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La democracia en disputa. Una entrevista con Boaventura de Sousa Santos

La crisis económica

Emma Faviola & Roque: Parece evidente que el capitalismo mundial vive una crisis permanente de crecimiento y de agotamiento del modelo basado en el aumento continuo del consumo. ¿Cree usted que el decrecimiento económico y el agotamiento de los recursos va a influir en la construcción de cambio hacia una economía menos salvaje, menos utilitarista?

Boaventura de Sousa Santos: Hoy es evidente que el desarrollo capitalista toca la capacidad límite del planeta Tierra. Se rompieron varios récords de riesgo climático en Estados Unidos, en la India, en el Ártico, y los fenómenos climáticos extremos se repiten con cada vez mayor frecuencia y gravedad. Ahí están las sequías, las inundaciones, la crisis alimentaria, la especulación con productos agrícolas, la creciente escasez de agua potable, el desvío de terrenos destinados a la agricultura para desarrollar agro-combustibles, la deforestación de bosques… Se va constatando que los factores de la crisis están cada vez más articulados y son, al final, manifestaciones de la misma crisis, que por sus dimensiones se presenta como crisis civilizatoria.

Todo está vinculado: la crisis alimentaria, la crisis ambiental, la crisis energética, la especulación financiera sobre los bienes y los recursos naturales, la apropiación y la concentración de tierras, la expansión desordenada de la frontera agrícola, la voracidad de la explotación de los recursos naturales, la escasez de agua potable y la privatización del agua, la violencia en el campo, la expulsión de poblaciones de sus tierras ancestrales para abrir camino a grandes infraestructuras y megaproyectos, las enfermedades inducidas por un medioambiente degradado, dramáticamente evidentes en la mayor incidencia del cáncer en ciertas zonas rurales, los organismos genéticamente modificados, los consumos de agro tóxicos, etcétera.

En varios países de América Latina, la valorización internacional de los recursos financieros permitió una negociación de nuevo tipo entre democracia y capitalismo. El fin (aparente) de la fatalidad del intercambio desigual (las materias primas siempre menos valoradas que los productos manufacturados), que encadenaba a los países de la periferia del sistema mundial al desarrollo dependiente, permitió que las fuerzas progresistas, antes vistas como “enemigas del desarrollo”, se liberasen de ese fardo histórico, transformando el boom en una ocasión única para realizar políticas sociales y de redistribución de la renta. Las oligarquías y, en algunos países, sectores avanzados de la burguesía industrial y financiera altamente internacionalizados, perdieron buena parte del poder político gubernamental, pero a cambio vieron incrementado su poder económico. Los países cambiaron sociológica y políticamente, hasta el punto de que algunos analistas vieron la emergencia de un nuevo régimen de acumulación, más nacionalista y estatista, el neo-desarrollismo, sobre la base del neo-extractivismo.

Sea como fuere, este neo-extractivismo se basa en la explotación intensiva de los recursos naturales y, por lo tanto, plantea el problema de los límites ecológicos (para no hablar de los límites sociales y políticos) de esta nueva (vieja) fase del capitalismo. Esto es tanto más preocupante en cuanto este modelo de “desarrollo” es flexible en la distribución social, pero rígido en su estructura de acumulación. Las locomotoras de la minería, del petróleo, del gas natural, de la frontera agrícola son cada vez más potentes y todo lo que se interponga en su camino y obstruya su trayecto tiende a ser arrasado como obstáculo al desarrollo.

¿Qué pasará cuando el boom de los recursos naturales termine? ¿Y cuando sea evidente que la inversión en los recursos naturales no fue debidamente compensada por la inversión en recursos humanos? ¿Cuando no haya dinero para generosas políticas compensatorias y el empobrecimiento súbito cree un resentimiento difícil de manejar en democracia? ¿Cuando los niveles de enfermedades ambientales sean inaceptables y sobrecarguen los sistemas públicos de salud hasta volverlos insostenibles? ¿Cuando la contaminación de las aguas, el empobrecimiento de las tierras y la destrucción de los bosques sean irreversibles? ¿Cuando las poblaciones indígenas, ribereñas y de los quilombos (afro-brasileños) que fueron expulsadas de sus tierras cometan suicidios colectivos o deambulen por las periferias urbanas reclamando un derecho a la ciudad que siempre les será negado?

