Julio Cortázar: letras y debates

Por: Cristóbal León Campos

Era un día gris en París, cuando Julio Cortázar falleció el 12 de febrero de 1984, hace ya 40 años.

Una enfermedad hasta entonces desconocida fue carcomiendo su salud, como expone Cristina Peri Rossi en su hermoso relato de complicidad que escribió sobre la muerte de su amigo, “Julio Cortázar y Cris” (2014).

Cortázar es una de las figuras emblemáticas de la literatura nuestraamericana, suscrito por los críticos al llamado boom latinoamericano, del cual siempre fue un crítico por su determinación bajo concepciones europeizantes como reflejo de un colonialismo cultural que denunció en muchas ocasiones, y que hasta hoy representa un peso en el mundo intelectual. Pero, también, el propio Julio celebró la trascendencia de ese boom que significó el reconocimiento de que en Latinoamérica se generaba y genera literatura de alto nivel y cuya importancia radica, en principio, en el hecho de que deja manifiesta la busqueda permanente de identidad y sentido al ser y la conciencia de nuestra región del mundo, significada por sus valores propios y no impuestos como se pretendió por mucho tiempo.

En ese sentido, y retomando elementos fundamentales de su quehacer intelectual como escritor comprometido –cuya definición le significó álgidos debates-, Cortázar afirmó, en una entrevista recién publicada en español realizada en enero de 1976, sobre el proceso de concientización cultural y política que se vivió entre las y los escritores latinoamericanos que: “este proceso de toma de conciencia de tipo revolucionario, de sentimiento de identidad latinoamericana, fue doble: por un lado, los escritores estaban preparándose[…]; asimismos, había un público esperando la manifestación de lo que sentía. Entre estos dos elementos, surgió un paralelismo. En todo caso, pienso que el boom es un hecho revolucionario y, además, tenemos pruebas de ello: cuando yo era joven, en América Latina se leía en última instancia a los autores latinoamericanos, porque todos los adolescentes leíamos a los autores extranjeros, casi siempre traducidos. Ahora ocurre todo lo contrario: los latinoamericanos leen a los escritores locales y sólo después a los extranjeros” (La Jornada Semanal, 11/2/2024).

Esa concientización sobre lo nuestro como una forma de liberación y, a la vez, de fortalecimiento identitario, significó también el involucramiento de Cortázar en procesos emancipatorios como la Revolución cubana y la Revolución sandinista, además de su reconocimiento del socialismo como la vía al bienestar humano, siendo una de las voces críticas que denunció los crímenes contra la humanidad cometidos por el imperialismo estadounidense y el colonialismo de las potencias europeas, sobre todo en lo referente al colonialismo cultural del que fue víctima por la censura de sus obras durante la dictadura argentina, sucesos sobre los que dijo: “escuchamos testimonios angustiantes y horrendos sobre la maquinaría de perpetración cultural por parte del imperialismo estadunidense en América Latina; tenemos pruebas de cómo este país trata de imponer (y a veces lo logra) sus propios modelos en la cultura latinoamericana, y esto gracias a fundaciones, inversiones y programas de cooperación. Estas son las cosas que el escritor latinoamericano tiene que enfrentar y combatir” (La Jornada Semanal, 11/2/2024).

Así, Cortázar dejó, a través de su vasta obra y de sus actos, un legado de escritor comprometido que hizo de la literatura su metralleta y “arma de trabajo y de lucha”. Hoy, a cuarenta años de su partida, muchas de sus letras y debates siguen vigentes y más urgentes…

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Cortázar y el ser latinoamericano

Por Cristóbal León Campos

Unas horas atrás, finalicé la lectura de una entrevista que le realizará Rosa Montero a Julio Cortázar en 1982, el texto vio la luz originalmente en el periódico El País, y ahora forma parte del libro El arte de la entrevista (2019), donde se reúne la evolución periodística y como entrevistadora de la escritora española.

En la conversación dos años antes de la muerte de Cortázar, entre varios tópicos, uno de los temas que resalta es el relativo al exilio del escritor argentino en París, Francia, debido a que fue en esa ciudad en la que dio vida a sus más célebres obras como Rayuela (1963), cuya esencia parisina se respira en cada página. Pero, al mismo tiempo, es en su escritura donde se reafirma lo que Julio aseverara ante el cuestionamiento de Montero sobre sus razones para dejar su patria: “yo creo que me volví más argentino estando en París, porque allí descubrí algo que los argentinos, en general, no saben, y fue el hecho de ser latinoamericano”.

La respuesta de Cortázar no sorprende si recordamos que años antes, el 10 de mayo de 1967, escribió una carta al escritor cubano Roberto Fernández Retamar, que se publicó en el número 45 de la Revista Casa de las Américas, donde el cronopio mayor reflexionó sobre su papel como intelectual y la transformación que vivió como persona y escritor al acercarse a procesos revolucionarios como el de Cuba, triunfante en 1959, y, posteriormente, al de Nicaragua, con la llegada al poder de los sandinistas en 1979. Así, Julio narrándole a su amigo, afirma que: “Cuando digo que aquí [París] me fue dado descubrir mi condición de latinoamericano, indico tan sólo una de las consecuencias de una evolución más compleja y abierta”.

La sinceridad y ese juego entre sarcástico y fantasioso que caracterizó a Cortázar, se puede percibir en las formas que utiliza para abordar las preguntas de Montero, ese diálogo contribuye también a corroborar el sentimiento antidogmático del autor de libros como Historias de cronopios y de famas (1962), Todos los fuegos el fuego (1966) o Nicaragua tan violentamente dulce(1983). Esas mismas posturas, le valieron una serie de murmuraciones y descalificaciones de algunos críticos que, junto a grupos políticos, vieron en la postura reivindicativa del ser latinoamericano que Julio asumió ya radicado en París, una “falsa actitud”, ya que se le cuestionó que sus reflexiones sobre la realidad de América Latina las realizara desde el continente europeo.

Estas injurias llevaron a Cortázar a sostener infinitos debates con sus críticos, de los que se puede extraer la verdad inobjetable de que el compromiso intelectual con las causas de los desposeídos no puede tener lugar de residencia, sino que debe desarrollarse en cualquier parte del mundo, sin importar el lugar de origen de quien suscribe a favor de la justicia. Lo anterior, lo comprendió bien Julio, y esa es la esencia de su autoevaluación como intelectual que se puede leer en los documentos aquí referidos.

En el último párrafo de su carta a Retamar, Cortázar afirma que: “Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en las conciencias de los pueblos y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido”. La comprensión de su papel como ser e intelectual latinoamericano, llevó a Julio Cortázar a despertar consciencias y afrontar tormentas a favor de la humanidad hasta el fin de sus días.

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