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Trump: manotazo de ahogado en el Caribe

Por: Atilio Boron

A Donald Trump lo acechan tiempos difíciles. Sus bravatas de campaña siguen en el plano de la retórica y no se traducen en hechos. Lo esencial de su promesa: el retorno de los empleos que emigraran a China y otros países de bajos salarios ha caído en oídos sordos de los CEOs de las grandes transnacionales estadounidenses que pagan en aquellos países la décima parte del salario que deberían oblar en Estados Unidos para obreros que, además, trabajan más de ocho horas diarias y están expuestos a muchos más accidentes de trabajo. [1]

El muro que dividiría la frontera entre México y Estados Unidos tiene remotas posibilidades de concreción, y no sólo por su fenomenal costo cinco o seis veces superior al que anunciara Trump en su campaña. Aparte, fue condenado públicamente por el Papa Francisco y Angela Merkel en su reciente visita a México. El escándalo del “rusiagate”, aunque sea una farsa montada por sus enemigos dentro de Estados Unidos se yergue como una letal amenaza a su permanencia en la Casa Blanca. En el Congreso suenan tambores de guerra reclamando un juicio político al nuevo presidente. Tampoco lo ayudan los oscuros negocios de su yerno y la clara incompatibilidad de intereses entre su emporio empresarial y su función como presidente.

La ruta de escape ante tantas tribulaciones internas ha sido la usual en estos casos: un gesto de reafirmación de su autoridad en la escena mundial, para demostrar que el gigante todavía está allí y que en cualquier momento puede pegar un zarpazo brutal. Un bombardeo sin sentido –y con sorprendente mala puntería- a un aeropuerto en Siria como para decir “aquí estamos” en un escenario cada vez más dominado por la presencia de Rusia e Irán o arrojar sin ton ni son la “madre de todas las bombas” en una zona remota y despoblada de Afganistán. Por último, un amenazante desplazamiento de la Flota del Pacífico hacia las proximidades de Corea del Norte en represalia por sus experimentos misilísticos, movida que quedó sólo en eso Japón ni bien Tokio y Seúl advirtieron al bocón de Washington que la capacidad retaliatoria de Pyongyang podría provocar enormes daños en varias ciudades de Japón y Corea del Sur.

Y ahora Cuba, esa vieja y enfermiza obsesión que frustró a once presidentes norteamericanos y que ahora está a punto de cobrarse una nueva víctima en la persona del magnate neoyorquino. Con su nueva política, atizada por la mafia no sólo anticastrista sino sobre todo antipatriótica de Miami, esa que no tiene reparo alguno en provocar sufrimientos a su pueblo con tal de promover su ilusoria agenda contrarrevolucionaria, Trump comienza a desandar el camino iniciado por Barack Obama. Lo hace, hasta ahora, de manera parcial: las embajadas quedan abiertas, muchas operaciones comerciales seguirán su curso y los cubano-americanos continuarán visitando la isla. Pero esta estúpida regresión a los tiempos de la Guerra Fría, a un pasado que ya no volverá, ocasionará nuevas complicaciones para el ocupante de la Casa Blanca. Por una parte, porque reavivará las llamas de la tradición antiimperialista de Martí y Fidel, profundamente arraigada en el pueblo cubano que cualesquiera sean sus opiniones sobre la Revolución rechaza visceralmente las ambiciones coloniales de su vecino. Por otra parte, al reinstalar trabas a las relaciones económicas entre las empresas norteamericanas y Cuba Trump abrirá un nuevo frente de conflicto al interior de Estados Unidos. Y esto es así porque son muchos los empresarios –en la agricultura, comercio, hotelería, aviación, informática, etcétera- que consideran a los trogloditas de Miami una rémora impresentable e irrepresentativa de la gran mayoría del exilio económico cubano cuyas absurdas pretensiones les cierran una atractiva fuente de negocios y favorecen a sus competidores de otros países.

Habrá que ver lo que pueda ocurrir con la nueva política de Trump cuando estos poderosos actores locales de la política norteamericana presionen sobre la Casa Blanca para defender sus intereses. O cuando el estadounidense común y corriente se dé cuenta de que de ahora en más podrá seguir viajando sin restricciones a Corea del Norte, Sudán, Siria e Irán, países incluidos como “estados fallidos” por el Departamento de Estado, pero no a Cuba. Lo más probable será que se fastidie y que piense que tenían razón los 35 profesionales de la Asociación Psiquiátrica Americana cuando dieron a conocer una carta abierta en el New York Times asegurando que el nuevo presidente “muestra indicios de una severa enfermedad mental.” [2]

Notas:


[1] Cf. http://www.huffingtonpost.com/2012/03/08/average-cost-factory-worker_n_1327413.html

[2] http://www.excelsior.com.mx/global/2017/02/16/1146714

Fuente:http://www.rebelion.org/noticia.php?id=228099

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EEUU: Crímenes y delitos de Donald Trump

Por: Amy goodman y Denis Moynihan

El presunto intento del presidente Donald Trump de socavar la investigación del FBI sobre su ex asesor de seguridad nacional, el teniente general Michael Flynn, y su posterior despido del director del FBI , James Comey, ha inspirado un sin fin de especulaciones en los medios de comunicación hegemónicos sobre la posibilidad de que sea sometido a juicio político. Sin duda, las pruebas presentadas por el periódico The New York Times, junto con todo lo ocurrido durante los primeros meses de gobierno de Trump, amerita una investigación independiente.