Estas preguntas son consideradas por la ideología económica y política dominante como escenarios distópicos, exagerados o irrelevantes, fruto de un pensamiento crítico entrenado para dar malos augurios. En suma, un pensamiento muy poco convincente y de ningún atractivo para los grandes medios de comunicación.

Solo una conciencia y una acción ecológica robusta y anticapitalista pueden enfrentar con éxito la vorágine del capitalismo extractivista. Al “ecologismo de los ricos” hay que contraponer el “ecologismo de los pobres”, basado en una economía política no dominada por el fetichismo del crecimiento infinito y del consumismo individualista, sino en las ideas de reciprocidad, solidaridad y complementariedad, vigentes tanto en las relaciones entre los seres humanos como en las relaciones entre los humanos y la naturaleza.

E&R: ¿En qué momento las asociaciones voluntarias no gubernamentales sustituyen las obligaciones del propio Estado?

BDSS: El conjunto de políticas sociales que hacen efectivos los derechos sociales y económicos, y consolidan en el imaginario popular la idea de soberanía, fue ahora convertida en un anatema, vista como un obstáculo para el libre comercio y la globalización. Tal vez, para sorpresa de muchos, hay que señalar que esta actitud conservadora y antidemocrática fue apoyada por los activistas internacionales de derechos humanos que surgieron en ese periodo, defensores de que el Estado dejara de invertir en las prestaciones sociales, al considerarlo ineficiente, corrupto y abusivo, y de transferir la administración de esas prestaciones a la sociedad civil, a través de organizaciones no gubernamentales locales vinculadas a otras  igualmente internacionales, que a partir de entonces proliferaron como hongos. El 90 % de las organizaciones no gubernamentales internacionales que existen fueron creadas después de 1970. De ahí a la aparición de Estados fallidos, una de las creaciones más perversas del neoliberalismo, sólo hay un paso.

E&R: ¿Podemos replantear la cartografía económica global en términos de luchas por la deslocalización de hegemonías de poder?

BDSS: Hay una lucha entre poderes de la Unión Europea y Estados Unidos que han descubierto que expresan intereses distintos, pero tienen intereses comunes cuando se trata de Rusia y China. Entonces, habrá que unirse para impedir que la dinámica del capitalismo pase desde ese eje Europa-Norteamérica hacia un eje Rusia-China-India-Brasil. Por tanto, claro que hay una lucha por la hegemonía dentro del sistema mundial.

Por otro lado, Estados Unidos está haciendo lo que hacen siempre las potencias que están en declive, que es arrastrar a los otros, por eso se crean estas parcerías Transpacíficas y Transatlánticas (El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión, TPP y TTIP respectivamente, por sus siglas en inglés): para retardar su decadencia uniéndose a países más débiles. Esa es la lógica de los tratados.

E&R: En ese contexto, ¿cómo podemos pensar una descolonización de la economía?

BDSS: Para empezar es necesario des-mercantilizar. Esto significa mostrar que usamos, producimos e intercambiamos mercancías, pero que no somos mercancías ni aceptamos relacionarnos con los otros y con la naturaleza como si fuésemos una mercancía más. Somos ciudadanos antes de ser emprendedores o consumidores y, para que lo seamos, es imperativo que ni todo se compre ni todo se venda, que haya bienes públicos y bienes comunes como el agua, la salud, la educación.

Des-mercantilizar a partir de las epistemologías del Sur es el despensamiento de la naturalización del capitalismo. Consiste en sustraer vastos campos de actividad económica a la valorización del capital (la ley del valor): economía social, comunitaria y popular, cooperativas, control público de los recursos estratégicos y de los servicios de que depende directamente el bienestar de los ciudadanos y de las comunidades. Significa, sobre todo, impedir que la economía de mercado extienda su ámbito hasta transformar la sociedad en una sociedad de mercado (donde todo se compra y todo se vende, incluyendo valores éticos y opciones políticas), como está sucediendo en las democracias del Estado de mercado. Significa, además, dar credibilidad a nuevos conceptos de fertilidad de la tierra y de productividad de los hombres y de las mujeres que no colisionan con los ciclos vitales de la madre tierra: vivir bien a la vez que vivir siempre mejor.

