Por: Tomás Múgica
Estamos ante un mundo en el cual conviven la integración en diversos planos (economía, ambiente y salud) con la fragmentación política y la rivalidad ideológica (sin ser una nueva Guerra Fría)
Entre el 30 y 31 de octubre tendrá lugar en Roma una nueva Cumbre del G20. Se trata de la primera reunión presencial del grupo, con algunas ausencias significativas, como las de Xi Jinping y Vladimir Putin. Es la primera función de una temporada alta de cumbres internacionales -a partir del 1° de noviembre se realizará la Cumbre del Clima COP 26, organizada por Naciones Unidas, en Glasgow- en un contexto de multilateralismo debilitado.
La diplomacia de cumbres suele ser un termómetro de la coyuntura internacional. La reunión de Roma retrata un momento de transición sistémico, signado por la fragmentación y el lento ajuste del marco institucional existente a la nueva distribución del poder, en un mundo cuya creciente integración demanda, cada vez más, acciones conjuntas.
Destacamos tres tendencias del actual escenario.
- Persistencia de una agenda de cooperación en temas de interés global.
- Creciente conflictividad en la relación de Occidente con China y Rusia.
- Tensiones al interior de la alianza atlántica.
Todo ello sirve de marco a la participación argentina, focalizada en la obtención de apoyos internacionales para afrontar el endeudamiento externo.
Más allá de los conflictos, la creciente necesidad de cooperación entre Estados en áreas como salud pública, clima y comercio e inversiones, marca el tono del G20 y otros espacios multilaterales. Repaso rápido: en cuanto al combate a la pandemia de Covid-19, si bien más del 70% de la población adulta a nivel mundial ya recibió una primera dosis de la vacuna, se requiere una acción decisiva de parte de los países más poderosos para llegar a regiones en las cuales ese porcentaje no alcanza el 50%, como Medio Oriente, Asia Central y Africa subsahariana (en este último caso es de 8,6%). Si se mira la brecha entre ricos y pobres, la vacunación en países de bajos ingresos ronda el 2%. La iniciativa Covax, más el aporte de jugadores como China y Estados Unidos a nivel bilateral, son claves para atender esa desigualdad.
En la reunión de ministros de Salud, en septiembre, el G20 se comprometió a avanzar en esa dirección. No hubo acuerdo, en cambio, sobre la liberación temporal de las patentes, un pedido impulsado por países de ingresos medios y bajos, y por algunos líderes mundiales, como el Papa Francisco.
El clima también está en el centro de las discusiones (más aun teniendo en cuenta que los acuerdos que se alcancen en Roma tendrán efectos importantes sobre la reunión de Glasgow). La reducción progresiva del uso del carbón y la adopción de una meta de 1,5 grados Celsius respecto a los niveles pre-industriales como límite para el calentamiento global divide a los miembros del G20, que representan el 80% de las emisiones globales. Aunque, según los expertos, ninguno de los miembros de Grupo posee políticas plenamente consistentes con ese objetivo, algunos de ellos -como China, India y Rusia- se muestran más reticentes a abandonar el carbón y a comprometerse a una meta por debajo de los 2 grados de aumento de la temperatura.
En el área económica el anuncio más significativo tiene que ver con la instauración de una tasa corporativa global mínima del 15%. La medida -impulsada por la OCDE y considerada tímida por los sectores más progresistas en Occidente- busca que las compañías paguen más impuestos en los países en los que realizan sus ventas. Durante la reunión de ministros de Finanzas de julio pasado, el G-20 le otorgó su apoyo. Luego deberá pasar la prueba de la implementación efectiva. Como sea, es un paso hacia un capitalismo global más equitativo.
Claro que los esfuerzos de cooperación global tienen lugar en un contexto político significativamente más conflictivo que el de 2008, año en que comenzaron las cumbres anuales de Jefes de Estado y de Gobierno en el marco del G20. El elemento más importante de ese paisaje es la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China.
La reacción frente al ascenso de China es una tendencia consolidada en la política norteamericana, que trasciende las divisiones partidarias. Más allá de cambios retóricos y de una apuesta por las alianzas (versus el unilateralismo de Donald Trump), la administración de Joe Biden dedica grandes esfuerzos a contener a China en el Este de Asia, frenar su penetración en otras áreas (como América Latina) y, en suma, poner límites en su ascenso como potencia global a nivel político, económico y militar.
