Entrevista: La Banalización del Bullying

Por: Por Dolores Curia

Entrevistada: Ana Campelo

Lo primero que se encuentra después de una masacre que aterroriza al mundo son las causas secretas del asesino. “Ali David Sonboly, alemán iraní, víctima del bullying, autor de la Masacre de Munich” o también “detienen a un joven afgano, amigo del autor del tiroteo”. La edad, la nacionalidad, el bullying, la homofobia puede volver a alguien víctima o victimario. Las etiquetas que son las mismas que se utilizan a mansalva para arriesgar las razones que llevan a alguien al suicidio (de hecho estas masacres implican una instancia suidida) van armando el identikit de los que pueden ser burlados y los que pueden volverse criminales. ¿De qué hablamos cuando decimos tantas veces la palabra bullying?¿De qué volvemos a dejar de hablar? Por estos días se presenta el libro Bullying y criminalización de la infancia (Noveduc) donde su autora, Ana Campelo, se hace interesantes preguntas sobre los peligros de la banalización de un problema de convivencia que es muy grave, existió desde siempre en el discurso de la criminología.

¿El bullying está de moda? Escuchar esa palabra en boca de conductores de TV para hablar de casos de violencia infantil es parte del murmullo cotidiano. Pero también se ha ido expandiendo como muletilla burlesca y comodín para casi cualquier forma del agravio en público, a cualquier edad: “Me hizo bullying/me bullió”. Si a la situación de hostigamiento frecuente que pone en la mira a los nerds, los raros o a cualquiera que muestre una hilacha centímetros por fuera de la norma se la conoció siempre como “tomar de punto”, ¿qué hay de nuevo en llamarlo de este modo?

Ana Campelo ha sido coordinadora del Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas y como asesora en la Cámara de Diputados colaboró en la elaboración de la Ley de Promoción de la convivencia y el abordaje de la conflictividad en las instituciones educativas, presentada por la legisladora Mara Brauer y sancionada en 2013. Campelo se refiere a esa ley como “la mal llamada ley de bullying” y es precisamente ese término en inglés el que da letra al libro que acaba de publicar: Bullying y criminalización de la infancia (Noveduc). Allí, Campelo interpela la tendencia a presentar al acoso escolar como si hubiera nacido ayer. Pero sobre todo alerta: de tanto repetirlo se vacía de contenido. Y demuestra cómo desde su origen, entre estudiosos y luego en la jerga popular, la idea de bullying ha estado ligada a la victimología (ciencia que desde el siglo XIX estudia al “delito y al hombre delincuente”) y a la psiquiatría. Dice la autora: “El del bullying es un discurso fuertemente criminalizante. La equiparación entre problemas de convivencia y hechos delictivos es recurrente en la legislación, en las campañas, en los diversos textos que circulan sobre el tema. Su germen ya se encuentra presente desde los inicios de su investigación y hoy recrudece al compás de la época”.

¿Por qué un libro sobre bullying?

–Lo que me motivó a investigar fue ser testigo, mientras trabajaba en el Observatorio de Violencia en las Escuelas, de casos en los que abogados intervenían en problemas entre chicos muy chicos. Las escuelas se ponían a la defensiva y conflictos que se podrían haber resueltos de otro modo terminaban acrecentándose. El atajo judicial anulaba el camino pedagógico. También vi un abuso de las categorías de víctima y victimario, que son dicotómicas, centradas en el individuo, que borran los contextos, aplicadas a los problemas entre pares en la escuela.

Es decir, una salida punitiva…

–Una analogía entre el delito y situaciones entre menores dentro de la escuela… sianalisás la legislación antibullying de la mayoría de los países reina la confusión, por ejemplo, se habla de grooming como si fuera lo mismo que el bullying, cuando son sustancialmente diferentes. El grooming involucra a mayores abusando de menores de edad.

¿A partir de cuándo se empieza a hablar de bullying?

–El origen de la palabra remite a un psicólogo noruego, Dan Olweus. Cuando en los 80 se vuelca a investigarlo su base teórica es la criminología. Un ejemplo de esto es el énfasis en la denuncia que hacen las leyes antibullying. Olweus toma muchas ideas de la victimología. Establece perfiles de “victimario” y de “víctima”. Y también perfiles de víctimas: la víctima pasiva, la víctima provocadora. Esas son categorías de Mendelson, fundador de la victimología, una rama del derecho penal… no de la pedagogía.