La crisis de derechos humanos

E&R: Parece que la crisis económica está también apareciendo con fuerza en América Latina, y vemos como reacción un peligro de regresión democrática y marcha atrás en algunos logros recientes. ¿Cómo articulamos la crisis de representatividad y la crisis de derechos humanos en la región?

BDSS: Hoy no se pone en tela de juicio la hegemonía global de los derechos humanos como discurso de la dignidad humana. Sin embargo, esa hegemonía convive con una realidad perturbadora: la gran mayoría de la población mundial no constituye ser sujeto de los derechos humanos, sino más bien el objeto de los discursos sobre derechos humanos. Hay siempre una parte de nuestras poblaciones – sean las mujeres, sean los indígenas, sean los afro-descendientes –  que son objeto de discursos de derechos humanos, porque no están en condiciones de ejercer sus derechos. Si llegan, por ejemplo, a un tribunal a representar una causa una indígena en México – y estoy hablando de experiencias concretas – en Veracruz, si eres una indígena, y vas a hablar con un oficial o un funcionario, seguramente que te vas a quedar para el fin de la cola. Todos van hablar primero, los blancos, los mestizos, por último quizás, hablará la mestiza. Ella no tiene derechos. Vive en una sociedad civil, incivilizada que no es una sociedad de derechos. Es tolerada por el derecho.

Cuando menos fuerte sea la democracia representativa, mayor será la exclusión social.

E&R: Ante la crisis de derechos humanos y la ausencia de derechos, ¿cuál es el desafío a la hora de tejer redes globales de solidaridad internacional?

BDSS: Fue eso lo que intentamos desde el 2001 cuando creamos el Foro Social Mundial. A pesar de sus limitaciones y de las críticas internas y externas, el Foro se ha constituido como un modo creíble de espacio global abierto, un grupo de encuentro para los movimientos y organizaciones más diversos, procedentes de los lugares más distantes del planeta, implicados en las luchas más diversas, ahora, ¿Esta mezcla de debilidad y fortaleza que ofrece el Foro como respuesta es sostenible a la larga? ¿expresándose en una cantidad babélica de idiomas, anclados en filosofías y formas de conocimiento occidentales y no occidentales, defendiendo diferentes concepciones de la dignidad humana, exigiendo una variedad de otros mundos que tendrían que ser posibles?

La respuesta es: el Foro no responde a la cuestión del por qué de dicha diversidad, ni para qué, en qué condiciones y en beneficio de quién. Pero ha tenido el acierto de hacer esta diversidad más visible y más aceptable para los movimientos y las organizaciones; las ha hecho conscientes del carácter incompleto o parcial de sus luchas, de sus políticas y sus filosofías; ha creado una nueva necesidad de inter-conocimiento, inter-reconocimiento e inter-acción; ha fomentado coaliciones entre movimientos hasta entonces separados y que sospechaban unos de otros. En suma, ha convertido la diversidad en un valor positivo, una fuente potencial de energía para la transformación social progresiva.

Después el foro perdió un poco su ánimo pero hubo muchas organizaciones de mujeres indígenas, de afros, de campesinos, que se organizaron en articulaciones internacionales. Por ejemplo, la Vía Campesina, es una de las organizaciones campesinas más fuertes del mundo. Yo mismo estuve con ellos en Zimbabwe y participamos en un taller de la Universidad Popular de los Movimientos Sociales, entonces realmente sí hicieron cosas.

E &R: ¿Estamos ante el fin del Estado-nación?

BDDS: Pienso que en el momento en que vivimos en América Latina, hay un contexto que es necesario tener en cuenta y que tiene que ver con la emergencia del concepto de plurinacionalidad. La idea de plurinacionalidad es hoy consensual en bastantes estados del mundo. Existen bastantes estados que son plurinacionales. Canadá es plurinacional, Suiza es plurinacional, Bélgica es plurinacional. Entonces, históricamente, hay dos conceptos de nación. El primer concepto de nación es el concepto liberal que hace referencia a la coincidencia entre nación y Estado; es decir, nación como el conjunto de individuos que pertenecen al espacio geopolítico del Estado y por eso en los Estados modernos se llaman Estados-nación: una nación, un Estado. Pero hay otro concepto, un concepto comunitario no liberal de nación, que no conlleva consigo necesariamente el Estado.

