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El programa de rehabilitación incluye darles educación de calidad y acceso a salud reproductiva, entre otras medidas. Sin embargo, suelen estar estigmatizadas por sus vecinos o incluso sus propias familias
El pasado fin de semana Boko Haram liberaba a 82 mujeres que tres años antes había raptado en la aldea de Chibok. Eran parte de las 219 niñas que visibilizaron el conflicto en 2014: las Chibok Girls. La repercusión mediática entonces fue insólita, y a día de hoy su historia sigue siendo la cara visible de la lucha concentrada en el norte de Nigeria, y que ha traspasado las fronteras de sus vecinos Chad, Camerún y Níger. La noche del 14 de abril 276 escolares fueron secuestradas de su centro de educación laica localizada en una pequeña aldea del estado norteño de Borno. De ellas, 57 lograron escapar con vida y durante los últimos doce meses, 24 han sido devueltas a sus familias gracias a golpes de fortuna y a la mediación entre el gobierno y los insurgentes.
Pero esta no ha sido la llegada más numerosa de rehenes. En mayo de 2015 se produjo la primera liberación masiva de más de 200 niñas que habían sido utilizadas como esclavas sexuales, combatientes y forzadas a contraer matrimonio. Entonces, Amnistía Internacional estimaba en más de 2.000 las mujeres y niños secuestrados por Boko Haram. Pero a finales del año pasado, 1.880 civiles fueron rescatados en el norte de Nigeria, lo que hace temer que sea la punta de un iceberg de dimensiones desconocidas.
El mayor grupo terrorista de África, leal al autoproclamado Estado Islámico desde 2015, fue fundado en 2002, pero no fue hasta casi diez años después que sus acciones alcanzaron la repercusión necesaria como para que el Gobierno de Nigeria declarase el estado de emergencia. Desde 2009, se calcula que más de 20.000 personas han perdido la vida y dos millones se han visto forzadas a abandonar sus viviendas en busca de asilo. Y para agravar más la inestabilidad, el norte de Nigeria se encuentra en situación de alerta alimentaria que afecta a 4,7 millones de personas, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Protocolos diferentes
El caso de las niñas de Chibok es especial por el interés mediático que suscita y por la atención oficial que recibe. Las jóvenes son interrogadas por las autoridades con la esperanza de recabar información sobre el grupo terrorista, y posteriormente son recibidas por el presidente, Muhammadu Buhari. El encuentro es una fotografía necesaria para el currículo de Buhari, quien centró su campaña por la presidencia durante 2014 en que encontraría con vida a las colegialas, en un momento en que apenas había esperanza de hallarlas vivas.
La mayor parte de las organizaciones humanitarias coinciden en que el contacto con las familias es vital para facilitar a su rehabilitación. Sin embargo, a día de hoy las jóvenes que fueron liberadas en octubre aún no han regresado a sus hogares. «No se está dando el mismo tipo de rehabilitación a las niñas Chibok que cualquier otra víctima Boko Haram porque son mantenidas en lugares cerrados por funcionarios del gobierno», explica a EL MUNDO el Doctor Manasseh Allen, uno de los portavoces de la comunidad de Chibok. La ausencia informativa hace que nadie pueda conocer exactamente qué procesos se están utilizando en su rehabilitación. «Las primeras 21 han comenzado a recibir clases en las instalaciones del gobierno para mantenerlos alejados de los disturbios de los medios de comunicación», continúa.
El doctor traslada a este diario el desacuerdo de los padres ante los métodos aplicados por el gobierno, manteniendo a las chicas completamente alejadas de sus familias y amigos. «Sus familias están listas y deseosas de recibirlas, así como la comunidad está dispuesta a prestar su ayuda», asegura Allen. Sin embargo, su optimismo acerca de este entendimiento por parte de las comunidades no es compartido por otras organizaciones internacionales.
El director de Cooperación y Ayuda Humanitaria de la organización Save the Children en España, David del Campo, explicó en conversación telefónica a EL MUNDO algunos de los desafíos a los que se enfrentan tanto las chicas como sus familias. «No se sabe si las chicas podrán volver a sus lugares de origen, porque lo que habrá es un lógico rechazo por parte de los que se han quedado allí». Este estigma y desconfianza ha hecho que las comunidades queden marcadas y vean en ellas una amenaza, y ese es precisamente el objetivo que buscaban los terroristas. «Estas niñas están liberadas del secuestro de Boko Haram pero no son libres, están en una situación peor de la que estaban antes del secuestro, porque no saben qué va a ser de sus vidas y no saben el impacto que ha habido en sus familias y en las comunidades«, remarca del Campo.