Tal vez, como en el escándalo de Watergate de 1974, que forzó al presidente Richard Nixon a renunciar caído en desgracia para evitar el proceso de juicio político y destitución, el encubrimiento del delito termine siendo mayor que el delito mismo. ¿Pero qué pasaría si a Donald Trump se le hiciera rendir cuentas por sus verdaderos delitos, como matar civiles en ataques con aviones no tripulados, causarles sufrimiento o la muerte a los refugiados al negarles asilo y conducir el planeta hacia una catástrofe climática? ¿Qué sucedería si Donald Trump mantuviera sus promesas de campaña, tan indignantes como incendiarias, que, de ser implementadas, en su mayoría constituirían crímenes? Lamentablemente, el poder presidencial excesivo, y a menudo letal, ahora se considera algo normal.

A los pocos días de asumir el cargo, el presidente Trump, durante una cena con su yerno Jared Kushner y otros asesores, aprobó un operativo militar del equipo especial SEAL 6 de la Marina estadounidense en Yemen. El ataque le costó la vida al integrante de los SEAL “Ryan” Owens, así como la pérdida de un helicóptero estadounidense. ¿Pero qué se supo de las bajas civiles? Pese a las declaraciones del gobierno de Trump de que la ofensiva recopiló amplios datos para inteligencia, han surgido informes de al menos 30 muertes de civiles; entre ellos, varios niños. Según Reuters, autoridades militares de Estados Unidos dijeron: “Trump aprobó su primera operación encubierta de antiterrorismo sin suficiente información de inteligencia, apoyo terrestre ni preparativos de respaldo adecuados”. Esto fue solamente un operativo militar en Yemen entre miles, en una devastadora guerra civil exacerbada por el armamento y apoyo de Estados Unidos a Arabia Saudí, que está arrasando Yemen. Trump visitará Arabia Saudí esta semana, el primer país extranjero al que irá como presidente. Donald Trump es el comandante en Jefe, y su orden casual en medio de esa cena condujo a la muerte violenta de decenas de personas inocentes. ¿Acaso no se trata de un crimen?

A mediados de abril, el ejército estadounidense lanzó una bomba sobre un presunto objetivo del autoproclamado Estado Islámico ( ISIS , por su sigla en inglés) en Afganistán, que estos días no atrae la atención de los medios, a pesar de que la guerra más larga en la historia de Estados Unidos ha llegado a su 17º año, con promesas de Trump de extenderla y enviar miles de tropas terrestres más al terreno. Pero esta no era una bomba común. Trump dejó caer sobre territorio afgano lo que el Pentágono ha calificado como “la madre de todas las bombas” ( MOAB , por su sigla en inglés). La bomba GBU -43/B es la mayor bomba no nuclear del mundo. Se encuentra en el arsenal estadounidense desde principios de la guerra en Irak, pero nunca se había usado hasta que el comandante en jefe Donald J. Trump asumió el cargo.

El Dr. “Hakim” es un médico que ha hecho trabajo humanitario en Afganistán durante más de una década. Hakim trabaja en Voluntarios por la Paz en Afganistán, un grupo interétnico de jóvenes afganos dedicados a crear alternativas no violentas a la guerra. Recientemente dio su opinión sobre el primer despliegue de la MOAB en una entrevista con Democracy Now!. En declaraciones desde Kabul, se mantuvo de espaldas a la cámara por temor a sufrir represalias si era identificado:

“Creo que es un insulto llamarla ‘La Madre de Todas las Bombas’. Esta mañana, cuando estaba hablando con un integrante de Voluntarios por la Paz en Afganistán, Ali, él dijo: ‘¿Alguna madre le haría eso a la Madre Tierra? ¿O se lo haría a algún niño?’ El efecto es lo que el ejército estadounidense o lo que los ejércitos de todo el mundo quieren infligirles a los ciudadanos comunes; es decir, miedo, pánico, hambre, ira”.

Los medios de comunicación hegemónicos han asumido un tono más opositor desde que Donald Trump asumió el cargo, sin embargo, vuelven a alinearse cuando Trump se involucra en acciones militares. Entonces, los medios declaran, que Trump está actuando como un “presidente”.

El mismo artículo del periódico The New York Times que sostenía que Trump interfirió en la investigación sobre las relaciones entre Flynn y Rusia contenía otra sorprendente revelación. El medio informó que “según uno de sus asesores, el señor Comey debería considerar encarcelar a los periodistas por publicar información clasificada”. La libertad de prensa es la base de nuestra sociedad democrática. Trump también se ha comprometido a ampliar las leyes de difamación para que sea más fácil perseguir a quienes lo critican.

