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El silencio como ausencia pedagógica

Por razones de público conocimiento, la escuela pública en Argentina también sufre de la cuarentena. A partir de aquí, los docentes “son instruidos normativamente” para que utilicen ciertas plataformas a fin de continuar con el proceso de enseñanza-aprendizaje. El problema acontece cuando “se instruye” para usar plataformas tales como, por ejemplo, Google classroom. Nadie de quienes tiene potestad de hacerlo alertan sobre el perfil pedagógico[1] de la misma, mientras cada docente hace lo que puede, bien o mal, con mayor o menor empeño. Pareciera que no existiera otro tipo de tecnología educativa, más humana, lo que no es cierto. Google classroom se impone ante la urgencia, lo cual también es comprensible, aunque ello, a un futuro cercano, debiera dar pie para revisar todas las prácticas pedagógico-didácticas en el aula de la escuela pública. Sin embargo, al respecto, acontece el “silencio” de quienes son responsables en el establecimiento de condiciones laborales/pedagógicas más humanas.

 

Veamos, en tal sentido, algunos considerandos muy puntuales, sin pretender que este escrito se constituya formal académicamente, sino más que nada en una denuncia que apela a lo utópico en vez de a lo distópico, que apela a una escuela digna en vez de una escuela de la que el sabor frecuente sea el malestar en la docencia.

 

Desde la plataforma Google classroom:

 

  1. El docente no puede crear su propio diseño de clase, que viene ya pautado. El diseño de la clase viene pautado de manera tal que cada docente puede reiterar el modo como da clases de manera tradicional-presencial con todos sus vicios, empero lo que ocurre es que ahora lo hace digitalmente. “El problema es que el currículo rígido y con mandatos de aplicación en fechas y horarios preestablecidos conspira contra esta nueva forma dialógica e interactiva de aprender juntos. El sistema educativo construido sobre la lógica de la máquina newtoniana (partes ensamblables, con periodos fijos de ciclos) salta por los aires y no nos damos cuenta.”[2] Desde aquí, hacemos las siguientes consideraciones.

 

  1. No hay posibilidad de retroalimentación entre alumnos-alumnos, docentes-docentes, alumnos-docentes (en este último caso, salvo con el formato tradicional).  En Google classroom hay un ítem para crear tareas y preguntas, sin embargo, se presta al “copiar y pegar”, ahora de manera digital.

 

  1. Desde el punto de vista pedagógico, para el docente, es un trabajo meramente individual, que no favorece la comunicación entre docentes, no permite la socialización o mirada de los contenidos por parte de otros docentes. O sea, cada materia no es una cuestión comunitaria, sino individual, y se reiteran los “vicios” frecuentes de una llamada escuela tradicional, donde las materias se dan compartimentadamente. No hay trabajo colaborativo, ni crítico, ni creativo. Es decir, posibilita que un trabajo sea visto por los alumnos (por cada alumno aisladamente), pero no por colegas docentes.

 

  1. Permite trabajar por módulos o unidades a través de temas, pero no a través de problemáticas, con la complejidad de un trabajo crítico-creativo-colaborativo desde una perspectiva ético-política. Importa la tarea individual para mostrársela al docente, aunque nada más. Se presta a reiterar los vicios que acaecen en una clase escolar tradicional. Por ej., el docente que tiene pocas ganas de trabajar, simula; el docente que pretende ser exigente sobrecarga[3] de trabajo a los alumnos. A veces, hay directivos que sugieren “no recargar a los alumnos de tareas”.  Y he aquí el problema, pues pedagógicamente la cuestión no debiera reducirse a “recargar o no recargar”, con un perfil netamente bancario en ambos casos.

 

  1. Se pierde el trabajo personalizado en la relación alumno-docente y en la relación alumno-alumno.

 

  1. Cada tarea es para hacer en casa, enviarla digitalmente al docente, quien luego hace una devolución, pero no se da virtualmente la dinámica dialógica como dentro de un espacio áulico. O sea, se mantiene el formato de “tareas”, antiguamente llamadas “deberes”. Hay que tener en cuenta que existe en la actualidad otro tipo de tecnología superadora del formato criticado.

 

  1. Importa una constante revisión de los criterios pedagógico/didácticos referidos a la enunciación de explicaciones, textos y consignas. Por ejemplo, si en clase me doy cuenta, mediando la relación cara-a-cara, de que necesito realizar alguna modificación, estoy a tiempo para efectuarla. En términos digitales, lo “escrito, escrito está”. De ahí que se dé el requerimiento de una tecnología que favorezca dicha evaluación/valoración, y comunitariamente, del propio diseño y su ejecución conjuntamente otros docentes[4]. Quienes diseñaron la plataforma Google classroom no consideraron dicha necesidad, y esto no es algo ingenuo desde un posicionamiento político determinado.

 

  1. Por otro lado, en la medida en que se apliquen “pruebas” o “test” a los alumnos por opciones múltiples, ello apunta a una especie de tecnicismo-positivista propio de un enciclopedismo o modalidad bancaria tan criticada por Paulo Freire.

 

  1. Otros problemas tienen que ver con la conectividad, con el tipo de instrumentos tecnológicos[5] que cada alumno tiene, con el tener o no en el hogar un espacio propio para poder estudiar, con el acompañamiento o no de los padres y la calidad efectiva de dicho acompañamiento, con la habituación o no al uso de los medios digitales más allá del entretenimiento, con la interpretación de las consignas de trabajo o de las lecturas propuestas dentro de una realidad en la que la mayor parte de los alumnos de los sectores populares en la actualidad egresan del sistema escuela aún como semianalfabetos.

 

Toda tecnología vale dentro de un contexto de relación cara-a-cara y que no reitere los vicios de una clase tradicional. Al respecto, existen tecnologías adecuadas, válida, para ser usadas en calidad de instrumentos o medios dentro de un marco valorativo ético/político pleno de humanidad.

 

Desafíos. Dada la inesperada pandemia y cuarentena social, aparece la importancia para, luego del presente lapso, revisar comunitaria, crítica y creativamente, las prácticas pedagógicas en el aula de la escuela pública, con el acompañamiento de supervisores que sepan en tal sentido más que los docentes, que los orienten, más allá de la asfixiante normatividad debido al tsunami normativo (valga la redundancia). Sin embargo, tengamos en cuenta que el presente malestar en la docencia no predispone para el desafío propuesto, aunque existen voluntades que batallan contra viento y marea para hacer realidad el derecho a la educación. Sin embargo, vale la expresión de Antonio Gramsci: “con el pesimismo de la inteligencia, pero el optimismo de la voluntad”. Es que en la historia no todo se encuentra dicho, y de ahí un fuerte hálito de esperanza es posible.

