamos en su simbolismo, en su dimensión enorme, por constituir homenajes y recuerdos de la riqueza de nuestra historia, llena de páginas admirables y otras iguales de importantes por sus enseñanzas.

Esos sitios deben ser siempre fuentes de conocimientos y emociones. Jamás olvidaré las visitas a muchos, como Las Coloradas, por donde desembarcaron los expedicionarios del yate Granma, el 2 de diciembre de 1956. En una de las rememoraciones del hecho, nos vestimos de verde olivo, nos subimos a una pequeña embarcación y descendimos cuando todavía no salía el sol, por donde se considera que lo hicieron aquellos 82 corajudos, animados por el sueño de independencia. El frío del agua entraba a nuestros cuerpos y el pecho estaba henchido por vivir un momento especial.

En La Demajagua, lugar del alzamiento iniciador; en los museos-casas natales de Celia Sánchez y Carlos Manuel de Céspedes; en Dos Ríos, donde cayó en combate el Apóstol y actualmente se levanta un obelisco que rebasa el cielo, en la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata, intrincado paraje de la serranía, en Cinco Palmas y en muchos otros espacios de las montañas y ciudades, altares sagrados de la Patria, uno siente las mareas de cubanía y dignidad con poder inusual, motores de la capacidad y coraje de todo un pueblo, una nación.

Resulta fundamental conocer con profundidad cada uno de los sucesos, para amar y admirar en su dimensión justa cada uno y ser más consecuentes con su simbolismo. Cada vez que me siento en uno de los bancos de la Plaza de la Revolución de Bayamo, la primera denominada así en el país, sensaciones muy agradables circulan por mis venas.

Pienso: por aquí caminaban los niños Carlos Manuel de Céspedes, considerado el Padre de la Patria, y Francisco Vicente Aguilera, llamado por Martí el Millonario Heroico, el Caballero Intachable, aquí firmaron el acta de capitulación de las tropas españolas, cuando los mambises tomaron la ciudad el 20 de octubre de 1868; allí, a unos metros, fueron estrenadas las notas del Himno Nacional, allá comenzó el incendio glorioso de la ciudad por sus pobladores el 12 de enero de 1869. Imagino las llamas consumiendo el lugar, los habitantes hacia el monte, el asombro de los españoles colonialistas…

Las nuevas generaciones también somos parte de la historia más reciente de ese lugar, muy cerca de donde habló Fidel al pueblo en dos ocasiones, pues el 2 de diciembre del 2016, esperamos el cortejo fúnebre con sus cenizas, un mar de personas lo recibió entonando el Himno. Aquí hubo lágrimas de tristeza, velas, confirmación de fidelidad y mucho amor y agradecimiento.

Miro la estatua de El Padre, en el centro de la plaza, y voy al interior de su casa natal. Entre cuadros con su imagen, frases y objetos suyos, tiemblo. Salgo y camino por el Centro Histórico urbano. Me detengo en cada tarja, en cada monumento. Y pienso «por aquí entraron», «en este lugar cantaron». Miro a todas partes. Tal vez los vea. Sé que siguen aquí.

El cuidado del patrimonio, material e inmaterial, es tarea de todos, significa un compromiso con los bisabuelos y abuelos…, con quienes escribieron un libro enorme de coraje, tiros, sangre y éxitos, también constituiría un legado para nuestros hijos y nietos.

Me alegran los pasos dados en Granma para favorecer todo eso y experiencias como la conservación de construcciones de la Comandancia de La Plata, incluido el bohío ocupado por Fidel, en plena Sierra Maestra. Siempre será favorable incrementar las iniciativas para que las personas se sientan cerca de la placa, del edificio…, pero sobre todo de quienes nacieron, pelearon o murieron ahí.

La labor de maestros, padres y vecinos, es indispensable. Los sitios históricos y su simbolismo son parte de nosotros.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-10-17/parte-de-nosotros-17-10-2017-21-10-58

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Sensaciones en un altar de la Patria

Por: Yasel Toledo Garnache

Los veo con la fuerza de aquellos días, con la energía y el valor. No se les nota el nerviosismo que seguramente sienten, porque eso de irse a la manigua, dejar la comodidad de los hogares para comer lo que aparezca y estar siempre en peligro, no era como para sonreír y saltar de alegría.

Aquella constituía la única opción posible para eliminar la explotación y decenas de calamidades; eran pasos honorables en busca del sueño de libertad para todo un pueblo.

Según relata el historiador César Martín García, quien durante muchos años fue director del Monumento Nacional La Demajagua, ya «el Padre» lo había dicho el 2 de octubre de 1868 en conversación con Francisco Vicente Aguilera: «Pelearemos aunque sea con las manos», y agregó: «Todo lo sé, pero no es posible aguardar más tiempo, las conspiraciones que se demoran siempre fracasan, porque nunca falta a ellas un traidor que las descubra».

En verdad eran muy escasos los fusiles, pero enorme la decisión, acompañada por lanzas de púas y machetes, armas poderosas en manos de corajudos repletos de anhelos colectivos.

Este señor humilde, ciego desde hace algún tiempo, pero capaz de transmitir mucha luz y hacer ver a otros sucesos fundamentales, agrega que antes del amanecer, Carlos Manuel salió de la primera habitación de la casa, caminó con firmeza hacia el exterior, sus pasos se escuchaban de forma leve hasta que se detuvo y con fuerza expresó: «De pie. El soldado del deber no puede permitir que la aurora le sorprenda en el lecho». Él sabía que desde la tarde anterior se reunieron en ese lugar más de 300 patriotas, dispuestos a luchar, y antes de las diez de la mañana del 10 de octubre ya sumaban unos 500.

«Ahora está ahí, yo lo veo» decía Martín García, con especial emoción. Frente a él, permanecíamos decenas de jóvenes creadores, integrantes de la Asociación Hermanos Saíz, todos bajo uno de los árboles del lugar y sentados en una de las ruedas del otrora ingenio, esa que según César, todos los revolucionarios debemos tocar.

Él nos dice: allí estaba la casa de Carlos Manuel, allá los esclavos, ahí la campana… Y nuestras mentes y corazones se llenan de más luces. Gracias al poder de las palabras, nos parecía ver lo ocurrido. En el grupo, todos atendíamos como embelesados y orgullosos por ser parte de lo iniciado aquel día, junto a una bandera confeccionada con la tela que apareció, incluidos pedazos de un vestido y de una copa de mosquitero, lo cual también hace más grande el momento, la decisión.

Después de la explicación de César, quien ya está jubilado, pero jamás se niega a ser guía de los jóvenes en el interior de la instalación, su segunda casa, donde pasó la mayor parte de cada jornada durante más de 30 años, nos tiramos decenas o cientos de fotos.

Yo pensaba en otros momentos: en visitas al Monumento Nacional Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata, intrincado paraje de la Sierra Maestra; en Las Coloradas, lugar del desembarco de los expedicionarios del yate Granma el 2 de diciembre de 1956; en Dos Ríos, donde cayó en combate José Martí, Héroe Nacional de Cuba, el 19 de mayo de 1895; en Cinco Palmas, escenario del reencuentro de Fidel, Raúl y otros combatientes, y en muchos más lugares de Granma, altares sagrados de la Patria.

Cada provincia tiene sitios de enorme significación, donde se respira historia, el corazón de la nación late más fuerte y la cubanía y el orgullo de vivir en un archipiélago repleto de heroicidades circula con más velocidad por las mareas de nuestros cuerpos, para reafirmarnos que los hijos de Céspedes, Martí, Fidel y otros grandes debemos ser siempre fieles a las esencias, sin importar las circunstancias ni los obstáculos.

Ojalá podamos ir a todos o a muchos, sentir la energía y el simbolismo de cada uno de esos lugares. Ojalá se multipliquen las multimedias sobre los diferentes hechos, los dramatizados y materiales audiovisuales de calidad, en un contexto caracterizado cada vez más por la preferencia por lo digital y las imágenes en movimiento.

Me agradan los animados estrenados en Granma sobre sucesos trascendentales, como el incendio de Bayamo por sus pobladores, el reencuentro en Cinco Palmas y el asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes en la actual capital provincial el 26 de julio de 1953, cuando también fue atacado el Moncada, en Santiago de Cuba.

