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Uruguay: La académica e investigadora Judith Sutz presentó una propuesta tan osada como practicable de política de ciencia, tecnología e innovación basada en evidencia

https://ciencia.ladiaria.com.uy/ 29-12-2019

Judith Sutz es coordinadora académica de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República (Udelar). Se recibió de ingeniera electricista, pero luego se centró en temas vinculados con el desarrollo y el conocimiento, y obtuvo un doctorado en Socioeconomía del Desarrollo en la Universidad de París. En la última jornada del ciclo de charlas abiertas organizado por el Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología (Conicyt), la Secretaría de Ciencia y Tecnología y la Dirección para el Desarrollo de la Ciencia y el Conocimiento (D2C2), el martes 10 Sutz dio una disertación titulada “Elementos y propuestas para una política de ciencia, tecnología e innovación basada en evidencia”. A diferencia de muchas otras ocasiones en las que se señalaban debilidades de nuestro sistema científico y se trazaban horizontes a alcanzar, la propuesta de Sutz incluye una idea concreta que puede ponerse en marcha con muy poco dinero y que podría poner al país en carrera para eso que todos invocan pero nadie sabe cómo hacer: lograr que el conocimiento, la ciencia y la innovación contribuyan al desarrollo del país.

Un análisis más completo de la evidencia

La conferencia estuvo basada en un texto de igual título que Sutz elaboró hace unos meses y que me envió antes de nuestro encuentro en la sede de la CSIC, a metros de la casa central del PIT-CNT. “Lo escribí en un momento en que me dio la impresión de que si bien teníamos evidencia sobre la situación de la ciencia, la tecnología y la innovación, estábamos mirando aspectos parciales de la evidencia y derivando ciertas sugerencias desde esa mirada incompleta”, dice Sutz cuando le pregunto por el momento en que concibió su propuesta, deslindándose de cualquier coincidencia con el ciclo electoral o la coyuntura de transición actual.

En su trabajo se deja claro que con frecuencia se utilizan dos indicadores para ver qué tan bien vamos en lo relativo a ciencia, tecnología e innovación o en investigación y desarrollo (I+D). Uno es la relación entre la inversión en I+D y el Producto Interno Bruto (Uruguay destina casi 0,4% del PIB a I+D, y ya es un reclamo conocido el de subir esta inversión a 1%), y otro la generación de un índice entre la cantidad de investigadores por millón de habitantes. Al comparar esos datos con los de países que consideramos que están haciendo mejor la cosas, por lo general no salimos bien parados. “Es cierto que tenemos pocos investigadores en comparación con Holanda, Estados Unidos o Nueva Zelanda. También tenemos una inversión muy baja en I+D en relación con el PIB, también comparándonos con Holanda, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Japón y Corea. Pero eso es sólo la mitad de la historia”, dice Sutz. Veamos un poco los datos en el cuadro 1.

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Al observar la cantidad de investigadores por millón de habitantes, en su texto Sutz señala que “Uruguay está en una posición intermedia en América Latina: por debajo de Argentina y Brasil, por encima de Chile, Colombia y México”, y agrega que, en cambio, con los países ricos de la OCDE la distancia es muy marcada. Ese dato nos muestra cuán lejos estamos de otras realidades. Pero mirar sólo eso sería incompleto. “La otra mitad de la historia consiste en ver en esos otros países de los que decimos que tienen muchos más investigadores que nosotros dónde trabajan esos investigadores y quién contribuye a la inversión en I+D respecto del PIB. ¿No serán preguntas que también es importante hacerse?”, dice Sutz, y señala que “el número frío es apenas una parte”.

Frecuentemente nos aferramos al poder mágico de los números. 6% del PIB para la educación. 1% para I+D. Pero además, hace tiempo que varios actores vienen alertando que en los países que tomamos como modelo a seguir la inversión en I+D no corre sólo por cuenta del Estado. En la evidencia que muestra Sutz, eso queda patente.

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Como ya dijimos, la inversión en I+D de Uruguay ronda el 0,4% del PIB. Se “compara así pobremente con varios países de América Latina y con los países ricos de la OCDE”, señala Sutz en su texto, para luego hacer una observación nada menor respecto de cómo invierten los países modelo: “No es sólo la proporción de su PIB destinado a I+D, que en general está por encima de 2%, sino la parte minoritaria que en ella ocupa la inversión pública”, afirma, y agrega que gran parte de esa inversión corresponde a las empresas privadas y públicas. Si Uruguay invierte en I+D 0,41% del PIB, 88% de esa inversión proviene de fondos públicos, es decir, 0,36% del PIB. Ese guarismo en países como Dinamarca, Estados Unidos o Corea, no supera jamás el 0,35%.

“Me pareció que valía la pena plantear que las diferencias no son solamente de números, sino también de estructura. Cuando uno mira solamente los números, la recomendación es invertir más, tener más investigadores, más, más, más. Pero cuando uno mira la estructura, la recomendación pasa más por ver dónde están acá los actores que en esos países están pidiendo conocimiento, requiriendo conocimiento, usando conocimiento. ¿Quién pide conocimiento en Uruguay? ¿Quién les pide conocimiento a los investigadores que creamos? Ahí nos damos cuenta de que hay una debilidad muy grande”, comenta Sutz.

“Cuando una decisión tomada en el ámbito público le cierra la puerta a la investigación nacional o a las empresas nacionales, generalmente por aversión al riesgo, el futuro nacional retrocede, a veces por décadas”.

“En nuestro país hay una demanda muy escasa de conocimiento, tanto del sector productivo privado como del Estado”, señala, y descarta que eso se deba a que no se requiera conocimiento en el país. “El asunto es de dónde se saca, a quién se le pide y a quién se le compra. A partir de estas inquietudes me pareció que valía la pena mostrar que a la evidencia había que agregarle algunos elementos, y a partir de eso decir cómo hacemos”, afirma.

¿Cómo enfrentar los desafíos?

“El desafío para el país, reconocido hace ya décadas, resulta así ser triple, aunque de dispar dificultad: incrementar la inversión en I+D, diversificar su origen y mejorar su eficiencia. El interrogante para la política de ciencia, tecnología e innovación es cómo hacerlo, puesto que las cifras más recientes no muestran avances”, señala la investigadora en el documento. En caso de querer mirarnos en ese espejo de los países desarrollados que hacen bien las cosas, si el Estado invirtiera ese deseado 1% en I+D, lo que correspondería sería que el sector privado invirtiera otro 2%. Saltaríamos así de la inversión actual de 0,41% del PIB a una cercana a 3%.

“Si nosotros invirtiéramos 1% en I+D, en la estructura actual de la inversión, con casi la totalidad proveniente del sector público, estaríamos cerca de lo que invierte Holanda por parte del sector público”. Sutz es enfática en aclarar que “no se trata de ir en contra del 1%”, y pide que no se la malinterprete, pero afirma que “el 1% es un número mágico, como también sería una solución mágica imaginar que por decreto los privados van a aportar 0,5% u otro 1% o hasta 2%. Tenemos que analizar los grados de libertad que se tienen en la política, que puede decir que le dará prioridad a determinadas cosas, pero que no le puede decir a las empresas privadas en qué invertir”, señala, abriendo la puerta para las empresas públicas.

El Estado no puede decirles a los privados en qué invertir, pero puede dar incentivos o castigos económicos. “Puede, pero también puede hacer algo que no es lo uno ni lo otro”, agrega. “El Estado puede ayudar a crear mercados. Somos un país pequeño y si queremos exportar, tenemos que aprender en casa. No hay un solo ejemplo de exportación de alta tecnología, salvo el caso específico y muy particular del software, en el que las empresas exporten sin haber aprendido en casa”.

“Apelando a la fácil, lo seguro, y al conocimiento que tienen otros no es como se desarrollan los países”.

Sutz pone un ejemplo de esto para que no quede como una cuestión despegada de la realidad –precisamente, si hay algo que tiene el planteo de la académica es que es tan concreto como la piedra contra la que estamos a punto de darnos la cabeza– y habla del caso de la empresa Eriksson. “Suecia, en su momento, tendría que haberle comprado a Siemens, era la opción lógica”, señala, pero el gobierno sueco tomó una decisión estratégica y le encomendó el desarrollo de las telecomunicaciones a la empresa nacional en lugar de comprar el paquete del gigante alemán. “Hubo una decisión del gobierno sueco de comprar sueco. Comprarle a Siemens era mucho más fácil y seguro, pero apelando a lo fácil, lo seguro y al conocimiento que tienen otros no se desarrollan los países”.