Tolerancia cero

“La teoría clásica del bullying obedece a una lógica del mercado de la psiquiatrización de la infancia, que busca patologizar a la mayor cantidad de sujetos posible. Espectaculariza los vínculos sociales estableciendo roles fijos: ‘niño bueno’ y ‘niño malo’. Cuando en verdad el bullying tiene que ver con la imposibilidad de acercarme al otro”, dice Gabriela Carpineti, abogada especialista en criminología crítica, y sigue: “Para entender el tema en su complejidad hay que desprenderse de la idea de que hay sujetos ‘buenos’ y ‘malos’ desde la infancia, adaptados o inadaptados por naturaleza. Lo que la teoría clásica del bullying esconde es que el que recibe la agresión es en algún grado merecedor de ella, es esperable que sea agredido. Y al mismo tiempo desdibuja lo más profundo del conflicto: cómo construir un vínculo con el otro al margen de estereotipos y prejuicios. Esa pregunta excede al ‘bully’ y al ‘buleado’, involucra también a los adultos que los rodean”. El problema, sin duda, no empieza ni termina en la escuela. Se da no sólo en un contexto que segrega las diferencias y alienta todas las formas posibles de ese todos contra uno que el bullying engloba, sino también en el marco de una comunidad de ansiedades que delinean una narrativa de la inseguridad, y modalidades de control para combatirla.

La ley y el orden

Hace algunas semanas Emily Suski, especialista estadounidense en educación y derecho, señalaba en el periódico británico The Guardian, en torno a la ola de leyes antibullying sancionadas en su país en los últimos años, que: “en casi todos los estados están funcionando ahora leyes antibullying. Sin embargo, muy pocas abordan eficazmente el problema. El bullying no ha disminuido. De hecho, la gran mayoría de estas leyes sólo exigen castigo para el agresor: suspensión o expulsión. Cuando Montana se convirtió en el último estado en aprobar su legislación contra el acoso escolar el año pasado, simplemente se prohibió el bullying por escrito, así sin más. La ley de Idaho fue más allá en su punitivismo: incorporó al bullying a su código penal. Ser castigado por bullying en la escuela significa en Montana enfrentar sanciones penales.” Esto no es privativo de Estados Unidos. Ana Campelo desde el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas ha sido testigo de cada vez más frecuentes intervenciones de abogados especializados en bullying que ofrecen combos a padres y madres para demandar a los colegios, de delirantes propuestas de provincias que apuestan a prevenir la violencia escolar con detectores de metales y cámaras de seguridad, hasta hubo quien propuso imponer el uso de mochilas transparentes a todos los alumnos. En Mendoza, por ejemplo, una empresa de cobertura médica ofrece a los colegios privados un seguro en caso de que resulten demandados por bullying y deban afrontar los gastos de los tratamientos de quienes lo hayan padecido. El efecto sancionatorio se extiende por el continente: en México, Chile y Colombia se pena a los docentes que no hayan actuado a tiempo y consistentemente contra el maltrato. En Estados Unidos, escribe Campelo, “el three strikes and you are out (tres faltas y estás fuera) –la versión escolar de las políticas de tolerancia cero del ámbito penal–, la idea de resarcimiento a las víctimas presente en numerosas legislaciones son una analogía o transposición del campo criminológico al pedagógico.”

¿Qué ha cambiado en cómo se aborda el bullying de los 90 hasta ahora?

–Casi nada. Olweus es quien empieza a recomendar dictar legislación antibullying. Y surge una fuerte oleada de leyes y una gran presión social y mediática para hacerlo. En estas leyes empiezan a aparecer palabras propias de la victimología como “resarcimiento”. Hoy hay un estado mexicano, por ejemplo, en el que los padres del “agresor” deben costear los tratamientos psicológicos de la víctima. Estos discursos encuentran cabida en una sociedad que vio fragmentarse el lazo social. Desde el punto de vista de la pedagogía, las medidas que tomemos contra el bullying deberían ir a favor de reparar el lazo y no se seguir destruyéndolo. Lo curioso es que en los 90 Olweus dice que ha elegido investigar el tema porque “habría crecido”. Sin basarse en ninguna estadística sino, como él mismo escribe, en “resonados casos mediáticos”. Acá ha pasado algo similar en los últimos años: no sabemos si creció o no, pero definitivamente ha crecido como tema de interés mediático.

Entonces, ¿decís que el bullying es un fenómeno dibujado?

–No. No niego su existencia. Tampoco es nuevo. Antes se le decía “tomar de punto” a alguien. Claro que hay bullying, lo que digo es que no hay ningún elemento que nos permita decir que ha crecido.

¿No existen estadísticas acá?

–La estadística oficial es la del Observatorio de Violencia en las Escuelas, que hizo tres mediciones: en 2007, 2010 y 2013. En esos estudios no se indagaba específicamente sobre el bullying sino sobre muchas formas de violencia, desde la perspectiva de los chicos. De esos resultados se desprende que los casos de violencia descienden levemente del 2007 al 2010, y aumentan levemente de 2010 a 2013. Para decir que un fenómeno creció tenés que tener una serie mucho más extensa en el tiempo que te permita comparar. Por otro lado, de una encuesta a otra cambiaron las preguntas y es difícil concluir algo de la comparación. Sí hay mayor reporte de casos de bullying, pero siempre que se visibiliza un fenómeno aumentan los reportes, que coincide con un auge en la agenda mediática del tema. Nombrarlo, detectarlo, sirve para combatirlo. Lo que cuestiono es el modo en el que se lo quiere combatir.