Por ejemplo, sabemos cómo los alemanes fueron, en Europa central y oriental, durante mucho tiempo, una nación sin Estado porque su identidad era una identidad cultural y no una identidad política. Aquí podemos ver que esta segunda tradición de nación, la tradición comunitaria, es la tradición que los pueblos indígenas han desarrollado. Este concepto de nación conlleva un concepto de autodeterminación, pero no de independencia. Nunca los pueblos indígenas han reivindicado, ni en el mismo Canadá, la independencia. Han reivindicado formas más fuertes o más débiles de autodeterminación. Entonces está aquí la idea de que la plurinacionalidad obliga, obviamente, a refundar el Estado moderno, porque el Estado moderno es un Estado que tiene una sola nación, y en este momento hay que combinar diferentes conceptos de nación dentro de un mismo Estado.

E&R: Entonces, ¿las reivindicaciones de las culturas minoritarias responden a un Estado débil?

BDSS: Primero tienes que saber qué es una cultura minoritaria. Durante mucho tiempo se consideró, por ejemplo en Bolivia, que los indígenas eran una cultura minoritaria cuando ellos son 62 por ciento de la población. ¿Qué es minoritario? Minoritario es una construcción social. No puedes decir que la cultura africana es una cultura minoritaria porque 54 por ciento de la población brasileña se considera negra o mulata.

Pienso que la sociedad, el capitalismo, tienen en su origen un elemento de barbarie muy fuerte, de destrucción muy grande, que fue de alguna manera domesticada a través de luchas sociales. Y es que el Estado liberal y la democracia liberal son contradictorios. Hay muchas cosas en el Estado, en la democracia, que están en proceso de lucha, como éste al que asistimos hoy en día, y es que el neoliberalismo está intentando desvincular el capital de los lazos políticos, que son todos nacionales. Nosotros no tenemos lazos políticos que sean transnacionales. Hay un derecho internacional, pero es muy débil; lo hemos visto en Afganistán, en Irak.

Entonces, la barbarie es la destrucción cada vez más grande de esos lazos políticos, que frenan de alguna manera el poder del más fuerte. Cuando el poder del más fuerte no tiene frenos, tenemos barbarie. Barbarie es cuando tenemos un contrato de trabajo entre un trabajador y un empresario, pero no hay un derecho laboral que proteja al trabajador. Pienso que ésta es una situación de barbarie a la que yo llamo fascismo social. Estamos caminando hacia sociedades que son políticamente democráticas y socialmente fascistas, porque los más fuertes tienen cada vez más poder para dominar al más débil, pues se están sobrepasando las reglas que existían. Por eso es necesario reinventar el Estado, la democracia y la emancipación social.

E&R: ¿Qué lugar ocupa la ciudadanía en la construcción de los derechos humanos?

BDDS: Desde el principio, los derechos humanos producen la ambigüedad de que su creación pertenece a dos grandes colectividades. Una de ellas es supuestamente la más incluyente, la humanidad, y de ahí los derechos humanos. La otra es una comunidad mucho más restringida, la de los ciudadanos de un Estado concreto. Esta tensión ha recorrido desde entonces los derechos humanos.

El propósito de adoptar declaraciones internacionales de derechos humanos y regímenes internacionales e instituciones de derechos humanos fue garantizar un mínimo de dignidad a las personas cuando no existieran derechos de pertenencia a una comunidad política o cuando estos fueran violados. Durante los últimos doscientos años los derechos humanos se han incorporado a las constituciones y prácticas jurídico-políticas de muchos países; fueron re-conceptualizados como derechos ciudadanos, garantizados de forma directa por el Estado y aplicados de manera coercitiva por los tribunales: derechos civiles, sociales, políticos, económicos y culturales.

Pero la verdad es que la eficacia de la amplia protección de los derechos de ciudadanía siempre fue precaria en la mayoría de los países. Y la evocación de los derechos humanos se produjo con mayor frecuencia en situaciones de erosión o de violaciones particularmente graves de los derechos de la ciudadanía. Los derechos humanos surgieron como el nivel más bajo de inclusión, como un movimiento descendente proveniente de la más densa comunidad de ciudadanos hacia la comunidad más diluida de la humanidad. Con la llegada del neoliberalismo y su ataque al Estado como garante de los derechos, y en particular a los derechos económicos y sociales, la comunidad de ciudadanos se diluye hasta el punto de llegar a ser indistinguible de la comunidad humana y de los derechos de la ciudadanía, tan trivializados como derechos humanos.

