07 Enero 2018/Fuente: cronicaglobal/Autor: NURIA VÁZQUEZ
Marta viajó a África cinco meses con una ONG y lo que vio le removió por dentro. Edu, su pareja, y ella convivieron desde abril hasta septiembre de este año con unos 60 niños de un orfanato en Kampala, Uganda. La situación en la que vivían les hizo reaccionar.
Comprobaron que los pequeños, de entre 4 y 16 años, apenas tienen libros de texto para estudiar y su formación es deficiente. “Allí están solos, nadie se encarga de que hagan los deberes pero luego, si no los hacen, muchas veces les pegan”, explica Marta a Crónica Global.
Robo de libros
También se dan robos de libros entre los propios niños y por eso, más allá de la comida y la ropa que las diferentes entidades solidarias puedan ofrecerles, creyeron necesario ayudarles en materia de educación: “Es algo en lo que hay que invertir”.
Desde Uganda supieron que, una vez en Barcelona, tenían que añadir su granito de arena y pensaron cómo. “Pedir dinero porque sí es algo raro y la gente podría no confiar, así que decidimos encargarle un montón de pulseras y coleteros a una mujer africana artesana”, explica Marta.
Le compraron 477 brazaletes, 345 pulseras de tela y 250 coleteros hechos a mano con telas africanas. Al llegar a Barcelona empezaron a venderlos a familiares y amigos y, visto el éxito, acaban de crear una página en Instagram bajo el nombre de Proyecto Emmikisa, que significa oportunidades en Luganda, el dialecto de Kampala.
También alimentos
A día de hoy ya han recuperado la inversión y su objetivo es volver en verano al mismo orfanato con la misma ONG (Chances for Children) para llevarles los libros que hayan comprado, uno por cada asignatura y para cada curso, como mínimo, además de varios ejemplares para la biblioteca.
Ingresan el dinero en la misma cuenta que crearon para ahorrar y poder realizar el viaje en primavera y prefieren gestionar ellos mismos la cantidad que recopilen: “Nos dimos cuenta de que el dinero allí no siempre se usa para los fines que priman y preferimos asegurarnos de que les llega”, argumenta la precursora de esta iniciativa.
Si cuentan con más dinero del que esperaban, lo destinarán a otros fines como comida o ropa. “Algunos habían comido pollo solo una vez en su vida y otros ni siquiera lo habían probado”, se sorprende.
Prueba piloto
Alguna vez se le ha pasado por la cabeza montar su propia ONG pero confiesa que es algo muy complicado. “Pensamos más en montar un centro donde los niños puedan ir al cumplir los 18, para hacer continuidad del trabajo que hace la ONG” porque de pequeños reciben más ayudas, pero cuando son mayores de edad pasan a ser los grandes olvidados.
De momento, continúan con su plan. “¡Todo es tan casero!”, dice Marta entre risas. “No buscamos hacer el gran negocio, sino poner nuestro granito de arena y queremos probar a ver si esto nos funciona”.
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