¿De qué modo?

–De un modo que erosiona los lazos. Sobre todo mediante las representaciones que se construyen sobre el otro. El otro como fuente de peligro. El otro excluido. Si analizás todos los discursos, campañas, legislaciones antibullying, una idea que aparece todo el tiempo es que los docentes no van a hacer nada para protegerte. Los padres van con ese preconcepto, muchas veces directamente a demandar a la escuela. Si te digo todo el tiempo “los docentes no te van a ayudar”, habilito la venganza.

Suena un poco a allanar el camino para la justicia por mano propia…

–Hay un videojuego que se llama “Bully”. El argumento es: un chico ha sido acosado por sus compañeros, los docentes no hicieron nada, entonces, se venga. Va ganando puntos en la medida en que tortura a quienes lo agredieron, con métodos como hundirles la cabeza en un inodoro. En una serie de MTV hay un ring de box al que se suben quienes han padecido la agresión para vengarse. Esto no está aislado de un fenómeno global. Pienso en los linchamientos: ¿qué es lo que hace que una parte considerable de la población no los vea como algo condenable? Hay ahí un discurso victimizante, que lleva a la idea de que te tenés que arreglar sólo. Como contracara de esto están los organismos de DDHH de la Argentina, que nunca se han colocado en ese lugar, siempre han estado muy por fuera de la venganza.

¿Qué peso ha tenido el discurso médico?

–Hay un paralelo entre la elaboración de los DSM (manuales de clasificación de las patologías mentales de la APA, Asociación de Psiquiatría de Estados Unidos, muy cuestionada por su ligazón a los intereses de la industria farmacéutica, como estrategia de venta de medicamentos y terapias cognitivas) y las investigaciones de Olweus, que empieza a publicar sobre bullying en los 90. El momento en el que en Argentina y en el mundo se aviva mediáticamente el tema es simultáneo a la edición de la quinta edición del DSM, 2013. Acá no se conocen casos de medicalización por bullying, pero sí el antecedente del trastorno por dificultades de atención e hiperactividad (TDAH), un caso testigo de medicalización de la infancia.

Decís en el libro que el bullying tiene también un costado comercial.

–En Internet circulan muchísimas cartas modelo para demandar por bullying a la escuela. Muchos abogados ven un nicho, sobre todo en escuelas de clase media-alta. Hay abogados “especialistas”. He investigado cuánto cobran y es mucho y por adelantado. Y muchas otras medidas relacionadas con la judicialización: líneas de denuncia; detectores de metales, cámaras en las escuelas. Dispositivos que hablan de un clima de época, de cierto discurso sobre la seguridad.

El fenómeno existe pero cuestionás los métodos con los que se lo encara. ¿Qué alternativa propondrías?

–El bullying es un fenómeno de relaciones de poder entre pares. Algunos chicos buscan reconocimiento a través demaltratar a otros pero, cuando esto sucede, lejos de ser fuertes o poderosos, lo que se pone en evidencia es su profunda vulnerabilidad: la dificultad de encontrar otro lugar en el grupo. La intervención docente debe apuntar a proponerles otras identificaciones posibles. Esa escena de demostración de poder no puede explicarse sin tener en cuenta el contexto, el social y el institucional. Por supuesto que entran en juego cuestiones subjetivas, pero son posiciones o roles, no características inherentes de los sujetos, mucho menos cuando se trata de niños, en pleno proceso de formación.

Entonces, ¿qué se puede hacer?

–No alcanza con preguntarnos por los sujetos involucrados, tenemos que preguntarnosqué sucede en la escuela: ¿cómo se van conformando los grupos? ¿cómo intervenimos los adultos en los vínculos?¿ofrecemos oportunidades para que cada uno sea reconocido porun rasgo que lo singularice? Desde esta concepción, nos oponemos al uso de categorías que reducen la complejidad del problema como, por ejemplo, las de víctima y victimario. Estas son estigmatizantes, colocan el problema en los individuos y dejan a la sombra las condiciones en que las relaciones tienen lugar, fijan posiciones. Son propias de los enfoques “centrados en el individuo”, mientras que lo que proponemos es una perspectiva institucional.

Mencionás en el libro un proyecto, “Bill 13”, en Toronto, que proponía la creación de clubes para chicxs lgbti, que promovieran el empoderamiento frente al bullying. Decís que no te parece un buen camino. ¿Por qué?

