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España: La otra escuela concertada: 600 cooperativas laicas le comen terreno a la Iglesia

El modelo de economía social y laica se extiende en la enseñanza subvencionada, cuyos 600 centros, que llevan años comiéndole terreno a los colegios religiosos, ya escolarizan a uno de cada ocho alumnos del sector. 

“Defendemos un modelo público de gestión cooperativa, somos una tercera vía entre la escuela concertada tradicional y la pública”, sostiene Carlos Sierra, presidente de Echeyde, una cooperativa de trabajo asociado que gestiona tres colegios en Tenerife, y de Uecoe, la Unión Española de Cooperativas de Enseñanza, que agrupa a alrededor de 600 entidades de economía social que operan en el sector de la educación.

Las cooperativas de enseñanza son, de hecho, el grupo que más ha crecido dentro de la concertada con la expansión de la última década, durante la que se han configurado como un contrapeso al tradicional dominio de los centros religiosos, los cuales, aunque siguen llevándose dos tercios del mercado, ven cómo los centros laicos les comen terreno al absorber tres cuartas partes del crecimiento que ha registrado la concertada en la última década.

Los últimos datos de Uecoe recogen un volumen de 13.495 socios cooperativistas trabajadores y 13.200 contratados, entre docentes, administrativos y otro personal, que generan una facturación anual de 756 millones de euros mientras atienden a 277.000 alumnos (el 12,8% de los 2,16 millones) y a 175.000 familias. “Somos entre el 12% y el 15% del sector”, señala Sierra.

Y llegan a ser el grupo mayoritario entre los colegios concertados en comunidades como Murcia, cuyo gobierno autonómico es el que más ha incrementado porcentualmente su presupuesto de subvenciones a centros de enseñanza al pasar de 67 a 215 millones de euros entre 1990 y 2016. “El sector de la concertada está muy estabilizado en toda España desde hace años, pero sí es cierto que ha habido una apuesta por las cooperativas con independencia del color político de los gobiernos”, añade.

Escuelas laicas de gestión democrática

“Ofrecen un modelo de gestión distinto y proyectos educativos de interés, y eso les está haciendo crecer”, explica Jesús Gualix, responsable de Enseñanza Privada de UGT. “Se trata de escuelas laicas con un modelo educativo propio y una gestión democrática que rechazamos la segregación de cualquier tipo, no solo por sexo, entre los alumnos”, señala Sierra.

En el caso de Echayde, se trata del primer centro canario que integró en las aulas a los alumnos de educación especial. Hoy combina la integración de las aulas de especial en el centro con el desarrollo de un modelo bilingüe.

El modelo de la enseñanza cooperativista nace en Catalunya y Euskadi en los años 60, mediante colegios gestionados por cooperativas de consumo impulsadas por las familias. Las de trabajo asociado, dirigidas por los trabajadores, comienzan a proliferar por el país en los años 80, al transformarse en ellas lo que antes habían sido colegios privados y, por otro lado, al empezar a asociarse docentes en paro. Las ikastolas abrieron una tercera vía, mixta, que la normativa vasca recogió en su legislación.

El segundo de esos modelos fue el origen de Echeyde (“Teide” en guanche). “En el grupo inicial éramos desempleados, algún trabajador de centros privados y docentes que nos ganábamos la vida en otros sectores”, explica Sierra. En 1980 constituyeron la cooperativa y un año después comenzaron a construir el colegio que abriría al siguiente en Santa Cruz. Ahora gestionan otro en La Laguna, desde 1987, y un tercero en Arona (1993) con los que suman 250 trabajadores y rondan los 4.000 alumnos.

“Queremos autogestionar los módulos”

Sin embargo, el inicio no fue fácil. “El primer año cobrábamos el 40% del salario y el segundo, la mitad”, recuerda. Tenían problemas, entre otras cosas, con el pago delegado, el salario que la administración paga directamente a los docentes de la concertada. “El sueldo iba a la cooperativa, y quien lo recibía formalmente terminaba teniendo que pagar el IRPF por un dinero que en realidad no había cobrado”, anota.

La gestión de los fondos es, entre otros, uno de los motivos por los que las cooperativas de la enseñanza concertada llevan tres décadas reivindicando un estatuto jurídico diferenciado. “Son empresas de personas, no de capital, y los posibles repartos de beneficios no se hacen por la aportación inicial sino por lo trabajado”, indica Sierra, que destaca cómo, por otro lado, las entidades de economía social están obligadas a cumplir unas exigencias de provisiones, como mantener un fondo de reserva para etapas de crisis y otro de formación, de las que están exentas las empresas estándar y las fundaciones.

Junto a esos condicionantes se hallan otros como no poder actuar bajo el paraguas de las fundaciones, como ocurre a menudo con los colegios religiosos, carecer de los descuentos de los que estas gozan en el impuesto de Sucesiones y, paralelamente, no disponer de un canal para gestionar el cobro de cuotas camufladas bajo la apariencia de donativos.