Por este motivo, en su charla hizo énfasis en que para aprender es necesario tener oportunidades de aprender. “Hay que crear oportunidades para que uruguayos y uruguayas científicos, ingenieros, tecnólogos lidien con problemas complejos, aprendan a resolverlos, y de esa manera hagan nuevas preguntas y empiece el círculo virtuoso de la investigación”, afirma, aun cuando ello pueda implicar perder un poco de tiempo y plata. “Para eso no hay que temerle al riesgo y hay que premiar la confianza en las capacidades nacionales, premiar a quien compró una solución uruguaya. A esos incentivos, de los cuales casi nunca se habla, habría que darles un poco de espacio”.

Una propuesta modesta y osada al mismo tiempo

En su texto Sutz afirma que una joven o joven investigador, con un doctorado reciente, experiencia académica y vocación por investigar “debiera encontrar un espacio donde ejercer su creatividad al servicio de los objetivos de la institución en la que se inserta”. Luego de recordar que el PIB de Uruguay en 2018 fue cercano a los 60.000 millones de dólares, Sutz hace una propuesta concreta tan sencilla como contundente: “Supongamos que la remuneración de una persona con esas condiciones es el equivalente de un Grado 3 de la Universidad de la República con Dedicación Total: su costo anual, con las cargas sociales incluidas, es del orden de los U$S 54.500. 150 contrataciones de ese tipo tendrían un costo de U$S 8.175.000, lo que representaría 0,013% del PIB de 2018. Imaginemos que 100 contrataciones van para el ámbito académico y 50 a formar equipos de dos personas trabajando en 25 instituciones del ámbito público”.

Luego Sutz estima que cada uno de esos equipos con dos investigadores, en 25 instituciones del ámbito público, “al cabo de un año de trabajo habrá explorado en profundidad su ámbito, confeccionado una agenda de investigación e innovación aprobada por las autoridades correspondientes, identificado y contactado tanto personal interno como investigadores y empresas capaces de llevar dicha agenda adelante”. En el mano a mano, Sutz se explaya sobre el potencial transformador de su plan, que, recordemos, se sustenta con 0,013% del PIB de 2018: “Dos jóvenes investigadores trabajando durante un año hablando con la gente, desenterrando los problemas, dándoles formato, podrán proponer investigaciones para aproximarnos a las respuestas a los problemas que encontraron. Creo que eso dinamiza al país”.

Así como en conservación se habla de lo difícil que es mantener lo que no se conoce, en investigación, desarrollo e innovación podríamos decir que es difícil saber lo que a uno le falta si no lo conoce. “También puede pasar que se identifique el problema y que en este país no haya quién pueda resolverlo. Y eso le va a trasladar una demanda muy concreta y directa al sistema educativo. Hay que tener paciencia, porque estas cosas llevan tiempo”, agrega.

Y vaya si llevan tiempo. En esta sección, donde comentamos las investigaciones que nuestros científicos publican, es frecuente que los datos que sustentan sus trabajos de este año se hayan recolectado entre 2014 y 2016. Y al adentrarse más en lo que hacen, es frecuente que el investigador o investigadora haya trabajado en esa temática por años o décadas. La ciencia no es café instantáneo. Uno entiende que lo que plantea Sutz no producirá un efecto tal que en un año se resolverán todos los problemas: será el inicio de algo que, confía, tendrá un efecto contagio.

“En ciencia es falso que la oferta crea su propia demanda. No es cuestión de hacer ciencia de calidad y, por añadidura, todo lo demás vendrá y seremos ricos y felices”.

“No es cierto que la demanda cognitiva está en el aire esperando a que los investigadores elijan qué investigar. La demanda cognitiva es una cosa compleja que hay que detectar y construir. En ciencia es falso que la oferta crea su propia demanda. No es cuestión de hacer ciencia de calidad y, por añadidura, todo lo demás vendrá y seremos ricos y felices para siempre”. Y ese mediador entre la demanda y la oferta es, uno intuye, la política. “Exactamente. Pero muchos piensan que la política es sólo poner plata. Por supuesto que hace falta poner plata, pero no sólo eso. Ahí viene todo lo demás”.

Sutz pone como ejemplo de ese “todo lo demás” lo que hace el Centro de Extensionismo Industrial, cuya dirección recae conjuntamente en la Udelar, la Cámara de Industrias del Uruguay, el Ministerio de Industria, Energía y Minería y la Agencia Nacional de Desarrollo. “Al preguntarnos por qué las pequeñas y medianas empresas quedaban tan por fuera de la I+D, detectamos que cerca de 80% no tienen profesionales, y ese es un dato de la década de 1980 que no ha cambiado hasta ahora, por lo que no tenían ni tienen cómo hacerse las preguntas. El Centro de Extensionismo Industrial trabaja un poco con la filosofía del extensionismo agropecuario: acá están los que saben algunas cosas y acá están los que hacen cosas y necesitan ese conocimiento. Demoró 30 años en concretarse este centro, que partió de detectar que las pequeñas y medianas empresas no tenían la capacidad de hacer emerger la demanda tecnológica”.

Sutz reconoce una debilidad del plan: requiere trabajar para que sea efectivo. “Eso es lo que puede hacer fracasar todo. Hay que estar dispuesto a hacerles un terreno fértil a estos investigadores, hay que ayudarlos a dialogar, hay que abrirles la puerta a la conversación. Y después hay que tener formas de coordinación”. Lo que propone la académica es, de cierta manera, un experimento. Y, como ya vimos, es un experimento bastante económico. “Hay que tener ganas de experimentar”, reconoce, y se pregunta: “¿Qué es lo peor que nos puede pasar? La gente que trabaja con capital de riesgo dice que pone diez huevos en una canasta y que si sale un solo pollito ya paga los nueve restantes”.

Sutz dice con orgullo que es posible generar estos ámbitos, y da cuenta de los éxitos que ha obtenido la Udelar haciendo acuerdos con ANCAP, UTE, el PIT-CNT, y ahora con UNICEF. “Todo 2018 trabajamos con el Sistema Nacional Integrado de Cuidados, haciendo emerger la demanda de conocimiento. Fue una cosa muy trabajosa y muy compleja, pero salió bien. Hemos aprendido a preguntar”, dice, y agrega que “está la idea de que las demandas tecnológicas y cognitivas están ahí flotando, pero no es así”. Sutz pone el ejemplo de Horacio Failache, del Instituto de Física de la Facultad de Ingeniería, que desarrolló una lámpara led mucho más económica y sencilla que las que se vendían en el mercado para tratar a bebés que nacen con ictericia, a la que bautizó BiliLED, y que hoy se está usando en varios hospitales públicos. “Un día hablando con Failache le preguntamos qué necesitaba para seguir haciendo más cosas como las que había hecho. ‘Yo necesito una góndola de problemas’, fue su respuesta, porque dijo que él no sabía salir a buscarlos. ‘Yo me acerco a la góndola y veo si es para mí. Y si no es para mí, puedo saber para quién podría ser’, dijo”. Sutz cierra su anécdota con una moña: “Yo creo que la política tiene que construir la góndola”.

“Avanzar en el sentido de superar la frontera del conocimiento es muy importante. Pero no es lo único. Modestamente lo que digo es que tener pocos investigadores es malo, pero no es lo único malo que nos pasa. Invertir poco en I+D es malo, pero no es lo único malo que nos pasa. Trato de ver cómo del otro lado se pueden hacer ciertas cosas”, reflexiona. “La propuesta es lo suficientemente modesta como para que capaz, en una de esas…”, sueña Sutz. Deberíamos hacer lo que está a nuestro alcance para demostrar que, al igual que Lennon, puede que sea una soñadora, pero no es la única. Y no está sola.

Documento: “Elementos y propuestas para una política de ciencia, tecnología e innovación basada en evidencia”

Conferencia: Ciclo de charlas abiertas del Conicyt, la Secretaría de Ciencia y Tecnología y la D2C2 del Ministerio de Educación y Cultura (10 de diciembre 2019)

 

 

El enlace original es:  https://ciencia.ladiaria.com.uy/articulo/2019/12/la-academica-e-investigadora-judith-sutz-presento-una-propuesta-tan-osada-como-practicable-de-politica-de-ciencia-tecnologia-e-innovacion-basada-en-evidencia/

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Chile: Aprobar matemáticas gracias a un videojuego es posible

América del sur/Chile/05 Enero 2020/El país

ConectaIdeas es un método de pedagogía digital innovador y pionero en América Latina que se aplica en varios colegios de Chile y Perú para reforzar el aprendizaje

“Que levante la mano quien sepa explicar qué vimos ayer”. La profesora Cecilia Aravena empieza la clase con sus 22 alumnos, cada uno sentado frente a un ordenador. Gerard, uno de los pocos que alza el brazo, responde impetuoso: “Calcular la fracción de un número”. La docente da por válida la respuesta y escribe un ejemplo en la pizarra: “Si tengo 18 sacos de cemento y ocupo 2/3, ¿cuántos sacos ocupo?”.

