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Entrevista a Andreas Malm: «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia»

Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 1977) se ha convertido en uno de los pensadores con más visibilidad dentro del ecosocialismo, también en el estado español, con dos libros aparecidos en apenas unas semanas y otros más que están por venir.

Desde que publicara Capital fósil, recientemente traducido al castellano, su preeminencia no ha dejado de crecer, en parte debido a la claridad y el vigor de su manera de escribir, pero sobre todo gracias a la contundencia (incluso la brutalidad) de sus análisis y propuestas. La editorial Errata Naturae ha publicado hace poco uno de los últimos libros del autor sueco, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, en el que, inspirándose en cómo los bolcheviques lidiaron con una situación catastrófica de varias dimensiones (social, política, económica, bélica, energética…) durante el fin de la primera guerra mundial, la revolución de octubre y la guerra civil rusa, propone retomar la noción de comunismo de guerra y poner en marcha un leninismo ecológico que nos permita salir de la actual crisis ecosocial global, la cual se está manifestando también en múltiples niveles: pandemia, emergencia climática y desigualdades sociales rampantes a escala planetaria. Para ello, Malm pone sobre la mesa la necesidad de apropiarnos de todos los recursos materiales y sociales a nuestro alcance, utilizarlos para recuperar el ímpetu comunista de salvación y redirigir esta crisis contra sus causas y, especialmente, contra sus causantes. Hemos tenido la oportunidad de entrevistar al autor en torno a estas propuestas, sus complicaciones y sus posibilidades.

Aunque a primera vista podría parecer que el cambio climático y la crisis del COVID-19 presentan profundas similitudes debido a sus implicaciones globales y de urgencia, en tu libro subrayas las muchas diferencias que hay entre ellos. Pese a que no existían muchas pruebas científicas acerca del COVID-19 ni análisis políticos sobre las posibles soluciones, muchos gobiernos aplicaron medidas rápidas y drásticas sin demasiado debate político. En el caso del cambio climático, tras décadas de investigación disponemos de una cantidad abrumadora de pruebas sobre sus causas y sobre qué hacer, pero en este momento las medidas que es necesario aplicar parecen políticamente irrealizables. ¿Qué crees que puede aprender el movimiento climático de esta aparente paradoja y de la relativa importancia que tiene la «verdad científica» si no está vinculada a la importancia del poder?

Esta es una muy buena pregunta, porque señala una lección que al movimiento climático se le debería quedar grabada a fuego después de este año: el progreso no deriva del conocimiento, deriva del poder y del equilibrio de fuerzas. Parece haber una relación inversa entre las acciones más relevantes y la cantidad de conocimiento que las acompaña; como sugerís, la sobreabundancia de pruebas científicas sobre el calentamiento global viene acompañada por una actitud de pasividad, mientras que las acciones más dramáticas para combatir el COVID-19 (se llegó al punto de dejar en suspenso economías enteras) emergen de una base con una comprensión muy rudimentaria acerca de la pandemia. Por lo tanto, el movimiento por el clima ya no puede simplemente seguir pidiendo a los políticos que presten atención y «escuchen a los científicos», un enunciado repetido por gente como Greta Thunberg. Si bien esa postura tiene, por supuesto, muy buenas intenciones, está pasando por alto lo que es la clave del asunto: los políticos se alinean con las posturas científicas solo si los intereses de la clase dominante, responsable de la destrucción que ahora mismo está en marcha, son sobrepasados y derrotados o si estos no aparecen siquiera cuestionados. La pregunta que el movimiento debería hacerse es más bien esta: «¿Cómo construimos el músculo social necesario para obligar a los estados a hacer lo que hace falta?». No tanto «¿por qué no escucháis a la ciencia?» sino «¿cómo forzamos a los gobiernos, tan plegados hasta ahora al capital fósil que han ignorado la montaña inmensa de pruebas científicas, para que empiecen a actuar?». En otras palabras, ¿cómo rompemos los lazos que los unen al capital fósil y los ponemos a funcionar como aparatos que apliquen una transición ecológica? Lo que yo creo, por supuesto, es que esta transición no puede tener lugar sin que los estados se encarguen de ella, pero nunca va a suceder si son los estados los que tienen que tomar la iniciativa: el principal motor serán las fuerzas situadas fuera del estado, fuerzas populares, dentro del movimiento climático y aliado con él, que hagan que los gobiernos se comporten de manera distinta a como lo han venido haciendo hasta ahora. No estoy diciendo que el movimiento (incluida Thunberg y sus cuadros) no hayan intentado lograr precisamente esto; probablemente la generación de 2018-2019 se ha acercado más que ninguna otra dentro de la historia del movimiento a encarnar este papel. Pero tenemos que pensar en nuestra lucha como la de una fuerza contra otra más que como la del conocimiento contra la ignorancia. Porque la política no viene determinada por la presencia de la verdad científica; desde luego, esta es una lección que sacar de la comparación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

Afirmas que la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes de la zoonosis, las pandemias y el cambio climático. ¿Qué podrían hacer los países del norte global para frenar esta destrucción y comenzar a restaurar ecosistemas situados más allá de sus fronteras? ¿Está sucediendo esto de algún modo que nos pueda resultar visible?

Lo primero sería tomar el control público de las cadenas de suministro que llegan a zonas tropicales de tala masiva de árboles. Los estados del norte global deberían dejar de aplicar su capacidad de orden, mando y mapeo sobre la ciudadanía (y, añadiría, sobre la gente migrante) y empezar a hacerlo sobre las compañías que sacan sus mercancías de pastizales y plantaciones y minas y cultivos situados donde hasta hace poco se alzaban bosques. Que esto se puede hacer es evidente, no hay ningún obstáculo técnico. Pero no estamos viendo nada que se le parezca; de hecho, a estas alturas de 2020 solo hemos visto lo contrario: una deforestación acelerada de las áreas tropicales más sensibles del planeta. Las carreteras penetran tanto en las selvas tropicales del Amazonas, del centro de África y del Sudeste Asiático que la integridad de estos ecosistemas se halla en peligro inminente. La devastación del interior del Amazonas llegó este verano a un punto de intensidad nuevo, cuando hubo empresarios que se adentraron en la región para incendiar bosques enteros, al tiempo que el gobierno de Indonesia decidía abrir sus selvas a la inversión extranjera, sin límite alguno a la tala. Y todo eso en mitad de una pandemia, cuando cabría pensar que los estados se lo iban a pensar dos veces antes de dar alas a una mayor destrucción forestal. Porque lo cierto es que la ciencia es tremendamente clara acerca del hecho de que la deforestación es el principal desencadenante de la zoonosis. Cuando las carreteras se abren paso a través de los bosques, los patógenos que habitan en ellos entran en contacto con los seres humanos; cuando se talan bosques enteros, los portadores (como los murciélagos, que portan los coronavirus) se ven obligados a irse a otro lugar. Es aquí donde el contraste entre el coronavirus y el cambio climático se esfuma: es precisamente allí donde se ven involucradas las principales entidades de acumulación de capital donde los estados no han estado preparados para llevar a cabo ningún movimiento contra las causas de la pandemia. En su lugar, lo que hemos visto este año ha sido cómo se echa más gasolina al fuego de la fiebre global: más deforestación, lo que ha causado el surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas, junto a una mayor quema de combustibles fósiles. Todos los pasos se están dando en la dirección equivocada.

