Page 34 of 558
1 32 33 34 35 36 558

Epistemologías decoloniales para la paz en el Sur-Global

Reseña: Esta obra está dedicada a Álvaro Márquez-Fernández
(1952-2018), filósofo venezolano-latinoamericano, crítico de la
política y el poder neoliberal como dominio-represivo, que desde su filosofía contra-hegemónica pensó la praxis de liberación
como respuesta a los grandes desafíos que lo llevaron siempre a
aportar desde su dedicación como intelectual, a la construcción de
un mundo más humano y solidario. Sí, eso fue él, un filósofo de
la liberación en permanente contemporaneidad, un insistente estudioso de la filosofía Latinoamericana, un investigador dedicado
a comprender cómo pensar una mejor sociedad para todos, desde
nuevas prácticas sociopolíticas que tiendan a la transformación del
Estado en términos interculturales y fomenten prácticas comunitarias de convivencia desde las diferencias, para lograr la paz como
construcción de tod@s.

Descarga gratis en: https://rebelion.org/download/epistemologias-decoloniales-para-la-paz-en-el-sur-globalvarios-autores/?wpdmdl=628846&refresh=5f48f0bca98d21598615740

Comparte este contenido:

Libro Sexualidad: Ni moralismo y banalidad

Main Authors: Gastaldi Alberiore, Italo Francisco, Perello, Julio
Format: Libros
Published: Abya-Yala/UPS2014
Subjects:
Online Access: http://dspace.ups.edu.ec/handle/123456789/6197

Resumen: Esta publicación es una parte de la obra de Carlo Fiore “Etica per giovani: appunti e spunti per una educazione mo- rale” LDC, Turín, 1998. El mundo de la sexualidad es una verdadera constelación, en cuanto expresa e involucra muchas realidades profundamente vitales. Esta obra se propone afrontar

Fuente: https://www.bibliotecasdelecuador.com/Record/oai-:123456789-6197/Description#tabnav

Comparte este contenido:

La migración juvenil del campo a la ciudad daña la agricultura de Malawi

Reseñas/África/Malawi/27 Agosto 2020/rebelion.org

 Las familias del distrito rural de Chiradzulu, en el sur de Malawi, comienzan a preparar sus fincas para la próxima temporada del cultivo de maíz, y Frederick Yohane, de 24 años, es un joven ocupado.

Todas las mañanas labora con sus dos hermanos en la tierra familiar donde cultivan maíz y frijoles de árbol (Cajanus cajan), mientras en las tardes trabaja como jornalero en granjas vecinas, a fin de obtener el dinero que le hace falta para cubrir las necesidades de su familia.

Además, dos veces por semana va en bicicleta a los mercados cercanos para vender pollos que compra en los pueblos de los alrededores y así obtener más recursos.

Esta ha sido su vida desde que tenía 16 años cuando su padre sufrió un derrame cerebral que le paralizó la pierna y el brazo izquierdos. Yohane terminó la escuela secundaria en 2014, dos años después de que su padre se enfermara. Pero no llegó a aprobar los exámenes finales.

Sin un certificado de estudios secundarios, él siguió la ruta de otros muchos jóvenes de este distrito (municipio) rural que viajan a Blantyre, la capital comercial de Malawi, en busca de trabajos precarios, principalmente como ayudantes en tiendas asiáticas o como vendedores ambulantes.

«A través de un amigo, encontré trabajo en una ferretería propiedad de un indio. Pero el dinero no era bueno comparado con lo que ganaba en el pueblo. Así que trabajé dos meses y regresé», dijo a IPS.

Yohane no planea volver a buscar trabajo en esa u otra ciudad. Está convencido que puede ganar más dinero en su pueblo, aunque tenga que trabajar más duro para construirse un buen fututo.

«Además, soy el hijo mayor. Mi padre ya no puede trabajar. Mi madre pasa gran parte de su tiempo cuidándole. Así que los tres hermanos trabajamos en el campo», explicó.

La familia de Yohane es una entre millones que en Malawi dependen del trabajo familiar para mantener sus granjas.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indica que en Malawi la agricultura ocupa a 80 por ciento de la población de 17,5 millones de habitantes. De esa población, alrededor de 75 por ciento son agricultores que explotan pequeñas fincas familiares.

Sin embargo, al igual que en el resto de África, Malawi sufre una alta tasa de migración del campo a la ciudad, principalmente de jóvenes que buscan una vida mejor en las ciudades.

Cuando los jóvenes, que constituyen la mayoría de la población de Malawi, migran a los centros urbanos, la productividad de las explotaciones agrícolas familiares decae, según un  estudio encargado por el Instituto Internacional de Agricultura Tropical (IITA).

En el marco de su programa de Mejora de la Capacidad en la Aplicación de Evidencias Científicas (CARE, en inglés), el IITA trabaja con jóvenes investigadores en África para analizar cómo potenciar el empleo y reducir la pobreza y promover la participación de los jóvenes en los agronegocios y la economía agrícola y no agrícola.