El curso de 4º básico D (10 y 11 años) del Colegio Teresianas de San José de Santiago de Chile asiste a una clase de matemáticas inusual, al menos en las escuelas del país sudamericano. A través del ordenador, los estudiantes resuelven ejercicios de fracciones, series numéricas, problemas de geometría, volúmenes y capacidades. “¡Jóvenes, cada uno mira a su pantalla, no la del compañero!”, el llamado de atención de la maestra se dirige a un par de chicos que comentan en voz baja. El resto, muy concentrado, busca la solución a problemas que leen en la pantalla. Algunos usan sus dedos para contar, otros dibujan palitos en el cuaderno.

También hay quienes hacen operaciones matemáticas. Luego, todos ingresan la respuesta en el ordenador y explican cómo han obtenido el resultado final. “¡Tía, mire cuanto subí!”, exclama un niño a la profesora o tía, la forma chilena para dirigirse respetuosamente a un adulto. En su pantalla aparece el mensaje “¡Felicitaciones!” y tres banderas dibujadas que representan una suma de puntos que el chico va acumulando durante la sesión. Al fondo, en la pared de la sala, se lee: “Haz de tu vida una matemática”. Es la esencia del programa ConectaIdeas, en el que los alumnos de este curso están participando.

ConectaIdeas tiene como objetivo mejorar el aprendizaje de esta materia entre los alumnos chilenos. A través de una plataforma online, con miles de problemas, la iniciativa refuerza sus conocimientos numéricos a través de varios juegos administrados a través de un software por internet que permite trabajar los conceptos aprendidos en las clases regulares.

El Colegio Teresianas de San José participa en esta iniciativa por segundo año. El centro educativo, situado en de la comuna de San Bernardo, en la periferia de la capital, responde al perfil al que apunta el proyecto. Su creador, Roberto Araya, doctor en ingeniería eléctrica e investigador de la Universidad de Chile diseñó el programa para promover el aprendizaje entre los alumnos de condición socioeconómica baja. “Me di cuenta de lo interesante que podía ser aplicar mis conocimientos de inteligencia artificial para ayudar a los niños y niñas con más necesidades y a quienes les cuesta más aprender matemáticas. Convirtiéndolas en un juego pueden llegar a cambiar la vida a estos niños y, además, les ayudo en su futuro”, explica Araya.

Para él, “la matemática es un lenguaje que permite entender el mundo” y acercar a los estudiantes al currículo STEM (abreviación en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). “La gamificación aumenta la motivación”, sostiene. El experto se refiere a la introducción de elementos de juegos en la enseñanza, una industria emergente impulsada por el aumento del acceso a dispositivos conectados a internet. “Es un fenómeno que comenzó a verse muy fuertemente a partir de 2009 para hacer las actividades más interesantes y atractivas”, define Julian Cristia, economista e investigador del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Un proyecto con “impactos excepcionales”

Cecilia Aravena tiene 58 años y desde hace nueve es parte del equipo de seis profesores que hoy ejecutan el proyecto. “El docente del centro me deja anotado en un cuaderno lo que requiere y yo, de acuerdo a eso, selecciono los ejercicios, preparo la actividad y la implemento en la sesión”, cuenta. Trabaja en otros dos colegios más de la Región Metropolitana, uno en la misma comuna y otro en La Pintana. Los tres centros tienen en común que atienden alumnos en situación de alta vulnerabilidad, procedentes de zonas con altos índices de delincuencia, narcotráfico y exclusión social. “El objetivo del proyecto es reforzar, pero la realidad es muy heterogénea y, al final, muchas veces terminamos enseñando a los niños”, apunta la profesora.

Una de sus tareas principales es supervisar el aprendizaje en tiempo real a través del software para identificar a los estudiantes que quedan más rezagados y proporcionarles apoyo adicional. “Lo que estos niños aprenden es lo que se les enseña en el colegio, nada más que eso porque viven realidades muy adversas y en la casa no les revisan las tareas. No hay apoyo”, comenta Aravena.

El impacto del programa ConectaIdeas ha sido estudiado por el BID, el International Development Research Center del gobierno de Canadá, la Universidad de Chile, y la Universidad de Cornell. La investigación, realizada en 2017 y titulada ¿Funciona la gamificación en la educación?, concluye que los estudiantes que participaron de la iniciativa mejoraron sus aprendizajes de matemáticas en un 50% comparado con los que no fueron parte de ella.

Según el estudio, sus efectos positivos son cuatro veces superiores a iniciativas como la reducción de estudiantes asignados por docente, o siete veces mayor que la ampliación de la jornada escolar de cuatro a siete horas, que se instauró en Chile a partir de 1997. “Son impactos excepcionales por el nivel de magnitud. Estos resultados no se suelen ver cuando evaluamos programas educativos. Muchas veces se encuentran efectos positivos, pero son pequeños, marginales; estos son mucho mayores”, subraya Julian Cristia, uno de los autores del trabajo.

El experimento se aplicó a 24 escuelas de primaria que reciben financiamiento estatal y que acogen alumnos con bajos ingresos —según la clasificación del Ministerio de Educación— y con retrasos en la asignatura de matemáticas. Además de constatar la mejora del aprendizaje de esta materia, los investigadores también quisieron comprobar si ConectaIdeas podía cerrar las brechas de rendimiento académico entre distintos grupos socioeconómicos. Según el último informe PISA 2018, el peso de la ventaja socioeconómica entre los estudiantes chilenos es del 13%, nueve puntos por debajo de Perú, el país con el porcentaje más alto.

“La educación en Latinoamérica tiene dos problemas muy importantes: la brecha externa, referida al atraso en aprendizaje respecto a los países desarrollados o con países que tienen el mismo nivel de desarrollo económico; y la brecha interna, la que se produce dentro de los propios países entre estudiantes de nivel socioeconómico alto y bajo”, señala Cristia. En Chile, el alumno promedio cuya madre no tiene educación secundaria está atrasado aproximadamente un año en el aprendizaje de matemáticas respecto a los estudiantes cuyas madres sí la tienen. Los resultados del estudio revelaron que ConectaIdeas logró reducir esta brecha a la mitad. “Buscábamos un programa que pudiera trabajar con las dos escalones al mismo tiempo”, añade el economista. Y lo encontraron.

La competencia como estrategia

“Vamos a dar un aplauso a Javier, que tiene 152 puntos, y a Matías, que sacó 142”, ordena la profesora Aravena al grupo antes de terminar la segunda (y última) clase semanal. Los alumnos celebran a los compañeros que lideran el ránking que calcula el propio sistema en función de la puntuación obtenida por cada estudiante con sus respuestas. La lista sirve al docente para identificar aquellos que necesitan más apoyo, es decir, los que han contestado pocas preguntas o tienen una baja tasa de respuestas correctas. “Nunca mostramos los estudiantes que quedan al final”, precisa Aravena.

“A través de un panel de control, se monitorea en línea los avances de los estudiantes en tiempo real. Además, el programa genera informes de retroalimentación para los supervisores del proyecto, los docentes y los directores de escuela”, explica Paulina Jaure, coordinadora del equipo de profesores del proyecto.

En la clase de 4ºA, Ornella y Erik han acabado los primeros y cuando la maestra pregunta por los “monitores” que ayudarán al resto de la clase, ambos se ofrecen voluntarios. Ellos recibirán en el sistema las peticiones de ayuda que sus pares solicitan a través de un botón. “Cuando uno más aprende es cuando enseña a otro. En lugar de que el mejor alumno del curso resuelva problemas más complejos, se ofrece la oportunidad de ejercer de profesor ayudante de otros. Es una fórmula que vi hace 12 años atrás en Cuba”, explica Roberto Araya, que ha visitado y conocido de primera mano experiencias educativas de todo el mundo.

Además de la competencia individual, el proyecto promueve un torneo entre todos los centros educativos que participan en el proyecto, actualmente seis. Un concurso interescolar que se celebra cada dos meses de forma virtual en el que las escuelas se disputan los puntos en juego. Durante los 40 minutos que dura la competición, el aula hierve de nerviosismo y emoción para ganar al colegio rival. Incluso los padres y madres de los alumnos participan del acontecimiento enviando vídeos de apoyo a sus hijos. “La competencia con otros cursos es sana, como en el fútbol o los partidos políticos. A futuro estos niños van a trabajar en organizaciones donde van tener que competir. Tendrán que aprender eso en la vida”, opina el creador de la iniciativa.

