Una escuela diseñada por un maestro espiritual

Colombia / 24 de abril de 2018 / Autor: Juan Sebastián Hoyos Montes / Fuente: Las2Orillas

¿A qué deberían ir los niños a la escuela? Pues a lo mismo a lo que vinimos a esta vida. A desarrollar la conciencia

Escribe Swami Sivananda de Rishikesh, en su libro Bliss Divine, escrito hace más de 80 años, que la educación es el desarrollo de todo el ser humano: intelecto, corazón y cuerpo. Y que el fin último de la educación es despertar la divinidad inherente de cada persona.

Educar es preparar para la vida. Si no hay claridad sobre el propósito último de la vida, no habrá tampoco claridad sobre qué hacer en las escuelas e instituciones educativas. Por eso, las preguntas fundamentales que debemos hacernos para pensarnos la educación deberían ser algunas como las siguientes: ¿de qué se trata la vida? ¿Para qué habitamos este cuerpo y esta tierra? ¿Con qué propósito?

Educación es preparación para la vida y el propósito de la vida es la evolución de la conciencia, el auto perfeccionamiento y el desarrollo espiritual. Habitar este cuerpo y esta tierra, venir acá, para aprender las lecciones necesarias, sanar los núcleos familiares, corregir nuestros defectos, ejercer nuestros dones y misiones, ayudar a otros, transformar nuestros patrones negativos, disolver nuestros karmas y nudos, y expresar nuestro máximo potencial, intelectual y de conciencia.

Las dimensiones que Swami Sivananda propone para trabajar en las escuelas son las siguientes: 1-Desarrollo ético y moral, con el ejemplo de los profesores, como la base de la escuela. 2-Desarrollo del intelecto: enseñar a pensar, desde lo artístico, lo científico y lo práctico, de una manera no fragmentaria. 3-Desarrollo del carácter: ayudar a forjar un carácter firme, puro y bondadoso. 4-Desarrollo del cuerpo y de la salud, a través del juego, el ejercicio, el deporte y el yoga. 5-Desarrollo de aspectos prácticos: para poder conseguir un trabajo, ganarse la vida y desenvolverse en el mundo, como complemento al desarrollo intelectual. 6-Desarrollo espiritual, que sería lo más importante. Lo espiritual debe ser la base de la escuela, como valor último y propósito de la vida. Con un enfoque teórico y práctico. Sivananda sugiere empezar los días con silencio, con meditación, con oración, con canto, con música, con gratitud, con autorreflexión. Así mismo, realizar estudios sobre las diversas escrituras sagradas y las enseñanzas espirituales universales, y de la vida de sabios, santos y seres inspiradores para aprender de sus virtudes (pensemos por ejemplo en Gandhi, o en Mandela o en grandes artistas y científicos).

 

 

Dice el Swami Sivananda que la relación entre el discípulo y el profesor
debe ser íntima, cercana.
No una relación comercial-profesional, sino la que existe entre hermanos

 

 

Dice él que la relación entre el discípulo y el profesor debe ser íntima, cercana. No debe ser una relación comercial-profesional, sino una relación como la que existe entre hermanos, unida por un vínculo de afecto y cercanía. El profesor debe ser un guía amoroso, nunca un “patrón”. Es deber del profesor ganarse el respeto y el afecto de sus estudiantes (y no miedo u odio), con su calidez, rigor y conocimiento. El sólo progreso intelectual no hace grande al profesor. Su pureza de corazón y su bondad son necesarias. Los profesores deben llevar una vida espiritual rica. Deben meditar, deben explorar el autoconocimiento, deben trabajar en sí mismos, en su sanación, en el desarrollo de su conciencia. Así los estudiantes podrán encontrar inspiración en las vidas de sus profesores. Los profesores deben ser conscientes que su dedicación es esencial para formar a los futuros ciudadanos. Su labor es única y muy poderosa.

Nos mueve el dinero, el éxito material, la fama y los títulos. Por ello, el ser interno debe ser educado para que pueda prestarse un servicio a sí mismo, realizarse, ayudar a los otros y a la sociedad. Por su parte, las escuelas no pueden ser negocios porque el criterio último es la ganancia y no la evolución de la raza humana.

Sería maravilloso que los ejes curriculares de nuestras instituciones educativas fueran las dimensiones del desarrollo humano, como las mencionadas arriba, y no las áreas del conocimiento, fragmentadas. Que niños y profesores fuéramos a los colegios a desarrollar esas dimensiones y a evolucionar en conciencia, a aprender a vivir y a aprender a pensar. Que nos sacáramos de la cabeza tanta tara con las pruebas estandarizadas, la productividad y los indicadores macroeconómicos porque, como dicen sabios y maestros, el propósito con que habitamos esta tierra es mucho mayor. Y eso no se nos enseña en las escuelas.

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Swami Sivananda de Rishikesh es considerado uno de los maestros espirituales más importantes del siglo pasado. En India es considerado como un San Francisco de Asís del siglo XX. Publicó más de 300 libros y dedicó su vida al servicio de los pobres, a la medicina y a la difusión de la enseñanza espiritual. En Colombia es conocido pues fue maestro de Swami Satyananda, quien visitó Colombia y fundó la Academia Satyananda hace más de 40 años, una escuela de conciencia y de yoga muy seria. Recomiendo su libro Bliss Divine, en el que habla, entre otros, sobre educación.

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Una escuela diseñada por un maestro espiritual

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Las universidades no están formando mejores ciudadanos

Por: Julian De Zubiria

Hace dos décadas, la Comisión de Educación de los Estados Unidos invitó a las universidades a promover entre los jóvenes estrategias que les permitieran cualificar el manejo del dinero y seleccionar las ideas más relevantes al interpretar la información que circula a diario en las redes. Los expertos que la conformaban insistieron en que eran competencias muy poco trabajadas en la educación superior. Un estudio similar en Colombia realizado por Corpoeducación y la Universidad de Antioquia seleccionó doce competencias esenciales para trabajar en todas las carreras profesionales, la gran mayoría socioemocionales y comunicativas tales como trabajo en equipo, autodisciplina, inteligencia emocional, planeación, escucha, lectura y escritura.

La conclusión de los dos estudios anteriores es significativa: a juicio de los empresarios, lo que se enseña en las universidades no es esencial para desempeñarse en el mundo laboral y, en cambio, lo que sí que requieren las empresas de sus trabajadores, las instituciones de educación superior no lo abordan.

Hay que enseñar a los niños a ser felices. 

Una reciente investigación elaborada también en Estados Unidos concluye que mientras el 96 % de los directores académicos de las universidades están satisfechos con la formación ofrecida, tan sólo el 10 % de los líderes empresariales la considera pertinente. La queja es similar a la que años atrás presentaban investigadores y miembros del gobierno, aunque ahora enfatizan en la carencia de pensamiento crítico, creatividad y capacidad para enfrentar problemas complejos y semiestructurados. Aun así, la crítica más generalizada sigue siendo la misma: en las universidades –dicen los empresario– no se desarrolla la inteligencia emocional de los jóvenes, debido a lo cual suelen presentar serios problemas de empatía, tolerancia, persistencia y capacidad para trabajar en equipo.

Varios grupos sociales también comparten esta queja. Les preocupa la ausencia de formación en competencias ciudadanas vinculadas con el respeto a la diferencia y la responsabilidad social de los egresados del sistema.

Lo extraño es que, pese a las reiteradas críticas de los sectores sociales y empresariales, no parece haber ningún cambio significativo en las universidades que siguen concentradas, casi de manera exclusiva, en un trabajo técnico y académico. Pero las evidencias de que esta lógica formativa no funciona no podrían ser más dramáticas: buena parte de los estafadores de “cuello blanco” han sido formados en universidades del país y la mayoría de ellos posee títulos de pregrado y maestrías. Un hecho desconcertante y simbólico en esta paradoja es el grado con honores que recibió Guido Nule en 2002 después de culminar su tesis titulada “Ética y responsabilidad social de las empresas”. Las instituciones de educación superior se defienden con el argumento de que son “casos aislados”. Pero no es cierto.

 ‘¿Cómo educar para no formar corruptos?‘

Hay que reconocer que las universidades fueron creadas bajo un enfoque tradicional que suponía que el papel de la educación era transmitir las informaciones científicas y que la formación ética y ciudadana debería realizarse por fuera de las instituciones educativas. Por eso, en ellas no hay evaluación ni mediación de actitudes: ser solidario o autónomo no incide en la promoción de semestre y los docentes dejan por completo de lado el trabajo ético. No se orienta a los estudiantes para que mejoren el conocimiento de sí mismos, no se cualifica el trabajo en equipo, ni se analizan los dilemas éticos que plantean la ciencia y la vida. Tampoco existe algún tipo de apoyo para construir de manera mediada el proyecto de vida personal. Más grave aún: el docente universitario realiza un trabajo casi por completo aislado e independiente. En este contexto de amplia fragmentación es imposible asumir la tarea colectiva de la formación de mejores ciudadanos.

Lo extraño es que, pese a las reiteradas críticas de los sectores sociales y empresariales, no parece haber ningún cambio significativo en las universidades que siguen concentradas, casi de manera exclusiva, en un trabajo técnico y académico. Pero las evidencias de que esta lógica formativa no funciona no podrían ser más dramáticas: buena parte de los estafadores de “cuello blanco” han sido formados en universidades del país y la mayoría de ellos posee títulos de pregrado y maestrías. Un hecho desconcertante y simbólico en esta paradoja es el grado con honores que recibió Guido Nule en 2002 después de culminar su tesis titulada “Ética y responsabilidad social de las empresas”. Las instituciones de educación superior se defienden con el argumento de que son “casos aislados”. Pero no es cierto.

‘¿Qué tipo de ciudadano queremos formar?‘

Hay que reconocer que las universidades fueron creadas bajo un enfoque tradicional que suponía que el papel de la educación era transmitir las informaciones científicas y que la formación ética y ciudadana debería realizarse por fuera de las instituciones educativas. Por eso, en ellas no hay evaluación ni mediación de actitudes: ser solidario o autónomo no incide en la promoción de semestre y los docentes dejan por completo de lado el trabajo ético. No se orienta a los estudiantes para que mejoren el conocimiento de sí mismos, no se cualifica el trabajo en equipo, ni se analizan los dilemas éticos que plantean la ciencia y la vida. Tampoco existe algún tipo de apoyo para construir de manera mediada el proyecto de vida personal. Más grave aún: el docente universitario realiza un trabajo casi por completo aislado e independiente. En este contexto de amplia fragmentación es imposible asumir la tarea colectiva de la formación de mejores ciudadanos.

Los seres humanos somos el resultado de múltiples procesos de mediación sociocultural, histórica, familiar, institucional y personal, de ahí que sería equivocado responsabilizar sólo a uno de ellos de los resultados. Lo que haga un docente y una universidad en un momento dado es sólo uno de los factores que influyen el desarrollo. Lo que sí sería muy grave es que no hiciéramos todo lo posible para garantizar una mejor formación integral en la universidad. Desafortunadamente, no lo estamos haciendo.

No basta formar contadores si al mismo tiempo no analizamos los costos morales de la doble contabilidad. De nada sirve formar buenos abogados, si ellos creen que el derecho no tiene que ver con la ética. De muy poco le sirve a la sociedad un administrador cuya finalidad es la maximización de las utilidades, si ella implica la subfacturación de costos y la evasión tributaria. Nuestros científicos sociales le agregarían poco a la sociedad si creyeran que la corrupción es natural a la vida y salieran a hacer política pensando en las próximas elecciones y descuidando a las próximas generaciones. Nuestros científicos naturales quedarían en deuda con la sociedad si fueran indiferentes al cambio climático o si, ante el dilema ético que representa botar desechos, primaran exclusivamente los intereses económicos de las empresas para las que trabajan.

Las universidades colombianas tienen que asumir de manera íntegra el compromiso que el momento histórico les demanda. La tarea para la educación en las próximas décadas tendrá que ligarse a la construcción de la paz e impulsar un cambio que permita superar una cultura heredada de las guerras y las mafias. Pero esto es válido desde la educación inicial hasta el doctorado. Estamos ante la infinita posibilidad de superar un pasado bañado en sangre y se requiere de un esfuerzo colectivo y conjunto de toda la sociedad para lograrlo. Obviamente no será una tarea exclusiva de los educadores, pero universidades y colegios tendrán necesariamente un rol protagónico en las nuevas condiciones históricas que nos correspondió vivir. Se trata de garantizar una formación más integral, que garantice un trabajo que involucre el cerebro, el corazón y el cuerpo. Se trata de reconocer que el papel esencial de toda educación es formar un mejor ser humano y que ello sólo se garantizará si todos los docentes, de todas las asignaturas y carreras, entendemos que la formación de mejores ciudadanos es una responsabilidad colectiva.

 ¿qué no es necesario enseñar hoy en día en la escuela?

Un trabajo integral exigiría abordar propósitos y contenidos que ayuden a los jóvenes a pensar, valorar y hacer en cada una de las carreras y asignaturas. No se trata de crear cátedras formales, aisladas y desarticuladas, como ha sido la costumbre equivocada en Colombia, sino de asumir colectivamente y de mejor manera nuestra profunda responsabilidad con la historia.

Lo primero que hay que entender es que el propósito de la educación universitaria, necesariamente debería consistir en desarrollar procesos y competencias de carácter más general y no aprendizajes de carácter particular y fragmentado. Eso implica que la educación –tanto en la básica como en la universidad– debe estar focalizada en el desarrollo integral y no en el aprendizaje particular. Sin embargo, ello no será posible de alcanzar con currículos diseñados desde la fragmentación y la súper especialización. Por ello, una condición previa es elevar la reflexión pedagógica en las universidades colombianas –la cual es hasta el momento muy baja– para gestar nuevos currículos y nuevos modelos pedagógicos.

Somos seres que pensamos, sentimos y actuamos. De allí que una educación universitaria que no le asigne el mismo valor a la formación de mejores ciudadanos, seguirá en deuda con la sociedad. Esa deuda histórica debe ser saldada, sin falta y de manera general y estructural, por las universidades colombianas en las próximas décadas. De lo contrario, estaremos dejando que nos roben la esperanza de vivir en un país en paz, tal como de manera inspiradora, ética y profunda nos recordaba el papa Francisco en su reciente visita a Colombia.

Fuente del artículo: http://www.semana.com/educacion/articulo/formacion-en-competencias-socioemocionales-en-universidades-colombianas/540281

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