 

Al común de los docentes “se le tiró” una herramienta digital. ¿Será la misma, luego de transcurrido el actual momento, motivo para una superación?

 

Es necesario como desafío, para superar el silencio como ausencia pedagógica, apreciar y/o luchar contra un marco de valores propios del neoliberalismo/capitalista, dándole un sentido crítico/creativo/colaborativo-comunitario a la utilización de las plataformas digitales en educación.

 

Además, consideremos que el perfil último económico/político del home-learning o enseñanza on-line, entrelazado con el home-office[6], dentro del presente neoliberalismo, significa el trabajo por proyectos, la remuneración por proyectos, la no vigencia de un contrato laboral con la empresa y la pertinente dependencia, la no existencia de sindicatos que defiendan los derechos de los trabajadores, porque la única relación sería la del individuo con la empresa que, luego de ejecutado el proyecto, cesa en su relación con la misma, hasta el diseño y ejecución de un nuevo proyecto.

 

Como señala Paulo Freire: ¿enseñar para qué?, ¿a favor de qué?, ¿a favor de quiénes?, ¿en contra de qué y en contra de quiénes?

 

Apéndice

 

Valga comentar que Google actúa como medio de espionaje al servicio del poder hegemónico, pues espía a niños y adolescentes en el colegio y en sus casas[7] a través de las plataformas digitales que ofrece en el mercado. El servicio es supuestamente gratuito, sin embargo, la intimidad de niños y adolescentes es vendida como insumo mercantil para las necesidades políticas y económicas de quienes lo demanden.

 

¿Y por dónde pasa también la función mercantil de Google classroom? Tiene un límite de almacenamiento, por lo que quien requiera aumentar el mismo debe “pagar”[8].

 

Abril de 2020

 

Miguel Andrés Brenner

Facultad de Filosofía y Letras

Universidad de Buenos Aires


[1] Perfil pedagógico que no es meramente pedagógico, sino ético/político/pedagógico.

[2] Bonilla-Molina, Luis (2020). “Coronavirus: Google y la NASSA en la reingeniería educativa.” http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/342434  (consulta: 4/4/2020)

[3] Si se visibilizan, al menos en algo, críticas o quejas, son las de algunos padres o madres.

[4] Dicho espíritu también debiera existir en el aula concreto de la escuela pública.

[5] La brecha social también existe en países del “primer mundo”, como, por ejemplo, en España. https://www.xataka.com/otros/ninos-tecnologia-ninos-acceso-a-educacion-escuela-a-distancia-esta-acentuando-brecha-social  (consulta: 4/04/2020) Ver en el mismo sentido: https://www.elcorreo.com/sociedad/educacion/ensenanza-online-agranda-20200329213348-nt.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F    (consulta: 4/04/2020). O bien en el caso de Nueva York, aunque obviamente no con el dramatismo de nuestros países sojuzgados (empero, pensemos que maltratar a un solo alumno/persona, es un crimen). https://eldiariony.com/2020/03/21/300-mil-alumnos-pobres-no-tienen-tecnologia-o-ni-siquiera-una-casa-para-nuevas-clases-por-internet-en-nueva-york/  (consulta: 4/04/2020)

[6] Trabajo en casa.

[7] https://www.elmundo.es/tecnologia/2020/02/25/5e5459fcfc6c8366368b4577.html (consulta: 4/04/2020). Podemos acudir a muy diversas fuentes de información al respecto.

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How will Covid-19 affect the internationalization of higher education?

Gem Report

University costs. It didn’t take long after universities closed their doors in the United States, for instance, for students to start advocating to get their money back. Twitter is awash with professors concerned about the impact that shutting universities is going to have on their institutions in the long-term. University is one of the biggest investments many people will make in their lifetime. But why do so when you could be paying a fraction of the price to take part in an online course? What about students and professors shut out of the countries where they are supposed to be studying and teaching? The ramifications are complex, and heavily intertwined with economics.

Many universities reduced or suspended fees in some way. The University of Chicago agreed to freeze tuition for the next academic year. Universities in Dubai slashed their fees and fees were suspended in 52 universities in Thailand. Chile also passed a bill on March 27 to suspend all tuition fee payments for as long as the coronavirus crisis lasts.

Stopping fees doesn’t stop interest related to student loans, though. In the United States, loans amount to a whopping $1.59 trillion. A $2.2 trillion stimulus plan, the CARES Act, will give some relief to some students, but with many exceptions. Student Loan Borrower Assistance, an NGO, estimates that around nine million students have at least one loan that doesn’t qualify for relief under the plan.

Even if tuition fees have frozen and some relief is given for student loans, it’s not guaranteed that the cost of this pandemic for universities will not roll over back onto students when term re-starts. Michigan State University, for instance, announced a 4% tuition increase for the upcoming year at the same time as it announced freezing tuition costs.

Student and academic mobility on lock-down

The blow will be particularly hard for those countries that have internationalized their higher education. Half of all international students move to five English‑speaking countries: Australia, Canada, New Zealand, the United Kingdom and the United States. This movement brings money, which is important not only for higher education institutions but the whole economy. In 2016, international students brought an estimated US$39.4 billion into the US economy.

Chinese students, in particular, are a large revenue stream for many universities, reportedly spending an estimated US$30 billion a year on overseas tuition. The University of Connecticut, for instance, hosted nearly 3,000 students from China last autumn and is now bracing for international enrolment to drop by up to 75% next year, equal to a loss of up to $70 million.

Australia is also a major destination for Chinese students, who contributed around $8 million to the Australian economy in 2019. Chinese students make up no fewer than one quarter of all students at the University of Sydney, for example.  As early as February, travel bans prevented hundreds of thousands of Chinese from returning to universities where they were studying or were due to begin courses. This saw some institutions in Australia offering Chinese students $1,500 for travelling in from a third country to get around restrictions. These sorts of tricks might start multiplying if lock downs continue.

Travel bans and restrictions will no doubt linger once confinement periods are lifted. A study of students from Bangladesh, Ghana, India, Kenya, Nigeria and Pakistan has estimated that around 40% of students from are changing study abroad plans since the pandemic.

Just as mobility of students will be affected by travel and economic limitations, so will the mobility of academics. The United States hosts the most transient academics, which made up 25% of new academic positions. At Miami University in Ohio, which is bracing for a 20% drop in new students, officials are drafting plans that would cut at least half, if not all, visiting assistant professorships.

Can universities survive the storm?

It is hard to know whether life will return to normal or not once this phase is over. But, just like any company that has been frozen during the lockdown, it is likely that some private higher education institutions will simply not survive this lock-down. The Council of Rectors of Chilean Universities, which represents 27 state and private universities in the country, said that suspending tuition fees would have a ‘serious and insurmountable impact, especially on regional universities’, while the rector of the Universidad del Desarrollo in Chile was a bit more direct, calling it ‘a hair-brained idea’.

The losses for some individual institutions are not insubstantial: Bucknell University in Pennsylvania says it has lost $150 million from its endowment after recent investment losses. Michigan State University has put the cost of the outbreak already at $50-60 million.  The $2 trillion rescue bill in the United States includes $14 billion for higher education, but the American Council on Education, an association of college presidents, called it woefully inadequate saying that $50 billion was needed.

What the future will bring

International higher education is only a small part of the sector: just over 2% of students are mobile. But it is a part that is taking an almighty hit during the pandemic with potential knock-on effects on some host countries’ higher education systems, notably Anglophone countries and those in the Gulf, which increasingly rely on foreign students’ fees. These countries but also others, such as Japan, may spend less time trying to strategise how to recruit international students, as many have been doing recently.

Depending on where you sit, the plight of roughly 2% of the global student population with the luxury of international higher education is not something that should be a priority. Especially when the concerns are mostly about a wobble in a money market associated with education, which has been a worrying growing trend over past years. However, to this we should also remind ourselves of the vital purpose of higher education in society, and the gains in global citizenship we get from student and academic mobility. A wobble in international higher education will ripple across into the higher education systems reliant upon those funds as well, which is a worry for millions of students. Higher education is critical for countries plans for economic and social recovery; it is more than ever essential to invest in research and student collaboration that can help find the answers we need to live in such unstable and uncertain times and now would be a good time for governments and higher education institutions to make that point.

Fuente: https://gemreportunesco.wordpress.com/2020/04/21/how-will-covid-19-affect-the-internationalization-of-higher-education/

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Marta Martínez: «La infancia está demostrando una capacidad de resistencia mayúscula»

Pablo Gutiérrez del Alamo

Los datos definitivos todavía no se conocen. Las tres personas que pusieron en marcha el estudio #InfanciaConfinada (con el apoyo de Enclave de Educación) están trabajando contrarreloj para publicarlos a inicios de la semana que viene, con todas las dificultades que cualquiera está viviendo estos días.

Hace unos de días hicieron públicos algunos de los primeros resultados que han podido entresacar de las 425 encuestas que niñas, niños y adolescentes decidieron responder: 25 preguntas de temática variada relacionadas todas con su situación actual tras más de un mes de encierro.

El 61,6% se muestra aburrido durante estas semanas de confinamiento. El 36,7% está o ha estado preocupado por la situación; el 28% muestra tristeza y un 16,2%, miedo. Estos son algunos de los sentimientos que dicen tener las y los chavales que han respondido, principalmente, de entre 10 y 14 años.

«La infancia está demostrando una capacidad de resistencia mayúscula», dice Marta Martínez, una de las responsables de la encuesta. La socióloga y experta en la infancia y sus derechos, asegura que comienzan a acusar el cansancio, «como casi todos», pero que, aún así, «están resistiendo más de lo que nos imaginábamos».

Martínez, además de destacar la capacidad de aguante de la infancia en esta situación («hay varios que hablan de que la situacón es como estar en una cárcel», a pesar de lo cual entienden qué está pasando), señala que tienen muy claro qué tienen que hacer. La investigadora destaca cómo, al pedirles una definición del confinamiento, «lo tienen clarísimo: estamos encerrados por un tema de salud, por mandato gubernamental», aunque, lógicamente «están deseando que termine».

Diferencias en la infancia

Aunque Martínez no puede adelantar muchos datos (el informe final esperan publicarlo el próximo día 27, cuando niñas y niños puedan, por fin, salir de casa con cierta frecuencia), sí asegura que se han encontrado algunas diferencias relativas a cómo están viviendo estas semanas niñas y niños. Principalmente, diferencias relacionadas con el género y a qué dedican el tiempo en sus casas.

«Las niñas están teniendo actividades más de carácter relacional», comenta Marta Martínez. Los niños, por el contrario, están más centrados, por ejemplo, en jugar con el ordenador o la consola.

Dentro de la lista de cosas que hacen, las niñas destacan por dedicar (20 puntos porcentuales más) más tiempo a las tareas escolares, chatear con otras niñas o niños, llamar por teléfono a alguna persona y a salir al balcón a aplaudir. Martínez asegura que «cabe pensar que están más activas que ellos».

Gráfico: Infancia Confinada

También aquí el estudio ha arrojado algunas diferencias por género y mientras para el 30% de los chicos, sus abuelos son tema de preocupación, este porcentaje sube hasta el 60 en el caso de las niñas. «Presumimos, explica Martínez, que tiene que ver con esa parte relacional» que están demostrando ellas. Unas distancias que se ven también en relación a la preocupación de que algún familiar enferme durante la pandemia y el confinamiento. Mientras este asunto está en la cabeza del 90% de las chicas, lo está en el 79% de los niños. «Tengo la sensación, es una interpretación, de que las chicas están más al corriente de las noticias, tienen más relación familiar y con la realidad que los chicos, que parecen estar más aislados».

Otras diferencias que han aparecido se refieren, obviamente, a los tramos de edad. Martínez sostiene que hay algunas preocupaciones que se dan más entre los menores de 13 años y otras entre los mayores.

Entre las preocupaciones de los más pequeños están muy presentes las abuelas y abuelos. «Muy poquitos niños están pasando el confinamiento con sus abuelos, y es un tema que está muy presente». Principalmente les preocupa que estén pasando este tiempo en soledad.

Relación con la familia

El confinamiento y la situación de continuar el curso escolar en línea, niñas y niños destacan, entre las cosas que les gustan, poder tener más horas de sueño, por ejemplo, o ser capaces de decidir en qué actividades ocupan su tiempo libre. Algo que parece que, hasta el momento, no podían o no tenían tanta libertad.

Martínez también destaca que en una de las preguntas abiertas, en las que niñas y niños podían expresarse libremente por algún tema que tuvieran en mente, destaca que el 42% de las respuestas hablan de, como algo positivo del confinamiento, pueden pasar más tiempo con sus familias. Desde el punto de vista de la investigadora, el confinamiento ha desplazado las tareas de conciliación, tanto en lo relacionado con el trabajo como en cuanto al apoyo para realizar las tareas escolares.

Marta Martínez resume la cuestión con algunas de las frases que niñas y niños han dejado en el cuestionario: «Me siento feliz porque estoy con mi familia», «nunca había jugado tanto con mi familia como en el periodo de confinamiento», «me lo estoy pasando super bien; lo que más alegre me pone es que no tengo que ir al cole».

Es verdad, comenta la investigadora, que también se notan aquí ciertas diferencias. Aunque la mayor parte de las respuestas hablan del tiempo que pasan con las familias, en un porcentaje importante, cuando estas referencias se hacen, se refieren, mayoritariamente, a las madres y no tanto a los padres.

