Por: Ignacio Mantilla
Durante toda esta semana, en la Universidad Nacional de Colombia hemos celebrado con una serie de eventos las 15 décadas de vida de nuestra alma máter.
En sus ocho sedes, a lo largo y ancho del país, se organizaron actividades que buscaban generar la integración entre sus estudiantes y una mayor conciencia de nuestra historia y nuestros deberes como universidad del Estado.
Por supuesto, también hubo espacio para la música y el baile. El miércoles tuvo lugar uno de los eventos más concurridos: el Concierto Nacional, en el que brillaron la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional, el grupo Herencia de Timbiquí y Yuri Buenaventura, en la plaza central de la universidad. El evento no sólo contó con la presencia de estudiantes, sino también de los vecinos de la Ciudad Universitaria, que se acercaron para disfrutar de lo mejor de la música clásica y los sonidos del Pacífico y a escuchar a uno de los mejores exponentes de la salsa. Estimamos que hubo unos 18.000 asistentes.
En las redes sociales ha tenido gran acogida el hashtag #ModoSesqui, utilizado para sumarse a nuestra celebración y tener acceso a la agenda de los eventos de una manera más rápida.
En esta semana también tuvimos dos actividades que hacen parte de la esencia de la universidad y que muchos de sus integrantes esperan durante meses: las distinciones para empleados administrativos y profesores. Quisiera compartir con ustedes un apartado del discurso que pronuncié el jueves en horas de la noche y que tenía como punto de reflexión la importancia de la labor docente y del buen maestro en la consolidación de la excelencia académica.
Bogotá, 21 de septiembre de 2017
Distinciones docentes
Auditorio León de Greiff
“En la vida de un académico es muy difícil recordar el rostro de todos los docentes con los que se ha tenido contacto. Pero si hiciéramos el ejercicio de destacar apenas a tres profesores que hubieran influido decisivamente en nuestras vidas, recorriendo desde la primaria hasta el posgrado, encontraríamos que, en efecto, hemos tenido muchos profesores que han ejercido una importante influencia con su ejemplo y sus consejos, más que con sus exposiciones sobre los temas de estudio, y el ejercicio propuesto se tornaría muy difícil.
En caso de poderlos elegir, esos tres destacados con certeza pertenecerían al selecto grupo de aquellos a los que damos el nombre de maestros, y seguramente sus palabras marcaron nuestro futuro y nos hicieron desistir de pasiones coyunturales.
Si pudiésemos fabricar en un laboratorio un buen maestro, necesitaríamos de los siguientes ingredientes (es mi propia receta): una buena porción de paciencia, otra de sensibilidad, una buena cantidad de respeto, una dosis de empatía y otra de sabiduría. Y no debe faltar una pizca de humor. Con esto garantizaríamos que todos los estudiantes puedan sentir el salón de clase como el verdadero hogar académico. El buen maestro no es aquel al que los estudiantes por lo general reconocen como “madre”, aun cuando hay muchos buenos maestros que lo son. El buen maestro es aquel que guía al estudiante para vencer toda barrera académica y lo acompaña con la generosidad de su conocimiento a romper los límites que el estudiante se ha impuesto.
El buen maestro no es el que tiene todas las respuestas, pero sí el que atiende todas las preguntas. Ante todo, escucha, y sabe aprovechar las deficiencias de sus estudiantes, no para reprenderlos sino para formarlos. Es decir, le da prelación al audífono sobre el micrófono. Pero, antes que nada, el buen maestro, parafraseando al filósofo español José Ortega y Gasset, siempre que enseña algo, enseña a la vez a dudar de lo aprendido.
Estoy seguro de que todos los distinguidos esta noche pertenecen a esa lista privilegiada que los estudiantes tienen de los tres maestros que fueron decisivos en su vida. Tanto para ustedes como para mí, es un privilegio que justamente en el sesquicentenario de nuestra universidad podamos reunirnos en este acto de la esencia de la academia y de los emblemas de la Universidad Nacional. Los que hoy son distinguidos han entendido y comprendido que, aunque en su mayoría culminaron el ciclo obligatorio de estudios cursando un doctorado, las exigencias que trae formar el capital humano de un país no da tregua y, por el contrario, hay que estar en pleno actualizados en los desarrollos y avances de sus áreas. Gracias a su labor cotidiana y constante es que hoy continuamos siendo la mejor y más importante universidad del país.
Una de mis primeras preocupaciones al llegar a la Rectoría de la universidad fue precisamente buscar la manera de hacer sentir cómodos a los mejores profesores. Y, por fortuna, en la Universidad Nacional hoy en día existe el reconocimiento de la tenencia de cargo, figura que el Consejo Superior Universitario acogió en el año 2013 ante mi solicitud, para que aquellos profesores que han demostrado la excelencia en su trabajo y el compromiso institucional a lo largo de los años de vinculación a la universidad no estén sometidos a incómodas y a veces irrespetuosas evaluaciones para decidir su continuidad. Pero también con el claro mensaje de poder hacer un real llamado a todos ustedes, que son una muestra de los mejores, a que permanezcan en la institución hasta la edad de su retiro forzoso. Así que los quiero ver a todos hasta la edad de los 80 años activos, en la Universidad Nacional”.
Nos quedamos sin espacio para hablar sobre la presencia de varios rectores latinoamericanos en el Foro de Rectores por la Paz, la visita del expresidente ecuatoriano Rafael Correa a la Universidad Nacional y el lanzamiento de los libros que recogen la memoria de la universidad en 12 tomos y siete volúmenes. Además, los eventos aún no terminan. Les compartiré más detalles la próxima semana.
Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/una-semana-en-modosesqui-columna-714572