En «El murciélago y el capital» hay una idea que aparece con frecuencia y que nos resulta interesante: no solo la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes tanto de las pandemias como del cambio climático, sino que también es muy importante en este sentido la mercantilización y subsunción de la vida animal a los circuitos del capital. Llegas incluso a proponer, de manera bastante provocativa, que deberíamos alcanzar un «veganismo global obligatorio». En este sentido, ¿crees que el antiespecismo, que ahora mismo en la práctica parece estar políticamente separado de la lucha ecologista, podría tener un papel relevante en la lucha contra el cambio climático y viceversa?

Eso creo, sí. El «veganismo global obligatorio» es, por supuesto, una provocación. No tengo ninguna intención de prohibir el consumo de carne al pueblo sami o a comunidades del Amazonas con las que no se ha establecido ningún contacto. Pero sí que creo que la generalización del veganismo sería un fin deseable dentro de la transición que necesariamente tiene que hacer en su dieta el norte global rico; eso para empezar. Nuestras metrópolis no pueden seguir cebándose gracias a las preciadas tierras que hay por todo el planeta. Lo que hace falta es utilizar la tierra para otros fines que no son ni la producción de carne ni la de lácteos; especialmente se deben dedicar a la resilvestración y la reforestación, que permitirán absorber CO2 y estabilizar el clima. Estamos alcanzando un punto en el que el interés de la humanidad por su propia supervivencia (y debemos suponer que existe tal interés, al menos más allá de las clases dominantes, de la extrema derecha y demás gente que parece poseída por una arrebatadora pulsión de muerte) se está alineando de manera objetiva con la de otras especies. Lo que quiero decir es lo siguiente: la crisis de biodiversidad ahora mismo se ha vuelto también peligrosa para los seres humanos. El COVID-19 es la primera manifestación épica de esta respuesta. Lo que ha sucedido hace poco en la granja de visones en Dinamarca nos ha puesto ante los ojos de nuevo el mismo asunto: al tener enjaulados a quince millones de criaturas, la industria danesa de visones (que es la más grande del mundo, pues produce abrigos de piel y productos de pestañas falsas para un segmento de consumidores espantosamente rico) generó las condiciones perfectas para que el Sars-Cov-2 saltase de nuevo a organismos animales, mutase y volviese otra vez a los seres humanos de una forma potencialmente desastrosa. Por tanto, el estado danés ahora está liquidando esa industria. Esto es algo que, por supuesto, los y las activistas por los derechos de los animales han estado exigiendo desde hace una eternidad por compasión hacia los visones, que necesitan deambular y nadar y andar escarbando; para estas criaturas, la vida en una jaula es de un terror abyecto. Y ahora finalmente se ha convertido en una fuente de terror también para los seres humanos. En el mismo espíritu, el cambio de la comida de origen animal a la de origen vegetal en nuestra dieta debería estar motivado por un interés humano por nosotros mismos. Por decirlo de algún modo, el antiespecismo se convierte así en un abandono con base antropocéntrica del reino animal.

En tu libro hay una parte en la que hablas de algo que para mucha gente de izquierdas no es fácil de asumir: la necesidad de hacer cesiones, un asunto que incluso los bolcheviques tuvieron que afrontar y que se vuelve aún más inevitable cuando apenas disponemos de fuerza política y queremos empezar a crecer, que es lo que sucede actualmente. ¿Cómo podríamos combinar esta necesidad con la de empezar a ver cambios drásticos de manera inmediata? ¿Cómo puede el movimiento climático empezar a levantarse a partir de esta idea de un diálogo entre reforma y revolución, y no solo a partir de la oposición negativa entre reforma revolución?

A mí, que vengo del movimiento trotskista, la conceptualización que más me atrae de la relación entre reforma y revolución sigue siendo la idea de «reivindicaciones transitorias»: se elevan reivindicaciones que articulan intereses materiales inmediatos de los grupos subalternos, pero ello, precisamente por esta razón, entra en conflicto con el statu quo y acaba apuntando aún más allá. Las reivindicaciones más básicas por una transición climática tienen esta forma. La abolición total de aquello que normalmente denominamos «industria de combustibles fósiles» (las compañías que extraen sus beneficios directamente de la producción de petróleo, gas y carbón) es una reivindicación de mínimos para lograr la estabilización del clima. Toda aquella persona que tenga cierta idea sobre la crisis climática sabe también que esas empresas no pueden seguir existiendo en cuanto tales. Deben ser apartadas de la economía de manera inmediata y para siempre. Sin embargo, eso abriría un agujero enorme en el tejido del capitalismo tal cual existe actualmente y no sabemos qué puede surgir al otro lado; perfectamente podría ser alguna versión de una sociedad poscapitalista. No obstante, es importante no poner el carro delante de los bueyes. No se arranca diciendo «acabemos con el capitalismo», esa no es la lógica de las reivindicaciones transitorias. Uno empieza exigiendo lo que es necesario ahora y luego sigue la dinámica social de esa demanda allí donde le lleve. Por poner un caso un poco más concreto, pensemos en un país del que rara vez se habla en este contexto: Francia. La empresa privada más grande del país es Total, una de las compañías de petróleo y gas más grandes del mundo. Como cualquier otra empresa del sector, ahora mismo está planeando una expansión de su producción para la década actual, la misma en la que las emisiones se deben reducir a la mitad a nivel mundial si queremos conservar alguna posibilidad de tener un calentamiento global que esté por debajo de 1,5 ºC. Evidentemente, Total tiene que dejar de existir. La manera más obvia de lograr que eso suceda sería nacionalizar la compañía y poner fin a toda su producción de petróleo y gas (y yo añadiría que habría que convertirla en una entidad dedicada a absorber CO2 de la atmósfera en lugar de a emitirlo). Es también evidente que el estado francés no está pensando hacer esto ni nada que se le parezca. Al contrario, el presidente Macron respalda los planes que tiene Total de irse al Ártico a hacer perforaciones en busca de más petróleo, y lo hace en el mismo momento en el que hay científicos informándonos de que el calentamiento en el Ártico se está dando a tal velocidad que los depósitos de hidrato de metano ubicados en el fondo del mar se están activando, filtrando así a la atmósfera este gas de efecto invernadero ultrapotente, uno de los mecanismos de retroalimentación más temidos y peligrosos del sistema climático. Pero imaginemos que el estado francés, sometido a algún tipo de presión de masas, de hecho socializase Total y se la quedase. ¿Sería eso compatible con el capitalismo tal cual lo conocemos en Francia o apuntaría, de manera más o menos inevitable, a un lugar situado más allá del statu quo? Esa es la lógica de las reivindicaciones transitorias en la crisis climática: trascienden la oposición binaria entre reforma y revolución. Y, en este momento de emergencia, lo cierto es que no podemos permitirnos quedarnos atascados en ningún tipo de insistencia purista en ninguna de las dos. Sencillamente hay que hacer lo hay que hacer.

Dentro del mismo marco de reforma revolución, en el libro sugieres que incluso los revolucionarios más radicales del siglo veinte tuvieron que mantener cierta continuidad con el antiguo régimen debido a las circunstancias extremas que estaban afrontando. Las nuestras no solo son extremas, sino que además nos dan muy poco tiempo para reaccionar. ¿Crees que deberíamos hacernos a la idea de que los cambios políticos más importantes de la próxima década para superar lo peor del cambio climático se darán dentro del antiguo régimen capitalista? ¿O esta es la receta perfecta para el desastre y el derrotismo?

