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El balance del taller intensivo: el programa analítico no es una planeación didáctica

Por: Abelardo Carro Nava

«La aplicación del Plan de Estudios 2022 sigue en suspenso e incertidumbre, pues no se sabe qué es lo que ha pasado con los amparos promovidos que detuvieron el tan anunciado pilotaje…»

Culminó el Taller Intensivo de Formación Continua, que la Secretaría de Educación Pública (SEP), de conformidad con el calendario escolar y las acciones contempladas en éste para la “formación” sobre el Plan de Estudios 2022, se dirigió a supervisores, directores, maestras y maestros de educación básica de la República Mexicana. El balance puede tener varias aristas, algunas a favor y, como es natural, otras no tanto, dependiendo del cristal con el que se mire y las experiencias que se hayan adquirido al interior de los colectivos docentes; sin embargo, desde mi perspectiva, pienso en algunos puntos que no fueron muy favorables:

• La evidente desorganización que prevalece al interior de la SEP, por ejemplo, al subir a la plataforma los programas sintéticos el viernes 30 de diciembre de 2022, cuando el taller comenzaría el 2 de enero de 2023. Asunto que no es nada nuevo porque, desde que se conoció el Marco Curricular del nuevo Plan de Estudios en enero de 2022, a la fecha, se han observado cambios importantes y significativos en los documentos; imagino, tanto los especialistas como los responsables del diseño curricular, han tenido varios desencuentros que han generado, por ejemplo, la desaparición de eso que enero de 2022 se conoció con el nombre de diálogos y progresiones de aprendizaje, sin que se haya explicado la razón o el motivo por el cual no aparecen en los programas sintéticos dados a conocer en diciembre de 2022.

• La construcción de una noción de “formación” por parte de la SEP que no es formación, sino una capacitación de naturaleza técnica-instrumental para operar un plan de estudios, aunque en el proceso “formativo” que viene construyendo esta Dependencia, se incluyan momentos reflexivos.

• La escasa visión para generar espacios de formación dirigidos a las autoridades educativas (supervisores y directores), con la finalidad de que éstos, no se limiten solamente a las cuestiones organizativas de un taller, sino que, por la relevancia de su papel, tal acción debería ir más allá de la organización propiamente dicha. Ello podría explicar por qué, la SEP, consideró un solo día para la “formación” de estas figuras educativas para el desarrollo del Taller.

• La organización exprés que realizaron los supervisores y directores con el propósito de propiciar ese proceso “formativo” que la SEP, desde el escritorio, diseñó para ser trabajado durante 3 o 4 días con las maestras y maestros. Organización que, independientemente de las complejidades que ello representó, en muchos casos, sí se logró, lo cual demuestra la capacidad que tienen estas figuras para orientar lo que de botepronto les llaga a las manos, sin embargo, hay que decirlo, en muchos casos esto no sucedió así. Es más, se dio paso a construir completamente un programa analítico cuando, de acuerdo la propuesta de agenda de la SEP, solo se tenía que elaborar un esbozo (un trazo, un bosquejo, etc.) de éste.

• La generación de varios materiales (exposiciones, diapositivas, documentos colocados en Drive, transmisiones en vivo por las redes sociales u otras plataformas, etc.) por diversos actores que no necesariamente se encuentran prestando sus servicios en el Sistema Educativo o que, si lo hacen, los construyeron siguiendo sus propios referentes y recursos. Materiales que, principalmente, fueron compartidos por las redes sociales, prácticamente desde el lunes 2 hasta el 6 de enero de 2023, siguiendo la propuesta de agenda que estableció la SEP. Sin embargo, llamó la atención que, hoy día, exista una cantidad importante de formatos para la construcción del programa analítico que, en algunos casos, poco abonan a eliminar la evidente confusión existente en este tema; por ejemplo, en algunos de los que circulan por las redes sociales, se siguen considerando los diálogos y progresiones de aprendizaje cuando, en los programas sintéticos proporcionados en diciembre del año pasado, ya no aparecen. Entonces, ¿para qué generar un contenido que no apoyara a las maestras y maestros?

• La falta de un glosario de términos en cada una de las sesiones, porque si bien es cierto que los colectivos docentes podrían construir sus propios glosarios a partir de sus conocimientos, trayectorias o experiencias profesionales, también es cierto, que la SEP podría brindar algunos referentes conceptuales con la intención de observar la mirada de la cual están partiendo para abordar los temas, mismos que podría complementarse con el de los colectivos docentes.

• Derivado de lo anterior, es necesario que la misma autoridad educativa se apropie del documento que propone a las maestras y maestros, porque, como se pudo observar, la forma de comunicar aspectos tan importantes como lo es un programa analítico o una planeación didáctica, juega un papel fundamental para evitar confusiones al momento de realizar el trabajo en los CTE. Por tanto, el papel de la Secretaria de Educación en este rubro, tendría que ser relevante para que pueda comunicar con asertividad, hecho que demostraría que no solo el maestro o maestra debe prepararse para los cambios, sino que las mismas autoridades educativas también se encuentran en este proceso. Es claro que un programa analítico no es una planeación didáctica y, por tanto, generar confusiones no abona en este proceso.

• En consecuencia, dicho proceso de transformación, implicaría tomar las decisiones que podrían tomarse para que, por ejemplo, los programas analíticos no terminen construyéndose porque se tiene que construir, dado el requerimiento de la autoridad inmediata; si éste es un elemento fundamental para transformar las prácticas docentes y, en consecuencia, mejorar los aprendizajes a través del análisis del contexto socioeducativo, la contextualización y el codiseño, tendrían que darse los ajustes correspondientes para que los docentes tuvieran menor carga administrativa y una carga horaria laboral que permita el trabajo colectivo, tal es el caso de lo que sucede en secundaria, donde se sabe que las maestras y maestros atienden a varios grupos (numerosos en muchos casos), tienen una carga académica que corresponde a su contratación laboral (por horas, medio tiempo, ¾ de tiempo o tiempos completos) y, muchas veces, por estas mismas cuestiones, laboran en varias escuelas.

Ahora bien, algunos puntos que puedo rescatar como favorables, serían:

• El diálogo entre las maestras y maestros, conjuntamente con las autoridades educativas y otros actores o especialistas. Ello, desde luego, propicia el intercambio de conocimientos y saberes obtenidos a través de sus formaciones iniciales, trayectorias profesionales y experiencias a lo largo de su ejercicio docente.

• El compartir las experiencias docentes en cuanto, por ejemplo, al aprendizaje basado en proyectos; en virtud de que la maestra o maestro, que tal vez no tenía muchos referentes sobre esta metodología activa, pudiera conocerla o bien, reconocer que, en algún momento, la ha desarrollado con sus alumnos.

• Una oportunidad para diseñar los programas analíticos con un amplio sentido pedagógico (qué se enseña) y didáctico (cómo se enseña), lo cual implica profundizar en el análisis de los contenidos propuestos en los programas sintéticos, la organización curricular propiamente dicha del Plan de Estudios, etcétera y, de ahí, construir propuestas sin que medie el cumplir con un formato que la misma autoridad proponga para que los colectivos docentes lo llenen nada más por llenarlo.