–La idea de este proyecto era que a través de estos clubes se agrupen y empoderen en defensa de posibles agresiones. Quienes se opusieron en ese momento al proyecto lo hicieron con argumentos altamente homofóbicos. Mi crítica obviamente va por otro lado: el problema para mí es la identificación de potenciales víctimas. Es estigmatizante y suma a la lógicade la identificación con el lugar de víctima. Y si me preocupa la conformación de colectivos de potenciales víctimas, es por los efectos en la subjetividad y en el lazo. No cuestiono que haya colectivos lgbti, pero en mi opinión no es ésa una función que empodere, es mucho más interesante, por ejemplo, la lucha por la ampliación de los erechos de las minorías. La identificación de algunos chicos como potenciales víctimas o victimarios no previene e lbullying, por el contrario, son intervenciones que refuerzan la lógica del maltrato.

Hablás de los roles de víctima y victimario como intercambiables. Pero también es verdad que hay chicos que ocupan posiciones que pueden volverlos más propensos que otros a ser blanco de agresiones. ¿Cómo entran en juego en esas relaciones de poder cuestiones como el racismo y la homofobia?

–El bullying no es un fenómeno aislado, descontextualizado. Asume diferentes formas según las sociedades. En sociedades más racistas u homofóbicas, muy probablemente el bullying asuma ese sesgo, se combine con la discriminación. Sin embargo, “bullying” y “discriminación” no son lo mismo.

¿Cómo los diferenciás?

–Hay bullying siempre que un chico sea reiteradamente objeto de las agresiones de uno o más compañeros. Un acto de discriminación no siempre supone reiteración, lo que desde ya no desmerece su gravedad. Cuando la discriminación recae sistemáticamente sobre un mismo sujeto, entonces sí podemos hablar de bullying. Por otra parte, no necesariamente sonblanco del maltrato de sus compañeros quienes reúnen alguno de los rasgos que habitualmente constituyen pretextos de discriminación en nuestras sociedades.

Pero da la impresión de que esos dos tipos de pretextos generalmente coinciden…

–En diferentes investigaciones, cuando se les pregunta a los chicos en base a qué pretextos son discriminados, son mencionados la orientaciónsexual (o, más precisamente, que se los identifique con determinadas orientación sexual), aunque también son pretextos muy recurrentes rasgos físicos o la vestimenta como el “freaky”, el “gordo”, el que “se viste raro”. Cuanto más discriminatoria sea una sociedad habrá mayor coincidencia entre ambas formas de maltrato, pero muchas veces las relaciones de poder entre los chicos son inversas a las jerarquías que establece la escuela y sociedad, son así blanco de las agresiones el traga de antes y el nerd de ahora, la “linda”, etc.

¿Por qué decís que llamar “ley de bullying” a la ley que popularmente se conoce de ese modo es un error?

–La ley se llama Ley de Promoción de la Convivencia y Abordaje de la Conflictividad Social en las Instituciones Educativas, participé en el debate que tuvo como resultado su sanción por unanimidad. Las presiones de la sociedad por una ley antibullying, con las características que venimos enumerando, eran muchas y, como se desprende del título, la ley finalmente aprobada no obedeció a las mismas. Su objeto era más amplio: la experiencia de vivir junto a otros en la escuela. Fue una batalla ganada. No sucedió lo mismo en los medios de comunicación, que al día de hoy insisten en mal denominarla “Ley de Bullying”.

 

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-4665-2016-07-31.html

Foto: http://notife.com/wp-content/uploads/2016/07/school-bullying.jpg

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Aproximación histórica del pensamiento criminológico en las Ciencias Sociales

“La criminología es como una bella doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella.” (Anitua, 2005, pág. 3) 

La criminología, síntesis de la cuestión criminal

La criminología resulta ser un espacio controversial, si se realiza una revisión sobre los programas de formación en distintas universidades del mundo, lo criminológico está asociada al ámbito Jurídico, a pesar de ello, los juristas consideran a la criminología como algo de los sociólogos y/o psicólogos, paradójicamente los sociólogos y psicólogos ubican a la criminología como tema de los juristas; en esta disyuntiva la criminología trasciende y se abre lugar a medida que se fortalece en el propio ejercicio profesional y en la investigación.

El campo de estudio de la criminología se ha visto empañado de discusiones recurrentes al menos en América Latina (Gabaldón, 2014), han existido en medio de las disputas académicas posturas, por un lado, a favor de circunscribir la criminología al ámbito del orden jurídico para alcanzar respetabilidad científica y por el otro a tomar en cuenta referentes sustantivos por fuera del derecho para poder construir la noción de delito (Aniyar de Castro, 1986), el estudio de los cambios sociales para algunos dogmáticos no es asunto de los académicos sino de los luchadores sociales (Novoa Monreal, 1985).

El hecho de que la criminología se ubique en mayor medida en las escuelas de derecho, es una limitación para su propio desarrollo (Gabaldón, 2014), puesto que se impone un dogmatismo jurídico propio de la formación de los abogados que claramente delimita mucho más el campo de análisis de la criminología, dejando de lado la necesaria validación empírica y estudios desde la perspectiva social que pueden generar áreas de aplicabilidad más allá de lo normativo-jurídico.

Hablar de criminología como ciencia social es hablar de las propias ciencias sociales y los problemas que han devenido en su conformación, comenzando por considerar a las ciencias sociales como una creación (Wallerstein, 1997), una construcción reciente al igual que la criminología y en constante crisis. La confrontación entre teorías, posturas epistemológicas y paradigmas que caracterizan las ciencias sociales también lo son en el pensamiento criminológico.

La criminología es un ámbito del conocimiento, necesario para todas las ciencias y disciplinas que se relacionan con el control social, la criminalidad y el comportamiento delictivo, espacios ontológicos que se resumen en lo que se llama “la cuestión criminal”, existe mucha discusión sobre la condición de “ciencia” en la criminología, en este trabajo no profundizaremos en ésta disyuntiva, nos concentraremos en la criminología como espacio del saber vinculado a las ciencias sociales más allá del contexto jurídico-penal.

Un breve recorrido histórico de las ciencias sociales

En el transcurso de la historia, las ciencias sociales han desempeñado un rol importante, produciendo conocimiento fundamental para el desarrollo de las personas y las sociedades. En la historia de las Ciencias Sociales, debemos hacer referencia a la historia del pensamiento científico a través del mundo, la manera de gestionar el conocimiento responde a momentos históricos precisos.

Si comenzamos revisando desde el Medievo occidental podemos destacar que el conocimiento era exclusivo del mundo clerical (Wallerstein, 1997), en el renacimiento los filósofos desde la racionalidad descubrieron las leyes naturales y comenzaron a construir los saberes de su tiempo, en el siglo XVIII comienzan a cuestionarse a los teólogos y los filósofos surgiendo un grupo de personas que postularon que la verdad se descubre empíricamente y no por ordenamientos divinos ni deducciones de leyes naturales, estos individuos comenzaron a llamarse científicos dándose así la primera división de los saberes.

Así nace lo que se conoce en el siglo XX como las dos culturas: la cultura filosófica humanística y la cultura científica natural dando origen a una reestructuración de las universidades, en el Medievo europeo la universidad tenía cuatro facultades: medicina, derecho, teología y filosofía. La medicina y el derecho eran saberes específicos para personas que desempeñarían una práctica en la sociedad, la teología era un área de los clérigos y para el resto la filosofía, siendo ésta última la base de todo el saber que se construyó hasta hoy en día, por un lado las ciencias naturales o puras y por el otro humanidades o de artes y letras variando los nombres de acuerdo a los países (Wallerstein, 1997).

Posteriormente con la revolución francesa se fraguan una serie de cambios profundos en la geocultura que trasciende a la idea de tener que estudiar los cambios que pueden darse en las sociedades, así surge un área de conocimiento que se conoce luego como ciencias sociales. Por un lado de las humanidades y por el otro de las ciencias naturales.

En principio se retoma un concepto más antiguo, la “historia” y se ubican a estudiar lo concerniente al pasado. Para estudiar lo concerniente al presente surgen la economía, la política y la sociología respondiendo a la “lógica liberal que concibió la modernidad como la separación de tres áreas diferentes de la realidad: el mercado, el Estado y la sociedad civil” (Wallerstein, 1997, pág. 15), luego de la segunda guerra mundial hubo una expansión enorme del desarrollo acompañado de igual forma de un crecimiento en intereses intelectuales.

En el transcurso de la historia, las ciencias sociales se han enfrentado a dualismos que las ubican en un área en constante movimiento pendular: en un extremo las ciencias puras y en el otro las humanidades, por ejemplo, se encuentra la economía más cerca de las ciencias naturales y  la historia más cerca de las humanidades. Por ende, las ciencias sociales han pasado los últimos dos siglos oscilando entre esas dos epistemologías.

Cuando dentro de los cambios sociales, se estudian los comportamientos humanos considerados indeseados. o que en un sentido más amplio las propias sociedades rechazan, se comienzan a generar conocimientos que más adelante se incluirán en un ámbito de conocimiento llamado criminología.

Un poco de historicidad en los pensamientos criminológicos

Cuando se realiza una lectura de los orígenes de la criminología, nos encontramos con diversos pensamientos y discursos sobre la cuestión criminal, que responden a la sincronía histórica que los caracteriza. Ubicar en la historia un origen concreto de la criminología es difícil, los diferentes discursos están relacionados a la construcción del conocimiento, que de forma diferencial. se hace de acuerdo a las sociedades que se analizan, es por ello que en lugar de analizar una historia de la criminología es más adecuado ubicar el análisis en los pensamientos criminológicos que caracterizaron cada época.