The post «La infancia está demostrando una capacidad de resistencia mayúscula» appeared first on El Diario de la Educación.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/22/la-infancia-esta-demostrando-una-capacidad-de-resistencia-mayuscula/

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Los niños y las niñas corren por la casa para ayudar a las familias que más lo necesitan

Por: Nacho Meneses

La iniciativa ‘Metros de Solidaridad’ promueve una divertida actividad hogareña para educar a los menores en valores y mejorar la cuarentena de quienes están en una situación más precaria

 

Para las más de 2.000 familias en situación de pobreza o riesgo de exclusión social a las que Save the Children venía asistiendo en España, las consecuencias de la pandemia y del confinamiento generalizado son sin duda mucho más dramáticas. Familias viviendo hacinadas en una sola habitación, madres solteras con hijos a cargo y sin empleo alguno y niños, muchos niños para los que la falta de recursos (tanto económicos como digitales) ha hecho que a la brecha social y tecnológica que ya sufren pueda sumarse otra educativa, y que la propia precariedad en la que viven genere incluso problemas de convivencia. Con la intención de paliar esta situación, y para que sean los propios niños los que ayuden a estas familias, la oenegé ha puesto en marcha Metros de Solidaridad.

La iniciativa es, en realidad, una manera de apoyar A tu lado, la intervención de emergencia de Save the Children en España para mitigar la vulnerabilidad de todas estas familias, cuya situación no ha hecho sino empeorar con la pérdida de sus trabajos. “Como, además, muchas se dedicaban a la economía informal, no hay ERTE ni desempleo que valga. Y hay familias monoparentales que, aun conservando el trabajo, no tienen con quién dejar a sus hijos”, cuenta Beatriz Tejada, especialista en comunicación de la oenegé. “Muchos niños no tenían acceso a Internet, ordenador o tablet. A lo mejor, en la familia solo tenían los móviles de sus padres, y no es lo más adecuado para que los niños puedan estudiar”.

Pero ¿en qué consiste Metros de Solidaridad y cómo pueden participar las familias? El objetivo es llevar a cabo una actividad deportiva y divertida en familia sin salir de casa, recorriendo metros de solidaridad y proporcionando a los niños una valiosa lección en valores. Cada familia decide cómo: “Puedes usar el pasillo, la terraza, el patio o el jardín; pueden ser relevos, una carrera, yincana, un circuito, zumba… Cualquier actividad aeróbica es válida”, argumenta Nieves García, coordinadora de programas en centros educativos de la oenegé. Los niños descargan e imprimen el material necesario, un dorsal y una plantilla para colocar varios hitos métricos por el recorrido que ellos montarán y decorarán, asignando a cada uno un valor que estén poniendo en práctica con esa actividad: compromiso, responsabilidad, empatía, solidaridad, respeto…

“Una vez realizada la actividad, es importante que lo difundan por redes sociales como Facebook y Twitter (mencionando a @EducaciónSave y el hashtag #Atulado), para que lo vean otras familias y cree una movilización”. Luego, solo queda hacer la donación que hayan acordado hacer en familia, a través de la página web de Save the Children. De esta manera, señala García, se consigue sensibilizar a los niños sobre la situación que otros niños y sus familias están viviendo estas semanas, dando ejemplo de solidaridad, compromiso y responsabilidad.

El dinero recaudado servirá para comprar cestas básicas de alimentos, ofrecer acompañamiento psicológico e incluso adquirir tablets y tarjetas de conexión a Internet para los niños que las necesiten, de manera que no se queden descolgados en sus clases. Y si no se dispone de impresora en casa, la oenegé pone a disposición de las familias un documento con ideas para realizar un circuito alternativo con la familia y que no por ello dejen de participar. Por otro lado, Acción Contra el Hambre también ha puesto en marcha una iniciativa para ofrecer ayuda a las familias más vulnerables por la crisis de la COVID-19, a través de tarjetas solidarias con las que comprar alimentos o artículos de higiene.

Metros de Solidaridad no es sino la adaptación a la cuarentena de un programa veterano de Save the Children, Kilómetros de Solidaridad, una carrera que lleva celebrándose 16 años en los centros educativos españoles en las que los niños, a través de microdonaciones conseguidas gracias a los patrocinios de los adultos que les rodean, apoyan un proyecto de solidaridad internacional. “El año pasado, 700.000 menores en edad escolar participaron en una carrera de Save the Children. Y este año, todo lo recaudado hasta el cierre de las escuelas irá a parar a los refugiados Rohingya, de Bangladesh”, explica García.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/04/20/mamas_papas/1587344308_523218.html

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La ruina de los trabajadores autónomos africanos contada por ellos mismos

Por: Lola Hierro

La covid-19 se llevará por delante al menos 20 millones de empleos en el continente. Varios emprendedores de diversos países nos cuentan cómo les ha cambiado la vida y cuáles son sus miedos

Nunca han protagonizado noticias sobre hambrientos o pobres. Como mucho, las han leído en sus teléfonos móviles o las han visto por televisión en casa. Pero el nuevo coronavirus le ha dado la vuelta a sus vidas y se han convertido, sin quererlo, en ejemplos con nombre y apellidos de aquellos que forman el grueso de los trabajadores informales, por cuenta propia, autónomos, emprendedores y pequeños empresarios de África. Esos a los que los Gobiernos, los organismos internacionales importantes y los medios de comunicación se refieren cuando mencionan el daño que las restricciones para contener la covid-19 pueden causar a los bolsillos y medios de vida de millones de personas.

Mophete Thebe no tiene ahora ni para recargar el móvil. Lizzy Jowo se pregunta qué va a hacer para alimentar a sus cuatro hijos cuando se acaben las provisiones que compró antes de empezar la cuarentena. Benedict Muindi piensa en enviar a su mujer y su hijo al pueblo, con su madre, para que, al menos ellos, vivan con un poco más de desahogo. Moussa Ndoye se da con un canto en los dientes porque tiene trabajo hoy, pero mañana, no sabe. Y Yasmeen Helwani está venga a pensar cómo proceder para que ella y las decenas de artesanos que dependen de su mercadillo sigan teniendo sustento.

En África, la situación es compleja porque la mayoría de sus habitantes está empleado en el sector informal: son un 85% de los trabajadores de una población de 1.300 millones de personas que viven al día, con lo que ganan aquí y allá, que no pueden permitirse ahorrar, ni comprar para dos semanas de cuarentena, y que residen en países donde —salvo excepciones— no existe Seguridad Social, ni prestaciones por desempleo. A esto hay que sumar dificultades anteriores como los efectos del cambio climático, los conflictos y el difícil acceso a zonas remotas.

En países de África Subsahariana como Senegal, Ghana, Sudáfrica, Kenia y Zimbabue, ese problema ya ha estallado de lleno. «No estamos hablando de asalariados; son personas que dependen de realizar actividades diarias con las que obtienen ingresos para satisfacer sus necesidades las de su familia», describe mediante vídeo llamada Abebe Haile-Gabriel, subdirector General de la Agencia de la ONU para la Agricultura y Alimentación (FAO) y representante regional para África. Las previsiones de la Unión Africana son pesimistas: calculan que la epidemia puede costar hasta 20 millones de empleos, la economía caerá hasta un 1,1% y los gobiernos africanos pueden perder hasta un 30% de sus ingresos fiscales, estimados en 500 mil millones en 2019. Estos datos brutos se traducen en problemas y temores concretos para personas como Lizzy, Benedict, Mophethe, Moussa y Yasmeen, cinco africanos, cada uno de una esquina del continente, que han accedido a hablar con EL PAÍS a pesar de que no están en su mejor momento para explicar qué les está ocurriendo.

Kenia: Benedict Muindi, empresario en el sector hostelero

Benedict Muindi, empresario keniano de negocios de catering.
Benedict Muindi, empresario keniano de negocios de catering. CORTESÍA DEL ENTREVISTADO

Benedict Muindi, de 27 años, comenzó a trabajar de chico para todo en un pequeño hotel de Nairobi y con el tiempo y los años se pasó al negocio del catering. No le ha ido mal, pero ahora se han cerrado fronteras y se ha impuesto un periodo de cuarentena en Kenia que ha echado por tierra los negocios turísticos y relacionados con los eventos. Incluidos los suyos. «Casi todos los hoteles han cerrado, la situación es terrible: no hay comida, no he pagado el alquiler…», se queja. Muindi vive con su esposa, ahora desempleada, y su hijo de tres años, pero piensa en mandarlos a casa de su madre, en el pueblo, si la situación no mejora. Cree que allí se las arreglarán mejor porque la vida es más barata.

Ninguna de las medidas de apoyo anunciadas por el Gobierno se ha traducido en una ayuda real para Muindi. Por ahora, él tiene que pensar en cómo salir del apuro por sí mismo, y para ello tiene un plan: «Quiero comprarme una motocicleta; aprovechando que tengo el carné de conducir en regla quiero intentarlo como repartidor para tiendas y negocios pequeños», cuenta. El principal bache es que la inversión supone como mínimo 1.200 euros y él tiene ahorrados unos cien. «Estoy buscando algún tipo de préstamo, tengo que hacer algo diferente. Y si en la ciudad no me va bien, puedo hacerlo desde el campo, donde vive mi madre», confía.

SITUACIÓN EN KENIA

Kenia ha registrado 296 contagiados y 14 muertos hasta ahora. Cuando se informaba de los primeros casos, el presidente Uhuru Kenyatta impuso en Nairobi y otros tres condados, identificados como de alto riesgo, la prohibición de salir durante 21 días, comenzando el 6 de abril. Poco antes decretó un toque de queda nocturno a partir de las siete de la tarde. Y también se han aprobado ayudas: una reducción de la tasa del IVA del 16% al 14% y la eliminación del impuesto sobre la renta de los trabajadores que ganan menos de 24.000 chelines, unos 225 euros, aunque esto aún es una propuesta. El Banco Mundial ha anunciado que destinará un fondo de emergencia de 50 millones de dólares.

Zimbabue: Lizzy Jowo, comerciante con cuatro hijos en casa

Lizzy Jowo, de 37 años, acostumbraba a viajar por Mozambique, Sudáfrica y Zambia para irse de compras. Pero no para ella, sino para su negocio. Es importadora: adquiere telas, ropa y perfumes que luego vende en el mercado de su barrio, Hatcliffe Consortium, en el norte de Harare (Zimbabue). Ella y su familia son ahora un gran ejemplo de los damnificados por las medidas de restricción impuestas para tratar de contener la expansión del coronavirus. Con las fronteras cerradas y el periodo de cuarentena en vigor, Jowo no puede ganarse la vida. «No se nos permite ir al mercado donde suelo vender; se supone que tenemos que estar en casa y no puedo ganar dinero para alimentar a mi familia, para pagar las tasas escolares de mis hijos…», protesta. Esta mujer tiene cuatro vástagos de entre seis y 17 años, todos escolarizados, y un marido que es barbero y que no está en mejor situación que ella, porque también es autónomo.

Por ahora, a Jowo no le ha llegado ninguna clase de ayuda. «No tengo ahorros, y no tengo ningún plan, no tengo comida suficiente, y no sé cómo va a acabar todo esto, pero espero que sea pronto y podamos volver a salir a trabajar. Por ahora, estamos sobreviviendo con lo que compré antes de que empezara la cuarentena» dice, y antes de despedirse indica que prefiere no enviar su fotografía. que declina enviarla. «¡Podría acabar en las redes sociales!», se excusa.

SITUACIÓN EN ZIMBABUE

Zimbabue cuenta con 25 casos confirmados de coronavirus y tres muertos. Su precarísima situación, inmerso en una honda crisis económica y con un sistema sanitario muy débil, llevó al Gobierno a decretar medidas como un periodo de confinamiento que empezó el 30 de marzo y sin fecha de fin en un país donde al menos el 80% de la población se gana la vida en el sector informal.

Organizaciones como el Programa Mundial de Alimentos están brindando ayuda humanitaria no solo en el campo, sino en núcleos urbanos empobrecidos. De hecho, esta organización de la ONU hizo recientemente un llamamiento: hacen falta 130 millones de dólares, pues unos 7,7 millones de habitantes (la mitad del país) necesita ayuda después de la dura sequía y los ciclones del año pasado. La inflación, de un 540% en febrero, está elevando tanto los precios de los alimentos básicos que mayoría de los zimbabuenses se están viendo obligados a comer menos y vender sus pertenencias o endeudarse para sobrevivir.

Sudáfrica: Mophethe Thebe, un productor sin clientes

El periodista sudafricano Mophethe Thebe.
El periodista sudafricano Mophethe Thebe. CORTESÍA DEL ENTREVISTADO

«Estoy bien, tratando de sobrevivir y tomando cada día como viene. Perdona por hablarte por Facebook, es que es gratis». Así contesta Mophethe Thebe desde su casa en Johanesburgo, Sudáfrica. Lleva en cuarentena tres semanas muy duras porque su actividad laboral ha sido completamente interrumpida, y es tajante con la situación en la que se ha visto inmerso de la noche a la mañana: «Esto es frenético, ya no puedo mantenerme. Las cosas esenciales se han convertido en un lujo».