• La reflexión del propio ejercicio docente, en razón de la construcción que se ha dado a través del tiempo de ese quehacer, particularmente, lo que muy probablemente llegó a sedimentarse en las maestras y maestros, debido a los requerimientos de los planes de estudios basados en competencias (2011) o el competencial (2017) que, indistintamente, obligó al docente a ejercer su labor de cierta forma porque así lo mandataba el plan de estudios y la autoridad educativa, y no a través de propuestas alternativas que pudieran favorecer la construcción de escenarios diferentes para mejorar los aprendizajes.

• Finalmente, pienso que la interpretación que cada colectivo docente generó en torno a las actividades desarrolladas durante la jornada de “formación” puede ser favorable, sin embargo, podría generar el efecto que, en otras publicaciones he señalado, sobre el surgimiento de un teléfono descompuesto, porque los referentes teóricos, conceptuales y metodológicos que fundamentan el Plan de Estudios 2022 no han sido del todo claros o, porque este proceso formativo, que no ha sido tal, han surgido diversos documentos sin que se haya explicado las razones de dichos cambios.

Habría que ver cuál sería el balance que, en las oficinas de República de Argentina se hace al respecto. Por lo mientras, la aplicación del Plan de Estudios 2022 sigue en suspenso e incertidumbre, pues no se sabe qué es lo que ha pasado con los amparos promovidos que detuvieron el tan anunciado pilotaje; motivo por el cual, en los meses subsecuentes, se seguirá operando el Plan de Estudios 2011 y el 2017, aunque alguien pudiera decir lo contrario.

Al tiempo.

Fuente: https://profelandia.com/el-balance-del-taller-intensivo-el-programa-analitico-no-es-una-planeacion-didactica/

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La memoria políticamente incorrecta

POR: SABINO CUADRA LASARTE

 

Original en euskara

Afirma una leyenda africana que la historia de los safaris sería muy distinta si fuera contada por los leones. Lo mismo sucedería si fuese relatada por los guías y porteadores negros encargados de localizar estos animales, acosarlos y ponérselos a tiro a los bwanas blancos.

Durante la Transición política de los 70 se nos dijo que la reconciliación entre cazadores y leones era necesaria, porque también éstos se habían comido algún que otro bwana. Y así fue que los reconciliadores (UCD, PSOE, PCE, PNV…) defendieron durante el debate de la Ley de Amnistía de 1977, que la historia del franquismo y sus cruentos safaris había que dejarla atrás, borrarla y olvidarla.

Evidentemente, aquella argumentación no fue sino una patraña, porque las cacerías continuaron existiendo y la fauna africana siguió siendo diezmada en bacanales de sangre con el fin de ornamentar paredes y salones de miles de mansiones y palacios europeos. Buen ejemplo de lo anterior ha sido nuestro sátrapa y desvergonzado Borbón, quien siendo presidente de una ONG defensora de los derechos de los animales, no dudó en posar orgulloso junto a las piezas en peligro de extinción por él abatidas.

Últimamente he tenido ocasión de acudir a distintas Jornadas en las que han participado actores cualificados de distintos procesos de transición política: Sudáfrica, Colombia, Portugal, Chile, Argentina, Uruguay, Guatemala, El Salvador…. Pues bien, si valoráramos los avances dados en estos países en materia de investigación oficial de las violaciones de derechos humanos, el enjuiciamiento a sus responsables y el otorgamiento de reparación a sus víctimas, veríamos que, con mucha diferencia, el país que ocuparía el último lugar del ranking sería el Estado español. Por lo tanto, no hay de qué presumir.

La recién aprobada Ley de Memoria Histórica ha llegado tarde, muy tarde y se ha quedado corta, muy corta. La verdad en ella amparada abarca a un amplio abanico de víctimas, pero se niega a indagar sobre sus victimarios. Junto a ello, el acceso a la justicia sigue siendo ignorado olímpicamente y la reparación contemplada va poco más allá de ser meramente declarativa. Sin embargo, de lo que se trata es, no solo de levantar el mando del silencio que cubrió los crímenes del franquismo, sino también la losa de la impunidad que ampara a sus perpetradores, a quienes se sigue protegiendo.

Una memoria histórica que se pretendiera democrática debería ir bastante más allá de conformarse con rellenar huecos en la historiografía recibida, reponiendo algunas de sus páginas arrancadas. Se trataría así, además de lo anterior, de reescribir el relato desde el principio y hacerlo desde el punto de vista de los leones y los porteadores, que no es otro sino el de la defensa incondicional de todos los derechos humanos, la condena de sus violaciones y la reparación para todas sus víctimas.

En este sentido, la memoria histórica referida al Estado español debería señalar que las violaciones flagrantes de estos derechos, si bien  comenzaron el 18 de julio de 1936 (asesinatos, desapariciones,…), se han mantenido durante más de 80 años y han tenido sus últimos episodios en la playa de El Tajaral –Ceuta–, y en las vallas que cercan el Barrio Chino de Melilla, donde hemos visto de nuevo imágenes de actuaciones policiales en las que seres humanos, como en el 36, eran tratados como animales.

La Constitución de 1978 no puede ser punto y final para ninguna memoria histórica, pues existe un cordón umbilical que une la dictadura franquista con el régimen actual, cual es el de la impunidad. Cordón trenzado por gruesas hebras policiales, beneméritas, económicas, políticas y judiciales heredadas del franquismo, que explican, entre otros, hechos tales como el golpe de estado del 23-F, los crímenes de estado del GAL o los miles de casos de constitucionales torturas habidas en Euskal Herria en las últimas décadas.

La afirmación de que “lo nuestro son errores, lo de ellos crímenes”, del ministro del Interior, Martín Villa, sobre los sucesos de Sanfermines de 1978, ha sido el guión seguido después por los posteriores ministros del Interior: Barrionuevo, Corcuera, Rubalcaba, Fernández Díaz… El actual, Grande Marlaska, ni siquiera ha admitido la existencia de errores en la actuación benemérita de Melilla, pues para él ésta fue razonable y proporcionada. La versión oficial afirma así que la única violencia que allí existió fue la de quienes después resultarían asesinados, desaparecidos y machacados. Nada nuevo bajo el sol. Nuevamente es el bwana, Grande Marlaska, quien escribe la historia del safari de Melilla. No es de extrañar en alguien que ha hecho oídos sordos y ojos ciegos ante las denuncias por torturas a él presentadas, razón por la que el Tribunal Europeo de DD.HH. ha condenado al Estado español en reiteradas ocasiones.