«Kits de dignidad»
Esta presión y estigma es compartida por todas las víctimas del grupo terrorista. Si bien su reinserción no suscita tanto interés, los protocolos son parecidos. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU) en colaboración con el Ministerio Federal de Asuntos de la Mujer y Desarrollo Social de Nigeria, es una de las entidades que facilita apoyando a las mujeres y niñas víctimas de violencia sexual y de género. Desde octubre de 2016 su programa de rehabilitación consistente en dar a las jóvenes «kits de dignidad» que consisten en vestidos culturalmente apropiados y suministros de higiene femenina. Posteriormente, se les proporciona acceso «a una educación de calidad para salvar la brecha de aprendizaje creada durante el secuestro», además de «acceso a la salud reproductiva para su bienestar sexual, y un programa de adquisición de habilidades para facilitar su reintegración en su sociedad».
Para del Campo, uno de los problemas principales es la cruzada de Boko Haram hacia el sistema educativo. «Ellas fueron secuestradas para amenazar a las comunidades de que no debían llevar a sus hijas a las escuelas laicas». Boko Haram sabe que cuanta más educación haya, más débiles se convierten los argumentos terroristas, es por eso que se aprovecha de las áreas más rurales para perpetrar sus ataques y aterrorizar a las comunidades. «Nigeria es el principal productor de petróleo de la región pero aún no ha transmitido toda esa riqueza al sistema educativo, que sería la mejor forma de combatir el radicalismo», reivindica del Campo.
Se ha conocido que una de las jóvenes que iba a formar parte de este último grupo de liberadas rechazó la propuesta y prefirió quedarse con su marido, un combatiente del grupo, ya que «había encontrado la felicidad», alegan fuentes oficiales nigerianas. Este Síndrome de Estocolmo no es nuevo, sino que se repite en algunos de los casos, lamentan desde Save The Children. La primera liberada, Amina Ali Nkeki, también dijo semanas después de su secuestro que echaba de menos al hombre que se había convertido en su marido.
Durante una entrevista con la BBC publicada en abril de 2016, Zara John, de 17 años, contaba su terrible experiencia durante su secuestro. «Nos dieron dos opciones: o casarnos o ser esclavas. Yo decidí casarme», explica al principio de su relato. Tras ser liberada su familia se percató de su embarazo, lo que supuso un problema porque la mitad de la familia era cristiana y la otra mitad musulmana. «Ella era cristiana antes de ser secuestrada, pero al casarse con un combatiente de Boko Haram se convirtió en musulmana», explicó al medio británico el tío de la joven, Mohamed Umaru. Al nacer, el bebé tomó el nombre del padre, Usman, lo que provocó los ataques e insultos de sus vecinos. Días antes de la entrevista, una serpiente acabó con la vida del bebé, de nueve meses de edad, lo que provocó la alegría de parte de sus familiares. «Estaban felices de que la sangre de Boko Haram se hubiera ido de la familia», relataba entre lágrimas la joven.
El sentimiento de la joven, rechazada por su familia y estigmatizada por sus vecinos, la convierte en carne de cañón para perpetrar alguna misión suicida. A sus 17 años, como gran parte de las jóvenes que han sido secuestradas, su vida está rota y sus deseos son los de regresar al bosque donde permaneció secuestrada y único lugar donde se sentía protegida. Es por eso que el gobierno de Nigeria ha pedido expresamente a sus ciudadanos que traten de aceptar a las personas rescatas para garantizar su integración en la sociedad.
Según el FPNU, la actividad de Boko Haram en el noreste de Nigeria ha ocasionado que «seis de cada diez niñas haya experimentado alguna forma de violencia sexual». Cuando en 2015 más de 200 jóvenes fueron puestas en libertad la mayor parte de ellas estaban embarazadas. Actualmente el FPNU y sus asociados han prestado servicios directos de prevención y respuesta a 200.000 mujeres y niñas supervivientes o en riesgo de violencia de género.
Fuente: http://www.elmundo.es/internacional/2017/05/11/5914465c468aeb116b8b46c0.html