El robo de tierras indígenas y el circo del turismo blanco en África

El cortometraje ‘Nyama’ narra la expulsión de la comunidad batwa de territorios protegidos de Uganda en pro de la conservación medioambiental y critica la condescendencia de los extranjeros

Una pareja de turistas de algún país occidental, blancos; un paseo por un hermoso parque en Kisoro, Uganda; cuatro indígenas ataviados con una vestimenta que ya no usan… Y un guardabosques que toma la foto para el recuerdo. El mismo que les cobró 70 euros por persona y que le pide a Florenz Mariserena, una de los cuatro miembros de la comunidad batwa que guían a los extranjeros, que arroje a la nada una lanza de madera. Ella la sostiene sin entender nada.

— Si no hay nada para cazar…

— A los blancos les gusta ver cómo intentas cazar como lo hacían antes. Oh, Florenz, ¿puedes tirarla ya?

Esta es una de las poderosas escenas del cortometraje Nyama (Carne, en español), que retrata a Florenz, una madre batwa expulsada de su hogar y que hace todo lo posible para alimentar a su hijo pequeño, Tuyi. La película, de apenas 15 minutos, refleja lo que les ocurre a muchos pueblos indígenas del continente africano que son desplazados sistemáticamente de sus tierras ancestrales en nombre de los intereses económicos, la explotación o, incluso, la conservación de la naturaleza.

Estas comunidades pierden sus medios de subsistencia y se ven abocados a una pobreza atroz. Para muchos, como para esta brillante actriz primeriza, “vender” su cultura a los extranjeros es uno de los únicos medios de vida, aunque la mayor parte de los beneficios ni siquiera lo reciban ellos. Las entradas a parques naturales en esta región oscilan entre los 500 y los 2.000 euros. Fiore Longo, directora de la campaña Descolonizar la conservación de la naturaleza de Survival International, critica que el porcentaje que obtienen los lugareños es “mínima”.

Y esa es apenas la punta del iceberg. Longo es además muy crítica con el papel de las organizaciones ecologistas en África: “El modelo de conservación que se está llevando a cabo es muy racista y colonial, pues se basa en la idea de que para que la naturaleza esté sana, tiene que estar a salvo de los humanos porque estos la destruyen. Pero no todos. Los indígenas llevan dependiendo de ella y cuidándola desde siempre, pero no de manera invasiva, que es a lo que está acostumbrado el hombre blanco y occidental. Sin embargo, bajo el pretexto de querer crear espacios protegidos, a los guardianes de la tierra se les expulsa de ellas para dejar entrar al turista”.

Para la activista, grandes ONG como WWF (el Fondo Mundial para la Naturaleza), WCS y African Parks están al tanto de estas “atrocidades” desde hace años, “pero siguen financiando y apoyando la conservación colonial”. “Echarle la culpa solo a los gobiernos africanos no tiene ningún sentido”, zanja. Sucede en distintos países, de hecho, ya en 2020, la UE tomó medidas (retirada de financiación) por violar los derechos de los pigmeos en un proyecto de conservación en Congo.

Los batwa (o atwa, antaño llamados pigmeos, el pueblo más antiguo de África) son una comunidad presente en varios países de África; Uganda, Ruanda y República Democrática del Congo, principalmente. Es una sociedad cazadora y recolectora que depende exclusivamente de la naturaleza. Aunque se estima que más de 80.000 habitan en el corazón del continente, la gran mayoría se ha visto forzada al desplazamiento, sin apenas una alternativa gubernamental a su modo de vida. “Lo que vimos en el corto no es una anécdota; no es un caso que saliera mal. Lo que vimos es la norma en los espacios protegidos en Asia y África”, explica.

Para mí, como hombre blanco, el proceso creativo tuvo mucho que ver con dar un paso para atrás y preguntar todo el tiempo

Asher Rosen, codirector del corto

Cuando Asher Rosen, codirector del corto, llegó a Uganda tenía una intención completamente diferente. “Quería hablar de los guardabosques y su rol de héroes”, reconoce. “Yo mismo hice este recorrido que critico en la cinta y sentí que algo no estaba del todo bien. No me pareció real y fue entonces cuando me di cuenta de que la historia tenía que ser esa. Tenía que contar la realidad de estas poblaciones y lo equivocado que está este enfoque turístico”. Tras un exhaustivo casting de 927 personas pertenecientes a la comunidad, el equipo de cine formó brevemente a los seleccionados y fueron ellos mismos quienes escribieron prácticamente todo el guión. “Para mí, como hombre blanco, el proceso creativo tuvo mucho que ver con dar un paso para atrás y preguntar todo el tiempo”, cuenta por videollamada. El corto se puede ver en la página web de la productora y a través de una petición al correo nyamafilm@gmail.com.

Una escena del cortometraje 'Nyama' (Carne, en español).
Una escena del cortometraje ‘Nyama’ (Carne, en español).CEDIDO POR LA PRODUCTORA

El corto tiene la clara intención de mostrar los matices. Tanto para Rosen como para Longo, no se trata de “buenos y malos”. “Es más bien una guerra entre pobres”, aclara Tongo. “Los guardabosques son igual de pobres que los indígenas, pero de repente las organizaciones les dan un poder que no tenían antes”. Rosen añade: “Muchos de los que conocimos simplemente eran personas intentando sobrevivir. Es importante entender la realidad tan compleja que nos rodea y sus dualidades”.

Galardonado por los Premios Africanos de Cine como mejor corto y proyectado en enero por Survival International, se grabó en 10 días tras más de dos meses de convivencia en la misma casa. “Compartimos espacio como una familia que vive bajo el mismo techo y se ve cepillándose los dientes, comiendo, teniendo un mal día… Eso nos hizo entendernos un poco más de igual a igual. Solo después de ese proceso pudimos empezar a construir un relato real”, narra el inglés. Y real es. La interpretación es auténtica porque los hechos también lo son.

El modelo de conservación que se está llevando a cabo es muy racista y colonial, pues se basa en la idea de que para que la naturaleza esté sana, tiene que estar a salvo de los humanos porque estos la destruyen. Pero no todos

Fiore Longo, directora de la campaña ‘Descolonizar la conservación de la naturaleza’ de Survival International

Mariserena, una mujer menuda, pero robusta, con una voz igual de profunda que su mirada, es víctima de todo lo que interpreta en la cinta. Madre de 11 niños y huérfana a raíz del genocidio de Ruanda (en el que los batwa también fueron el objetivo de los hutus) sufre a diario el estigma y la pobreza de ser una mujer sin tierra. “Parece que cuando se habla de comunidades afectadas por el conflicto, solo se reflejan las necesidades tangibles”, dice Rosen, “la casa, la comida… pero se obvia la salud mental”, cuenta en relación con la depresión que padece desde hace años Mariserena.

La inestabilidad económica como norma también la conoce bien Bizimana Hussain, el actor que interpreta al guardabosques. La actuación, dice, le vino regalada. Obligado a emigrar cuando era un niño, también por el genocidio de Ruanda, creció en los barrios marginales. Aunque no es batwa, aprendió sus canciones, cultura y acento y, cuentan, engaña a todos en la ciudad. La necesidad hizo el talento. Se ha hecho pasar por congoleño cuando los campos de refugiados los alimentaban durante la emergencia. Y por batwa en la película. “Como él mismo me dijo: consiguió sobrevivir gracias al ‘circo de la pobreza’”, recuerda el codirector.

Entrar a casa ajena sin pedir permiso

Aunque la crítica al turismo es mordaz, el director insiste en no generalizar ni “satanizar” la visita extranjera. “No queríamos hacer una película de enfado. Ni atacar a los viajeros. Pero sí queríamos mostrar que igual no están entendiendo el mundo en el que están entrando”. Rosen insiste: “No me gustaría que nuestro proyecto hiciera que la gente dejase de venir, porque es muy necesario, pero claramente tal como está no funciona”.

Para Longo, la responsabilidad también recae en el propio visitante. “Lo fundamental es informarse antes de viajar. Nadie defiende el fin del turismo en África. Pero tal y como lo concebimos hoy en día, estamos alimentando el robo de tierras. Es como si entráramos en casa ajena sin pedir permiso”, explica tras defender que hay cientos de denuncias y noticias públicas y fáciles de encontrar en internet. “Tenemos que tener cuidado con los refugios a los que vamos, los parques que visitamos… Porque aunque exista una buena intención, nuestro dinero puede estar fomentando el desalojo de personas como Florenz en todo el mundo”.

Fuente: https://elpais.com/planeta-futuro/africa-no-es-un-pais/2022-02-09/el-turismo-blanco-en-africa-y-el-hacer-de-la-pobreza-un-circo.html

Comparte este contenido:

Directo al estómago: golpes bajos de Monsanto y compañía

Por: Silvia Ribeiro

 

Por la salud de todas y todos y la del medioambiente del que dependemos, por las economías campesinas que nos dan alimentos sanos, se deben prohibir estos cultivos de alto riesgo, que además sólo benefician a las trasnacionales.»

Monsanto está bajo una ola de juicios en Estados Unidos, acusado de haber causado cáncer a los demandantes con glifosato, sabiendo que era dañino, incluso potencialmente cancerígeno.  

A esto se suman nuevas acusaciones contra la trasnacional y el glifosato: la destrucción de bacterias presentes en el intestino humano, esenciales para la buena salud digestiva, del sistema inmunológico e incluso para el funcionamiento del cerebro. Parece nimio, porque no solemos reconocer la importancia vital de los billones de bacterias que forman nuestro microbioma, pero lo cierto es que son cruciales para la salud y el buen funcionamiento de muchos órganos, incluso del sistema general que es nuestro organismo. Mientras que la ciencia avanza en reconocer la importancia del microbioma, Monsanto ha estado incisivamente destruyéndolo por décadas.

Este es el núcleo de la acción legal contra Monsanto que seis consumidores de Missouri iniciaron en junio 2017, por difundir información falsa sobre los daños del glifosato. El glifosato actúa como herbicida inhibiendo la acción de la enzima EPSP sintetasa, indispensable para la síntesis de varios aminoácidos importantes, que a su vez construyen proteínas.

En lenguaje sencillo, cuando esa enzima no actúa, la hierba no se puede desarrollar y muere. Monsanto ha afirmado repetidamente que cómo esta enzima solo existe en plantas y no en animales y humanos, el glifosato es seguro para nosotros y nuestras mascotas. (aquí).
Pero la enzima sí existe en las bacterias que están en nuestros órganos digestivos y, por tanto, la ingestión continua de glifosato las va matando, inhibiendo no solo su función benéfica, sino produciendo adicionalmente un desequilibrio que permite que otros microorganismos dañinos se expandan.

Monsanto inventó el glifosato en 1974 y lo vende desde entonces, es una de sus principales fuentes de ganancias. Pero lo que realmente provocó el aumento exponencial de su uso fueron los transgénicos tolerantes a glifosato, como soya, maíz y algodón transgénico. Antes de los transgénicos, el glifosato dañaba también al cultivo, por lo que su uso era menor y limitado a ciertos momentos de la siembra. Con los transgénicos, el uso se multiplicó hasta 2000 por ciento en Estados Unidos, matando todo lo que hay alrededor del cultivo, pero también generando rápidamente resistencia en esas hierbas, que pasaron a ser llamadas supermalezas, porque resisten glifosato y otros herbicidas.
Más de la mitad de los campos de cultivo en Estados Unidos tienen supermalezas y en los estados del sur, por ejemplo Georgia, más de 90 por ciento de las fincas tienen una o más hierbas invasoras resistentes. Situaciones similares se repiten en Argentina y Brasil, que con Estados Unidos son los tres países con mayor extensión de cultivos transgénicos.

Ante esta situación, los agricultores comenzaron a usar dosis cada vez más altas y repetidas de glifosato y a su vez Monsanto y otras trasnacionales de transgénicos aumentaron la concentración y los surfactantes presentes en los agrotóxicos, aumentando su toxicidad.
Actualmente, sufrimos una epidemia silenciosa de glifosato –sea por inhalación directa en campos, por ser vecinos a zonas de fumigación o por los muy extendidos y cada vez más altos residuos en alimentos, principalmente los productos industriales que contienen soya y maíz transgénico.

A la sombra de esta amenaza, se ha desatado otra, directamente relacionada. Ante las hierbas resistentes, las trasnacionales de agrotóxicos y transgénicos comenzaron a hacer cultivos transgénicos tolerantes a varios herbicidas al mismo tiempo, aún más tóxicos y peligrosos. Una de ellas es la soya RR2 XTend de Monsanto, que tolera glifosato y dicamba, otro agrotóxico de alto riesgo.
Esta soya y el cóctel tóxico que la acompaña, comenzó a usarse en Estados Unidos en 2016 y ya es motivo de fuertes conflictos, porque dicamba mata o daña mucho más que las hierbas del campo donde se aplica: por deriva, ha dañado también los cultivos de otros campos, incluso los de agricultores que plantan soja transgénica de versiones anteriores, no tolerante a dicamba. Dicamba es un potente agrotóxico, que puede matar siembras de hortalizas, frutales, ornamentales y hasta árboles. Además de su toxicidad, tiene alta volatilidad, pero según Monsanto, la formulación para soya Xtend es de baja volatilidad.

No obstante, los daños de siembras por usar esta soya con dicamba se han desatado en Arkansas, Missouri, Tennessee, Iowa y todo el tiempo salen nuevos reportes en más estados, lo que ha generado desde conflictos graves entre agricultores –incluso un muerto– hasta demandas legales y contra seguros, que a su vez, no quieren asumir los daños.
Arkansas prohibió en julio el uso de dicamba y varios otros estados han cambiado a regulación más estricta, según los agricultores casi imposible de cumplir. Seis granjas industriales de Arkansas iniciaron a fines de julio 2017 acciones legales contra Monsanto, Basf y DuPont Pioneer, que son quienes venden los agrotóxicos que requiere la soya Xtend.

Brasil y Paraguay ya han aprobado la siembra de soya tolerante a dicamba. En México, se aprobó la siembra de algodón transgénico tolerante a glifosato, dicamba, glufosinato e insecticida en una misma planta, muestra clara de la evolución de los transgénicos: cada vez necesitan más tóxicos.
Por la salud de todas y todos y la del medioambiente del que dependemos, por las economías campesinas que nos dan alimentos sanos, se deben prohibir estos cultivos de alto riesgo, que además sólo benefician a las trasnacionales.

Fuente:http://www.ecoportal.net/Temas-Especiales/Salud/Directo-al-estomago-golpes-bajos-de-Monsanto-y-compania

Fuente: https://lh3.googleusercontent.com/U2PRCJll9oHOxch9UentlV_KvSxTNIpvOQbJt6dMtnSvtTK49NPCT59FqLp_0pKY6MrXlA=s85

Comparte este contenido: