La verdad es que necesitábamos buenas noticias en este 2020 y esta vez, las alegrías llegan desde el noreste de África. En un momento histórico, el nuevo gobierno de Sudán prohibió completamente la arcaica práctica de la mutilación genital femenina. Todas las personas que practiquen esta violenta y abusiva tradición enfrentarán hasta tres años de cárcel.
¿Qué tan importante es esta noticia? Imagínate que la ONU estima que 9 de cada 10 mujeres de Sudán han sido víctimas de mutilación genital femenina.
“Esta nueva ley ayudará a proteger a las niñas de esta práctica barbárica y les permitirá vivir con dignidad”, mencionaba Salma Ismail, vocera del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en una entrevista para el New York Times. “Ayudará a las madres que no querían mutilar a sus hijas pero sentían que no tenían opción. Ahora por fin habrá consecuencias”.
Prohibir esta práctica es un avance histórico. Sobre todo en Sudán.
En este país que ha estado en turbulencia política desde la caída en 2016 de Omar al Bashid —el dictador que los gobernó por más de 30 años—, la práctica de la mutilación genital femenina es mucho más violenta y extrema que en otros lugares de África, donde también se realizan procedimientos similares.
Foto: RFI
En Sudán —recordemos que nueve de cada 10 mujeres son víctimas—, la mutilación implica el corte de los labios vaginales y la extirpación del clítoris.
La ley que criminaliza esta práctica ya esta vigente y quienes la practiquen se enfrentan a tres años de cárcel. Sin embargo, los especialistas internacionales advierten que todavía falta mucho para detener esta tradición que tanto dolor le ha causado a millones de niñas en la historia.
¿Qué es la mutilación genital femenina?
Es un procedimiento en el que los órganos sexuales de la mujer son deliberadamente cortados o eliminados. “Cualquier lesión de los órganos genitales femeninos por motivos no médicos”, explica la Organización Mundial de la Salud.
Con frecuencia implica la extirpación de los labios vaginales.
Foto: UNICEF
Durante la mutilación genital femenina regularmente es necesario el uso de la fuerza por parte de familiares, médicos —si se les puede llamar así— y autoridades religiosas pues, claramente, el procedimiento va contra la voluntad de millones de niñas.
“Te conviertes en un cubo de hielo. No sientes, no amas y no tienes deseo”, reflexionaba en la BBC, Omnia Ibrahim, una cineasta de Egipto que fue víctima de mutilación genital y se ha convertido en activista para terminar con esta práctica.
“Me enseñaron que un cuerpo significa sexualidad y que la sexualidad es un pecado. Para mi mente, mi cuerpo se había convertido en una maldición”.
La mutiliación genital femenina se practica constantemente en —al menos— 27 países de África: además de Sudán o Egipto, es común escuchar de ella en Etiopía, Kenia, Burkina Faso, Nigeria, Dibouti y Senegal. Esta violenta tradición está completamente ligada a los valores religiosos y culturales, llegando a ser considerada como un pilar del matrimonio apoyado por hombres y mujeres.
Un grupo de estudiantes, profesores, activistas y profesionales de Senegal han compuesto y lanzado esta original campaña de sensibilización como arma frente a la covid-19
«¿Y si en vez de jugar un partido de fútbol aprovechas esta crisis para mejorar tu control del balón? ¿Y si en lugar de dar la mano a tu vecino, te la llevas al corazón y le dejas ver lo importante que es para ti su salud?». Estas son frases de la campaña Koronaawiris (coronavirus en idioma wolof, hablado en Senegal y Gambia), diseñada por el Grupo de Acción y el Estudio Crítico (GAEC), un colectivo formado por alumnos, profesores, investigadores, vecinos, pensadores, artistas, activistas y profesionales senegaleses, entre ellos, el antropólogo Abdourahmane Seck, como arma frente a la covid-19.
“Cuando a principios de marzo el Gobierno de Senegal comenzó a explicar los hábitos necesarios para luchar contra el coronavirus en el país, nos pusimos manos a la obra para adaptar los mensajes a nuestra realidad. La premisa fue evitar las prohibiciones: queríamos dar alternativas viables y seguras que la población pudiera adoptar sin frustrarse”. El que lo explica es Bruno Faye, estudiante de Ciencias Sociales de la Universidad Gaston Berger (UGB) de Saint Louis quien, junto a un grupo de otras nueve personas, se ha lanzado a montar una estrategia de comunicación contra la covid-19.
El equipo de GAEC se puso manos a la obra y analizó las recomendaciones de instituciones de referencia como la Organización Mundial de la Salud (OMS). “Se quiso ir más allá de las consignas universales: el ajuste de mensajes globales a las situaciones particulares son clave para que las campañas de salud pública hagan mella y la adaptación de los consejos y recomendaciones al contexto senegalés era vital para nosotros”, explica la traductora Alba Rodríguez-García, profesora de la UGB y otra de las impulsoras de esta iniciativa.
Tras las consignas estatales de suspensión de toda actividad pedagógica universitaria, el grupo se dispersó y, desde sus diferentes lugares de residencia, estudiaron los comportamientos de sus vecinos para ver “cómo podría hacer la ciudadanía para apropiarse de la nueva situación”, comenta Bruno Faye desde su Diourbel natal. Las claves fueron: reflejar a la juventud (la edad media nacional es 19 años), así como la cotidianidad, los hábitos culturales y los mecanismos de cohesión social.
Los materiales se hicieron en la lengua vernácula mayoritaria en Senegal, el wolof, extendida oralmente pero cuya codificación escrita plantea problemas para sus hablantes, al no estudiarse en la escuela. A juicio del colectivo, esta era una buena ocasión para “exponer a la gente a su escritura, a su descifrado, a un juego de lectura y de descubrimiento, que por otra parte afianzara la confianza en su lengua para transmitir tantos o más mensajes que cualquier otro idioma colonial, y con capacidades de sobra para ello”, apunta Rodríguez-García. Además, un equipo de traductores trabaja ya para poder difundir la campaña en lenguas bambara, en seereer, en jóola, en fon…
Boxear contra la pandemia
Recurrir al componente artístico para sensibilizar o apropiarse de las recomendaciones existentes para hacerlas atractivas y comprensibles a la población son algunas de las iniciativas que se han ido multiplicando en las últimas semanas en torno a la pandemia. El street art, las acciones musicales, las propuestas de diseñadores, y tantas otras expresiones artísticas senegalesas han atravesado el país en estas semanas y han servido para completar los esfuerzos múltiples que se están llevando a cabo a nivel institucional en la lucha contra el virus.
Para el GAEC este elemento fue clave en su reflexión sobre la apropiación de los mensajes y para ello contaron con el ilustrador Lusmore Dauda, que vive en Senegal, y con la artista gráfica canaria Elisa Armas. “El proceso creativo se basó en simplificar mucho las imágenes para que fuesen altamente comprensibles, basadas en hechos como toser o estornudar, y no conceptos. Pretender aplicar el confinamiento a la población senegalesa es complicado”, explica Dauda. «El 80% de la gente vive al día y necesita la calle para buscar sustento, solo aquellas familias bien situadas económicamente podrían respetar esa medida», completa.
La única licencia que se dio el ilustrador, quien trabaja también bajo el nombre de Daud, fue transformar unos guantes de boxeo en protecciones sanitarias, haciendo el símil de luchar contra el virus, sabiendo que en Saint Louis la referencia visual al boxeo está muy asimilada, al ser de allí el primer campeón de boxeo africano, Battling Siki.
Además de la campaña visual, el colectivo ha puesto en marcha una segunda herramienta a disposición de las poblaciones: el blog covid-19 que pretende establecer un diálogo entre las comunidades africanas y las instituciones académicas, así como con la diáspora en todo el mundo. “Se trata de una acción pedagógica tridimensional que nos permite informar, concienciar y reflexionar críticamente sobre la época del coronavirus”, asegura Abdourahmane Seck. En él se pueden encontrar tres tipos de contenidos: información, incluyendo los documentos del ministerio senegalés, pero también los de la actualidad de otros países africanos o debates internacionales; tutoriales, en donde se encuentran explicaciones sobre diferentes cuestiones prácticas, con atención especial a colectivos vulnerables (sensibilización en lengua de signos, vídeos educativos para niños y niñas, consejos para las embarazadas y lactantes, etcétera) y un espacio de opiniones y análisis.
“Este apartado es nuestro valor añadido respecto a otras iniciativas puestas en marcha y a la cantidad de información que corre por las redes sociales”, explica Bruno Faye. “Se trata de un aporte militante, donde visibilizamos contribuciones provenientes de países y posiciones diversas, desde humanistas senegaleses como Boubacar Boris Diop, hasta filósofos surcoreanos, pasando por intelectuales sudafricanos, políticos… Queremos animar un debate crítico y capitalizar puntos de vista importantes en donde los saberes producidos en África tengan un lugar importante”.
En estos tiempos de prohibición de la reunión, ese espacio comunitario que permitía al colectivo recoger e integrar saberes ciudadanos, la bitácora invita abiertamente a contribuciones externas, en un intento de llevar al espacio virtual su entendimiento de coproducción del saber común. “De todas formas, esperamos seguir con esta iniciativa cuando se levanten las restricciones y entonces sí nos acercaremos a la gente para seguir aprendiendo de lo que nos deja esta pandemia”, asegura Faye.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/05/04/planeta_futuro/1588583253_415044.html
Más de 200 iniciativas para luchar contra la pandemia en todo el mundo, incluida España, están usando Ushahidi, una plataforma africana de recogida colaborativa de datos
¿Qué tienen en común el #EsteVirusLoParamosUnidos que ha lanzado el Gobierno español; el #ArgentinaUnida que repiten las instituciones del Estado argentino; el #UnidosLoHacemos que transmiten las autoridades panameñas; el #Defeat_Covid19_Together (Derrota_Covid19_Juntos) que utilizaron en algunos momentos las autoridades de Corea del Sur; o la campaña #KomeshaCorona (Acabemos con el corona), acuñada por el Gobierno keniano? La idea de unidad. Seguramente los mensajes que más se ha repetido durante las últimas semanas hayan sido los que ponen el acento en la pertenencia a una comunidad y la necesidad de dar una respuesta conjunta, es decir, que esa comunidad actúe de manera solidaria. Precisamente, hace 12 años en Kenia, un grupo de activistas digitales concibieron una plataforma para articular y gestionar la respuesta coordinada de una comunidad. La llamaron Ushahidi. Y hoy, frente a la expansión del Covid-19, hay más de 200 desarrollos de Ushahidi en todo el mundo intentando favorecer las reacciones comunitarias a la epidemia.
Mientras en Brasil, en Kenia, en Nepal y en Nigeria, la plataforma sirve para hacer el seguimiento de la evolución de casos; en Nueva Zelanda se visibilizaban los servicios abiertos durante el confinamiento; y, en Suiza, se hacía un repertorio de la necesidad de cubrir empleos urgentes relacionados con la crisis. Sin embargo, la función más extendida ha sido mapear y dar apoyo a las redes comunitarias de apoyo mutuo. Desde la ciudad alemana de Münster, hasta la keniana de Mombasa, pasando por la localidad estadounidense de Denton, Ushahidi ha intentado acercar las ofertas de ayuda de la ciudadanía a las necesidades más básicas. De la misma manera, la plataforma ha dado cobertura a iniciativas más amplias como el repertorio de recursos sociales que La Asociación Nacional de Asistencia Pública (Anpas) realiza en Italia o, incluso, el amplio despliegue que Frenar la curva ha realizado en España o el que una homóloga ha puesto en marcha en Perú.
