Cartilla no convencional para educar a un niño

Ignacio Mantilla

Hace unos días, en una reunión social, uno de los asistentes, orgulloso padre de un niño de 8 años, me comentaba sobre la alta inversión que él y su esposa realizan para dar la mejor educación posible a su hijo. Esa conversación me motivó a hacer una reflexión personal sobre el tema, sin pretender de ninguna manera posar de experto pedagogo.

El niño estudia en un colegio privado del norte de Bogotá, al que asiste diariamente haciendo uso de la ruta escolar que demora aproximadamente una hora y media desde su casa; otro tanto, a veces un poco más, toma el recorrido de regreso en la tarde. Así las cosas, el niño pasa tres horas diarias bajo el cuidado del conductor del bus escolar y de la monitora que acompaña la ruta, que vale decirlo, no es profesora del colegio.

A su retorno a casa, lo recibe la empleada doméstica que lo cuida durante unas tres horas adicionales mientras su madre vuelve del trabajo, que es  quien tiene un horario más cómodo. Los padres son felices si a su regreso  el pequeño ya ha cenado y, preferiblemente, ya duerme, pues también ellos están exhaustos. Una labor adicional de la empleada doméstica es dejar preparada la lonchera del niño para el día siguiente.

Con la situación descrita, durante seis horas diarias de cada jornada, el niño está a cargo de personas que seguramente no se han formado como educadores. Esta cantidad de tiempo no es despreciable: son 30 horas semanales.

Adicionalmente, algunos fines de semana, gracias a los abuelos que se encargan del chico, los padres pueden disfrutar de su vida en pareja.

Mi interlocutor me hizo las cuentas de todo lo que paga por la matrícula, la alimentación en el colegio, la ruta escolar, más el salario de la empleada (reconociéndole las horas extras y algunos sábados) y, por supuesto, supera la más alta matrícula que pueda pagarse en una universidad privada. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando le dije que, a mi juicio, su inversión en la educación del niño era casi nula. Y pasé a explicarle por qué pienso eso.

Mi argumento es sencillo: lo más valioso que un padre puede dar a un hijo se llama TIEMPO. Por muy extenuante, dispendioso, absorbente y difícil que sea el trabajo de los padres, siempre deben buscarse espacios y momentos, aunque sean breves, para dedicar a los hijos. Hay que aprovechar cualquier situación o lugar para estimular el aprendizaje y compartir problemas y soluciones. No se trata de estar frente a un cuaderno, un libro o un tablero permanentemente, pero la corta lectura de un cuento en algún momento de la semana es más valiosa que la música de la ruta escolar que elige el conductor o que escuchar la conversación que la empleada doméstica sostiene telefónicamente.

La cocina, por ejemplo, es un extraordinario laboratorio para las matemáticas y las ciencias naturales. Veamos este ejemplo: prácticamente en todos los hogares colombianos consumimos arepas de diversos tipos, pero casi todas son redondas. ¿Qué tal si mientras asamos una arepa en un tiesto intentamos que el niño sugiera su diámetro? ¿Y si ahora con ese dato calculamos el área de la arepa? Pero, si observamos que del borde de la arepa al borde del tiesto hay dos centímetros: ¿qué tanto mayor es el área del tiesto? ¿Y si al partir la arepa para comerla, pedimos al niño que lo haga de tal manera que cada pedazo tenga un ángulo recto? o si la partimos en tres pedazos iguales, cortados desde el centro ¿cuánto deben medir los ángulos centrales? Pero, si el niño no quiere morder sino ángulos agudos, ¿qué solución da el chico? La arepa nos puede conducir a una larga cadena de preguntas como ¿cuál es el área de cada sector circular consumido? (Nota: las arepas, aunque tridimensionales, pueden tratarse como objetos matemáticos ideales de la geometría plana).

Ahora, qué decir de las grandes posibilidades con la receta: para 10 arepas uso 21 gramos de sal, pero vamos a preparar sólo 7 ¿cuánta sal necesitamos? Un error puede echar a perder las arepas.

Cocinar también ofrece posibilidades de enseñar leyes y sentencias: ¡si coges el tiesto caliente, te quemas! “No depende de mi voluntad, ni de la tuya, los tiestos son caprichosos”. Y si el niño es mayorcito, podremos hasta preguntarle por la ecuación del calor: ¿por qué el tiesto se calentó uniformemente? ¿Y si el tiesto es de barro como los que se usan en Santander? Ahí ya tenemos un problema de química de materiales. ¿Por qué los ladrillos, como los tiestos de barro, se cocinan también?, ¿a qué temperatura?, ¿y por qué no se construyen casas con tiestos, entonces?

Al niño se le puede decir: “si sueltas la manzana, cae al piso, y si le ayudas con una velocidad inicial suficiente se va a estallar al caer. La ley de la gravedad es muy represiva”.

Y mientras vamos en el carro ¿qué tal si intentamos aprender sobre velocidad o aceleración o si usamos los dos últimos dígitos de la placa del carro que está delante para repasar las tablas de multiplicar?

