Entrevista: “Es un problema que el feminismo parezca una suma de individualidades”

“Es un problema que el feminismo parezca una suma de individualidades”

Entrevista a Justa Montero

Lleva cuatro décadas dedicada a la militancia feminista. Cuarenta años volcada en impulsar procesos de organización de mujeres. Se dice pronto. Y Justa Montero mantiene intacto su compromiso y su entusiasmo. Cofundadora de la Asamblea Feminista de Madrid, integrante de la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas y de la Comisión Feminista 8M, la entrevistamos en el aniversario de las jornadas estatales de Granada de 1979 y de 2009, y resacosas de las jornadas de Euskal Herria celebradas en Durango.

Tenía 24 años y estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad Complutense de Madrid cuando participó en las II Jornadas Estatales Feministas que tuvieron lugar en Granada en 1979. Cuarenta años después, Justa Montero (Barcelona, 1955) habla del feminismo de la Transición con la misma pasión con la que habla de las huelgas de los últimos dos años. Sin nostalgia, sin pensar que esos tiempos fueron mejores, porque se reconoce en las jóvenes que ahora toman el relevo, y comparte con ellas las asambleas en las que carga sus pilas inagotables. Podría ser una vaca sagrada o una santona feminista, como dice ella, pero se desmarca de esa lucha de poder generacional que observa a su alrededor. Porque entiende que “las mujeres jóvenes no se incorporan para dar color, sino que incorporan unas prácticas vitales y políticas diferentes” de las que ella aprende. “Qué te voy a decir a ti, que acabáis de tener unas jornadas extraordinarias en Euskal Herria”. Hablar con Justa es casi terapéutico por su actitud serena, optimista, constructiva. Y eso no le resta un ápice de radicalidad.

Le pregunto cómo llegó a Granada y desgrana su plurimilitancia de entonces. Acababa de montar en su facultad un grupo de la asociación de mujeres que ya estaba implantada en Medicina, Políticas o Periodismo. Se disponía también a participar en la creación de un centro de mujeres en la zona este de Madrid. Era un momento de eclosión de ese tipo de centros dedicados a difundir la propuesta feminista y a dar asistencia en materia de derechos sexuales y reproductivos con apoyo de ginecólogas feministas. “Facilitábamos anticonceptivos a las mujeres, que entonces eran ilegales, y también direcciones para acudir a abortar fuera del Estado español”, rememora.

También participaba en el movimiento estudiantil y en la Liga Comunista Revolucionaria, una organización de izquierda radical que contaba con una comisión de mujeres. El debate sobre la doble militancia fue el que más enfrentó a las participantes de esas jornadas de 1979, junto con la discusión entre feministas de la igualdad y de la diferencia. Ella era pues una doble militante y siguió siéndolo un tiempo, convencida de la importancia de que el feminismo atraviese todas las organizaciones sociales y políticas. Treinta años después, se volcó en la organización de las IV Jornadas Estatales Feministas que se volvieron a celebrar en Granada, las últimas que ha organizado la Coordinadora hasta ahora y, tal vez, para siempre. “Ahora sería dificilísimo por la extensión del feminismo. Y si se organizasen, tendrán que surgir desde otros espacios, lideradas por gente más joven con otras prácticas…”, apunta.

Resulta paradójico: “A la gente le parece imposible que organizásemos jornadas juntando a dos mil mujeres ¡sin tener móvil ni Internet!”, pero la popularización del feminismo en el que las redes han tenido mucho que ver hace impensable poder gestionar un encuentro estatal. Entre otras cosas, porque las redes amplifican los debates, pero también las broncas más agrias, los conflictos que han estado ahí, con distintas formas, desde 1979.

Montero subraya el trabajo invisible y de largo recorrido que implica organizar unas jornadas, ese que no conocen quienes critican por Twitter la composición de las mesas redondas o la elección de los temas de debate centrales. “No son una suma de cosas. Las de 2009 llevaron un año y pico de trabajo ingente de un montón de mujeres pensando cómo lograr que fueran útiles para la reflexión y el intercambio entre activistas. Ahí decidimos por qué no podía haber ponencias de instituciones o por qué el transfeminismo tenía que tener tanta presencia. Haces elecciones. Si no, es una feria feminista”.