En este sentido, añade, el sector de las cooperativas reclama que la normativa sobre los conciertos “contemple nuestra situación diferencial, queremos realmente autogestionar los módulos de los conciertos en nuestros centros”.

Fuente: https://www.publico.es/sociedad/radiografia-educacion-concertada-escuela-concertada-600-cooperativas-laicas-le-comen-terreno-iglesia.html

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La religión en la escuela. Por qué los laicistas se equivocan

Por: s

«Es justo y democrático permitir que los que no piensan o creen como nosotros también encuentren su opción ideológica en la escuela pública, que ha de ser la de todos (y no tengan, así, que recurrir a la privada)».

Parece que cuando no hay nada candente que tratar se vuelve al tema de la religión en la escuela. Mi estimado compañero Alfredo Aranda escribió el otro día sobre esto en este mismo diario. Yo mismo, y varias veces, he cometido el pecado de opinar sobre el asunto, por ejemplo aquí . No sé resistirme. Cada vez que veo cómo mis queridos amigos y colegas, tan de izquierdas (como yo), confraternizan rápidamente en el ataque a la enseñanza de la religión se me hincha la vena crítica. No puede ser que gente tan inteligente (y tan de izquierdas) esté tan rápidamente de acuerdo en algo – me digo – tan complejo y difícil de analizar. La cosa se agrava cuando escucho o leo sus argumentos y… me entran unas ganas irresistibles de abrazar la fe. ¡Y eso sí que no!  Así que, qué remedio, tendré que repetirme. ¡Señor, dame fuerzas!

El primer argumento de Aranda es que Dios no existe, sino que es, tan solo, el fruto del adoctrinamiento religioso en connivencia con el Estado. Pero esto no es un argumento, sino solo la confesión de la particular fe ideológica del autor. Digo fe porque la razón no basta para demostrar la inexistencia de Dios ni, mucho menos, los fundamentos del materialismo que sustenta la hipótesis de Alfredo. Además, esto es poco o nada relevante. Aún en el caso (para nada claro) de que el deísmo fuese racionalmente falso (y fuera, más bien, algún tipo de teísmo), un creyente diría que su fe ni se valida ni se invalida con la razón (y menos aún, con una razón sostenida en los dogmas, no mucho menos religiosos, del materialismo o el historicismo),.

En segundo lugar, que la religión confesional sea una asignatura no nos retrotrae, como se dice, a los tiempos del nacional-catolicismo. Esto es pura demagogia. Durante el franquismo la religión católica era materia obligatoria y el control ideológico de la Iglesia era casi absoluto. Ahora, la religión es una materia optativa que ocupa una hora (a lo sumo dos) a la semana y la Iglesia ha perdido todo control sobre la enseñanza pública. De hecho, la situación de la materia de religión en nuestro país es exactamente la misma que la que tiene en la mayoría de los países de nuestro entorno (en los que no existió el nacional-catolicismo).

En tercer lugar, intentar minusvalorar la religión como un asunto puramente cultural es otra simpleza. Si profesar una religión depende de dónde nace uno, lo mismo cabe decir del que profesa el laicismo. Todo, y no solo la religión (también la democracia, los derechos humanos, o el sistema métrico decimal), podría concebirse como algo que depende de la “geografía”. Y si, por el contrario,  creemos que con la razón se pueden trascender los límites de la propia cultura, exactamente lo mismo podemos decir con respecto a la fe. De hecho, el universalismo humanista (tan opuesto al “tribalismo culturalista”) es, en gran medida, una doctrina religiosa secularizada.

El primer argumento real que aparece en el artículo de Aranda es este: la fe, que es credulidad ciega, y que tiene que ver con creencias y dogmas no puede ser – se dice – parte del horario lectivo, y ha de circunscribirse al ámbito personal. Este es, de hecho, el principal argumento de los detractores de la materia de religión. Y depende de dos supuestos: (1) que hay materias absolutamente dogmáticas y no dogmáticas; y (2) que lo público ha de mantenerse alejado de todo dogma, pues estos pertenecen estrictamente al ámbito privado. Estos dos supuestos son falsos o, cuando menos, muy discutibles.

En primer lugar, todos los contenidos educativos tienen que ver, aunque no, desde luego, en el mismo grado, con creencias y dogmas: los humanísticos, los artísticos y los científicos. Ni el cientifista más iluminado (por la razón) podría mantener que la ciencia (por ejemplo) pueda construirse sin axiomas, postulados, supuestos, metáforas y visiones del mundo indemostrables y, por tanto, dogmáticas. No digamos de las humanidades o el arte. Un saber absolutamente crítico y libre de dogmatismo solo cabe encontrarlo (y de manera ideal) en la filosofía, aunque esta, y justo por eso, no llegue a ser nunca un saber, sino solo la pretensión de serlo…  Además, y de otra parte, la religión no es solo dogma. Los teólogos también existen. Y razonan. No es nada fácil encontrar intelectuales con el nivel de sutileza y rigor lógico de los grandes teólogos que jalonan la historia del pensamiento occidental (y oriental).

