Por: Daniel Koop
La política de Donald Trump en relación al conflicto israelí-palestino ataca los antiguos acuerdos de paz y diluye la posibilidad de los dos Estados. Yehuda Shaul, ex comandante y sargento en las Fuerzas de Defensa de Israel y fundador de la organización Rompiendo el silencio, explica lo que implican los planes de Trump en Israel en esta entrevista.
A principios de febrero, el gobierno de Estados Unidos lanzó el llamado «Acuerdo del siglo» (Deal of the Century), su visión para resolver el conflicto israelí-palestino. Uno de los arquitectos del plan, el yerno de Donald Trump, Jared Kushner, ha declarado que no mira el mundo como era en 1967, sino como es en 2020, lo que sugiere que el plan abandona los acuerdos de paz negociados previamente y el derecho internacional. Entonces, ¿qué propone este en su lugar?
Debemos distinguir entre lo que propone y lo que hace. Tenemos 52 años de ocupación. Israel gobierna a palestinos sin derechos ni dignidad. Israel ha fragmentado el espacio palestino al construir asentamientos e imponer restricciones a la movilidad para evitar el surgimiento de un Estado palestino.
Lo que dice Kushner es que esto se acepta sin más. Y en lugar de calificarlo como un problema que es necesario tratar y resolver, llamemos solución a la realidad actual y llamemos a esto paz. Ese es exactamente el plan de Trump. Se trata de hacer permanente lo que se supone que es temporal y lo que es un problema que debe resolverse mediante negociaciones, sobre la base de parámetros acordados internacionalmente, el derecho internacional y los principios de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
¿Se trata entonces de normalizar la realidad actual?
Incluso algo peor. Porque lo llamaremos solución. Lo llamaremos paz. Porque eso significa que ya no es ocupación, es anexión, y esta es aceptada. Es como dar un certificado kosher al gobierno permanente sobre los palestinos sin igualdad de derechos.
Se pueden observar todas las cuestiones relativas al estatuto definitivo que durante décadas creímos que debían negociarse: fronteras, seguridad, refugiados, Jerusalén. Ahora Israel se hace de aproximadamente 30% de Cisjordania. El llamado Estado Palestino será entonces un grupo de territorios desconectados y rodeados a 360 grados por Israel. Esos fragmentos de tierra estarán conectados por puentes y túneles que actualmente están bajo control israelí. Las dos rutas que unen con Jordania estarán bajo control israelí permanente. Y nosotros, los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), decidiremos quién puede moverse en el llamado Estado Palestino, tal como decidimos hoy quién puede hacerlo en Cisjordania, o entre Cisjordania y Gaza. ¿Qué clase de tratado de paz es ese?
Parece que a los palestinos se les quedaría una contradicción en términos: ¿un Estado sin soberanía plena?
Así es, tomemos el caso de Jerusalén. Ambos lados de la Línea Verde –Este y Oeste– van a Israel. Los palestinos obtienen algunos territorios, aislados entre sí, fuera de la barrera de separación, incluyendo Abu Dis, Kafr Aqab y el campo de refugiados de Shuafat. Y en cierto modo, esa analogía revela la trama completa de este plan. Una capital del futuro Estado Palestino se encuentra en un campo de refugiados. Eso es lo que quiere Trump. Y luego lo llama paz.
El objetivo es destruir todos los principios internacionales acordados, basados en el derecho internacional y en las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Destruirá el paradigma de los dos Estados y consolidará una realidad de un único Estado donde los palestinos no tendrán los mismos derechos.
Se trata de intentar dar legitimidad internacional a una realidad en la que los palestinos no tendrán derechos ni dignidad. Esa realidad matará a la democracia israelí. Israel ya no será una democracia si esto se vuelve permanente. Y es por eso que el mundo debe rechazarlo, para asegurarse de que no se convierta en la línea de referencia para futuras negociaciones. Porque la única forma de que el conflicto israelí-palestino finalice es que ambas partes salgan de la sala de negociación con derechos y dignidad.