Montero sigue enamorada del feminismo porque “ha sido en todos estos años un movimiento muy vivo, muy propositivo, con un nivel de debate, de producción teórica impresionante”. Del contexto de la Transición destaca que “ofrecía la oportunidad para dibujar una nueva forma de vivir, de relacionarnos, unas nuevas estructuras”. Y de la Cuarta Ola “su capacidad de dibujar un mapa enorme de los conflictos que atraviesan la vida de las mujeres”. Acaba de estar releyendo las ponencias de Granada 1979 y le brilla la voz contando lo estimulantes que son. La memoria es fundamental para seguir avanzando y profundizando en los debates, señala: “Es muy importante vincularlos a la práctica, tener en cuenta qué hemos dicho, que hemos conseguido…”. De eso va esta entrevista.

¿Cómo recuerdas esas jornadas de Granada en 1979?

Habían pasado cuatro años desde las primeras jornadas estatales (Madrid, 1975), a las que siguieron las de Catalunya en 1976 y las de Euskadi en 1977. Fueron cuatro años de una intensidad enorme tanto en el plano de las propuestas políticas como del debate teórico feminista. Habíamos logrado conquistas concretas, cambios de leyes, pero también llegábamos desencantadas por cómo se estaba formulando la Transición, frustradas por no haber logrado cumplir nuestras expectativas en el debate de la Constitución. El movimiento feminista había planteado un articulado alternativo de enorme valor, que si realmente se hubiera tenido en cuenta, la situación para las mujeres habría sido completamente distinta. Todo eso tuvo que ver con el debate de fondo de por dónde continuar. Se planteó una crítica fuerte a cómo se organizaron las propias jornadas, que se achacó a un control partidario. Se cometieron muchísimos errores, pero entonces era un movimiento muy joven, con poca madurez para gestionar los conflictos y para dar espacio a las distintas posiciones. Eso fue lo que crispó más el ambiente. Releyendo las ponencias, las posturas de unas y de otras eran de enorme interés. Fue un momento de ruptura muy doloroso, la primera ruptura, pero yo lo relativizo un poco porque inmediatamente después iniciamos la campaña en defensa de las once mujeres de Basauri [acusadas por haber abortado], y fue una campaña unitaria en la que participaron todas las corrientes del feminismo que se habían enfrentado en Granada. O sea que se demostró la capacidad del feminismo de rearticularnos y aprovechar la oportunidad de extender a la sociedad nuestras ideas sobre sexualidad, maternidad y el derecho de las mujeres a decidir en un sentido amplio.

¿Crees que podemos aprender algo de esa ruptura para lidiar con la crispación que hay ahora entre el movimiento feminista ligado a la Coordinadora Estatal y el sector autodenominado feminista radical?

La capacidad para el diálogo y el contraste de ideas es una fortaleza del movimiento feminista. Cuarenta años después, en los que nos hemos tenido que enfrentar a muchos enemigos poderosos y a situaciones sociales muy delicadas, a mí me resulta absolutamente incomprensible el nivel de virulencia en temas como la prostitución o el sujeto del feminismo por parte de un sector del movimiento. La Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas ha propiciado desde 1979 el diálogo entre distintas y nuevas expresiones del feminismo. En las distintas jornadas se ha explorado y ampliado la visión sobre la sexualidad de las mujeres y se ha cuestionado la relación natural entre sexo y género. Se ha ido avanzando para entender que la clase, la raza, la etnia, la identidad sexual y la opción sexual también marcan las experiencias, la subjetividad y la vida material de las mujeres. Eso es lo más interesante del momento en el que estamos y es a lo que llamo la Cuarta Ola. En cambio, en este momento de extensión del feminismo, también hay una vuelta a lo que en los ochenta llamábamos feminismo cultural, que considera que la opresión sexual es el factor determinante que explica la opresión de las mujeres. Esta corriente mantiene una visión muy reduccionista, binaria y uniforme de la sexualidad, del sujeto mujer y también del sujeto hombre.

¿No es exasperante que ese sector cuestione si las mujeres trans son sujeto feminista teniendo en cuenta la participación destacada de compañeras como Kim Pérez o Laura Bugalho en las distintas jornadas estatales?