Al realizar un recorrido histórico, la mayoría de los autores comienzan en la Ilustración o desde los planteamientos de Cesare Lombroso con “el Hombre Criminal” (Garrido, Stangeland, & Redondo, 2001), a los criminólogos no nos gusta hablar de un origen muy particular pero totalmente cierto que es el de la “demonología”, estos saberes provenientes de la teología tienen su auge en los inicios de lo que se conoce como el poder punitivo.

En el siglo XIII europeo apareció la estructura del Estado y a través de ella, comienzan a gestionarse los conflictos y una nueva actitud para determinar la verdad de las conductas que se consideraban desviadas; en esa época el método utilizado para esclarecer los hechos y llegar a la verdad era la “inquisición”. Malleus maleficarum (el martillo de las brujas) es el primer tratado de criminología de la historia y tuvo un impacto muy destacado en el juicio contra las brujas del continente.

En el siglo XVIII, ese Estado absolutista sería fuertemente criticado, y uno de los aportes más importantes que se realiza es la inclusión de los conceptos de “delito, pena y juicio”, ello representaría la gestación de una nueva legitimidad en la administración del poder punitivo por parte del Estado. Sectores sociales llamados burguesía, hicieron surgir nuevos discursos criminológicos e instituciones que también conformaban prácticas discursivas como: alienismo, evolucionismo y positivismo; policías y médicos. El pensamiento criminológico de las clases dominantes posteriores al siglo XIX se pretendería no político; “al despolitizar la cuestión criminal, centrándose en la figura del autor de lo definido como delito, el objeto de estudio pasa a ser el delincuente y en concreto el comportamiento criminal.” (Anitua, 2005, pág. 119).

El siglo XIX es precedido por la “revolución industrial” que trajo consigo las innovaciones tecnológicas como las máquinas a vapor que reemplazaron la manufactura y el artesanado, formas de economía típicas de los “campesinos sin tierra”; estos cambios dieron origen a nuevas formas de administración económica. Esta forma de pensar influiría decisivamente en el pensamiento criminológico de la época y, en consecuencia, en sus aportes prácticos, un ejemplo es la difusión en el siglo XIX de las policías nacionales[1]. La Francia post-revolucionaria organizó su policía en 1798 de acuerdo al modelo centralizado absolutista, con el agregado de la legalidad típica de la dominación burocrática. Irlanda creó una policía nacional en 1823, en Londres se creó la Policía Metropolitana en 1829, y en 1844 apareció la Guardia Civil en España (Anitua, 2005)

La principal institución de control formal elegida por la clase burguesa fue la prisión. En el pensamiento imperante de este período (democrático-burgués) los métodos de control eran la escuela, la fábrica, el ejército y la cárcel; ésta última, es la que con mayor claridad impone la disciplina individual y el control de masas.

Estos sistemas estuvieron centrados fundamentalmente en dos modelos: el primero, denominado celular o sistema filadélfico, desarrollado en 1790 y aplicado por primera vez a treinta (30) internos de una antigua prisión del condado en la calle Wainut de Filadelfia. Se basaba en el aislamiento, la prohibición de trabajar, la educación religiosa y el silencio absoluto. El segundo modelo, se desarrolló en 1821 con la intención de hacer una modificación para incluir el trabajo, y por consiguiente, la rentabilidad de las prisiones. Bajo este modelo surge el penal de Auburn en el estado de Nueva York, donde se introdujo el trabajo colectivo en estricto silencio durante el día y mantenía el aislamiento durante la noche.

Este sistema se reprodujo rápidamente por los Estados Unidos y luego por Europa, en donde se implantaron ambos modelos; el primero era considerado más humano por tener en cuenta la introspección; sin embargo; eran frecuentes los casos de suicidio y locura por lo estricto del aislamiento. El segundo modelo fue considerado menos humano porque se realizaban trabajos forzados y se establecieron jornadas laborales exhaustivas de hasta diez (10) horas diarias los siete días de la semana.

La cárcel en el devenir histórico ha cumplido diversos papeles, dependiendo de la forma como cada sociedad ha reaccionado frente al delito. Las formas penales han variado desde sanciones como el descuartizamiento hasta una fase que pudiésemos llamar “moderna” la segregación o el aislamiento del delincuente como terapia para sus males y la defensa social. De igual forma han cambiado los paradigmas en cuanto a lo carcelario, desde el sólo castigo corporal, la expiación de las culpas en soledad, el trabajo y finalmente la educación y readaptación.