Rod Rosenstein, vicefiscal general, acaba de nombrar al ex director del FBI Robert Mueller como asesor especial para supervisar la investigación en curso de la presunta influencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016. Mueller debería evaluar los hechos enérgicamente y hacer públicas sus conclusiones. Pero la investigación completa de los crímenes de Donald Trump debería ir mucho más lejos.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226860

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Universidades de Latinoamérica y Caribe repudian política «xenófoba» de Trump

México/24 de Abril de 2017/Terra

Las 37 universidades públicas más emblemáticas de América Latina y el Caribe repudiaron hoy la política «xenófoba y discriminatoria» del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, informó la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Agrupadas en la Red de Macrouniversidades de América Latina y el Caribe, las instituciones educativas manifestaron en un comunicado «su total repudio» a las políticas de Trump al considerar que atentan contra los derechos humanos y la dignidad de las personas.

La red agrupa a entidades educativas de 20 países como son la Universidad de Sao Paulo y la Estatal de Campiñas (Brasil), la de Chile, la de Buenos Aires (Argentina) y la Universidad de La Habana (Cuba).

Durante la VIII Asamblea de rectores, que se celebra en Chile, las instituciones transmitieron su solidaridad a los más de 800.000 alumnos originarios de países de la región que estudian en universidades de Estados Unidos y que podrían resultar perjudicados con las medidas migratorias del Gobierno estadounidenses.

El rector de la UNAM, Enrique Graue, destacó que de estos 800.000 estudiantes que están bajo la protección del programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por sus siglas en inglés), 520.000 son mexicanos y el resto de otros países de América Latina y el Caribe.

Fuente: https://www.terra.com.co/noticias/mundo/latinoamerica/universidades-de-latinoamerica-y-caribe-repudian-politica-xenofoba-de-trump,b09128c139d4b0ace00510fc484e5f69f7vuekj5.html
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Los problemas que trae la tecnología

Por: Rodolfo Cavagnaro

En el desarrollo de las sesiones del Foro Económico Mundial sobre Latinoamérica, se trataron diversos temas, donde el comercio mundial fue el eje principal, pero apareció como un eje común la preocupación cierta acerca del futuro del empleo y de los niveles de competencia que se van a requerir.

De hecho, la irrupción de Donald Trump en el gobierno de EE.UU., con una propuesta proteccionista no tiene más que una respuesta ante los reclamos por los problemas de desempleo de los obreros industriales norteamericanos, afectados por la competencia comercial y el avance tecnológico, que lleva a una creciente robotización. De hecho, un hombre del avance tecnológico, como Bill Gates, ha pedido que se les apliquen impuestos a los robots.

Muchos de los problemas que aparecen todos los días tienen el mismo trasfondo. La huelga de la CGT esconde las mismas causalidades mientras, por otra parte, el gran ganador de la huelga fue UBER, la exitosa aplicación de taxis independientes que hace peligrar con mejores servicios a un sistema antiguo que se ha sabido reformular.

Todos coinciden en que las respuestas están en el sistema educativo. En primer lugar en la educación primaria y secundaria, donde niños y jóvenes deben ser instruidos en la forma de aprovechar avances tecnológicos que para ellos son familiares. Fomenta la creatividad y la innovación será fundamental porque e futuro será actitudinal antes que una mera acumulación de conocimientos que se desactualizan en forma permanente.

El Presidente de Manpower Argentina, Fernando Podestá, explicó que el 56% de las empresas tiene problemas para cubrir sus demandas de trabajo, mientras miles de trabajadores recorren muchos lugares sin poder encontrar un lugar para emplearse.

La Canciller argentina, Susana Malcorra advirtió al necesidad de que los sectores dirigentes de todo el mundo se den un debate serio acerca del problema de empleo que genera el avance tecnológico. “Tenemos un descalce entre la demanda y la oferta de trabajo” dijo Malcorra y es que este problema termina influyendo en las políticos e impactando en el mundo del comercio.

Debe haber una reacción de los gobiernos pero también de las empresas y los sindicatos. El problema del empleo no se resuelve con huelgas sino con una acción inteligente e integradora. Hay que capacitar a los niños y jóvenes, para los cual las empresas deben ser informantes de la tendencia de la demanda en función del avance tecnológico, para que el sistema educativo platee sus programas.

Pero también las empresas deben plantear las realidades para que entre empresas, gobiernos y sindicatos aborden la tarea de recapacitar a muchas personas para que puedan recuperar condiciones de empleabilidad.

El avance tecnológico y sus consecuencias sobre el empleo son las causas matrices del renacimiento de los nacionalismos, de la ruptura de bloques (Bexit) y de conflictos políticos severos internacionales (guerra EE.UU.-China), pero también de conflictos en cada país que llevan a la reaparición de políticas proteccionistas y afectando los flujos comerciales y productivos.

Fuente: http://radiomitre.cienradios.com/los-problemas-que-trae-la-tecnologia/

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Trump acaba con las reglas que obligaban a las escuelas a rendir cuentas al gobierno federal

Estados Unidos/03 de Abril de 2017/Univisiòn Noticias

La nueva administración desmanteló las regulaciones impuestas por Obama y le impidió a futuras administraciones aprobar nuevas reglas similares.

El presidente Donald Trump derogó las reglas que requerían que las escuelas y los programas de entrenamiento de profesores le rindieran cuentas al gobierno federal, reglas que habían sido aprobadas por el expresidente Barack Obama.