Ese debate está fuera de la realidad del movimiento. Ya no estamos en los años ochenta, cuando empezaba el relato sobre la diversidad de las mujeres. Las mujeres trans están. Han formado parte del proceso de movilización feminista mayor que hemos tenido en el Estado español, que han sido las huelgas feministas. El sujeto lo conformamos en las movilizaciones y en los procesos que generamos. Otra cosa es que haya tensiones sobre cómo articulamos ese “nosotras” para que todes nos sintamos representades en él, como también ocurre con las mujeres racializadas.

Estas feministas destacadas que promueven postulados transmisóginos o que tensan la cuerda con el debate sobre la prostitución están en muchos casos vinculadas a partidos políticos. ¿Se mezclan intereses partidistas en ese conflicto?
El feminismo ha conseguido un nivel de penetración social y de fuerza como no había tenido nunca. Eso es lo que explica que ahora haya una pugna por el sentido del feminismo, como vemos con la propuesta del feminismo liberal. También hay una pugna dentro del movimiento. El feminismo que se ha expresado en las huelgas recoge toda una trayectoria de los colectivos que plantean una crítica al sistema en su conjunto. Vincular el sistema patriarcal con el capitalista, racista y colonial choca con los partidos que se sitúan en salidas neoliberales. Ha habido una reacción muy fuerte de estos sectores políticos para tratar de debilitar esa corriente. El debate de la prostitución no cabe duda de que es importante, pero plantearlo como el tema central de la agenda, con este nivel de confrontación y de poca voluntad de dialogar, de ruptura, exigiendo a las plataformas una posición unitaria… creo que puede ser muy funcional para acallar a un movimiento potente, crítico, radical, que plantea un sujeto inclusivo. Es necesario un debate tranquilo para avanzar y conseguir cambios concretos para las mujeres que están en situación de prostitución forzada y para aquellas que se autodefinen como trabajadoras sexuales por decisión propia. Mientras no se haga esa distinción, las medidas que se planteen no servirán para unas ni para otras.

En 1979 se debatió sobre si la maternidad es una experiencia alienante o emancipadora, un tema de moda hoy con el bum de las maternidades feministas. Los discursos lesbofeministas que escuchamos en Durango, citando a Monique Wittig, también recuerdan a los de los ochenta. ¿La falta de memoria nos hace seguir diciendo lo mismo como si fuera nuevo?

Es cierto que hay debates que se repiten y que hay poca memoria colectiva feminista, pero yo sí que creo que ha habido una evolución importante, impulsada por la propia práctica. Por ejemplo, ahora el movimiento autónomo tiene tal potencia que el debate de la doble militancia ya no tiene el mismo sentido que cuando se tenía que estar legitimando frente a cuestionamientos externos. El debate sobre el lesbianismo fue muy fuerte en los años ochenta, con el impulso de los colectivos de feministas lesbianas. Es interesante volver a él, pero teniendo en cuenta que el deseo lésbico hoy tiene una legitimidad, aún con todos los problemas, que no existía entonces. En los setenta era central criticar el modelo de mujer vinculado a la maternidad como destino natural de las mujeres. Quienes veíamos la maternidad como imposición fuimos intransigentes, dimos poco espacio para las mujeres que querían vivir la maternidad de una forma distinta. Es decir, puede ser de enorme utilidad volver a los debates y planteamientos teóricos de entonces, si se contrastan con lo que hemos logrado cambiar con nuestras prácticas no hegemónicas. Esto es fundamental, porque si no, parece que no cuenta nada cómo hemos conseguido transformar la vida de muchas mujeres.

En las respuestas feministas contra la justicia patriarcal suenan con fuerza voces reclamando penas de prisión más largas para los agresores machistas. ¿Vendría bien revisitar los discursos antiautoritarios del feminismo de la Transición, que era crítico con el papel del Estado como agente represor?