Dentro de ese programa, el investigador Emmanuel Tolani hizo un estudio en dos distritos de Malawi,  Zomba y Lilongwe, conocidos por su alta producción de maíz, el cultivo básico en este país sin salida al mar del sureste de África.

El estudio de CARE se centró en un análisis comparativo entre los hogares donde los jóvenes habían emigrado a los centros urbanos y aquellos donde los jóvenes habían permanecido en sus localidades rurales.

Según el informe final,  titulado «Juventud en movimiento: efectos sobre el bienestar en los hogares de origen», la investigación encontró que los hogares con jóvenes que migraron a las urbes,  producían cada una 13 sacos de 50 kilogramos menos de lo que habrían cosechado si esos jóvenes se hubieran seguido trabajando en la explotación familiar.

«Esto se puede (atribuir) al hecho de que la migración de los miembros jóvenes del hogar estaba provocando una pérdida de mano de obra para la producción agrícola que no fue compensada con mano de obra contratada, utilizando las remesas recibidas (por parte de ellos)», indica el documento.

En el estudio, Tolani recomienda la introducción de actividades generadoras de ingresos entre los hogares rurales para reducir la necesidad de que los hogares busquen otros medios para diversificar sus ingresos, como fomentar la migración de jóvenes.

Timilehin Osunde, responsable de comunicación del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (Fida) y del proyecto de CARE en Nigeria, dijo a IPS que la falta de un entorno adecuado para la agroindustria, la búsqueda de oportunidades educativas y el acceso a servicios y recursos se encuentran entre los factores que provoca el éxodo de los jóvenes del campo a las ciudades en África.

A lo largo de los años, Malawi ha diseñado e implementado programas destinados a mejorar las condiciones sociales y económicas en las zonas rurales, con la intención de contener esa migración interna.

Pero hasta ahora, la migración desde las áreas rurales a las urbes no ha disminuido. La Comisión Nacional de Planificación de Malawi atribuye esto a lo que dice son «inconsistencias en la implementación de políticas entre regímenes políticos».

Este argumento ha ocupado un lugar destacado en el discurso del desarrollo en Malawi, de modo que motivó el establecimiento de la Comisión Nacional de Planificación. Establecida mediante una ley vigente desde 2017, el mandato de la Comisión es garantizar la continuidad de las políticas de desarrollo en todas las administraciones políticas.

Por otro lado, Osunde observa que muchos programas de desarrollo rural en África han fracasado porque fueron diseñados por responsables políticos sin incluir a la parte involucrada: la juventud rural.

«A menudo se implementan con un enfoque ascendente en lugar de utilizar un enfoque ascendente», aseguró la especialista de Fida y CARE

Para ayudar a los gobiernos africanos a detener la marea de la migración de jóvenes del campo a la ciudad, el IITA está implementando una serie de programas específicos de agricultura, además del CARE.

Por ejemplo, el Programa Comenzando Temprano para Ellos,  destinado a cambiar la mentalidad de los jóvenes en las escuelas primarias y secundarias proporcionándoles conocimientos básicos de agricultura para orientarlos hacia carreras relacionadas con esa actividad, dijo Osunde.

IITA también implementa el proyecto Empoderando a los Jóvenes, que brinda oportunidades para aquellos subempleados, motivándolos a establecer empresas agrícolas y mejorar sus habilidades en la agroindustria.

El programa “ayuda a crear un entorno empresarial propicio al promover políticas dirigidas por jóvenes y proporciona una red de comunicación que brinda información agrícola muy necesaria a otros jóvenes involucrados en la agroindustria», explicó Osunde.

Otro proyecto del IITA, el de Jóvenes Agroemprendedores, pretende cambiar las percepciones de los jóvenes en África sobre la agricultura y hacerles percibir que es una actividad apasionante y que puede ser muy gratificante económicamente.

«Dado que la agricultura en África sufre en gran medida las percepciones negativas entre los jóvenes debido a la monotonía que implica, las ganancias financieras insuficientes y la escasez de infraestructura básica, los programas para la juventud de IITA tienen como objetivo cambiar la percepción entre esos jóvenes, así como crear recursos para que comiencen negocios agrícolas en el continente”, explicó la experta.

Osunde precisó que todos ellos son programas específicos para los jóvenes rurales que Malawi puede adoptar para atraer a los jóvenes a la agroindustria.

El director general de la Comisión Nacional de Planificación de Malawi, Thomas Munthali, dice que actualmente están estudiando las zonas donde puedan establecerse proyectos financiables que desarrollen jóvenes del área rural, como una forma de reducir su abandono del campo.

«La idea es crear urbes secundarias en esas zonas basadas en su potencial de tierra cultivable, minería y turismo. Estas se convertirán en centros industriales que ofrecerán trabajos decentes sostenibles y servicios socioeconómicos como en las ciudades», dijo Munthali.

Sin esperar a que esos programas para los jóvenes rurales cristalicen, Yohane ya ha decidido quedarse en su pueblo. Y sueña en grande.

«Cosechamos suficiente maíz para nuestra alimentación. Pero tenemos que ganar dinero. Por eso estamos planeando alquilar otro terreno este año donde podamos cultivar más maíz para la venta”, explicó sobre sus planes.