Al acabar con estas leyes de responsabilidad escolar este lunes Trump también le impidió a futuras administraciones aprobar nuevas reglas similares.

Estas eran parte de ESSA, o Every Student Succeeds Act, (Cada Estudiante Triunfa, en español), la ley que aprobó Obama y que reemplazó No Child Left Behind (Ningún Niño se Queda Atrás) de la administración del republicano George W. Bush firmada en 2002. Esta requería que los estados hicieran exámenes a los estudiantes en los grados 3 a 8 y en la secundaria.

Estas leyes aprobadas por Obama, parte de ESSA, regulaban «la calidad de los colegios o el éxito de sus estudiantes», según el texto de la H.J. Res 57 firmada por Trump. El propósito de estas derogaciones sería, según el texto, «asegurar que los estados y distritos se enfoquen en mejorar los resultados y en medir el progreso de los estudiantes».

Univision Noticias contactó la oficina del representante republicano Todd Rokita por Indiana, quien fue uno de los principales patrocinadores de la ley, pero no recibió respuesta.

Las reglas de ESSA eran muy criticadas por los republicanos del Congreso, quienes pedían más control para los estados sobre estos asuntos. Así se cumplió: al firmar la derogación, Trump dijo que esto «impulsaría la libertad en nuestras escuelas». Esta es al igual una prioridad para la secretaria de Educación Betsy DeVos.

Las dos leyes se anularon por medio de la Ley de Revisión Congresional, o elCongressional Review Act, en inglés, la cual han usado los republicanos ampliamente desde que Trump tomó el poder en enero de este año para derogar un sinnúmero de leyes.

Y ha sido muy efectiva en esto: en el Senado, esta ley bloquea a los legisladores de usar el filibuster, la táctica de tomar la palabra por un periodo indefinido de tiempo – 10, 15, o hasta 24 horas– para obstruir el proceso legislativo y que una ley se apruebe o se derogue sin oposición.

Fuente: http://www.univision.com/noticias/educacion/trump-acaba-con-las-reglas-que-obligaban-a-las-escuelas-de-entrenamiento-de-profesores-a-rendir-cuentas-al-gobierno-federal

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Universidades de Estados Unidos y México buscan reforzar nexos ante tiempos difíciles

América del Norte/México/1 Abril 2017/Fuente: El periódico de México

Rectores de universidades de Estados Unidos buscan fortalecer sus nexos con sus pares mexicanos para enfrentar la política migratoria del presidente Donald Trump durante una reunión hoy en el occidental estado de Jalisco.

Las instituciones de educación superior de EU pretenden «seguir construyendo la colaboración» con las mexicanas, «incluso en estos tiempos políticos difíciles», aseguró Donna Carroll, rectora de la Universidad Dominicana en Illinois.

«En estos tiempos retadores cuando el futuro de muchos jóvenes es incierto, como educadores debemos ser ingenieros de un rol de esperanza para ellos», dijo Carrol en una conferencia de prensa previa al arranque del encuentro.

La relación entre México y Estados Unidos se ha tensado a raíz de la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, quien ordenó reforzar el control migratorio, construir un muro en la frontera entre ambos países y renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Carroll ofreció su solidaridad a los estudiantes hispanos en Estados Unidos y afirmó que las universidades de ese país han abogado por sus derechos y «por una reforma migratoria justa».

Recalcó que en su universidad, considerada una «institución santuario», la matrícula de estudiantes latinos se incrementó 800 % en la última década, la mayoría de ellos con familiares en México.

El primer encuentro de universidades de México y EU reúne a 26 rectores y siete directivos universitarios de ambos países, que buscan poner en marcha mecanismos para «profundizar la colaboración, los puentes de comunicación y el entendimiento».

La reunión, que concluye mañana, es parte de una iniciativa liderada por la Federación de Instituciones Mexicanas Particulares de Educación Superior (Fimpes) y el Consejo de Universidades Independientes (CIC, por sus siglas en inglés), con el auspicio de Santander Universia.

La Fimpes es la red universitaria más grande de México, fue creada en 1982 y aglutina a 108 instituciones con una población global de 650,000 estudiantes, equivalentes a 60 % de los alumnos de educación superior del sector privado.

Richard Ekman, presidente del CIC, que reúne a 600 universidades y colegios estadounidenses sin fines de lucro, dijo que se busca identificar las posibilidades de intercambio estudiantil y académico que se adapten a las «necesidades y fortalezas» de cada institución.

Hasta ahora, apuntó, los estudiantes en EU no eligen las universidades mexicanas como una opción para realizar estancias académicas en el extranjero.

Entre 6 % y 9 % de los estudiantes de universidades estadounidenses siguen su preparación en el extranjero y «una cantidad muy baja» realiza intercambio con instituciones mexicanas, dijo MaryAnn Baenninger, rectora de la Universidad de Drew, en Nueva Jersey.

«La población de latinos que están inscribiéndose en universidades de Estados Unidos está creciendo mucho y México representa una oportunidad para los estudiantes, (pero) es un potencial que aún no se ha logrado explotar», afirmó.

Durante el encuentro, los rectores explorarán también la posibilidad de crear proyectos conjuntos en materia de investigación y desarrollo de programas académicos compartidos.