El refuerzo de la comunidad, la autogestión y la localización geográfica son algunos de los pilares de Ushahidi, ya que nació como una respuesta cívica a la violencia que se desencadenó en Kenia después de las elecciones presidenciales de 2007. En aquel momento, se trataba de dar a la comunidad una herramienta para que pudiese generar una respuesta a esa violencia. “Éramos gente del mundo de la tecnología, blogueros… No éramos poderosos, pero teníamos los instrumentos para trabajar juntos y colaborar online para crear algo más grande. Crear un gran grupo es lo que te hace más fuerte”, comentaba Juliana Rotich, una de las fundadoras de Ushahidi, en una entrevista en EL PAÍS sobre el espíritu de la iniciativa. “Se trataba de crear una plataforma que después otras personas pudiesen usar para hacer frente a los problemas que se produjesen en sus países. Queríamos crear unas bases sobre las que después otra gente pudiese construir lo que necesitase y el primer prototipo se podía hackear en cuatro días”, continuaba Rotich en esa misma entrevista.
Hoy, todos aquellos principios a los que quería dar respuesta Ushahidi se han puesto más de manifiesto que nunca y la actual directora ejecutiva de la compañía, Angela Oduor Lungati, señala que tiene más de 200 mapas, es decir, 200 iniciativas relacionadas con la covid-19 alojadas en sus servidores, sin contar con las aplicaciones de la plataforma que otros actores han podido desarrollar y publicar en Internet desde otros. “Ushahidi ha sido utilizada sistemática en situaciones de crisis en todo el mundo durante los últimos 12 años. Así que, ante una epidemia global, es normal que muchas personas hayan recurrido a herramientas tecnológicas como la nuestra para ver cómo organizar mejor su voluntad de ayudar y como brindar apoyo a las comunidades vulnerables”, señala Lungati. “Esta pandemia ha dejado a muchas personas sin posibilidad de acceder a recursos críticos y además ha puesto de manifiesto enormes brechas en la capacidad de respuesta en todo el mundo. Ushahidi está ayudando a evidenciar lo que más se necesita en este momento y está ofreciendo información sobre dónde desplegar estos recursos, ya sea estableciendo centros de prueba o ayudando a las personas a comprar alimentos”, explica.
Efectivamente, desde su nacimiento Ushahidi se ha puesto al servicio de organizaciones sociales para dar respuesta a situaciones tan dispares como la vigilancia electoral, el seguimiento de medicamentos falsificados o la lucha contra la corrupción, entre otras. Pero una de las funcionalidades más explotada ha sido la respuesta a catástrofes y desastres provocados por fenómenos naturales. El uso de la plataforma como parte de la respuesta humanitaria durante el terremoto de Haití de 2010 fue una de las pruebas de fuego de Ushahidi. Seguramente, por ese origen y esos antecedentes, la empresa keniana modificó las condiciones de uso desde los primeros momentos de la actual crisis y permitió que la herramienta fuese todavía más accesible haciéndola gratuita para las iniciativas de respuesta a la epidemia.
Angela Oduor Lungati considera que esta crisis ha evidenciado “la importancia de permitir que la ciudadanía sea parte activa de la resolución de los problemas en sus comunidades”. La tecnóloga keniana explica: “La gran mayoría de las peticiones de uso de Ushahidi que nos llegan están lideradas por propia comunidad, las personas se auto organizan para proporcionar ayuda mutua y crear conciencia sobre sus experiencias”. A esa evidencia añade que “los Gobiernos también están recurriendo a soluciones que permiten a los ciudadanos auto informarse sobre sus síntomas”. La afirmación de Lungati con esta experiencia es categórica: “Todo esto demuestra que, para atravesar esta crisis, se necesitará responsabilidad y colaboración colectivas”.
Ejemplo del uso de los mapas de Ushahidi en Europa.
Desde su nacimiento, Ushahidi (que en suajili significa “testigo” o “testimonio”) ha pretendido ser mucho más que una herramienta tecnológica. “Con Ushahidi demostramos que la tecnología podía ayudar a dar una respuesta, que se puede utilizar para muchas cosas, pero una de ellas es el beneficio social”, explicaba hace unos añosErik Hersman, otro de los padres de la plataforma. Sus fundadores la entendían más bien como una energía para dinamizar las comunidades y, sobre todo, la construcción de lógicas de trabajo colaborativo dentro de los colectivos. “La combinación de la tecnología móvil y el crowdsourcing (la realización colaborativa y voluntaria de una tarea) permiten construir un sistema, una dinámica de una sociedad colaborativa en la que fluye la información. Si se crea esta dinámica cuando se produce una crisis tienes un canal abierto con los ciudadanos para la comunicación, pero también la movilización, la sensibilización, la educación o la respuesta”, explicaba Juliana Rotich para transmitir la motivación inicial del proyecto. En la situación actual, esos principios parecen haberse extendido y contagiado más que nunca y es ahí donde las necesidades colectivas encajan perfectamente con el espíritu de la plataforma keniana.
“Cada vez más”, comenta Lungati, “durante la última década, la gente se están haciendo cargo de resolver los problemas de sus comunidades y lo están haciendo de manera colaborativa. A partir de aquella respuesta al terremoto de Haití, y también durante otros sucesos posteriores, se ha ido cultivando la importancia de la colaboración dentro de las comunidades”. La responsable de Ushahidi aplica sus experiencias previas y la trayectoria de la plataforma a la situación actual: “Creo que esta pandemia ha reforzado aún más esa conciencia de colaboración y creo que va a cambiar radical y definitivamente nuestra forma de ver tanto el papel de las comunidades en la respuesta a las crisis en el futuro y como la necesidad de apoyar a las personas para que se organicen mejor”.
De la misma manera, la responsable de la organización keniana destaca su interés por superar las brechas que se abren en el entorno digital: “En Ushahidi, tenemos mucho interés en asegurarnos de que las personas tengan el mismo acceso a las herramientas tecnológicas, la información y las habilidades para resolver problemas de manera eficiente en sus comunidades. Y, avanzando un paso más, estamos comprometidos a ayudar a las personas a utilizar la tecnología para provocar cambios en sus comunidades”.
Al mismo tiempo, la plataforma intenta aumentar su comunidad, que se alimenta de la inteligencia colectiva. Y este momento de especial intensidad Ushahidi la moviliza la refuerza. Mientras ofrece la herramienta de manera gratuita para las organizaciones que trabajan contra la epidemia, pide ayuda a los desarrolladores que puedan ayudar a mejorar técnicamente la plataforma, pero también que quienes han empleado la herramienta expliquen su experiencia para difundirla y así se pueden leer las sensaciones de las organizaciones que están empleando esta herramienta tecnológica keniana en todos los rincones del mundo para hacer frente a una amenaza global.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/04/30/planeta_futuro/1588247147_455797.html
En Benín se utiliza la informática como excusa para empoderar a las jóvenes y darles herramientas para luchar contra la discriminación y los abusos
“Son muchos los mitos y tradiciones que mantienen la desigualdad de género y el dominio del hombre sobre la mujer aquí en Benín, y muy especialmente en una zona rural como esta de Nikki”, comenta Abdel Kader Madougou, representante de la ONG OAN International en el país. «Entre estos mitos están algunos muy integrados en el día a día de nuestra población, tanto entre mujeres como entre hombres, y son utilizados por estos para subyugar a las primeras. Repiten que el varón es responsable del hogar y tiene todo el poder de decisión sobre su familia y sobre su esposa; que debe administrar la economía, incluidos los ingresos generados por la mujer… Ella, incluso cuando es víctima de violencia de género, tiene que saber que ese es su destino y no puede abandonar el hogar. También creen que la que rechaza la poligamia de su marido es una mala mujer».
“Son ideas preconcebidas, sustentadas en la tradición y apoyadas por la presión social en pleno siglo XXI, que mantienen a las mujeres sumisas y no favorecen su desarrollo o empoderamiento”, añade Karamatou Issa, de 17 años, una de las beneficiadas del proyecto de apoyo a la emancipación de las mujeres de la comuna de Nikki, en el norte del país, desarrollado e implementado por la organización española en unión con la beninesa JEDES Besen Sia y con financiación de la Fundación Salvador Soler.
La mayoría de las mujeres beninesas declaran ser o haber sido víctimas de violencia de género. No hay datos oficiales actualizados, pero en 2011 el Ministerio de Familia, Asuntos Sociales, Solidaridad Nacional, Discapacidad y Ancianos llevó a cabo una encuesta nacional que concluyó que el 69% de las mujeres había sido víctima de violencia de género al menos una vez en su vida. Más de la mitad de las encuestadas (51,5%) experimentó sufrimiento físico o psicológico al menos una vez en su vida. El 72% estuvo expuesta a violencia verbal, el 32,8% a amenazas de divorcio, insultos (22,6%), violencia sexual (28,5%), violación de niñas de dos a 14 años (1,4%), abducción (8,5%) y mutilación genital femenina (15%). Los resultados de este estudio promovieron la adopción por la Asamblea nacional de la Ley de prevención y represión de la violencia contra las mujeres de 2012.
Las participantes sostienen su certificado al final del curso.CHEMA CABALLERO
La falta de voluntad política para hacer efectiva esa norma y el peso que la tradición tiene, sobre todo, en las zonas rurales, hacen muy difícil terminar con esta lacra. En 2015, con la adhesión de Benín a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), surgieron algunas ONG con el propósito de hacer realidad el ODS 5: Lograr la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas. Sin embargo, muchas de estas organizaciones incluyen en la categoría de violencia de género tanto la que sufren las mujeres como los hombres, y no definen claramente sus objetivos.
El proyecto de emancipación que llevan a cabo las dos organizaciones que trabajan en Nikki parte de los cursos de informática para dotar a las mujeres de autonomía. “Queremos que entiendan la importancia que tiene hoy día la informática para cualquier trabajo o conocer el uso de Internet para hacer búsquedas y aprovechase de sus posibilidades. Y que puedan acceder a ese gran mundo sin ayuda de nadie”, explica el formador Abdou-Hadi Karim. Este aprendizaje es un valor añadido y un gancho para atraer a las beneficiarias y conducirlas hacia el corazón de esta iniciativa integral de empoderamiento: dotar a las jóvenes de las herramientas necesarias para luchar y denunciar la violencia de género. “Es importante que las mujeres estén informadas sobre cuales son sus derechos y que tengan la posibilidad de denunciar cualquier agresión. Que sepan qué pueden hacer si un hombre les molesta, si son víctimas de una violación o de un matrimonio infantil y cómo se pueden evitar este tipo de crímenes”, afirma Zoulkarnaïne Yinde, de JEDES Besen Sia.
El primer paso es ayudar a las participantes a reconocer e interpretar las distintas formas que adopta la violencia de género, para luego clarificar las dudas que puedan tener. Igualmente, se habla de cómo la división de roles entre el hombre y la mujer en la sociedad tradicional es una forma más de sumisión de la mujer, entre otras cuestiones.
Deconstruir la red
En esta formación es muy importante deconstruir toda la red que la tradición y la cultura popular han tejido en torno a las mujeres. Así, se les invita a reflexionar sobre las imágenes positivas y negativas creadas y presentadas por canciones populares, proverbios, refranes, cuentos e historias. Pero sin olvidar tampoco que esos estereotipos se mantienen en canciones actuales, películas o anuncios.
“Este tipo de formación es fundamental. Por ejemplo, en esta zona, muchas familias no ven la ventaja de escolarizar a sus hijas. También tenemos casos de profesores que violan a las chicas que les piden ayuda en sus estudios. Pero si ellas tienen la capacidad de luchar por sus derechos o rechazar esas proposiciones y denunciarlas, esto sería muy importante y empezarían a cambiar muchas cosas aquí”, explica Yinde.
El programa de emancipación de la mujer, se dirige a dos grupos de beneficiarias: aquellas que acuden al instituto de educación secundaria y las que aprenden un oficio como costura, cocina o artes similares o tienen un pequeño negocio. Tanto a unas como a otras se las instruye para que diseminen la formación recibida entre sus compañeras y sirvan también de puntos focales en donde otras chicas puedan buscar información, consejo y apoyo.
Para mejorar la independencia económica de las mujeres que realizan oficios o tienen negocios y crear una red de solidaridad entre ellas, el programa les ha facilitado la obtención de microcréditos. Para ello se ha negociado con una entidad financiera un tipo de interés más bajo que el habitual. Luego, se acompaña a las beneficiarias en el proceso de devolución de los créditos. Igualmente se les ofrece formación, tres veces al mes, sobre gestión económica y marketing, además de los temas de igualdad de género. A este grupo se le hace especial hincapié en las ventajas que el uso de Internet puede tener para conseguir ventas mayores o atraer nuevos clientes.