Hay quienes tienen puestas grandes esperanzas respecto a lo que pueda suponer la aplicación de la Ley de Memoria Democrática. ¡Ojalá éstas -lo decimos sinceramente-, puedan convertirse en realidad! Apurar hasta la última gota las posibilidades de la misma es una obligación indudable. Pero también lo es el seguir golpeando contra las puertas que sigue dejando cerradas: derogación de la Ley de Amnistía, acceso a la Justicia para poder juzgar los crímenes del franquismo, restitución de bienes apropiados e indemnización por daños causados, bebés robados,… De lo contrario, se podría estar vendiendo la primogenitura de la memoria histórica por un plato de lentejas con más o menos sacramentos.

Frente a las grietas que se han abierto en el muro de la impunidad del franquismo aparecen hoy dos posibles políticas. La primera consiste en taponar aquellas con algunas reformas y tratar de cerrar así para siempre este capítulo. La segunda trata de agrandarlas a fin de que pueda caer de una vez por todas aquella muralla. Al igual que sucede en otros ámbitos (feminista, ecologista, sindical…), ésta segunda se sitúa dentro del ámbito de lo políticamente incorrecto. ¡Qué le vamos a hacer!

Fuente de la información e imagen:  https://vientosur.info

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¿Educación individual o para una sociedad?

Por: Manuel Alberto Navarro Weckmann

«En la educación que se imparte en el salón de clase influye e importa el tamaño del grupo…»

La educación es un acto gregario, es un proceso social por excelencia. Lamentablemente, cuando la mayoría de las personas aprecian el proceso, no lo hacen visualizando el contexto del grupo y menos el del entorno del centro educativo en su conjunto, sino que la percepción se da, desde la perspectiva única de su familiar cercano que se encuentra estudiando en el centro escolar.

En muchas ocasiones se escucha decir: “mi hijo salió muy bien en la escuela”, “bailó precioso en el festival”, “está batallando con matemáticas” o expresiones en este sentido, en donde se aprecia esta parte, que no es egoísta por supuesto, sino que se circunscribe a un elemento de interés fundamentalmente familiar que nos importa más que el resto del grupo en el que se encuentra estudiando.

La labor docente es muy diferente y está muy alejado de ello, no porque no le interese cada niña, niño o adolescente, sino porque hay aspectos que presentan un grado superior de complejidad para el trabajo secuencial y armónico de los procesos que se dan en el interior del aula de clase.

En la educación que se imparte en el salón de clase influye e importa el tamaño del grupo, y vaya que México es el país que más estudiantes tiene en promedio por aula de los que comprenden la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), también importan los procesos de interacción, los que tienen que ver con la convivencia, la creación de ambientes de aprendizaje, las tensiones y afectos que traen de los hogares entre muchos otros igualmente destacables por su efecto en el largo plazo y en la construcción del tejido social.

En este sentido, el aprendizaje es una construcción colectiva, por lo que las lecturas, tareas, trabajos por equipo, investigaciones, maquetas, pinturas, experimentos, ceremonias, festejos y conmemoraciones cívicas son importantes pero no en la soledad de quien aporta para su elaboración en algún sentido, se constituyen en elementos significativos en donde su docente utiliza dichos elementos para generar un acercamiento para vincularlo con lo que cada niña, niño o adolescente conoce como conocimientos previos y de ahí desencadenar el nuevo aprendizaje en su vida que luego podrá aplicar en otras circunstancias con dichas bases.

Durante mucho tiempo, los planes y programas, los concursos y otro tipo de actividades tanto de las autoridades educativas como de los propios centros escolares motivados por aquellas, se han desarrollado en el marco de la importancia de la acción individual, de esta manera, no solamente carecemos de herramientas para la sana convivencia social, sino que valoramos en gran medida los esfuerzos individuales y a personas que les tomamos mucho mayor valor que al equipo que los acompaña, ya sea en las empresas, los deportes, competencias culturales o de cualquier otro índole.

La vida nos recuerda día a día en los medios de comunicación masiva, que necesitamos voltear a ver a la sociedad, a la formación para la comunidad para entender que existe la necesidad urgente de ver a la educación como un entramado de relaciones en donde nuestras niñas, niños y adolescentes necesitan aprender y comprender que es en sociedad en donde está el futuro de una mejor sociedad. Que sea un excelente inicio de este año 2023.

Fuente de la información: https://profelandia.com

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Sin juguetes y sin maestras ni maestros

Por: Tlachinollan

Las niñas y niños indígenas de Joya Real no solo están enfermos por el frío sino porque su estómago está vacío. En este año más de 15 menores perdieron a sus padres: 5 mamás murieron por falta de atención médica. Una de ellas tuvo complicaciones en el parto, murió junto con su bebé. Otra joven madre que viajaba a Ometepec perdió la vida al desbarrancarse la camioneta. Las demás mamás optaron por curarse con remedios caseros ante la imposibilidad de ir al centro de salud a la cabecera municipal de Cochoapa El Grande.

Varias madres optan por caminar 6 horas para ahorrarse el viaje especial que cuesta mil pesos, sin embargo, su salida resulta infructuosa porque solo hay consulta externa y no siempre las atienden. La medicina la tienen que comprar. Los servicios públicos de salud son sumamente precarios; no hay equipo para revisar a las pacientes, mucho menos material de curación y atención a madres embarazadas que tienen complicaciones en el parto. Ante alguna emergencia médica la familia se tiene que endeudar porque el viaje especial a Tlapa es de 3 mil 500, sin tomar en cuenta los gastos de la medicina, los alimentos y la estancia. Esta misma cantidad cobran a Ometepec. Lo inadmisible es la indolencia de las autoridades municipales, que están al margen de estos dramas que enfrentan las familias pobres. No apoyan para los traslados de las enfermas, tampoco para la compra de medicinas y no asumen el compromiso de gestionar ante las autoridades de salud para que mejoren los servicios de salud en el municipio más pobre del país.

Además de la pobreza, los casos de violencia se multiplican en la cabecera municipal y en las comunidades indígenas. En noviembre pasado asesinaron en pleno centro a una madre de 50 años que llevaba entre sus brazos a su nieto. Varios asesinatos ocurrieron en la ruta que va de Cochoapa a Dos Ríos, en el entronque de Arroyo Prieto. En una de las emboscadas hirieron a dos promotores de CONAFE. Ante la inseguridad imperante se suspendió el servicio de transporte público, a pesar de que se construyó un módulo de seguridad que está abandonado.  En Joya Real 5 padres de familia murieron, 3 fueron asesinados y 2 murieron por complicaciones de la diabetes. Estas tragedias familiares dejaron en la orfandad a 15 niñas y niños que fueron recogidos por sus tíos y abuelas. Su sufrimiento no solo es por la pérdida de sus papás o mamás sino por la falta de alimentos, de cariño y de atención a sus necesidades básicas.

En el 2022,  7 niñas fueron víctimas de matrimonios forzados. Antes de la navidad una niña de 12 años fue obligada a casarse por 150 mil pesos. Después de la fiesta varias familias salieron a trabajar como jornaleros agrícolas a los campos de Apatzingán, Catalina, Buena Vista y Tomatlán del estado de Michoacán. Fueron al corte de limón, jitomate y chile serrano. En esas pequeñas empresas trabajan niñas y niños de 14 años, que son muy hábiles  para recolectar estos productos. También reciben su pago cada fin de semana. El apoyo económico de los hijos menores es la manera más efectiva para sobrevivir en los campos agrícolas. El ingreso de dos o más niños y niñas, que oscila de 800 a mil 200 pesos semanales, es fundamental, porque hace más llevadera la vida en las galeras.