Fuente. http://elperiodicodemexico.com/nota.php?id=852190

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The Culture of Cruelty in Trump’s America

Por: Henry A. Giroux

For the last 40 years, the United States has pursued a ruthless form of neoliberalism that has stripped economic activity from ethical considerations and social costs. One consequence has been the emergence of a culture of cruelty in which the financial elite produce inhuman policies that treat the most vulnerable with contempt, relegating them to zones of social abandonment and forcing them to inhabit a society increasingly indifferent to human suffering. Under the Trump administration, the repressive state and market apparatuses that produced a culture of cruelty in the 19th century have returned with a vengeance, producing new levels of harsh aggression and extreme violence in US society. A culture of cruelty has become the mood of our times — a spectral lack of compassion that hovers over the ruins of democracy.

While there is much talk about the United States tipping over into authoritarianism under the Trump administration, there are few analyses that examine how a culture of cruelty has accompanied this political transition, and the role that culture plays in legitimating a massive degree of powerlessness and human suffering. The culture of cruelty has a long tradition in this country, mostly inhabiting a ghostly presence that is often denied or downplayed in historical accounts. What is new since the 1980s — and especially evident under Donald Trump’s presidency — is that the culture of cruelty has taken on a sharper edge as it has moved to the center of political power, adopting an unapologetic embrace of nativism, xenophobia and white nationalist ideology, as well as an in-your-face form of racist demagoguery. Evidence of such cruelty has long been visible in earlier calls by Republicans to force poor children who get free school lunches to work for their meals. Such policies are particularly cruel at a time when nearly «half of all children live near close to the poverty line.» Other instances include moving people from welfare to workfare without offering training programs or child care, and the cutting of children’s food stamp benefits for 16 million children in 2014.  Another recent example of this culture of cruelty was Rep. Steve King (R-Iowa) tweeting his support for Geert Wilders, a notorious white supremacist and Islamophobic Dutch politician.

To read more articles by Henry A. Giroux and other authors in the Public Intellectual Project, click here.

Focusing on a culture of cruelty as one register of authoritarianism allows us to more deeply understand how bodies and minds are violated and human lives destroyed. It helps us to acknowledge that violence is not an abstraction, but is visceral and, as Brad Evans observes, «should never be studied in an objective and unimpassioned way. It points to a politics of the visceral that cannot be divorced from our ethical and political concerns.» For instance, it highlights how Trump’s proposed budget cuts would reduce funding for programs that provide education, legal assistance and training for thousands of workers in high-hazard industries. As Judy Conti, a federal advocacy coordinator [at the National Employment Law Project] points out, these cuts would result in «more illness, injury and death on the job

Rather than provide a display of moral outrage, interrogating a culture of cruelty offers critics a political and moral lens for thinking through the convergence of power, politics and everyday life. It also offers the promise of unveiling the way in which a nation demoralizes itself by adopting the position that it has no duty to provide safety nets for its citizens or care for their well-being, especially in a time of misfortune. Politically, it highlights how structures of domination bear down on individual bodies, needs, emotions and self-esteem, and how such constraints function to keep people in a state of existential crisis, if not outright despair. Ethically the concept makes visible how unjust a society has become. It helps us think through how life and death converge in ways that fundamentally transform how we understand and imagine the act of living — if not simply surviving — in a society that has lost its moral bearing and sense of social responsibility. Within the last 40 years, a harsh market fundamentalism has deregulated financial capital, imposed misery and humiliation on the poor through welfare cuts, and ushered in a new style of authoritarianism that preys upon and punishes the most vulnerable Americans.

The culture of cruelty has become a primary register of the loss of democracy in the United States. The disintegration of democratic commitments offers a perverse index of a country governed by the rich, big corporations and rapacious banks through a consolidating regime of punishment. It also reinforces the workings of a corporate-driven culture whose airwaves are filled with hate, endless spectacles of violence and an ongoing media assault on young people, the poor, Muslims and undocumented immigrants. Vast numbers of individuals are now considered disposable and are relegated to zones of social and moral abandonment. In the current climate, violence seeps into everyday life while engulfing a carceral system that embraces the death penalty and produces conditions of incarceration that house many prisoners in solitary confinement — a practice medical professionals consider one of the worse forms of torture.

In addition, Americans live in a distinctive historical moment in which the most vital safety nets, social provisions, welfare policies and health care reforms are being undermined or are under threat of elimination by right-wing ideologues in the Trump administration. For instance, Trump’s 2017 budgetary proposals, many of which were drafted by the hyperconservative Heritage Foundation, will create a degree of imposed hardship and misery that defies any sense of human decency and moral responsibility.

Public policy analyst Robert Reich argues that «the theme that unites all of Trump’s [budget] initiatives so far is their unnecessary cruelty.» Reich writes:

His new budget comes down especially hard on the poor — imposing unprecedented cuts in low-income housing, job training, food assistance, legal services, help to distressed rural communities, nutrition for new mothers and their infants, funds to keep poor families warm, even «meals on wheels.» These cuts come at a time when more American families are in poverty than ever before, including 1 in 5 children. Why is Trump doing this? To pay for the biggest hike in military spending since the 1980s. Yet the U.S. already spends more on its military than the next 7 biggest military budgets put together. His plan to repeal and «replace» the Affordable Care Act will cause 14 million Americans to lose their health insurance next year, and 24 million by 2026. Why is Trump doing this? To bestow $600 billion in tax breaks over the decade to wealthy Americans. This windfall comes at a time when the rich have accumulated more wealth than at any time in the nation’s history.

This is a demolition budget that would inflict unprecedented cruelty, misery and hardship on millions of citizens and residents. Trump’s populist rhetoric collapses under the weight of his efforts to make life even worse for the rural poor, who would have $2.6 billion cut from infrastructure investments largely used for water and sewage improvements as well as federal funds used to provide assistance so they can heat their homes. Roughly $6 billion would be cut from a housing budget that benefits 4.5 million low-income households. Other programs on the cutting block include funds to support Habitat for Humanity, the homeless, energy assistance to the poor, legal aid and a number of antipoverty programs. Trump’s mode of governance is no longer modeled on «The Apprentice.» It now takes its cues from «The Walking Dead.»

If Congress embraces Trump’s proposal, poor students would be budgeted out of access to higher education as a result of a $3.9 billion cut from the federal Pell grant program, which provides tuition assistance for low-income students entering college. Federal funds for public schools would be redistributed to privately run charter schools, while vouchers would be available for religious schools. Medical research would suffer and people would die because of the proposed $6 billion cut to the National Institutes of Health.

Trump has also called for the elimination of the National Endowment for the Arts, the National Endowment for the Humanities, the Corporation for Public Broadcasting and the Institute of Museum and Library Services, making clear that his contempt for education, science and the arts is part of an aggressive project to eliminate those institutions and public spheres that extend the capacity of people to be imaginative, think critically and be well-informed.

The $54 billion that Trump seeks to remove from the budgets of 19 agencies designed to help the poor, students, public education, academic research and the arts would instead be used to increase the military budget and build a wall along the Mexican border. The culture of cruelty is on full display here as millions would suffer for the lack of loans, federal aid and basic resources. The winners would be the Departments of Defense, Homeland Security, the private prison industry and the institutions and personnel needed to expand the police state. What Trump has provided in this budget proposal is a blueprint for eliminating the remnants of the welfare state while transforming American society into a «war-obsessed, survival-of-the fittest dystopia

The United States is now on a war footing and has launched a war against undocumented immigrants, Muslims, people of color, young people, the elderly, public education, science, democracy and the planet itself, to say nothing of the provocations unfolding on the world stage.  The moral obscenity and reactionary politics that inform Trump’s budget were summed up by Bernie Sanders: «At a time of massive income and wealth inequality, when 43 million Americans are living in poverty and half of older Americans have no retirement savings, we should not slash programs that senior citizens, children and working people rely on in order to provide a massive increase in spending to the military industrial complex. Trump’s priorities are exactly the opposite of where we should be heading as a nation.»

As more and more people find themselves living in a society in which the quality of life is measured through market-based metrics, such as cost-benefit analyses, it becomes difficult for the public to acknowledge or even understand the cost in human misery and everyday hardship that an increasing number of people have to endure.

A culture of cruelty highlights both how systemic injustices are lived and experienced, and how iniquitous relations of power turn the «American dream» into a dystopian nightmare in which millions of individuals and families are struggling to merely survive. This society has robbed them of a decent life, dignity and hope. I want to pose the crucial question of what a culture of cruelty looks like under a neofascist regime, and in doing so, highlight what I believe are some of its most crucial elements, all of which must be recognized if they are to be open to both criticism and resistance.

First, language is emptied of any sense of ethics and responsibility and begins to operate in the service of violence. This becomes evident as social provisions are cut for programs that help poor people, elderly people, impoverished children and people living with disabilities. This is also evident in the Trump administration’s call to scale back Medicaid and affordable, quality health insurance for millions of Americans.

Second, a survival-of-the-fittest discourse provides a breeding ground for the production of hypermasculine behaviors and hypercompetitiveness, both of which function to create a predatory culture that replaces compassion, sharing and a concern for the other. Under such circumstances, unbridled individualism and competition work to weaken democracy.

Third, references to truth and real consequences are dismissed, and facts give way to «alternative realities» where the distinction between informed assertions and falsehoods disappears. This politics of fabrication is on full display as the Trump administration narrates itself and its relationship to others and the larger world through a fog of misrepresentations and willful ignorance. Even worse, the act of state-sanctioned lying is coupled with the assertion that any critical media outlets and journalists who attempt to hold power accountable are producing «fake news.» Official lying is part of the administration’s infrastructure: The more authority figures lie the less they have to be taken seriously.

Fourth, in a culture of cruelty, the discourse of disposability extends to an increasing number of groups that are considered superfluous, redundant, excess or dangerous. In this discourse, some lives are valued and others are not. In the current moment, undocumented immigrants, Muslim refugees and Black people are targeted as potential criminals, terrorists or racial «others» who threaten the notion of a white Christian nation. Underlying the discourse of disposability is the reemerging prominence of overt white supremacy, as evidenced by an administration that has appointed white nationalists to the highest levers of power in the government and has issued a racist appeal to «law and order.» The ongoing rise of hate crimes should be no surprise in a society that has been unabashedly subjected by Trump and his cohorts to the language of hate, anti-Semitism, sexism and racism. Cultures of cruelty slip easily into both the discourse of racial cleansing and the politics of disposability.

