Aunque el Califato ya no existe, el Estado Islámico sigue asesinando: ¿por qué no se habla de ello?

Por: Alberto Rodríguez García

Combatir el terrorismo del Estado Islámico y las causas que lo hacen fuerte ha dejado de ser prioritario. Estados Unidos se enfoca en el quebradero de cabeza que se le ha convertido Irak. Siria concentra la mayor parte de su Ejército en Idlib. Yemen suficiente tiene con sobrevivir a la mayor crisis humanitaria de nuestra época mientras La Coalición (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y sus respectivos aliados yemeníes) se desmorona en el sur. Camerún, Chad y Nigeria pueden permitirse cierto grado de insurgencia mientras solucionan problemas internos mucho más acuciantes. Pero el terrorismo no ha cesado, y aunque el Califato ya no existe, sus fanáticos siguen asesinando. ¿Por qué no se habla de ello? En parte porque su violencia es a mucha menor escala que en el pasado, pero también porque han decidido no atacar ‘Occidente’ hasta que vuelvan a controlar territorio estable.

En apenas una semana, terroristas del Estado Islámico han tiroteado a un miliciano de las YGP en Manbij (Siria), asesinado a dos efectivos de las Unidades de Movilización Popular y herido a otros tres en al-Qaim (Irak), asesinado a dos policías en Kirkuk (Irak), ejecutado a un militar iraquí y atacado un convoy en Ramadi, emboscando a dos soldados iraquíes en Makhmour, ejecutado a un soldado en Chad, herido a varios soldados egipcios con un explosivo improvisado en el Sinaí, asesinado a tiros a un miembro de las fuerzas de seguridad afganas en Nangarhar, atacado a varios soldados en Ngala (Nigeria) y destruido un vehículo militar nigeriano en Buni Yadi con una bomba.

Además de los ataques exitosos que reivindican, las escaramuzas son constantes y, por ejemplo, el pasado 28 de abril, las autoridades iraquíes en Kirkuk abatieron a 3 terroristas suicidas que tenían pensado inmolarse en un edificio de la Inteligencia. A pesar de ser operaciones que podrían considerarse pequeñas, es un desgaste continuo que a veces se ve agravado por matanzas como la del 23 de marzo de 2020, cuando Boko Haram (no confundir con el actual Estado Islámico de África Occidental/ISWAP) asaltó una posición militar en el Lago Chad matando a 92 soldados.

El Estado Islámico ha sabido adaptarse al nuevo contexto como lo hizo al-Qaeda; aprendiendo que si quieren sobrevivir, deben evitar atacar a las potencias que realmente pueden hacerles frente

La situación ha llevado al Gobierno de Siria a reanudar algunas operaciones en el desierto de Homs contra los terroristas, a las fuerzas de seguridad iraquíes a mantenerse alerta en las zonas de mayor actividad terrorista y, sobre todo, a Chad a lanzar la Operación Ira de Bomo; una operación a gran escala junto a otros países del Sahel contra Boko Haram. La operación anunciada por el presidente chadiano Idris Deby ya ha eliminado a un millar de militantes de Boko Haram, conocidos por ser la facción más extrema de todos los grupos que juraran lealtad al Estado Islámico.

Pero esta campaña en Lago Chad no es más que una acción concreta, en un momento concreto, y aunque ha sido una gran muestra de fuerza, no podrá mantenerse mucho más en el tiempo. Es una victoria temporal, porque no se atacan las raíces del problema sino los síntomas. Otros países vecinos como Nigeria, incluso, han decidido adoptar la pasividad como estrategia.

A las operaciones militares no le siguen programas de educación, ni de desarrollo económico, ni de justicia… No se detiene la rueda en ningún momento porque los grupos terroristas no amenazan en ningún momento la posición de las élites. El Estado Islámico ha sabido adaptarse al nuevo contexto como lo hizo al-Qaeda; aprendiendo que si quieren sobrevivir, deben evitar atacar a las potencias que realmente pueden hacerles frente. El nuevo ‘perfil bajo’ que ha adoptado el Estado Islámico hace que, por ejemplo, pasen desapercibidas noticias como la detención en España de uno de sus excombatientes en Siria, hijo a su vez de un terrorista de al-Qaeda responsable del asesinato de 224 personas.

Solo durante el mes de marzo en el Sahel, la zona más afectada ahora mismo por el terrorismo islamista junto a Afganistán, hubo 58 atentados que se cobraron 522 vidas de civiles y militares. Esto convierte marzo en uno de los meses del año con más civiles muertos por ataques terroristas en Mali, Nigeria, Chad y Burkina Faso.

Los efectos globales del COVID-19, la degradación de la economía, el potencial descontento que provocará en la población y la incapacidad de reacción de los gobiernos –carentes de recursos– presentan un 2020 especialmente duro para la población del Sahel. ACNUR alerta de que el hambre acecha la región, amenazando con una crisis catastrófica para un territorio con 3 millones de desplazados por la guerra contra el terrorismo, donde las cosechas se están acabando y dejarán a 19 millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria. Son las condiciones perfectas para una catástrofe humanitaria que grupos como Boko Haram e ISWAP saben explotar a su favor. Burkina Faso, por ejemplo, se encuentra en una situación en la que el coronavirus y sus consecuencias atacan las ciudades mientras el Estado Islámico en África Occidental ataca continuamente en las zonas rurales; sin solución ni vía de escape para la población frente a ambas amenazas.