En la campaña del movimiento feminista para que la violación se incluyera en el Código Penal hubo un debate muy interesante. Por un lado, sobre la importancia de que se considerara como delito y por otro lado, sobre por qué los movimientos sociales estábamos planteando esta salida, como si el Código Penal pudiera resolver los conflictos sociales. Es muy importante recuperar este debate situándolo en el contexto actual, donde los poderes patriarcales neoliberales necesitan de estados cada vez más autoritarios. Plantear hoy como la salida mayores penas, refuerza ese estado autoritario que usa el discurso de la inseguridad y del terror sexual para generar miedo, que no sirve para la prevención ni la reparación a las mujeres que sufren violencias y que sin embargo es muy útil para limitar la expresión de nuestra sexualidad e imponer un control social muy fuerte. También sería interesante recuperar la valoración que hicimos cuando el PSOE llegó por primera vez al gobierno central y se crearon los institutos de la mujer, y reflexionar sobre cómo ha afectado ese proceso de institucionalización de algunos feminismos.


En Durango, la mesa de antirracismo y decolonialidad escoció mucho. En Granada 2009 ya había voces decoloniales y antirracistas como Ochy Curiel, Ana Murcia o Remei Sipi. El colectivo Amar llamó a dar un paso más y concretar cómo hacer política antirracista en la práctica de los colectivos feministas.

En los procesos de organización de las huelgas feministas ha sido un tema potente y de tensión porque siempre se tiende a plantear el tema del antirracismo en relación a las políticas públicas, como la crítica a la Ley de Extranjería, pero no se reconoce tanto el racismo social en el que caemos en nuestra cotidianidad, individualmente y como colectivos. En Madrid, algunos grupos de mujeres racializadas fueron muy críticos en relación a la huelga de 2018, y en 2019 trabajamos juntas para transversalizar la perspectiva antirracista. Ahí ves la cantidad de cosas que no estabas teniendo en cuenta. No podemos decir que el movimiento feminista es antirracista si no lo trabajamos con propuestas concretas respecto a absolutamente todos los temas. Luego hay otros feminismos que no tienen esa voluntad ni esa preocupación de observar quién tiene visibilidad y representación en ese “nosotras” colectivo. Esto del “nosotras” es interesante, porque yo lo visualizo como un “nosotras” realmente plural. Pero tenemos que ser conscientes, cuando lo enunciamos hacia afuera, de que en el imaginario colectivo sigue existiendo un “nosotras” muy mujer-hetero-blanca-etcétera.

Algunas feministas históricas comentaban a mi compañera Andrea que añoran la cultura de producción colectiva del pensamiento. Que en esta era de feminismo pop, vamos en masa a escuchar a Silvia Federici o Angela Davis como si fueran estrellas del rock pero no leemos y cuestionamos juntas sus teorías. ¿Qué opinas?

No solo estoy convencida de la importancia de los grupos sino que es mi opción, llevo desde que empecé en 1974 impulsando procesos colectivos. Ahora bien, el feminismo se ha extendido enormemente: en las redes, en revistas… Pikara ha jugado un papel tan importante en el impulso del debate desde posiciones radicales… Esos son espacios nuevos de producción del pensamiento colectivo. Es verdad que puede ser problemático esto de las santonas, como yo las llamo. El peso de lo académico lleva a esa aproximación más individual. Igual es verdad que tendríamos que darle otra vuelta y volver a promover en los propios grupos una cultura de producción de pensamiento colectivo. Fortalecería mucho al movimiento feminista organizado.

Y hacer llegar ese pensamiento colectivo a las influencers que marcan discurso y atraen a muchas mujeres al feminismo, ¿no? Pienso en Leticia Dolera, Irantzu Varela o Barbijaputa.

Sí, cumplen un papel muy importante. Algunas dialogan más con el movimiento feminista y otras van a lo suyo. Pero sí que es un problema que el feminismo parezca una suma de individualidades. Hay que lograr que tengan legitimidad y visibilidad las voces de las mujeres que están en colectivos feministas, que impulsan las huelgas, las marchas, las campañas concretas… Por ejemplo, Pikara es una herramienta fundamental porque dialoga con las preocupaciones de las activistas que están sosteniendo los grupos y el movimiento.

Dicen las compañeras de Bilgune Feminista que en cuanto más feminismo en redes sociales menos músculo en la militancia. Las movilizaciones y los encuentros son masivos pero los organizan unas pocas. Además, las redes sociales enturbian y exponen el debate intrafeminista. Pikara tuiteó la mesa redonda de prostitución de Durango y se usó para crear la bronca estéril de siempre.

