«Su casa era mi cárcel». Trabajadoras domésticas en situación de esclavitud

Redacción: Amnistía Internacional

Más de 250.000 personas, la mayoría mujeres, procedentes de países como Etiopía, Filipinas, Bangladesh, Sri Lanka o Ghana, entre otros, son esclavizadas como empleadas domésticas en Líbano. Solo pueden entrar al país si una familia libanesa las solicita, entonces el Ministerio de Trabajo les concederá un permiso de trabajo vinculado a sus empleadores. Estos las recogen en el aeropuerto y a partir de ahí controlarán todos sus movimientos.

¡Bienvenidas al infierno!, acaban de quedar atrapadas por el sistema Kafala, un régimen al margen de las leyes laborales libanesas que encubre la esclavitud de las personas que se dedican al trabajo doméstico. La renovación de este permiso, el cambio de trabajo e incluso el regresar a sus países dependerá única y exclusivamente de quienes las contrataron.

Amnistía Internacional ha entrevistado a 32 mujeres trabajadoras domésticas en Líbano para el informe Su casa es mi prisión. Y son ellas las que nos relatan cómo es su calvario.

1. Largas jornadas laborales, sin descanso.

«Trabajaba desde las 4 de la mañana hasta las 10 de la noche cada día, sin descanso y sin días libres. Un día, lavé 16 alfombras y estaba cansada y me senté un poco en el sofá. La mujer me dijo que me levantara que les iba a contagiar mis bacterias. Le dije: ‘cuando trabajo no tengo bacterias, si me siento sí las tengo. Si no está contenta, mándeme a mi país'». Cuenta Sebastian de Costa de Marfil. 19 de las 32 entrevistadas por Amnistía Internacional trabajaban más de 10 horas, y 14 de ellas no tenían días libres.

2. Impagos, reducciones salariales.

«No me pagaron los tres primeros meses. Cuando le pregunté por mi salario, me dijo: lo que quieres es irte». Bizu de Etiopía no cobró nada hasta seis meses después. Entonces descubrió que le habían reducido el sueldo para que asumiera los gastos por su llegada al país. Cinco de las entrevistadas señalaron que sus empleadores no les pagaron los primeros meses para recuperar los gastos necesarios para su llegada a Líbano.

3. Pasaporte confiscado.

«En los 22 años que pasé allí, nunca vi mi pasaporte», relata Sarah de Madagascar. Veinte de las 32 mujeres entrevistadas por Amnistía Internacional aseguraron que las autoridades libanesas entregaron directamente sus pasaportes a los empleadores una vez aterrizadas en el país.

4. Restricción de movimiento y comunicación.

«No me permitían hablar con nadie. Si abría la ventana y saludaba a otra filipina, mi empleadora me tiraba del pelo y me pegaba. Durante 3 años me encerró en la casa. Nunca salí a la calle», detalla Eva de Filipinas. «Cuando logré escapar, y estaba andando por la calle, sentí que volaba». Diez de las 32 entrevistadas tenían prohibido abandonar la casa en la que trabajaban.

5. Comida escasa.

«Cada 16 días, la señora me deba un paquete de pan de pita. Solo me permitía comer al día media pita. Contaba cuántas quedaban y si notaba que faltaban más de las que tenía permitidas, me gritaba. Tenía prohibido abrir el frigorífico», explica Tsega de Etiopía. Numerosas de las mujeres entrevistadas por Amnistía Internacional aseguraron no recibir suficiente comida.

6. Alojamientos inadecuados y falta de intimidad.

«No tenía habitación. Dormía en el sofá en el salón. Dejaba mi ropa y mis pertenencias en mi maleta porque no tenía armario», refiere Nethmi de Sri Lanka. Solo 4 de las 32 mujeres entrevistadas tenían una habitación propia y 8 dormían en el salón, en la cocina, en la alacena o en el balcón, incluso una de ellas aseguró haber dormido en el baño hasta que se completaron las pruebas médicas exigidas por el Ministerio de Trabajo para permanecer en el país.

7. Abusos verbales y psíquicos.

«Deja tu plato y tu vaso separados de los de la familia. Cuando el señor llegue, permanece en la cocina. Y no te sientes en ningún sofá». La empleadora de Kanshena, de Sri Lanka, le cortó además el pelo en contra de su voluntad. Cuando se quejó, la pegó y la encerró. La mayoría de las mujeres entrevistadas por la organización habían sufrido algún tipo de trato humillante.

8. Restricciones al acceso a la salud.

«Una vez me puse enferma. Le pedí a mi empleadora que me llevara al doctor, pero se negó. Me dio una medicina inadecuada y empeoré. Empecé a vomitar. Solo entonces me llevó al médico, pero me advirtió que no le contara que me había dado medicamentos. Cuando el médico me preguntaba, contestaba ella. No me dejó hablar», cuenta Mary de Etiopía.

9. Impacto en la salud mental.

«Estuve encerrada durante un año. Lloraba todos los días. Intenté suicidarme tres veces. Su casa era mi cárcel. Desde entonces parte de mi mente se ha perdido, no me acuerdo de muchas cosas», relata Mary de Etiopía. Seis de las 32 mujeres entrevistadas habían intentado suicidarse.

10. Tráfico de personas.

«Durante seis meses, trabajé para tres familias. El dueño de la agencia de selección de personal me ofrecía como un regalo: una vez a la familia de la novia de su hijo, otra vez a su hija y a la familia de su marido», explica Banchi de Etiopía.

Ninguna de las mujeres entrevistadas denunció su situación, no confiaban en que las fueran a creer, tenían miedo a ser detenidas y deportadas, a no volver a encontrar un nuevo empleo, a que las acusasen falsamente de robo. Muchas de ellas siguen atrapadas en Líbano.

Los datos del informe de Amnistía Internacional son tremendos, pero los que manejan otros organismos confirman una situación mucho más grave. El nuevo ministro de trabajo libanés anunciaba recientemente que está elaborando un anteproyecto de ley para proteger a las trabajadoras domésticas que llegan al país. En Amnistía Internacional estaremos alertas para que así sea.

*Todos los nombres son ficticios por motivos de seguridad.

Fuente: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/blog/historia/articulo/su-casa-era-mi-carcel-trabajadoras-domesticas-en-situacion-de-esclavitud/

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España: “Si quieres nos enrollamos”. 50 alumnas estallan contra los comentarios sexuales de un catedrático en Valencia

Europa/España/06 Diciembre 2018/Fuente: El país

Un grupo de estudiantes empapela su facultad contra los abusos verbales de un profesor. La universidad anuncia medidas contundentes

Un grupo de 50 alumnas de Educación Social de la Universidad de Valencia ha empapelado su facultad con los comentarios machistas que un catedrático presuntamente les dirigió de forma reiterada en clase el curso pasado. Entre ellos: «Una alumna se hace daño con la silla durante la clase y grita. El profesor: ‘Buf, cómo me ponen esos grititos» y «Una alumna pregunta en medio de un examen si tiene que enrollarse en una pregunta. El profesor: ‘No hace falta, pero si quieres enrollarte conmigo es otro tema». Las estudiantes han denunciado este jueves el supuesto encubrimiento del caso por parte de la facultad. La universidad anuncia medidas «contundentes» contra el docente, cuyo comportamiento ha sido calificado de «indignante» por la rectora, Mavi Mestre.

El catedrático Ramón López Martín realizaba los comentarios «prácticamente en todas las clases», según una alumna. «Al principio no sabíamos si era una broma aislada, pero luego vimos que se repetía día tras día. Era muy fuerte», afirma.

Este periódico ha intentado sin éxito recabar la versión del catedrático de Teoría e Historia de la Educación, que fue decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de 2006 a 2012 y vicerrector de Políticas de Formación y Calidad Educativa entre 2014 y 2018. López Martín se presentó en marzo a las elecciones de la Universidad de Valencia en una candidatura que fue derrotada por la de Mavi Mestre.

La decana de la facultad, Rosa María Bo, asegura que el profesor denunciado negó inicialmente haber realizado las manifestaciones que le atribuyen, pero después admitió que podía haberlas hecho en tono «de broma». La decana no ha mencionado la identidad del catedrático, confirmada por este periódico a través de tres fuentes.

El profesor realizó los comentarios ante una clase formada en un 80% por mujeres durante el primer trimestre del curso 2017-2018, coinciden varias alumnas, que prefieren no dar su nombre por temor a sufrir consecuencias académicas y judiciales. Las frases ilustran ahora el amplio recibidor de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación: «Una alumna estornuda. El profesor: «Si ya te dije que ibas demasiado fresca»; «Una alumna dice que es nerviosa. El profesor: ‘Ya me di cuenta anoche»; «Una alumna y un alumno están sentados al lado. Se les cae una carpeta y ella se agacha a recogerla. Profesor: ‘¿Qué haces ahí abajo?’. Alumna: ‘Coger la carpeta’. Profesor: ‘Ah… que ahora lo llaman así». Las mujeres han colgado también mensajes exigiendo el fin del acoso sexual en la universidad.

Las estudiantes presentaron la queja por escrito el 18 de mayo, el último día de clase, justo antes del inicio del periodo de exámenes. Pero el caso ha salido ahora a la luz, explican, por la falta de reacción de la institución académica y por la asistencia del catedrático al acto con el que la facultad celebró el Día Internacional contra la Violencia de Género: «Nos pareció indignante. Es un hipócrita. Esto no se puede permitir», afirma una de las alumnas.

Mala gestión y ocultamiento

Las organizadoras de la protesta han publicado este jueves un comunicado a través de las redes sociales en el que critican la «mala gestión y el ocultamiento» que en su opinión han marcado la actuación de la universidad. Según las estudiantes, en una reunión celebrada este miércoles el profesor presentó sus disculpas añadiendo: «Si tan empoderadas estáis, aprended a distinguir lo que es una broma de lo que es delito». Las mujeres han reclamado que en el futuro la comisión de igualdad de su facultad actúe contra el machismo «dejando atrás el amiguismo y las relaciones de pasillo».

La decana justifica su actuación argumentando que en junio preguntó a las estudiantes si querían transformar su queja en una denuncia, a lo que según Rosa María Bo las alumnas respondieron que les bastaba con que se le diera un «toque de atención» al profesor. La decana añade que la facultad consultó los pasos a dar con el Vicerrectorado de Estudios y los servicios jurídicos de la universidad, e insiste en su compromiso contra el machismo.

«Como mujer y como profesora, nunca pensé que un profesor tuviera hoy día un comportamiento así, que no solo es machista, sino que evidencia un abuso de la posición que tiene dentro del aula. Como rectora no lo voy a consentir», ha afirmado, por su parte, Mavi Mestre. Fuentes de la dirección de la universidad han asegurado que si las alumnas no presentan una denuncia ante la Unidad de Igualdad de la institución académica, el rectorado actuará de oficio contra el profesor.

Fuente: https://elpais.com/sociedad/2018/11/29/actualidad/1543505243_717634.html

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