Thebe, de 36 años, es reportero, guía de viajes y productor para periodistas y medios de comunicación extranjeros cuando visitan Sudáfrica. Es un conseguidor de cualquier cosa que alguien pueda necesitar para llevar a buen término un reportaje, un documental o una película. Pero sus clientes se han marchado y sus proyectos se han cancelado. «Tenía que empezar a filmar con un canal de televisión francés a principios de este mes, pero se ha suspendido», lamenta.

Ahora mismo está viviendo en una habitación de un piso compartido con otros dos inquilinos y una anciana casera, y cuenta con una mezcla de perplejidad y amargura que las cosas que antes estaban al alcance casi de cualquiera, ahora son difíciles de encontrar. «Alimentos, artículos de higiene y hasta datos para el móvil para intentar conseguir algo de trabajo. Tengo que arriesgarme a enfrentarme cara a cara con la Policía o el Ejército cuando quiero acudir a mis amigos para pedirles una comida o que me dejen usar el wifi», describe. Y no tiene ahorros, porque se le agotaron al pagar la nueva escuela de su hijo. Nadie podía vaticinar la que se venía encima.

SITUACIÓN EN SUDÁFRICA

Sudáfrica es el país con más casos registrados del continente: 3.465 y 58 muertos. El periodo de cuarentena inicial, de 21 días, se ha extendido un mes más, y hay penas de hasta 10 años de cárcel para quien se lo salte. El país ha cerrado sus fronteras salvo para permitir el paso de corredores humanitarios, los hospitales hacen acopio de respiradores, guantes y mascarillas, las autoridades han ordenador ayudas alimenticias y habitacionales a personas sin hogar y con bajos recursos, pero la necesidad sobrepasa los medios: ya antes del brote, el 29% de la población estaba en paro, una de las tasas más altas del mundo.

Senegal: Moussa Ndoye, obrero rascando trabajos en el barrio

La Asociación Quartier La 2, que preside el senegalés Moussa Ndoye, está repartiendo jabones entre los vecinos de Camberene, en Dakar, e instalando grifos en las calles del barrio para ayudar a prevenir el nuevo coronavirus. QUARTIERE LA 2

«Lo estamos viviendo como todo el mundo, vemos las noticias y es verdad que hay menos casos que en Europa». Moussa Ndoye está tranquilo. De momento. El coronavirus no ha golpeado a su barrio, Camberene, en los alrededores de la capital senegalesa, Dakar. Esto para él tiene una ventaja primordial: aunque con dificultades, se puede trabajar. «Ahora es más difícil ir y venir porque han limitado los horarios y muchas empresas han cerrado, explica. Ndoye se refiere al toque de queda impuesto en el país hasta, al menos, el 3 de mayo: a partir de las ocho de la tarde y hasta las seis de la mañana nadie puede estar en la calle, comenta este obrero experimentado.

A Ndoye, de 39 años, no le contratan solo para poner un ladrillo sobre otro; él emprende reformas integrales de viviendas, tanto si hay que añadir una planta entera a una vivienda como rehabilitar un viejo edificio. Lleva toda su vida en el oficio, le conocen en el barrio y quizá, gracias a eso, aún tiene de dónde tirar. «Ahora trabajo justo detrás de mi casa, estoy arreglando la de un vecino que me ha contratado», cuenta a través de una video llamada de WhatsApp. «Estaré con él hasta el fin de semana que viene», calcula. Luego, tendrá que esperar a dar con otra cosa, pero confía en encontrarla pronto. «Creo que voy a poder coger la obra de otro vecino que me ha llamado».

Aunque el impacto del coronavirus está siendo algo menor en Senegal, eso no quita para que sus habitantes no permanezcan alerta. «Estoy algo preocupado por lo que pasará el mes que viene si no consigo trabajo, ya que el Gobierno habla de aumentar la cuarentena, pero parece que la gente se está curando y la cosa mejora», dice Ndoye. Este hombre vive en pleno Camberene, un barrio donde muchas calles aún son de arena en vez de asfalto y donde todos los residentes se conocen. En su amplia casa, de cuatro plantas levantadas con sus propias manos, viven ocho adultos y siete niños: él, su esposa, su madre, sus hijos, hermanos, cuñadas, sobrinos… Todos siguen trabajando por ahora menos Medun, uno de sus hermanos, que es profesor. «Y como se han suspendido las clases, no tiene empleo y no cobra», afirma.

Los miembros de esta familia no han dudado a la hora de apoyar a otros vecinos que lo están pasando peor y por eso han emprendido una campaña desde Quartiere La 2, la asociación que Ndoye preside. «Para ayudar a todo el mundo y comprar cosas que hagan falta». Tiene solo cinco meses de vida, pero con el dinero que han reunido sus miembros en ese tiempo han hecho una inversión: comprar e instalar grifos en varias esquinas del barrio «para que la gente se cuide, se lave las manos y haga bien las cosas», dice. También reparten pastillas de jabón entre los vecinos y comercios abiertos.

SITUACIÓN EN SENEGAL

La pandemia ha llegado a Senegal y de momento hay registrados 412 casos y cinco muertos. Aquí también se ha establecido el estado de emergencia y, pese a que no se ha ordenado una cuarentena total, el país prevé daños en su economía, aunque no tan graves como otros. De hecho, el Banco Mundial calcula que su PIB será de los pocos que crezca un poco en 2020, hasta un 3%. Pero, aun así, fue de los primeros en pedir ayuda internacional, y también ha sido de los primeros en obtener respuesta: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial van a destinar sendos fondos de emergencia. El primero enviará 442 millones de dólares y el segundo, otros 20 millones.

Ghana: Yasmeen Helwani, preocupada por decenas de artesanos

Yasmeen Helwani posa frente a una de las tiendas del mercado Green Butterfly que organiza en Accra desde hace una década.
Yasmeen Helwani posa frente a una de las tiendas del mercado Green Butterfly que organiza en Accra desde hace una década. GREEN BUTTERFLY

Yasmeen Helwani es una mujer multitarea de 37 años, empresaria, cantante, artesana, madre de dos críos y activista por el medio ambiente. Ha estado un mes encerrada en casa, como todos los ghaneses, y aunque se acaba de levantar el confinamiento, como todas las actividades y reuniones siguen prohibidas, ni ensayar puede con su banda de música. Aún así, su actividad frenética no cesa ni en tiempos de pandemia. «Perdona que haya tardado en contestar, estoy tratando de organizarme en casa con los niños y todo», saluda a través de WhattsApp. Lo que sí se ha detenido son sus ingresos, pues esta emprendedora organiza desde hace diez años un mercado al aire libre de artesanía, alimentos saludables y productos ecológicos en Accra, la capital de Ghana. «Por desgracia, la covid-19 nos ha afectado muy severamente porque durante el mes pasado no he podido organizar el mercadillo; hice un evento virtual, pero fue muy estresante, ¡aún estoy tratando de recuperarme! —exclama—. Tuve que lidiar con muchos envíos de productos de distintos vendedores y, bajo las condiciones de cuarentena en las que estamos, no fue nada fácil».