Ese artículo de Andrea diciendo “Vale ya, joder” ha tenido un eco impresionante. Las compañeras lo difundieron diciendo: “Mirad, chicas, menos mal…”. Yo no estoy en Twitter porque no quiero estar constantemente enfrentada a situaciones de enorme violencia, y tampoco tengo mucho tiempo. Sí creo que hay que replantearse cuál es nuestra estrategia en las redes. Se genera un mundo propio que es tan virulento y tan poco reflexivo… El problema es que sustituyan otros espacios necesarios y que los debates complejos se resuelvan con mensajes muy breves y simples.

Y estas broncas se dan en un contexto de rearme de la extrema derecha. Se dice mucho que el feminismo es el movimiento que mejor puede hacer frente al fascismo. ¿Está realmente preparado?

El problema de la extrema derecha es que está logrando mover a las otras derechas hacia planteamientos que hasta ahora no se atrevían a defender. Tenemos que hacer frente por un lado a su actividad concreta de amedrentar a feministas, mediante las amenazas y agresiones que vosotras conocéis bien. Pero además, lo que plantean es una confrontación clara de modelo de sociedad, respecto a la salida a la crisis económica, su concepto de nación, de alteridad, en forma de ataques a las personas migrantes y a las mujeres… La respuesta feminista no puede ser solo defensiva sino que tiene que ser una propuesta anticapitalista, antirracista, antiautoritaria, que aporte soluciones a los problemas sociales porque ahí es donde la extrema derecha disputa su poder. La única forma de confrontarla es seguir avanzando y profundizando en la radicalidad de nuestras propuestas. El feminismo que se ha expresado en estos últimos años ha demostrado una capacidad de movilización impresionante y está en mejores condiciones para afrontar las amenazas de la extrema derecha que, ojo, no es solamente VOX. Ahora, no estoy de acuerdo ni me parece de recibo que se nos eche a las espaldas la mochila de la responsabilidad de confrontar a la extrema derecha. Las feministas ya lo venimos haciendo.

Conozco a mujeres de derechas que este año se han sumado por primera vez a las huelgas feministas. Las comisiones 8M defienden un discurso anticapitalista, pero si el feminismo se ha extendido tanto es porque ha penetrado en un espectro ideológico muy amplio. ¿Cómo se resuelve esa paradoja?

Es un dilema. Queremos conseguir que ese sentido común feminista por el que apostamos vaya calando cada vez entre más mujeres, queremos conseguir mayorías sociales para lograr los cambios estructurales que proponemos, que necesitamos: en el trabajo de cuidados, en el empleo, respecto a todo tipo de violencias… No nos contentamos con ser un movimiento autorreferencial pero tampoco con acomodarnos a lo posible porque entonces perdemos toda la capacidad de transformación y potencia del feminismo y facilitamos que el sistema moldee nuestras propuestas. Habrá mujeres que se movilicen por aspectos concretos y que no se identifiquen con una propuesta que confronte al patriarcado y al neoliberalismo. Estupendo, pero no pueden condicionar nuestros objetivos. Estamos en un momento complejo, atravesado por enormes paradojas: somos más fuertes que nunca como movimiento y sin embargo a las mujeres nos asesinan, nos violan, vivimos en la precariedad absoluta… Sabemos que no vamos a conseguir cambiar esto sin un cambio radical del sistema. Nos tenemos que mover también en la paradoja de que el feminismo ya no está estigmatizado pero existe una disputa enorme por el sentido del feminismo por parte de todos los poderes económicos y los partidos de derecha. Es una situación nueva. Por eso es importante también cómo abordamos los debates internos. No podemos permitirnos que nos debiliten, y además no nos ayudan a resolver los problemas concretos a los que hacen referencia esos debates, como en el caso de la prostitución.

Pongamos que sí que organizais unas nuevas jornadas estatales feministas. ¿Cuál es el tema que más te mueve ahora mismo, el que intentarías poner en el centro?

La precariedad de las mujeres en un sentido muy amplio, no solo la precariedad económica o del empleo. Que no te reconozcan tu identidad también es hacerte vivir en una situación de precariedad vital. El neoliberalismo profundiza en las desigualdades hasta extremos que están siendo insoportables, y que van a ir a más con la influencia de la extrema derecha.