En las sociedades democráticas de la modernidad, encontramos que la razón de ser de un sistema penitenciario es la rehabilitación. Sin embargo, desde cualquier punto de vista, la cárcel ha fracasado como institución recuperadora, en términos generales lo que parece conseguir es la promoción de comportamientos delictivos y la profundización de conductas desadaptadas a la luz de las sociedades convencionales por efecto del proceso de prisionización[2]; incluso las que cuentan con una infraestructura adecuada imposibilitan cualquier tipo de intervención eficaz centrada en la persona que pueda finalizar en un cambio conductual tendiente a la  readaptación.

Los pensamientos criminológicos en el espacio científico

El siglo XIX fue un siglo caracterizado por la ciencia aplicada, por el desarrollo de grandes invenciones, en el cual las distintas disciplinas científicas alcanzaron una madurez que aún hoy marcan las explicaciones del sentido común sobre la mayoría de los fenómenos naturales. En el caso de la criminología y la sociología, este siglo marcó el inicio de su concepción científica, a pesar de que las concepciones etiológicas que las nutrían venían desarrollándose en  tiempos anteriores; en el caso de la criminología destacan las primeras concepciones sobre el hombre criminal y la influencia del pensamiento positivista, por ejemplo: la concepción del criminal nato, descrito por Lombroso en donde se hace hincapié en las características físicas-antropológicas (Garrido, Stangeland, & Redondo, 2001).

Éste siglo también marcó el inicio de la estadística delictiva y el estudios probabilísticos sobre ocurrencia del crimen tomando en cuenta elementos de todo tipo como la zona geográfica, condiciones climatológicas, raza, edad, género, entre otros. Los discursos criminológicos con estas inclinaciones, se mantendrían durante el siglo XX, y la sociología adquirió un carácter predominante en ellos, la inclusión de la sociología en el estudio del comportamiento delictivo dio origen a la sociología criminal.

En la primera y segunda década del siglo XX en los Estados Unidos surge lo que se conoce como la Escuela de Chicago, cuya gran virtud fue la inclusión del discurso del desviado en la explicación de la desviación y el delito, en ese sentido comprenden la desviación como una estrategia adaptativa al entorno, contribuyendo al desmantelamiento de la idea de la delincuencia como patología, producto del estudio del desviado como cifra de laboratorio o como dato estadístico (Antón Prieto, 2011).

La influencia de los pensamientos criminológicos desde la perspectiva social originó una serie de planteamientos teóricos enfocados en las relaciones sociales y la influencia de las interacciones entre los individuos como elementos etiológicos del comportamiento delictivo. Autores como Sutherland escriben sobre la teoría de la asociación diferencial y reflexionan sobre los delitos de cuello blanco. Surgen de igual modo las teorías de la reacción social, teorías del conflicto, el marxismo y el pensamiento crítico respecto de la cuestión criminal.

En la década de los años 60 y primeros de los 70, el pensamiento criminológico está marcado por las teorías del Etiquetamiento y la reacción social, donde el grueso del análisis se dirige hacia el control social. Aquí existe una interacción entre el individuo desviado y la sociedad, donde ésta es el sujeto fuerte y el desviado, el débil. Por consiguiente el delito y el delincuente son etiquetas, construcciones sociales que los sujetos frágiles cumplen en el transcurso de la carrera delictiva.

Este pensamiento, es la base de la criminología crítica, donde se afirma que el Estado con su principal herramienta, el derecho penal, son los creadores por definición del delito y del delincuente, el primero una expresión del capitalismo y el segundo una forma de resistencia y respuesta a dicho sistema (Antón Prieto, 2011), situación que se evidencia incluso en nuestros días en los sistemas penales: en general los privados de libertad resultan ser jóvenes, inexpertos, pobres o pertenecientes a grupos minoritarios, es decir sujetos frágiles, vulnerables.

En lo que se ha denominado la época de la postmodernidad, caracterizada por diversos eventos como la caída del muro de Berlín en 1989 y el surgimiento de la sociedad de las redes, se presenta la caída del pensamiento universal, los postulados en las ciencias sociales ya no se pueden generalizar, aparecen los pensamientos concretos, contextualizados, y los paradigmas tradicionales ya no se asumen con tanta solides; la relativización de estos paradigmas epistemológicos desembocan en una crisis etiológica de la criminología (Antón Prieto, 2011).

El acceso a la información global, permite el análisis de una cantidad de situaciones que ponen en tela de juicio los postulados criminológicos más tradicionales: se observan disminuciones en las tasas delictivas en períodos donde se incrementa la pobreza y el desempleo, así mismo aumentan los delitos en etapas de bonanza económica; las clases medias y altas delinquen igual o más que los pobres; es más abundante el delito en áreas acomodadas que en las pobres. Por supuesto, estas situaciones contradictorias con los postulados de la criminología no se dan de la misma forma en todos los lugares, por ejemplo: en Japón la prosperidad y las tasas delictivas tienen una relación inversa, pero en América Latina el aumento de la pobreza parece relacionarse con el aumento de la delincuencia (Antón Prieto, 2011).