De la comunidad de Joya Real alrededor de 60 familias se encuentran en los campos agrícolas. Salieron después de la fiesta de los difuntos y las que se quedaron fue por los compromisos que tenían por los matrimonios de sus hijos e hijas menores. Permanecerán 4 meses para regresar en marzo a la fiesta de san José que celebran el 18 y 19. La mayoría de niñas y niños en edad escolar no estudian. Los padres prefieren llevárselos porque los hijos mayores son contratados y porque las escuelas preescolar y primaria regularmente están cerradas. Ante la ausencia de los niños y niñas los maestros llegan esporádicamente a la comunidad.

Lamentablemente en estas comunidades olvidadas la escuela no representa un bien tangible porque no ven resultados inmediatos en el desarrollo intelectual, tecnológico y artístico de sus hijos. Más bien les resulta una carga por las cooperaciones que tienen que dar, por las reuniones a las que deben de asistir, por los trabajos de mantenimiento que requieren hacer en las instalaciones y por la compra de útiles escolares. A pesar de que hay 340 niños inscritos en la escuela primaria, la asistencia no llega a 100 alumnos. Lo mismo sucede en la escuela preescolar, de los 80 que se registran son muy pocos los que llegan a los salones.

En lugar de recibir algún juguete por parte de sus papás y mamás o de la autoridad municipal, las niñas y los niños más pequeños juegan con la tierra en los surcos y los mayores de 14 años recolectan limones y jitomates para ganar 200 pesos al día en los campos agrícolas. Su infancia es trágica porque sobreviven comiendo tortilla, sal, frijoles y agua. Aprenden a caminar descalzos en el cerro. Ayudan a sus mamás a cortar la leña y también tren su pequeña carga sobre sus hombros. Solo cuando regresan de los campos agrícolas estrenan alguna muda de ropa. Duermen sobre petates o cartones, cubiertos con alguna cobija llena de polvo. La falta de agua les impide lavarse las manos cuando comen y tienen que bañarse cuando van al río o alguna poza de agua. Desde pequeños caminan en los cerros, cuidan los chivos y aprenden a cazar animales. Conocen las plantas comestibles y se trepan a los árboles para cortar frutas y entretenerse bajo sus sombras.

Se educan en la adversidad, en el sacrificio diario, descubriendo los secretos de la naturaleza, desarrollando actividades agrícolas, recolectando frutos, y muy temprano aprenden a utilizar las herramientas del campo; el machete, el espeque, el azadón, el cahualo, la barreta. También adquieren la habilidad para sembrar maíz, frijol, chile, jitomate, cacahuate. En algunas comunidades aprenden las técnicas del rayado de la amapola. Son grandes exploradores y amigos de los animales. Conocen las estrellas del cielo, fácilmente captan las enseñanzas de los sabios y sabias que son expertas en interpretar las señales del universo. Respetan a la madre tierra y también rezan y piden permiso para no hacer enojar a los dueños del bosque o de los animales. Han crecido con la sabiduría comunitaria, han aprendido a caminar cuesta arriba, a luchar todo el tiempo para sobrevivir y enfrentar el maltrato y la discriminación de las autoridades y de la población mestiza.

El 2022 fue el año donde más protestas hubo por parte de las madres y padres de familia tanto en la Montaña como en otras regiones del estado por falta de maestros y maestras. Con el cambio de gobierno vislumbraron la posibilidad de que se atendiera el rezago educativo, que se renovaran los contratos de muchos maestros y maestras que estuvieron dispuestos a trabajar en las escuelas más lejanas. Creyeron que con la elaboración de solicitudes se atenderían sus demandas. La falta de interlocución con las autoridades educativas y sobre todo de respuestas favorables, obligó a tomar acciones más drásticas; bloquearon carreteras, la autopista del sol y varias comunidades resistieron varios días para ejercer mayor presión. A pesar de estas protestas no fueron atendidos, solo firmaron minutas con la promesa de concertar una reunión en Chilpancingo que resultaron infructuosas.

La falta de maestros y maestros sigue siendo la gran demanda en las comunidades indígenas de la Montaña. La misma CETEG ha tenido que movilizarse hasta palacio nacional para ser escuchada por el presidente Andrés Manuel, sin embargo, no fueron atendidos sus planteamientos centrales. A nivel estatal la gobernadora tuvo algunos acercamientos con la dirigencia de la CETEG de la Montaña pero no hubo respuestas de fondo. La confrontación ha crecido y la interlocución que tienen con el secretario de educación en el estado se encuentra empantanada. Los fondos para abatir el rezago educativo son insuficientes, lo grave es que no hay un incremento sustantivo para que en la Montaña haya suficientes maestros y maestras de nivel básico. Es inaudito que existan escuelas primarias cerradas por falta de personal docente, como en la comunidad de Rio de San Martín, municipio de Metlatónoc, en Ojo de Pescado, San Marcos y san Juan Huexoapa, del mismo municipio. De Cochoapa el Grande están las comunidades de Arroyo Prieto, Cieneguilla, Xaha Yucu Yaa. En las comunidades me phaa de Agua Dulce, Colonia de Guadalupe y san Miguel Zapotitlán, así como la escuela preescolar de la Colonia Mirasol del municipio de Tlapa están cerradas por falta de personal. En Tlaquiltepec municipio de Huamuxtitlán la escuela preescolar Itamar se encuentra sin servicio.  A nivel de escuelas secundarias técnicas hay 28 docentes que trabajan en los municipios de Cochoapa el Grande, Metlatónoc, Malinaltepec, Tlacoapa, San Luis Acatlán, Tlapa y Alpoyeca a quienes se les adeudan 212 horas. En la zona escolar número 15 de secundarias técnicas con sede en Tlapa hay 23 vacantes en las diferentes materias que se imparten y tienen 71 horas que adeuda la secretaría de educación. En todas estas escuelas los alumnos no reciben clases desde el inicio del ciclo escolar.

Hay un gran abandono a las escuelas indígenas de preescolar, primaria y secundarias técnicas, que nos muestran la radiografía de la discriminación, nos proyectan las políticas excluyentes y los tratos desiguales que se siguen reproduciendo en un gobierno que ha priorizado atender a la población pobre. La realidad es que en la Montaña el rezago educativo sigue zanjándose, la inequidad en la asignación del presupuesto es un indicador funesto de la desatención y la falta de compromiso de las autoridades educativas. El drama de la niñez indígena es atroz, no solo porque la niñas siguen siendo víctimas de matrimonios forzados y los niños tienen que trabajar como jornaleros agrícolas, sino porque las autoridades siguen alejadas de las comunidades indígenas, dejando en el olvido a la niñas y niños que viven su infancia sin juguetes y sin maestras ni maestros.

