Lo cierto es, que efectivamente en las últimas protestas convocadas han existido desmanes, muchos provocados por la agresividad del estamento policial contra los manifestantes, incluso por una campaña de infiltración para desprestigiar el movimiento social.
Mucho y muchos han especulado frente al Paro Nacional convocado para este 21 de noviembre, mentiras van y mentiras vienen. La vetusta derecha colombiana no ha perdido la oportunidad para sembrar el miedo en la población, buscando una cortina de humo lo suficientemente densa como para ocultar la ineptitud de este gobierno, que con sus matices no es más que la continuación de los anteriores. Funcionarios amigos del gobierno nombrados a dedo, viajes interminables alrededor del mundo, conflictos de intereses con las familias más poderosas del país, escalonamiento de la guerra, en fin, un cambio de rostro para que todo siga igual.
Lo primero que hay que decir es que participaré activamente de la jornada de movilización, es más, como sindicalista estoy convocando y explicando a los ciudadanos de a pie las razones del paro. No puedo permitir que el juego del policía bueno y el policía malo, al que está jugando el Centro Democrático siga desinformando a la población a través de las redes sociales y medios masivos de comunicación. El presidente Duque dice que no está de acuerdo con la reforma laboral y pensional, sin embargo, su partido en cabeza de su amadísimo líder radicó el 1 de octubre un proyecto de ley que pretende disminuir la jornada laboral. En este caso no es divide y reinarás, sino confunde y reinarás.
Para los trabajadores/as de Colombia, esos proyectos de ley que tienen las buenas intenciones de generar empleo, no son otra cosa que la profundización de la flexibilización laboral, lo que pasa es que Álvaro Uribe Vélez se aprovecha de la mala memoria de los colombianos: recuerdo muy bien cuando mi salario como cajero de un almacén de cadena cayó drásticamente debido a su genial idea de reducir el recargo dominical y nocturno, ley que no aumentó el empleo, pero que sí le llenó los bolsillos a los empresarios con más de dos billones de pesos al año, dinero que les pagaban a los trabajadores/as antes de dicha ley. Los anuncios y recomendaciones de la Ocde y BID frente a pensiones tampoco son muy alentadores que digamos, así que, motivos para el paro, es lo que sobra.
Ahora bien, ¿vale la pena movilizarse? Creo que la respuesta es sí, siempre lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo, es una de las pocas herramientas que todavía no le han expropiado a los excluidos. Que grato sería que los gobernantes escucharan los reclamos de sus pobladores sin que estos tengan que salir a las calles, pero eso no es lo que sucede en Colombia, todo lo contrario, cartas y solicitudes formales terminan en la caneca de la basura de alguna oficina gubernamental. Ojalá algún día un buen gobierno escuche a todos los ciudadanos y no solo a los que patrocinaron las campañas.
Asimismo, los últimos sucesos en América Latina nos dan la razón. Unos gobiernos que, cotidianamente, a través de la represión policial, reducen el malestar social. No pudieron controlar un escenario desbordado por los excesos del capital, contextos que evidentemente superaron cualquier lógica de injusticia social, así que, la inconformidad se canalizó a través del descontento y la justa rabia que proviene de unas políticas sociales y económicas que producen bajos salarios, exclusión, pobreza, desempleo, aumento en el valor de los servicios públicos, crisis en la educación y la salud.
En medio de este panorama, el Centro Democrático (ni es centro, ni es democrático) quiere deslegitimar cualquier protesta social relacionándola inmediatamente con actos vandálicos o de destrucción de la propiedad. Es un deber ciudadano recordarle a ese y los otros partidos que también han convocado a sus seguidores a las calles (no siempre de las maneras más pacíficas), el famoso: ¡bala es lo que hay, bala es lo que viene!
Efectivamente, se está cumpliendo al pie de la letra en muchas regiones de Colombia, por ejemplo, se han intensificado las amenazas y los asesinatos contra líderes y lideresas sociales, contra los sindicatos, contra ex combatientes, como afirmaría una dirigente política: “acá hay que creerle a quien amenace, porque en este país las amenazas se cumplen.”
Lo cierto es que, efectivamente, en las últimas protestas convocadas han existido desmanes, muchos provocados por la agresividad del estamento policial contra los manifestantes, incluso por una campaña de infiltración para desprestigiar el movimiento social, situación recurrente en la historia de nuestra patria. Para nadie es un secreto que la orientación de los manuales contrainsurgentes y del enemigo interno estudiados en los cuarteles y estaciones de policía, incitan a buscar el enemigo entre la población civil y las organizaciones sociales, prueba que la doctrina de Seguridad Nacional no ha sido superada.
Por la misma línea no hay que desconocer, que hay sectores radicales que protestan que están de acuerdo con la destrucción de propiedad corporativa, sectores muy cercanos ideológicamente a lo que en Europa se conoce como el bloque negro; omitir esta situación, es negar el complejo escenario de la realidad colombiana. Cabe resaltar que, históricamente, el establecimiento ha arrinconado a los sectores sociales por medio de la violencia legal e ilegal, a pesar de que nos jactamos de ser unas de las democracias más estables del continente, Colombia no ha podido impedir que la violencia medie las relaciones políticas de sus ciudadanos, la prueba es evidente, solo revisemos cuantos candidatos y candidatas fueron asesinados en los últimos comicios electorales para hacernos una idea de lo violento que es hacer política.
En este sentido, la salida más fácil que ha encontrado el oficialismo para señalar a quienes estamos promoviendo el 21N es desprestigiando la movilización social, como si fuera un delito, como si los participantes fuéramos desadaptados contratados por un agente extranjero. Esa estrategia habría servido hace un par de años cuando se le creía sin preguntar todo al señor Álvaro Uribe, hoy como dirían las abuelas “está meando por fuera del tiesto”.
Sus teorías conspirativas dejan muy mal parada su lucidez, cuando la realidad es que su adicción al poder lo ha puesto en evidencia, y en consecuencia la gente ya no le cree tanto, poco a poco va despertando y eso es gracias, de una u otra forma, a la educación y al desarrollo del pensamiento crítico que se expresa cada vez más en la superación del cerco mediático a través de las redes sociales, ¿Será por eso que el ex presidente se ensaña tanto contra los docentes?
Finalmente, todos los que piden que los colombianos actuemos como le viene haciendo el continente en los últimos días, desconocen que el país lleva 200 años convulsionado, además de que Colombia no es comparable con el resto de América Latina, simplemente porque nosotros no hemos podido superar la guerra interna más larga del hemisferio occidental. Eso explica el miedo de los estudiantes a mostrar su rostro en la marcha o del sindicalista al escribir estas líneas, la violencia brutal no nos abandona y a pesar de las muertes, las desapariciones, torturas y asesinatos, el movimiento social seguirá saliendo a las calles para darle voz a esos que no la tienen, así sea incomodando a los poderosos.
Por lo tanto, lo que está en juego el 21 de noviembre es el futuro laboral y pensional del país, todo dependerá de la asistencia y desarrollo de la misma, es la disputa por inclinar la balanza a favor o en contra de los trabajadores/as, es la pugna por el aumento del salario mínimo, por una pensión digna y unas condiciones laborales que no se parezcan a las del siglo XIX, eso y más está en juego, por eso el 21N todos y todas a las calles.
Colofón: Los disturbios al interior de las movilizaciones sociales son mínimas, es inconcebible que los medios masivos de comunicación se sigan centrando en las escaramuzas, invisibilizando los legítimos motivos de las protestas.
Fuente: https://lasillavacia.com/silla-llena/red-de-la-educacion/estigma-de-la-protesta-social-71730