Para ello, explicó, no necesita contratar mano de obra, pero sí para más adelante, cuando espera comprar más tierra “en la que podamos hacer una agricultura comercial seria”.

Fuente e imagen tomadas de: https://rebelion.org/la-migracion-juvenil-del-campo-a-la-ciudad-dana-la-agricultura-de-malawi/

Comparte este contenido:

Libro(PDF): «Género, sexualidad e izquierdas latinoamericanas. El reclamo de derechos durante la marea rosa»

Reseña: CLACSO

Esta compilación ofrece un marco conceptual de fundamentos sólidos para analizar los derechos en materia de género y sexualidad durante la marea rosa latinoamericana, plantea interrogantes difíciles sobre las relaciones entre ideología y gobierno, y destaca el modo en que se convierte a las feministas y personas LGBT y queer en chivos expiatorios de las vastas luchas nacionalistas, antineoliberales y antiimperialistas. Del Prólogo de Amy Lind

Hoy, cuando la marea rosa está en clara retirada y un auténtico tsunami de derecha sacude gran parte de la región, sin embargo, es más fundamental que nunca evaluar los aciertos y desaciertos que ocurrieron durante los gobiernos de izquierda para imaginar las estrategias que podrían ayudar a feministas, personas queer y otras fuerzas progresistas a maniobrar el brusco cambio de dirección en curso en todas las Américas. Del epílogo de Sonia E. Álvarez

Autor (a): Elisabeth Jay Friedman. Felicitas Rossi. Constanza Tabbush. [Coordinadoras]

Niki Johnson. Ana Laura Rodriguez Gustá. Diego Sempol. Constanza Tabbush. María Constanza Díaz. Catalina Trebisacce. Victoria Keller. Gwynn Thomas. Marlise Matos. Shawnna Mullenax. Rachel Elfenbein. Edurne Larracoechea Bohigas. Sonia E. Álvarez. [Autores y Autoras de Capítulo]

Editorial/Editor: CLACSO

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina.

Idioma: Español.

ISBN: 978-987-722-592-1

Descarga: Género, sexualidad e izquierdas latinoamericanas. El reclamo de derechos durante la marea rosa

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2152&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1399

Comparte este contenido:

Libro (PDF): «La danza de la insurrección. Para una sociología de la música latinoamericana»

Reseña: CLACSO

«Comencemos por el principio: este libro estudia la salsa porque a su autor, el puertorriqueño Ángel G. Quintero, le gusta bailarla, y ese gusto es el que empuja desde los adentros una experimentada inteligencia dedicada a destrabar, o sea a quitar las trabas que impiden a los latinoamericanos sentirse-en-casa cuando necesitan pensar con su cabeza».

Del estudio preliminar de Jesús Martín Barbero

Autor (a): Ángel G. Quintero Rivera.

Editorial/Edición: CLACSO

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina

ISBN: 978-987-722-645-4

Idioma: Español.

Descarga: La danza de la insurrección. Para una sociología de la música latinoamericana

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=2222&orden=&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1413

Comparte este contenido:

El desafío de los profesores

Reseñas/20 Agosto 2020/elpais.com

La pandemia ha hecho más palpables las carencias y los desafíos del sistema de educación obligatoria. Entre las apuestas y las dudas, los docentes debaten sobre el futuro de la enseñanza y sobre la esencia y función de la escuela.

Las largas tiras de precinto rojiblanco se mecen agitadas por el viento a la entrada del edificio. Los buzones donde se han de depositar las matrículas para el año que viene se han colocado a modo de barricada de forma que nadie pueda rebasar este punto. Al otro lado comienzan los pasillos vacíos, donde silba el aire y acaricia las escaleras, ronda las aulas, pasa entre sillas y mesas apiladas. Al final de la galería aún quedan colgadas las coloridas postales de la última exposición de los alumnos, titulada La mujer en la guerra. Son afiches de propaganda de la Primera Guerra Mundial, por donde iba el temario cuando se acercaba el 8 de marzo, Día de la Mujer y último domingo antes de que todo volara por los aires. La iconografía de alguna de las viejas láminas ha adquirido un inquietante tono actual. Una de ellas muestra a una enfermera enmarcada por una enorme cruz roja bajo la palabra “HELP”.

Junto al mural se encuentra la sala de profesores y en su interior cuatro docentes charlan de forma animada. Se intuye en su energía las ganas que tienen de que regrese la vida al instituto público Cartima, uno de los más jóvenes y reputados de la provincia de Málaga, en la localidad de Cártama. En marzo, cuando 8,2 millones de alumnos de enseñanzas no universitarias fueron enviados a casa de un día para otro, aquí tardaron muy poco en reaccionar. “Llevábamos seis años preparándonos para una pandemia y no lo sabíamos”, asegura José María Ruiz, el director del centro y profesor de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC). El instituto fue inaugurado en 2014 y gracias al impulso de Ruiz y un equipo de apasionados de la docencia ha sido reconocido y premiado por su apuesta educativa sin libros de texto, basada en proyectos y ultratecnológica. Cada uno de los 350 alumnos cuenta con una tableta; a los pocos que no la tienen se la presta el centro; los maestros van a todas partes con ella y enseguida, para mostrar cualquier cosa, la desenfundan; los trabajos digitales y la comunicación a distancia entre profesores y estudiantes ya eran de uso corriente antes del coronavirus: para la exposición de mujeres en guerra, por ejemplo, los chicos habían elaborado una audioguía que se activa con la lectura de códigos QR.