Fuente de la información e imagen:  Tlachinollan

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Derecho a la tribu

Por: Xus Martín

La metáfora de la “tribu” ha sido usada en diferentes contextos para reivindicar la importancia de la comunidad y de la colectividad en la vida de las personas.

En el ámbito educativo la tribu se considera un elemento que enriquece la crianza y el proceso de crecimiento de los niños. Cuando se evoca el proverbio africano “para educar a un niño se necesita la tribu entera” se hace para destacar el valor de aquellas contribuciones que llegan de personas y colectivos que a priori no tienen asignado el rol de educar (como sí tienen maestros y progenitores) pero que son esenciales para garantizar un buen desarrollo de los más jóvenes en la comunidad. Contribuciones que aparecen en formas diversas como experiencias, tareas de cuidado, relaciones cercanas, acompañamiento, o transmisión informal de conocimientos, entre otros.

La tribu, algo que en sociedades antiguas se creaba de manera natural y espontánea, resulta algo excepcional a partir de la revolución industrial, momento en el que los vínculos sociales se debilitan y las redes de ayuda mutua y de cooperación que anteriormente formaban parte de la vida cotidiana de las personas comienzan a ser una excepción. También la cultura neoliberal que ha colonizado las sociedades modernas ha ido poniendo trabas en las relaciones personales, priorizando el interés individual sobre el colectivo, favoreciendo la competición desatada por encima de la colaboración, disminuyendo progresivamente las prácticas de cuidado entre los miembros de una comunidad, obstaculizando el intercambio gratuito y reduciendo la participación en lo común.

A pesar de estas dificultades, psicólogos y terapeutas de todas partes ponen el énfasis una y otra vez en la importancia que la comunidad, la tribu, tiene en el bienestar de las personas y manifiestan que la existencia de una constelación de vínculos es un factor de protección, especialmente de la infancia, e insisten en que vivir en sociedad no garantiza necesariamente tener cubiertas las necesidades a las que sí da respuesta “la tribu”. Afirman que, si bien la soledad puede ser un desencadenante de situaciones de depresión, angustia o ansiedad, el sentimiento de pertenecer a un colectivo es un antídoto de algunas enfermedades mentales.

Los vínculos fuertes y el sentimiento de pertenencia aportan experiencias de seguridad y protección necesarias para vivir una vida feliz, algo que ha quedado evidenciado en los meses de confinamiento vividos recientemente a raíz de la pandemia que hemos sufrido a nivel planetario. Así, si la comunidad y las relaciones sociales son imprescindibles para la salud y el bienestar de las personas, podemos considerar que formar parte de una tribu no es sólo un deseo o recomendación, sino que es, sobre todo, un derecho.

Pero como otros muchos derechos, la tribu tampoco surge de la nada, ni es ningún punto de partida de la convivencia. ¡Ya nos gustaría! La tribu se construye con la participación de todos sus miembros y de todas las instituciones. Se hace sólida en la medida en que se multiplican las redes de relación y se hacen más densas las interacciones entre las personas y los colectivos que la conforman. La tribu es a la vez “proceso y resultado de”. La tribu se hace. La tribu la hacemos.

A pesar de no haber encontrado un verbo que recoja la acción de hacer tribu, no se puede entender la tribu sin actitudes proactivas y conductas comprometidas de las personas que deben formar parte de ella.

Y con la voluntad de ejemplificar acciones y prácticas que caminan en esta dirección presentamos dos experiencias que ayudan a hacer tribu. La primera, Grupo de Ayuda Mutua (GAM) con jóvenes en riesgo de exclusión, es una iniciativa que surge en el ámbito educativo. La segunda, Desayuno semanal con amigas, es una práctica que de forma espontánea se inicia después de los meses de confinamiento estricto por el COVID-19.

El Grupo de Ayuda Mutua (GAM) con jóvenes en riesgo de exclusión reúne a ocho jóvenes que se comprometen a juntarse una tarde a la semana para compartir sus vidas. Unidos por una profunda sensación de soledad y unas ganas inmensas de salir adelante a pesar de la situación vulnerable que sufren tanto a nivel personal como familiar, semana tras semana los chicos crean y fortalecen vínculos entre ellos.

Las ayudas que dan y reciben en el grupo adoptan formas diversas: desde pedir información para renovar el DNI o para matricularse en un ciclo formativo hasta contar con los demás para superar una situación de ansiedad, para poner nombre a miedos que no se han verbalizado, para compartir el dolor y las lágrimas por un trauma infantil, para imaginar futuros deseados, para reconocer conductas pasadas que generan vergüenza y que cuesta admitir, y otras. La realidad es que cada vez que un miembro del grupo llega roto al encuentro, el resto de los compañeros le acoge, le escucha, no le juzga y, en la medida que puede, le ayuda.

En diferentes momentos los jóvenes expresan lo importante que es el GAM en sus vidas y valoran poder mostrarse tal y como son, sin tener que fingir sentimientos y estados de ánimo que no tienen.

Desayuno semanal con amigas. Un grupo de mujeres que comparten su interés por la actividad física y la naturaleza se encuentra un día a la semana para desayunar y disfrutar unas de otras durante los meses de restricciones. Cuando el confinamiento termina, el grupo de amigas se da cuenta del impacto positivo que ha tenido en sus vidas “el desayuno del viernes” y decide mantenerlo.

Durante poco más de una hora se comparten títulos de libros, guiones de películas, opiniones sobre la actualidad, celebraciones, confidencias, proyectos, programaciones de nuevas actividades, y risas, muchas risas. Los desayunos generan encuentros más reducidos: ya sea para ir a correr, o a andar, para disfrutar de juegos de mesa… Y cada mes se organiza una salida a la montaña a la que se añaden parejas y amigos.

Desayuno juntas, una práctica sencilla cargada de valores. El sitio de encuentro: la terraza interior de un bar del barrio. Va quien quiere cuando quiere o cuando puede. Normalmente se juntan entre diez y doce mujeres. Es un grupo con mínimos de exigencia. Formalmente nadie se ha comprometido a nada. A medida que pasa el tiempo, los vínculos que se van tejiendo poco a poco se traducen en conductas de cuidado y cariño, de estar pendientes unas de otras.

El ambiente sanador y la función de sostén del grupo en momentos personales delicados ha sido destacado por muchas de ellas.

Para cerrar nuestra reflexión queremos subrayar que las personas que forman parte de ambos grupos se sienten a la vez protectoras y protegidas por los miembros de “su tribu”. Saben que se encuentran en espacios seguros marcados por el respeto, la confianza y un cierto nivel de confidencialidad; espacios en los que nadie va a salir lastimado. Unos y otras han experimentado que los fuertes vínculos con los compañeros de GAM y con las amigas ponen freno a la vulnerabilidad de cada uno de ellos, de cada una de ellas.