¿Cómo mantienes el entusiasmo después de cuarenta años de militancia feminista? ¿No te sientes de vuelta de todo?

El feminismo en el que nos reconocemos tú y yo permite tener una visión global de la realidad y del mundo, y eso te puede llevar en cada momento a acercarte a distintos temas: el racismo, la ecología, la geopolítica… Durante todos estos años, el feminismo es ese foco que me centra, que me permite mirar las injusticias, los desastres… Escucho a las feministas latinoamericanas sobre lo que está sucediendo allá y puedo entender más, ir más allá… Por otro lado, estar siempre en colectivos te permite establecer un tipo de comunidad particular, donde vives muchos sufrimientos pero también la fuerza, la energía, el entusiasmo, las ganas de cambiar las mierdas que recorren nuestras vidas y la alegría de hacerlo colectivamente. Esto da mucha fuerza personal para seguir en la pelea. Es lo que somos. Nos hacemos con el feminismo.

Fuente de la Información: https://vientosur.info/spip.php?article15437

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“Es necesario un Estado fuerte para garantizar los derechos de la mujer en Afganistán”

Redacción: Política Exterior

Shukria Jalalzay dedica más de 12 horas al día a defender los derechos de mujeres y niñas en Afganistán. Ni las amenazas de los talibanes la frenan. “Tengo que trabajar, no por mí, sino por mi país, por las futuras generaciones”. Jalalzay es la directora de Afghan Women Coordination and Promotion Organization, una organización que lleva a cabo iniciativas para el empoderamiento de las mujeres desde Kabul, sobre todo en materia de educación. “Cuando tienes habilidades, tienes dinero, y con dinero tienes acceso a la sanidad, a la justicia, a más educación, a mejores trabajos… en definitiva, puedes tomar tus propias decisiones”. En un país donde muchas mujeres ni siquiera tienen acceso al paracetamol sin consentimiento de sus maridos, la formación puede ser la llave que abra la puerta a la libertad.

La economista y activista ha visitado recientemente la sede de Incipe en Madrid para hablar sobre la situación de las mujeres en materia de Derechos Humanos en Afganistán. “Voy a presentar los avances, apoyados por el Estado, pero después, aunque lo siento, no tengo buenas palabras. Estamos en guerra”, aseguró nada más empezar. La guerra lo impregna todo. Por más que las cifras arrojen esperanza, Jalalzay deja claro que el Estado es débil, que los talibanes tienen fuerza y que el conflicto y la corrupción no se pueden sacar de la ecuación.

A su juicio, el principal objetivo que debe defenderse en las negociaciones con los talibanes es reforzar las instituciones del Estado: “Es crucial para las mujeres que el Estado sea fuerte, si no, no puede haber derechos”. Aunque desde el Estado se reconoce la igualdad legal, “en Afganistán la situación sigue siendo mucho más difícil para las mujeres en todos los ámbitos, por lo que son necesarias medidas de discriminación positiva”.

 

“En Afganistán la situación sigue siendo mucho más difícil para las mujeres en todos los ámbitos, por lo que son necesarias medidas de discriminación positiva”

 

No obstante, en materia de educación es cierto que las cifras son esperanzadoras: en 2018, las chicas representaron casi el 40% del alumnado general y alrededor del 25% del universitario. Pero las barreras siguen siendo muchas. La primera, señaló Jalalzay, la calidad de la educación básica es muy mala “cerca de la calidad cero. Hay guerra, hay corrupción y no hay capacidad para mejorarla”. Así que, pese a las cifras, no existe una capacitación real en la educación básica, aunque la calidad mejora a nivel universitario. A esta situación se le añaden los problemas estructurales que impiden el acceso a la educación a las niñas: falta de recursos económicos de las familias, de infraestructuras, problemas relacionados con la seguridad o trabas culturales que impiden el permiso familiar. “La mentalidad de muchas familias es que las hijas no son suyas. Se casarán y se irán, así que no merece la pena invertir en ellas”.