Retomo la respuesta a la pregunta anterior: no podemos aceptar el capitalismo como un marco del que no podemos escapar y en el que tenemos que permanecer mientras resolvemos el problema del clima. No obstante, tampoco podemos decir que solo acabando primero con el capitalismo vamos a poder abordar el asunto del clima. Eso es una bobada. La lógica de la reivindicaciones transitorias, a riesgo de repetirme, es la de insistir en las políticas que resulten más evidentes (pensemos en la petición de paz en Rusia en 1917) y después, dado que estas políticas solo pueden ser llevadas a cabo a través de la confrontación con las clases dominantes, o al menos con fracciones de la clase dominante, prepararnos para ir más allá de su gobierno, si es eso lo que hace falta. La transición climática es un viaje que no empieza (que no puede empezar) con el fin del capitalismo, como tampoco pudo la revolución rusa. Puede terminar en ello, pero eso aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ninguna de nuestras exigencias (emisiones cero, la liquidación de la industria de combustibles fósiles, revertir la deforestación, etcétera) va a darse sin lucha. Y esa lucha debemos darla hasta el final. Todo depende de ello.

En otras entrevistas has señalado que esta cuarentena a nivel global ha supuesto todo un golpe para la lucha contra el cambio climático, la cual parecía estar en auge antes de marzo. Además, como decíamos antes, la pandemia ha demostrado que es más que necesario un movimiento social potente para dotar de ambición y sentido a las intervenciones estatales. Esto nos podría recordar otro de los preceptos leninistas: debemos estar preparados para aprovechar el momento. ¿Cómo podría prepararse el movimiento climático antes de una posible vuelta a la normalidad, cómo debería proceder cuando eso suceda (si es que sucede)? ¿Crees que la actual situación podría ser redirigida contra el capital fósil? En resumidas cuentas, ¿qué aspecto podría tener hoy ese «momento a aprovechar»?

Una cosa que defiendo en How to Blow Up a Pipeline: Learning to Fight in a World on Fire, que aparecerá en la editorial británica Verso en enero y algo más tarde en castellano [Cómo dinamitar un oleoducto. Nuevas luchas en un mundo en llamas será publicado también por Errata Naturae], es que el movimiento por el clima tiene que aprovechar los momentos de desastres climáticos, es decir, debemos aprender a actuar cuando nos golpeen sucesos meteorológicos extremos. Hasta el momento, el movimiento ha seguido un calendario ajeno al clima (huelgas los viernes, eventos contra las cumbres de la COP) y rara vez ha ajustado sus acciones a desastres reales, pero la próxima vez que Australia sufra unos incendios infernales, el movimiento debería lanzar una serie de acciones militantes contra la industria del carbón del país, y el próximo verano que Europa padezca un calor y unas sequías insoportables, deberíamos atacar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles para dejarle claro a la gente que, a menos que desarmemos esta maquinaria, vamos a arder hasta la muerte. El leninismo ecológico en funcionamiento sería eso: transformar una crisis de los síntomas en una crisis contra las causas. Los momentos de condiciones meteorológicas extremas y el sufrimiento que los acompaña deben ser politizados como los episodios bélicos que en realidad son. Son también los momentos en los que existe el potencial de ganar un apoyo masivo para la resistencia contra los combustibles fósiles; el verano de 2018 en Europa y lo que vino después (Fridays for Future y Extinction Rebellion) así lo indican. Tenemos que aprender a golpear cuando la cosa se está poniendo caliente, de manera bastante literal. Es entonces cuando las acciones militantes de masas se deben escalar, llegando a tomar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles, también dentro de las ciudades, para asfixiarlas hasta tal punto que los estados se vean obligados a negociar su desmantelamiento permanente. Pero está claro que hay algo de camino que recorrer hasta llegar ahí.

Como dices en el libro, el comunismo ha sido un movimiento fuertemente vinculado a las ideas de emergencia y salvación, desde el Manifiesto comunista hasta el periodo de 1914-1945 y hasta, queremos creer, la actual crisis climática. ¿Crees que si abordamos el cambio climático y la destrucción de ecosistemas desde una perspectiva realmente de emergencia, esta sería inherentemente comunista, al menos en espíritu (si es que existe tal cosa)?

Debemos atrevernos a enfrentarnos a la propiedad privada. Esto es inevitable, es el alfa y el omega. Que eso requiera un comunismo en toda regla es harina de otro costal; yo creo que en ningún caso lo hace de manera axiomática. Uno puede concebir de manera lógica la abolición de las industrias de combustibles fósiles sin la abolición del capitalismo como modo de producción. Pero, de nuevo, la abolición de las primeras perfectamente puede llevar a una ruptura con el capitalismo. A fin de cuentas, las reivindicaciones transitorias básicas y de mínimos apuntan algo que se parece bastante al comunismo de guerra.

En todo caso, sí afirmas que las experiencias comunistas históricas fueron una especie de operación de rescate a partir de fallos catastróficos anteriores, esto es, fueron empresas inherentemente trágicas. Dices que deberíamos estar dispuestos a aceptar esta situación y a tener por delante una vida de lucha sin cuartel. Todo indicaría que esto es así y, pese a todo, vivimos en sociedades en las que cualquier cambio significativo viene después de haber convencido a un porcentaje importante de la población. Un comunismo del desastre, en estas condiciones, podría parecer un suicidio político perfecto a la hora de hacer campaña por él. ¿Qué opinas al respecto?

En las pancartas yo no escribiría «¡Comunismo del desastre ya!», sino que plasmaría reivindicaciones como las que hemos mencionado, que puedan granjearse un apoyo extenso, como lo hacen, claro está, la reivindicaciones por un Green New Deal, por una transición justa y otros proyectos similares. Lo que pasa con el comunismo en el siglo veintiuno (si pensamos en el comunismo como una sociedad sin clases en la que todo el mundo tiene sus necesidades básicas cubiertas) es que probablemente tendría que construirse en una situación de escasez más que de abundancia. No tenemos más que pensar en el aumento del nivel del mar. Si crece dos metros, la mayor parte de Bangladés y todo el sur de Irak van a estar inundados, y puede que ya sea demasiado tarde para evitar este crecimiento, dada la velocidad y la irreversibilidad potencial del derretimiento del hielo en Groenlandia y en la Antártida occidental. Así pues, de aquí a un siglo, el comunismo en países como Bangladés o en el sur de Irak tendría una forma más parecida a la del comunismo de guerra o del desastre que a propuestas como el «comunismo de lujo totalmente automatizado», que parten de una «capacidad de suministro extremo» de cualquier bien que podamos desear. Bien pudiera ser que hubiera una escasez extrema de los bienes más básicos, incluso de un suelo sobre el que poner los pies. ¿Cómo cubriríamos entonces las necesidades de todo el mundo? ¿Podemos hacerlo sin dejar atrás las terribles desigualdades que existen en una sociedad de clases? Son preguntas que debemos hacernos de manera seria. Tendríamos que formular nuestras reivindicaciones más inmediatas pensando en evitar hacer más daño a la Tierra, pero sabiendo que hay un daño que ya se le ha hecho.

Dicho todo esto, cierras tu libro vinculando las ideas de supervivencia y utopía. La de utopía es una noción que nos resulta muy cercana, pensada no solo como la necesidad de dibujar un futuro imaginario mejor, sino también, y de manera muy concreta, un presente diferente. ¿En tu idea de «comunismo de guerra» hay espacio para el pensamiento utópico?

Desde luego. Como señalo en el libro (si bien no me extiendo en ello, ya lo han hecho otras personas) una transición que deje atrás los combustibles fósiles es compatible con mejoras radicales en las vidas de la gente. Puede venir acompañada de mejores trabajos, trabajos más seguros y, lo que no es menor, menos trabajo: jornadas laborales más cortas, más tiempo libre. De hecho en el comunismo de guerra original existía también una pulsión utópica: la emergencia de la guerra civil rusa ofreció la ocasión de experimentar con una vida sin dinero ni propiedad privada. Evidentemente, no salió demasiado bien. Pero la supervivencia y la utopía no son conceptos opuestos por definición. La primera podría hallarse en la segunda y necesitarla.

Fuente: https://contraeldiluvio.es/nuestra-lucha-es-la-de-una-fuerza-contra-otra-no-la-del-conocimiento-contra-la-ignorancia-entrevista-con-andreas-malm/

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Boaventura de Sousa Santos: «Hay que unir las luchas contra el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado»

Por: Boaventura De Sousa Santos

El pensador portugués Boaventura de Sousa Santos dice que los maestros son alternativa contra la guerra del odio.

Boaventura de Sousa Santos sostiene que no es posible transformar una realidad desigual sin antes modificar la epistemología que impide pensar en alternativas posibles. «Hay que cambiar la epistemología para cambiar las cosas. Y en el medio cambiar la pedagogía», propone el sociólogo portugués, que esta semana fue distinguido con el título de Doctor Honoris Causa de la UNR. También participó del Encuentro de Red Sentipensante realizado en el Galpón de la Música, donde instó a unir las luchas por la emancipación frente a un capitalismo que se muestra unido al colonialismo y al patriarcado.

En diálogo con La Capital, el pensador asegura que asistimos «a un ciclo reaccionario muy fuerte», con un neofascismo «que parte de la idea de despolitizar la política». En este contexto, dice que no es casual el ataque de los gobiernos conservadores a los maestros, a quienes considera «la alternativa a la guerra ideológica del odio».

También advierte sobre el riesgo de que «la democracia empiece a ser un espectáculo dominado por el dinero» y «el Estado sea apropiado de una manera brutal por una promiscuidad muy grande entre el dinero y la política».

La emergencia de personajes como Bolsonaro ¿se entiende por ese lado?

—Bolsonaro es una expresión de ese proceso, pero hay otros. No quiero hablar demasiado de lo que pasa en la Argentina, pero lo que está pasando es que hay una ola conservadora y reaccionaria que piensa que el neoliberalismo es la única solución política. Y como es una solución única no tiene alternativa. Por eso los ricos tienen que ser ricos y pobres los pobres.

Frei Betto marcaba como un error de los gobiernos progresismos que hayan desmovilizado a las bases ¿Coincide?

—Hubo una separación muy fuerte y cuando llegaron al poder se entregaron completamente a la lógica del régimen. Dejaron de pensar en los problemas de la gente de la periferia, por ejemplo en la seguridad personal. Porque hay mucha violencia y la gente vive la violencia cotidiana en las periferias, donde el de las balas perdidas es un tema cotidiano. Y la izquierda no tuvo una respuesta para este tipo de inseguridad que estaba en la comunidad. Las abandonaron. Por otro lado, las clases populares fueron abandonadas también por la Iglesia Católica, que hasta los años 70 y 80 estuvo con una teología de la liberación muy fuerte. Juan Pablo II la prohibió porque era un anticomunista muy fuerte. Ese vacío de las comunidades de base de las periferias fue ocupado por las iglesias evangélicas y pentecostales, sobre todo de influencia gringa, con una teología de la prosperidad, donde los pobres sólo tienen que rezar, porque no son dignos de riqueza. O sea que la pobreza es un destino, no un problema social.

¿Qué rol debe cumplir la escuela en estos tiempos?

—Los maestros son cada vez más importantes en estos tiempos. Porque son la alternativa a la guerra ideológica del odio. Y no es coincidencia que todos los gobiernos conservadores elegidos en Europa o en este continente, sus blancos iniciales sean los maestros, las escuelas, las carreras o los planes de estudio. Yo pienso en una escuela que sea abierta a todos los problemas de nuestro tiempo, porque durante mucho tiempo fue excluyente. Y también despreció y desperdició mucho conocimiento válido, sobre todo en contextos interculturales, cuando jóvenes negros o indígenas llegaban a la escuela y no siempre tenían una enseñanza adecuada a sus inquietudes. Como cuando el profesor de historia considera como un gran héroe nacional a un militar que mató a indígenas o negros. Esto crea angustia. Por eso las escuelas tienen que ser más interculturales, abiertas a las diferencias.

—¿La misma crítica corre para el ámbito universitario?

—Absolutamente. Pienso que todavía más, porque la enseñanza media tiene un contacto más directo con todas estas diferencias. Y se piensa que los que llegan a la universidad son una élite. El manifiesto de los estudiantes de Córdoba de 1918 se dirige a los hombres (y mujeres) libres del continente. Pero no hay una palabra sobre los indígenas, se consideraba que no había en la Argentina. Es lo que yo llamo la sociología de las ausencias. Producimos invisibles. La universidad tiene que ser intercultural y descolonizada.

—¿Y qué opina de la formación universitaria «para el mercado»?

—Es la gran ilusión y la gran trampa de nuestro tiempo. Hay un cambio muy rápido en los perfiles profesionales y las universidades que quieran seguir adelante en esta crisis tienen que mantener una educación general muy fuerte. Una educación humanística que permita que la gente se pregunte sobre el destino y sentido de la vida colectiva. Y a qué sociedades vamos.

Las tres cabezas

Para el sociólogo portugués, la democracia «está muriendo democráticamente» y cita el ejemplo de lo sucedido recientemente en Brasil, con el ascenso de Jair Bolsonaro a la presidencia. Sumado esto a un mundo que se presenta «sin alternativas al neoliberalismo».

Ante eso, propone pensar una alternativa desde abajo, que involucre a las universidades, y convoca a organizar la resistencia contra un enemigo con tres cabezas: el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado. Porque advierte que mientras la dominación está unida, la resistencia está fragmentada.

—¿Las resistencias están muy divididas?

—La izquierda perdió a las clases populares que viven la violencia contra las mujeres, el racismo y un capitalismo grosero y agresivo. Donde la gente no es verdaderamente gente, como los refugiados en Europa. Hay dos masas de gente caminando para el centro: una de África a Europa y otra de Honduras y Nicaragua a los Estados Unidos, huyendo del hambre y el crimen. Estamos creando un mundo donde la dominación capitalista, patriarcal y colonial es más fuerte. Y donde las izquierdas y las fuerzas progresistas en general no tienen la capacidad de unirse. Siguen divididas, muy sectarias, pensando que el fascismo no está llegando. Acabo de escribir un libro, ya publicado en España, que se llama Izquierdas del mundo, ¡uníos! Porque lo que se hunde no es el socialismo sino la democracia, que está siendo vaciada desde la democracia. En 1932 Hitler subió al poder por elecciones, no fue un golpe. La democracia no se sabe defender de los antidemocráticos, sobre todo con toda esta manipulación de la opinión pública desde Facebook y WhatsApp. Y la democracia tiene que ser defendida porque el fascismo está muy cerca. Un fascismo de un tipo nuevo. Los militares de Brasil dicen que quieren una nueva democracia, sin comunistas y sin el PT. Hacia eso caminamos, hacia una democracia mutilada. No es una dictadura, no son militares, hay elecciones. Pero ciertas cosas no se dicen. En Inglaterra, también están así las cosas.

