Sobre la igualdad y la libertad

Por: Rodrigo Rettig Vargas

En Francia, el actual lema estatal de la República que viene desde la época de la revolución, es libertad, igualdad y fraternidad. Sí, la igualdad es tan relevante para ellos como la libertad. Y Francia no es Cuba o Venezuela. El problema con esta palabra nace cuando afiebrados regímenes en nombre de la igualdad mutilaron la libertad y, en consecuencia, generaron peor calidad de vida ahí donde quisieron mejorarla. La libertad y la igualdad no son valores contrapuestos, sino complementarios ya que son dos caras de una misma moneda que se llama justicia y quien pretenda construir justicia social, debiera atender a ambas virtudes. Esta es la madre de la discusión política, ya que tomar posición por una, la otra, o ponderar ambas, implica determinar cómo discurren prácticamente todas las políticas públicas que se aplican en un país. La condición para vivir una vida libre consiste en que las personas que constituyen una sociedad estén en relaciones de igualdad con otros en determinadas dimensiones.

Pero, ¿de qué igualdad se habla cuando uno la promueve? Esta palabra, junto a la libertad, son de aquéllas que tienen distintos significados y ello hace que sea de fácil caricaturización y de difícil comprensión el asunto sometido a análisis. Usted cuando promueve la libertad, ¿habla de la de tipo negativa (no interferencia) o positiva (capacidad de ejercerla)? ¿O ambas? Pues bien, en materia de igualdad, también existe esta disyuntiva. Hay que ponerle apellido a la igualdad, pero no cambiarle el nombre.

La igualdad que sería deseable promover y construir sobre ella, es la igualdad de todos en al menos algo, no de todos en todo. Nadie sensato debiera buscar que todos tengan un automóvil de una marca alemana o italiana en el frontis de la casa o que nadie tuviera un auto, sino que todos tengan iguales consideraciones de respeto, trato (ver concepto “Igualdad Democrática” de Elizabeth Anderson) y de condiciones de vida material. Y ojo, aquí se debe hablar de igualdad, no de equidad, que es la justicia aplicada al caso concreto. Hablar de equidad es admitir que la igualdad democrática, de consideración, ciudadanía y respeto, debiera ser objeto de un segundo análisis. ¿Cómo se entiende la igualdad democrática si cambiamos igualdad por equidad?

Asimismo, hablar de equidad en materia de Derechos Humanos (civiles, políticos, sociales) implica desconocer su carácter de derechos fundamentales, lo que permite afectar la máxima de que la titularidad de ellos está por el solo hecho de ser persona (distinto es el problema de la provisión). No tiene sentido plantear que, por ejemplo, existe equidad y no igualdad de todos para poder ejercer la libertad de expresión. En nombre de la equidad, que es justicia al caso concreto, ¿podríamos suspender el ejercicio de la libertad de expresión de alguien producto de determinadas características o circunstancias? ¿Cómo conversa la equidad cuando se habla de derechos civiles y políticos? La verdad es que no tiene mayor sentido. ¿Porqué modificar la conclusión anterior en razón de los derechos sociales que son los que dotan de condiciones de vida material para ejercer genuinamente la libertad? La equidad si bien deseable (sobre todo en materia jurídica), no es lo mismo que la igualdad en el lenguaje político, todo circunscrito evidentemente a un objetivo a largo plazo que permite progresividad, pero objetivo político al fin y al cabo.

Ahora bien, cuando se habla de condiciones de vida material nos referimos a ese conjunto de bienes primarios que permiten a los individuos poder desplegar su plan de vida de forma autónoma, sin atender al lugar en que nacieron o dónde desarrollaron su infancia. En este sentido, las condiciones de vida material aplicadas al caso concreto son los derechos a la salud, educación y seguridad social. Y aquí sí efectivamente quiero darle más consistencia a la palabra igualdad, por cuanto la problemática excede la igualdad de oportunidades, que como dijera Nils Christie en Los Límites del Dolor (1984): “es un arreglo perfectamente apropiado para transformar injusticias estructurales en experiencias individuales de frustración o fracaso”.

La igualdad de oportunidades permite desprenderse de analizar cuál fue el diseño en la carrera de la vida, quiénes dibujaron la pista y las posiciones ocupadas. Y si nos desprendiéramos del diseño y el resultado en materia de estos tres derechos, la crisis de octubre de 2019 no tendría mayor sentido. Todos los chilenos tienen la oportunidad de tener educación, salud y pensiones, pero el problema se presenta en el tiempo/acceso, calidad y eficiencia: salud que te permita vivir o ser atendido en tiempos dignos si no tienes recursos, educación que te permita competir si prescindes de medios económicos, y una pensión que permita tranquilidad a los adultos mayores.

Y, en esta dimensión, una lucha por igualdad pareciera tener más consistencia, le da más robustez a la problemática, que una lucha por igualdad de oportunidades y/o suficientarismo. Implica tener un grado de compromiso mucho mayor en la mejora de lo referido.

El profesor Agustín Squella en su libro que analiza esta palabra (“Igualdad” Universidad de Valparaíso, 2014) nos menciona que Pierre Rosanvallón en su célebre obra llamada “La Sociedad de los Iguales” explica que la carrera de la vida se asemeja bastante a lo que son las competencias deportivas identificándolas como “El Teatro de la Igualdad de Oportunidades”. Efectúa analogías explicando que en muchos deportes se complementa la igualdad de oportunidades o “igualdad de inicio”, precisamente para entregar más justicia a los resultados. Se cita a la carrera de 100 metros planos, en la cual no tan solo importa el punto de partida, sino que existe una cámara que determina el resultado, incluso después de ella existe el control antidopaje. Sumo a ello que en el básquetbol los equipos peores situados en el término de temporada, eligen primero en la siguiente a los jugadores de mejor rendimiento que vienen de las universidades, y así.

En consecuencia, para determinar la justicia de un contrato social, es relevante analizar no tan solo el lugar de dónde se parte, sino que también se debe atender a problemas de diseño y posiciones. Que te atiendan en un año una dolencia en el sistema de salud público versus al día siguiente en el sector privado contra el pago de sumas no menores de dinero, pareciera que no es tan solo un problema de oportunidades o de inicio.

Finalmente, el llamado es a no temerle a la palabra igualdad por culpa de fanáticos que en su nombre ahogaron la libertad haciendo a todos iguales en desdicha, sino que a tener un real compromiso por esta virtud, ponderándola prudencialmente con la palabra libertad, tal como se conjuga a ésta con la seguridad pública (menos libertad, más seguridad). Francia, país que si bien es cierto ha tenido sus problemas, ha demostrado que ambos objetivos son perfectamente aplicables en conjunto siendo incluso deseable hacerlo, tal como nos lo ilustrara uno de los filósofos políticos más relevantes del siglo XX, John Rawls, padre de la corriente llamada (vaya novedad) “liberalismo igualitario”.

Rodrigo Rettig Vargas

Abogado Magíster en Política y Gobierno

Candidato Consejero Constitucional Región Metropolitana

Pacto Unidad Para Chile

Fuente de la información e imagen:  https://www.diarioconstitucional.cl

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El Papa lanza la misión 4.7 del Pacto Educativo Global

Papa: La educación es un acto de esperanza

En su video mensaje con motivo del Simposio que se celebra hoy y mañana en el Vaticano, para el lanzamiento de la Misión 4.7 y del Pacto Mundial sobre la Educación, organizada por la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y por la ONU, el Santo Padre afirma que “en el corazón de los Objetivos de Desarrollo Sostenible está el reconocimiento de que la educación de calidad para todos es una base necesaria para proteger nuestra casa común y fomentar la fraternidad humana”

Vatican News

El Papa Francisco dirigió un video mensaje con motivo del Simposio (en parte online) que se celebra hoy y mañana en la Casina Pío IV, en la Ciudad del Vaticano, para el lanzamiento de la Misión 4.7 y del Global Compact on Education (Pacto Mundial sobre la Educación), sobre el tema «La educación es un acto de esperanza». A esta reunión, patrocinada por la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y por la ONU, participan líderes de movimientos juveniles de todo el mundo y expertos en la materia.

El primer día del Simposio está dedicado a la puesta en marcha de la Misión 4.7, relacionada con la aplicación del 4°objetivo de la Agenda de las Naciones Unidas 2030 para el desarrollo sostenible («Garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa y promover las oportunidades de aprendizaje continuo para todos») y de su punto 7 («una educación orientada a un desarrollo y un estilo de vida sostenible, a los derechos humanos, a la igualdad entre los géneros, a la promoción de una cultura pacífica y no violenta, a la ciudadanía global y a la valoración de las diversidades culturales»), en sinergia con el Pacto Mundial sobre la Educación, puesto en marcha por el Papa Francisco.

Superar la actual globalización de la indiferencia

En su mensaje el Santo Padre Francisco afirma que “no existe la educación estática” y que la reunión de este día “es un acto de esperanza y solidaridad generacional, de esperanza y solidaridad intergeneracional”.

Los jóvenes líderes y los educadores globales se están reuniendo desde todas partes del mundo para promover un nuevo tipo de educación, que permita superar la actual globalización de la indiferencia y la cultura del descarte. Dos grandes males de nuestra cultura, la indiferencia y el descarte.

Una crisis educativa sin precedentes

Al destacar que este año se ha caracterizado por un “extraordinario” sufrimiento a causa de la pandemia de COVID-19; durante el que no ha faltado el aislamiento obligado y la exclusión, la angustia y las crisis espirituales, sin olvidar las tantas muertes, el Papa afirma que también se ha producido “una crisis educativa sin precedentes”.

“Más de mil millones de niños han enfrentado interrupciones en su educación. Cientos de millones de niños se han quedado atrás en las oportunidades de desarrollo social y cognitivo. Y en muchos lugares, las crisis biológica, psíquica y económica han empeorado mucho por las crisis políticas y sociales aparejadas”

Por esta razón el Pontífice les dice a quienes se han reunido hoy en este acto de esperanza “para que los impulsos de odio, divisiones e ignorancia puedan y sean superados a través de una nueva buena onda, digamos así, una nueva buena onda de oportunidades educativas basadas en la justicia social y en el amor mutuo, un nuevo pacto global para la educación lanzado ya en octubre con alguno de los presentes”.

“Ante todo, les agradezco por reunirse hoy para hacer crecer nuestras esperanzas y planes compartidos en una nueva educación que fomente la trascendencia de la persona humana, el desarrollo humano integral y sostenible, el diálogo intercultural y religioso, la salvaguardia del planeta, los encuentros por la paz y la apertura a Dios”

Las Naciones Unidas ofrecen una oportunidad única

El Papa afirma que “las Naciones Unidas ofrecen una oportunidad única para que los gobiernos y la sociedad civil del mundo se unan tanto en la esperanza como en la acción por una nueva educación”. Y tras citar el mensaje de reconocimiento de San Pablo VI a las Naciones Unidas, agrega textualmente:

“En nuestro tiempo, en el que el pacto educativo mundial se ha quebrado, veo con satisfacción que los gobiernos se han comprometido nuevamente a poner en práctica estas ideas mediante la adopción de la Agenda 2030 y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, en sinergia con el pacto global sobre la educación”

“En el corazón de los Objetivos de Desarrollo Sostenible – dice también el Santo Padre – está el reconocimiento de que la educación de calidad para todos es una base necesaria para proteger nuestro hogar común y fomentar la fraternidad humana”. Tal como el pacto global para la educación, así también fundamentalmente, el ODS 4 compromete a todos los gobiernos a “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, como asimismo promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida, y esto para todos”.

No olvidar a los ancianos y abuelos

Y antes de agradecer por lo que hacen y de pedir que no se olviden de rezar por él, el Papa concluye recordando que en este Pacto Global para la Educación y la Misión 4.7 “trabajarán juntos por la civilización del amor”.

“Permítanme decirles que espero que ustedes sean los poetas de una nueva belleza humana, una nueva belleza fraterna y amigable, como de la salvaguardia de la tierra que pisamos. No se olviden de los ancianos y de los abuelos portadores de los valores humanos más decisivos”

Fuente: https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-12/papa-la-educacion-es-un-acto-de-esperanza.html

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Educación, empatía y fraternidad

Por: Pedro Luis Angosto. 

En una situación tan excepcional como la que vivimos la educación es tan necesaria como el aire que respiramos -tal como decía Goytisolo– trece veces por minuto. Educación a la hora de dirigirnos a los demás, a quienes tenemos más próximos en el hogar, a quienes nos sirven exponiendo su salud en hospitales, tiendas de alimentación, transportes y servicios esenciales o cuidando para que se cumplan las leyes; pero si cabe, es todavía más necesaria la educación democrática, esa que impide crear bulos, infundios, mentiras, esa que nos obliga a respetar y obedecer todas y cada una de las indicaciones que nos den las autoridades sanitarias sin erigirnos en sabelotodo y en hipercríticos cuando hemos estado callados viendo como privatizaban nuestros hospitales públicos, como despedían a miles de sanitarios, como mantenían cerradas decenas de plantas hospitalarias para favorecer la aparición de más clínicas privadas, verdaderas sanguijuelas de lo público que se han estado tragando buena parte del presupuesto de salud de comunidades como Madrid, Cataluña o Murcia. Sorprende, por cierto, la unidad de acción existente entre los líderes de esos tres territorios, más interesados en echar la culpa a otros de su propia necedad, de su maldad, que de cumplir con sus obligaciones: Privatizar es precarizar y diezmar, es enajenar lo que es de todos, lo que está al servicio de todos independientemente de su condición social para favorecer a quienes sólo quieren ganar dinero de forma exponencial. Esa ha sido la política sanitaria de las derechas españolas, tanto periféricas como centralistas, acabar con el Sistema Público de Salud, cosa que ahora sufrimos todos, pero sobre todos quienes padecen la enfermedad, quienes han perdido a seres queridos y quienes se están portando como verdaderos héroes en los adentros de nuestros hospitales, los de todos. Y no es que esto suceda porque sí, no, eso deriva de la falta de educación democrática, pues quien muestra desprecio por lo público, por lo que nos ayuda y nos protege a todos ocupando cargos públicos, quien es capaz de entregar al negocio parcelas enteras del Sistema Público de Salud sólo pretende beneficiar a unos pocos a cambio de la salud y el bienestar de la inmensa mayoría. Su modelo no es otro que el de Estados Unidos donde el tratamiento por el coronavirus cuesta 35.000 euros a pagar por el enfermo si es que puede. Y allí, el país más rico del planeta, la mayoría no puede, ni aquí tampoco. Aunque aquí, esa es la grandísima diferencia, tenemos Hospitales Públicos.

Esa falta de educación democrática se demuestra también de forma bestial en las acusaciones vertidas hacia el gobierno por autorizar las manifestaciones del 8 de Marzo, cuando ese mismo día se jugaron cientos de partidos de fútbol, se celebraron mítines masivos, todas las calles estaban llenas de gente y miles de personas, entre otras cosas, fueron a misa en miles de pueblos de España: Ese día, con un número de contagiados todavía bajo y con muchas recomendaciones de las autoridades sanitarias sobre lo que podíamos y no podíamos hacer, no existía el Estado de Alarma como tampoco existía en China en las mismas fechas, como tampoco en ese país de economía centralizada y con una capacidad de producción enorme de cualquier cosa, tampoco hubo mascarillas, ni respiradores ni trajes aislantes durante el primer mes. Simplemente porque no tenemos ni varitas mágicas ni lámparas de Aladino. La misma carencia de educación democrática está detrás de quienes, irresponsablemente, piden la paralización de toda actividad económica sin ser conscientes del caos de producción, distribución, abastos y orden público que esa decisión podría acarrear. Por el contrario, es la educación democrática la que está llevando a la inmensa mayoría de ciudadanos a quedarse en sus casas y no seguir el ejemplo de los energúmenos que van a segundas residencias o aprovechan cualquier argucia para romper el confinamiento.

Nos han enseñado mal, hemos carecido de educación, empatía y fraternidad al contemplar como miles de inocentes morían en el Mediterráneo o en África por querer escapar de la miseria y de la guerra, por pretender que sus hijos tengan una vida mejor, por huir del infierno que Occidente les fabricó

Si hay algo necesario en este momento y debería seguir para el día después como norma vital de comportamiento, es la empatía, palabra tan de moda como hermosa por lo que significa. La empatía es la capacidad que tenemos los seres humanos para ponernos en la piel del otro, en la piel de nuestros viejos que son quienes más están sufriendo la pandemia y a quienes algunos quieren apartar de las UCIs siguiendo criterios despreciables como su utilidad material para la sociedad o su esperanza de vida. La vida de un viejo vale tanto como cualquier otra y si hay algo que tenemos que aprender de esta tragedia es a respetarlos, quererlos y protegerlos evitando que en lo sucesivo la vida de muchos de ellos dependa de negociantes dueños de residencias concertadas que no cumplen con las mínimas normas higiénico-sanitarias tal como demuestra la actual situación. Empatía necesaria, como el pan de cada día -otra vez José Agustín- para comprender lo que está pasando en el interior de cada uno de los sanitarios que batallan contra la enfermedad sin tener otra cosa en el horizonte que acabar con ella; con quienes nos despachan en las tiendas, con quienes cultivan la tierra, con quienes reparten alimentos y medicinas, con quienes limpian las calles, con quienes no  pueden tener el privilegio de estar confinados porque les ha tocado estar en primera línea de batalla.

Y fraternidad, otra palabra hermosa que nos habla de la capacidad que tenemos para no ver al otro como un enemigo sino como un hermano, y de ese modo no vernos como el centro del universo sino como una parte más y ayudar con todas nuestras energías a quienes más lo necesitan, a quienes más están sufriendo, a quienes más dolor soportan. Ser conscientes de que nuestra vida vale lo mismo que la de nuestro vecino, ni un céntimo más ni uno menos; no querer llegar el primero en la carrera de la vida sino ayudar a quienes van rezagados para que también puedan llegar, al mismo tiempo, al mismo lugar y al llegar fundirnos con él, con ellos, en un inmenso abrazo. Saber que no es mejor quien más cosas tiene, sino quien es más generoso, más solidario, más benéfico como decía nuestra primera Constitución de 1812. 

Nos han enseñado mal, hemos carecido de educación, empatía y fraternidad al contemplar cómo miles de inocentes morían en el Mediterráneo o en África por querer escapar de la miseria y de la guerra, por pretender que sus hijos tengan una vida mejor, por huir del infierno que Occidente les fabricó. Nos hemos tapado los ojos, los oídos y la nariz para no sentir el dolor ajeno, para no denunciar la explotación, las privatizaciones criminales, el fraude fiscal que tantos recursos se ha llevado. Es hora de aprender la lección, de saber que pese a la minoría incívica dedicada a esparcir mierda mediante mentiras irresponsables, saldremos de esta y sabremos construir un mundo mejor para todos, sin exclusión. Para ello, cuando todo esto pase, tendremos que estar dispuestos a librar la gran batalla contra quienes vendrán de nuevo con recortes y con más austericidio, porque vendrán, dispuestos a todo, con toda su artillería.

Fuente del artículo: https://www.nuevatribuna.es/opinion/pedro-luis-angosto/educacion-empatia-fraternidad/20200323142738172500.html?fbclid=IwAR3GebM-_OwHgCIty3VOQJgelYJjSjkK99MUL-9mD5Di_IUkqeK_hF-zuus

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Libro: «El Principito» de Saint-Exupéry

El Principito

La lectura abre las ventanas de la imaginación y la creatividad: Hoy les traemos este clásicos de Navidad para toda la familia.

Narra este cuento la aventura de un piloto que se encuentra accidentado con su avión en el Desierto del Sahara. Allí tiene un maravilloso encuentro con El Principito que viene de otro planeta. Juntos emprenden diálogo y aventuras en medio de planteamientos y puntos de vista de mucha profundidad.

Su lectura atrapará la atención de grandes y chicos.

Accede al libro completo aquí: https://freeditorial.com/es/books/el-principito/related-books

 

Autor: Saint-Exupéry

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El aprendizaje de la espera en la educación

Por: Julio Rogero

Aprender a no tener prisa significa que nos tomamos el tiempo que necesitamos para analizar la realidad, para conocernos a nosotros mismos, para conversar con los demás, y para entender los ritmos de la naturaleza y de la vida también en nosotros.

Fotografía: Cole Stivers / Pixabay

Uno de los procesos educativos más importantes en la sociedad neoliberal de las tecnologías de la aceleración, del eslogan del “quiero todo aquí y ahora”, de la tiranía del tiempo sin tiempo, es el aprendizaje de la espera. Es primordial desarrollar la capacidad de esperar a que lleguen los acontecimientos en su momento, que no suele ser el momento en que se produce el deseo de lo querido.

La sociedad, impulsada por la publicidad que produce el mercado, tiende a satisfacer lo que demandamos en cada momento de forma instantánea. Las empresas de distribución compiten en responder antes a las demandas de los clientes. Los individuos aprendemos que la espera es un tiempo desaprovechado cuando podemos acceder a casi todo en el instante. Y así en múltiples aspectos de la vida. Porque vivimos en el tiempo de la simultaneidad, del rendimiento perpetuo, de la desaparición de la espera, que siempre está enraizada en el momento presente, en el instante. Los padres, si está en sus manos, se prestan con frecuencia a dar a los hijos lo que quieren en el instante en que lo piden.

En la sociedad de la aceleración y del rendimiento, la educación se convierte en una carrera contra el tiempo. La sobreoferta educativa del mercado produce la sensación constante de que nos falta tiempo para dar respuesta a todas las exigencias de una sociedad cada vez más competitiva. Es preciso llegar a todo y no perder ninguna de las oportunidades que se nos ofrecen y que, con frecuencia, parece que son todas. Por eso, estamos en una sociedad donde la espera pierde todo valor en sí misma, y esta se convierte en un tiempo perdido e inútil, sacrificado al resultado inmediato bajo el poder de la rapidez y la prisa. Observamos constantemente que uno de los males mayores de nuestro tiempo es el olvido de la espera y la lentitud. Y, sin embargo, aprender a esperar puede ayudarnos a perder el temor de encontrarnos con nuestros propios pensamientos y nuestro propio ser eludiendo la huida a las pantallas y los estímulos de evasión que vienen del mundo exterior.

Aprender a observar los tiempos de espera en la vida cotidiana tiene una gran importancia en la modulación del propio ser y de las manifestaciones emocionales ante lo esperado y lo inesperado. La espera proporciona momentos de incertidumbre que pueden provocar una gran desazón o ser anunciador de grandes oportunidades. El tiempo de la espera puede ser un tiempo de reflexión, de pensar y repensar el lenguaje de la educación, de la política, de la emancipación, de la fraternidad. Necesitamos el tiempo de una espera reflexionada y compartida para crear discursos y narraciones basadas en las posibilidades de imaginar y poder producir un futuro alternativo al de este presente sin espera. Podemos aprender que ésta, casi siempre, es un tiempo de incertidumbre. El acontecimiento esperado puede no suceder y la sorpresa, lo inédito, puede acontecer.

Sin embargo, en los inicios de la vida y de la experimentación de la existencia nos enfrentamos con el aprendizaje de la demora, del aplazamiento, de la postergación, que va ligado al primer entrenamiento de la vida. Introducirse en los procesos y entornos de aprendizaje de los elementos de la vida cercana y cotidiana requieren tiempos de espera y de hacerse conscientes de la necesidad de ella: conocer y adaptarse a los ritmos del día y la noche; el curso que comienza y camina hacia unas metas; la observación de los procesos reproductivos en la naturaleza (en el huerto escolar, en el parque, en el campo…); saber esperar y acompañar a los que tienen diferentes ritmos de aprendizaje y singulares habilidades y capacidades que requieren un tiempo de desarrollo que no es el nuestro; saber ser esperado para confluir con los demás en tantas actividades compartidas de la vida cotidiana (la preparación de una fiesta o un acontecimiento, el paso de una actividad a otra, el comienzo y el final de un proyecto de trabajo…); saber que los procesos madurativos en el desarrollo humano requieren su tiempo.

En la infancia, con frecuencia y cuando no se somete su vida a los intereses de los adultos, hay tiempos prolongados e indefinidos que pueden parecer un juego feliz o una tortura. En esos espacios se produce una experimentación del aburrimiento necesario y saludable. También significa el aprendizaje de la autonomía para organizar el propio tiempo, frente a las imposiciones de un modo de vivir que nos colonizan y diseñan otros. Aprender a esperar así, es poner la mirada en el pensamiento crítico y utópico. Todos tenemos idealizados momentos de espera de nuestra infancia: la llegada del cumpleaños, de la navidad, de la fiesta, del encuentro con los primos, de la llegada de las vacaciones, del comienzo de la escuela y del encuentro con los amigos y amigas. Era degustar una alegría anticipada en la espera del acontecimiento. A veces, la demora también nos contagiaba la angustia del posible castigo amenazante: “verás mañana”, “eso no se hace y…”, “si no haces…”, “pierdes el tiempo”.

Sin saber esperar el niño se convierte en tirano y la pataleta es el grito que pide que se calme y satisfaga su deseo al instante; el adulto en un ser sumiso, infantilizado, dependiente de los estímulos externos de consumo. La infancia y la juventud son un tiempo de autocreación en la espera, de la inversión a largo plazo, de paciencia e incertidumbre, de sueños y esperanzas por cumplir.

¿Qué pasa en la escuela y en la educación con los tiempos de espera, si es que los hay? ¿Son tiempos vacíos? ¿De qué se llenan? Con frecuencia se parecen más al contenido de la sala de espera de un hospital donde el miedo y la urgencia llenan de angustia un tiempo que debiera ser de libertad y alegría de vivir. Cuando observas un centro educativo desde fuera, conociendo lo que sucede dentro, percibes la desaparición de los tiempos calmados, ya que se impone un ritmo acelerado por la urgencia de acabar los contenidos del currículo oficial, de llegar a tiempo a los exámenes, de alcanzar el éxito exigido, de la burocracia impuesta, de no perder el tiempo en función de llegar a un rendimiento y unos resultados que se han de medir y pesar. Parece que siempre falta tiempo, ¿para qué? Hay una pérdida de relación tranquila, de conversación serena, de pensamiento calmado y reflexivo, de auténtica relación educativa.

Es necesario recordar que esta escuela no es la que queremos. El aprendizaje de la espera solo es posible en la escuela sin prisa, la de la calma, la lentitud, del respeto a los diferentes procesos de aprendizaje, del conocimiento en profundidad de las diferentes identidades y singularidades, del cuidado mutuo, de la cooperación, de la solidaridad y la empatía compartidas. Una escuela liberada del modelo educativo de la aceleración constante y el rendimiento sin límites que nos impone la configuración de la personalidad neoliberal. A. Köhler (2018) nos dice que “mientras tengamos espera, nuestra existencia tiene una dirección y un fin”. La educación sin espera es una educación sin dirección ni sentido.

Aprender a habitar en la espera es aprender a resistir. Y resistir es no entrar en las formas de vida del neoliberalismo, de los resultados inmediatos, de las respuestas instantáneas a los deseos incontrolados, de la tensión estresante del éxito sobre otros. La escuela, en general, ha entrado de lleno en estas dinámicas deshumanizadoras. Sabemos que esperar no es pasividad, es tener la paciencia y el sosiego suficiente para construir procesos creadores de las formas y contenidos de la vida que queremos vivir. Es el aprendizaje de una espera activa, dinámica, comprometida ética y políticamente con la sociedad, la persona y la educación que queremos construir. Por eso, aprender y saber esperar es aprender a vivir y saber que la vida es tránsito, que no hay otro modo de acercarse a su sentido casi indescifrable, que esperamos que algún día nos desvele el misterio del ser. Podemos aprenderla todos y practicarla ya en la escuela. Pero no cualquier espera, sino la que nos ayuda a vivir y a convivir en la inestable seguridad que nos da la incertidumbre compartida.

Necesitamos un tiempo educativo de espera sostenido en el sosiego y la calma, en el respirar profundo antes de precipitarnos y acelerar poniendo velocidad de crucero a la catástrofe. Aprender a no tener prisa significa que nos tomamos el tiempo que necesitamos para analizar la realidad, para conocernos a nosotros mismos, para conversar con los demás, y para entender los ritmos de la naturaleza y de la vida también en nosotros.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/10/17/el-aprendizaje-de-la-espera-en-la-educacion/

Imagen: cherylt23 en Pixabay 

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