En fin, hay cientos de posibilidades para hablar con los hijos y aportar a su educación. No basta con invertir grandes cantidades de dinero solamente, si todo está a cargo de terceros.

Finalmente comparto una anécdota: el profesor Yu Takeuchi, con quien yo hablaba frecuentemente sobre estos temas, se interesó mucho por el aprendizaje de los niños cuando nació su primera nieta. Un día en la sala de profesores de matemáticas de la Universidad Nacional, me dijo: “estoy sorprendido, mi pequeña nieta apenas está aprendiendo a hablar, pero ya maneja conceptos matemáticos”. No le creo profesor, dije. Y pasó a explicarme que la niña sólo sabía decir tres palabras: MÍO, NO y MÁS; es decir: pertenencia, negación y adición.

Fuente del articulo: http://www.elespectador.com/opinion/cartilla-no-convencional-educar-un-nino

Fuente de la imagen: http://www.eluniversal.com.co/sites/default/files/201201/imagen/sicologia_02f73328.jpg

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Pocos hijos, sólo uno o ninguno, las opciones de la familia moderna

Miguel Angel Ferrer

En 1979 China estableció la política demográfica de un solo hijo. Labores de convencimiento, asesoría en anticoncepción, sanciones diversas y la presión social y política lograron el objetivo de impedir, a lo largo de 37 años, 400 millones de nacimientos, algo así como cuatro veces la población mexicana actual.

Pero a la par de esa meta alcanzada apareció otro fenómeno demográfico, previsible si bien un tanto inesperado: el envejecimiento de la población. Y ahora el gobierno chino ha anunciado el abandono definitivo de la política de un solo niño para pasar, con ciertas restricciones, a la de dos hijos por familia.

Ahora el objetivo es el contrario: incrementar la fecundidad. Y para lograrlo, las autoridades chinas transitan de las sanciones y la presión política y social antinatalista, incluidos la esterilización y el aborto voluntarios y hasta forzados, a los estímulos pro natalistas: mejor vivienda, premios en dinero,   mejores condiciones laborales y facilidades para realizar estudios superiores.

Sólo que, para la frustración de los planificadores demográficos, la sociedad china no ha hecho suya la nueva política poblacional. Sólo la décima parte de las familias susceptibles de acogerse a la nueva concepción demográfica ha respondido afirmativamente.

Esta respuesta social, desde luego, era perfectamente esperable. Mil quinientos años antes la Roma clásica experimentó la misma situación de cierto despoblamiento. Y primero el emperador Julio César y luego el emperador Augusto se propusieron incrementar la natalidad romana mediante diversos incentivos morales y económicos. Las llamadas Ley Julia y Ley Augusta fueron los instrumentos para la consecución de ese propósito. Y la respuesta social, como ahora en China, fue la indiferencia popular. El caso chino es prueba del éxito en los propósitos gubernamentales de reducción de la natalidad, así como igualmente del fracaso en incrementarla.

Es cierto que también modernamente hay casos de países, digamos Francia y Argentina, en los que las políticas oficiales de incremento de la natalidad han sido selladas con el más rotundo fracaso. Por lo que toca a Francia, esas políticas natalistas datan del fin de la segunda guerra mundial; y con respecto a la Argentina el fenómeno se dio en los años setenta y ochenta del siglo veinte.

En la Francia de esa época, en la baja en la natalidad no participaron, porque no existían, los modernos y eficaces métodos anticonceptivos químicos, mecánicos y quirúrgicos, ni el aborto seguro. En Argentina fue distinto. La píldora anticonceptiva nació en 1960, y para las décadas de los setenta y ochenta ya era bastante popular. Y tan popular, que en sus propósitos antinatalistas, la dictadura de Videla prohibió por ley el uso de ese y otros métodos contraceptivos. Y ya no digamos el aborto. Si los franceses y francesas consiguieron reducir y mantener baja su tasa de natalidad sin los modernos anticonceptivos, éstos ahora, con el aborto seguro y generalizado, les han facilitado y les facilitan la tarea.

Parece, en consecuencia, que los deseos y propósitos de una familia con pocos hijos o sin ellos depende más de una nueva conciencia que de los recursos físicos para lograrlo. Por las razones que se quiera, las sociedades modernas optan por tener pocos hijos, sólo uno o simplemente no tenerlos. Claro que la anticoncepción moderna y el aborto seguro ayudan, pero indudablemente la nueva conciencia es el factor esencial. Hoy en todo el mundo, México incluido, las opciones son pocos hijos, sólo uno o ninguno.

 

Fuente del articulo: http://www.telesurtv.net/bloggers/Pocos-hijos-solo-uno-o-ninguno-las-opciones-de-la-familia-moderna-20160922-0002.html

Fuente de la imagen: http://www.telesurtv.net/__export/1474571228163/sites/telesur/img/multimedia/2016/09/22/foreign201606291538000450142329642.jpg_916636689.jpg

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