Entre los efectos negativos que detecta el estudio, se produce la disminución de las preferencias de los alumnos por trabajar en equipo. “Fue un resultado sorpresivo porque es algo que está muy presente en el programa”, afirma Julian Cristia. La investigación también subraya la preferencia de los estudiantes por aprender las matemáticas a través del ordenador. “La escuela tiene que cambiar para adaptarse a los nuevos estudiantes, que tienen acceso permanente a múltiples experiencias interactivas y unas expectativas altas de aprendizaje que en la escuela tradicional no están satisfechas”, indica el investigador. Un punto favorable del proyecto, para él, es que “tiene una intención clara de explotar la tecnología de forma guiada”, en contraste con otros que se limitan a entregarla sin facilitar pautas de ningún tipo. “Cuando no se da una guía la tecnología se usa poco o mal”, afirma.

Desde 2010, cerca de 70 cursos han participado en ConectaIdeas. Con un coste de implementación de 150 dólares por alumno en 2017 (un 5% más del gasto público por niño de primaria en Chile), se ha convertido en un método pionero de pedagogía digital exportable a otros países de América Latina y con potencial para reforzar otras competencias, además de las matemáticas, como la lectura. La plataforma, que es gratuita, ya ha llegado hasta las escuelas de Perú, donde hoy 80 cursos de Lima la están utilizando para reducir la brecha escolar entre niños ricos y pobres.

Fuente e imagen: https://elpais.com/elpais/2019/12/30/planeta_futuro/1577703354_582725.html

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Un futuro digital para Burkina Faso

África/Burkina Faso/03 Enero 2020/El país

‘OuagaLab’ lleva ocho años fabricando prototipos tecnológicos y dando alas a la imaginación de jóvenes autodidactas, en la capital de un país en el que más de la mitad de la población tiene menos de 30 años

“Con una impresora 3D podemos hacer infinitas impresoras 3D”, dice riendo Gildas Guiella, el fundador de primer FabLab —laboratorio de fabricación digital— en África Occidental. La primera impresora de OuagaLab en Uagadugú, Burkina Faso, fue una donación anónima y, a partir de entonces, el entusiasmo de los jóvenes del laboratorio digital hizo el resto. “Ahora, simplemente, compramos algunos componentes e imprimimos los demás, y entonces ensamblamos nuevas impresoras 3D; ya contamos con unas nueve y, con ellas, proveemos de prótesis a la industria biomédica y construimos prototipos de máquinas bajo pedido. Hemos llegado a hacer una mano ortopédica”, cuenta Guiella, a su paso por Madrid, donde participó del taller Grigri Pixel en torno a la hospitalidad.

Gildas, que estudió ingeniería electrónica e informática, empezó a ilusionarse con un laboratorio participativo cuando todavía estaba en la universidad y asistió a un evento de InnovAfrica. En aquel encuentro se habló de los FabLabs y el concepto se materializó en máquinas que, enseguida, él y algunos compañeros comenzaron a montar. De ahí que, en 2011, Guiella reuniera a otros amigos y conocidos para esparcir la idea de que no solo estaba en sus manos discutir sobre su destino sino también construir cosas que ayudaran a hacer realidad cualquier idea. Ahora tiene 35 años y es el mayor del equipo que lleva adelante el laboratorio OuagaLab, compuesto por unos siete integrantes, de los que el menor tiene 19 años.

De aquellos días inspiradores salió también la convicción de que tenían que crear “un modelo de laboratorio que fuera posible de sostener” en su contexto y para afrontar su “problemática específica”. Porque si algo no elude Guiella es el hecho de saber que vive y trabaja en un país con escasa escolarización, situado entre los últimos del mundo en desarrollo humano y, al mismo tiempo, con el 60% de la población de menos de 30 años: “Empezamos por formar gente en electrónica, cartografía y programas informáticos de código abierto, dándoles herramientas con las que los chicos podrían trabajar en el futuro, en el ámbito digital. Y entonces se creó una comunidad en torno a ese aprendizaje, una comunidad ética con las mujeres y donde no importaba la formación académica de cada uno, sino sus ganas y su compromiso”.

Con el componente humano predispuesto, OuagaLab necesitó un espacio físico en el que funcionar y convocar a nuevos participantes. Así, arrancaron con un terreno cedido por la familia Guiella y pudieron construir los tres edificios con los que cuentan hoy en la capital de Burkina Faso, gracias a una acción de crowdfunding, en 2013, en la que consiguieron algo más de siete mil euros para levantar las primeras paredes con sus propias manos. Entonces, el OuagaLab tuvo su primera sede: “Un FabLab, más allá de la definición clásica, es para mí un espacio que da esperanza y competencias, sobre todo, de vida comunitaria, que trae consigo transformación intelectual y social. Un laboratorio de fabricación no son las máquinas, sino las personas de esa comunidad. Ponemos el acento en el trabajo colaborativo y en el do it yourself, pero para dar soluciones adaptadas a nuestro contexto”, según la definición de su fundador.

Quizá sea cierto que las máquinas son la excusa por la cual se acerca la gente a hacer cosas con otra gente. Hoy, los que encabezan la asociación son cinco varones y dos chicas, de los cuales tres no han ido a la universidad: Son gente apasionada que aprende de manera autodidacta. Por ejemplo, el principal artífice de los ensayos en impresión 3D es un chico que no terminó el bachillerato: “Lo principal es el interés. Hay jóvenes que no saben leer porque nunca ha ido a la escuela y utilizan internet porque han desarrollado la imaginación y diferentes capacidades para retener la información a su manera”.

¿Cuáles son esas otras particularidades de Burkina Faso a las que se refiere el inventor? “Por ejemplo, en el ámbito educativo, ningún maestro o profesor puede mandar a sus alumnos a buscar información en Internet, porque eso sería un castigo: la conexión a Internet es carísima con respecto a los ingresos medios de la población. Tener datos puede costar unos 17 euros por mes, frente a un salario básico que apenas alcanza los 50 euros mensuales. Tampoco hay Red en las casas ni en la calle. Solo las empresas tienen acceso a un router. Y en la universidad, sí hay conexión WiFi, pero es tanta la cantidad de gente intentando conectarse que el sistema colapsa”, explica Gildas.

Frente a este panorama, la respuesta del OuagaLab fue desarrollar una caja educativa para los estudiantes, provista de una tarjeta electrónica y una antena WiFi, y que contiene contenidos pedagógicos de todos los niveles que han sido cargados en el laboratorio. Los usuarios pueden, así, conectarse a esos dispositivos para, a su vez, descargar la información allí disponible.

Estos jóvenes innovadores financian sus propios proyectos a través de la provisión de soluciones tecnológicas para el tercer sector (organizaciones que trabajan en servicios, como la educación o la agricultura, entre otros). Por un lado, elaboran sus propios planes y, por otro, facturan servicios como la fabricación y los ensayos de un secador a energía solar, o el desarrollo de una aplicación para que los apicultores comercialicen la miel. “Somos un espacio de innovación y de intermediación”, recalca el fundador.

Otras posibilidades de financiación son los proyectos conjuntos con Naciones Unidas en materia de agricultura, reciclaje, energía o salud, o el patrocinio con los fondos de la francofonía, que aporta el estado francés. “Nosotros elegimos”, advierte Guiella. Y así, eligiendo bien, han llegado a consolidar tres espacios: un edificio de coworking, una incubadora de empresas y el FabLab, que es un espacio abierto a los jóvenes y en el que se factura a las empresas externas que quieran desarrollar allí sus prototipos tecnológicos. El objetivo ahora es la autonomía financiera.

Gildas, que ha acompañado también el nacimiento de otros FabLabs en Mali, Togo, Benín, Níger, Costa de Marfil y Chad, se prepara para un encuentro conjunto de laboratorios de fabricación del continente, en noviembre, en Benín. Su lema es no perder la esperanza, esa que nota que escasea entre los migrantes africanos que llevan tiempo dando vueltas por Europa. “Yo les confirmo que las cosas se mueven y que hay mucho por hacer allí, en casa, pero no les digo que vuelvan, porque puede que a ellos les resultaría muy difícil volver a enraizarse. Lo que sí hay que hacer es recuperar la esperanza, donde quiera que uno viva”.