En el contexto actual, la prioridad atribuida a los derechos de la ciudadanía en materia de derechos humanos, antes llena de significado, se desliza hacia el vacío normativo. En este proceso los inmigrantes, y en particular los trabajadores inmigrantes indocumentados, descienden aún más abajo, a la “comunidad” de subhumanos. Para mí esto representa una derrota histórica.

Fuente: https://opendemocracy.net/democraciaabierta/boaventura-de-sousa-santos-fabiola-navarro-roque-urbieta-hernandez/la-democracia-e

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Entrevista a Samir Amin. La afirmación de la soberanía nacional popular frente a la ofensiva del capital

Entrevista a Samir Amin
«La afirmación de la soberanía nacional popular frente a la ofensiva del capital «

 

Por: Raffaele Morgantini
Investig’Action
Los análisis sobre la crisis que agita -de manera estructural- el actual sistema capitalista llegan a ser de una esterilidad patética. Mentiras de los medios, políticas económicas antipopulares, olas de privatización, guerras económicas y “humanitarias”, flujos migratorios. El cóctel es explosivo, la desinformación es total. Las clases dominantes se frotan las manos frente a una situación que les permite mantener y reafirmar su predominio. Intentemos entender algo. ¿Por qué la crisis? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Cuáles son ahora y cuales deberían ser las respuestas de los pueblos, de las organizaciones y de los movimientos preocupados por un mundo de paz y justicia social? Entrevista con Samir Amin, economista y pensador egipcio sobre las relaciones de dominación (neo)-coloniales, presidente del Foro Mundial de Alternativas.

-Raffaele Morgantini (Investig’Action): Durante varias décadas, sus escritos y sus análisis nos dan elementos de análisis para descifrar el sistema capitalista, las relaciones de dominación Norte-Sur y las respuestas de los movimientos de resistencia de los países del Sur. Hoy hemos entrado en una nueva fase de la crisis sistémica capitalista. ¿Cuál es la naturaleza de esta nueva crisis?

-Samir Amin: La crisis actual no es una crisis financiera del capitalismo, sino una crisis del sistema. Esto no es una crisis en “U”. En las crisis capitalistas ordinarias (las crisis en “U”) las mismas lógicas que llevan a la crisis, después de un período de reestructuraciones parciales, permiten la recuperación. Estas son las crisis normales del capitalismo. Por contra, la crisis actual desde los años 1970 es una crisis en “L”: la lógica que llevó a la crisis no permite la recuperación. Esto nos invita a hacer la siguiente pregunta (que es también el título de uno de mis libros) ¿Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis?

Una crisis en “L” indica el agotamiento histórico del sistema. Lo que no significa que el régimen vaya a morir lenta y silenciosamente de muerte natural. Al contrario, el capitalismo senil se vuelve malo, y trata de sobrevivir redoblando la violencia. Para los pueblos la crisis sistémica del capitalismo es insostenible, ya que implica la creciente desigualdad en la distribución de los beneficios y de las riquezas dentro de las sociedades, que se acompaña de un profundo estancamiento, por un lado, y la profundización de la polarización global por el otro. A pesar de que la defensa de crecimiento económico no es nuestro objetivo, hay que saber que la supervivencia del capitalismo es imposible sin crecimiento. Las desigualdades con estancamiento, se convierten en insoportables. La desigualdad es soportable cuando hay crecimiento y todo el mundo se beneficia, incluso si ello es de forma desigual. Como en los gloriosos años 30. Entonces hay desigualdad pero sin pauperización. Por contra, la desigualdad en el estancamiento se acompaña necesariamente de empobrecimiento, y se convierte en socialmente inaceptable. ¿Por qué hemos llegado aquí? Mi tesis es que hemos entrado en una nueva etapa del capitalismo monopolista, que yo califico la de los “monopolios generalizados”, caracterizada por la reducción de todas las actividades económicas al status de facto de la subcontratación en beneficio exclusivo de las rentas de los monopolios.