Green Butterfly es la empresa que Helwani fundó hace una década, al regresar a su país después de una estancia en Canadá. «Quería contribuir al desarrollo socioeconómico de mi comunidad y me interesaba mucho el trabajo de los artesanos y artistas a pequeña escala», cuenta esta autónoma. Hoy en día, el negocio tiene el éxito suficiente para que varias decenas de creadores vivan de él. «Mucha gente hace dinero en las fechas del mercado; la mayoría somos familias con pequeños negocios y con hijos, y este es el medio gracias al que nos mantenemos», comenta. Ella participa también como comerciante: fabrica jabones y productos de baño ecológicos, y ahora que no puede salir de casa, está pensando en desarrollar más esta faceta suya hasta que la situación mejore y pueda empezar de nuevo, dado que sus productos sí que pueden ser muy necesarios en este momento. «Ahora que el virus está aquí, es importante que nos mantengamos lo más limpios posible. Espero que las restricciones se suavicen pronto porque ahora es muy difícil moverse y realizar cualquier envío», comenta.

SITUACIÓN EN GHANA

Ghana entró cuarentena a mediados de marzo y el 19 de abril el Gobierno anunció el fin del confinamiento, aunque otras restricciones siguen vigentes y eso impide la reactivación de la actividad laboral: colegios, universidades, bares, discotecas permanecen cerrados, y se han suspendido todas las conferencias, talleres, eventos deportivos, manifestaciones y entierros en el caso de que haya más de 25 asistentes.

Este país del Golfo de Guinea, con unos 30 millones de habitantes, ha registrado por ahora 1.042 casos y nueve muertes. El presidente Akufo-Addo ha declarado que el Gobierno cubrirá todas las facturas de electricidad de los más pobres y el 50% para el resto de ciudadanos y para empresas durante tres meses.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/04/06/planeta_futuro/1586176607_933556.html

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La espiral de violencia que acompaña a las migrantes en África

Por: Iñaki Makazaga

Los testimonios de 152 africanas entrevistadas, en diferentes situaciones de movilidad y procedentes de distintos conflictos y crisis, desvelan la exposición constante a agresiones que sufren durante su tránsito

Una espiral de violencia acompaña a las mujeres migrantes en África, tan envolvente que el riesgo de sufrir agresiones en sus vidas se reproduce, incluso con más fuerza, cuando deciden abandonar sus hogares precisamente para librarse de ellas.

Así lo ha documentado durante los últimos dos años la ONG Alboan entrevistando a más de 152 mujeres migrantes en diferentes situaciones de movilidad y provenientes de conflictos con crisis de distinto origen y duración. El diagnóstico se presentó recientemente. La prioridad, dicen, es la atención médica y psicosocial así como aportarles formación profesional y acceso educativo para sus hijos. “Queríamos conocer sus demandas y sueños antes de ponernos a trabajar con ellas”, explica la directora de la organización, María del Mar Magallón.

“Todas piden vivir en contextos seguros junto a sus hijas e hijos, y recuperar así la vida que llevaban antes de sufrir la violencia”, concreta. Desde el principio, la ONG quiso detectar los riesgos a los que se exponen las mujeres migrantes del continente tanto por el hecho de ser mujeres como por el motivo de su desplazamiento. Y así amoldar al máximo su manera de trabajar con cada una de ellas. Por eso, una de sus primeras conclusiones del trabajo ha sido incorporar también nuevas maneras de acompañar, a la vez que mantienen exigencias históricas como reclamar la protección internacional con el estatus de refugiadas para todas ellas por el hecho de sufrir violencia de sexual y de género.

Nuevos marcos normativos de protección

El estatus de refugiada, la obtención de permisos de residencia y la reagrupación familiar facilitaría la prevención de nuevas violencias a estas mujeres que se ven obligadas a desplazarse por las agresiones sufridas en origen y se exponen a nuevas violencias durante todo el camino, como explican en el diagnóstico.

Los países en los que han realizado el trabajo de escucha activa han sido Marruecos, como país de tránsito de muchas mujeres de camino a Europa; los campos de personas refugiadas de Gado en Camerún; Lóvua, en Angola; Mabán, en Sudan del Sur; Melkadida, en Etiopía y Kukuma, en Kenia. También hay participantes del entorno urbano de Luanda, en Angola y Johannesburgo y Pretoria, en Sudáfrica. También mujeres desplazadas de la República Democrática de Congo.

Para el posterior desarrollo de los programas cuentan con el apoyo de la red del Servicio Jesuita a Refugiados en el continente africano y diferentes organizaciones locales lideradas por mujeres. La organización congoleña Sinergia de mujeres por las víctimas de violencia sexual es una de ellas. Su coordinadora, Justine Masika, acudió recientemente a Bilbao a apoyar la presentación de este diagnóstico a finales del mes de febrero.

Victimas de violencias solapadas

“Ser mujer en un país en guerra convierte nuestro cuerpo en campo de batalla. Tan sólo nos queda apoyarnos entre nosotras para levantarnos todas las veces que nos violen”, explica ante una sala llena de un público que se ha acercado hasta la sede de Alboan para conocer los detalles del informe.

Masika habla con voz tranquila y en francés. Cuenta cómo en su país las mujeres sufren varias violaciones a lo largo de sus vidas al no encontrar seguridad para ellas con el desplazamiento interno. Por eso, pone en valor el proyecto al recuperar la voz de las mujeres. “En estos contextos de violencia, los más complicado es devolver la autoestima a las mujeres y el mero hecho de escucharlas, ya es un gran paso para empoderarlas”, enfatiza.

En otros contextos, como los del norte de Marruecos, en plena ruta migratoria hacia Europa la vulnerabilidad de las mujeres se incrementa al encontrarse en situación ilegal. Algo que también aporta mayor impunidad a los agresores al no poder acudir las mujeres a la justicia ordinaria.

Lo mismo ocurre también en los campos de refugiados. Lo han comprobado en Camerún, Angola, Sudan del Sur, Etiopía y Kenia donde “la violencia se traslada a este contexto por mantener costumbres como el matrimonio forzado, la mutilación genital femenina o la exclusión educativa de las niñas”.

En este contexto, las mujeres tampoco son capaces de denunciar ante el temor a ser expulsadas de la propia comunidad. La propuesta que se extrae de este diagnóstico contempla desarrollar campañas de sensibilización, también con hombres, en las comunidades. Y exigen mayores dotaciones económicas a las entidades responsables de los campos para mejorar las condiciones de hacinamiento “que también incrementa el riesgo de agresiones sexuales”.

