África: Lo que dicen los genes de los parásitos de la malaria sobre las migraciones y la resistencia a los medicamentos

África/29 Agosto 2019/El país

Un equipo de científicos africanos ha descubierto las características genéticas de los parásitos de Plasmodium falciparum, causantes de la malaria, incluidas aquellas que les confieren resistencia a los medicamentos antipalúdicos. Se trata del primer estudio de esta índole en África y fue publicado el pasado 22 de agosto en la revista científicaScience.

El hallazgo arroja nueva luz sobre cómo la resistencia a los medicamentos está emergiendo en diferentes lugares y avanzando por varias rutas en África, poniendo en riesgo el éxito anterior en el control de la malaria, una enfermedad endémica en muchos países. El Plasmodium falciparum es la especie de parásito más mortal y en África subsahariana es prevalente. Se transmite al ser humano a través de la picadura del mosquito Anopheles y afectó a más de 200 millones de personas en 2017 y mató a 435.000 de ellas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En 2015, el 92% de las muertes en todo el mundo ocurrieron en África, y el 74% de ellas correspondieron a niños menores de cinco años.

Entre 2000 y 2015, los esfuerzos e inversiones continuadas para eliminar la enfermedad consiguieron que la mortalidad se redujera a la mitad: de 864.000 víctimas a 429.000 por año. Pero los hallazgos de este nuevo estudio sugieren que este progreso puede estar en riesgo si no existen nuevas formas de tratamiento.

La investigación proviene de la Plasmodium Diversity Network Africa (PDNA), la primera red de científicos africanos que trabaja con herramientas genómicas para estudiar la diversidad de parásitos de la malaria en todo el continente. En colaboración con el Wellcome Sanger Institute, los investigadores estudiaron la diversidad genética de las poblaciones endémicas de varios países subsaharianos, incluidos Etiopía y Ghana. Los datos ayudarán a rastrear la aparición y propagación de cepas resistentes a los medicamentos preventivos, con el fin de intensificar y enfocar los esfuerzos para eliminar la enfermedad.

Aunque la población de parásitos de Plasmodium falciparum en esta región del mundo es extremadamente diversa desde el punto de vista genético, algunas investigaciones anteriores sugirieron que esta diversidad era relativamente similar en todo el continente. También se pensó que el flujo de material genético tendía a ser de este a oeste, y se creía que la resistencia a las drogas antipalúdicas se originaba en el sudeste asiático. Sin embargo, los resultados de este nuevo estudio indican que los parásitos que causan la malaria son genéticamente distintos según la región de África en la que se encuentren.

Además, los investigadores han descubierto que estas poblaciones regionales comparten material genético en todas las direcciones, incluidos los genes que pueden conferir resistencia a los medicamentos antipalúdicos, con nuevos tipos de resistencia a estos que emergen en diferentes partes de África.

«Al contrario que en estudios previos, identificamos en distintos países occidentales, centrales y orientales, poblaciones de Plasmodium falciparum, así como una población etíope altamente divergente», explica el profesor Abdoulaye Djimdé, investigador en el Wellcome Sanger Institute y jefe de la Unidad de Epidemiología Molecular y Resistencia a los Medicamentos en el Centro de Investigación y Entrenamiento de la Malaria, de la Universidad de Bamako

«Todas ellas compartieron el material genético procedente de todas las direcciones, lo que indica que el flujo de genes es multidireccional, en oposición al unidireccional de este a oeste como se pensaba anteriormente», añade. «Esta es información crucial para comprender cómo se está desarrollando la resistencia a los medicamentos contra la malaria en África».

Se cree que la migración humana, incluida la resultante de la actividad colonial, ha desempeñado un papel en la evolución del parásito en el continente. En concreto, los investigadores han señalado que la población de parásitos etíopes es muy distinta de las del resto de África, y dado que la población humana en Etiopía también tiene una ascendencia distinta de la de otros, se cree que la falta de colonización del país podría explicar su estado atípico. Por el contrario, los parásitos de antiguas colonias francesas distantes comparten material genético.

PDNA recolectó muestras de Plasmodium falciparum de 15 países africanos y sus genomas se secuenciaron en el Wellcome Sanger Institute como parte de la red de intercambio de datos MalariaGEN. Los datos genéticos en estas muestras, junto con otros datos recogidos en el continente que MalariaGEN había generado y liberado previamente, se analizaron para rastrear la conectividad ancestral entre las diversas poblaciones de parásitos.