Fifth, ignorance becomes glamorized, enforced through the use of the language of emotion, humiliation and eventually through the machinery of government deception. For example, Donald Trump once stated that he loved «uneducated people.» This did not indicate, of course, a commitment to serve people without a college education — a group that will be particularly disadvantaged under his administration. Instead, it signaled a deep-seated anti-intellectualism and a fear of critical thought itself, as well as the institutions that promote it. Limiting the public’s knowledge now becomes a precondition for cruelty.

Sixth, any form of dependency in the interest of justice and care for the «other» is viewed as a form of weakness, and becomes the object of scorn and disdain. In a culture of cruelty, it is crucial to replace shared values and bonds of trust with the bonds of fear. For the caste of warriors that make up the Trump administration, politics embraces what might be called neoliberalism on steroids, one in which the bonds of solidarity rooted in compassion and underlying the welfare state are assumed to weaken national character by draining resources away from national security and placing too large a tax burden on the rich. In this logic, solidarity equates with dependency, a weak moral character, and is dismissed as anaemic, unreliable and a poor substitute for living in a society that celebrates untrammeled competition, individual responsibility and an all-embracing individualism.

Seventh, cruelty thrives on the language of borders and walls. It replaces the discourse of bridges, generosity and compassion with a politics of divisiveness, alienation, inadequacy and fear. Trump’s call for building a wall on the Mexican border, his endless disparaging of individuals and groups on the basis of their gender, race, religion and ethnicity, and his view of a world composed of the deadly binary of «friends» and «enemies» echo the culture of a past that lost its ethical and political moorings and ended up combining the metrics of efficiency with the building of concentration camps.

Eighth, all cultures of cruelty view violence as a sacred means for addressing social problems and mediating relationships; hence, the criminalization of homelessness, poverty, mental illness, drug addiction, surviving domestic violence, reproductive choice and more.  The centrality of oppressive violence in the United States is not new, of course; it is entrenched in the country’s origins. Under Trump this violence has been embraced, openly and without apology, as an organizing principle of society. This acceleration of the reality and spectacle of violence under the Trump administration is evident, in part, in his call for increasing an already-inflated military budget by $54 billion. It is also evident in his efforts to create multiple zones of social abandonment and social death for the most vulnerable in society.

Ninth, cultures of cruelty despise democracy and work incessantly to make the word disappear from officially mandated state language. One example of this took place when Trump opted not to utter the word democracy in either his inaugural address or in his first speech to Congress. Trump’s hatred of democracy and the formative cultures that sustain it was on full display when he and his top aides referred to the critical media as the enemy of the American people and as an «opposition party.» A free press is fundamental to a society that takes seriously the idea that no democracy can exist without informed citizens. Trump has turned this rule on its head, displaying a disdain not only for a press willing to pursue the truth and hold politicians and corporations accountable, but also for those public spheres and institutions that make such a press possible. Under these circumstances, it is important to remember Hannah Arendt’s warning: «What makes it possible for a totalitarian or any other dictatorship to rule is that people are not informed … and a people that no longer can believe anything cannot make up its mind. It is deprived not only of its capacity to act but also its capacity to think and to judge.»

Tenth, all fascist regimes disparage, dismantle and destroy institutions, such as public and higher education and other public spheres where people can learn how to think critically and act responsibly. Evidence of an act of war against public spheres that are critical, self-reflective and concerned with the social good is visible in the appointment of billionaires, generals and ideological fundamentalists to cabinet positions running public agencies that many of them have vowed to destroy. What does it mean when an individual, such as Betsy DeVos, is picked to head the Department of Education even though she has worked endlessly in the past to destroy public education? How else to explain Trump appointing Scott Pruitt to head the Environmental Protection Agency, even though he does not believe that climate change is affected by human-produced carbon dioxide emissions and has spent most of his career actively opposing the authority of the EPA? At stake here is more than a culture of incompetency. This is a willful assault on public goods and the common good.

Eleventh, cultures of cruelty thrive when shared fears replace shared responsibilities. Under such conditions, an ever-expanding number of people are reduced to the status of a potential «terrorist» or «criminal,» watched constantly, and humiliated under the watchful eye of a surveillance state that inhabits practically every public and private space.

Twelfth, cultures of cruelty dispose of all vestiges of the welfare state, forcing millions to fend for themselves. Loneliness, powerlessness and uncertainty — fueled by the collapse of the public into the private — create the conditions for viewing those who receive much needed social provisions as cheaters, moochers or much worse. Under the Republican Party extremists in power, the welfare state is the enemy of the free market and is viewed as a drain on the coffers of the rich. There are no public rights in this discourse, only entitlements for the privileged, and rhetoric that promotes the moral superiority and unimpeachable character of the wealthy. The viciousness of these attacks is driven by the absolute idolatry of power of wealth, strength and unaccountable military might.