Fuente de la información e imagen: https://eldiariodelaeducacion.com

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La cancelación y el terror del abandono

POR: NATALÍ INCAMINATO – DANILA SUÁREZ TOMÉ

Hay ciertos temas de los que no se puede hablar sin que un demoledor castigo del progresismo o el fascismo se imponga en redes sociales. Se silencian intelectuales, políticos y escritores, obligados al ostracismo por sus ideas excesivamente valientes o demasiado complejas para las patrullas digitales. ¿Qué engloba el tópico “cancelación” y cómo operan canceladores y cancelados en la economía sucia de los intercambios lingüísticos?

El diccionario inglés Merriam Webster define a esta práctica como la remoción de la aprobación de figuras públicas en respuesta a opiniones o comportamientos cuestionables que hayan tenido. En rigor, lo que se cancela es un contrato tácito de apoyo entre la figura y sus fans. También se lo compara con un acto de «desuscripción» de la fanbase o el fandom. En cualquier caso, el acto de cancelación es público y performativo y, como tal, no se restringe al ámbito de lo privado e interno, sino que la acción debe ser comunicada: como castigo simbólico por sus acciones, se le quita explícitamente el apoyo y la atención a determinada figura pública.

En la base de este fenómeno se encuentra una demanda personalizada de accountability, concepto que en la ciencia política anglosajona designa la capacidad de las personas y las instituciones para dar respuesta a las demandas que se presentan. En este contexto, lo que se espera de las figuras es que sus opiniones y conductas estén alineadas con una serie de principios ético-políticos sostenidos por su público, quien en definitiva constituye el origen de sus ingresos. En una época en la que las personas públicas se han convertido en marcas de sí mismas, cancelar a alguien famoso en última instancia implica no contribuir más a su negocio. El castigo simbólico puede devenir material, aunque no necesariamente.

Esto se da incluso en el caso de escritores y artistas —otrora distinguibles del star system del cholulismo— en tanto, como sostiene Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo, hoy día el artista vale más por lo que es que por lo que hace (su obra). En la actualidad es moneda corriente que las personalidades del arte, las letras y la cultura habiten las redes autopromocionándose, mostrando su día a día, subiendo fan art, entre otras acciones que contribuyen al engrosamiento de su personalidad artística ante un público que consume contenido a modo de fan e incluso de stan. Además, las redes sociales generan una cercanía mayor del artista con su público, habilitando una interacción cotidiana que previamente no existía. Dentro de este contexto no es raro que, ante una actitud, opinión o conducta que resulte hostil para sus seguidores, pueda darse una cancelación. No sólo no es raro, sino que más bien parece inevitable pues: ¿quién podría satisfacer todas las expectativas de una audiencia variada a quien no conoce en su singularidad? Nadie puede ser “todo lo que está bien”.

La práctica de la cancelación, entonces, toma su forma en un espacio en particular (las redes sociales), en un momento puntual (capitalismo financiero globalizado) y por causa de relaciones específicas generadas entre las personas famosas y sus seguidores. Todo esto en medio del auge de un mercado cultural y de entretenimiento on demand basado en la conformación de comunidades de consumo. De hecho, se ha señalado con frecuencia que el mismo verbo utilizado para nominar esta práctica, “cancelar”, está intrínsecamente ligado a la cultura consumista. Hoy día es usual que en las redes sociales se aliente el “consumo responsable”, es decir, prácticas de consumo alineadas con ciertos valores (productos cruelty free, reciclables, etc). Eso incluye a las personas públicas como una mercancía más.

Ya sea que nos parezca una práctica buena o mala, justa o injusta, lo cierto es que una vez que la definimos vemos que su alcance es limitado y no engloba otras acciones que suelen incluirse bajo el paraguas de la cancelación, por ejemplo el doxxing, la intimidación o el acoso virtual. La cancelación presupone la existencia en un tiempo uno (T1) de un apoyo a una figura que, a causa de una eventualidad desafortunada se retira explícitamente en un tiempo dos (T2) por razones de accountability. O, en términos mercantiles, implica abandonar el consumo de una figura por razones ético-políticas. Es importante tener esto en cuenta, ya que la cancelación y el avergonzamiento público suelen tomarse como sinónimos, aunque no van necesariamente de la mano. Muchas veces la cancelación se vuelve masiva y acarrea una buena cuota de avergonzamiento público, pero no siempre que hay avergonzamiento público se está efectuando una cancelación.

pánico moral

Habiendo definido con la mayor precisión posible la acción de “cancelar”, cabe preguntarnos si acaso existe una “cultura de la cancelación”. El primer obstáculo que arrastramos de la sección previa es que, usualmente, se llama “cancelación” a cualquier tipo de reacción pública contra algo o alguien. Así, se dice que son canceladas no sólo figuras públicas sino también obras del pasado, películas, series, programas de televisión, estilos de humor, etc. Toda esta variedad de reacciones no satisfacen nuestra definición, aunque se sostiene que forman parte de una supuesta cultura de la cancelación. Esta cultura se manifestaría más allá de que no exista un movimiento dirigido con objetivos claros y acciones coordinadas de cancelación bajo una serie de principios rectores. De hecho, existen cancelaciones por derecha y por izquierda, entre progresistas y entre conservadores. La acción en sí misma no detenta una ideología en particular, se presenta de modos dispersos, ambiguos y muchas veces hasta torpes.

Al no existir una entidad concreta a la que denunciar por su actividad cancelatoria, se suele hablar de la cultura de la cancelación como un clima, una atmósfera de presunta peligrosidad y latente censura, en donde es necesario cuidar lo que decimos y lo que hacemos para que no nos caiga la guillotina popular de la cancelación encima. Pero, ¿quiénes enuncian estos temores? Si bien la práctica de la cancelación ha sido analizada y criticada tanto por intelectuales de izquierda como de derecha —y todo lo que se encuentra en el medio—, no obstante, la “cultura de la cancelación” es un sintagma generalizado en los discursos de aquellas personas y grupos que se oponen a los movimientos de justicia social en general, o a algunos en particular. Desde esas perspectivas, se personifica a esta cultura como una turba iracunda que persigue moralmente a las personas para coartar su libertad de pensamiento y expresión e imponer una única moral posible: la progresista —un sintagma que también sabe soportar una polifonía semántica ensordecedora.

Si bien la práctica de la cancelación es un fenómeno particular que merece ser analizado críticamente en todos sus claroscuros, la construcción y el establecimiento por parte del ala más reaccionaria de la política cultural de un objeto de debate tan difuso como lo es la “cultura de la cancelación”, nos llevó a meternos en un cul-de-sac perverso: ¿estamos a favor de la libertad de expresión o de la censura? Las demandas de libertad de expresión han sido siempre parte de la lucha progresista. Que no nos persigan por nuestra identidad, ideas políticas u opiniones es un requisito fundamental de toda sociedad que se pretenda igualitarista y justa. Esta pregunta parece obvia de responder, si no fuera porque no es más que un recurso retórico del conservadurismo cultural para que el debate sobre la cancelación se dé exclusivamente en términos de “censura vs. libertad”.

