Redacción: Montevideo Portal
Narrado en primera persona, el relato procura llamar la atención sobre la responsabilidad colectiva en los casos de feminicidio.
Brasil es un país sumamente castigado por el flagelo del feminicidio, lacra que en nuestro país también campa a sus anchas.
Conmovido por esas muertes cotidianas -trece al día, según las estadísticas- el historiador brasileño Cadu de Castro escribió y compartió en Facebook una conmovedora crónica.
En su breve relato, el autor deja claro que un feminicidio no se produce sólo en el instante en el que un hombre le arrebata la vida a una mujer. Comienza mucho antes, y con la involuntaria y anónima complicidad de todos.
Publicado hace menos de un mes, el relato de Castro fue compartido más de cincuenta mil veces y reproducido en varios medios de prensa brasileños.
A continuación, ofrecemos el texto traducido al español.
Soy machista. Fui criado así. Crecí, me casé y tuve una hija. Siempre sometí a mi mujer, algo que me parecía completamente natural. Al fin y al cabo, el machismo es tan estructural que se naturaliza. Usaba adjetivos como incompetente, idiota, estúpida, para criticar muchas de sus palabras y posturas, y así disminuirla, empequeñecerla. Nunca la agredí físicamente, pero ejercía violencia psicológica. Mi hija fue criada en ese ambiente.
Me reía de los chistes que humillan o descalifican a las mujeres, y los reproducía. Cuando alguna se ofendía y protestaba le preguntaba si no tenía sentido del humor, era sólo un chiste, una broma. Aparte de eso, siempre fui muy moralista, especialmente cuando veía mujeres con ropas muy cortas. Muchas veces dije que estaban pidiendo ser violadas. Recuerdo que una vez me contaron sobre un caso de violación de una chica «modernosa» del barrio donde vivo, y cuestioné si se trataba realmente de una violación. Al fin y al cabo, ella abusaba, lo pedía ¿no? Mi hija escuchaba todo eso.
Defendía que hombres y mujeres son muy diferentes y por eso sus derechos no podían ser iguales. Reproducía las falacias de que el hombre es más racional y la mujer más sentimental, que tener muchas mujeres en un mismo lugar de trabajo no da resultado, que la mujer habla demasiado, que le gustan los chismes, que los hombres son más competentes para gerenciar negocios, que hay mujeres a las que les gusta que les peguen, que los niños mal educados lo son por culpa de la madre, etc. Mi hija aprendió todo eso.
Una vez, un vecino agredió físicamente a su mujer. Mi esposa y mi hija hablaron de llamar a la policía, pero lo impedí. Dije que «en pelea de marido y mujer no se mete cuchara». ¿Quién sabe lo que ella hizo para hacerle perder a él la cabeza? Mi hija incorporó esa idea.
Deshumanizaba la figura femenina. A las mujeres más independientes y despegadas de esas reglas morales que yo defendía, las llamaba vacas, yeguas, cerdas. Decía que el feminismo era cosa de mujeres «mal atendidas», feas, desequilibradas, desubicadas. Me ofendía cuando alguien me llamaba machista, y decía, «ni machismo ni feminismo, nada de ismos». Mi hija llegó a reproducir algunas de mis expresiones.
Recuerdo cuando ella me lo presentó. Estaban empezando a salir. Una vez la oí conversando con una amiga y le contaba que a veces era un poco grosero, pero los hombres son así, ¿verdad? Yo era su referencia.
En otra ocasión hablaba con una prima sobre cómo lo encontró con otra, pero él se disculpó y dijo que era sólo un desliz, que la amaba. Recordó que unos años antes, su madre había descubierto algunas aventuras mías, y que eso era, al fin y al cabo, cosa de hombres.
Él me caía bien. Era un muchacho simpático y trabajador. Reía mucho de los chistes sobre mujeres que le contaba, y hasta aportó algunos nuevos que ampliaron mi repertorio.
Se casaron. Con mi bendición. Una vez ella se quejó con la madre de que él era muy celoso y posesivo, que la agobiaba. Me metí en la conversación y dije que él era el hombre de la casa y que ella tenía que respetarlo, y que los celos eran señal de amor. Ella estuvo de acuerdo. Noté que algunas veces hablaba con ella de manera agresiva. Lo llamé para tener una charla. Me pidió disculpas y dio que procuraría controlarse «pero que la mujer habla demasiado y sabes cómo es eso, a veces hace que uno se ponga nervioso». Terminé concordando con él.
Hace poco ella llegó a casa con un hematoma en un ojo, el rostro hinchado y marcas en los brazos. Le pregunté sobre eso y contestó que se había caído por las escaleras, pero que estaba bien, que no hacía falta que me preocupara. Le pregunté si todo iba bien con su marido y me dijo que sí, que él la amaba.
Ayer recibí una llamada de la policía. Supe que mi hija estaba muerta. Su compañero la había tirado del balcón desde un décimo piso. O la había apuñalado, o baleado, o estrangulado, o golpeado hasta la muerte durante una pelea conyugal.
Los vecinos oyeron sus gritos pidiendo socorro, pero nadie intervino ni llamó a la policía. Al fin y al cabo, en pelea de marido y mujer no se mete cuchara.
Yo caí, o fui apuñalado, o baleado o estrangulado junto con mi hija. Ahora yazgo en este suelo frío, La caída, o el tiro, o el estrangulamiento, o los golpes, o la puñalada que destrozó mi alma, agudizó mis sentidos. Puedo ver, oír. Veo ahora con una claridad y lucidez que me lastiman: el machismo, que siempre naturalicé y reproduje, oprime, hiere, mata. Oigo el grito de los feminismos. Es un grito de dolor. Es un grito ancestral. Es un grito por igualdad de derechos y oportunidades. Es un grito por respeto. Es un grito por la vida. Es el grito de mi hija. Es el grito de tu hija.
Es tarde para mí. Es tarde para ella. Maté a mi hija. En cada acto machista maté a mi hija. Maté también otras hijas, hermanas, madres. Defender y reproducir el machismo es mancharse las manos con sangre. Tú puedes aún salvar a tu hija, hermana, madre y tantas otras mujeres. Actúa antes de que sea tarde.
Debes estar preguntándote si esta historia es verídica. Respondo: sí y no. Sí porque ocurre todos los días, en muchos lugares y a muchas familias. Criamos una serie de feminicidas, y algunos feminicidas en serie. Brasil está entre los países con mayor tasa de feminicidios: ocupa la quinta posición en un ranking de 83 naciones. Mueren 13 mujeres al día en casos de feminicidio, y casi el 80% de ellas a manos de sus parejas.
Y no, no es verídica porque no me ocurrió a mí.
Simplemente escribí esta crónica porque me sentí tocado por un grave problema social: el machismo, al que tenemos que exponer, revelar y combatir todos los días y en todas partes.
Tengo la dicha de estar rodeado de mujeres feministas. Esposa, hija, sobrina, nuera, primas y amigas
Crié una hija feminista. Desde pequeña le enseñé a aceptar un NO sólo si tenía una justificación coherente, proviniera de quien proviniera, incluido yo.
Cuando surgieron expectativas sobre hacerla estudiar ballet, la apoyé para que entrenara taekwondo como ella quería. Ahora es cinturón negro segundo dan. Fue campeona brasileña combatiendo con hombres (en aquella época no había otras mujeres) y campeona panamericana. Está casada con un tipo maravilloso. Y ahora esperamos a Mel, su hija y mi primera nieta, y sólo de pensarlo me lleno de amor y ternura.
Necesito luchar por un mundo mejor para ella. Por un mundo mejor para todas las mujeres. Quiero un mundo mejor para todas las personas.
Y para eso, nosotros, los hombres, tenemos que empeñarnos en una férrea lucha que comienza dentro de cada uno de nosotros, contra el machismo nuestro de cada día. Tenemos que desaprender lo que somos.
¡Sólo los feminismos salvan! Esa lucha es de todos nosotros. Le enseño eso a mi hijo, que es un tipo maravilloso.
Fuente: https://www.montevideo.com.uy/Mujer/-Como-mate-a-mi-hija-la-removedora-cronica-de-un-padre-conquista-las-redes-uc694135