Aquellas mujeres que se desplazan hacia contextos urbanos, como sucede en capitales como Luanda en Angola o Johannesburgo y Pretoria en Sudáfrica, el análisis detecta otro incremento de vulnerabilidad “al exponerse al mundo de la trata y el trabajo doméstico en condiciones serviles”.

La profesora de Relaciones Internacionales y coordinadora del Grupo de Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid, Itziar Ruiz-Giménez, explica que la metodología de escucha activa del proyecto aporta un valor en sí mismo. “Ya tocaba cerrar la boca y abrir los oídos para que sean las migrantes en movimiento las que expliquen sus propios sufrimientos por el sencillo hecho de ser mujeres”, señala.

El proyecto ya está en marcha, como lo están sus protagonistas. El diagnóstico ha sido el primer paso. Ahora arrancan los trabajos para atender sus necesidades psicosociales, médicas, de formación profesional y asesoramiento jurídico. En principio, durante los próximos cuatro años 6.400 participantes de estos ocho países diferentes en contextos de desplazamiento serán acompañadas para romper la espiral de la violencia en las que viven y convertirlas en muros de contención que, tal vez, generen espacios seguros.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/04/16/planeta_futuro/1587053570_207340.html

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El confinamiento escolar en México

Por: Juan Carlos Yáñez

Las semanas previas, como sucedió en otras partes del mundo, vivimos y, en algunos casos, sufrimos una situación inédita, con la transformación de los hogares en espacios de la escolarización formal, mientras, madres y padres tenían que continuar su vida normal o laborar desde casa.

No tengo elementos para juzgar la experiencia colectiva, más allá de comentarios en redes sociales: oscilan desde el reconocimiento al trabajo de los educadores, hasta las críticas a los niveles de exigencia con los estudiantes.

Es evidente que el sistema educativo no estaba preparado, como tampoco lo estamos en casa para enfrentarnos a una forzosa reclusión colectiva. Las primeras semanas de la contingencia sanitaria han dejado enseñanzas de lo bueno, posible y reprobable.

Hay tiempo, creo, para que los sistemas educativos en sus distintos niveles aprendan y no perdamos el ciclo escolar en línea con tareas repetitivas e intrascendentes, fastidiando a los estudiantes con actividades planeadas al vapor, sin probarse, sin acompañamiento efectivo y sin la atención debida en casa, porque ahí la vida no se volvió más relajada y sí complicada.

Es oportunidad, también, para formular diagnósticos sobre las falencias del sistema educativo ante las transformaciones sociales y las nuevas realidades del siglo XXI. Falta observar la voluntad de las autoridades para aprovecharlo. Lo más terrible sería, después de estos meses de espanto, que la escuela pretendiera regresar como si nada dramático hubiera sucedido.

Por ahora, con el confinamiento en casa y la continuación del ciclo escolar que debería terminar en junio, la preocupación pedagógica se dividió en dos prioridades: una, cumplir el calendario y los programas oficiales; para algunas escuelas, dejar tareas y tareas hasta agotar los temarios. La segunda, en las antípodas, consiste en procurar una experiencia distinta para aprender en escenarios inimaginables.

Se podría recuperar el programa burocráticamente, aunque se aprenda poco, o bien, los niños podrían aprender que, en algunos momentos, hay que hacer tareas y actividades porque es obligación y nada más. Otros costos ya son altos en México: millones de niños que recibían un desayuno escolar, no lo tienen; en muchos casos, en zonas pobres, el único alimento nutritivo del día.

Las tareas escolares

El análisis de la contingencia y sus implicaciones educativas podría comprender varios temas; entre ellos, las tareas. Debate antiguo pero vigente, polémico en distintos países que lo han discutido en las más altas tribunas políticas: ¿es recomendable encargar tareas para casa?, ¿sí?, ¿cuántas?, ¿qué relevancia tienen esas tareas?, ¿cuál es la calidad de la retroalimentación que hacen los maestros? Y la crucial: ¿qué aprenden los niños con tareas?

Un siglo atrás, Adolphe Ferriére, uno de los creadores del movimiento de la Escuela Nueva, escribió un texto provocador: «Y según las indicaciones del Diablo, se creó el colegio. El niño amaba la naturaleza: lo recluyeron en salas cerradas… Le gustaba moverse: lo obligaron a quedarse quieto. Le gustaba manejar objetos: lo pusieron en contacto con las ideas. Le gustaba usar las manos: solo pusieron en funcionamiento su cerebro. Le gustaba hablar: lo relegaron al silencio. Quería razonar: lo hicieron memorizar… Le hubiese gustado entusiasmarse: inventaron los castigos. Entonces los niños aprendieron lo que nunca hubiesen aprendido sin esto: supieron disimular, supieron hacer trampa, supieron mentir».

En nuestro contexto, con un sistema educativo altamente escolarizado, la cuarentena nos tomó en fuera de lugar y la improvisación entró a la cancha para tratar de rescatar el partido. Se vuelve más imperativo preguntarse por la relevancia de las tareas, es decir, de las actividades que hoy tienen los niños en el hogar.

Cuando abordo el tema con educadores siempre repito: una tarea del alumno equivale a muchos deberes para el maestro. Es una perogrullada: el profesor que deja una tarea a 30 estudiantes, luego se convierte en 30 tareas, porque el maestro tiene la obligación profesional y ética de revisarlas una por una. Si tiene tres grupos, o cuatro, sus tareas se vuelven 90 o 120. Y si en cada una invertirá, pongamos, cinco minutos, entre la lectura y los comentarios que debe hacerle a cada uno, entonces, debe invertir 450 o 600 minutos, es decir, un montón de horas.

Es preferible una tarea significativa, que produzca aprendizajes, a cinco por día para tenerlos ocupados, agotándolos y enseñándoles que la escuela, así sea en casa, es una institución de trabajos estériles e injustificados.

Frente a estas discusiones, me resuenan las palabras de Paulo Freire: la educación debe ser un desafío intelectual, no canción de cuna. Para que ocurra, debe replantearse el sentido de la educación aquí y ahora, así como las posibilidades que ofrecen en un momento donde la escuela necesita más participación de la familia, pero de formas menos autoritarias y más plenas.

Francesco Tonucci, entrevistado por El País, introduce otro elemento punzante frente a la pandemia; parafraseo: a los psicólogos se les piden consejos para los padres; a los pedagogos, consejos para los maestros; pero nadie piensa en los niños, y no les preguntan tampoco.

Es un momento imperativo para establecer un nuevo contrato pedagógico entre la escuela y la familia y de colocar a los niños, de verdad, en el centro de la escuela. ¿Lo aprovecharemos?

Escuelas que preguntan, padres que participan y se comprometen de otras formas, niños que aprendan felices podría ser la gran lección de este año funesto.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/23/el-confinamiento-escolar-en-mexico/

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