Obra de teatro durante la ceremonia de graduación.CHEMA CABALLERO
“No tengo mucha esperanza de que la vida de estas mujeres cambie”, confiesa Débora Nadeni, una de las animadoras del programa. “Pero un proyecto como este tiene mucho sentido. Es difícil que estas mujeres cambien el tipo de relación que tienen con sus maridos y su rol en las tareas del hogar, pero sí pueden cambiar la educación que den a sus hijas e hijos, y tenemos que trabajar para que sus hijas tengan una vida diferente”.
Karamatou Issa afirma que la formación informática recibida le ayudará mucho en sus estudios futuros. Tienen planeado acudir a la Universidad de Parakou el próximo curso para comenzar filología hispánica. Ya habla un poco de español y le gusta practicarlo cuando tienen ocasión. Pero, sobre todo, está contenta porque ahora se siente fuerte, conoce mucho mejor sus derechos y sabe defenderse. «Ya no veo normal que por ser chica un hombre pueda acosarme en la calle o un profesor pueda pedirme favores sexuales. Ahora sé qué tengo que hacer en un caso como ese: denunciar».
Chakira Ali, de 15 años, afirma que con lo que ha aprendido podrá, como mínimo, trabajar como secretaria y así ser independiente, aunque su sueño es poder llega a la universidad y estudiar Medicina. A ella le ha entusiasmado conocer el manejo de las redes sociales. Algo que ha enseñado a otras amigas. Juntas han creado un chat en el que comparten dudas de sus estudios. Ahora intenta que los profesores también participen en él. «Así las chicas no tienen que buscarles después de clase para resolver dudas, una forma de evitar que puedan abusar de nosotras», comenta.
Karamatou, Chakira y sus compañeras se graduaron a finales de febrero en una ceremonia en la antes de recibir sus diplomas representaron un par de obras de teatro escritas por ellas mismas en las que exponían algunas de sus reflexiones tras recibir la formación. En la primera recogían el caso de una mujer que tiene su propio negocio y que se enfrenta a las críticas de otras mujeres por estudiar informática y ella les relata las ventajas de adaptarse a los nuevos tiempo y expandir sus negocios. “¿Y qué dirán nuestros maridos?”, pregunta una de las oponentes. “¿Por qué tienen que negarse ellos a nuestro progreso?”, responde ella. En la otra, una mujer contaba que ha sido despedida de su trabajo por rehusar acostarse con su jefe y el consejo que le dan sus amigas es denunciar.
Lentamente, la situación de la mujer cambia en Nikki, así lo constata Madougou que señala que las respuestas que han obtenido a lo largo de la formación «son muy sorprendentes». Y agrega: «Poco a poco, a medida que tomaban conciencia de sus derechos y de su situación, las chicas han comenzado a cuestionar las tradiciones que las oprimen como mujeres y que siempre se evocan para mantenerlas en un segundo plano en la sociedad».
Tras la graduación, comienza la formación un nuevo grupo de jóvenes en el que participan las antiguas alumnas como apoyo de las monitoras. Esta es una forma de que se integren más en el proyecto y poder llegar, así, a muchas más mujeres.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/04/28/planeta_futuro/1588063661_439609.html
The Indian Ocean seemed ready to hit Africa with a one-two punch. It was September 2019, and the waters off the Horn of Africa were ominously hot. Every few years, natural swings in the ocean can lead to such a warming, drastically altering weather on land—and setting the stage for flooding rains in East Africa. But at the same time, a second ocean shift was brewing. An unusually cold pool of water threatened to park itself south of Madagascar, leading to equally extreme, but opposite, weather farther south on the continent: drought.
Half a world away, at the Climate Hazards Center (CHC) of the University of California, Santa Barbara (UCSB), researchers took notice. Climate models, fed by the shifting ocean data, pointed to a troubling conclusion: By year’s end, that cold pool would suppress evaporation that would otherwise fuel rains across southern Africa. If the prediction held, rains would fizzle across southern Madagascar, Zambia, and Mozambique at the beginning of the growing season in January, the hungriest time of year. Zimbabwe, already crippled by inflation and food shortages, seemed particularly at risk. “We were looking at a really bad drought,” says Chris Funk, a CHC climate scientist. It was a warning of famine.
The CHC team, led by Funk and geographer Greg Husak, practice what they call “humanitarian earth system science.” Working with partners funded by the U.S. Agency for International Development (USAID), they have refined their forecasts over 20 years from basic weather monitoring to a sophisticated fusion of climate science, agronomy, and economics that can warn of drought and subsequent famines months before they arise. Their tools feed into planning at aid agencies around the world, including USAID, where they are the foundation of the agency’s Famine Early Warning Systems Network (FEWS NET), which guides the deployment of $4 billion in annual food aid. Increasingly, African governments are adopting the tools to forecast their own vulnerabilities. “They’ve been absolutely key” to improving the speed and accuracy of drought prediction, says Inbal Becker-Reshef, a geographer at the University of Maryland, College Park, who coordinates a monthly effort to compare drought warnings for nations at risk of famine. “Every single group we work with is using their data.”
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The forecasts are needed more than ever. From 2015 to 2019, the global number of people at risk of famine rose 80% to some 85 million—more than the population of Germany. Wars in Yemen, Syria, and Sudan are the biggest driver of the spike. Global warming, and the droughts and storms it encourages, also plays a role. The pace and severity of storms and droughts in Africa seem to be increasing, Funk says. “Both extremes are going to get more intense.”
The consequences of drought can be catastrophic, but it is hard to detect. Unlike temperature, rainfall is spotty and local, heavily influenced by terrain. Three important clues that drought is coming—low accumulated rainfall, a lack of soil moisture, and high air temperatures—are difficult to measure from space. Satellites can see when green fields turn brown, but that often comes too late to inform a large-scale aid response. In Africa, researchers cannot rely on data from ground stations, either. Zimbabwe, for example, only has a few weather stations, and sometimes those don’t even measure rainfall. This “reporting crisis” is pervasive across the continent; over the past 30 years, the number of stations with usable public data has dropped by 80% to only 600 or so.