En abril, cuando ya se hizo evidente que la vuelta a las aulas sería inviable, el claustro se reunió por videoconferencia y decidió darle un revolcón al temario. Acordaron que todas las asignaturas girarían en torno a la crisis sanitaria. De este modo, en Biología los alumnos estudiaron genética, pero centrándose en el ARN y el ADN, en las mutaciones de los virus y la zoonosis; en TIC se les pedía que buscaran datos y estudios que habrían de explorar con distintas aplicaciones; muchos de estos informes estaban en inglés, lo que los obligaba a esforzarse en esta lengua; en Historia viajaron al pasado a través de viejas pandemias, como la peste negra en el siglo XIV y la mal llamada gripe española a principios del XX. El resultado son trabajos profundos y maduros. Desde un árbol filogenético del coronavirus para tratar de explicar “cómo ataca, cómo se propaga e incluso cómo pararlo” a unos cuidados documentales históricos con sobrecogedoras imágenes de época, tan parecidas a las de hoy.

El desafío de los profesores

Yo quería que los alumnos reflexionaran sobre lo que estábamos viviendo

Emilio Maldonado, docente del instituto Cartima, en Cártama (Málaga), encargó a sus alumnos investigar pandemias viejas como la peste negra del siglo XIV. | Foto: Sofía Moro

“Yo quería que los alumnos reflexionaran sobre lo que estábamos viviendo”, dice Emilio Maldonado, el docente de Historia. “Lo esencial de la educación es formar a los niños para que el día de mañana sean personas responsables y contribuyan a mejorar la sociedad. Y creo que tras estos meses van a ser más conscientes”. En palabras de Patricia Carrasco, la profesora de Biología: “Los estudiantes necesitaban hablar, expresarse, cuestionarse cosas. No tenía sentido que siguiéramos con contenidos desconectados de la realidad. Lo vivencial es lo que se te queda. Y ha sido extraordinaria su respuesta. Se han motivado con la situación”.

Ahora queda el reto de septiembre. Por el patio del instituto se pasea esta mañana la presidenta del AMPA con un especialista en reformas, metro en mano. Valoran espacios al aire libre para el curso que viene. El centro pretende que la mitad de los alumnos pueda estar “fuera” cada jornada; unos en aulas descubiertas, otros en excursiones que se harán a diario por la zona, lo cual parece casi un regreso a los principios de la Institución Libre de Enseñanza, que buscaba “abrir” las paredes de las escuelas para que se produjera así “no la mera instrucción y enseñanza, sino la plena educación intelectual”, escribió Manuel B. Cossío, uno de sus pensadores. Aurora Carretero, la jefa de estudios y profesora de Inglés del Cartima, lo expresa en términos más prosaicos: “Tendremos que mirar el tiempo todos los días”.

Este es quizá el punto más crítico al que se enfrentan todos los centros de España: el regreso a clase. Según los docentes de la enseñanza obligatoria entrevistados para este reportaje, una muestra diminuta de los cerca de 700.000 que hay en toda España, las instrucciones que han recibido de las consejerías de Educación son confusas y poco concluyentes; los recursos para cumplirlas resultan escasos; reina el principio de incertidumbre y cada colegio e instituto parece enfrentarse al nuevo curso a su modo y como buenamente puede. La mayoría se muestra poco esperanzada. “Va a haber contagios seguro”, dice el director del Cartima. “Sinceramente pienso que vamos a estar una semana y nos van a volver a confinar”, añade el docente de Historia.

El estudio Panorama de la educación en España tras la pandemia de covid-19, coordinado por el investigador Fernando Trujillo, de la Universidad de Granada, le pone cifras a las inquietudes de los profesores: el 69% está preocupado por su formación para este nuevo mundo; el 67%, por la falta de dispositivos entre alumnos; un 63%, por la falta de personal, y el 60%, por la ausencia de medidas de seguridad e higiene. “El profesorado se ha sentido abandonado por la administración educativa”, denuncia el informe. Y en ese desamparo, añade, influye la poca “claridad” en las instrucciones. La volatilidad de este verano, con rebrotes y retroceso de fases, añade aún más confusión con vistas al regreso a las aulas.