Por su parte, China se muestra cada vez más asertiva, especialmente en el terreno de la seguridad. El escenario principal de su política es el Este de Asia. Allí afirma sus reclamos territoriales en el Mar del Sur de China y realiza demostraciones de poder en relación a Taiwán, cuya reincorporación constituye uno de los principales objetivos de política exterior de la República Popular.
Sin los recursos de poder de China, Rusia sigue manteniendo un vínculo complejo con Estados Unidos, en el cual domina la rivalidad (ciberataques, Medio Oriente, Ucrania), pero en el cual también hay espacio para la cooperación, aunque sea limitada (control de armamentos).
La alianza atlántica se ve afectada por esas disputas. Aunque en cuestiones de seguridad continúan alineados con Estados Unidos en el marco de la OTAN, y a pesar de que consideren a China un “rival sistémico”, los países europeos buscan mantener un lazo privilegiado con esa potencia en materia de comercio e inversiones.
Un caso arquetípico es Alemania, con bases norteamericanas en su territorio, pero también un país para el cual China representa su principal socio comercial y un mercado privilegiado para su industria automotriz. Tensiones similares aparecen en torno al vínculo entre Europa y Rusia, un socio políticamente incómodo, pero -al menos por el momento- imprescindible para cerrar la ecuación energética de la UE (Rusia suministra el 40% del gas consumido en la UE). El malestar norteamericano en torno a la construcción del gasoducto NordStream 2, que una Rusia con Alemania, pone de relieve estas dificultades.
Pero además los miembros de la UE se muestran inquietos frente a lo que perciben como una conducta potencialmente inestable de Estados Unidos, producto de los vaivenes de su política doméstica. Algunos socios, de manera notoria Francia, desconfían del compromiso de largo plazo de Estados Unidos con la seguridad europea. Frente a ello, Emmanuel Macron aboga por la “autonomía estratégica”. Aunque fuera del territorio europeo, la reciente conformación de la alianza AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos), que comporta la transferencia de tecnología a Australia para el desarrollo de submarinos nucleares, ejemplifica ese patrón. Se trata de una iniciativa que afecta la relación entre Estados Unidos y Francia, beneficiaria de un millonario contrato para construir submarinos, que fue dado de baja por Australia, y país con presencia territorial y militar en el área del Indo-Pacífico.
Producto de su crisis doméstica, nuestro país se ve obligado a desarrollar una agenda defensiva, considerablemente circunscripta a sus debilidades económicas
En resumen, estamos ante un mundo en el cual conviven la integración en diversos planos (economía, ambiente, salud) con la fragmentación política y la rivalidad ideológica (sin que se trate de una nueva Guerra Fría). El desafío, por supuesto, es encontrar espacios de cooperación en los temas de alcance global.
Argentina: en busca de apoyos
La participación argentina en Roma tendrá como foco la negociación en curso con el FMI. Nuestro país necesita el respaldo de los principales accionistas ?que forman parte del G20- para obtener un acuerdo sustentable, que le permita cubrir los vencimientos en 2022 y 2023, que suman más de US$ 36.000 millones. Las reuniones bilaterales incluyen a Angela Merkel, Ursula Von der Leyden (Presidenta de la Comisión Europea) y Kristalina Georgieva.
En materia de propuestas, Argentina demanda un marco multilateral para la reestructuración de la deuda soberana, aboga por una reducción de las sobretasas que el FMI cobra a los países que se endeudan por encima de su cuota y solicita la asignación de parte de una nueva emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG) a los países de ingresos medios y bajos. Ha propuesto también canjear deuda por acciones climáticas.
Se trata de planteos razonables y que contribuyen a otorgar un perfil más alto a la participación argentina en el G20. Lo que resulta inocultable, sin embargo, es que como producto de su crisis doméstica nuestro país se ve obligado a desarrollar una agenda defensiva, considerablemente circunscripta a sus debilidades económicas. Le cuesta proyectar prestigio y poder de manera más amplia. Sólo resolviendo nuestros problemas domésticos seremos capaces de una política exterior más ambiciosa.
Fuente de la información e imagen: https://elestadista.com.ar