Forecasting drought months into the future is even harder. Weather forecasts stretch out only a few weeks. Moving beyond that requires an understanding of large-scale climate patterns that influence weather over months or years. The banner example is the El Niño–Southern Oscillation, a pattern of winds and surface temperatures in the tropical Pacific Ocean that shifts every few years, altering global weather in myriad ways. Weather in Africa is influenced by other oscillations, including the two Indian Ocean shifts CHC was watching, known as the Indian Ocean Dipole and the Subtropical Indian Ocean Dipole. But the “teleconnections” between the ocean and distant weather patterns are poorly understood, and aid agencies can be leery of relying on them for long-term drought predictions. They want evidence from real-time monitoring that drought is on the way.
Double trouble
Two ocean climate patterns have aided predictions of floods and drought across Africa. A swing in the Indian Ocean Dipole pushed warm waters off East Africa, boosting rains there last winter. A shift in the Subtropical Indian Ocean Dipole left a cold pool south of Madagascar, suppressing rains across southern Africa.
TANZANIATANZANIATANZANIAMADAGASCARMADAGASCARMADAGASCARWarm blobWarm blobWarm blobBoosts rain over East AfricaBoosts rain over East AfricaBoosts rain over East AfricaSuppresses rain in southern AfricaSuppresses rain in southern AfricaSuppresses rain in southern AfricaCold blobCold blobCold blobSOUTH AFRICASOUTH AFRICASOUTH AFRICABOTSWANABOTSWANABOTSWANAZAMBIAZAMBIAZAMBIAANGOLAANGOLAANGOLAZIMBABWEZIMBABWEZIMBABWEDEMOCRATIC REPUBLIC OFTHE CONGODEMOCRATIC REPUBLIC OFTHE CONGODEMOCRATIC REPUBLIC OFTHE CONGOMOZAMBIQUEMOZAMBIQUEMOZAMBIQUEKENYAKENYAKENYASOMALIASOMALIASOMALIAETHIOPIAETHIOPIAETHIOPIAUGANDAUGANDAUGANDANAMIBIANAMIBIANAMIBIA0000IndianOceanRainfall anomalies Oct. 2019–Feb. 2020–100 mm100
(MAP) N. DESAI/SCIENCE; (DATA) CHRIS FUNK/CLIMATE HAZARDS CENTER
The growing season in southern Africa was still months away when CHC noticed the signs of trouble—plenty of time for it and its partners, including a team of food security analysts in Washington, D.C., to refine their predictions and validate them with local observations. The fieldwork would be led by Tamuka Magadzire, a CHC agroclimatologist based in Botswana whose analysis had shown that conditions in Zimbabwe were already ripe for famine: The previous harvest was weak, shriveled by the lowest rainfall since the early 1980s. The currency was essentially fictional, and the country’s poorest had to devote 85% of their income to food. On visits in the past few years, Magadzire brought along maize for his friends and family. “It’s just been really bad in terms of long dry spells,” he says.
A perfect storm was looming. Through the fall of 2019, Funk and his colleagues at FEWS NET sent a series of escalating warnings to senior officials at USAID. No one wanted to repeat what had happened a decade earlier, elsewhere in Africa. The group’s forecasting record lent credibility to their warnings. But whether their call would be heeded this time would also depend on the strength of the evidence for an impending drought, political will in the United States and elsewhere—and a pandemic that had yet to rear its head.
CHC BEGAN with a dream. In 1995, Funk was a smart but directionless consultant working in Chicago for the credit card company Discover; he mined databases of personal information to identify consumers to target with ads. “It was, basically, working for the dark side,” he says. In the dream, he was standing with friends in Lake Michigan, smoking and drinking beer, when he felt the lake tug on his legs. Turning, he saw a tidal wave coming to inundate the city. But his first impulse was to rush to the office and buy stock options. “This dream really freaked me out,” he says. “What kind of person sees the city is going to be destroyed and wants to sell options?” Funk, from an Indiana farm town, recalled how struck he was as a child by Live Aid, the 1985 charity concert for Ethiopia. He needed to make a change. He wanted to make a difference. He quit.
Funk wound up studying geography at UCSB in a group that focused on statistical climatology. He met Husak, another geography graduate student, and James Verdin, a visiting remote-sensing scientist from the U.S. Geological Survey (USGS). The three of them witnessed the record El Niño of 1997–98, in which warm waters from the western Pacific sloshed eastward toward Peru, triggering long-range atmospheric shifts that brought punishing rains to their California campus. El Niños also seemed to suppress rains in southern Africa, so Verdin, who now heads FEWS NET, worked with Funk to see whether greenness measures of maize fell in southern Africa during the 1997–98 event. “It was kind of mixed results,” Verdin says, “but we got it published.”
Verdin encouraged FEWS NET to sponsor Funk’s and Husak’s studies. By the time the next El Niño came, in 2002, the UCSB team had compiled scattered rainfall records dating back to 1961 to quantify how El Niño events dried up water resources across southern Africa. USAID used the resulting map and report to respond quickly after the 2002 El Niño, sending some $300 million in food aid. It was the first time the agency incorporated climate forecasts into its food aid, Funk says, and it relieved some of the ensuing famine. “And we’re still basically doing the same thing, better, smarter, faster.”
Funk went to work for USGS, but he remains affiliated with UCSB, where he serves as resident provocateur while Husak steers CHC’s growing staff. Funk’s churning mind keeps them busy, Husak says. “We lift up a lot of rocks and see what’s going on underneath them.”
Chris Funk found his calling with drought prediction at the Climate Hazards Center.
AMELIE FUNK
In the 2000s, one of those rocks led Funk back to Africa to study a different teleconnection. He and Alemu Asfaw Manni, a FEWS NET analyst in Ethiopia, gathered historical rainfall data across the country’s highlands, where the soil is fertile but rain so scarce that some crops need months to germinate. Most climate models showed East Africa would get wetter with climate change. But since the early 1990s, the team found, the highlands’ long rainy season had gone into a steep decline. “This was a holy moly moment,” Funk says. The trend, dubbed the “East African climate paradox,” has held true to this day.
The explanation seems to lie in the ocean. Weather records indicated that many droughts in East Africa seemed to strike during strong La Niñas, El Niño’s opposite number, when the western tropical Pacific heats up while the eastern Pacific cools. The UCSB team didn’t understand the connection, but by August 2010, another La Niña was brewing in the Pacific. FEWS NET warned that rains across the Horn of Africa, including Ethiopia and Somalia, would be late, weak, and erratic.
Politicians and donors largely ignored the alarm. La Niña’s threat was poorly understood, different aid groups were issuing disparate warnings, and a degree of crisis fatigue had set in about Somalia, which had been in turmoil for years. But over the next 9 months, the rains failed as predicted. Food prices tripled and malnutrition grew rampant.
In mid-2011, the United Nations finally declared a famine, and USAID ultimately delivered more than 300,000 tons of wheat, high-energy biscuits, and other staples. But the aid came too late and didn’t reach enough people. Within the next year, the famine killed 260,000 people in Somalia alone. Half of them were children under the age of 5. As a damning U.N. report later put it: “The suffering played out like a drama without witnesses.”
“It was really, really bad.” Verdin sits in his austere, modern USAID office in Washington, D.C., reflecting on the Somali crisis, now nearly a decade ago. There were extenuating circumstances. Al-Shabaab, the Islamist militant group, was ascendant, and humanitarian groups feared that if their aid ended up in the wrong hands, the U.S. government might have prosecuted them, he says.
The famine warnings had been accurate—but they had also seemed insufficient. The UCSB team “didn’t convey the information as effectively as we could,” Funk says. The loss of weather stations meant their rainfall measures were getting worse, and most satellite-based estimates lacked the detail to show how dry specific crop-growing regions were getting. And their explanation of why La Niña was a threat seemed far too abstract. “You’re asking somebody to open up their wallet and spend millions,” Funk says. “They’re not just going to do it because you say, ‘Our standardized precipitation forecast is −1.2.’”
THE FAMINE FORECASTERS needed better data. In 2015, those dreams came true when CHC released a tool called CHIRPS (which stands for Climate Hazards Center Infrared Precipitation with Station Data). It was the culmination of years of work compiling local rainfall records across Africa and folding in satellite data. Since the late 1970s, a coalition of European countries has maintained geostationary weather satellites over Europe and Africa. Among other things, the satellites measure the temperature of clouds by the infrared light they emit. When the temperature of clouds high in the atmosphere drops below −38°C, it is likely raining lower down. By using this record to fill in rainfall between ground stations, CHIRPS assembled a continentwide rain database stretching back to 1980.
CHIRPS not only provides the historical data for climate researchers to study teleconnections, but it also collects the contemporary data for near–real-time monitoring of rainfall. “It’s quite a step forward,” says Felix Rembold, a drought forecaster at the European Union’s Joint Research Centre. It’s also in constant development: Pete Peterson, the CHC coding guru who has spearheaded CHIRPS, often woos local agencies to fill gaps in station coverage. For example, Ethiopia shares data from 50 government stations with CHC—even though its agricultural and meteorological agencies won’t share their data with each other.
The data find their way back to Africa as CHC-affiliated field scientists train African agencies on using CHC products. For example, Kenya’s Regional Centre for Mapping of Resources for Development has begun to serve up CHIRPS data to help local users forecast rains. Ideally, Funk and company hope to slip into the background, as Magadzire and his peers weave the CHC tools into the fabric of African drought response. Magadzire has had lucrative job offers, but the challenge is too compelling, he says. “My heart is in the improvement of conditions in Africa.”
Zimbabwe, crippled by inflation and weak harvests, needed food aid in 2019. This year could be far worse.
GUILLEM SARTORIO/AFP VIA GETTY IMAGES
The long-term rainfall history in CHIRPS has enabled CHC researchers to refine their understanding of the La Niña teleconnection. By comparing global weather records and the predictions of climate models to the CHIRPS records, they have discovered the importance of the “western V,” an arc of hot Pacific water that can appear during a La Niña event. Shaped like a less-than sign, it angles from Indonesia northeast toward Hawaii and southeast toward the Pitcairn Islands, and it forms as La Niña pens warm waters in the western Pacific.
It has far-reaching consequences. As water temperatures spike, energetic evaporation saturates low-level winds flowing west from the cool eastern Pacific. The moist winds dump their water over Indonesia—the wet get wetter. The winds, now high and dry, continue their march west across the Indian Ocean and drop down over East Africa, preventing the intrusion of nearby moist ocean air and breaking up rain clouds. Global warming is strengthening these effects, causing them to linger even after a La Niña fades. And it appears that because of the ongoing ocean warming, they can happen without a La Niña at all, Funk says.
Armed with this new understanding, Funk in May 2016 found himself at USAID headquarters. A strong El Niño had just waned, and sea surface temperature trends suggested La Niña would follow. If it did form, he warned, FEWS NET’s food analysts should prepare for sequential droughts in East Africa. A set of new seasonal climate forecasts from the National Oceanic and Atmospheric Administration echoed Funk’s drought warnings. CHIRPS revealed that the October-December rains had failed. And, seeking to amplify their voices, FEWS NET and its peers at the United Nations and in Europe issued a joint alert, warning of potential famine.
By December of that year, food aid for half a million Somalis arrived. The next month, 1 million; by February 2017, 2 million. Thanks to the shipments and the many improvements East Africans had made in their own safety net, food prices didn’t spike when the rains failed again. The warnings had worked.
FOUR YEARS LATER, a different teleconnection is playing out, but the picture across Africa is equally grim. In February, in a small UCSB conference room, CHC climate scientist Laura Harrison pulled up a map of Africa. Although there was no El Niño or La Niña to influence events, the two Indian Ocean oscillations she and her colleagues had been watching were going strong.
The blob of hot water off the coast of Somalia turned out to be as hot as it’s ever been, a half-degree warmer than a similar state in 1997. CHC had been right to forecast extensive rains in the Horn of Africa: Moist winds from the blob fueled drenching storms. The resulting flooding and landslides ruined 73,000 hectares of crops and killed more than 350 people. The storms also saturated arid regions, feeding lush growth that lured an unpredicted hazard to the region: a locust invasion. Hundreds of billions of locusts have chewed through rich farmland in Ethiopia’s Rift Valley, while stripping pastures in Kenya and Somalia.
The blob of cold water south of Madagascar was doing the opposite. Just as the team expected, it had dried up rains across southern Africa. On Harrison’s screen, CHIRPS data showed a red blob of anomalous dryness across Zimbabwe—rainfall was running 80% below average for the season. Short-term forecasts called for some rain, but it looked like it would come too late, Harrison said. “The crop has failed in a lot of those areas.”
On the phone from Botswana, Magadzire agreed. He had spent the day training people to use FEWS NET products, and his visiting Zimbabwean students reported lines for maize that lasted hours. To buy it, farmers were selling emaciated cows for a fraction of their value. “There is actually a huge shortage,” he said. In a few days, after the team hashed out its evidence, he’d argue the same to the FEWS NET social scientists who would integrate the data with economic and security analysis.
At the end of the month, FEWS NET staff compared their monitoring with that of their peers at the United Nations and Europe. The combined forecasts would go into the Crop Monitor for Early Warning, a monthly update provided by the University of Maryland that the G-20 group of rich nations began several years ago to unify famine warnings. Already, in response to previous reports, USAID had more than doubled its food aid to Zimbabwe, to $86 million. But even this increase may not be enough.
On 2 April, FEWS NET sent out a rare alert, stating crisis conditions were likely in southern Africa from April to August. Maize supplies would be short, with prices 10 times their normal level. By that time, another danger had arrived: the coronavirus pandemic. The resulting lockdowns in Zimbabwe and its neighbors could exacerbate risks for the neediest, putting them out of work and unable to afford maize. By the end of this year, FEWS NET warned, Zimbabwe could find itself in emergency conditions—one step away from famine.
Reflecting on his time at CHC, Funk is proud of his team and how it has tried to lessen the toll of famines. But he is clear-eyed about a problem that isn’t going away—and may be getting worse, for reasons other than natural cycles. For the past 5 years, during a time of global economic growth, famine threats were still rising, Funk points out. Now, the coronavirus pandemic has the world teetering on recession. He worries that climate change will only exacerbate the inevitable conflicts over stressed croplands. “At the end of the day,” Funk says, “humanitarian crises are caused by humans.”
El apoyo a la igualdad de género se ha extendido por casi todo el globo, según afirma un nuevo estudio publicado este jueves por el Pew Research Center que indica que el 94 % de los encuestados en 34 países considera importante que mujeres y hombres tengan los mismos derechos.
Sin embargo, mientras este trabajo muestra que gran parte del mundo ha empezado a abrazar la idea de la igualdad de género, al menos cuatro de cada díez encuestados por nación consideran que los hombres tienen más oportunidades en general.
Y es que el 54 % de los preguntados consideran que es más difícil para las mujeres que para los hombres obtener un trabajo muy bien pagado y el 44 % opina que les es más complicado llegar a liderar en sus comunidades.
El Pew Research Center señala que en algunos países los encuestados son más proclives a considerar que los hombres deberían tener más derecho a trabajar que las mujeres durante tiempos de crisis; como en Nigeria, donde el 63 % de las mujeres y el 78 % de los hombres están de acuerdo con esta afirmación, mientras que en India el 76 % de las mujeres y el 81 % entre hombres preguntados apoyan esta discriminación.
En este sentido, el estudio recoge que en 30 de las 34 naciones representadas en el estudio, aquellos con menos educación tienden a creer que los hombres tienen más derecho a trabajar que las mujeres.
Por ejemplo, un mínimo de seis de cada diez encuestados con menos estudios de Turquía, Líbano, Kenia, Eslovaquia, Sudáfrica y Corea del Sur apoyaban esta tesis, mientras que entre los ciudadanos de estos países con más estudios, la mitad o menos estaban de acuerdo con la idea.
Pese al optimismo general, el estudio indica que en muchos países las mujeres dan más importancia a la igualdad de género que los hombres, que ellas ven con menos esperanza la posibilidad de que puedan lograr la igualdad en el futuro, y es más probable que digan que los hombres tienen mejores vidas
El estudio se ha realizado encuestando a 100 ciudadanos de cada uno de los siguientes países: Canadá, EE.UU., México, Brasil, Argentina, Túnez, Nigeria, Kenia, Sudáfrica, Líbano, Israel, India, Australia, Indonesia, Filipinas, Corea del Sur, Japón, Francia, España, Alemania, Reino Unido, Italia, Países Bajos, Suecia, Polonia, Rusia,República Checa, Hungría, Lituania, Eslovaquia, Ucrania, Bulgaria, Grecia y Turquía.
El margen de error varía dependiendo de las encuestas en cada país, y va del 1,9 % de India al 5,1 de Kenia o el 5,2 % de Vietnam.
Mundo/03-05-2020/Autor(a) y Fuente: Universidad de Antioquia, CLACSO
La Universidad de Antioquia, CLACSO y OVE, invitan en el marco del Ciclo internacional de conversatorios virtuales «Educación y humanidad en tiempos de pandemia: perspectivas multisituadas» al cuarto conversatorio denominado «Posiciones docentes frente a la pandemia» este martes 05 de mayo del año en curso a las 10:00 am (Hora Colombia).
En donde tendremos las intervenciones de les siguientes panelistas:
Luis Bonilla-Molina (Venezuela) del Centro Internacional Miranda.
Pablo Imen (Argentina) del Centro Cultural de la Cooperación.
Gabriela Walder (Paraguay) de la Red por el Derecho a la Educación.
Moderadoras:
Bibiana Escobar (Colombia) de la Universidad de Antioquia.
Alexandra Agudelo (Colombia) de UNAULA.
Para ello se requiere entrar al siguiente link y registrarse:
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