Los terroristas ya no amenazan ni a los poderosos ni a las potencias, así que han dejado de ser la prioridad. Pero siguen existiendo, siguen matando, y aunque ahora no son una amenaza, se mantienen al acecho

En el corto y medio plazo, el Estado Islámico no va a pasar de una insurgencia. Es muy improbable que logren la instauración de un nuevo califato. Sin embargo, ello no implica su derrota, y es que en las zonas donde los estados no llegan, donde la población se siente abandonada, ya se han infiltrado sus ideas extremistas. Allá donde hay un vacío de poder, seguirán calando las ideas más brutales del grupo terrorista, y aunque no controlen un territorio estable, seguirán teniendo el caldo de cultivo para fanáticos deseosos de matar por unas ideas infames pero que han interiorizado.

Sin califato, el Estado Islámico se ha atomizado, minimizando la amenaza pero aumentando exponencialmente el frente. La batalla no ha terminado, y no lo hará definitivamente hasta que se los combata no solo con las armas, sino también combatiendo el hambre, el tribalismo y construyendo una identidad colectiva entorno al estado y no la fe.

Los terroristas ya no amenazan ni a los poderosos ni a las potencias, así que han dejado de ser la prioridad. Pero siguen existiendo, siguen matando, y aunque ahora no son una amenaza, se mantienen al acecho, esperando el momento en el que ganar adeptos y volver a hacer daño.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/351762-califato-estado-islamico-asesinatos-recientes

Imagen: https://pixabay.com/photos/war-desert-guns-gunshow-soldier-1447021/

 

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Burkina Faso, en la ¿geografía del terror?

Por: Guadi Calvo/Rebelión/ 06-02-2019

Hoy para Burkina Faso, el cuarto país más pobre del mundo y que fue una de las naciones más seguras de África Occidental, el restaurante de comida turca Aziz Istanbul, en el centro de Uagadugú, su capital, que todavía permanece cerrado con su fachada destrozada tras los ataques integristas de agosto de 2017, que dejaron 18 muertos, quizás sea la postal más exacta para comprender la realidad del país.

Desde 2016, hasta principios de 2019 el país africano ya ha sufrido cerca de 300 ataques de grupos vinculados tanto a al-Qaeda como al Dáesh, dejando casi 300 muertos. Uagadugú, fue atacada en dos oportunidades más, dejando cerca de 90 muertos en total. El primer ataque fue contra la cafetería Cappuccino y el Hotel Splendid (Ver Burkina-Faso: Sangre en la arena) en enero de 2016, que dejó una treintena de muertos y el último se produjo en marzo pasado, en cercanías de la embajada francesa y el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, con otras 28 víctimas mortales.

El norte burkinés comenzó a sufrir la violencia integrista en 2011, por grupos wahabitas, que operan todavía hoy en el norte de Mali y sur de Argelia, desde entonces la violencia no ha dejado de incrementarse y expandirse y desde el norte se irradia hacia la frontera con Nigeria en el este del país, donde opera Boko Haram, filtrándose también a Togo, Benín y Ghana. Estas naciones se vieron obligadas a enviar tropas a sus fronteras burkinesas, dada la inestabilidad que se podría generar si los muyahidines pudieran abrir un corredor desde el Sahel al Golfo de Guinea.

Tanto en el norte como en el este, los objetivos de los fundamentalistas suelen ser oficinas del Gobierno, puestos militares, escuelas y maestros, a quienes se les exige que dicten sus clases en árabe, en lugar del francés, y enseñen el Corán. Estas presiones han obligado a cerrar 1.025 escuelas en el norte, Sahel y este, lo que ha dejado sin clases a unos 150.000 niños desde marzo de 2018, mientras el 60 % de los maestros debieron abandonaron las regiones en conflicto.

A pesar de que la gran mayoría de los ataques no han sido reclamados por ninguna organización, el general del ejército Oumarou Sadou, refiere que las características de los IED (dispositivos explosivos improvisados) usados tanto en el norte y como en el este, son de similar preparación, lo que indicaría que estarían siendo montados por la misma organización.

La crítica situación del país africano obligó a su presidente Roch Kaboré a declarar el estado de emergencia el último 31 de diciembre para las provincias afectadas y a cambiar a su Primer Ministro, Paul Kaba Thiebal por Christophe Dabiré, el 19 de enero pasado.