Thirteenth, massive inequalities in power, wealth and income mean time will become a burden for most Americans, who will be struggling merely to make ends meet and survive. Cruelty thrives in a society in which there seem to be only individual problems, as opposed to socially-produced problems, and it is hard to do the work of uniting against socially-produced problems under oppressive time constraints. Under such circumstances, solidarity is difficult to practice, which makes it easier for the ruling elite to use their power to engage in the relentless process of asset-stripping and the stripping of human dignity. Authoritarian regimes feed off the loyalty of those who benefit from the concentration of wealth, power and income as well as those who live in stultifying ignorance of their own oppression. Under global capitalism, the ultrarich are celebrated as the new heroes of late modernity, while their wealth and power are showcased as a measure of their innate skills, knowledge and superiority. Such spectacles function to infantilize both the general public and politics itself.

Fourteenth, under the Trump administration, the exercise of cruelty is emboldened through the stultifying vocabulary of ultranationalism, militarism and American exceptionalism that will be used to fuel further wars abroad and at home. Militarism and exceptionalism constitute the petri dish for a kind of punishment creep, in which «law and order» becomes code for the continued rise of the punishing state and the expansion of the prison-industrial complex. It also serves to legitimate a war culture that surrounds the world with military bases and promotes «democracy» through a war machine. It turns already-oppressive local police departments into SWAT teams and impoverished cities into war zones. In such a culture of cruelty, language is emptied of any meaning, freedom evaporates, human misery proliferates, and the distinction between the truth and lies disappears and the governance collapses into a sordid species of lawlessness, emboldening random acts of vigilantism and violence.

Fifteenth, mainstream media outlets are now a subsidiary of corporate control. Almost all of the dominant cultural apparatuses extending from print, audio and screen cultures are controlled by a handful of corporations. The concentration of the mainstream media in few hands constitutes a disimagination machine that wages a pedagogical war on almost any critical notion of politics that seeks to produce the conditions needed to enable more people to think and act critically. The overriding purpose of the corporate-controlled media is to drive audiences to advertisers, increase ratings and profits, legitimate the toxic spectacles and values of casino capitalism, and reproduce a toxic pedagogical fog that depoliticizes and infantilizes. Lost here are those public spaces in which the civic and radical imagination enables individuals to identify the larger historical, social, political and economic forces that bear down on their lives. The rules of commerce now dictate the meaning of what it means to be educated. Yet, spaces that promote a social imaginary and civic literacy are fundamental to a democracy if the young and old alike are to develop the knowledge, skills and values central to democratic forms of education, engagement and agency.

Underlying this form of neoliberal authoritarianism and its attendant culture of cruelty is a powerfully oppressive ideology that insists that the only unit of agency that matters is the isolated individual. Hence, mutual trust and shared visions of equality, freedom and justice give way to fears and self-blame reinforced by the neoliberal notion that individuals are solely responsible for their political, economic and social misfortunes. Consequently, a hardening of the culture is buttressed by the force of state-sanctioned cultural apparatuses that enshrine privatization in the discourse of self-reliance, unchecked self-interest, untrammeled individualism and deep distrust of anything remotely called the common good. Once again, freedom of choice becomes code for defining responsibility solely as an individual task, reinforced by a shameful appeal to character.

Many liberal critics and progressives argue that choice absent constraints feeds the rise of Ayn Rand’s ideology of rabid individualism and unchecked greed. But they are only partly right. What they miss in this neofascist moment is that the systemic cruelty and moral irresponsibility at the heart of neoliberalism make Ayn Rand’s vicious framework look tame. Rand’s world has been surpassed by a ruling class of financial elites that embody not the old-style greed of Gordon Gekko in the film Wall Street, but the inhumane and destructive avarice of Patrick Bateman in American Psycho. The notion that saving money by reducing the taxes of the rich justifies eliminating health care for 24 million people is just one example of how this culture of cruelty and hardening of the culture will play out.

Under the Trump administration, a growing element of scorn is developing toward the increasing number of human beings caught in the web of oppression, marginalization, misfortune, suffering and deprivation. This scorn is fueled by a right-wing spin machine that endlessly spews out a toxic rhetoric in which all Muslims are defined as «jihadists;» the homeless are cast as «lazy» rather than as victims of oppressive structures, failed institutions and misfortune; Black people are cast as «criminals» and subjected en masse to the destructive criminal punishment system; and the public sphere is portrayed as largely for white people.

The culture of hardness and cruelty is not new to American society, but the current administration aims to deploy it in ways that sap the strength of social relations, moral compassion and collective action, offering in their place a mode of governance that promotes a pageant of suffering and violence. There will, no doubt, be an acceleration of acts of violence under the Trump administration, and the conditions for eliminating this new stage of state violence will mean not only understanding the roots of neofascism in the United States, but also eliminating the economic, political and cultural forces that have produced it. Addressing those forces means more than getting rid of Trump. We must eliminate a more pervasive irrationality in which democracy is equated with unbridled capitalism — a system driven almost exclusively by financial interests and beholden to two political parties that are hardwired to produce and reproduce neoliberal violence.

*Fuente: http://www.truth-out.org/opinion/item/39925-the-culture-of-cruelty-in-trump-s-america

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