28 Agosto 2016/Fuente: La Vanguardia/Autor: IGNACIO OROVIO
Julia Navarro es una de las plumas de oro de la literatura española. Después de una carrera como cronista parlamentaria y con varios libros de análisis político se subió por la rama de la narrativa con enorme éxito. Ahora publica Historia de un canalla (Plaza Janés), su sexta novela, la historia de un amargado ejecutivo de publicidad de origen hispano, que maltrata a quien tiene alrededor. Ha ambientado la historia en Nueva York, donde el gigante editorial Penguin Random House la presenta con una nutrida representación de prensa española y con grandes esperanzas de que vuelva a ser uno de los libros del año, al menos en ventas: la tirada es de 300.000 ejemplares, de los que 200.000 se distribuirán en España y el resto, en Sudamérica. En Estados Unidos, el sello Vintage publicará otros 15.000 ejemplares; los hispanos de EE.UU. empiezan a ser un target de lectura a considerar. Historia de un canalla saldrá también en inglés, en octubre, con 50.000 más. Sumen…
¿Por qué elige Nueva York?
Porque la sociedad ha cambiado en los últimos tiempos de forma vertiginosa gracias a las nuevas tecnologías y todo eso viene de América. América lo ha irradiado al resto del mundo y Nueva York es la capital de las grandes agencias de comunicación y publicidad. No podía elegir otra ciudad a la hora de imaginar la trama de la novela y buscar un paisaje para mi protagonista.
Nueva York, de hecho, es casi un personaje más.
Es cierto. Es una ciudad tan fuerte, tan potente, con tanta vida que tiene una identidad propia y casi se coloca al nivel de los personajes.
La trama hace una pequeña excursión a España que es casi un abrazo…
Sí, pero el personaje tiene origen hispano y tenía sentido para la trama. Ese origen hispano le causa un problema de identidad, de manera que no está cogido por los pelos.
¿Por qué el mal como argumento central, con un personaje desalmado?
He aprendido a lo largo de los años que una cosa es la intención del escritor y otra es cómo lo reciben los lectores. Siempre me enseñan algo de mis libros. O me dicen cómo lo han leído y me sorprende, porque esa no era mi intención u objetivo. Siempre me ha impresionado la gente que dice que no se arrepiente de nada, que volvería a repetir lo que ha hecho. Es algo que me deja en estado de shock, porque yo si pudiera sí volvería atrás y cambiaría o suprimiría cosas. Me cuesta entender a aquellas personas que no quisieran cambiar nada.
Le ha salido un tipo muy malo…
Yo quería escribir la historia de un personaje que fuera consciente de sus errores y que no se arrepintiera aunque hiciera una reflexión yendo más allá, no tanto como habría sido su vida sin sus errores sino como habría sido la de los demás si no los hubiera cometido.
Con serios problemas de identidad…
Sí. Es un personaje de familia acomodada, de Nueva York, liberal, que vive holgadamente pero en la que se siente diferente desde pequeño, sin saber por qué. Su madre es medio hispana y en él prima el gen hispano. Él se siente a disgusto en su familia y le crea un problema de identidad. Quienes le rodean son físicamente diferentes, y tiene un rencor infinito hacia su madre que con el tiempo extiende a las mujeres. En esta sociedad globalizada donde vamos de un lugar a otro, donde tanta gente cambia de lugar para construir su vida el shock identitario puede ser muy fuerte, puede llevarte a sentirte diferente, rechazado, que te miran diferente. No es el caso de mi protagonista, pero el síndrome de la diferencia le amarga la vida.
También amarga la existencia a varias mujeres.
Es otro elemento. Física y psicológica. Es un ser absolutamente débil aunque lo que proyecta al exterior es otra cosa. Yo creo que detrás de la violencia contra las mujeres lo que hay son hombres absolutamente débiles, que resuelven su debilidad y lo poco que son intentando machacar a la persona que tienen al lado. Por último enmarco la trama en la sociedad de la comunicación, la sociedad en la que nos convierten más en consumidores que en ciudadanos. Desde niños recibimos continuos imputs de qué deben querer. La comunicación tiene aspectos positivos, de intercomunicación, pero al mismo tiempo las grandes agencias de comunicación nos convencen de qué necesitamos. Nos crean necesidades que no tenemos y también en el terreno de la política, los políticos nos dicen desde qué corbata necesitan para un debate en televisión hasta cómo tienen que moverse ante la cámara, qué pueden decir y qué no, cómo deben contar las cosas. La sociedad es una especie de plató de televisión donde todo el mundo tiene que estar y actuar según el papel que le corresponde. Ésa es una reflexión de fondo del libro, la de la banalización de la sociedad y de los asuntos públicos. Cuenta más cómo se dicen las cosas que lo que realmente se dice. Estos son los elementos que yo creo que ofrezco en la novela.
Cuesta empatizar con el protagonista.
Es imposible.
Uno espera que a lo largo de casi 900 páginas el malvado afloje…
En el fondo es una persona absolutamente frágil. Es un triunfador a quien no le ha pasado nada grave en la vida excepto el rencor inmenso que tiene por esa herencia materna, pero vive en una situación acomodada. Profesionalmente todo le sale bien, tiene dinero, éxito con las mujeres… pero es un ser absolutamente frágil. Pisa a los demás como síntoma de su propia debilidad.
¿Es un cambio deliberado de registro buscando nuevos lectores?
No buscaba nada. Por lo menos conscientemente. No buscaba una ruptura. Simplemente las ideas te llegan a la cabeza. Procuro escribir de cosas que me inquietan y todos estos elementos que yo creo que he puesto en la novela eran cosas que me inquietan. Empecé a pensar en una historia donde desarrollarlas. Cuando terminé la anterior tenía dos ideas en la cabeza y empecé a trabajar en ellas en paralelo, hasta que opté por esta. Pero no me lo planteé como un cambio consciente. De eso te das cuenta cuando pones la palabra “fin”. He dado un salto, no sé si al vacío o hacia dónde.
Tiene miles de lectores. ¿Qué virtudes tienen sus libros?
No lo sé. A veces les pregunto en las ferias. Siempre tengo muchísima curiosidad por saber porque les gustan mis libros. He aprendido que no hay una respuesta homogénea. Pero en general puedo decir que encuentran dos cosas: por una parte que cuento una historia y quien abre una novela espera una historia. Y por otro lado que las explico con un lenguaje claro. Quizás el de los periodistas, estamos acostumbrados a escribir para todo tipo de personas. Y supongo que encuentran algún elemento de reflexión sobre problemas contemporáneos.
Su libro se lee con facilidad.
Espero que sí.
¿Eso es una estrategia?
Escribo como sé. Sería una estrategia si escribiera de manera más alambicada. Podría hacerlo porque tengo oficio. Podría escribir una novela en que mis lectores se quedarán diciendo “¿mande?”. Pero prefiero el lenguaje con el que he trabajado a lo largo de los años. El lenguaje que me ha permitido llegar a los lectores.
¿900 páginas son muchas o pocas?
Son las que necesitado para escribir esta historia. Nunca me he preocupado por el tamaño de mis libros. Y no querría angustiarme nunca por qué página voy. Nunca pagino y no lo sé mientras escribo. Después de muchos años explicando historias telegráficamente en la prensa, ahora cuento lo que me da la gana y de manera expandida sin que nadie me diga por detrás “¡acaba ya!”.
En realidad usted había escrito sobre cómo son los partidos políticos, que en la novela tienen su importancia. En 1995 publicó La izquierda que viene…
Salvo en la primera, La hermandad de la Sábana Santa, que era un thriller, siempre escribo de cosas que me preocupan. La segunda, La Biblia de barro, abordaba la guerra de Irak y denunciaba toda aquella farsa de Estados Unidos y sus aliados para invadir Irak. La sangre de los inocentes era una reflexión sobre ese choque que ya se está dando entre una parte del mundo musulmán contra Occidente, con la religión como telón de fondo. Dime quién soy era un viaje a través del siglo XX… Siempre hay elementos de un siglo terrible, devastador, con guerras mundiales. Por último en Dispara, yo ya estoy muerto, quería contar lo que había sido contar ese siglo XX desde Oriente, con el conflicto de Oriente Medio como telón de fondo. Muchos lectores me dijeron que habían empezado a comprender ese conflicto tras leerla.
Eso es un gran halago ¿no?
Sí. De repente te das cuenta que la novela puede ser útil. Esta última es moderna, dura, plantea algunos de los problemas que tiene la sociedad. No sé qué efecto va a tener en los lectores. Creo que me la juego con cada novela, no pienso que tenga nada ganado porque me haya ido bien en la anterior. Los lectores te juzgan en cada momento por lo que tienen en la mano. En la literatura no se vive de rentas, en el sentido de que el lector juzga cada libro.
Pero es mejor tener una base previa favorable…
Sí, pero también te juegas más, tienes más jueces. Tener muchos lectores es tener muchos jueces.
¿Se imaginaba la izquierda que ha venido…?
Nuestro sistema estaba dando síntomas de agotamiento y creo que por una parte la izquierda en España estaba absolutamente anquilosada, no estaba sabiendo dar respuestas a los problemas de los ciudadanos. Es verdad que las preguntas seguían siendo las mismas pero las respuestas no se adecuaban. Tras la caída del Muro de Berlín la izquierda se queda descolocada y esa crisis se ha evidenciado según han pasado los años. Creo que lo que hemos ido viviendo estos años ha sido la decadencia de la izquierda, que hay ido cuesta abajo. Hablo de los partidos tradicionales. En una situación de crisis económica que ha desbordado de las previsiones y expectativas, donde la gente ha sufrido, muchísimo, los ciudadanos no han tenido la respuestas que esperaban por parte de la izquierda tradicional. Cuando empieza la crisis el gobierno socialista de España la niega. La gente se ha sentido engañada, escuchando que vivíamos en el país de las maravillas. Ese engaño es algo que yo creo que los ciudadanos no perdonan. Empezaban a percibir que estaba pasando algo gordo. Y los gobiernos se han puesto firmes ante los dictados de Bruselas. Creo que la Unión Europea debe ser una unión de todos, pero no al dictado de un solo país. No pueden hacer dejación de poder en manos de Alemania. Alemania es un país muy importante al que habrá que decirle que sí y a veces que no. La soberanía es compartida pero no hay visiones únicas de cómo salir de la crisis. Hasta los premios Nobel de economía dicen cosas contrapuestas. En medio están los ciudadanos, que cada vez ven cómo pierden trabajo, capacidad adquisitiva y derechos sociales, cómo sus hijos han debido emigrar en busca de un empleo y para salir adelante en otros países, ante todo eso no ha habido respuestas de la izquierda. Ahora ha aflorado otra izquierda, que yo veo absolutamente antigua aunque parezca moderna, pero que ha tenido la inteligencia de recoger el sentir y la desesperación de la gente.
Pablo Iglesias se puso esmoquin para ir a la gala de los Goya
Sí… La política se ha convertido en un espectáculo de televisión y se está banalizando. Estamos más pendientes de los pequeños gestos de la comunicación que del contenido. Los partidos tratan a los ciudadanos como menores de edad.
Con mensajes fáciles de digerir…
Sí. Debemos incidir en la educación. El fracaso de la educación en España es patente, y cada gobierno lo ha hecho peor que el anterior, y ahí meto a los socialistas y al PP, aunque lo del último gobierno ha sido la repanocha, parecía imposible que se pudiera hacer peor, pero lo han hecho peor. Me preocupa muchísimo que los planes de educación cada vez eliminen más asignaturas que nos ayudan a formarnos. La filosofía se ha convertido en una optativa y eso es un escándalo. La filosofía ayuda para hacerse preguntas, a intentar encontrar respuestas, ayuda a la formación. Y ha desaparecido. Como la historia del arte. Cuando vayan al Prado o a un museo, los niños de hoy no van a entender nada, les parecerán dibujitos. Igual que las religiones. Abogo por una educación laica pero creo que no se puede entender nuestra cultura ni nuestro mundo sin un conocimiento previo. Los planes de estudio se limitan a que cada alumno tenga un ordenador en su pupitre, confundiendo el instrumento con el objetivo.
¿Añora el periodismo?
En determinados momentos sí. Cuando pasa algo, como una campaña electoral, unas elecciones, o el día que sucede algo extraordinario. Pero una va cumpliendo años y su carrera ha evolucionado, la gente que viene detrás debe ocupar tus espacios. He tenido muchísima suerte porque a mí se me abre la puerta literaria cuando tenía la carrera profesional hecha.
¿Cuánto deben sus libros al periodismo, dado que aborda temas de actualidad?
Mucho. Muchos lectores, sobre todo jóvenes, me han dicho que han entendido problemas de actualidad leyendo mis libros.
Pensaba que los jóvenes no leen…
Algunos sí, en las ferias del libro me sorprende muchísimo la cantidad de chicos jóvenes que vienen a que les firme el libro, y no es para sus padres. El problema es que en España la gente lee muy poco, sean jóvenes o mayores. Ahí vuelvo a la responsabilidad de los poderes públicos, que nunca han hecho nada en los planes de educación en serio para el fomento de la lectura.
¿Cómo vendemos que es mejor un libro que Gran Hermano?
Desde la escuela y partiendo de la base de que hay que enseñar a los niños que leer no es un castigo sino que es un placer, más allá de la nota que te ponga el profesor. La pasión de leer tiene mucho que ver con los planes de estudio y los maestros. En España se estimula lo contrario. Muchos se limitan a meterse en El Rincón del vago y copiar La Celestina. Prohibiría internet a la hora de hacer los deberes
Fuente de la entrevista: http://www.lavanguardia.com/libros/20160210/302064545057/julia-navarro-historia-de-un-canalla-entrevista.html
Fuente de la imagen: http://www.lavanguardia.com/r/GODO/LV/p3/WebSite/2016/02/10/Recortada/img_ebernal_20160209-192134_imagenes_lv_terceros__lol2424-kcqC-U302064545057llE-992×558@LaVanguardia-Web.jpg