Es fundamental ser cada vez más creativos en la forma de presentar los sucesos, con fidelidad a la realidad. Cada profesor debe ser un manantial de conocimientos y enamorar a sus alumnos, con las pausas, entonaciones y gestos más adecuados.

Dejo de presionar el teclado y pienso en César, en La Demajagua, en «el Padre», en otros héroes, en las raíces, la sangre, los anhelos conquistados… La historia es una de las mayores fortalezas de Cuba, fuente de saberes y certezas, que resulta imprescindible preservar como un ser vivo, para el bien de todos.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-08-17/sensaciones-en-un-altar-de-la-patria-17-08-2017-22-08-18

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Escenas cotidianas

Yasel Toledo Garnache

La señora subió con dificultad al camión repleto de pasajeros. Nadie le brindó asiento. Había un silencio tremendo. Ella miraba casi suplicando con los ojos por un espacio en uno de los bancos y nadie dijo ni una palabra.

Caminó trabajosamente, apoyada en un bastón, hacia el fondo, se detuvo, y así fue en el viaje durante algunos minutos hasta que un joven se paró y le brindó su lugar; a pesar de tener fiebre y sentirse muy mal, percibir la falta de sensibilidad de los demás la lastimaba más que cualquier dolor físico.

Una mujer embarazada estaba en una cola para comprar una barquilla con helado a su hijo, el vendedor intentó darle el producto a ella primero, pero los demás protestaron, porque llevaban mucho tiempo esperando y «no era justo que alguien lo adquiriera rápido».

Los ejemplos referidos no constituyen la generalidad, pues a lo largo del país predominan los favorables, muestras de la sensibilidad de los cubanos, sin embargo, no podemos cerrar los ojos ante la otra parte, aunque duela verla.

La situación resulta más compleja de lo que aparenta, su inicio no radica en el comienzo de cada acontecimiento, sino mucho antes. La formación de cada quien desde pequeño es fundamental, con influencias de la familia, las escuelas, los medios de comunicación, los vecinos y todos en general.

En ocasiones he visto cómo madres piden a sus hijos que coman un pedazo de pudín en casa antes de la llegada de sus amiguitos, para no compartirlo. Hace poco, una me decía que su pequeño es medio «bobo», porque deja que los demás consuman la mayor parte.

Y, ¿qué les enseñamos cuando deben ingerir algo escondidos o saben que el refresco es para cuando estén solos? Recuerdo mi etapa en el preuniversitario, un grupo de amigos compartíamos los alimentos, como hermanos.

Destinamos una taquilla para poner lo de todos y cada uno comía cuando deseaba, sin pedir permiso, aunque teníamos la suficiente mesura para no exagerar.

Talabera siempre llevaba unos dulces que le hacía su papá, para dárnoslos a nosotros, pues él, aburrido de probarlos desde chiquito, ya ni los quería. Karel compartía su bistec de cerdo y prefería el pollo de Yulio. Así, estábamos muy satisfechos, siempre con chistes y muchos sueños.

Los domingos, luego de terminar las visitas de nuestros padres, comíamos en conjunto y eso aseguraba más diversidad al paladar.

Otros muchachos del dormitorio se alejaban para comer solos, a veces lo hacían en la oscuridad, después de apagar las lámparas, y sus panes, dulces… solían estar protegidos por potentes candados.

El ejemplo de los mayores tiene una dimensión tremenda, también lo observado en audiovisuales. Según algunos investigadores, quienes ven violencia se comportan más agresivos sin importar su localización geográfica, sexo o nivel socioeconómico, lo cual se refuerza en los de menos edad.

Refieren que los infantes aprenden más por imitación e incorporan soluciones «bravuconas», aunque no las manifiesten de forma inmediata, y pueden considerar las peleas, vistas en animados o la vida real, como un mecanismo normal para resolver conflictos, más cuando quien dispara y golpea es presentado como un héroe. Tampoco se trata de comparar una generación con otra, ni sucesos actuales con anteriores. Las circunstancias son diferentes, aunque la importancia de los adultos como guías, consejeros y modelos a seguir será siempre fundamental.

Prefiero pensar en las personas que ayudan a otras, veo al muchacho brindando su asiento, otro carga el bolso de una anciana, una joven toma la mano de un débil visual para cruzar la calle… Y sonrío porque, a pesar de los lunares, la solidaridad constituye uno de los mayores encantos de Cuba, un país más grande por el amor de su gente.

Fuente del articulo: http://www.granma.cu/opinion/2017-07-06/escenas-cotidianas-06-07-2017-22-07-44

Fuente de la imagen: http://www.granma.cu/file/img/2017/07/medium/f0087451.jpg

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La responsabilidad individual, motor para el progreso

Por: Yasel Toledo Garnache

A mí no me corresponde esa tarea, «no lo hago porque no está entre mis funciones de trabajo», «a mí no me pagan por eso», son expresiones que escucho en ocasiones, y las palabras se adentran en mi interior para provocarme tristeza, circulan por las mareas del cuerpo, y diversas preguntas rebotan en mi mente, a un lado y a otro, al frente y atrás.

¿Acaso es necesaria una exigencia oral o escrita para hacer lo correcto? ¿Debemos encerrar nuestras labores en un cuadrado imaginario o ser lo más útil posible en todo momento?

¿Cuáles son nuestras responsabilidades como profesionales, obreros, estudiantes…, pero sobre todo como revolucionarios, como personas amantes de su nación e impulsores del progreso?

¿Qué logramos con decir «eso no me toca», y estar con los brazos cruzados, cuando tenemos la fuerza y la capacidad para seguir aportando a favor del colectivo y de Cuba, una nación con una importancia y un simbolismo mucho más grande que su extensión física?

La complejidad de los tiempos actuales exige mucha responsabilidad, inteligencia y voluntad de todos, como un equipo enorme de más de 11 millones de personas, capaces de conseguir cualquier meta.

Los deseos de avanzar son demasiado numerosos como para preferir la pasividad, el caminar con los ojos cerrados, el preferir el silencio antes que señalar un problema o el quedarse sentado ante cualquier necesidad o posibilidad de hacer algo favorable.

Esas no son alternativas para quienes en verdad queremos un país más próspero y podemos lograrlo, lo cual depende, en mayor parte, de nosotros mismos, de nuestra capacidad para construir, eliminar dificultades y seguir conquistando sueños.

La conciencia y la voluntad para ser protagonistas en todo momento, verdaderos seguidores del legado de Fidel y otros grandes de la historia, son fundamentales, con apego al concento de Revolución, expresado el 1ro. de mayo del año 2000 por el amigo, vestido con uniforme verdeolivo, y firmado por millones en este caimán de triunfos y anhelos.

Quienes guían los grupos, no importa el tamaño, tienen mucha responsabilidad. No basta con hablar bonito y llenar papeles de buenas ideas. Ellos deben constituir ejemplos de entrega, dedicación y voluntad a favor de todos, sin importar los horarios y aprovechando al máximo las potencialidades de cada trabajador, para lo cual es indispensable conocerlos bien, motivarlos, reconocer sus éxitos, mantener la exigencia y señalar los errores con fuerza, pero en especial indicar cuáles son las mejores maneras de realizar cada actividad.

Sería muy bueno que cada jefe sea un líder, alguien en quien los demás confíen, al cual respeten y quieran como un amigo, capaz de buscar y encontrar las soluciones más acertadas, preocuparse por ellos, abrazarlos o criticarlos según corresponda y jamás decir «es imposible» ante una tarea.

Ojalá cada cubano, cada ser humano, hiciera todo lo mejor posible, sin necesidad de «mano dura de otros», no por controles (aunque siempre serán favorables) ni por visitas de superiores.

Así tal vez eliminemos las «carreras de velocidad» para lograr en pocos días lo que era posible hacer antes con mucha más calidad y cultura del detalle, como refieren Federico Hernández Hernández, miembro del Comité Central del Partido y primer secretario en Granma, y Manuel Santiago Sobrino, presidente de la Asamblea del Poder Popular en ese oriental territorio, quienes, junto a otros directivos y el pueblo, tratan de alcanzar más éxitos y un desarrollo sostenible e integral, según las potencialidades de la provincia.

Comprendamos que la meta más luminosa es la superación infinita en todos los aspectos, más allá del cumplimiento de planes productivos o de realizar lo planificado para cada jornada laboral.

Uno debe ser lo mejor posible como trabajador y ser humano, sin comparaciones con otros, porque lo más importante es hacer y aportar lo más posible, según los máximos de energía y capacidades. Así cada uno será una especie de motor pequeño, parte de ese grande, que es Cuba, para continuar impulsando el progreso, con fidelidad a las esencias y de manera consecuente con el futuro deseado para nosotros, nuestros hijos y nietos.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-05-18/la-responsabilidad-individual-motor-para-el-progreso-18-05-2017-20-05-58

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Crítica y ética, una alianza favorable

Yasel Toledo Garnache

Algunos la hacen por impulsos, porque algo les molesta, por simularse valientes… La percibo en parques, guaguas, coches, en barrios y centros laborales.

Nace de la mente de muchos o todos, porque criticar es inherente al ser humano y hasta saludable, cuando no significa excesos ni “malaleche”.

Alguien me dice que implica conocimiento y responsabilidad, y tiene razón. Sin embargo, eso no significa que esté prohibido decir simplemente “no me gusta”.

El momento, el lugar, la forma y la función social del emisor son determinantes. Suele provocar dolor y baja autoestima, manifestados en llantos y aislamientos.

Con frecuencia, repetimos que debemos ser “críticos y autocríticos”, hasta constituye una especie de elemento para la evaluación en asambleas estudiantiles, y se incluye en avales, con el sonido imaginario de los aplausos en el fondo. Es favorable que en verdad lo seamos, para avanzar y disminuir errores.

Sin embargo, requiere mesura, aunque haya por ahí quien repita “soy tan feo como tan franco”. Siempre recordaré a un compañero de aula que, después de llegar a la beca, lloró durante varios minutos, por la dureza de ciertas expresiones.

Algunos andan siempre con los ojos bien abiertos, para ver, en especial, los “grises”. Entonces apuntan con el dedo y disparan balas verbales, que intentan convertirlo casi todo en negro.

Critican a uno y a otro, a esto y aquello, al jefe y al seleccionado como mejor trabajador…, pero nunca hablan de frente. En las reuniones, “cuchichean” algo al de al lado, y jamás alzan la mano. A veces, hasta mandan papelitos, firmados por Anónimo, un ser indefinible que, con frecuencia, solo quiere dañar.

Juzgar implica un alto grado de subjetividad y, en ocasiones, no conocemos cuántos problemas personales o de otro tipo sufre quien, en determinado momento, es blanco de los disparos de palabras.

Tampoco se trata de asumir personajes de víctimas cada vez que nos señalen. Las deficiencias y otros aspectos mejorables se deben asumir con valor y conciencia, sin pretextos ni máscaras. Hay que decir: “Es cierto”, y lo más importante: caminar hacia la eterna superación. Es preciso que nadie la “coja” contra el emisor, sino contra el problema.

Confirmo: criticar es una actitud favorable para todos, cuando pretende ayudar y empujar hacia el bien individual y colectivo, no destruir ni herir sensibilidades.

Los estudiosos refieren que su origen está en el latín  criticus y constituye una opinión, examen o juicio formulado en relación con una situación, servicio, propuesta, persona u objeto.

Tal vez, usted imagine a una vecina, colega de trabajo o amiga (puede ser del sexo masculino), que emite sus criterios de forma espontánea y parece traer una cuchilla en la lengua, siempre enunciando los defectos de otros. Esas personas casi nunca ven la paja en sus ojos, y no comprenden que su actitud es también reprochable.

Quienes tienen la posibilidad de difundir sus opiniones en publicaciones impresas, por micrófonos, cámaras…, deben ser exigentes con ellos mismos en cuanto a su ética profesional, sin influencias emocionales, aunque resulte bastante difícil.

Deben privilegiar la ecuanimidad y el respeto a lo juzgado y a sus autores. Se recomienda reconocer también lo positivo y fundamentar cada dificultad con argumentos sólidos, sin dogmatismos y conscientes de que expresan sus percepciones y no una verdad absoluta.

Jamás renunciemos a la crítica constructiva. Com­pren­damos que su mejor compañera es la ética, siempre con valor profesional y personal, con espíritu constructivo y deseos de aportar desde la utilidad.

Fuente del articulo:http://www.granma.cu/opinion/2016-06-03/critica-y-etica-una-alianza-favorable-03-06-2016-01-06-47

Fuente de la imagen:http://letralia.com/209/etica.jpg

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El teatro y la vida

Hay  personas  que andan por la vida como en una obra de teatro. Sonríen, elogian y siguen co aparente naturalidad.

Otras asumen personajes de críticos, apuntan con el dedo, dicen «no» y mueven la cabeza hacia los costados. En ocasiones el protagonista es el mismo, aunque en diferentes lugares.

A veces, aplauden, dicen que algo les parece bien, pero luego resaltan lo negativo, le añaden un poco de ficción y hasta ofenden. Constituyen personajes de la realidad, de esos que casi nunca son sinceros, hacen daño y en las reuniones suelen «cuchichear» ciertas «gracias» al de al lado, pero jamás alzan la mano.

Disfrutan transmitir malas sensaciones al colectivo, con expresiones y actitudes pesimistas. En ocasiones, hasta envían papelitos, firmados por Anónimo, un ser indefinible que, con frecuencia, solo quiere dañar.

Uno podría pensar que se escaparon de alguna telenovela o página literaria, pero no, andan por nuestras calles, toman batido, saludan y con tono especial aseguran «te quiero», dan un abrazo, y luego disertan con otros sobre lo malo de quien recibió el simulado cariño.

No estudiaron en el Instituto Superior de Arte, ni en talleres de las Casas de Cultura o las universidades, pero su preparación actoral es innegable, aunque poco a poco uno los conoce y sus representaciones son menos creíbles. Uno suele darles la espalda o inventar un pretexto para no ser jamás público.

Las obras teatrales debieran ser solo para los escenarios. Prefiero la sinceridad, hablar sin temores y hasta con dureza cuando sea preciso, aunque la «diplomacia» a veces es muy necesaria.

Los protagonistas de estos párrafos, quienes tienen muchos nombres, interpretan sus personajes en cualquier lugar, una cola para comprar pizzas, un ómnibus…

Hace poco, alguien intentó recitarme un largo guion de problemas, y confieso que escuché unas dos páginas, pero no más. Le dije: «vamos, hablemos con la persona responsable de eso». Abrió los ojos más de lo habitual, balbuceó algo indefinible, una excusa que no definí por el bajo volumen de su voz, dio unos pasos hacia atrás, y… ya.

Es muy fácil señalar, ver lo negativo e hiperbolizar. Lo más importante es hacer y aportar a favor de los colectivos. La crítica constructiva será siempre muy necesaria y hasta saludable, especialmente en un país que aspira a la perfección permanente. Algunos la hacen por impulsos, porque algo les molesta, por simularse valientes… La percibo en parques, guaguas, coches, en barrios y centros laborales.

Dice mi abuelo que uno siempre la debe agradecer, y, cuando sea necesario, expresarla con valor, ética, responsabilidad y deseos de contribuir a eliminar los problemas.

Tal vez, usted imagine a una vecina, colega de trabajo o amiga (puede ser del sexo masculino), que emite sus criterios de forma espontánea y parece traer una cuchilla en la lengua, enunciando los defectos de otros. Si manifiesta lo que piensa y desea favorecer las soluciones, yo la aplaudo, aunque el tono no sea el más adecuado.

Varias personas aseguran que prefieren quedarse calladas o solo comentan en casa y con amigos, porque, en ocasiones, los señalamientos son malinterpretados, molestan a otros y no conducen a nada bueno. Y tienen razón.

Las deficiencias y otros aspectos mejorables se deben asumir con valor y conciencia, sin pretextos ni máscaras. Hay que decir: «es cierto», y lo más importante: caminar hacia la eterna superación. Es preciso que nadie la «coja» contra el emisor, sino contra el problema.

Debemos comprender que juzgar implica un alto grado de subjetividad y, en ocasiones, no conocemos cuántos problemas personales o de otro tipo sufre quien, en determinado momento, es blanco de los disparos verbales.

Tecleo estas ideas, y pienso en un amigo, quien me pide que sea más preciso en ciertos textos, escriba nombres y dificultades con apellidos, pero el objetivo es motivar reflexiones. Cada quien tiene sus propias vivencias.

Confirmo: criticar es una actitud favorable para todos, cuando pretende ayudar y empujar hacia el bien individual y colectivo, no destruir ni herir sensibilidades, o algo más.

Fuente del articulo: http://www.granma.cu/opinion/2017-04-13/el-teatro-y-la-vida-13-04-2017-21-04-04

Fuente de la imagen: http://reporteroescolar.unir.net/2017/wp-content/uploads/2017/01/42088_i_teatro.jpg

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Niños, «pelas» y gritos

Por: Yasel Toledo Garnache

La madre voceaba a la hija, la agarraba por un brazo y amenazaba con darle unas palmadas. Otra progenitora golpeaba a una niña, de unos cinco años. Y varias personas observaban, decían algo en voz baja, pero nada más.

Para educar no existen manuales exactos ni verdades absolutas, aunque algunos hayan escrito consideraciones personales, incluidas varias a partir de investigaciones. Cada infante y circunstancia son diferentes, por eso la comprensión, amor e inteligencia de los adultos resultan fundamentales.

Nadie tiene una especie de guía exacta para hacerlo bien y favorecer la formación de quienes crecerán. En ocasiones, los impulsos e incertidumbres conducen a equivocaciones.

Un amigo me narró escenas de agresiones a pequeños y expresó su dolor por lo observado. «Hasta en mi familia ocurren sucesos como esos, con una sobrina, y yo intervengo para evitar los golpes, pero luego se repite todo», manifestó con tristeza.

Según especialistas, quienes asumen actitudes como las referidas, lo hacen porque no son capaces de asumir otras formas de enseñar y educar. Alertan que eso puede provocar malestar constante, estrés, problemas de concentración, desmotivación, rabia, baja autoestima y frustración en los pequeños.

Resaltan la importancia del diálogo, explicar con serenidad y escuchar las versiones de los niños, sin provocar temores, para lo cual es importante pasar tiempo cerca de ellos, jugar, ser sus amigos y tener siempre presente la importancia de constituir buenos ejemplos en la manera de comportarnos.

Verdad que la intranquilidad de algunos y ciertas acciones molestan muchísimo, pero debemos estar conscientes de que las agresiones no generan respeto ni autoridad, aunque ellos obedezcan por miedo, lo cual puede desaparecer cuando llegan a la adolescencia y a etapas superiores.

Tampoco se trata de sobreprotegerlos ni acostumbrarlos a merecerlo todo, pues deben aprender a valerse por ellos mismos y compartir con los demás. Se puede lograr autoridad y disciplina sin necesidad de vocear, amenazar ni golpear.

Es posible ser firmes, castigar y exigir sin emplear los métodos anteriores.

Otros estudiosos sugieren tener en cuenta el tipo de temperamento de los pequeños y las características, para educarlos mejor. Según añaden, deben ser castigados en la justa medida, como una forma de mostrarles los límites y que las malas conductas tienen consecuencias, aunque lo primero será siempre explicar las razones, por qué la acción fue incorrecta.

Esa reprimenda debe ser inmediata, proporcional y en correspondencia con la edad y el tipo de falta cometida, para evitar efectos negativos como dañar la autoestima. Si intentan abrazar, dar un beso… para «reparar» el error, no sería favorable rechazarlos, pues pueden sentirse dolidos.

Los adultos también nos equivocamos, y quién nos da una «pela», aunque a veces nos merecemos algunas muy grandes, me dijo alguien hace poco, y tiene mucha razón. Cada niño es una parte de sus progenitores, por eso el deseo de formarlos bien y que sean casi perfectos.

Tal vez lo mejor es jamás olvidar que también fuimos infantes, aprovechamos cada oportunidad para jugar, en ocasiones deseábamos bañarnos más tarde o seguir con los demás del barrio sin importar la hora, y los castigos nos dolían mucho, por eso a veces corríamos para evitarlos. Ellos deben percibir que todo cuanto hacen los padres es para su bienestar.

Lo más favorable es la conjunción exacta de amor, cariño y exigencia, conscientes de la importancia del ejemplo. Yo, quien todavía no tengo hijos, ya sueño con enseñar, educar, reír, jugar y construir, junto a un pequeño, motivo para más esfuerzo y ser mejor.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-04-20/ninos-pelas-y-gritos-20-04-2017-20-04-00

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