Jorge Pozo Soriano, profesor de primaria de 34 años del colegio concertado Juan de Valdés, en Madrid, dice que ha desconectado de este punto casi por salud mental, para no “agobiarse”, porque las autoridades afirman una cosa “y a los dos días lo cambian”. Cree que todo seguirá igual en septiembre. “Yo estaré con mis 25 niños de cinco y seis años recién llegados de infantil, sin haber pisado un colegio desde marzo. Yo solo. Con esos 25 niños, que te piden ir al baño, que alguno se hace pis o llora porque no están sus padres”. En su opinión: “Acabar con el problema es algo tan sencillo y tan complicado como habilitar más espacios y tener más profesores. Pero al final parece que hay dinero para todo menos para educación”. Sea con o sin mascarilla, y con mayor o menor distancia entre niños, este docente suspira: “Solo sé que tengo un verano por delante en el que relajarme de todo el estrés que me ha supuesto este confinamiento”.

El desafío de los profesores

Yo estaré con mis 25 niños de cinco y seis años recién llegados de infantil, sin haber pisado un colegio desde marzo

Jorge Pozo Soriano, profesor de primaria de Madrid, en su casa, desde donde leía libros o hacía malabares para captar la atención de los niños en las clases online durante el confinamiento. | Foto: Sofía Moro

El 10 de marzo, último día de clase presencial, Jorge Pozo improvisó con sus pequeños una despedida: “Les dije que si nos veíamos al día siguiente, fenomenal. Pero que a lo mejor no volvíamos al colegio y que tendríamos que esperar”. Casi 100 días después, con el curso tocando a su fin, le envió a cada uno de ellos un emotivo vídeo personalizado de despedida. Entre medias se ha inventado de todo para mantener el contacto y el interés; también ha vivido un frenesí tecnológico en el que se pasaba el día colgado del móvil, la tableta y el portátil. Ha aprovechado cada rincón de su casa para grabar clips caseros muy variados: trucos de magia, el reto de la harina, lectura de libros, papiroflexia… Uno de ellos, en el que invita a los alumnos a hacer malabares con rollos de papel higiénico, resume a la perfección la realidad rara, enclaustrada y a veces asfixiante que hemos vivido todos. “Lo que me preocupaba del confinamiento era que la teoría se podría dar de alguna forma, pero lo emocional les iba a faltar”, explica Pozo. “Se trataba de decirles: ‘Todo va a salir bien, estoy a vuestro lado y si necesitáis algo lo podéis preguntar”. A menudo, añade, también le ha tocado hacer de “psicólogo” de los padres, igualmente angustiados y perdidos. “Hemos dado por hecho que todo iba a ser muy sencillo, que los profes y las familias teníamos los recursos y las herramientas. Y no era así. Nos hemos adaptado como hemos podido, a base de mucho trabajo”. Cree que las autoridades educativas se equivocaron al tomar la decisión de evaluar y poner notas al último tramo de un curso bajo el estado de alarma. “Toda esta parte emocional se vino un poco abajo. Los profesores estuvimos mucho más estresados, y también las familias porque las obligó a seguir plazos de entrega, a recuperar tareas, a mandarlas a tiempo, a estar pendientes de los niños porque, al menos los míos, son demasiado pequeños como para ser autónomos al 100%”.

Del futuro hay una parte que le aterra y tiene que ver con esas imágenes “como de quirófano” que comenzaron a llegar de niños europeos que volvían a clase y jugaban en el recreo en cuadrículas separadas. “Yo no entiendo la educación a distancia, el hecho de que no puedas interactuar con un niño, abrazarlo si te lo pide, darle una mano si está llorando en una excursión. Al colegio no van solo a estudiar contenidos. Van a aprender a vivir, a crecer y desarrollarse, a relacionarse unos con otros, a tener conflictos y a resolverlos. ¿Cómo no se van a tocar los niños? ¿Cómo no van a poder jugar en un patio juntos? Están hablando de prohibir las pelotas y de que vamos a llevarlos al patio para que estén al aire libre un rato sin tocarse, prácticamente sin hablar, sin mezclarse con grupos distintos al suyo. Se va a perder la esencia de la primaria por lo menos, que es justo eso: el contacto con otros y crecer juntos”.

Belén Muñoz, una maestra veterana de 59 años que hoy dirige el colegio público Pío XII de Madrid, se despertó hace poco con taquicardia por culpa de una pesadilla. Llegaba septiembre, arrancaba el nuevo curso y el primer día de clase se le agolpaban 370 familias a la puerta de la escuela. En su angustiante sueño no le había dado tiempo a avisar de los nuevos horarios de entrada ni del cambio en los accesos. “¡Dios mío!”, exclamaba superada. “¡Y están todos aquí ya! ¿Qué hago? ¿Llamo a la policía? ¿Los dejo entrar?”.

La pesadilla es comprensible. Muñoz lleva semanas poniendo a punto el sólido edificio de principios del franquismo ubicado en el barrio de Tetuán. Hay flechas con direcciones por el suelo; letreros que indican “espere aquí su turno” y “mantenga la distancia de seguridad”. En las aulas se han retirado pupitres para que no se superen los 20 alumnos y en algunas de ellas, sobre la mesa del profesor, se han colocado pantallas transparentes para proteger del contagio a los docentes considerados “de riesgo”. Los armarios y estanterías, rebosantes de material compartido, han sido volteados y miran de cara a la pared, para que los niños no cojan ni manoseen nada. Para reducir el aforo de cada clase se han sacado de la manga un “grupo mixto” cogiendo alumnos de cada una de las cuatro líneas. Estos serán albergados en salas transformadas: ¿El aula de música? Reconvertida. ¿La de compensatoria? Reconvertida. ¿La biblioteca? Reconvertida.

El desafío de los profesores

Si cierro los ojos, este curso es… covid. Lo que pasó antes del 10 de marzo está borrado. ¡Ha sido tan intenso!

Belén Muñoz, maestra del colegio público Pío XII de Madrid, habla de la brecha digital que ha dejado al descubierto el confinamiento. | Foto: Sofía Moro

Muñoz pasea por el centro medio en penumbra, desborda vitalidad y va abriendo puertas y levantando persianas. El ventanal de una de las aulas vierte al patio, y allí abajo se ve a una decena de críos del campamento urbano. Solo uno lleva correctamente la mascarilla. La directora resopla. Dice que ya ha visto mascarillas “neeeeegras” y sabe que cuando empiece el curso será complicado. “Pero tampoco puedo hacer un recreo para cada curso”. Han sido semanas duras de reorganización. La directora muestra sus piernas con moratones y heridas que se ha hecho al acarrear muebles de un lado para otro, el colofón de un año escolar extremo. “Si cierro los ojos, este curso es… covid. Lo que pasó antes del 10 de marzo está borrado. ¡Ha sido tan intenso!”.

El Pío XII, explica Muñoz, es un centro de “difícil desempeño”, lo cual quiere decir que en él se juntan familias de bajos recursos, muchos de ellos de minorías étnicas y de origen extranjero. “Se ha notado la brecha digital, la absoluta falta de recursos y el esfuerzo añadido que han tenido que hacer muchos padres para ayudar a sus hijos cuando ni siquiera ellos llegaban a los conocimientos”, asevera. Los profesores trataron de hacer llegar las tareas por cualquier medio: del correo electrónico a la entrega en mano de tareas que imprimían en casa, con su propia impresora, y previo aviso a la policía para garantizar el salvoconducto durante el confinamiento. Mientras, al teléfono de Muñoz llamaban las familias con razones acuciantes: “Me contaban con bastante apuro que tenían necesidad de comida”. En este colegio, más de 200 niños cuentan con beca de comedor, la cual constituye a veces la única comida decente del día. Consiguieron tarjetas de alimentos, donaciones de restaurantes. “El colegio se convirtió en una atención integral a las familias. Sin comer no se hacen los deberes, eso está claro”.

Con vistas al curso que viene, Muñoz está apurando el presupuesto. Se ha dejado “un dineral” en cubos de basura con pedal. Ha comprado 20 tabletas, quizá logre alguna más. También ha previsto “muchas más horas de informática en todos los cursos” y que se impartan algunas asignaturas de forma digital “para que, si esto vuelve a ocurrir, los alumnos estén acostumbrados”. Reclama “recursos tecnológicos urgentemente”, y también humanos. Y concluye con una autocrítica sobre la brecha tecnológica entre docentes, que también existe: “Tendríamos que habernos tomado nuestra formación más en serio”.

Carpeta olvidada en el colegio público Pío Xii de Madrid, trabajos del curso pasado sin recoger y una de las tabletas que se utilizan en el del instituto Cartima, en Cártama (Málaga)

Carpeta olvidada en el colegio público Pío Xii de Madrid, trabajos del curso pasado sin recoger y una de las tabletas que se utilizan en el del instituto Cartima, en Cártama (Málaga) SOFÍA MORO

El sistema educativo, igual que el resto de la sociedad, no estaba preparado para una crisis de esta envergadura. La situación de algún modo ha hecho más palpables las carencias. Según Miriam Leirós, una profesora gallega de 43 años de la escuela pública Antonio Palacios de O Porriño (Pontevedra), el confinamiento destruyó “la función igualadora de la escuela”, que implica que dentro del aula todos tienen “los mismos derechos y las mismas posibilidades”. De un día para otro cada niño se quedó atrapado “en su realidad, por cruel que fuese”. Lo único que llegaba a todos era el Whats­App, afirma Leirós, por lo que ella tuvo que saltarse los protocolos (que limitan el contacto al correo electrónico y las plataformas docentes oficiales) para poder comunicarse con cada niño a través del móvil. La pandemia también evidenció diferentes actitudes entre el profesorado. Unos cometieron, en su opinión, “casi una dejación de funciones” limitándose a mandar fichas o un libro en PDF, lo cual no aporta mucho cuando en estos tiempos cualquiera puede bajar contenidos de Internet. “Y luego ha habido otra parte que ha hecho lo posible y lo imposible. Trabajando más horas que nunca, sin mirar el reloj, y poniendo muchísimos medios por su parte”.

El desafío de los profesores

Me parece absurdo volver en septiembre y empezar con el sujeto, verbo y predicado como si nada hubiera pasado

Miriam Leirós, profesora de la escuela pública antonio Palacios de o Porriño (Pontevedra). | Foto: Sofía Moro

Igual que ha sucedido con la mayoría de empleos que han teletrabajado durante la pandemia, los profesores hablan de jornadas que se fueron extendiendo hasta ocupar casi cada hueco del día. Se borraron las fronteras entre el trabajo y el resto de la vida. Quienes tenían hijos a duras penas compaginaban ambas tareas. Muchos tuvieron que aprender tecnología a marchas forzadas. A subir un trabajo, a escanear documentos, a generar un archivo de Power Point, a enviar audios, editar vídeos, a corregir exámenes directamente en una pantalla (y sin boli rojo).

Leirós trató de ir más allá del mero currículo académico y, por ejemplo, encargó a sus alumnos que construyeran una “cápsula del tiempo”, para la que les pidió que reflexionaran y pusieran en palabras lo que estaban sintiendo. La tarea los obligó a redactar correctamente, pero lo relevante era que nombraran sus emociones y pensaran sobre el mundo que los rodea, y se volverá especialmente instructiva cuando la abran el año que viene. “Los profesores tenemos una función social muy importante y sentí la responsabilidad de cumplir con ella”, argumenta Leirós. Le enfadó el debate sobre la reapertura de las aulas antes del final de curso porque parecía que lo único que se valoraba era que los docentes atendieran a los hijos para que los padres pudieran regresar a sus trabajos. “Me ofende a mí y a gran parte de mi gremio”, protesta. “No somos guardaniños”.

Estos días, mientras la discusión pública gira en torno a cuestiones logísticas, como los grupos burbuja y el tamaño de las aulas, Leirós ya trabaja en los contenidos del próximo curso. “Me parece absurdo volver en septiembre tras tantos meses confinados y empezar con el sujeto, verbo y predicado o el mínimo común múltiplo como si nada hubiera pasado”, cuenta. “Creo que es fundamental explicar a los niños por qué su vida se ha visto interrumpida. ¿Qué es una zoonosis? ¿Por qué un virus ha saltado a las personas? ¿Por qué ha habido esta pérdida de biodiversidad? Vamos a ir al meollo del asunto”. A Leirós, coordinadora de la plataforma medioambiental Teachers for Future, le preocupa que no hayamos aprendido la lección, que desaprovechemos la oportunidad y al final, en septiembre, “sigamos haciendo lo mismo”.

Muchos piensan que no habrá ningún cambio. “Creo que la nueva normalidad va a ser igual, pero con gel hidroalcohólico y mascarillas”, dice por ejemplo el profesor Jesús Manzano, de 41 años. Este docente imparte asignaturas de Economía y Empresa en un instituto de Alba de Tormes, en Salamanca, de Macroeconomía en la Universidad de Salamanca y de Iniciativa Emprendedora en un ciclo de Electromecánica de Vehículos. De todos sus alumnos, cree que los de Formación Profesional “son los que más han sufrido”. El aprendizaje en su caso no se puede concebir sin acudir a un taller o sin las prácticas presenciales con las que se remata el curso. En palabras de Manzano: “No lo arreglas con YouTube”. Sus clases universitarias, en cambio, han sido satisfactorias. Percibió una motivación por encima de lo normal. Sus lecciones online fueron más seguidas que las presenciales, con cerca de 100 estudiantes al otro lado, y los jóvenes devolvieron trabajos creativos y elaborados. Para uno de ellos, por ejemplo, les pidió que imaginaran los escenarios macroeconómicos tras la pandemia, de la debacle a un gran pacto de reconstrucción, y le entregaron novelas, cortometrajes y una revista titulada The Young Economist.

El desafío de los profesores

Los alumnos de formación profesional son los que más han sufrido

Jesús Manzano, profesor de varios centros de Salamanca. | Foto: Sofía Moro

Manzano define estos meses de profesor multitarea con una expresión: “Imaginación perpetua”. Añade: “Hemos dado todo lo que teníamos. Hemos tenido que inventar continuamente estrategias para que nos atendieran, para que pudieran hacer los ejercicios, trabajos de investigación de todo tipo, para que hubiera diversidad, para que no se aburrieran, para que no fuera muy duro”. Él ha intentado aplicar nuevas metodologías educativas, “como el design thinking”, que priman el autoaprendizaje y fomentan el trabajo en equipo a distancia. Con los alumnos de bachillerato era consciente de lo pesado que puede hacérsele a un adolescente enjaulado seguir clases magistrales de 60 minutos, una tras otra. Le preocupaba atender la diversidad, los distintos ritmos, no perder de vista eso que se nota enseguida de forma presencial, pero se diluye al otro lado de la pantalla. “No estábamos preparados”, confiesa. “Faltaba formación para alumnos y profesores. Existían las plataformas y todos manejábamos a nivel usuario básico alguna de ellas. Pero no como para implementar una educación 100% online”. A los estudiantes, dice, este mundo confinado les ha exigido “autodisciplina, responsabilidad, autonomía, proactividad; un conjunto de cualidades que a su edad todavía es muy difícil que hayan desarrollado. Ha sido una bofetada de realidad. Vivían en un mundo de color de rosa y se están haciendo mayores a la fuerza”.