Fuente e imagen: https://elpais.com/elpais/2019/12/12/planeta_futuro/1576163731_151450.html

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Biología sintética: una fábrica de vida en favor del medioambiente

TyN Magazine / Dra. Graciela Salas / 30-12-2019

Los organismos personalizados revolucionarán la forma en la que fabricamos todo. Científicos del MIT forman parte de Ginkgo Bioworks, una startup de biología sintética, valuada en 1.400 millones de dólares, que está elaborando los pilares para nuestro futuro en bioingeniería.

Estos son tiempos muy fértiles para compañías como Ginkgo, impulsadas por los avances tecnológicos y económicos, en particular por el desplome del costo de la secuenciación del ADN y herramientas de edición genética como Crispr.

Hoy más de 600 empresas trabajan en este sector de la industria según SynBioBeta, una firma californiana que mantiene la base de datos de startups de biología sintética. Este universo tiene un crecimiento del 5% al 10% cada año a medida que el dinero se invierte en estas empresas, recibiendo solo el año pasado 3.800 millones de dólares, según John Cumbers, fundador de SynBioBeta.

“Estamos viendo una demanda creciente de grandes y sofisticados actores estratégicos en industrias multimillonarias que se dan cuenta de que la biología sintética transformará sus campos”, dijo Jason Kelly , CEO y cofundador de Ginkgo Bioworks.

La promesa del campo no es solo la proliferación de nuevos productos, sino también una reducción del daño ambiental que proviene de nuestra fuerte dependencia de productos petroquímicos. Estas nuevas empresas abarcan toda la gama de venta de moléculas de ADN, que son los componentes básicos de vida para las firmas de consumo de alto perfil.

Ejemplos de estas compañías son Beyond Meat, la startup de hamburguesas de origen vegetal, que salió a la bolsa en mayo y ahora vale casi 10.000 millones de dólares. Su competidor más cercano es Impossible Foods, un unicornio respaldado por una compañía que recientemente comenzó a vender las hamburguesas a Burguer King.

La carne artificial a partir de plantas como las que ofrecen compañías como Beyond Meat e Impossible Foods (Bill Gates es inversor de ambas compañías) tienen mejores propiedades medioambientales. Esta ‘carne’ utiliza proteínas de guisante, soja, trigo, patatas y aceites vegetales para imitar la textura y el sabor de la carne de animal. Beyond Meat tiene una nueva fábrica de 2.400 metros cuadrados en California (EE.UU.) y ya ha vendido más de 25 millones de hamburguesas en 30.000 tiendas y restaurantes. Según un análisis realizado por el Centro de Sistemas Sostenibles de la Universidad de Michigan (EE.UU.), una hamburguesa de Beyond Meat probablemente generaría un 90 % menos de emisiones de gases de efecto invernadero que una hamburguesa convencional hecha de una vaca.

El enlace original de esta información es:

Biología sintética: una fábrica de vida en favor del medioambiente

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¿Qué es la nanotecnología?

concepto.de/ 30-12-2019

A grandes rasgos, la nanotecnología es la manipulación y manufactura de materiales y artefactos a una escala atómica o molecular, es decir, nanométrica. Se trata de un campo muy amplio de investigaciones y aplicaciones todavía en consolidación.

La nanotecnolegía involucra la materia subatómica, así como los saberes específicos de disciplinas científicas como la química orgánica, la biología molecular, los semiconductores, la microfabricación y la ciencia de las superficies, entre otras.

Dicho de manera muy simple, la nanotecnología parte de la idea de construir máquinas microscópicas con las que a su vez producir materiales novedosos, de una configuración molecular única y particular.

Sin embargo, la naturaleza de muchas de dichas “máquinas” no es semejante a las que empleamos en nuestro día a día, sino que bien pueden consistir en virus “reprogramados” genéticamente y otros medios biotecnológicos. En consecuencia, esta tecnología es una fuente infinita de posibilidades y, naturalmente, de peligros.

Además, a través de la nanotecnología se han construido nanomateriales, que son elementos inexistentes en la naturaleza y de propiedades asombrosas. Fueron creados a partir de la modificación de las moléculas de los materiales ya existentes.

Así, se ha abierto un gigantesco campo de investigación con aplicaciones virtualmente infinitas, que se encuentran aún bajo definición y experimentación. La nanotecnología promete traer consigo una nueva revolución industrial y científico-tecnológica.

Ver además: ÁtomoMolécula

  1. Historia de la nanotecnología

En 1959 se habló por primera vez de la posibilidad de la nanotecnología y la nanociencia. El primero en hacer referencia a ellas fue un Premio Nobel de Física (1965), el estadounidense Richard Feynman (1918-1988), durante su discurso en Caltech (California, EEUU), en el que teorizó sobre la síntesis por manipulación directa de los átomos.

Sin embargo, el término “nanotecnología” fue acuñado en 1974 por el japonés Norio Taniguchi (1912-1999). Desde entonces, muchos han sido los que han soñado o han teorizado con la posibilidad de este tipo de máquinas y materiales de avanzada.

Por ejemplo, el ingeniero estadounidense Kim Eric Drexler (1955-) participó en la popularización del término y de este tipo de investigaciones, siendo en gran parte responsable del inicio formal del campo de estudio de la nanotecnología en la década de 1980. Ello, además, responde a los adelantos de la época en microscopía y al descubrimiento de los fullerenos en 1985.

A partir del año 2000 los nanomateriales comenzaron a emplearse industrialmente. En respuesta los gobiernos del mundo comenzaron a invertir enormes sumas en la investigación y desarrollo de la nanotecnología.

Sus aplicaciones al campo de la bioquímica, medicina e ingeniería genética se hicieron patentes poco después. Hoy en día se trata de uno de los campos científicos de mayor vigencia y demanda incluso en países del llamado Tercer Mundo.

  1. ¿Para qué sirve la nanotecnología?

En términos básicos, la nanotecnología es un tipo de ingeniería de materiales a escala atómica o molecular. Eso significa que permite manipular la materia a una escala infinitamente pequeña, de entre 1 y 100 nanómetros, es decir, más o menos entre el tamaño de una molécula de ADN (2 nm) y una bacteria del género Mycoplasma (200 nm).

Por lo tanto, las utilidades de la nanotecnología son virtualmente infinitas: desde intervenir la composición química de los seres vivos, permitiendo así modificar el ADN de seres vivos microscópicos y “programarlos” para llevar a cabo ciertas tareas bioquímicas, hasta la manufactura de materiales novedosos y de propiedades únicas, llamados nanomateriales.

  1. Aplicaciones de la nanotecnología

nanotecnologia aplicaciones diseño agricola
La nanotecnología elabora plaguicidas o fertilizantes que colaboran con la agricultura.

Algunas de las aplicaciones actuales de la nanotecnología tienen que ver con:

  • Industria textil: la creación de tejidos inteligentes, capaces de comportamientos pre-programados en chips u otros instrumentos electrónicos, pudiendo así ser autolimpiantes, repelentes de manchas o pudiendo cambiar de coloración y de temperatura.
  • Diseño agrícola: elaboración de plaguicidas, pesticidas y fertilizantes de bioquímica controlada que permitan el mejoramiento de los suelos, así como de nanosensores para detección de aguas subterráneas, concentración de nutrientes, etc.
  • Apoyo a la ganadería: fabricación a través de nanopartículas de vacunas y fármacos para cuidar la salud del ganado, o nanosensores capaces de alertar sobre la presencia de enfermedades, parásitos, etc.
  • Industria alimenticia: en esta área se desarrollan desde sensores alimenticios, o sea, elementos que puedan comprobar la viabilidad de los alimentos, hasta nanoenvases para ella, diseñados especialmente para retardar el proceso natural de descomposición de la comida.
  • Nanofármacos: se trata de una primera generación de productos farmacológicos diseñados con nanosistemas, capaces de distribuir de manera eficiente y específica los compuestos activos de las medicinas, obteniendo mejores y más rápidos resultados y minimizando los daños colaterales.