-¿Cómo evalúa vd. las respuestas actuales a la crisis por parte de los países y de los diferentes movimientos?

-Ante todo, me gustaría recordar que todos los discursos de los economistas convencionales y las propuestas que avanzan para salir de la crisis, no tienen ningún valor científico. El sistema no saldrá de esta crisis. Vivirá, o tratará de sobrevivir, a costa de destrucciones crecientes en una crisis permanente. Las respuestas a esta crisis son hasta el momento, lo menos que se puede decir, limitadas, poco fiables e ineficaces en los países del Norte.

Pero hay respuestas más o menos positivas en el Sur que se expresan por lo que se llama “la emergencia”. La pregunta que surge entonces es: ¿emergencia de qué? Emergencia de nuevos mercados en este sistema en crisis controlado por los monopolios de la tríada (de los imperialismos tradicionales, de la tríada Estados Unidos, Europa Occidental y Japón) o de las sociedades emergentes? El único caso de emergencia positiva en esta dirección es el de China que intenta asociar su proyecto de emergencia nacional y social para su posterior integración en la globalización, sin renunciar a ejercer el control sobre las condiciones de esta última . Esta es la razón por la que China es probablemente el mayor oponente potencial a la tríada imperialista. Pero también están los semi-emergentes, es decir, aquellos a los que les gustaría serlo, pero que no lo son realmente, como la India o Brasil (incluso en el tiempo de Lula y Dilma). Países que no han cambiado nada en las estructuras de su integración en el sistema mundial, permanecen reducidos a la condición de exportadores de materias primas y productos de la agricultura capitalista .Son “emergentes” en el sentido de que registran en ocasiones tasas de crecimiento no demasiado malas acompañadas por un crecimiento más rápido de las clases medias. Aquí la emergencia es la de los mercados, no de las sociedades. Luego están los otros países del Sur, los más vulnerables, notablemente los países africanos, árabes, musulmanes, y aquí y allá otros en América Latina y en Asia. Un Sur sometido a un doble saqueo: el de sus recursos naturales para el beneficio de los monopolios de la Tríada y los ataques financieros para robar los ahorros nacionales. El caso argentino es emblemático en este sentido. Las respuestas de estos países son a menudo por desgracia “pre-modernas” y no “post-modernas”, como se las presenta: retorno imaginario al pasado, propuesto por islamistas o cofradías cristianas evangélicas en África y en América Latina. O aún respuestas pseudo-étnicas que hacen hincapié en la autenticidad étnica de pseudo-comunidades. Respuestas que son manipulables y a menudo eficazmente manipuladas, aunque dispongan de bases sociales locales reales (no son los Estados Unidos quienes inventaron el Islam o las etnias). Sin embargo, el problema es grave, por que estos movimientos tienen grandes recursos (financieros, mediáticos, políticos, etc.) puestos a su disposición por las potencias capitalistas dominantes y sus amigos locales.

-¿Qué respuestas se podrían imaginar, por parte de los movimientos de la izquierda radical a los retos planteados por este capitalismo peligrosamente moribundo?

-Una de las tentaciones, que voy a descartar de inmediato, es que frente a una crisis del capitalismo global, la respuesta buscada también debe ser global. Tentación muy peligrosa porque inspira estrategias condenadas al fracaso seguro: “la revolución mundial”, o la transformación del sistema global desde arriba, por decisión colectiva de todos los Estados. Los cambios en la historia nunca se han hecho de esa manera. Han partido siempre de aquellas naciones que son eslabones débiles en el sistema global; de progresos desiguales de un país a otro, de un momento al otro. La deconstrucción se impone antes de la reconstrucción. Esto vale para Europa por ejemplo: deconstrucción del sistema europeo si se quiere reconstruir otro posteriormente, sobre otras bases. Debemos abandonar la ilusión de la posibilidad de “reformas” llevadas a cabo con éxito dentro de un modelo que ha sido construido en hormigón armado para no poder ser otra cosa que lo que es. Lo mismo para la globalización neoliberal. La deconstrucción, llamada desconexión aquí, ciertamente no es un remedio mágico y absoluto, que implicaría la autarquía y la migración fuera del planeta. La desconexión llama a la inversión de los términos de la ecuación; en lugar de aceptar ajustarse unilateralmente a las exigencias de la globalización, se intenta obligar a la globalización a adaptarse a las exigencias del desarrollo local. Pero atención, en este sentido, la desconexión no es jamás perfecta. El éxito será glorioso si se realizan sólo algunas de nuestras principales demandas. Y esto plantea una cuestión fundamental: la de la soberanía. Este es un concepto fundamental que debemos recuperar.