Los resultados confirmaron que las poblaciones de Plasmodium falciparum han compartido información genética a lo largo del tiempo, particularmente los genes asociados con la resistencia a los medicamentos antipalúdicos. Lo más preocupante es que se detectaron firmas genéticas fuertes en el cromosoma 12 en muestras del mosquito recogidas en Ghana y Malawi, lo que aumenta la posibilidad de que la evolución reciente del parásito pueda comprometer la efectividad de las terapias combinadas basadas en artemisinina (ACT). Los ACT combinan múltiples medicamentos antipalúdicos en un tratamiento para superar la resistencia a uno o más medicamentos individuales.

El doctor Alfred Amambua-Ngwa, autor principal del estudio, miembro del Instituto Wellcome Sanger y profesor asistente en la Unidad del Consejo de Investigación Médica de Gambia, y la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, ha afirmado que cualesquiera que sean los factores históricos que afectan el flujo de genes entre las distintas poblaciones de Plasmodium falciparum, el flujo multidireccional «aumenta la posibilidad de propagación continental de la resistencia a las terapias combinadas basadas en artemisinina, que podrían surgir de cualquier parte de África».

El establecimiento del PDNA es un paso importante para continuar rastreando la propagación de la malaria resistente a los medicamentos en África en un momento crucial, cuando los esfuerzos para eliminar la enfermedad ahora se estancan y la perspectiva de cepas de Plasmodium falciparum resistentes a múltiples medicamentos en África en el horizonte.

Michael Chew, gerente del departamento de Infecciones e Inmunobiología de Wellcome, apunta que esta investigación «podría tener implicaciones para el futuro de la investigación y el control de la malaria en el África subsahariana. Al estudiar la diversidad genética en un área tan vasta y diversa, la investigación del equipo ha revelado la presencia de diferencias genéticas clave dentro de las cepas del parásito». «Esto podría proporcionar información vital sobre cómo se está desarrollando la resistencia a los medicamentos en toda la región y supone un claro recordatorio de que el progreso logrado para combatir la malaria en el África subsahariana está en riesgo de estancarse a menos que podamos desarrollar tratamientos nuevos y efectivos», concluye.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/08/26/planeta_futuro/1566816880_563312.html

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Ley de semillas, genética y agroecología

Por: Sebastian Debenedetti

El 75% de la biodiversidad agrícola acumulada durante milenios por toda la humanidad, se ha perdido en pos de una gran uniformidad de cultivos tóxicos, logrados gracias a una gran erosión genética.

El mejoramiento genético es una disciplina que comenzó, incipientemente, al mismo tiempo que el desarrollo de la agricultura, en las primeras domesticaciones de los cultivos, hace 10.000 años. Así encontramos, como ejemplo, que a partir del Teosintle pasaron millones de años para que, luego de la domesticación de los maíces primitivos, los americanos lograron obtener el Maíz. Asimismo, los cereales de invierno (trigo y avena) fueron desarrollados en la medialuna fértil de medio oriente, y el arroz fue cultivado por antiguos pueblos asentados en las zonas de la actual China y del sudeste asiático.

De esta manera la humanidad le debe gran parte de la existencia de su sistema alimentario agrícola al aporte anónimo y acumulativo que los primeros pueblos originarios nos han dado durante milenios, seleccionando y mejorando constantemente las diferentes especies cultivadas.

La genética agrícola occidental y moderna tiene, como disciplina, un poco más que un siglo de existencia formal y académica. Sin embargo este supuesto “avance racional” en la tecnología fue buscando, en paralelo al desarrollo de la mercantilización universal, diferentes mecanismos para lograr una apropiación del conocimiento acumulado.

De esta manera, el primer gran intento exitoso de impedir el uso propio de la semilla cosechada, forzando la compra compulsiva de semilla cada año, se logró con la aparición de los híbridos comerciales. Al cruzar dos variedades vegetales, se potenciaban fuertemente los rasgos sobresalientes de cada una mientras, al mismo tiempo, se evitaba el uso propio debido a la segregación característica que se evidenciaba en la generación siguiente, volviendo inviable agronómicamente al cultivo.

De todas formas, a pesar de esto último, hasta entrada la década de 1960 la amplia mayoría de la diversidad genética agrícola mundial, se mantenía y amplificaba por el libre intercambio, los viajes y el tráfico de semillas, su compra y venta, el cruzamiento y la selección vegetal en cada ambiente agrícola particular.

En 1961, luego de instalada la “revolución verde” estadounidense, se legalizó la “Propiedad Intelectual de los Obtentores Vegetales” con la invención y adopción por varios países del Convenio Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales, dictado por una “Conferencia Diplomática” el 2 de diciembre de 1961, en París. A partir de ese momento comenzaron a reconocerse legalmente en los países de todo el mundo los derechos de propiedad intelectual de los obtentores sobre las variedades, auto-asignándose la “creación” de las mismas y el “descubrimiento” de otras, apropiándose de la construcción colectiva histórica previa, de toda la humanidad, condensada y sintetizada en las semillas agrícolas.

El proyecto de capitalización occidental de las creaciones fitogenéticas, desarrolladas y socializadas por campesinos y pueblos originarios, se plasmó en la actas de la UPOV (Organización para la Protección de Obtenciones Vegetales), verdaderas “guías legales” que fueron dictando las leyes que permitirían la expropiación de plusvalor por parte de grandes empresas semilleras y el lucro en base a variedades naturales y preexistentes que eran seleccionadas y mejoradas, sin reconocimiento del aporte previo.

La ley de semillas 20.247 que rige en Argentina responde textualmente a las actas de modificación de 1972 del Convenio Internacional de la UPOV. No obstante, sucesivas enmiendas (aproximadamente 1000) modifican sustancialmente la ley. Esto ha abierto las puertas a que actualmente grandes transnacionales como Monsanto, Syngenta, Basf, Bayer, etc. utilicen o puedan utilizar cualquier semilla de una variedad conocida o desconocida, o incluso otras plantas comestibles obtenidas a partir de la biodiversidad regional, como fuente para insertar sus transgenes. De esta manera se han generado principalmente cultivos resistentes a herbicidas o lepidópteros, transformándolos en verdaderos vehículos de contaminación genética humana, y fuente de toxicidad alimentaria a gran escala.

De este modo, el 75% de la biodiversidad agrícola acumulada durante milenios por toda la humanidad, se ha perdido en pos de una gran uniformidad de cultivos tóxicos, logrados gracias a una gran erosión genética.

La agroecología promueve el rescate de las prácticas y saberes campesinos e indígenas, interactuando libremente con el conocimiento logrado por la modernidad en pos de un diálogo dialéctico donde, del contraste entre visiones anteriormente opuestas y encontradas, surge una síntesis superadora. Esta disciplina implica una visión opuesta al agronegocio, especialmente aquel basado en la ingeniería genética, implicando la vuelta a la chacra mixta, descartando el uso y abuso de los agroquímicos, bregando por cultivos comestibles sabrosos y libres de fertilizantes y pesticidas, proponiendo un manejo holístico y equilibrado del ecosistema agrícola (la interacción armónica entre planta, suelo, agua, ambiente, animales y pobladores rurales).

En este contexto la genética agroecológica, como nueva disciplina, tiende a proponer planes de selección y mejoramiento contextuales, integrados y anclados en los territorios, vinculados a la interacción con animales e insectos locales para lo que es preciso que sean tolerados por los cultivos, promoviendo no solo el aumento de la productividad sino también el arraigo rural y la sustentabilidad socio-ambiental que ese aumento en la producción permita lograr.

De este modo, la agroecología no solo rechaza la nueva ley Monsanto de semillas basada en el acta UPOV 1991 que, al limitar el uso propio también criminaliza las prácticas ancestrales de libre circulación de semilla. Asimismo, rechaza la actual ley de semillas de la dictadura militar de Lanusse, modificada por el Menemismo, que sentó las bases del modelo agroindustrial actual, expandido a gran escala en la última década. La apropiación del conocimiento acumulado y la transformación de los alimentos en armas biotecnológicas, fue un plan de largo plazo. Hoy, con la nueva ley de semillas en debate, estamos ante el final de un largo proceso de mercantilización monopolista de la vida.

Sin embargo, no obstante las buenas intenciones de la agroecología, no se nos escapa el hecho de que, sin un cambio social radical en la organización de la sociedad, es altamente probable que las grandes transnacionales adopten el programa agroecológico, capitalizándolo y vaciándolo de contenido, propendiendo a una transformación del sentido en un programa Capitalista Agroecológico.

En este contexto de movilización contra la ley Monsanto de semillas, proponemos que la semilla transgénica sea claramente rotulada, que se promueva un plan nacional de estímulo a la agricultura campesina de raíz regional, desarrollado un amplísimo programa nacional de conservación y expansión de los recursos genéticos locales que permita rescatar en primera instancia las semillas locales y criollas para luego estimular su uso y su mejoramiento genético en un marco agroecológico, con la inclusión de una reforma agraria integral para potenciar una amplia producción de alimentos saludables, socialmente sustentables y económicamente viables.

Tomado de: http://www.laizquierdadiario.com/Ley-de-semillas-genetica-y-agroecologia

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