Por otro lado, la industria vislumbra como campos futuros de investigación los siguientes:

  • Nanoinformática, el diseño de sistemas computarizados de enorme potencia y rapidez a través de nanosistemas.
  • Nanotermología, aplicación de nanomáquinas para regular de manera eficiente y rápida la temperatura local.
  • Nanoenergías, que bien pudieran ser eficientes, seguras y de bajo impacto ambiental, como una solución a la crisis energética con que inicia el siglo XXI.
  • Soluciones ambientales, como sistemas nanotecnológicos de eliminación de residuos peligrosos o de eliminación de basura.
  1. Ejemplos de nanotecnología

Un par de ejemplos de la aplicación nanotecnológica actual a problemas humanos son los siguientes:

  • Silicio negro bactericida. Científicos australianos y españoles anunciaron la creación de un material conocido como “silicio negro”, cuya composición molecular impide, sin necesidad de productos añadidos, la proliferación de numerosas especies de bacterias grampositivas y gramnegativas, además de disminuir la efectividad de ciertos tipos de endosporas.
  • Nanocirugía mediante un robot. El laboratorio suizo ETH Zürich se preparan para probar su primer microrobot guiado magnéticamente, conocido como OctoMag, con el cual se espera poder llevar a cabo microcirugías sin abrir al paciente, simplemente inyectándolo dentro del cuerpo mediante una pequeña aguja. También en EEUU se han probado modelos semejantes de microbombas, que liberan fármacos en el ojo cuando es necesario.
  1. Nanotecnología en medicina

nanotecnologia ejemplos vacunas
Las nanovacunas pueden ayudar al sistema inmunológico a luchar contra enfermedades.

Las promesas de la nanotecnología para el adelanto de la medicina son, cuando menos, asombrosas. Arriba dimos un par de ejemplos de ello, pero aún resta mucho por descubrir, como:

  • Nanotratamientos para enfermedades incurables. Soluciones nanotecnológicas al cáncer, al VIH/SIDA o al mal de Alzheimer podrían llegar de la mano de robots bioquímicos inyectados en el cuerpo humano.
  • Enlentecimiento nanotecnológico del envejecimiento. Algún día podríamos, mediante nanopartículas, combatir el envejecimiento a un nivel molecular y alargar todavía más nuestras expectativas de vida útil, retrasando la senilidad.
  • Nanovacunas. Sistemas de protección ante enfermedades basados en la introducción de nanosistemas al organismo, los cuales se ocuparían de asistir al sistema inmunológico en la lucha contra todo tipo de nuevas enfermedades.
  • Reprogramación genética. Mediante nanorobots sería posible modificar nuestro ADN y eliminar de manera paulatina los genes portadores de enfermedades congénitas, de deficiencias y otros males. Así mejoraría la calidad de vida de la especie en general. Esto, claro, exige también repensar las leyes morales de la ciencia hasta cierto nivel.
  1. Nanotecnología y biotecnología

La biotecnología es la aplicación de soluciones tecnológicas a problemas de índole biológico. La misma adquiere todo un nuevo nivel gracias a la introducción de las nanociencias.

La posibilidad de programar o reprogramar seres vivos mediante la intervención nanotecnológica del ADN podría permitirnos conducir la vida hacia senderos más convenientes. Sin embargo, la combinación de biotecnología y nanotecnología implicará importantes riesgos éticos y biológicos.

La humanidad sabe de sobra lo que ocurre cuando intenta jugar a ser Dios. Por ejemplo, la producción de vacas más lecheras y con más carne, cultivos resistentes a las plagas, etc., deberá siempre ir de la mano con la reflexión sobre nuestro lugar en el orden natural del mundo.

Sigue con: Organismos genéticamente modificados

Referencias:

Última edición: 12 de diciembre de 2019. Cómo citar: «Nanotecnología». Autor: María Estela Raffino. De: Argentina. Para: Concepto.de. Disponible en: https://concepto.de/nanotecnologia/. Consultado: 26 de diciembre de 2019.

Fuente: https://concepto.de/nanotecnologia/#ixzz69H5yXKrY

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La cuarta revolución industrial y los retos educativos

360radio.com.co / 30-12-2019

 A propósito de la publicación de mi más reciente libro: “¿Industria 4.0: Transformación digital o cuarta revolución industrial? Mito, realidad o crisis del concepto” quisiera compartir algunas reflexiones generales que resumen la intención del mismo en clave de lo educativo.

Por: Javier Darío Fernández

La cuarta revolución industrial como mito o realidad pasa por lo que Heráclito en su momento sentenciaba: “Todo cambia, nada es” y es que todo cambio deberá materializarse y situarse en un contexto, si se quiere, y ese contexto para que sea transformador, deberá ser lo educativo, que atraviesa lo que Marcuse denominaba “la realización humana libre” y que se da por sustitución y no por verificación y falsación como lo plantea Kuhn.

Es decir, es revolución en tanto en cuanto, transforma no solo lo tecnológico, sino también lo social, lo económico, lo educativo y lo humano, transforma el modo de vida de las sociedades, si se quiere, aquí y ahora.

La cuarta revolución industrial ha permitido que la humanidad cambie en los últimos 20 años, tanto o más que lo que había cambiado en los 300 años anteriores y no solamente y exclusivamente por los grandes, veloces y variados volúmenes de información que hoy nos cohabitan sino por las grandes transformaciones en términos de interrelaciones que hoy nos permiten definirnos como sociedad.

Medellín ha hecho una gran apuesta como Centro de la Cuarta Revolución Industrial, pionera en la región, sin embargo, la pregunta que subyace necesariamente es ¿para dónde vamos y qué queremos? Y es una apuesta a futuro por reinventar el modelo de sociedad que nos es posible y permisible pensarnos y construirnos.

Y es en ese mundo de lo tecnológico donde han gravitado los imaginarios de sociedad, bien sea en modo de digitalización de la cadena de valor de la producción o en modo de la digitalización de los modelos de negocios que hoy emergen, subyacen entonces dos categorías fundamentales para explicar el concepto de la cuarta revolución industrial: la conectividad y la digitalización.

En esto aún hay retos y brechas por cerrar no solo en términos de infraestructura sino de modelo, el modelo de conectividad para la ciudad, para la región y para el país y el modelo de digitalización que explique la relación con la materialización de lo que hacemos.

En este orden de ideas, la transformación digital o cuarta revolución industrial como la aplicación de tecnologías digitales a todos los eslabones no solo productivos sino también en el contexto de las relaciones sociales implica la interconexión de manera transversal de todo con todo y de todos con todos.

Internet de la cosas, sistemas ciberfísicos, bigdata, blockchain, tecnologías avanzadas para el almacenamiento energético, micro satélites, neurotecnologías, impresión aditiva o 3D, biología sintética o nano materiales, emergen como categorías tecnológicas para explicar el nivel de desarrollo de la cuarta revolución industrial, que de la mano de las tres revoluciones industriales previas ha enmarcado un proceso histórico de desarrollo de las complejidades, desde la máquina de vapor, pasando por la electricidad y luego por la electrónica y los sistemas de cómputo hasta los sistemas que relacionan el mundo físico con el virtual.

Ahora bien, este contexto de transformación digital o cuarta revolución industrial nos debe de llevar a pensar cómo los nuevos campos de la ciencia y la sociedad vienen tratando de explicar el mundo de hoy a partir de los comportamientos micro e individuales, de lo nano y lo local, de lo unipersonal y lo simple, es decir, nos aboca a pensar en una nueva era científica que emana tanto de la cotidianidad como de las formas simples de un universo en constante crecimiento y expansión y es allí donde lo educativo emerge bien como pregunta o bien como propuesta.

Como pregunta porque nos ayuda a entender y comprender una nueva realidad mediada por: las posibilidades científicas y tecnológicas emergentes, la construcción de un orden económico y político mundial diferente y la convergencia tecnológica y la descentralización de los medios de producción como factores dinamizadores del desarrollo, que se caracteriza entre otras por el ascenso de configuraciones en red, las crecientes catástrofes “sociales” y “naturales”, la formación de bloques económicos regionales y sub-regionales, la lucha por el desarrollo sostenible y el surgimiento de iniciativas y dinámicas que privilegian el desarrollo local.

Pero también en lo científico porque trata de explicar la reestructuración de las actividades productivas y las reconfiguraciones de los sistemas de ciencia y tecnología, las cada vez más crecientes revoluciones tecnológicas emergentes en la agricultura y la industria, pero también la disminución de las inversiones públicas para el desarrollo científico y tecnológico y el aumento de la importancia del sector privado en la financiación de la investigación y la preocupación manifiesta por armonizar la productividad y la competitividad con la sostenibilidad ambiental, la equidad, la soberanía alimentaria, y la reducción de la pobreza. Sin embargo, y pese a que se habla de cómo la nueva riqueza de las naciones está en el conocimiento, sigue existiendo una ignorancia científica ante los embates modernos.

Y en lo tecnológico en tanto, asistimos a un contexto donde estamos globalmente interconectados, pero localmente fragmentados y disímiles, con una cada vez más clara separación entre la ciencia y la técnica y con nuevas formas de Producción-Circulación-Consumo: Desarrollo-Manufactura-Comercialización.

Lo educativo emerge entonces en este contexto de lo social, lo científico y lo tecnológico en medio de un nuevo contexto evolutivo de las relaciones sociales, un nuevo aparataje administrativo, jurídico y organizacional y un nuevo contexto en la praxis de las relaciones en el aula.