En cuanto al segundo de los argumentos, la idea de separar lo público (las leyes e instituciones del Estado) del ámbito privado de las creencias y valores personales me parece una abstracción filosófica casi imposible de defender. A mi juicio, lo público no se funda en universalidades ideológicamente asépticas (¿existen tales cosas?), sino en sistemas preponderantes de creencias, valores e ideales, bien impuestos por un solo grupo u hombre (como en los regímenes despóticos), o bien resultantes de una gestión más compleja de la pluralidad ideológica, tal como ocurre en los estados democráticos. No se entiende, en este sentido, que las instituciones tengan que mantenerse en un imposible plano neutral con respecto a los valores y creencias de aquellos a los que gobiernan y representan. Una cosa es que la escuela pública, u otras instituciones del Estado, no manifiesten su preferencia por determinadas opciones políticas, ideológicas o religiosas, y otra, muy distinta, que no representen y en cierto modo administren (de modo equilibrado) la pluralidad de valores, ideales y creencias de los ciudadanos a los que educan y gobiernan.

 Justamente el peligro de nuestras sociedades tan torcidamente modernas es haber relegado al ámbito privado las cosas que más importan: los valores y fines, el sentido de la vida individual y colectiva, la búsqueda de respuestas a los grandes interrogantes… Obviamente porque la ciencia, la única institución ideológica que el laicismo asocia típicamente a lo público, no puede responder a ninguna de esas inquietudes (ni, en general, a casi nada humanamente relevante). Y esto es, al contrario de lo que vulgarmente se piensa, lo que alimenta el fanatismo religioso. En la medida en que nuestros alumnos solo aprendan ciencia y tecnología (y cada vez menos arte, filosofía o incluso teología) buscarán en otro lugar, menos inmune al fanatismo que la escuela, la respuesta a las inquietudes humanas y espirituales que no puede aquietar la ciencia.

 Estoy convencido, en suma, que la religión confesional tiene su espacio en la escuela pública igual que otras muchas asignaturas más o menos “doctrinarias” (y todas, en algún grado, lo son). La institución escolar no debe aspirar a una imposible asepsia ideológica. Todo lo contrario: ha de ofrecer la mayor pluralidad de ideas y creencias posible (tanta, al menos, como la que hay en la sociedad a la que sirve y, en cierto modo, representa). La única condición es que, a la vez, se dote a los alumnos de las herramientas y hábitos para someter todas esas opciones ideológicas a la reflexión y el análisis crítico.

 Yo, al menos, creo mil veces preferible que mis alumnos católicos (o de la confesión que sean) reciban su formación religiosa en el instituto público en que trabajo —y junto al aula de filosofía (de manera que, a continuación, antes o después, podamos hablar y reflexionar libremente sobre lo divino y lo humano)— que en un templo alejado de ese foro, plural y crítico, que ha de ser, según yo lo veo, la escuela. Al “enemigo” dogmático (en la medida en que lo sea y lo haya) conviene, como a todo enemigo, tenerlo cerca…

 Con algunas cosas (accesorias) del artículo de Alfredo Aranda puedo estar más de acuerdo. Está bien, por ejemplo, que la inspección educativa pueda evaluar el trabajo de los profesores de religión. O que se exija más transparencia en los procesos de selección de ese mismo profesorado. Pero es obvio que han de ser las autoridades eclesiásticas quienes establezcan el currículo y elijan a los profesores, tal como son las autoridades científicas las que diseñan los programas de las materias de ciencias y escogen a quienes han de impartirlos.

 Por lo demás, y como ven, no coincidimos en nada. Como ya escribí en otra ocasión, prefiero la ilustración a secas (un movimiento, por cierto, que nunca fue antirreligioso) que el  despotismo ilustrado. Es justo y democrático permitir que los que no piensan o creen como nosotros también encuentren su opción ideológica en la escuela pública, que ha de ser la de todos (y no tengan, así, que recurrir a la privada). Y es bueno y necesario promover que la gente, una vez bien informada y formada en todas las opciones posibles, crea lo que le venga en gana y le parezca mejor. Siempre que a mí o a otros nos permitan, también, tratar de mostrarles las ventajas de fundar sus creencias en razones – y de buscar racionalmente lo infundado más allá de toda creencia, empezando por las científicas –.

Fuente: http://www.eldiario.es/eldiarioex/educacion/religion-escuela-laicistas-equivocan_0_603690494.html

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