-¿De qué soberanía está hablando? ¿Cree vd. en la posibilidad de construir una soberanía popular y progresista, en oposición a la soberanía tal como fue concebida por las elites capitalistas y nacionalistas?

-¿La soberanía de quién? Esa es la pregunta. Hemos sido acostumbrados a través de la historia a conocer lo que se ha denominado como la soberanía nacional, la implementada por la burguesía de los países capitalistas, por las clases dominantes para legitimar su explotación, en primer lugar sobre sus propios trabajadores, pero también para fortalecer su posición en la competición con los otros nacionalismos imperialistas. Es el nacionalismo burgués. Los países de la tríada imperialista nunca han conocido hasta el momento más nacionalismo que ese. Por contra, en las periferias hemos conocido otros nacionalismos, procedentes del deseo de afirmar una soberanía antiimperialista, trabajando contra la lógica de la globalización imperialista del momento.

La confusión entre estos dos conceptos de “nacionalismo” es muy fuerte en Europa. ¿Por qué? Pues bien, por razones históricas obvias. Los nacionalismos imperialistas han estado en el origen de dos guerras mundiales, fuente de estragos sin precedentes. Se entiende que estos nacionalismos sean percibidos como nauseabundos. Después de la guerra, la construcción europea ha dejado creer que ayudaría a superar este tipo de rivalidades, para el establecimiento de un poder supranacional europeo, democrático y progresista. Los pueblos han creído en eso, lo que explica la popularidad del proyecto europeo, que sigue en pie a pesar de sus estragos. Como en Grecia, por ejemplo, donde los votantes se han pronunciado contra la austeridad pero al mismo tiempo han conservado su ilusión por otra Europa posible.

Hablamos de otra soberanía. Una soberanía popular, en oposición a la soberanía nacionalista burguesa de las clases dominantes. Una soberanía concebida como un vehículo de liberación, haciendo retroceder la globalización imperialista contemporánea. Un nacionalismo antiimperialista, por tanto, que nada tiene que ver con el discurso demagógico de un nacionalismo local que aceptaría inscribir las perspectivas del país implicado en la globalización local, que considera al vecino más débil como su enemigo.

-¿Cómo se construye pues un proyecto de soberanía popular?

-Este debate lo hemos llevado a cabo varias veces. Un debate difícil y complejo teniendo en cuenta la variedad de situaciones concretas. Con, creo, buenos resultados, especialmente en nuestras discusiones organizadas en China, Rusia, América Latina (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil). Otros debates han sido aún más difíciles, especialmente los organizados en los países más frágiles.

La soberanía popular no es fácil de imaginar, porque está atravesada por contradicciones. La soberanía popular se da el objetivo de transferir un máximo de poderes reales a las clases populares. Estos pueden ser tomados en los niveles locales, pudiendo entrar en conflicto con la necesidad de una estrategia a nivel del Estado. ¿Por qué hablar del estado? Por que nos guste o no, se continuará viviendo bastante tiempo con los Estados. Y el Estado sigue siendo el principal lugar de decisión que pesa. Aquí está el fondo del debate. En un extremo del abanico del debate, tenemos a los libertarios que dicen que el Estado es el enemigo con el que se debe luchar a toda costa, y que se debe actuar fuera de su esfera influencia; en el otro extremo tenemos las experiencias nacionales populares, especialmente las de la primera ola del despertar de los países del Sur, con los nacionalismos antiimperialistas de Nasser, Lumumba, Modibo, etc. Estos líderes han ejercido una tutela verdadera sobre sus pueblos, y pensado que el cambio sólo podía venir desde arriba. Estas dos corrientes han de dialogar, comprenderse para construir las estrategias populares que permitan auténticos avances.

¿Qué se puede aprender de aquellos que han podido ir más lejos, como en China o América Latina? ¿Cuáles son los márgenes que estas experiencias han sabido aprovechar? ¿Cuáles son las fuerzas sociales que son o podrían ser favorables a estas estrategias? ¿Por qué medios políticos podemos esperar movilizar sus capacidades? Estas son las preguntas fundamentales que nosotros, los movimientos sociales, los movimientos de la izquierda radical, militantes antiimperialistas y anticapitalistas, debemos preguntarnos a nosotros mismos y a las que hay que responder, con el fin de construir nuestra propia soberanía, popular, progresista e internacionalista .

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=217929

Imagen: http://www.ayudaeficaz.es/el-modelo-economico-breve-introduccion-al-pensamiento-critico/

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Orlando Fals Borda: Las Revoluciones inconclusas en América Latina

Por Álvaro Cepeda Neri

De 1973, cuando la crisis inmobiliaria estadounidense e inglesa, a 2015 cuando los trabajadores de Air France se rebelaron, van 14 avisos de que el capitalismo ya no sale como antes de sus crisis. Y que la democracia representativa ha dejado de resolver los problemas nacionales y del mundo, creando más enfrentamientos del capitalismo y esa democracia mediante el sufragio, con los pueblos a través del descontento de la democracia directa.

Escapista desde 1776 (el liberalismo económico con Adam Smith), el capitalismo encontró su callejón sin salida al llevar a sus últimas consecuencias al neoliberalismo. Y el calentamiento global está confirmando lo que Carlos Marx, y menos duramente Keynes, le imputaron al capitalismo por sus abusos de los recursos naturales y de la mano de obra, extrayendo oxígeno en las utilidades de las finanzas por donde el flujo del capital se asfixia. Y no hay recetas para revivirlo, a menos que ponga la economía al servicio de la humanidad, y evite que el capitalismo pase “de un ardid a otro… de recargar 10 veces sus baterías según las circunstancias coyunturales y seguir permaneciendo… suficientemente fiel y semejante a sí mismo” (Fernand Braudel, La dinámica del capitalismo).

II- En ese parteaguas del final del capitalismo o reinventarse, las protestas populares, el terrorismo religioso, la pobreza, la incapacidad de las élites gobernantes para solucionar problemas, la voracidad de los capitalistas por mantener a toda costa ganancias… se vuelven a presentar las demandas contra las desigualdades económicas (Joseph E Stiglitz, La gran brecha. Qué hacer con las sociedades desiguales. Taurus), con revueltas que genera el descontento social, la austeridad gubernamental que cancela gasto (Mark Blyth, Austeridad, historia de una idea peligrosa. Editorial Crítica). Y se renuevan los síntomas de subversiones populares en busca de revoluciones políticas. Un ensayo a propósito del tema es el del intelectual y luchador Orlando Fals Borda (1925-2008): Las revoluciones inconclusas en América Latina: 1809-1968; de quien el periodista Luis Hernández Navarro nos da un esbozo biográfico (La Jornada, 19 de agosto de 2008). El texto desarrolla la hipótesis de que nuestras revoluciones no lograron terminar en sus planteamientos. De la misma forma, el gran historiador Herbert A L Fisher (Historia de Europa), sostiene que en este continente, salvo en Estados Unidos, “las revoluciones domésticas que ni han llegado a final”.

III. Fals Borda propone que por inconclusas “existe ya una bomba política de tiempo… la decisión de cómo utilizar en la mejor forma posible esa fabulosa energía social acumulada bien puede ofrecer un momento decisivo –y estelar–, para el desarrollo de América Latina. Pero sólo hasta ahí puede llegar la predicción… la revolución mexicana ha venido deteniendo el primer impulso revolucionario y frustrando su inicial promesa… y que estos “momentos de conflicto y tensión… se viven hoy en muchas partes del mundo, es un momento subversivo en el mismo sentido futurista, constructivo y positivo que tenían los fundadores de las repúblicas americanas”. Y recomienda que para completar las conquistas prometidas, los pueblos han de recobrar sus concepciones antipobreza donde minorías y mayorías estén en igualdad ante la ley y los derechos humanos. Trabajador intelectual, este autor expuso sus tesis en forma de conferencias en el Royal Institute of International Affairs; en la London School of Economics y las universidades de Oxford y Essex.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article192453.html

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