En el acceso al trabajo, por su puesto, las trabas también sobran. Empiezan con el bajo nivel de formación en la población femenina, pero también juegan un papel crucial las barreras culturales, la corrupción, la discriminación, la carga del trabajo doméstico o la “falta de permiso familiar”: maridos apelando a la violación de su “honor” como proveedores. Pese a todo, se calcula que las mujeres ya representan un 21% del funcionariado. “No es suficiente, pero es un buen número”, apuntó Jalalzay. Un caso particular es el de las fuerzas de seguridad, donde las féminas son tan solo un 2,15% en la policía y no llega ni al 1% en el ejército. “A muchas mujeres el mero hecho de querer formar parte de las fuerzas armadas les supone el divorcio”.

Pero quedan muchos retos en otros ámbitos. Y todos interconectados. En el acceso a la salud, continúan siendo muy elevada la mortalidad materna, por ejemplo. En este sentido, Jalalzay señaló a la corrupción como el mayor problema del sistema sanitario y lo ilustró relatando un drama personal. “Mi cuñada fue a dar a luz estando de ocho meses y necesitaba una inyección, pero el médico solo tenía una y quería vendérsela a otra paciente. Estamos hablando de una inyección de 500 afganis, unos 5 euros. Finalmente la vendió. Mi cuñada empeoró mucho y la llevamos a otro hospital. Mi sobrina nació muy guapa y muy sana, pero mi cuñada murió”.

Matrimonio infantil, pobreza y corrupción

Otro reto al que debe enfrentarse el país es el del matrimonio infantil. “Los problemas que subyacen aquí son la pobreza y la corrupción judicial”. En primer lugar, es la pobreza lo que lleva a las familias a arreglar matrimonios con hombres mayores a cambio de dinero. Sin embargo, cuando esto sucede, el drama no acaba ahí. “Cuando él muere, ellas se quedan viudas, con hijos pequeños y sin ningún tipo de ayuda para mantenerse”. En segundo lugar, el matrimonio forzoso está tipificado específicamente en una ley que, “aunque no consiguió ser aprobada en el parlamento debido a la oposición de los fundamentalistas, sí ha sido firmada por el presidente Ashraf Ghani Ahmadzai y ahora se aplica. Es un crimen y tiene un castigo específico. El problema viene con el sistema judicial, desafortunadamente.”

Por activista, por mujer, o sencillamente por afgana del siglo XXI, Jalalzay narró experiencias cercanas muy duras para cada problema. “Tenía una amiga periodista que no podía ejercer porque su marido no la dejaba. Cuando fue ante la justicia para obtener el divorcio, el juez le dijo ‘muy bien, pero primero te casas conmigo, y luego yo te consigo el divorcio’. Afortunadamente ella fue muy lista y grabó la conversación. Él perdió su trabajo. ¿Qué quiero decir con esto? que tenemos buenas leyes, pero estamos en guerra y sencillamente no se pueden implementar correctamente”.

Durante la charla se abordaron algunos asuntos con un tono más triunfalista que el empleado por Jalalzay, más avances de la situación, haciendo hincapié en cómo era el punto de partida. Así, se recordó que en 2001, cuando cayó el régimen talibán, no había ninguna mujer en el sistema educativo. Se mencionaron mejoras como el creciente papel de las mujeres en sectores como las artes, los negocios o la joya de la corona: el hecho de que tanto ante Estados Unidos como ante Naciones Unidas las embajadoras sean mujeres. “Es un gran logro, desde luego -reconoce la activista Jalalzay-. También tenemos muchas viceministras pero necesitamos tiempo. No es posible recuperar tan rápido todo lo que hemos perdido con la guerra. Estos avances son reales, pero yo me fijo en los problemas. ¿Por qué? La razón es que nos encontramos en un momento crítico, en medio de las negociaciones de paz, y se decidirá si la balanza cae hacia el lado del Estado o hacia el lado talibán. Así que me fijo más en los problemas para que la comunidad internacional no nos abandone. Los logros conseguidos no son solo nuestros. Se han alcanzando pagando el precio de muchas vidas, tanto de la comunidad internacional como de afganos”.

Fuente: https://www.politicaexterior.com/actualidad/necesario-estado-fuerte-garantizar-los-derechos-la-mujer-afganistan/

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