Quiero volver a algo que usted dijo: que el plan de Trump parece romper con el pasado. Usted dice que todo lo discutido en los últimos 40 años quedó básicamente excluido. Pero en su reciente artículo publicado en Foreign Policy, usted argumenta que el plan de Trump no es nada nuevo, que es un plan «plagiado». ¿Puede explicar eso?
Al menos Ariel Sharon, cuando a fines de los años 70 y principios de los 80 se embarcó en un plan para dividir el espacio palestino –con el fin de construir asentamientos entre pueblos y ciudades palestinas–, tuvo la decencia de admitir que era un plan para evitar el surgimiento de un Estado palestino.
La idea de que cualquier espacio palestino debe estar fragmentado ha sido el principio conductor de la política de Israel durante décadas. Y eso es para nosotros un problema, porque impide la aparición de un Estado palestino junto a Israel. Ahora Kushner dice que esa es la solución. Aceptemos todo.
Kushner habla de reconocer la realidad, pero la palabra «ocupación» no aparece ni una sola vez en todo este plan. ¿Qué fue lo que hice durante dos años en Cisjordania, si no ocuparla? ¿Qué es lo que hice las 24 horas, los siete días de la semana, durante dos años como soldado en los territorios ocupados? ¿Qué es lo que hemos estado haciendo como ejército durante 52 años en los territorios ocupados, si no una ocupación?
Una de las cosas que solíamos hacer como soldados en los territorios ocupados era lo que llamamos hacer sentir nuestra presencia. La idea es simple: si los palestinos tienen la sensación de que el ejército israelí está todo el tiempo allí, tendrán miedo de atacar. Entonces, ¿qué se hace para que sientan eso?
En Hebrón, por ejemplo, usted tiene tres patrullas caminando por las calles de la ciudad vieja. Entra en una casa palestina al azar, sin haberle hecho inteligencia previa. Luego despierta a la familia y revisa el lugar. Puede imaginar lo que sucede cuando una unidad militar ingresa a su casa a las tres de la mañana.
Una vez que ha terminado de revisar la casa, sale a la calle, golpea otras puertas, corre hacia la otra esquina de la calle, invade otra casa al azar, despierta a la próxima familia, registra el lugar. Así es básicamente como pasa un soldado su turno de ocho horas, las 24 horas del día, los siete días de la semana, desde septiembre de 2000 –cuando comenzó la segunda intifada– hasta hoy.
Porque la única forma de gobernar a un pueblo en contra de su voluntad para siempre, sin darle derechos, es hacer que le teman a uno. En cierto modo, la misión política es la rendición palestina. Y eso es exactamente lo que Trump está haciendo con este plan: intenta obtener la rendición palestina.
Supongamos que el plan se implementa realmente. Según su experiencia como soldado, ¿qué significaría eso en el territorio, tanto para los soldados como para los palestinos? ¿Cómo podemos imaginarlo?
En primer lugar, quiero decir que el plan se implementa incluso sin que se lo implemente. Porque lo más importante, lo que el plan quiere, es cambiar el paradigma. Está dirigido a darnos un paradigma de legitimación de un Estado discriminatorio, donde algunas personas tienen derechos y otras no.
Si esto se convierte en el punto de referencia, entonces no es una receta para la paz sino para un conflicto permanente y sin fin. La idea de que los palestinos aceptarán vivir para siempre sin derechos no va a funcionar. Otra vez: la única forma de evitar esto es que ambas partes salgan de la mesa de negociación con derechos y dignidad.
Lo segundo es la anexión. Si se lleva a cabo la anexión, es un cambio radical. La piedra angular del orden internacional basado en normas es la no adquisición de territorio por la fuerza. ¿No es eso lo que aprendimos de nuestra historia?
Ahora está el comité que se formó hace unos días. Israelíes y estadounidenses se sentarán juntos y decidirán cómo rebanar el territorio palestino y apoderarse de él.