—No es tiempo entonces de dividir las luchas…

—No, hay que unirse. Hay gente que piensa que en América latina, y sobre todo en Brasil, la influencia imperial no es mucha. Y para mí es absolutamente decisiva.

—¿Cuál es su mirada sobre el empuje del feminismo?

—El feminismo tiene una importancia brutal si realmente sabe unir y traer otras luchas.

—¿Por ejemplo?

—La lucha anticapitalista. Puede ser una obviedad, pero nosotros teníamos un concepto para hablar de una sociedad alternativa. Se llamaba socialismo. Esa palabra fue exiliada de Europa en los años 70 y 80. Reapareció en el continente latinoamericano en el inicio del 2000, cuando se hablaba del socialismo del siglo XXI. Ahora desapareció —salvo en Venezuela— y reaparece en los Estados Unidos a través del senador demócrata Bernie Sanders. Y las mujeres latinas que fueron elegidas para el Congreso se dicen socialistas. Entonces ahora para los periódicos de los Estados Unidos el socialismo ya no es una palabra fea.

—¿Se considera socialista?

—Sí, pero de un socialismo que no es dogmático. Mi utopía sería un ecosocialismo feminista y antirracista. Ecosocialismo porque tenemos que tener otro modelo de desarrollo. No puede ser este modelo extractivista de la agricultura industrial que está produciendo un calentamiento brutal global. Y antirracista y feminista para unir las luchas.

Fuente: https://www.lacapital.com.ar/educacion/hay-que-unir-las-luchas-contra-el-capitalismo-el-colonialismo-y-el-patriarcado-n1704522.html

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Entrevista a Leonor Zalabata: La tierra es la madre y es la que tiene capacidad de dar vida

Ecofeminismo & Lucha Indígena
La tierra es la madre y es la que tiene capacidad de dar vida

Paola González Velosa
www.ecologistasenaccion.org

 

Leonor Zalabata, líder indígena colombiana del pueblo Arhuaco, habla en esta entrevista sobre los pueblos indígenas y la lucha ecofeminista.

 

Cuando se cumplen 10 años de la Declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas, hablamos con Leonor Zalabata, líder indígena colombiana del pueblo Arhuaco [1].

Zalabata, reconocida por su trabajo por los derechos de los pueblos indígenas, cuenta con 35 años de experiencia; ha participado en la Comisión de Diversidad Biológica de Naciones Unidas, en la Red de Mujeres por la Biodiversidad y el grupo de trabajo de los pueblos indígenas de Naciones Unidas en Ginebra. En 2007 el Primer Ministro de Suecia le entregó el Premio Internacional de los Derechos Humanos Anna Lindhs.

Leonor Zabalata hace una reflexión sobre la búsqueda de una sociedad intercultural y justa que reconozca los derechos de todos los seres vivos como principio de vida. Una sociedad similar a esa democracia de la tierra [2] de la que habla también la líder india Vandana Shiva en la que se ve el mundo en sus interrelaciones y a través de la cual podemos cooperar para ser creadores de paz, sostenibilidad y justicia. Los pueblos indígenas poseen un sistema de pensamiento estrechamente ligado a la tierra, principio que los diferencia de la sociedad occidental mayoritaria.
En la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, habitan los pueblos indígenas Kogui, Arhuaco, Wiwa y Kankuamo, representativos por su resistencia histórica. Fundamentan su cosmovisión en la existencia de la “Ley de Origen” mediante la cual se relacionan y reconocen el valor primordial que tiene la naturaleza para la vida. A través de los usos y costumbres orientados por dicha ley, estos pueblos han pervivido por mucho tiempo ante distintas adversidades. Una de ellas, el conflicto armado en Colombia en el que se han vulnerado sus derechos, desde los diferentes escenarios de violencia hasta por los procesos de explotación de la tierra [3]. En este escenario, el territorio-naturaleza y las mujeres indígenas han sido víctimas.
Estas últimas desde su posición de indígenas, pobres y mujeres vinculadas a situaciones de explotación económica y opresión cultural que se ven agravadas por su condición de género [4]. Desde las miradas ecofeministas, las mujeres y la naturaleza sufren violencias paralelas al ser explotadas por el sistema patriarcal capitalista que las considera inferiores y apropiables. Esta misma relación la vemos reflejada en el vínculo de los pueblos indígenas con sus territorios, quienes, afectados por el mismo sistema desarrollista, luchan por la conservación de la naturaleza como medio de vida y equilibrio universal.

Un elemento diferenciador de los pueblos indígenas es lo que ustedes reconocen como Ley de Origen. ¿Cómo se explica esta ley? 

Las tradiciones de los pueblos indígenas han estado siempre arraigadas a la tierra, de ahí que la conservación de la naturaleza sea un tema de vida diaria. La Ley de Origen es un enfoque de vida, mediante él se establece una relación recíproca con la naturaleza, en esta medida todo tiene vida porque influye en los demás seres. Una ley donde todos los elementos de la naturaleza tienen sus padres y madres. Estos, según nuestra tradición existían antes de materializarse y hacerse tangible lo que hoy tenemos. Por tanto, la ley conduce nuestros usos y costumbres, recoge unos principios para relacionarnos y proyectarnos y se constituye como base para mantenernos dentro de la actualidad en reconocimiento de derechos sociales, políticos y económicos.

¿Cómo han pervivido haciendo uso de esta ley y por qué cree que los demás nos hemos distanciado esa visión?

 La solución de muchas cuestiones la encontramos dentro de la ley de origen con componentes que ahora son nuevos. En los últimos siglos nos hemos relacionado sin desaparecer, avanzado a la luz de las tradiciones indígenas y esto nos da la capacidad de ser modernos. Relacionarnos de igual a igual, porque somos diferentes y la igualdad está en esto, en que todos valoremos la diferencia. Considero esta ley como elemento que nos permite respetar y relacionarnos con los otros. Así, la cuestión es que los indígenas no estamos ni por encima ni por debajo de la naturaleza, nosotros somos un ser creado para conservarla. Pero ahora ya no nos dejan convivir con ella, somos un obstáculo para el desarrollo y lo peor es que la sociedad mayoritaria no avanza, su vida es el carro, la beca y la tarjeta de crédito. Esto nos ha ocasionado graves impactos, por ello la lucha y la resistencia de los pueblos indígenas se mantiene. Si no, no seguiríamos aquí.

¿Por qué dice que las mujeres simbolizan a la madre tierra, y los hombres a los árboles, y la mujer es el sostén físico y cultural de los pueblos indígenas?

No hay tema de desigualdad sino de reconocimiento a una misión que cumplen tanto los árboles como la tierra misma, las mujeres al igual que los hombres. En nuestras tradiciones la tierra es la madre y es la que tiene la capacidad de producir la vida de todo lo que hay en ella pero esta no es posible si no hay una protección. ¿Qué haríamos si la tierra no tuviera vegetación? La madre nos da la vida pero los árboles permiten que se den otras cosas importantes, como el oxígeno. Para los pueblos indígenas no es gratuito existir hoy. Ha habido una resistencia de la gente que hace diariamente cultura. Una mujer indígena tradicional es la que realmente sostiene esa manera de ser y de pensar de los que viven en el territorio. Hay muchas actividades donde ellas son el pilar y aparte de criar los hijos hacen también otras labores, de artes, agrícolas, sociales incluso; en reuniones organizativas y de autogobierno y desde niñas porque se instruyen para ello. Las mujeres están ligadas a lo que no se abandona nunca, por ejemplo el tejido, permanentemente por dónde va caminando va tejiendo es parte de su vida. Pero es necesario que haya mujeres que nos dediquemos a ser líderes para incluir esa visión y sentir de la mujer indígena dentro de nuestros procesos y espacios políticos.

Desde su vida como colectividad ¿En que se basan los conceptos de identidad y territorio?

El pueblo Arhuaco ha sido pionero para avanzar en los sistemas de salud y educación. Asimismo hemos logrado que se retiren las misiones y que no haya proselitismo religioso en nuestros territorios. Hacemos esto porque estamos convencidos de que las tradiciones y prácticas han hecho posible que tengamos una identidad que se mantiene cuando ha sido transmitida y comprendida por nuestras generaciones. Hoy contamos con profesionales en muchas áreas que profundizan en el conocimiento de afuera y regresan otra vez con más fuerza a su cultura. Ya no dependemos exclusivamente de personas no indígenas y aunque nuestra identidad evoluciona, la relación con la espiritualidad y la naturaleza es el fuerte que nos permite relacionarnos como colectividad. Cada uno de los órganos que tenemos los humanos descansa en un punto de la tierra, no podemos mantener las fuerzas que necesitamos si perdemos el territorio o parte de él [5]. En un encuentro internacional, el escritor Eduardo Galeano me pidió que mencionara cuatro cosas fundamentales para la permanencia de los pueblos indígenas Estas son: el espíritu, el pensamiento desarrollado en nuestra filosofía, la forma de dirigir políticas y el territorio. Estas líneas están supremamente relacionadas y dependen entre sí, haciéndonos permanecer individuales en una identidad colectiva.

 ¿Por qué construir una sociedad ecológicamente sostenible, socialmente justa y políticamente participativa? ¿En qué grado pueden influir las mujeres? 

La justicia no solamente se basa en unos derechos para los humanos, las plantas por ejemplo tienen sus derechos, entonces una sociedad justa es la que puede entender los derechos que tienen todos los demás. Es necesario comprender esa sencillez de los demás seres que nos rodean. Es un tema universal, tampoco podemos atribuir el desastre que tenemos de la naturaleza solamente a los hombres o creer que las mujeres solas podemos construir otro mundo. Lo que sí es necesario, como decía Gabriel García Márquez, es que las mujeres tomen las riendas, es vital probarlo pero al final el cambio depende de construir raíces. Hay que avanzar sin perder incluso los propios valores y formas para construir sociedades justas en donde la naturaleza sea un tema central en la vida de la gente. Los pueblos indígenas en el mundo somos como los pájaros: cambiamos de plumaje pero no de canto, de ahí que las culturas sean el pilar para la transformación de la humanidad y conservación de la naturaleza.
Leonor Zabalata

 Notas 

[1] Originariamente conocido como el Pueblo Ika, el término Arhuaco fue acuñado por los españoles para diferenciar el dominio con otras zonas de la región. El mismo se generalizó entre los indígenas que sobrevivieron a la conquista. ONIC, Pueblos Indígenas Colombianos.

[2] Shiva, V. Cambio del paradigma: la reconstrucción de una seguridad real en un tiempo de inseguridad. La democracia de la tierra.

[3] La Corte Constitucional de Colombia advirtió a través del Auto 004 de 2009 que al menos 35 grupos indígenas estaban en peligro de extinción a causa del conflicto armado y el desplazamiento.

[4] Hernández, T. y Murguialday, C. 1991. Mujeres Indígenas de Ayer y Hoy, Talasa, p. 90.

[5] En la misma entrevista, Leonor menciona la importancia de la biodiversidad ya que cada ser es fundamental para el equilibrio con la naturaleza. Más información: Mujeres Indígenas. Anuario Hojas de Warmi. 2012. Nº 17.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=234223&titular=la-tierra-es-la-madre-y-es-la-que-tiene-capacidad-de-dar-vida-

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Venezuela: Gobierno aprueba Bs. 4.343 millones para activación de universidad ecosocialista

Venezuela/05 junio 2017/Fuente: mppeuct

La nueva casa de estudios lleva el nombre, la marca y el ejemplo del arquitecto Fruto Vivas, quien asiste a la firma del decreto

Como muestra de la prioridad que tiene para el Gobierno Bolivariano la inversión en educación universitaria, el presidente de la República, Nicolás Maduro, durante su programa dominical número 89, firma este domingo el decreto de creación de la Universidad Popular para el Ambiente (UPA) “Fruto Vivas”, espacio dedicado a la ecología, el ambiente y la formación de profesionales bajo el nuevo concepto ecosocialista.

El Presidente aseguró que el nuevo centro de formación lleva el nombre, la marca y el ejemplo del arquitecto Fruto Vivas. “Esta es una universidad creada en Revolución para formar profesionales científicos del cambio climático y del ecosocialismo”, agregó.

Asimismo, el mandatario nacional aprobó de manera inmediata 4 mil 343 millones de bolívares de presupuesto para la activación de la UPA.

La UPA, cuyo espacio rectoral estará ubicada en el Monumento Patrimonial “La Flor de Venezuela”, en el estado Lara, se suma a la necesidad imperante de la Revolución Bolivariana de construir un modelo económico productivo ecosocialista, basado en la relación armónica entre el hombre y la naturaleza; y conjuga dos proyectos de transformación planteados en la Ley del Plan de la Patria: el socialismo y el ecologista.

Fuente: https://www.mppeuct.gob.ve/actualidad/noticias/gobierno-aprueba-bs-4343-millones-para-activacion-de-universidad-ecosocialista

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Ecosocialismo: Alternativa al destructivo y salvaje capitalismo

Por: José Marcano

Partiendo de la premisa que en el contexto del modo de producción capitalista el crecimiento continuo y sistemático de ataques a la naturaleza y las reiteradas amenazas al equilibrio ecológico apunta a un escenario catastrófico que pone en peligro la supervivencia de la especie humana, se puede afirmar con preocupación que se confronta una crisis civilizatoria que exige cambios radicales. Ante este señalamiento surge la pregunta:

                        ¿Qué opción se puede considerar como una verdadera alternativa?

                        El Ecosocialismo como alternativa civilizatoria es una corriente del pensamiento político, económico y social que se sustenta en los argumentos básicos del movimiento ecologista y en la crítica marxista de la economía política. Se opone a lo que Marx llamó el progreso destructivo del capitalismo (Marx, 1973) defendiendo una economía fundada en un criterio no-monetario y extra-económico: en las necesidades sociales y el equilibrio ecológico. Esta síntesis dialéctica, intentada por un amplio espectro de autores, entre otros: James O’Connor y Michael Lowy, es al mismo tiempo una crítica a la «ecología de mercado», la cual no desafía al sistema capitalista, y al «socialismo productivista», el cual ignora el problema de los límites naturales.

                        De acuerdo con James O’Connor, el objetivo del ecosocialismo o socialismo ecológico es una nueva sociedad basada en una racionalidad ecológica, con un control democrático, igualdad social y el predominio del valor de uso (O’Connor, 2004).

                        Se puede agregar, además, que lo que el ecosocialismo busca requiere: a) de la propiedad colectiva de los medios de producción («colectiva» a los efectos de esta propuesta significa propiedad pública, cooperativa, empresas de producción social, comunal y comunitaria; b) de planificación democrática que hace posible que la sociedad defina las metas de inversión y producción, y c) una nueva estructura tecnológica de las fuerzas productivas. En otros términos: una transformación revolucionaria social y económica.

                        Para ser más preciso, una revolución ecológica de carácter global, que consideramos solo podrá ocurrir como parte de una extensa y social revolución socialista. Tal revolución demandaría, como Marx insistió, que los productores asociados regulen racionalmente la humana relación metabólica con la naturaleza.

                        Para los ecosocialistas, el problema con las corrientes de la ecología política, representadas en su mayoría por los Partidos Verdes (principalmente en Europa y algunos en Brasil), no parecen tomar en cuenta la contradicción intrínseca entre la dinámica capitalista de expansión ilimitada del Capital y acumulación de ganancias y la preservación de los ecosistemas. Hacen una crítica al productivismo, a menudo muy relevante, pero no dejan atrás el ecologismo reformista de la «economía de mercado». El resultado ha sido que con frecuencia los partidos verdes se han vuelto una coartada ecológica de gobiernos de centro-izquierda social-liberales (Kovel, 2005).

Como Richard Smith recientemente observó:

La lógica de crecimiento insaciable se construye dentro de la naturaleza del sistema, los requisitos de la producción capitalista. (…) Cada corporación actúa racionalmente desde el punto de vista de los dueños y empleados que buscan aumentar al máximo su propio interés, tomando decisiones capitalistas individualmente racionales. Pero el resultado es que la suma de estas decisiones racionales en lo individual, son masivamente irracionales, de hecho y finalmente catastróficas, de modo que nos están conduciendo al camino del suicidio colectivo. (Smith, 2005)

Por otro lado, el problema con las tendencias dominantes de la izquierda durante el siglo veinte (la social-democracia y el movimiento comunista soviético) es su aceptación del modelo “realmente existente” de fuerzas productivas. Mientras el primero se limitó a reformar (en el mejor keynesianismo) la versión del sistema capitalista, el segundo desarrolló una colectivista (o capitalista de Estado) forma de productivismo. En ambos casos, los problemas medioambientales permanecieron marginados o no fueron considerados.

Marx y Engels mismos no fueron desatentos a las consecuencias medioambiental-destructivas del modo capitalista de producción: hay varios pasajes en El Capital y otros escritos que apuntan a este entendimiento (Marx y Engels, 1973). Es más, ellos creyeron que el objetivo del socialismo no es producir cada vez más artículos, sino dar tiempo libre a los seres humanos para desarrollar totalmente sus potencialidades. Ellos tienen poco en común con el «productivismo», es decir, con la idea de que el desarrollo ilimitado de la producción es un fin en sí mismo. Sin embargo, hay algunos pasajes en sus escritos que parecen sugerir que el socialismo permitirá el desarrollo de las fuerzas productivas más allá de los límites impuestos por el sistema capitalista.

De acuerdo a ese acercamiento, la transformación socialista involucra sólo a las relaciones capitalistas de producción, que se han vuelto un obstáculo («cadenas» es con frecuencia el término usado) para el desarrollo libre de las fuerzas productivas existentes; el socialismo significaría sobre todo la apropiación social de estas capacidades productivas, que se pondría al servicio de los trabajadores.

Citando un pasaje del Anti-Dühring, un trabajo de caracter “dogmático” para muchas generaciones de marxistas: en el socialismo: «la sociedad toma posesión abiertamente y sin desvíos de las fuerzas productivas que se han vuelto demasiado grandes» para el sistema existente (Marx y Engels, 1973).

La experiencia Soviética ilustra la problemática resultante de una la apropiación colectivista del aparato productivo capitalista: desde el principio, la tesis de la socialización de las fuerzas productivas existentes predominó. Es cierto que, durante los primeros años después de la Revolución de Octubre, una corriente ecológica se pudo desarrollar, y fueron tomadas ciertas (restringidas) medidas proteccionistas por las autoridades soviéticas. Sin embargo, con el proceso de burocratización estalinista, se impusieron las tendencias productivistas, tanto en la industria como en la agricultura, con métodos totalitarios, mientras los ecologistas eran marginados o eliminados. La catástrofe de Chernóbil es un extremo ejemplo de las consecuencias desastrosas de esta imitación de las tecnologías productivas occidentales.

Un cambio en las formas de propiedad que no es seguida por la dirección democrática y una reorganización del sistema productivo sólo puede llevar a un punto muerto. Una crítica de la ideología productivista del «progreso» y de la idea de una «socialista» explotación de la Naturaleza ya aparecía en los escritos de algunos marxistas disidentes de la década de 1930, como Walter Benjamín.

Fundamentalmente, el ecosocialismo ha desarrollado, durante los últimos años, un desafío a la tesis de la neutralidad de las fuerzas productivas que era predominante en las principales tendencias de la izquierda durante el siglo veinte: en la social-democracia y en el comunismo soviético.

Los marxistas podrían tomar su inspiración de los comentarios de Marx sobre la Comuna de París cuando decía que los obreros no pueden tomar posesión del aparato estatal capitalista y ponerlo a funcionar a su servicio. Tienen que «destruirlo» y reemplazarlo por una forma de poder político radicalmente diferente, democrático y no estatista. Lo mismo se aplica al aparato productivo: por su naturaleza, por su estructura, no es neutro, ya que está al servicio de la acumulación del Capital y a la expansión ilimitada del mercado.

El aparato productivo está en contradicción con la necesidad de  proteger el ambiente y con la de la salud de la población. Se debe, por consiguiente, «revolucionarlo», en un proceso de transformación radical. Esto puede significar, para ciertas ramas de producción, el discontinuarlas: por ejemplo, las centrales nucleares, ciertos métodos masivos e industriales de pesca (responsable del exterminio de varias especies en los mares), el proceso destructivo de los bosques tropicales, el control de las semillas por trasnacionales de la alimentación. La lista sigue y es larga.

En todo caso, las fuerzas productivas, y no sólo las relaciones de producción, deben ser transformadas profundamente, empezando con una revolución en el sistema de energía, con el reemplazo de las fuentes actuales (esencialmente fósiles, responsables de la contaminación y el envenenamiento del ambiente), por fuerzas de energía renovables: como el agua, el viento y el sol. Por supuesto, muchos logros científicos y tecnológicos de la modernidad son preciosos, pero el conjunto del sistema productivo debe transformarse, y esto sólo puede ser hecho por métodos ecosocialista, es decir: a través de una planificación democrática de la economía que toma en cuenta la preservación del equilibrio ecológico.

El problema de la energía es decisivo para este proceso de cambio civilizatorio. La energía de fósiles (petróleo, carbón) es la responsable de mucha de la polución del planeta, así como del desastroso cambio climático; la energía nuclear es una falsa alternativa, no sólo por el peligro de nuevos Chernóbil, sino también porque no sabe qué hacer con los cientos y cientos de toneladas de desperdicios radiactivos (que serán tóxicos por centenares, miles y en algunos casos hasta millones de años) y las masas gigantescas de las contaminadas y obsoletas plantas.

La energía solar que nunca despertó mucho interés en las sociedades capitalistas no siendo «aprovechable» ni «competitiva», se volvería el objeto de una intensa investigación para desarrollar, y jugaría un papel clave en la construcción de un sistema energético alternativo.

Sectores enteros del sistema productivo serán suprimidos, o reestructurados, mientras los nuevos tendrán que ser desarrollados bajo la condición necesaria del pleno empleo para toda la fuerza de trabajo, en condiciones igualitarias de trabajo y sueldo. Esta condición es esencial, no sólo porque es un requisito de justicia social, sino para asegurar que los trabajadores apoyen el proceso de una transformación estructural de las fuerzas productivas. Este proceso es imposible sin el control público sobre los medios de producción y de la planificación democrática, dirigida desde abajo por la mayoría de la población.

Para finalizar, es importate resaltar que cuando se hace referencia al término planificación democrática dentro del modo de producción ecosocialista resulta pertinente el concepto Claudio Katz quien citado por Lowy sostiene:

No es lo mismo la absoluta centralización, la total estatización, el comunismo de guerra o la economía de mando. La transición requiere la primacía de la planificación sobre el mercado, pero no la supresión de las variables del mercado. La combinación entre ambas debe adaptarse a cada caso y a cada país». Sin embargo, «el objetivo del proceso socialista no es guardar un equilibrio inalterado entre el plan y el mercado, sino promover una desaparición progresiva de la posición del mercado. (Lowy, 2011)

Por último, suscribo que dicha planificación debe estar dirigida, fundamentalmente, a las decisiones públicas en la inversión y el cambio tecnológico, que debe aplicarse en los bancos y las empresas capitalistas con el objetivo fundamental de contribuir al bien común social.

MATERIAL DE CONSULTA:

 Lowy, Michael (2011). Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Ed. el Colectivo, Herramientas y Editorial Buenos Aires, Argentina.

Marx, C. (1973). El capital. (Vols. 1-3). México D.F: Fondo de Cultura Económica.

Marx, C. y Engels, F. (1973). Obras escogidas. (Vols. 1-3). Moscú: Editorial Progreso, Zúbovskibulvar.

O’Connor, James (2002). Causas naturales. Ensayo sobre marxismo ecológico. Argentina. ed. Cono Sur.

Plan De La Patria, Segundo Plan Socialista de Desarrollo Económico y Social de la Nación, 2013-2019. Gaceta oficial N° 6.118, extraordinaria del 4 de diciembre de 2013. Producciones La piedra, C.A., Caracas.

Smith, Richard (2005). El Motor del Eco colapso, Capitalismo, Naturalezay Socialismo, vol. 16, n° 4.

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Pobreza, ambiente y cambio climático

Pobreza, ambiente y cambio climático

Guillermo Castro Herrera. [Coordinador]

Ana Cristina Solís Medrano. Luis Martínez Estada. Angela Peña Farias. Diosnara Ortega González. Pedro Emilio Martínez Martínez. Gulin Bonhomme. Sandra Milena Rátiva Gaona. Omar Adrián Bonilla Martínez. Ella Saavedra Martínez. Fabiola Serna Santamaría. Juliana Speranza. Mirta Niselli Rolón Gómez. [Autores de Capítulo]

Colección CLACSO-CROP.
ISBN 978-987-1891-40-5
CLACSO.
Buenos Aires.
Marzo de 2013
 

El llamado a un análisis integral de las relaciones entre las sociedades y el cambio climático, planteado en todos los textos, se corresponde con el hecho de que el ambiente es el resultado de las interacciones entre los sistemas sociales y los naturales a lo largo del tiempo y que, por lo mismo, la aspiración a un ambiente distinto nos remite por necesidad a la construcción de sociedades diferentes. Trascender el venerable ordenamiento del conocer en las esferas separadas de lo social, lo natural y lo cultural, asumir la necesidad de encarar a la humanidad como especie en una naturaleza humanizada por el trabajo de la especie que somos es el desafío mayor de la reforma cultural y moral que reclama nuestro tiempo. Esta compilación ofrece algunas respuestas a ese reto.
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Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/buscar_libro_detalle.php?id_libro=760&campo=titulo&texto=ambiente
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Inaugurarán en Táchira la primera escuela ecológica de Venezuela

Venezuela/Marzo de 2017/Fuente: El Diario de los Andes

La Escuela Básica Don Felipe Zambrano ubicada en el sector El Suspiro del municipio Seboruco, estado Táchira ya cuenta con una edificación propia hecha con material reciclable, la primera de este tipo en el país.

La obra se consolidó en menos de cuatro meses a través del Instituto Tachirense de Edificaciones e Instalaciones Educativas (Intedua) conjuntamente con el apoyo del Instituto Tachirense de Vivienda (Intavi) y comunidad.

José Gregorio Colmenares, presidente de Inteduca destacó que fue una escuela que se hizo con el corazón, una iniciativa del gobernador José Gregorio Vielma Mora y que se concretó para el beneficio de 26 niños y niñas.

“En menos de cuatro meses consolidamos la primera escuela ecológica de Venezuela y modelo a seguir de Suramérica” Expresó.

Agregó que la construcción cuenta con todos los parámetros de seguridad establecidos para el desarrollo de las actividades escolares.

Más de 8 mil botellas utilizadas

El titular de Inteduca explicó que para la construcción de la escuela fueron utilizadas más de ocho mil botellas plásticas llenas de arena, las cuales sustituyeron al tradicional bloque.

Es importante resaltar que en el llenado de botellas participaron más de 220 personas entre niños y adultos, quienes voluntariamente se sumaron a esta noble tarea en pro de la educación de los niños y niñas de El Suspiro. Otro de los materiales utilizados fueron el bambú, la arcilla y el heno.

La nueva edificación cuenta con dos aulas, baterías de baño, área de cocina, oficina y una cancha para actividades al aire libre, espacios cómodos y frescos.

La escuela recupera su sede gracias al gobierno bolivariano

José Gregorio Nuñez, coordinador institucional informó que el epónimo de la escuela se debe a un líder comunal quien por más de 20 años permitió el funcionamiento de la escuela en un inmueble de su propiedad.

Luego en el año 1.975, el señor Felipe Zambrano gestionó la construcción de una sede propia, la cual fue demolida durante la gestión del exgobernador Cesar Pérez Vivas, por presentar fallas de fundición.

Núñez resaltó que durante la gestión del gobierno anterior no hubo interés por construir una nueva edificación, por lo que durante cuatro años la escuela funcionó en una casa  vecina.

Para José Gregorio Núñez es un sueño hecho realidad que la escuela cuente con sede propia gracias al gobierno bolivariano del Táchira, liderado por el gobernador José Gregorio Vielma Mora de la mano de Inteduca, Intavi, Inces el promotor ecológico Homero Parra y la comunidad.

Fuente: http://diariodelosandes.com/index.php?r=site/noticiasecundaria&id=41031

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