Ante esta trampa —en la que han caído figuras liberales como Barack Obama, e intelectuales de izquierda como Noam Chomsky— lo más inteligente es volver sobre nuestros pasos y recordar que no tenemos que aceptar la existencia de la cultura de la cancelación, ya que no es evidente que algo así exista más allá que bajo la forma del pánico moral. La filósofa Macarena Marey, en esta dirección sostiene que la cultura de la cancelación es un “atajo discursivo que les sirve a quienes usan el giro para continuar beneficiándose con la vigencia y el refuerzo de diferentes sistemas de dominación y desigualdad cuando estos son puestos en cuestión por el ejercicio de la crítica”. Recordemos que, frecuentemente, lo que se llama cultura de la cancelación contiene dentro de sí un sinnúmero de acciones que no necesariamente refieren al acto de cancelar en sí mismo, tal y como lo definimos más arriba. Y allí no solo se incluyen acciones perniciosas y condenables como el acoso virtual o el doxxing. Muchas veces la denuncia, el ejercicio de la crítica y el disentimiento abierto —elementos claves en una cultura democrática— son igualmente catalogados de “cancelación”. Es decir, no parece existir un criterio honesto a la hora de clarificar de qué se trata en concreto esta atmósfera densa que agobia al pensamiento.

loop emocional

Si le seguimos el juego retórico al conservadurismo, diríamos que la cultura de la cancelación es una atmósfera generada por los activistas de la justicia social (feministas, transactivistas, antirracistas, etc.) que busca achicar las posibilidades de lo decible y debatible para imponer una moral propia a punta de bardeos en twitter. Usualmente se la compara con la inquisición y la caza de brujas entre otros ejemplos históricos, sin reparar en el hecho de que los activistas en redes no detentan el poder de una institución como el Estado o la Iglesia. De este modo, se banaliza la persecución ideológica institucional poniéndola al mismo nivel que una serie de tuits enojados en medio de un debate cultural.

Teniendo en cuenta que no existe un movimiento concertado por los activistas progresistas para cancelar todo lo que no les gusta, y que el único poder que parecen tener los individuos en redes a través del ejercicio de la cancelación es el de expresar qué quieren consumir y qué no (algo bastante triste), la amenaza de un clima de censura se desvanece en el aire para convertirse en un lamento ante cierta aparente democratización del uso de la palabra pública. Las redes sociales, sin dudas, han permitido que muchas voces que antes no eran oídas ahora accedan a una plataform. Y, además, han puesto a las voces que sí tenían peso al mismo nivel que todas las otras. Naturalmente eso abre el juego a un debate cultural más amplio y en donde no son los mismos privilegiados de siempre los únicos que pueden imponer sus puntos de vista y sus valores.

No obstante, la desigualdad estructural sigue siendo el fermento de nuestra sociabilidad diaria, y por más que parezca que todas las personas, ahora, tenemos la misma posibilidad de participar en el discurso público, esto no es tan así. En principio y en un marco de ascenso de las ultraderechas, es visible la dificultad para expresarse libremente que tienen las personas de izquierda, progresistas o pertenecientes a grupos hostigados por los agentes conservadores que hicieron de las redes su espacio de la “batalla cultural”. Estos casos de ataques virtuales, aún cuando son evidentes sus efectos de coacción, no suelen considerarse en las preocupaciones por las “tácticas de silenciamiento” que parecerían privativas de la “corrección política”.

En lo que respecta a la “cancelación”, sus acciones raramente tienen consecuencias reales para aquellas personas canceladas cuando se trata de personalidades reconocidas. Desafortunadamente solo trascienden algunos pocos ejemplos de consecuencias reales en gente común que fue infamemente célebre en redes por alguna torpeza que se hizo viral, algo que tiene que ver más con la dinámica perversa de las interacciones que privilegian las mismas redes sociales, que con alguna supuesta cultura de la cancelación progresista que busca dejar a la gente sin trabajo o aislarla de la sociedad —Jon Ronson analizó el problema del avergonzamiento público en redes con mucha destreza en su libro Humillación en las redes.

En concreto, la gente que emprende una cancelación no se beneficia en nada con sus acciones. Las primeras beneficiarias son las propias redes sociales, que logran mantenernos atrapadas en sus plataformas a través del círculo de la reacción emocional constante: o cancelo o soy cancelada, o estoy a favor de la cancelación o estoy en contra, pero en cualquier caso me manifiesto e interactúo. No sería osado sostener, entonces, que de existir algo así como una cultura de la cancelación sería una dinámica fomentada por las propias redes sociales en vistas a satisfacer sus intereses económicos. Pero las redes y sus dueños no son los únicos que se benefician. En última instancia, los beneficiarios últimos del fantasma de la cancelación son los propios sujetos y grupos que denuncian su asedio. A través del recurso de la victimización —que denostan, paradójicamente, en el caso del progresismo—, la persona cancelada adquiere un estatus de incorrección política, de agente provocador, de librepensador o cualquier otra figura que le termina redituando en favor de su propio mercado. Esto es especialmente enriquecedor para artistas, escritores e intelectuales, quienes pueden construirse un aura de perseguidos culturales aunque, de hecho, ningún poder real los esté persiguiendo.

canción de hollywood

En los intentos más sofisticados de crítica a la “cancelación” no es raro que se mencione a Michel Foucault. Se diagnostica la “era de Vigilar y castigar” al extremo, el disciplinamiento de la palabra en tanto silencio autoimpuesto, la asfixia de un poder ubicuo que se cuela en todas nuestras interacciones. Además de la ligereza con la que se esgrimen las ideas foucaultianas, los convencidos de que vivimos en una era sin precedentes de prohibición y cercenamiento no parecen recordar los planteos del autor en torno al problema del poder, el saber y las palabras. En su célebre lección El orden del discurso, de 1970, Foucault caracteriza uno de los procedimientos de exclusión: un sujeto no tiene el derecho a decirlo todo. Más que en otros, la sexualidad y la política son dos territorios en los que esas prohibiciones recaen sobre el discurso, revelando su vinculación con el deseo y con el poder. No habría, entonces, ninguna “novedad” en el “silenciamiento” de la cultura de la cancelación.

Pero, además, el filósofo francés es bien conocido por otro movimiento reflexivo que lo aleja de la preocupación exacerbada por la palabra prohibida: la voluntad de verdad, dice Foucault, gana terreno ante la necesidad de prohibir y censurar discursos. Dicha voluntad de verdad es la forma que tiene el saber de ponerse en práctica en una sociedad; cómo se valora, distribuye y atribuye. Ante ella, el mecanismo de la censura como procedimiento de exclusión se vuelve cada vez más frágil y se refuerza la exclusión que es consustancial a nuestra voluntad de saber. Años después, en su primer tomo de la Historia de la sexualidad será más claro en formulaciones destinadas a la celebridad: el poder produce más que prohíbe, habilita más que reprime. Más allá de las objeciones a partir de casos específicos que se puedan esgrimir, estas afirmaciones apuntalan nuestros criterios anteriores: la cultura de la cancelación, antes que silenciar, provoca que todo el mundo hable.

Los algoritmos y los discursos se mueven y somos incitados a intervenir en un estridente torbellino de acusaciones cruzadas; la vieja práctica de la polémica con sus altisonancias se amplifica y todos están invitados a participar. En esta línea, además de las figuras políticas, no es raro que los protagonistas de muchos casos de supuesta “cancelación” provengan del pensamiento y de la literatura. El pensador y el escritor están cortejados por figuraciones extremadamente seductoras debido a su intensidad: desde Sócrates obligado a tomar la cicuta hasta el marqués de Sade maldecido y encerrado, sin contar la cantidad de intelectuales, poetas y narradores perseguidos, apresados o simplemente ignorados por ir a contrapelo. Una galería de “genios locos”, “raros”, “malditos” e “idiotas” puebla el panteón del artista incomprendido.

¿Estamos, verdaderamente, en sus épocas? ¿En tiempos de declive de las grandes instituciones de censura, hay algo que efectivamente no quede sin ser dicho? Se nos explicará que no toda censura es la cárcel o el destierro, y que episodios como perder un contrato de publicación constituyen persecución. Pero, ¿eso no nos llevaría a pensar más bien en las condiciones de producción de escritores y pensadores en un mercado inmerso en las dinámicas de redes sociales que caracterizamos antes? En este sentido, quizás el inmediatismo entre escritor y audiencia parece tener sólo al mercado periodístico y editorial como juez, y sus reglas no necesariamente se rigen por sofisticaciones del estilo “la muerte del autor” de Barthes como para poder salvaguardar las obras de la mera lógica fandom/hater.

Sin embargo, no son pocos los casos que parecen “aprovechar” la situación e instrumentalizar las mareas “canceladoras”. Actualmente, varias figuras incurren en la repetida y sonante queja por el silenciamiento desde grandes medios y plataformas; subrayada la asfixia del entorno, se resalta también la valentía, el espíritu libertario e inconformista de los heraldos de las verdades incómodas. Emerge así, impensable quizás para el siglo XX, la paradoja del incorrecto legitimado, del maldito consagrado. Ariana Harwicz, una de las voces argentinas más insidiosas en contra de la “dictadura de la corrección política”, es la autora de una obra que llegará a la meca del reconocimiento cultural en Occidente, Hollywood, de la mano de nada más y nada menos que del productor Martin Scorsese, con la actuación de una joven estrella politizada y woke, Jennifer Lawrence.

Quizás, los tiempos de la tarea del escritor como un inequívoco juego peligroso para todo orden social ya no sean tan evidentes.

Fuente de la información e imagen:  https://revistacrisis.com.ar

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¿De qué sirve saber cuando no sabemos cómo vivir?

Por: Karina Fuerte

En el próximo encuentro del Círculo de Lectura del Observatorio IFE discutiremos el libro Escuela de aprendices, de Marina Garcés.

¿De qué sirve saber cuando no sabemos cómo vivir? ¿Para qué aprender cuando no podemos imaginar el futuro? ¿Cómo queremos ser educados? Estas son algunas de las preguntas que plantea Marina Garcés (Barcelona, 1973) en su libro Escuela de aprendices (Galaxia Gutenberg, 2020) y sobre las cuales reflexionaremos en el próximo encuentro del Círculo de Lectura del Observatorio IFE.

El año pasado me encontré con este libro por casualidad mientras miraba las mesas de recomendaciones en una librería en Barcelona. Me llamó tanto la atención el título que, sin pensármelo y sin conocer a la autora, me lo llevé a casa. Debo confesar que el libro llegó directo a mi “Tsundoku” (積ん読), es decir, a esa pila interminable de “libros por leer”. Aunque pareciera que nunca le bajo el número a esa pila de libros que se acumula en mi mesita de noche, sí los leo. Soy lenta para leer, eso sí. Además de que caigo muchas veces en la tentación de llevarme un nuevo libro a casa aún sabiendo perfectamente bien que tengo esa PAL (pile à lire o “pila para leer” como le dicen en Francia).

Les enseñaría una foto de mi Tsundoku pero desafortunadamente no estoy en mi casa en estos momentos, pero les puedo asegurar que gracias al Círculo de lectura he podido jubilar de esa pila tres libros que ya tenían un buen rato ahí acumulando polvo, y con Escuela de aprendices ya serán cuatro. Aunque los encuentros del Círculo de lectura me han ayudado a reducir esa pila de libros por leer, no puedo asegurar que también con el pretexto de estos encuentros mensuales vaya agregando unos cuantos títulos más a mi PAL.

Pero volvamos al tema del mensaje de esta semana que es Marina Garcés y su Escuela de Aprendices. Si es la primera vez que te acercas a la obra de Marina, puedes conocer más sobre ella aquí y también por acá, donde además podrás ver algunas conferencias y debates en los que ella ha participado. Si como a mí, también te llamó la atención el título del libro y quieres saber de qué va, aquí abajo te comparto la sinopsis.

Escuela de aprendices
Autora: 
Garcés, Marina
Galaxia Gutenberg
Fecha de publicación: 18/11/2020

La educación es el sustrato de la convivencia, el taller donde se ensayan las formas de vida posible. Por eso, el capitalismo cognitivo se ha tomado en serio la tarea de asaltar todos sus campos: la educación formal y la informal, los recursos, las herramientas y las metodologías. La presencialidad y la virtualidad. La infancia y la formación a lo largo de la vida. La educación no sólo es un gran negocio. Es un campo de batalla donde la sociedad reparte, de forma desigual, sus futuros. Dicen los pedagogos que hay que cambiarlo todo, porque el mundo ha cambiado para siempre. Esta afirmación esconde las preguntas que nos dan más miedo: ¿de qué sirve saber cuando no sabemos cómo vivir? ¿Para qué aprender cuando no podemos imaginar el futuro? Estas preguntas son el espejo donde no nos queremos mirar. Nos da vergüenza no tener respuestas y resulta más fácil disparar contra maestros y educadores. ¿Cómo queremos ser educados? Ésta es la pregunta que una sociedad que se quiera mirar a la cara tendría que atreverse a compartir. Nos implica a todos. Todos somos aprendices en el taller donde se ensayan las formas de vida posibles. Educar no es aplicar un programa. Educar es acoger la existencia, elaborar la conciencia y disputar los futuros. Dentro y fuera de las escuelas, la educación es una invitación: la invitación a tomar el riesgo de aprender juntos, contra las servidumbres del propio tiempo.

Y si te quieres unir a nuestro Círculo de Lectura, el encuentro de este mes será el miércoles 23 de febrero a las 12:00 (GMT-5) a través de Zoom, en donde charlaremos y compartiremos nuestras impresiones sobre este libro que promete mucho. Para unirte al encuentro solo tienes que registrarte.

 

Mientras tanto, hasta la próxima semana.

Fuente de la información e imagen:  https://observatorio.tec.mx

Karina Fuerte
Editora en jefe, Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación

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