No obstante, el reto para lo educativo sigue siendo: el pensar e imaginar nuevos entornos de formación, es decir, una apuesta por los aprendizajes por fuera del aula, en un contexto donde hoy existen más usuarios conectados a las plataformas virtuales de aprendizaje que todo el universo presencial de las instituciones formales, con más de 30 millones de usuarios en más de 250 plataformas tipo Open edX.

Nuevos imaginarios en la relación titulaciones vs empleabilidad, que se explican ante la emergencia de emprendimientos disruptivos como base de la economía digital, con apuestas que van de la idea al negocio y con la Hiperdigitalización y la Hiperconectividad como motores del desarrollo y finalmente, el desarrollo de nuevos modelos de investigación e innovación en función de una nueva economía, donde emergen focos como: las personas y el Internet: “Presencia Digital”, la computación, las comunicaciones y el almacenamiento en cualquier lugar, el internet de las cosas, la inteligencia artificial (AI) y el Big data, la economía compartida y distribuida y la digitalización de la materia: Impresión 3D, según lo plantea el Foro Económico Mundial.

Medellín tiene hoy un gran reto en asumir el liderazgo de otrora para definir y llevar a cabo las transformaciones estructurales que se requieren, empezando por una transformación educativa que parta de pensarnos entre todos los actores el Modelo educativo que queremos y podemos, de cara a una sociedad y una economía del conocimiento donde la calidad de la educación desde la primera infancia y todo el ciclo de la básica y la media técnica articulada a la Educación superior, fortalezcan el concepto de educación como derecho asegurando el acceso de todos al sistema educativo; hoy los esfuerzos institucionales en Colombia y en Medellín se han centrado en garantizar cobertura en detrimento de la calidad, esta realidad se acaba de evidenciar con los resultados de las pruebas PISA, en los que Colombia queda rankeado en el puesto 58 de 76 países, mostrando pobres resultados en ciencias, matemáticas y comprensión lectora.

En el caso particular de Medellín las pruebas saber 11 muestran un descenso en el nivel de los estudiantes de las instituciones educativas oficiales, urge entonces dar un viraje al foco más en clave de calidad sin perder lo logrado hasta ahora en cobertura, que aún resulta insuficiente; pero también en cerrar la brecha entre la educación pública y la privada, en mejorar las condiciones materiales para la práctica pedagógica del maestro como centro articulador de la práctica educativa y de las transformaciones en el aula con mediaciones activas, que nos permitan mejorar en los resultados en pruebas nacionales e internacionales pero sobretodo en los procesos, que dinamice las interrelaciones entre los niveles educativos y sobretodo que genere un proyecto de vida para los jóvenes que hoy no tienen opciones de futuro cuando deben de pasar de la media a la educación superior; y el cierre de brechas implica no solamente lo sectorial, sino entre niveles y sobretodo entre generaciones a las que hoy hay que brindarles oportunidades para cerrar las brechas de futuro.

 

El enlace original de esta información es el siguiente: https://360radio.com.co/la-cuarta-revolucion-industrial-y-los-retos-educativos/

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¿Transhumanismo para qué?

lavanguardia.com / 28-12-2019

Filósofos y tecnólogos abren un diálogo sobre los retos de la inteligencia artificial

Una demostración simple de cómo a veces fracasamos a pesar de toda la tecnología a nuestra alcance. Acudimos con prisas a las Jornadas de Filosofía e Inteligencia Artificial , en la Facultat de Filosofia de Catalunya, y tanto la pantalla luminosa de la parada del autobús como la app que tenemos en el móvil nos indican que la llegada de nuestro transporte es “inminente”. En efecto, un autobús aparece y lo abordamos. No es el nuestro, sin embargo: se trata de otro autobús que tendría que haber llegado unos minutos después. Pero ¡estábamos seguros de haber visto el número correspondiente en el frontal del vehículo!

Llegamos tarde. Y en el aula magna (repleta de público) de la facultad, el profesor Joan Albert Vicens recuerda cómo un conductor de autobús que se guiaba únicamente por su GPS chocó con un puente en Seattle en el 2008. También sugiere que la experiencia e intuición de los pilotos debería imponerse a la superautomatización de los aviones, recordando lo ocurrido en los dos accidentes del modelo Boeing 737 Max 8 que costaron la vida a 346 personas. “La inteligencia artificial nos desposee de capacidades en algún sentido”, es la conclusión de Vicens al respecto.

En el caso de nuestro autobús, el fallo se dio por partida doble: en el sistema que nos hace de muleta para movernos por la ciudad y en nuestra propia mente, que creyó ver el número que esperábamos. Posiblemente, un transhumanista resolvería un problema tan tonto de percepción abogando por la unión del pobre humano que se equivoca con un software que no lo hace. O quizás con el propio hardware. El teléfono móvil es solo un apéndice: quizás sería mejor la unión con la máquina

Siguiendo en la escala de la anécdota, los llamados biohackers son la expresión radical del transhumanismo.Surgen de la siempre productiva cultura de garaje de Estados Unidos y son capaces de experimentar insertándose bajo la piel chips y sensores biométricos, o la llave electrónica del coche. Lo que hacen no tiene gran utilidad práctica realmente, pero lo importante es su convicción de que es mejor convertirse en ciborg.

Tim Cannon, de Pittsburgh (Estados Unidos), se ha implantado un dispositivo llamado Northstar bajo la piel de la mano que puede usarse para proporcionar diversos estímulos sensoriales, com la geolocalitzación.

Tim Cannon, de Pittsburgh (Estados Unidos), se ha implantado un dispositivo llamado Northstar bajo la piel de la mano que puede usarse para proporcionar diversos estímulos sensoriales, com la geolocalitzación. (Media3.14/Yuzu Productions)
 

 

El transhumanismo –y su derivado extremo, el posthumanismo– consideran que la evolución darwiniana ha tocado techo y que el desarrollo exponencial de la inteligencia artificial –IA, a partir de ahora– no nos deja otra salida que integrarnos en la tecnología. “Es la convicción de que el ser humano está en el soporte inadecuado”, dice Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga. “Aristóteles se reiría de esto…”, añade. Diéguez es autor de Transhumanismo: la búsqueda tecnológica del mejoramiento humano (Herder, 2017), y sostiene que esta doctrina “tiene más base en la biotecnología que en la IA y en la robótica. Soy bastante escéptico, pero hay filósofos importante que se lo toman en serio”.

Muy probablemente no se hablaría en un aula magna universitaria de biohackers, de ciborgs o de cerebros volcados en un avatar digital después de la muerte si no fuera porque todo esto tiene un componente escatológico importante, no en el sentido excremental del término (aunque algo podría haber) sino en el filosófico. Se trata de la trascendencia.

El transhumanismo quizás no habría salido de un ámbito ciberpunk si no fuera porque su gran apologeta es Ray Kurzweil, director de ingeniería de Google

 

“El transhumanismo es la nueva utopía del siglo XXI; viene a decir: vamos a cambiar la evolución”, dice un estudioso del tema, el urbanista Albert Cortina. Y observa que todo esto tiene detrás a las grandes corporaciones de Silicon Valley. En efecto, es muy posible que estas ideas no hubieran salido nunca de un ámbito ciberpunk si no fuera porque su gran apologeta es nada menos que el director de ingeniería de Google, Raymond Kurzweil, por más señas inventor (diseñó, siendo muy joven, una máquina lectora para ciegos), teórico visionario, un hombre empeñado en la prolongación de la vida, especialmente la suya propia.

Ray Kurzweil, durante una conferencia en Nueva Delhi, en marzo del 2012

Ray Kurzweil, durante una conferencia en Nueva Delhi, en marzo del 2012 (Mail Today / India Today Group/Getty Images)
 

Kurzweil, en La Singularidad está cerca: cuando los humanos trascienden la biología (Lola Books, 2012), publicado originalmente en el 2005, va un paso más allá del transhumanismo moderno formulado quince años antes por el filósofo futurista Max More (seudónimo del irlandés Max O’Connor que se traduce por Max Más), al afirmar que el desarrollo exponencial de la IA hará que para el año 2100 se alcance la “superinteligenc ia : cada nuevo cerebro artificial será capaz de diseñar otro aún más potente; éste hará lo mismo que el anterior, y así sucesivamente…

 

Algunos de los teóricos del transhumanismo, antiguos desarrolladores de IA hoy seriamente preocupados por su impacto, así como los a veces inefables biohackers de California exponen sus ideas en un libro de muy reciente publicación: Cómo ser una máquina, de Mark O’Connell (Capitán Swing, 2019). Incluido Max More, que parece hoy más interesado en la “extensión de la vida” (como Kurzweil) mediante la criogenización de cadáveres o de sus cabezas metidas en un tarro en espera de ser un día insertadas en un cuerpo artificial.

James Bedford, el primer hombre en ser criogenizado, después de muerto, en 1967, fue trasladado en 1982 a la Fundación Alcor, cuyo consejero delegado es Max More desde el 2011

James Bedford, el primer hombre en ser criogenizado, después de muerto, en 1967, fue trasladado en 1982 a la Fundación Alcor, cuyo consejero delegado es Max More desde el 2011 (Alcor Foundation)
 

Los expertos le han dado vueltas a la idea de la Singularidad y han presentado todo tipo de hipótesis, algunas de ellas apocalípticas al mejor estilo de Terminator: esa “explosión de inteligencia” hará que los humanos acabemos siendo prescindibles; una IA fuerte hasta puede llegar a asesinarnos… ¿Exageran? Podría ser. Pero cuando tales vaticinios vienen de Steve Hawking –”El desarrollo de una inteligencia artificial completa podría significar el fin de la raza humana”, dijo en el 2014, cuatro años antes de fallecer– o de Elon Musk, una de las grandes personalidades del momento, es como para pensarlo. Musk no ha dejado de reiterar esa advertencia, pero apuesta porque el ser humano se imponga a las computadoras.

 

 

Sophia, en la Feria IoT (Internet of Things ), en L'Hospitalet de Llobregat, el 4 de octubre del 2017. Sophia es la primera máquina en obtener un estatuto de ciudadanía: la de Arabia Saudí, en el 2017. Todavía se comenta el hecho que este robot de aspecto humanoide tenga 'derechos'. Esto es muy relativo pero probablemente Sophia ha sido más escuchada que cualquier mujer en la represiva sociedad saudí.
Sophia, en la Feria IoT (Internet of Things ), en L’Hospitalet de Llobregat, el 4 de octubre del 2017. Sophia es la primera máquina en obtener un estatuto de ciudadanía: la de Arabia Saudí, en el 2017. Todavía se comenta el hecho que este robot de aspecto humanoide tenga ‘derechos’. Esto es muy relativo pero probablemente Sophia ha sido más escuchada que cualquier mujer en la represiva sociedad saudí. (Llibert Teixidó)
 

Si nos ponemos en el mejor de los mundos posibles, una comunión con la máquina, lo que tenemos delante por el momento es, en palabras de Albert Cortina, “un nuevo mesianismo, una pseudoreligión”, que vende una nueva forma de inmortalidad.

No hay que extrañarse entonces de que la teología cristiana lleve “años atenta a la inteligencia artificial”, según afirma el doctor en la materia, profesor de bioética en la Universitat Blanquerna e ingeniero químico además de sacerdote Juan Ramón La Parra. “Los trabajos en IA han contribuido al conócete a tí mismo” socrático, dice, pero “una IA fuerte –la Singularidad– y el transhumanismo corren el riesgo de rebajar al hombre. Los defensores de una IA fuerte parten de una base religiosa secularizada, apocalíptica. Pero ¿qué relato de salvación ofrece la IA en un escenario apocalíptico?”

Todo esto propicia un interesante debate intelectual, y científico también. Por ejemplo, en opinión de Javier Montserrat,profesor de psicología en la Universad Autónoma de Madrid, “nos podemos plantear si es posible hablar de identidad ontológica y funcional entre ordenador y ser vivo. En mi opinión, no es posible. Uno y otro funcionan de diferente manera”. Así, “entre el teléfono móvil y yo intercambiamos datos, pero nada más”.

Se rechaza lo físico por lo virtual, se reduce nuestra historia a datos, y esto es algo parecido a una condena

Los problemas que afronta ahora mismo la relación entre los humanos y la inteligencia artificial son otros, más palpables y urgentes. “Es muy probable que nos estén distrayendo con historias de ciencia ficción”, advierte Antonio Diéguez. En la mente de todos está el “enorme poder”, señala, que se ha concentrado en manos de empresas como Google y Facebook, y que implican lo que todos coinciden en calificar de una reducción del ser humano a datos, el llamado big data. Por supuesto, con intereses comerciales. Así, Montserrat Esquerda, directora del Instituto Borja de Bioética, recuerda cómo Google ha adquirido los datos médicos de millones de pacientes en Estados Unidos, con la promesa (¿creíble?) de no ponerlos a la venta.

Pero la crítica por parte de los humanistas va más allá de estos efectos ya de por sí preocupantes, y obliga a buscar un punto de encuentro con los tecnólogos.

“Se rechaza lo físico por lo virtual, se reduce nuestra historia a datos, y esto es algo parecido a una condena”, sentencia el teólogo La Parra. Vicens apunta que, “siguiendo a Xavier Zubiri, la inteligencia humana aprende realidades, y la realidad no se reduce a datos que nos llegan por sistemas automáticos, una realidad digitalizada, facilitada, que no plantea preguntas. Y, como dice Ortega y Gasset, nos damos cuenta de la realidad cuando nos plantea preguntas”.

No estamos tan locos, los desarrolladores nos planteamos una ética

Los datos constituyen el cambio de paradigma en la concepción de la IA. “Es insensato pensar que lo que programamos es neutro. Lo más honesto es explicar por qué estos criterios nos parecen nobles. Pero no son neutros, y en ocasiones están preñados de prejuicios o de tópicos. Es mejor explicarlos”, puntualiza Francesc Torralba, director de la cátedra Ethos de ética aplicada en la Univsersitat Ramon Llull.

La réplica de los programadores no puede ser otra: “No estamos tan locos, los desarrolladores nos planteamos una ética, y me atrevería a decir que la comunidad de IA es ética y responsable”, afirma Elisabet Golobardes, investigadora y catedrática de La Salle. “Estamos muy preocupados por hacer un mundo mejor, estamos apostando por una utopía; la clave está en la educación”.

Carme Torras, profesora del Instituto de Robótica (Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Universittat Politènica de Catalunya
Carme Torras, profesora del Instituto de Robótica (Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Universittat Politènica de Catalunya (Llibert Teixidó)
 

Del mismo modo, la experta Carme Torras, profesora en el Instituto de Robótica de la Universitat Politècnica de Catalunya e implicada en un proyecto europeo sobre ética y robótica, asegura que “es importante que las personas tengan el control”. Torras, que se dedica además a la divulgación pedagógica a través de la literatura de ciencia ficción, afirma que “la comunidad robótica está muy concienciada de la necesidad de diálogo” entre tecnólogos y humanistas, algo en lo que, por cierto, coincidían todos los ponentes de las Jornadas. “Todos hemos convergido en un punto de encuentro, hemos superado un poco el naufragio en comunicación”, concluía Elisabet Golobardes.

Hace dos años, otras jornadas, Inteligencia artificial: sueños, riesgos y realidad, concluyeron con una Declaración de Barcelona que reclamaba prudencia, transparencia y responsabilidad en el desarrollo de la IA. Ahora, la cita de tecnólogos y filósofos se hacía necesaria porque, según su promotor y coorganizador, el ingeniero Francisco Batlle, “la IA se está adentrando peligrosamente en conceptos que le son extraños: mente, humano, conciencia…, un terreno en el que la filosofía ha transitado mucho, y es ahora cuando, más que nunca, se impone que colaboren en una necesaria reflexión conjunta”.

La inteligencia artificial puede proveer soluciones a problemas complicados pero no a problemas complejos

Si, como decía Montserrat Esquerda, “en este momento, la IA puede proveer soluciones a problemas complicados pero no a problemas complejos”, aún estamos lejos de una IA fuerte que nos pinte un panorama apocalíptico. “La máquina, por exceso de datos, puede llegar a manipularte –reconocía Núria Agell, matemática de Esade–. Ya tenemos las máquinas que nos están superando en capacidad de cálculo, memoria y velocidad. Pero se está investigando en la interacción persona-IA, en introducir nuevas formas de razonamiento; se tiene que intentar trabajar con etiquetas lingüísticas valorativas, que sirvan para tomar decisiones con el razonamiento que nosotros los humanos utilizamos”.

De modo que la vieja cuestión planteada por Alan Turing en 1950, ¿puede pensar una máquina?, todavía sigue abierta.

 

El enlace original esta disponible en:  https://www.lavanguardia.com/tecnologia/20191222/471947287537/transhumanismo-filosofos-tecnologos-dialogo-inteligencia-artificial-biohackers.html

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