Sobre todo, aquellos que se enfrentaban a la prueba académica más dura de su vida. Mientras camina por los sobrios pasillos y las aulas de hormigón y madera del colegio Estudio, el móvil de la profesora Blanca Ríos, de 49 años, echa humo con mensajes de los alumnos de segundo de bachillerato. Hoy es 16 de julio y en unas horas está previsto que se hagan públicos los resultados de la EvAU. Los estudiantes, cuenta Ríos, han acabado exhaustos. “Ha sido un curso muy largo en el que hemos tenido que adaptarnos a horarios, a fechas, a calendarios, a nuevos sistemas de enseñanza”. Son una generación marcada a la que no se le olvidará lo vivido fácilmente. “Han sufrido mucho. A los de 15, 17 o 18 años les has quitado la parte buena del colegio, que es la social, la de estar entre ellos, la primavera o incluso el trato con el profesor y todo lo que esto tiene de bueno. También les has quitado el jugar al baloncesto o al fútbol. Y les has dejado solo la académica, que es la más dura. Y además con toda esa incertidumbre”.

En este centro madrileño privado suman cerca de 2.000 alumnos y 140 docentes, además de la logística de clases extraescolares, rutas y comedor. “Hemos sufrido una revolución”, según Ríos. Ella echa la vista atrás y se ve a sí misma en marzo, tras los primeros e inciertos compases del confinamiento, en una reunión de profesores en la biblioteca donde una compañera le enseñaba a usar Google Classroom y a subir tareas. “No teníamos absolutamente ni idea y al día siguiente estábamos funcionando”. Rememora el “tremendo pudor” que le generaba al principio grabarse en vídeo y el miedo a dar una clase online por si alguien la grababa, trastocaba el contenido y lo hacía viral. Se recuerda también en casa, con sus cuatro hijos y su marido también trabajando, buscando con el portátil la esquina donde la conexión no se congelaba. Se le quiebra la voz al mencionar quizá el momento más trágico, el fallecimiento de uno de los profesores del centro por culpa de la covid: “Fue un hachazo para todos. Los chicos se dieron cuenta además de que era una persona joven y sana, de que esto nos afectaba mucho más de cerca de lo que habíamos pensado”.

El desafío de los profesores

Ha sido un curso muy largo en el que hemos tenido que adaptarnos a horarios, a fechas, a calendarios, a nuevos sistemas de enseñanza

Blanca Ríos, profesora del colegio Estudio, en Madrid, cuenta lo difícil que resultó preparar a los alumnos mayores para las pruebas de la EvAU. | Foto: Sofía Moro

Meses después, con España en proceso de desescalada y antes del gran examen, el colegio ofreció a los alumnos la posibilidad de asistir a clase de forma voluntaria para un curso de preparación de la EvAU. Acudieron unos pocos, se sentaron todos muy espaciados en el aula y el centro aprovechó para ensayar lo que quizá sea el futuro de la educación. En la clase se colocó una cámara que registraba los movimientos y la voz de la profesora; ella, a su vez, podía ver las caritas de los alumnos a distancia a través de una pantalla de ordenador. De este modo, una parte seguía la explicación de forma presencial y otra desde su casa, a través de Internet. Tuvieron que ir haciendo ajustes porque al principio no se oía bien y la tiza apenas se leía; y el curso de preparación, en cualquier caso, terminó rápido, dejando por delante días suficientes de aislamiento en casa: ningún alumno quería arriesgarse a sufrir una cuarentena justo antes de un examen tan importante. Pero dejó una muestra de lo que quizá está por venir. “Lo tenemos que ir practicando”, dice Ríos. “Puede ser una solución con vistas a septiembre, si es que es lo que tenemos que hacer, porque tampoco tenemos claro cuál va a ser el futuro”.

A Ríos le preocupa en cualquier caso un mundo sin clases presenciales, una escuela sin niños. “Se pierde muchísimo. A pesar de tener los medios y de haber trabajado y de haberse examinado; a pesar de que algunos se han esforzado muchísimo y se han centrado incluso más, en general han aprendido menos. El colegio no son solo contenidos. Es muchísimo más. Es una institución donde interactúan familias, alumnos, profesores. Es una vida, un mundo. Y la parte académica es un porcentaje menor”. Tras la entrevista con la maestra, de camino a la salida del edificio, pasamos entre pasillos y escaleras partidos por una línea amarilla colocada para que los alumnos respeten un determinado sentido y no se apelotonen cuando regresen. También se ven fragmentos de esa vida que latía en el colegio hasta marzo: decenas de cuadernos confeccionados a mano, carpetas con dibujos, bolsas de papel con trabajos en su interior que nadie ha venido aún a recoger. Fuera, en el patio, corretea con algarabía un grupo de niños de un campamento. Son pequeños y tantos meses después su visión resulta extraña; se desenvuelven con naturalidad e inocencia, saltan y se ríen de forma despreocupada.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/08/11/eps/1597146268_131560.html

Comparte este contenido:
Page 34 of 558
1 32 33 34 35 36 558