BYUNG-CHUL HAN «LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL ES INCAPAZ DE PENSAR»

Por: Byun Chul Han

En un nivel más profundo, el pensamiento es un proceso resueltamente analógico. Antes de captar el mundo en conceptos, se ve apresado, incluso afectado por él. Lo afectivo es esencial para el pensamiento humano. La primera afectación del pensamiento es la carne de gallina. La inteligencia artificial no puede pensar porque no se le pone la carne de gallina. Le falta la dimensión afectivo-analógica, la emoción que los datos y la información no pueden comportar.

El pensamiento parte de una totalidad que precede a los conceptos, las ideas y la información. Se mueve ya en un «campo de experiencia» antes de dirigirse específicamente a los objetos y los hechos que encuentra en él. La totalidad de lo existente a la que se enfrenta el pensamiento, se le abre inicialmente en un medio afectivo, en una disposición anímica: «La disposición anímica (Stimmung) ha abierto ya el ser-en-el-mundo como un todo, y esto es lo primero que hace posible un dirigirse hacia…». Antes de que el pensamiento se dirija hacia algo, se encuentra ya en una disposición anímica básica. Este encontrarse en una disposición anímica caracteriza al pensamiento humano. La disposición anímica no es un estado subjetivo que tiña el mundo objetivo. Es el mundo. Posteriormente, el pensamiento articula en conceptos el mundo abierto en una disposición anímica fundamental. Este precede a la conceptuación, al trabajo con los conceptos: «Definimos el filosofar como un preguntar conceptual a partir de un estremecimiento esencial del Dasein. Pero este estremecimiento solo es posible desde, y en, una disposición anímica fundamental del Dasein» . Solo esta disposición anímica nos hace pensar: «Todo pensamiento esencial requiere que sus pensamientos y enunciados sean en toda ocasión obtenidos, como el metal de la mena, desde la disposición anímica fundamental»

El hombre como Dasein está siempre arrojado a un mundo determinado. El mundo se le abre prerreflexivamente como una totalidad. El Dasein como disposición anímica precede al Dasein como ser consciente. En su estremecimiento inicial, el pensamiento está como fuera de sí. La disposición anímica fundamental lo pone en un fuera. La inteligencia artificial no piensa porque nunca está fuera de sí misma. El espíritu originariamente está fuera de sí mismo o estremecido. La inteligencia artificial puede calcular con rapidez, pero le falta el espíritu. Para el cálculo, el estremecimiento solo sería una perturbación.

«Analógico» es lo que guarda correspondencia. Heidegger se vale aquí del parentesco entre vocablos de su idioma. El pensamiento como proceso analógico se corresponde (entspricht) con una voz (Stimme) que lo determina (be-stimmt) y sintoniza (durch-stimmt) con él. El pensamiento no es interpelado por tal o cual ente, sino por la totalidad de lo ente, por el ser de lo ente. La fenomenología de la disposición anímica de Heidegger ilustra la diferencia fundamental entre el pensamiento humano y la inteligencia artificial. En ¿Qué es la filosofía? escribe Heidegger: «El corresponder (Das Ent-sprechen) escucha la voz de una llamada. Lo que se nos dice como voz del ser, determina (be-stimmt) nuestra correspondencia. “Corresponder” significa entonces: estar determinado, être disposé, por el ser del ente. […] La correspondencia es necesariamente, y siempre, no solo estar determinado accidental y ocasionalmente. Es un estado de determinación. Y es solo a partir de la disposición anímica que el decir de la correspondencia recibe su precisión, su ser determinado». El pensamiento oye, mejor, escucha y pone atención. La inteligencia artificial es sorda. No oye esa «voz».

El «comienzo de un filosofar verdaderamente vivo» es, según Heidegger, el «despertar de una disposición anímica fundamental» que «nos determina de modo fundamental». La disposición anímica fundamental es la fuerza de gravedad que reúne palabras y conceptos a su alrededor. Sin tal disposición anímica, el pensamiento carece de un marco organizador: «Si la disposición anímica fundamental está ausente, todo es un estrépito forzado de conceptos y palabras vacías». La totalidad afectiva que se da en esa disposición anímica es la dimensión analógica del pensamiento, que la inteligencia artificial no puede reproducir.