Solo daré un pequeño ejemplo. ¿Qué pasa si mañana usted aplica la ley israelí en el valle del Jordán? En Israel, hay una ley llamada Ley de Propiedad de Ausentes. Esta norma dice que cualquiera que posea una propiedad en el Estado de Israel pero viva en un país enemigo –y hay una lista de países enemigos– o dentro del territorio de Israel que no es parte del Estado de Israel, o sea, porciones no anexadas de Cisjordania o Gaza, pierde sus tierras en Israel automáticamente. Y el Estado se apodera de esas tierras. Todos los palestinos que están en las áreas no anexadas pero que poseen tierras en las áreas anexadas pierden todo derecho sobre ellas. Esto significa que si Israel se anexiona el Valle del Jordán, los palestinos que viven en las áreas A o B pero que tienen terrenos agrícolas o familiares en la parte anexada del valle pierden automáticamente todo derecho sobre esos terrenos en virtud de la Ley de Propiedad de Ausentes.
En Jerusalén Este, que fue anexada a Israel, los fiscales generales y los abogados generales militares decidieron al comienzo de la ocupación no aplicar esta ley a Jerusalén Este. Pero el actual fiscal general, en el actual clima político israelí, la aplica. Esto significa que, si hay una anexión del Valle del Jordán o cuando la haya, es probable que también se aplique allí la Ley de Propiedad de Ausentes.
Kushner evitó que Netanyahu anexara territorio inmediatamente después del lanzamiento del plan Trump y aparentemente le dijo que esperara hasta después de las elecciones. ¿Por qué?
Para ser sincero, si fuera Kushner, estaría en contra de la anexión inmediata. Porque lo más importante que puede hacer el plan es destruir el paradigma de los dos Estados. La anexión inmediata dañará esa capacidad porque el mundo también podría reaccionar en forma más negativa.
Dar legitimidad al plan de Trump es peor que la anexión. Esto se debe a que el plan de Trump es un cambio total de paradigma para la región y, simultáneamente, le da legitimidad a la anexión. Por eso es tan peligroso. Es importante que no caigamos en la trampa de las negociaciones. Lo sé, aquí en Europa suena bien: ambas partes deben sentarse a dialogar y negociar para resolver el problema, no hacerlo a través de la violencia. Sin duda, en última instancia, a fin de cuentas, israelíes y palestinos tendrán que sentarse a una mesa y negociar el final de la violencia.
El problema es ¿cuáles son las premisas de estas negociaciones? ¿Se trata de una solución real tangible, que puede otorgar derechos y dignidad a ambas partes? ¿Es una solución que se basa en el derecho internacional? ¿O se trata de un intento de consolidar una realidad de un único Estado sin igualdad de derechos?
¿Entonces usted está diciendo que los políticos europeos deberían lisa y llanamente rechazar el plan?
Sí, claramente. No deben cooperar con un plan que no cumple con los principios del derecho internacional y el paradigma de los dos Estados. Y este plan no se enmarca en ellos.
Ya tenemos los principios No hay por qué reescribirlos. Fueron durante décadas una política declarada. Solo tenemos que aplicarlos.
La idea de hostigar a los palestinos para que se sometan no va a funcionar. A corto plazo, esto envalentonaría a Hamas. Porque, a fin de cuentas, ¿qué hacen los líderes palestinos como Abbas, cuando este le dice a la gente que no debemos recurrir a la violencia? Ya no tiene nada más que decir. Y a la larga, será una catástrofe para Israel. Este es el principio del fin de Israel.
¿De Israel como democracia?
Si no somos una democracia, ¿qué nos queda? Esa es la visión de Israel que teníamos. ¿Un régimen brutal que pisa las gargantas de millones de personas para siempre? Este no es el Israel que quiero.
Traducción: Carlos Díaz Rocca
Fuentes e imagen: International Politics and Society
https://nuso.org/articulo/israel-y-palestina-en-manos-de-trump/