Los cambios implementados por Kaboré, no han logrado contener las acciones de los muyahidines del Ansaroul Islam, (Defensores del Islam) el grupo takfirista local, apoyado por el Estado Islámico en el Gran Sahara (ISGS) fundado en 2016 por Ibrahim Malam (del árabe Mu’alam: maestro) Dicko, aparentemente muerto de sed en el desierto, en mayo de 2017, en su huida de un ataque aéreo francés. El malam fue sustituido, por su hermano menor, Jafar, de 38 años, un erudito del Corán. Ansaroul Islam, surgido del grupo malí Mujao, (Movimiento por la Unidad y Yihad en África Occidental) ahora bajo la bandera de Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin, (Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes, JNIM), un conglomerado de organizaciones integristas que operan en el Sahel, conformado en marzo de 2017, leales a al-Qaeda. Que están realizando constantes ataques en procura no solo de infundir terror, sino fundamentalmente de robar vehículos y armas. Como el último domingo 28 de enero, cuando asesinaron a 14 personas en la región de Soum, al norte del país a unos 30 kilómetros de la frontera con Malí, unos 200 milicianos llegaron en varias motocicletas y los vehículos 4X4 atacaron con cohetes y armas pesadas la posición de la Fuerza de Tarea contra el Terrorismo de Nassoumbou (GFAT).

Algunos analistas insisten en que el aumento de la presencia de grupos integristas en Burkina Faso, se debe a la ruptura de los pactos que estas organizaciones mantenían con funcionarios del Gobierno del expresidente Blaise Compaoré, derrocado en 2014 tras 27 años de dictadura (Ver Burkina Faso: La restauración de los traidores), quien les brindaba apoyo a cambio de que no operasen en su país.

El pacto se habría deshecho en 2013, cuando Compaoré se vio obligado a enviar 1.000 efectivos, presionado por Francia, tras el inicio del conflicto en el norte de Mali el año anterior. Se sospecha que unos 1.200 integrantes de los servicios de seguridad de Compaoré, podrían estar operando junto a los muyahidines, desde que fueron disueltos. El actual presidente Roch Kaboré, aún espera la colaboración prometida por Francia que en el norte de Mali dispone de unos 5.000 hombres de la operación Barkhane y de las fuerzas de G5 Sahel, un grupo antiterrorista compuesto por 5.000 efectivos de Mali, Mauritania, Chad, Níger y Burkina Faso, que actúa fundamentalmente en el norte de Mali y oeste de Níger.

En el día miedo al ejército, en la noche a los yihadistas

La diversidad de organizaciones que actúan a lo largo de la frontera burkinesa con el norte de Mali, entre ellos al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Estado Islámico en el Gran Sahara (ISGS) y el propio Ansaroul Islam, yJama’at Nasr al-Islam wal Muslimin, junto a bandas de delincuentes comunes traficantes de drogas, cigarrillos, combustibles y personas, podría incrementarse todavía más generando una dinámica de arrastre que haga que las organizaciones multipliquen sus efectivos.

Algunos servicios de inteligencia que operan en África occidental temen que ISGS, que mantiene fluidos contactos con la Wilayat (provincia del califato) del Estado Islámico de África Occidental (ISWAP) del estado de Borno en el noreste de Nigeria, la organización escindida de Boko Haram, en agosto de 2016, puedan crear una nueva alianza para desarrollar juntos su lucha tanto en el Sahel como en los países de África occidental, para lo que Burkina Faso, sería una ficha clave en el nuevo entramado.

Por lo que las autoridades de Uagadugú están requiriendo a las potencias occidentales con presencia en Mali, y especialmente Francia, apoyo básicamente en entrenamiento, inteligencia, equipos de comunicación y armamento.

Como suele suceder en estas guerras “antisubversivas” se reproduce con exactitud la violación de derechos humanos contra las poblaciones civiles en áreas rurales, por lo general alejadas de los centros urbanos, incomunicadas y aisladas. Según denuncias de Human Rights Watch (HRW), fuerzas de seguridad burkinesas han llevado a cabo desapariciones forzadas, torturas y ejecuciones extrajudiciales en operaciones de contrainsurgencia entre 2017 y 2018. HRW en su informe titulado: “En el día, tenemos miedo del ejército y en la noche a los yihadistas”, detalla al menos 18 ejecuciones extrajudiciales de civiles inocentes por parte de las fuerzas de seguridad.

Las fuerzas de la Operación Panga (fuerza en moré, la lengua nativa más hablada de Burkina), lanzada por el Gobierno de Kaboré contra presuntas bases terroristas en los bosques de Pama y Gayeri, con ataques aéreos y el envío de 700 soldados, incluidos efectivos del 25º Regimiento de paracaídas de Bobo-Dioulasso, sin que se conozca el resultado de los ataques y el número de víctimas, por lo que la HRW sospecha que puede haber muchos civiles involucrados en las acciones.

La violencia ya ha provocado 80.000 desplazados internos, mientras que casi un 1.200.000 personas están necesitando ayuda humanitaria inmediata, desde que comenzó el año prácticamente 1.000 familias por día han debido abandonar sus lugares. Lo que a la vez está provocando un incremento de los enfrentamientos interétnicos o tribales. En Yirgou, provincia de Barsalogo, al norte del país, un aparente ataque fundamentalista desató una refriega entre la comunidad fulani, pastores nómadas de mayoría musulmana, y la comunidad Mossi, el mayor grupo étnico de Burkina Faso, que dejó 50 muertos.

Burkina Faso, ha entrado profundo en la geografía del terror y de ese territorio no saldrá sin muchos más muertos y pobreza.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

*Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=252179

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