Según Heidegger, la historia de la filosofía es una historia de esa disposición anímica fundamental. El pensamiento de Descartes, por ejemplo, está determinado por la duda, mientras que el de Platón lo está por el asombro. El cogito de Descartes se basa en la disposición anímica fundamental de la duda. Heidegger caracteriza la disposición anímica de la filosofía moderna de la siguiente manera: «Para él [Descartes], la duda constituye esa disposición anímica que se centra en el ens certum, lo que existe con certeza. La certitudo es entonces esa firmeza del ens qua ens que resulta de la indubitabilidad del cogito (ergo) sum para el ego del hombre. […] La disposición anímica de la confianza en la siempre alcanzable certeza absoluta del conocimiento será el pathos y, por ende, el arjé de la filosofía moderna». El pathos es el comienzo del pensamiento. La inteligencia artificial es apática, es decir, sin pathos, sin pasión. Solo calcula.

La inteligencia artificial no tiene acceso a horizontes que se vislumbran en lugar de estar claramente definidos. Pero esta «vislumbre» no es un «primer peldaño en la escala del saber». En ella más bien se abre la «antesala» «que encierra, es decir, oculta todo lo que puede saberse». Heidegger localiza esta vislumbre en el corazón. La inteligencia artificial no tiene corazón. El pensamiento del corazón percibe y tantea espacios antes de trabajar con los conceptos. En esto se diferencia del cálculo, que no necesita espacios: «Si este saber “del corazón” es un vislumbrar, nunca debemos tomar este vislumbrar por un pensar que se difumina en la oscuridad. Tiene su propia claridad y resolución, y, sin embargo, sigue siendo fundamentalmente distinto de la seguridad de la mente calculadora»

Siguiendo a Heidegger, la inteligencia artificial sería incapaz de pensar en la medida en que se le cierra esa totalidad en la que el pensamiento tiene su origen. No tiene mundo. La totalidad como horizonte semántico abarca más que los objetivos previstos en la inteligencia artificial. El pensamiento procede de forma muy diferente a la inteligencia artificial. La totalidad constituye el marco inicial a partir del cual se conforman los hechos. El cambio de disposición anímica como cambio de marco es como un cambio de paradigma que da lugar a nuevos hechos. La inteligencia artificial, en cambio, procesa hechos predeterminados que siguen siendo los mismos. No puede darse a sí misma nuevos hechos.

El big data sugiere un conocimiento absoluto. Las cosas revelan sus correlaciones secretas. Todo se vuelve calculable, predecible y controlable. Se anuncia toda una nueva era del saber. En realidad, se trata de una forma de saber bastante primitiva. La data mining o minería de datos descubre las correlaciones. Según la lógica de Hegel, la correlación representa la forma más baja de saber. La correlación entre A y B dice: A ocurre a menudo junto con B. Con la correlación no se sabe por qué sucede esto. Simplemente sucede. La correlación indica probabilidad, no necesidad. Se diferencia de la causalidad, que establece una necesidad: A causa B. La acción recíproca representa el siguiente nivel del saber. Dice: A y B se condicionan mutuamente. Se establece una conexión necesaria entre A y B. Sin embargo, en este nivel de conocimiento aún no se comprende: «Si nos detenemos en la consideración de un determinado contenido meramente desde el punto de vista de la acción recíproca, es en verdad un comportamiento totalmente incomprensible»

Solo el «concepto» capta la conexión entre A y B. Es la C que conecta A y B. Por medio de C, se comprende la relación entre A y B. El concepto vuelve a formar el marco, la totalidad, que reúne a A y B y aclara su relación. A y B solo son los «momentos de un tercero superior». El saber en sentido propio solo es posible en el nivel del concepto: «El concepto es lo inherente a las cosas mismas, lo que nos dice que son lo que son, y, por tanto, comprender un objeto significa ser consciente de su concepto». Solo a partir del concepto omnicomprensivo C puede comprenderse plenamente la relación entre A y B. La realidad misma se transmite al saber cuando es captada por el concepto.

El big data proporciona un conocimiento rudimentario. Se queda en las correlaciones y el reconocimiento de patrones, en los que, sin embargo, nada se comprende. El concepto forma una totalidad que incluye y comprende sus momentos en sí mismo. La totalidad es una forma final. El concepto es una conclusión. «Todo es conclusión» significa «todo es concepto» [60] . La razón también es una conclusión: «Todo lo racional es una conclusión». El big data es aditivo. Lo aditivo no forma una totalidad, un final. Le falta el concepto, es decir, lo que une las partes en un todo. La inteligencia artificial nunca alcanza el nivel conceptual del saber. No comprende los resultados de sus cálculos. El cálculo se diferencia del pensamiento en que no forma conceptos y no avanza de una conclusión a otra.

La inteligencia artificial aprende del pasado. El futuro que calcula no es un futuro en el sentido propio de la palabra. Aquella es ciega para los acontecimientos. Pero el pensamiento tiene un carácter de acontecimiento. Pone algo distinto por completo en el mundo. La inteligencia artificial carece de la negatividad de la ruptura, que hace que lo verdaderamente nuevo irrumpa. Todo sigue igual. «Inteligencia» significa elegir entre (inter-legere). La inteligencia artificial solo elige entre opciones dadas de antemano, últimamente entre el uno y el cero. No sale de lo antes dado hacia lo intransitado.

El pensamiento en sentido enfático engendra un mundo nuevo. Está en camino hacia lo completamente otro, hacia otro lugar: «La palabra del pensamiento es pobre en imágenes y carece de estímulos. […] Sin embargo, el pensamiento cambia el mundo. Lo cambia en la profundidad, cada vez más oscura, del pozo que es un enigma, y que al ser más oscura es la promesa de una mayor claridad». La inteligencia de las máquinas no alcanza esa profundidad del oscuro pozo de un enigma. La información y los datos no tienen profundidad. El pensamiento humano es más que cálculo y resolución de problemas. Despeja e ilumina el mundo. Hace surgir un mundo completamente diferente. La inteligencia de las máquinas entraña ante todo el peligro de que el pensamiento humano se asemeje a ella y se torne él mismo maquinal.

El pensamiento se nutre del eros. En Platón, el logos y el eros entran en íntima relación. El eros es la condición de posibilidad del pensamiento. Heidegger también sigue en esto a Platón. En el camino hacia lo intransitado, el pensamiento se inspira en el eros: «Lo llamo el eros, el más antiguo de los dioses en palabras de Parménides. El batir de las alas de ese dios me conmueve cada vez que doy un paso esencial en el pensamiento y me aventuro en lo intransitado». Eros está ausente en el cálculo. Los datos y la información no seducen.

Según Deleuze, la filosofía comienza con un «faire l’idiot» . No es la inteligencia, sino un idiotismo, lo que caracteriza al pensamiento. Todo filósofo que produce un nuevo idioma, un nuevo pensamiento, un nuevo lenguaje, es un idiota. Se despide de todo lo que ha sido. Habita esa inmanencia virgen, aún no descrita, del pensamiento. Con ese «faire l’idiot», el pensamiento se atreve a saltar a lo totalmente otro, a lo no transitado. La historia de la filosofía es una historia de idiotismos, de saltos idiotas: «El idiota antiguo pretendía alcanzar unas evidencias a las que llegaría por sí mismo: entretanto dudaría de todo […]. El idiota moderno no pretende llegar a ninguna evidencia […], quiere lo absurdo, no es la misma imagen del pensamiento». La inteligencia artificial es incapaz de pensar, porque es incapaz de «faire l’idiot». Es demasiado inteligente para ser un idiota.

Fuente de la información e imagen:  https://www.bloghemia.com

Comparte este contenido:

Edgar Morin 100

Por: León Bendesky 

 

Edgar Morin cumplirá 100 años el 8 de julio. En ese largo y fructífero tiempo ha podido, indudablemente, afianzar su siguiente meditación: “La certeza de la muerte y la incertidumbre de la hora de la muerte es una fuente de aflicción durante nuestra vida. La angustia de la muerte se cierne sobre el espíritu humano y lo guía a maravillarse de los misterios de la existencia, el destino del hombre, la vida, el mundo.” Sigue sorprendiéndose.

Con su prolífica obra, vasta cultura, fiel compromiso con el pensamiento, el saber y el conocer, ha sido muy influyente en muchas generaciones y su obra se extiende por muy diversos derroteros. Es un pensador de amplios horizontes, no está sujeto a moldes, es ajeno a los estereotipos y los clichés, a las exigencias académicas –rígidas muchas veces–, a las modas; no se le puede encasillar.

Su extenso trabajo exhibe a las claras la paradoja de que en la era global el conocimiento se ha hecho más especializado; mientras que el suyo es diverso y entrelazado. Su obra discurre, entre otros asuntos, y aquí señalo apenas una muestra, los que pasan por la reflexión acerca de la existencia ( El hombre y la muerte); las relaciones humanas ( Amor, poesía, sabiduría); el pensamiento ( La mente bien ordenada); la política y la sociología ( Pensar Europa o Una política de civilización –escrita con Sami Naïr–); la consideración intelectual a su propia vida ( Mis demonios) o la propuesta acerca de la complejidad del tejido que conforma el pensar y conocer ( Introducción al pensamiento complejo).

Existen unos pensadores “ancla” y otros “vela”; ambos son útiles y necesarios, pero cumplen una función distinta que y me parece que conviene tenerla clara. Los primeros sientan bases, fijan cimientos de muy distinto orden y naturaleza, por eso muchos de ellos son clásicos o una referencia imprescindible en muchos campos del saber. Morin es un pensador vela que impulsa, provoca, extiende los horizontes, abre paso a lo incierto y lo exhibe como lo que es: una condición crucial en la vida de los seres humanos, una fuente constante de la exigencia por inquirir, razonar y, también, actuar. Se asienta en Heráclito, quien propuso que: “Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás”.

Con respecto a la cultura (y la educación), hoy tan pospuesta, aminorada en los presupuestos públicos y denostada sotto voce, sostiene Morin que ésta: “No es acumulativa, sino autorganizadora, aprehende las informaciones principales, selecciona los problemas principales, dispone de principios de inteligibilidad capaces de aprehender los nudos estratégicos del saber”. Y advierte que: “La ceguera de los espíritus parcelarios y unidimensionales se debe a su falta de cultura”, y más: “Ciertamente la cultura sólo puede ser lagunar y agujereada, inconclusa y cambiante”. El hecho que esto haya sido señalado en 1994 y que hoy suene tan actual y claro es bastante significativo.

La relación entre esta concepción de la cultura y el pensamiento complejo es comprensible. Una noción actual de la complejidad la concibe no como una descripción de objetos con muchas partes interconectadas, sino como campo científico con muchas ramificaciones. Un ejemplo claro de un sistema complejo es, por ejemplo, el del bosque tropical, con la enorme variedad de especies que lo conforman. Pero esa noción no puede apropiarse por una determinada perspectiva científica. Morin, la concibió hace más de 30 años como un tejido de elementos constitutivos heterogéneos y relacionados que se expresa como una paradoja de lo uno y lo múltiple. Para él es la interrelación de eventos, acciones, interacciones, determinaciones, azares que conforman los fenómenos que nos confrontan. Consiste en aquellos rasgos que inquietan en lo enredado, inextricable, desordenado, ambiguo e incierto. Nos advierte y previene de que, usualmente, las pautas para acceder a lo inteligible tienden a eliminar los aspectos de lo complejo en detrimento del entendimiento.

Un aforismo planteado por Morin dice de manera lapidaria que: “Hay la inteligencia artificial, también hay la estupidez natural.” Es necesario percatarse de larga estela deja esta escueta meditación en la actualidad, fascinados como estamos con los ordenadores (me parece útil esta denominación de las computadoras), los procesadores de gran velocidad, las enormes bases de datos compiladas con todo lo que se pueda reunir y manipular, la sofisticación de los algoritmos cada vez más invasivos de la privacidad, las “apps” que nos incitan a comprar, comunicarnos, exhibirnos, ver las rutas a seguir, pedir alimentos o un transporte y mucho más y seguir a los “influencers”. El poder de la mercadotecnia. El individuo y la masa.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/07/05/economia/edgar-morin-100-20210705/

Imagen: https://es.unesco.org/

Comparte este contenido: