Por: Melin Serrano.
Cristina Muller, me ha pedido que hable de “la casa como símbolo”. Así que veo casas desde hace un buen rato en todos lados. Y me doy cuenta cada día que la casa está en todos lados, todos los días, de la mano de cada persona que me cruzo. Porque está. Porque va, viene, entra-sale, o porque no está. Porque se recuerda, porque te enseñó, porque construyes una, porque la destruiste o la reciclaste.
No es que yo la vea mucho por la fijación de la tarea. Está en las historias de migrantes por anhelo o referente, en las obras de los artistas como en “La Perfecta soledad” de Herna Freiber, en la obsesión de los fotógrafos por mirar “afuera”, desde “adentro” (yo quiero mirar adentro). En las casas navegantes de las islas de Chiloé, de las que flotan en Delta Amacuro, en el apego de mis padres a la primera casa. En la casa centralidad del mundo, de la artista Consuelo Méndez, con sus flores, su mirada a El Avila, su altar… La casa que la perra reconoce, de la que teme irse.
La ciudad toda. De los barrios de Caracas. Las casas perdidas, las casas que se inundan, la que improvisas en la intemperie, con precariedad. Las casas oscuras, con lugares oscuros para albergar secretos condenables, silencios de violencia.
La casa de la emoción. La casa alegre… la casa triste. La casa del adentro, del alma. La casa sonido. La CASA CANCIÓN.
La psicología, la filosofía, la hermenéutica, la fenomenología, la arquitectura, la antropología, la sociología… todas toman la casa como centro de análisis. En esta tarea que me ha pedido Cristina he preferido a Bachelard, en su Poética del Espacio, porque reconoce de entrada la condición múltiple del significado de LA CASA. Lo de Bachelard es una revisión exhaustiva de la casa, del nido, de las lecturas de la casa en la expresión poética y de la forma que da cuenta del ser. En especial cuando se hace poética de un espacio que sale directo del alma. De adentro, del corazón. Así como la imagen que Irene Pizzolante nos da de LA CASITA. Una casita que se despliega desde el corazón de la niña. Una casa en la que cada niño tiene alas de plumas dibujadas para correr. Una casa cuenco en las manos, fuego, cabello de río, lleno de pájaros y peces.
Lo que encontramos en LA CASITA, se escapa sin embargo a los casos que revisa Bachelard. Porque aunque hace mención de la idea de casa como centralidad, verticalidad, de conexión con la tierra o de separación, de recuerdo de sí misma/os, de la noción de “intimidad”, no se trata de esas casas que él ve. Habla de la casa como “el primer mundo del ser humano”, donde se produce el “adentro” y “afuera”. Lugar de la “infancia inmóvil”, de los protectores (o agresores) de la maternidad, de la soledad y el mundo, pero su casa no se encuentra con LA CASITA.
LA CASITA, que nos presentan Cybele e Irene, en este proyecto de la editorial utopía{portátil}: es una casa que precede a la división del ser. En ese sentido LA CASITA tiene algo de triste anhelo, de mundo íntimo perdido para los adultos y de vivo presente para los niños/as.
La casa se levanta, se agiganta cada tarde. No se rompe, no se separa. Va en el corazón. LA CASITA, pide “llévame al rio, muéstrame un nido”. LA CASITA, se sorprende. Mira por primera vez, una y otra vez. ¿Cuántos de nosotros recordamos la primera vez? La primera vez cuando nos maravillamos de algo y aun somos capaces de maravillarnos y disfrutar del placer del ver por primeras veces…el río, el nido?
¿En cuál lugar del alma se te agolpan las resonancias de esa imagen-objeto que no ves? El nido, el rio, la sensación del frío, la sombras, la oscuridad, los pájaros, su canto. LA CASITA, nos muestra las imágenes y emociones que experimentamos cuando empezamos a darnos cuenta del ser. Del tiempo en que nos constituimos. La casa puede desaparecer como objeto o ser sustituida, pero la historia que nos constituye está allí en el centro de nosotros. Luego se vuelve recuerdo, luego querremos retornar, re-hacerla. Crear otra.
En LA CASITA que nos trae utopía {portátil} cantamos otra vez desde el ser indivisible que somos, antes del rompimiento, durante la niñez. Así que ésta, LA CASITA, en su sencillez profunda, nos trae imágenes poderosas y atávicas de lo que hemos sido (y que como adulto recordamos a la distancia del tiempo y el espacio en nuestra alma) pero que los niños/as la dibujan, la colorean, la reconocen y la llevan consigo a donde van. ¿Quién no ha sido parque, rio, caballito, barco y zapato descalzo para correr?
LA CASITA no es la casa que recordamos. En el ser niños/as somos la casa toda. Sin la noción de “afuera y adentro”. No hay límites. LA CASITA, se levanta, se agiganta (crece el ser) y no se rompe, somos nosotros. Vuelve cada tarde. Somos la casa, la teta, el fuego, la identidad, el cuerpo. LA CASITA, está entera. No se ha separado, no se ha divido. No es recuerdo todavía. Bachelard nos dice, citando a Pontalis “el sujeto que habla es todo el sujeto”. Ese es el lugar desde el cual se habla en LA CASITA. Desde el sujeto todo, completo.
La casa- tiempo y espacio puede ser por otra parte, una “fijación en espacios de estabilidad” (Bachelard). Por ejemplo, la casa-hogar idealizado y del orden normativo que podemos hacer de ella hombres y mujeres, en particular como espacio para la violencia antes que para el amor. No es que LA CASITA apunte a una casa idealizada, sabemos que las casas también guardan espacios oscuros, de peligro. En este caso la apuesta va por una casa/identidad como espacio para el ser en plenitud.
Siguiendo a Bachelard, la casa es también mucho más que lo obvio: objeto/refugio. Aunque se concibe como un espacio físico que se opone a la naturaleza, en el sentido de protegernos de los elementos, sus formas y materiales, también nos remiten a la conexión con la tierra, con el agua, con el calor/centro, sea que se encuentren pegadas a la tierra o en grandes edificios en las ciudades. En LA CASITA, habitan los elementos y símbolos del movimiento.
Cybele nos canta llévame al río, al agua en movimiento. Todos en conjunto apuntan al movimiento, a la vida: el fuego, las casas dentro de la tierra, el río, el aire, el barco, los peces, la bici. Somos nosotros quienes hacemos la relación con los elementos, y LA CASITA ya no es un objeto.
La canción nos da una casa que se levanta, que se agiganta: “Todas las tardes la pequeña casa de la niña/se levanta” Una casa que va “afuera” que retorna, una casa-nido. E Irene nos da el nido con la niña al centro, sonreída y confiada. Quien haya visto un nido sabe que el centro es el lugar más cálido, impermeable y mullido. Hecho de pistilos. Un centro escogido para ser, crecer y migrar. LA CASITA, es en ese sentido centralidad del mundo. Acogida al centro de sí misma. LA CASITA nos canta “muéstrame un nido” en los árboles y pájaros que Irene dibuja. Y luego, vemos el centro del nido, para la niña soñar.
LA CASITA es también verticalidad. Irene nos da los árboles de los pájaros que arrullan en el canto de Cybele. Esta imagen nos da un lugar para subir. Nos da la verticalidad del trepar hacia el soñar. Donde reposa el nido. Para mirar desde arriba, para desarrollar el pensamiento, la visión. LA CASITA es verticalidad para soñar y volar, también centralidad del ser.
Pregúntese cada uno sobre su casa. Cada casa nos cuenta una historia, su propia poesía. Y LA CASITA, es poesía. Hacemos poesía del espacio en que estamos. Entramos al nido, lo acunamos. Lo hacemos cálido y familiar, traemos la tierra adentro. Germinamos plantas, volvemos a la naturaleza. Acogemos “mascotas urbanas”, damos alimento a los pájaros para atraer la naturaleza olvidada. LA CASITA de Cybele e Irene, va afuera, a la naturaleza, juega, retorna “todas las tardes”. Así en La Casita celebramos el mundo-universo.
Entonces, LA CASITA: centro, naturaleza, mundo, Dios, intimidad, añoranza, tiempo/espacio, origen, secreto/oscuridad, refugio, escondite. La Casa hombre, la Casa mujer: ternura, continente, fuerza- vulnerabilidad- resistencia. Secreto/verdad. La casa entera, la casa sin bordes. La casa no es obvia. No es un objeto bello o feo. La casa es y cuenta sus historias.
Pregunté a un ingeniero sobre su casa de niño. Dijo enseguida: “era fuerte, de una estructura… materiales… etc.” Entonces contó que el techo necesitó reparaciones. De tejas antiguas, no se encontraban con facilidad. Se le ocurrió subir al entretecho para mirar el daño y quedó conmovido. Encontró allí tejas para restaurar todo el techo. Las habían dejado allí sus padres y tíos. Podían ponerlas desde adentro. En sus palabras encontró la casa eternidad, la casa amor, la casa que se recupera y sana desde adentro. El lugar de los protectores, un lugar de fuerza y de poder (aunque haya desaparecido materialmente) LA CASITA, es TIEMPO. La recordamos en el tiempo de las emociones y los recuerdos. La casa de la infancia.
Por eso, la patria es la casa de la infancia, como dice Gabriela Mistral. El lugar de las primeras veces, el lugar “del primer mundo” como dice Bachelard, donde LA CASITA se levanta, se agiganta… trepa a los sueños, busca la tierra, el rio de nuestra profundidad y el movimiento. LA CASITA que contamos…
Y los niños, no se reprimen el deseo de ser “escritores” (como apunta Bachelard de aquel adulto que lee y siente la resonancia de las palabras/imágenes en su alma). No tienen miedo, no tienen arrogancia y no tienen modestia… porque viven en la imagen de la palabra, indivisibles. Por eso en utopía {portátil} apreciamos al niño/a como creador.
Les pido a todos que ensayemos volver a vivir en ese estado de gracia. Vivir la impresión de la primera vez, porque “lo imprevisible de la palabra libera” (Bachelard).
Que cada quien coloree su casita
Merlin Serrano. Sobre “la casa” a propósito del libro LA CASITA de utopía {portátil} editorial
19 julio 2020, Santiago de Chile
Fuente: Equipo de Ove