En definitiva, el conocimiento de la historia de las sociedades y de la historia de los pensamientos criminológicos, resulta fundamental para comprender aquellos conceptos que forman parte de los discursos actuales, como el de “criminología” que tiene una particular historicidad. La criminología, tiene en la actualidad múltiples y hasta opuestos significados, dependiendo del autor y del enfoque al cual se pertenece. Esto brinda distintas formas de reflexionar sobre la “cuestión criminal”. Los diferentes esquemas de pensamiento acabados en “ismo” han realizado enfoques sobre aspectos distintos de esa cuestión y, también desde presupuestos políticos igualmente disímiles. Estas formas de reflexionar, han permanecido e influyen en el pensamiento criminológico de la actualidad (Anitua, 2005)

Una mirada actual

Al mirar en la historia la evolución de los distintos pensamientos criminológicos, los más antiguos provienen del surgimiento del Estado absolutista, posteriormente surgen los primeros modelos criminológicos integrados de criminología de la Edad Media; pasando por aquellos pensamientos expresados en movimientos como la Ilustración y la Revolución Francesa que generaron importantes cambios en las sociedades; el surgimiento de los sistemas penitenciarios en el siglo XIX; el positivismo criminológico; la inclusión de la sociología y la Escuela de Chicago; las criminologías de la Segunda Guerra Mundial y el nacimiento del pensamiento crítico respecto de la cuestión criminal; hasta llegar a los pensamientos criminológicos de finales del siglo XX.

La criminología afronta numerosos retos en la actualidad, por un lado el estudio de las instituciones de control social formal como el sistema de justicia y por el otro del delito, constructo mucho más complejo, ya que no es considerado un asunto solamente político, ni jurídico, ni policial mucho menos médico psiquiátrico, tampoco sociológico; por lo que requiere un análisis superior, transversal que no puede adjudicarse a un modo de generar conocimiento ni a una forma de pensar, es aquí donde la criminología se justifica como ciencia multidisciplinaria y social.

Aún queda camino por recorrer, la praxis reflexiva en las sociedades modernas nos conduce a plantear nuevas formas de generar conocimiento, nuevas formas de abordar los fenómenos sociales, sobre todo los vinculados a la cuestión criminal, que no pueden ser exclusivos de un área o disciplina particular. Su estudio transversaliza las ciencias sociales, humanas y trascienden lo jurídico-penal. Un importante paso para esta tarea es la promoción de la criminología en espacios universitarios no vinculados, exclusivamente, a las escuelas de derecho, que motiven a profesionales con otras miradas a contribuir en la expansión del campo de estudio de la criminología.

Los criminólogos hoy en día no sólo necesitamos ampliar los modos de comprender el fenómeno de la desviación, sino también debemos comprometernos a ser impulsores de la interdisciplinariedad, para lograr desde la participación de las diferentes ciencias sociales y disciplinas la construcción de saberes criminológicos aplicables a los contextos sociales de la actualidad.

 

Bibliografía

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Antón Prieto, J. I. (2011). La criminología como ciencia social. Pasado, presente y futuro. Dialnet (http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3687937) (13), 38-45.

Clemmer. (1940). The prison community. New York: Rinehart and Winston.

Gabaldón, L. G. (2014). Criminologías Latinoamericana y Norteamericana: Una visión desde el Sur. En L. G. Gabaldón, & Y. Monsalve, Control Social y Seguridad, Investigación para la Política Pública (págs. 19-60). Mérida: Universidad de los Andes, Consedo de Publicaciones Universidad Católica Andrés Bellos.

Garrido, V., Stangeland, P., & Redondo, S. (2001). Principios de Criminología. Valencia: Tirant lo Blanch.

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Silva, A. (2003). Criminología y Conducta Antisocial. Mexico, D.F.: Pax México.

Wallerstein, I. (1997). La historia de las Ciencias Sociales. México: Signum Editores S.A.

[1]  Aunque tienen su origen en Francia, antes y durante el Antiguo Régimen, con el objeto de delación y control total terrorista

[2] El término hace referencia era un proceso similar a la asimilación, observando que de la misma manera como un inmigrante adopta los patrones culturales del lugar al que llega para empezar a vivir, una persona que entra en la prisión sufre un proceso en el que adquiere las costumbres, normas y valores que le son propios a la prisión y a los prisioneros (Clemmer, 1940)

Fuente de la foto: http://mlc-s2-p.mlstatic.com/historia-de-la-criminologia-wehner-669501-MLC20361926892_072015-F.jpg

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